Capítulo 52: Corrupto
Estoy subiendo esto sin permiso de mi editoraa. Saludos a Honey. Si ven algún cambió despues de esto, es porque lo edité según sus recomendaciones, les tqm
17 de Marzo de 2024 9:30 pm, Ciudad de México.
Marco Ferrara Ávila.
Las cosas que nunca pensó que haría, abandonaron esa larga lista mental que guardaba para sí mismo y se trasladaron a su lista mental de cosas que había hecho, pero que no se atrevería a contar en voz alta en ninguna reunión familiar o de compañeros de trabajo. Existía la posibilidad de que su hermana y su madre lo supieran, pero esa información no debía llegar a sus molestos primos de Guadalajara ni a aquellos que vivián en Italia, pues si una sola foto de esa noche se filtraba, terminaría siendo el sticker del grupo familiar, con todo y su camisa brillante lisa de color plateado, abierta hasta el pecho y sus pantalones negros ajustados de la cadera y amplios de los tobillos.
Al mirarse al espejo, con el pelo ondulado y la barba bien delineada, le daba un aire de ver a Barry Gibb de los Bee Gees en los 70, cuando la carrera del grupo estaba en auge, dato que guardaba en su mente gracias a que Julio se le repitió cientos de veces en sus viajes en auto, en sus tardes de café e incluso en sus conversaciones íntimas en la cama. Claro, hacía mucho que no pasaba eso, pero cómo decía su madre, lo bien aprendido jamás se olvidaba.
Marco se dio la vuelta cuando escuchó el sonido de un móvil tomando una fotografía. Sí, sus planes de pasar desapercibido fueron frustrados por su hermana menor que lo miraba con una sonrisa.
—Ni se te ocurra... —amenazó.
—Tranquila, reina de la noche —contestó—. Solo se la envié a Aysel, le encantará ver esto, bueno y a unos cuantos contactos más...
—Nerea —le llamó la atención.
—¿Qué? Te ves bien, pareces uno de los de ABBA —comentó su hermana.
—¿Ah sí? —preguntó—. ¿A cuál?
—A la rubia.
Nerea rio, mientras que Marco no le encontraba mucha gracia a su chiste, tal vez ella tenía el humor roto o ya estaba demasiadas generaciones lejos de ella para entenderlo.
—Vamos, es divertido —animó la menor—. Tienes que divertirte hoy, es tu cumpleaños. No me digas que ese almuerzo en casa a mamá fue toda tu celebración. A veces agradezco que esté Julio aquí para despabilarte.
—¿Julio está aquí? —preguntó él.
—Está abajo, esperando por ti, justo vine a decirte.
Marco no tardó en pasar de su hermana para dirigirse hacia la ventana de su departamento para comprobarlo, efectivamente, el modelo estaba ahí en su camioneta, aguardando por él mientras se arreglaba el pelo en el reflejo de la ventana, tan vanidoso como siempre.
—Me voy, Nerea —anunció antes de tomar su chaqueta del perchero y su juego de llaves.
—Diviértete, reina de la noche —contestó antes de que su hermano cerrara la puerta—. Ah, y ¡Usa protección!
Bajó por las escaleras para no perder más tiempo esperando el ascensor y se encontró con el modelo en la acera. Levantó la mirada de su móvil y con una expresión de sorpresa lo miró de pies a cabeza.
—Te ves bien —se limitó a decir—. Increíblemente bien.
—¿Fantasía cumplida? —preguntó Marco mientras se acercaba a saludarlo con un beso en la mejilla.
—Sí —confesó Julio—. Bueno, no ESE tipo de fantasía, solo era curiosidad, no quiero que pienses que yo...
—No lo pensé, descuida —dijo relajado.
Subieron al auto, Julio al volante y en el control de la música que no tardó en escucharse en cuanto encendió el auto, pero para sorpresa de Marco, se encendieron luces de colores en el interior que vibraban al ritmo de la música como si fuera un auto adaptado para ser una fiesta portátil.
—Feliz cumpleaños —dijo el modelo antes de que la primera estrofa de Stayin Alive comenzara a escucharse por las bocinas.
Entonces Julio cantaba la letra moviendo ligeramente los hombros al frente del volante, de la forma más elegante y sutil que cualquier otra persona en el asiento del conductor de su auto. Marco se rio, solo alguien como él podía hacer algo así con tal soltura y sin miedo a ser multado por el nivel de la música.
Julio imaginaba un micrófono en su mano delante de su boca e imitaba las voces como si estuviera en su propio show nocturno arriba de un escenario, giraba su mano hacia Marco para que lo acompañara en el coro. Marco conocía la canción, pero por una razón muy diferente a la de su acompañante de esa noche, ya que la canción era útil a la hora de hacer una reanimación cardio pulmonar, pues la frecuencia requerida en el RCP era de 100 a 120 beats por minuto, es decir la frecuencia en el ritmo de la canción.
Marco recordaba todas las personas que había reanimado con ese ritmo en mente y, por consiguiente, con los recuerdos de Julio cantando la misma melodía.
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17 de Marzo de 2024 11:50 pm, Ciudad de México.
Julio San Agustín.
Los tragos hicieron sus efectos y sacaron todo rastro de vergüenza de Ferrara, pues se encontraba encima de la barra de la discoteca con un micrófono en las manos cantando en Karaoke Angeleyes de ABBA. Sus habilidades vocales no eran lo mejor, desafinaba por lo ebrio que estaba, pero de alguna u otra forma consiguió que todo el lugar cantara con él y con sus voces hicieron del espectáculo algo agradable de ver.
Desabotonó otro par de botones de su camisa dejando ver su pecho y la joyería que el mismo Julio le había regalado esa noche, un toque final para el outfit que lo hacía lucir como un símbolo sexual de la época. Pero lo más importante de todo es que se estaba divirtiendo y Julio con él, desde una posición más discreta en un banquillo de la barra, con apenas su segundo trago a medio consumo y una sonrisa que nada pudo igualar en los últimos días.
Marco se inclinó para cantarle el coro, señalando la evidente belleza de un modelo dentro de toda la esfera. Julio levantó su vaso con su trago helado de ron escocés y le sonrió. No decía nada con ese gesto y Marco siguió cantando hasta que llegó al puente de la canción.
—And it hurts to remember all the good times —cantó con un sentimiento que trasladó al modelo a todas las buenas épocas de su vida, seguida por las malas.
Era obvio que estaba en una de las peores y las buenas se veían cada vez más lejos de su actualidad. Se sentía como si todo se le hubiese salido de las manos, su conexión con su hermana, su relación con Darcel y su carrera que poco a poco se desvanecía con cada llamado al que llegaba ebrio, drogado o de plano no llegaba. Todas las buenas cosas parecían abandonarlo y al mirar a Marco, se preguntó ¿Cuándo lo abandonaría también?
Terminó su trago de un sorbo al final de la canción y se levantó para ir al baño. Marco no se dio cuenta de su ausencia porque estaba demasiado ocupado tambaleándose sobre la barra mientras uno de los camareros lo ayudaba a bajar, así que Julio entró al luminoso baño después de pasar varias horas entre la oscuridad y las luces brillantes reflejadas por las bolas disco.
Respiró profundo al verse al espejo, no se veía destruido como en otras ocasiones, su delineado seguía intacto y su cabello ligeramente desarreglado, pero a pesar de que se veía bien, se sentía mal. Abrió el grifo del agua fría y mojó sus manos antes de lavar su rostro con el agua acumulada en sus palmas juntas. Estaba cansado, de ir de un lado para otro, de estar lleno de pensamientos y emociones que no podía controlar y en su afán de reprimirlas llegó al extremo de ya no emocionarse por casi nada, de ya no sonreír como solía hacerlo.
Se recargó en los bordes de porcelana, con pequeñas gotas justo en la orilla, que en cualquier momento caería al piso, tal y como él se sentía, al borde de caer sin la certeza de poder levantarse. Fue entonces que su mano se dirigió a su bolsillo derecho y sacó una bolsa de plástico llena hasta la mitad de cocaína. Una pequeña dosis sería suficiente para animarlo, pensó, pero luego recordó la promesa que había hecho, permanecer limpio al menos esa noche.
Julio tembló, como si un frío helado se le hubiera colado a los huesos, hasta la médula, a cada célula de su cuerpo, de la cabeza a los pies. Seguía mirando su palma con la bolsa sellada, dudoso, ansioso e incapaz de detenerse, la abrió con los dedos torpes y engarrotados. El temblor se transformó en llanto cuando volvió a mirarse, sintiéndose tan patético con aquello en la mano, tan destruido y solo.
Los pequeños sollozos se volvieron más ruidosos y entonces, Julio eligió mantener su promesa. Tiró todo el contenido en el lavabo y abrió el grifo nuevamente para que todo se fuera antes de que volviera a sentir el deseo de consumir. La puerta del baño se abrió y una cara conocida se acercó hasta él, a unos pasos detrás suyo admirando los rastros de la bolsa en la superficie y el agua que se lo llevó todo.
Julio no quería que le preguntara nada, no tenía ganas de explicar ni de justificar. Estaba harto de mentir, de responder y de ocultarlo, estaba harto de sí mismo. Lo miró esperando a que dijera algo, a que se viera molesto o le diera un sermón sobre las drogas, pero en lugar de eso, él solo lo abrazó.
Le rodeó la espalda con sus brazos y lo acercó a su cálido y cómodo pecho en ese abrazo. Su mandíbula se recargó en su hombro y acarició su pelo desordenado con una de sus manos mientras Julio lloraba más desconsolado.
—No estás solo —pronunció en el eco de las paredes de mosaico de ese baño que hicieron retumbar sus palabras.
Parecían gritos que lo buscaban para regresarlo a la realidad, que se sumergían en su interior en su búsqueda, que adormecían sus pensamientos intrusivos, sus intrigas y sentimientos. Era una pequeña cantidad de morfina entre tanto dolor.
—Creo... —balbuceó entre sollozos—. Creo que tengo un problema.
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18 de Marzo de 2024, 9:30 am, Ciudad de México.
Aysel Ferrara Ávila.
Las paredes de esa pequeña habitación, más similar a una celda que a un cuarto acogedor, estaban recubiertas por dibujos de grafito sobre hojas individuales pegadas estratégicamente para componer cuadros que eran réplicas de Masaccio, Andrea Mantegna y Miguel Ángel. Todo el tiempo que Borgia pasó en esa celda, fue empleado en sus impresionantes dibujos hechos a mano con grafito, con un absoluto e impresionante manejo de sombras y tonalidades que Ferrara no podía explicar.
Obras como Expulsión de los Progenitores del Edén de Masaccio, La Lamentación sobre Cristo Muerto de Andrea Mantegna y el icónico Miguel Ángel con la Creación de Adán, eran parte de su pequeña colección privada dentro de esas cuatro paredes que no contaban con siquiera una ventana con vista al exterior.
—Supuse que la entrevista sería de nuevo en esa sala que acondicionó para nuestras charlas —habló Borgia, sentada en la cama recta en la esquina, con un libro en sus manos que Aysel no reconocía.
Ella notó lo que Ferrara observaba con tanta atención, maravillada por los detalles.
—Tengo la fortuna de poder recordar con exactitud uno de los mayores placeres de la vida, el arte —dijo—. Se puede saber mucho de una persona por el arte que cuelga en sus paredes.
—Veo que disfruta del arte renacentista —comentó Ferrara—. ¿Hay algo de religioso en todo esto? Veo que en cada una de estas obras hacen referencia a dios.
—No soy católica si a eso se refiere —explicó Francesca—. Encuentro que la religión es algo para ciertas personas y yo no soy una de ellas. Durante el renacimiento el papel de dios en la vida de la sociedad se transformó, ya no era el mismo que en la edad media, el enfoque se volvió más humanista, volvimos a la razón y dejamos el temor a dios de lado. Pero no es por eso que he replicado estas obras.
—¿Cuál es el verdadero motivo? —preguntó Aysel con las manos cruzadas detrás de su espalda, mostrando fortaleza con su pose recta.
—El simbolismo que tienen —contestó con toda la seguridad en sus labios—. Mantegna representa el lamento, Masaccio el pecado original con la expulsión del edén y Miguel Ángel nos dice a través de su obra que dios es la creación del cerebro de los humanos. Lamento, rechazo y pensamiento, los tres pilares de mi curiosidad profesional durante toda mi vida.
Borgia era una mujer de mundo, conocedora, reflexiva y simbólica, que buscaba en todo una razón de su existencia, le daba su propio significado y se volvía suyo. Sin embargo, Aysel no estaba ahí para escuchar sobre sus interpretaciones artísticas ni del renacimiento, tenía una misión más importante.
—Estoy aquí porque estoy intrigada por sus propias notas, doctora —le habló.
Borgia miró el bolsillo de Ferrara y vio una pequeña grabadora en ella que seguramente registró todo lo que iba de su conversación.
—Supongo que como ya ha comenzado a grabar, la sesión de preguntas comenzó —habló la mayor con modestia—. ¿Desea sentarse?
Borgia señaló la única silla sobre la mesa atornillada al piso en la que comía y dibujaba, era claro que no se esperaba que tuviera visitantes en ese lugar. Aysel asintió y jaló la pesada silla para sentarse delante de ella, con los expedientes de Hugo y Ethan bajo el brazo, con anotaciones a lápiz por todas partes.
—Adelante —la doctora la alentó a hablar.
—Conoció a Velazco por Ethan, eso me quedó claro cuando lo hablamos y cuando leí su expediente por mi cuenta. Cuando pasé a leer el de Hugo, me llamó la atención que Victoria la involucró en los experimentos con su propio personal, incluido Hugo. En días recientes, he estado siguiendo los pasos de un político mexicano, llamado Emilio Montemayor Carrasco, vinculado a un rumor de tráfico y armas biológicas, curiosamente, fue cuestión de tiempo para que su nombre se vinculara con el suyo —explicó Ferrara—. Tengo entendido que sus experimentos fueron principalmente psicológicos por varios años, pero en tiempos recientes colaboró con Paulo de Oliveira en el ámbito químico, mezclaron sus campos al servicio de Velazco, ¿por qué?
—Victoria me buscó después de lo de Ethan cuando vio la oportunidad de explorar la mente humana y utilizar sus fascinantes propiedades en un proyecto de armas biológicas no letales —declaró con toda calma—. Era el proyecto Cerberus, los resultados se venderían por millones a gobiernos extranjeros, grupos armados e incluso terroristas, naturalmente, la moralidad en estos negocios es prácticamente nula.
—Detalle un poco más la historia, por favor —solicitó Aysel.
—Bien. El mismo Hugo fue quien me buscó en mi laboratorio en Madrid para traerme a México por órdenes de Victoria, quien me encargó la dirección del proyecto. Cerberus buscó crear tres sustancias que actuaran en el sistema nervioso central. No te agobiaré con los detalles y trataré de ser lo más breve posible con esto, estoy segura de que el proceso importa poco ahora y los resultados interesan más.
Borgia hizo una pausa, se aclaró la garganta y continuó. Pese a que todo estaba siendo grabado, Aysel sacó una hoja de papel de los expedientes y le dio la vuelta para escribir en el reverso vacío todo lo que considerara importante.
—Cerberus obtuvo tres resultados, VERUM-0623, TURBIDUS AER-2102 y EXITIUM-85 son los nombres sencillos, la nomenclatura química es un verdadero trabalenguas —comentó—-. VERUM-0623 es más conocido como el suero de la verdad, es una solución salina fisiológica que afecta la corteza prefrontal del cerebro inhibiendo la función cognitiva de la voluntad, lo que facilita que el paciente es capaz de decir o hacer lo que se le solicite.
Aysel conocía perfectamente el suero, lo había utilizado en misiones y en el mismo Paulo de Oliveira que terminó por revelar información valiosa bajo sus efectos.
—TURBIDUS AER-2102, es una sustancia inhallable que afecta la amígdala que procesa las señales de amenaza y asocia la información sensorial sobre los estímulos que considera amenazas y el contexto. Genera alucinaciones ligadas a los más profundos miedos y ansiedades que, al juntarse con los estímulos externos, es una tortura química dentro de un pequeño envase.
—Mencionó una tercera —habló Aysel—. Solo hemos visto en acción a las primeras dos, ¿Qué hay de la tercera?
—EXITIUM-85 es un trabajo inconcluso —declaró Borgia—. Dejé los prototipos en mi laboratorio y el disco duro con todas mis investigaciones, probablemente esté en poder de Velazco y es lo que su escurridizo político intenta comerciar en nombre de Victoria.
—¿Cuál es la última sustancia? ¿Qué efectos tiene? —pronunció la pelinegra, con la voz desesperada, alertada por toda la información que llegó a sus oídos.
—Se inyecta y afecta el hipotálamo, regula las funciones como la sed, el apetito, los patrones de sueño y el cerebelo afectando las funciones motoras. Produce un estado parecido a un coma —expresó—. De entre todas, es la más peligrosa. Todos quieren saber la verdad de sus enemigos, todos quieren ver sus miedos, pero provocarles la destrucción, siempre será algo incomparable. Imagina a ejércitos enteros, inmovilizados, aterrados o dispuestos a traicionar a sus propios líderes bajo los efectos de Cerberus. ¿Entiende por qué intenta venderlos?
—Sí —afirmó Aysel con su aliento escapando de sus labios, como las esperanzas del futuro moderno si aquello llegaba a caer en las manos equivocadas—. El mejor postor podría dotar de recursos a Velazco para que reinicie sus operaciones y todo lo que cayó con ella volvería a resurgir.
—Exactamente —dijo Francesca—. Cuando la dejé no había forma de que comerciara con mis creaciones, es una operación muy riesgosa hasta para ella en su actual condición, pero con la ayuda de viejos contactos, sería posible. Sin embargo, ustedes tienen una clara ventaja para detenerla antes de que el peor escenario cobre vida.
—¿Por eso cambió de bando? —interrogó Aysel.
—Me gusta estar del lado ganador, Aysel —declaró—. Y a mi juicio, ustedes lo serán.
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18 de Marzo de 2024 10:47 am, Ciudad de México.
Lilith Romanov
Las declaraciones de la doctora Borgia detonaron un estado de alerta, cada rincón y espacio común en el centro de operaciones dentro de la Torre Romel estaba hecho un caos, con datos corriéndose, llamadas interceptadas, señales y pistas que se procesaban a toda velocidad para vigilar el operativo que la misma Lilith puso en marcha. Su objetivo era capturar con vida a Emilio Montemayor Carrasco, senador del congreso de la unión y un impulso de reformas de la defensa nacional que ponían en riesgo su integridad junto con los rumores de tráfico de armas y estupefacientes durante los últimos meses que, contrario a lo que todos pensarían, no afectó en lo más mínimo su carrera.
Desde casa se podía observar el punto de encuentro, el Hotel The Ritz-Carlton a menos de 500 metros del punto de observación mientras todo se ponía en marcha, Jonathan, Alejandra y Navarra se preparaban con un chaleco antibalas debajo de la ropa y atuendos simples que los hacían parecer traficantes adinerados de armas biológicas.
—Bien —habló Lilith atrayendo la atención de todo su equipo—. Alejandra y Jonathan se encargarán de ser el contacto, Navarra vigilará la salida del edificio, tenemos las cámaras y comunicaciones intervenidas, si algo fuera del plan sucede, lo sabremos.
—¿Dónde veremos al sujeto? —preguntó Jonathan con los brazos cruzados.
—En el restaurante del piso 38 —intervino Ferrara—. Triplicamos la oferta de su otro contacto, así que llevan la ventaja y dos maletas llenas con dinero en efectivo en una suite del piso 37, tienen que llevarlo con vida, no importa si es inconsciente, hasta ese punto.
Sus ojos reflejaban una confianza y preparación pura y todo parecía estar en orden a media que se acercaba la hora de la entrega.
—Quiero una cámara en cada uno de ellos —pidió Lilith a Lorena cuando ella los dotaba de comunicadores discretos en las mangas de sus atuendos.
—En seguida —Lorena se levantó de su banco donde realizaba la instalación y fue en búsqueda de las cámaras diminutas que podían ser instaladas como broches en la ropa.
—Trae una más —pidió Ferrara—. Iré con ellos.
Aysel guardó un arma discreta en su tobillo y otra más en su espalda baja para que se disimulara con el saco que usaría.
—No —contestó Lilith—. Es muy peligroso para que vayas.
—Tranquila, estaré con Cristina en el estacionamiento, solo vigilaré, no pasará nada —contestó incauta—. Además, en caso de que pasara, estás al otro lado de la avenida, puedes venir a rescatarme, preciosa.
Aysel sonrió con ese pequeño coqueteo que Lilith no lo dejaría pasar. Amaba sus ojos y el pequeño beso que le dio mientras se preparaba, pero, a pesar de que sentía un mal presentimiento, aceptó. Ferrara podía cuidarse sola, la entrenó muy bien y le enseñó todo lo que sabía para salir de situaciones peligrosas, pero antes de que se fuera, ella misma le instaló la cámara en el abrigo.
—Quiero que te cuides, ¿Okay? —pidió Lilith en voz baja ajustando el seguro a la tela—. Recuerda que prometimos llevar a Leva y a Vaca al parque.
Aysel asintió y le dio un segundo beso en los labios.
—No podría olvidarlo, es la cita más importante en mi agenda.
El pequeño equipo para la operación dejó el piso rápidamente, los ojos de Lilith siguieron a Aysel hasta que las puertas del ascensor se cerraron y entonces tuvo que pedir la cámara de su esposa en una pantalla individual para que pudiera ver y escuchar lo mismo que ella durante los siguientes minutos. La imagen era nítida y el sonido claro, podía escuchar el ruido de los autos cuando cruzaron la avenida y las palabras de la recepcionista indicándoles la ruta hacia el estacionamiento.
—Quiero las cuatro vistas en una pantalla —pidió Lilith, recargada sobre el borde del escritorio mientras las cuatro cámaras se volvían recuadros para que pudiera observarlas todas.
Se sentía como un videojuego, pero era la vida real. Pensar que era una realidad virtual siempre ayudó a Lilith, cuando creía estar en demasiado peligro o al borde de morir, no importara lo que pasara, podía reiniciar el juego y comenzar de nuevo, aunque eso no fuera posible, la mantuvo viva por muchos años.
Alejandra y Jonathan estaban ya en el piso 38 del edificio, con paredes lujosas, fina vajilla y una vista de la ciudad privilegiada que valía el costo de cada bebida y platillo del lugar, sin mencionar el costo de la habitación que a Lilith no le parecía mucho, estaba acostumbrada a gastar esa cantidad en suites, pero las personas comunes no. Fueron conducidos hasta su mesa, Jonathan como el guardaespaldas de la negociadora, cuyo papel cubría Alejandra. Los minutos pasaron hasta que su contacto, un hombre regordete cuyo saco apenas cerraba, ingresó al restaurante con la mirada inquieta mientras le comunicaba al personal que lo esperaban en una mesa.
Él se acercó hasta ellos, seguido del capitán que le llevó y tomo asiento. Estaba nervioso, sudoroso y sus manos temblaban en demasía, provocándole repulsión a los que estaban junto a él y a quienes observaban por la pantalla como Lilith. Era un pez gordo, de los que no solían ensuciarse las manos demasiado y ahora estaba sumergido en todo, probablemente obligado por Velazco.
—Jonathan, toca uno de los cubiertos si ves que lleve un paquete, cargándolo o en su ropa —pidió Lilith.
Jonathan tocó el cubierto confirmándole lo que sospechaba.
—Ustedes deben de ser las personas que busco —dijo él, con la voz inestable y la frente cubierta de sudor—. ¿Tienes el pago?
—Ciento veinte millones de dólares en efectivo están esperando en una suite del piso de abajo, muéstrenos los prototipos y serán suyos —dijo Alejandra.
—Entenderán que no lo tengo conmigo por ser tan peligroso, pero en cuanto recibamos el dinero, mis hombres los traerán —aclaró.
—Eso no va a ser posible, señor Montemayor —intervino Jonathan con su mirada asesina e intimidante que no tardó en hacer efecto—. Es pago contra entrega, no le daremos ni un solo centavo hasta que lo tengamos en nuestra mano.
Emilio, el político, bajó la mirada y reflexionó, se limpió el sudor con la servilleta de tela del restaurante y retornó su vista a ambos.
—¿Puedo ver el dinero? —dijo él.
—Claro —aceptó Alejandra—. Pero este no es el lugar, acompáñenos a la suite y lo verá, pero no será suyo hasta que nos entregue el paquete.
Él asintió. El trío se levantó de la mesa sin haber consumido ni un solo trago y salió del restaurante con dirección al ascensor. Emilio temblaba, sudaba y respiraba demasiado fuerte, ansioso y preocupado por lo que estaba sucediendo. Las puertas no tardaron en abrirse y sus pasos hicieron eco en el solitario pasillo hasta la suite reservada a las identidades falsas que encarnaban ese día.
Jonathan abrió la puerta y buscó las maletas mientras Alejandra estaba al pendiente de cada movimiento del regordete sujeto que tenía delante. Cuando observó la serie de billetes apilados en las maletas con cuidado, sus pupilas se delataron y el temblor en sus manos desapareció. Motivado por el dinero, tomó su celular e hizo una llamada sin mediar palabra alguna, apenas unos segundos bastaron para que colgara.
—Viene en camino —dijo—. Negocios son negocios. Me parece que ahora podemos brindar con algo de champaña.
Emilio se acercó a la botella de licor helada que dejaron en la habitación, cuando planeaba abrirla, Alejandra se acercó a él y le proporcionó una descarga eléctrica con el anillo de accesorio modificado, provocando que cayera inmediatamente al suelo inconsciente.
—Tenemos movimiento en el estacionamiento —dijo la voz de Cristina.
Lilith se enfocó en su plano y en su vista. Treinta segundos después de la llamada, un equipo de cuatro hombres descendió de una camioneta sutilmente armados con ametralladoras ligeras, se dirigieron al punto de entrada. Sus rostros eran poco reconocibles, excepto uno, el del tipo rubio cenizo con el rostro desfigurado por las cicatrices
—Es Hugo —pronunció Ferrara.
El nombrado devolvió la llamada hecha, pero no hubo respuesta. Nadie de los que estaba con el político la tomó.
—Parece que hay algo mal —le escuchó decir por los micrófonos instalados junto al ascensor.
Hugo miró su reloj mientras volvía a comunicarse, sin respuesta.
—Tenemos que evitar que lo descubran —dijo Cristina.
—No bajes del auto —ordenó Aysel—. Son más que nosotras y tienen más munición.
—A la mierda —dijo ella con la mano en la maneta de la puerta—. No voy a perder esta oportunidad.
Navarra bajó del auto con el arma sin seguro. Disparó dos veces precisas hacia los primeros objetivos que cayeron al suelo antes de que el resto abriera fuego en su contra.
—Maldición —le oyó decir a Aysel antes de que ella también bajara del vehículo y empuñando un par de armas devolviera los disparos hacia los otros, consiguiendo matar a los que cayeron al suelo e hiriendo a otro.
—Les enviaré refuerzos —dijo la Lilith y miró a su equipo—. Jonathan y Alejandra deben de bajar. ¡Ahora!
Tomó un dispositivo de comunicación con pantalla, su arma personal y dos cargadores llenos, lista para encargarse ella misma de la eventualidad. Seguía viendo las cámaras mientras el maldito elevador descendía muy lento.
Navarra vació el cargador intentando contener a Hugo, que tomó las ametralladoras de los caídos y buscaba matarla a toda costa cubierto tras uno de los pilares de cemento. El fuego paró durante algunos segundos mientras recargaban y entonces los pasos comenzaron a escucharse, su acompañante y él corrieron hasta otro punto, más cercano al auto del que descendieron. Aysel alcanzó a matar a su acompañante antes de que se refugiara detrás de un auto, pero por desgracia, se quedó sin balas disparándole a Hugo, quien ya no disponía de municiones.
—Ferrara —gritó—. Ya sé que estás aquí. Vamos, maldita rata, ven a enfrentarme. Quiero devolverte el pequeño favor que me hiciste en el rostro.
—Me queda un tiro —susurró Navarra—. Si le disparo al pecho caerá y podremos capturarlo.
Aysel la observo en silencio, con la respiración agitada, sintiendo el cemento bajo sus zapatos y alerta de las pisadas de su oponente.
—Seré un caballero y dejaré las balas que me quedan para que podamos enfrentarnos justamente —dijo—. Cuerpo a cuerpo.
—Cris, ve por el paquete, yo me encargaré de él —dijo Aysel—. Dame el arma.
Navarra obedeció y se preparó para correr silenciosamente hasta el portafolio plateado al otro extremo, donde se encontraba uno de los hombres muertos.
—Bien —habló en voz alta Aysel—. Dame una prueba de fe, Hugo, y te veré a la cara.
Aysel ocultó el arma detrás en su costado, como si tuviera una herida en el tórax y se levantó para encararlo. Él abrió su cargador y vació el contenido, el metálico sonido del plomo contra el suelo llamó su atención, los proyectiles dorados cayeron y el arma también.
—¿Te parece suficiente? —dijo con una sonrisa.
—No, no puedo confiar —Lilith le oyó a decir a su esposa y escuchó el sonido del seguro del arma, pero no la detonación.
Lilith corrió hacia la entrada lo más rápido que pudo sin importarle que un auto casi la atropellara y corrió desorientada por el amplio estacionamiento en busca de su esposa. Navarra llegó hasta el portafolio, pero este estaba abierto y un tubo faltaba junto a la pistola de inyección a distancia.
—Haces bien —dijo Hugo y tiró del gatillo de una pistola de dardos plateada directo al cuello de Ferrara justo cuando ella tiró del arma.
La bala le rozó el brazo a él y el dardo terminó en el cuello de ella. Lilith la miró desvanecerse en cuestión de segundos mientras ella abría fuego contra Hugo. Siguió corriendo hasta su esposa en el suelo mientras él huía en el auto. Aysel estaba en el suelo, con los ojos cerrados y sin una pista de herida aparente más que la de su cuello. Intentó despertarla tras retirar el proyectil, pero no pudo, su pulso estaba bajo y respiraba con normalidad, pero no respondía.
—¡Lilith! —escuchó su nombre al tercer grito de Navarra que traía el portafolio consigo—. No está muerta, le dio esto.
Ella le entregó el frasco con la sustancia a la mitad de su contenido original, en la superficie vidriosa se podía leer el nombre EXITIUM-85.
—La paralizó.
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18 de Marzo de 2024 1:40 pm, Ciudad de México.
Lilith Romanov.
—Dos equipos completos siguen el rastro de Hugo, tenemos gente buscando en las cámaras y otros más identificando los cuerpos —anunció Madelayne—. No puede ir lejos.
La rubia la ignoró. No podía pensar en otra cosa que no fuera su esposa en la cama de atención médica mientras los doctores monitoreaban su estado y buscaban causas y soluciones a lo que le pasaba. Todo parecía un amargo recuerdo para Lilith, se veía igual que cuando terminó en coma luego de la herida que casi la mataba, cuando dudó de si la volvería a ver con vida.
—¿Ya saben lo que le sucede? —interrogó Alejandra, con los brazos cruzados junto a Johnny al otro lado de la habitación.
—Aún no —contestó Inés—. No hay nada en el toxicológico, es como si estuviera dormida.
—Es como la muerte dormida —comentó Navarra.
Su comentario atrajo la atención del grupo reunido, al pendiente de la salud de Aysel, incluida la de Lilith, que salió de su trance al escucharla.
—Te dijo que no salieras del auto —le dijo Lilith—. Te dijo que no lo hicieras ¡Y no la escuchaste, imbécil!
Romanov caminó directo hacia ella con todas las intenciones de golpearla, pero Bernal y Johnny se interpusieron.
—¡Es tu culpa! —gritó al borde del llanto—. ¡Mi esposa está ahí por tu culpa!
—No sabía que Hugo la atacaría con eso —argumentó Cristina—. Ella me envió por los prototipos.
La rusa forcejeó para zafarse de quienes le impedían acercarse.
—¡Porque quería protegerte! —gritó la rubia. Su voz estaba desgarrada, herida por ver a la mujer que amaba conectada a un monitor—. Si tan solo no hubieras iniciado el fuego, ¡Ella estaría bien!
—No lo sabía —Cristina repitió.
—Ella tiene razón, Lilith, no sabía que podría pasar eso —argumentó Alejandra—. Aysel tomó la decisión de enfrentar a Hugo sola, es su naturaleza proteger, aunque eso ponga en riesgo su propia vida, no es culpa de Cristina.
Romanov se soltó de sus agarres y retrocedió, sus manos seguían siendo puños y ansiaban impactarse contra el rostro de Cristina, pero había algo más importante que castigar su estupidez y eso era su esposa.
—Vamos, Cris y Alejandra —dijo Johnny—. Lilith necesita estar con Aysel ahora, es mejor que nos vayamos.
Tras lo dicho, se marcharon abandonando la sala médica donde el personal parecía rendirse a encontrar una respuesta que explicara el estado de Ferrara. La rubia se plantó junto a ella en una silla, tomando la mano que llevaba su anillo de bodas y llorando silenciosamente al temer lo peor. Le acarició el cabello oscuro, los pómulos definidos y las mejillas suaves, su pulgar recorrió su extensión con ternura y se levantó para darle un beso en la frente.
—¿Tienes que despertar, Okay? —pronunció en voz baja—. Levana y yo te necesitamos.
La voz se le quebró al final de la frase y cubrió sus labios para acallar sus sollozos.
—En especial yo —dijo—. Te necesito conmigo.
Se limpió las lágrimas de los ojos, el llanto era imparable y quería echarse a llorar a los pies de su cama, pero debía pensar en una solución, una que le devolviera a Aysel, Levana no podía perder a su madre y ella no podía perder a su esposa.
—¿Mami? —escuchó su dulce voz en la entrada, mirándola con desconcierto—. Mami, ¿qué le pasa a mamá?
Se le rompió el corazón al ver a su hija, de la mano de Matías, mirando fijamente a su madre, en una cama hospitalaria, conectada a los aparatos, sin ser capaz de llenarle el rostro de besos y abrazarla como solía hacerlo.
—Mamá está... —titubeo sin saber qué decir— muy cansada. Necesita dormir, princesa.
Lilith se acercó a ella, la tomó en brazos y le dio un beso en la frente, luego miró a su esposa.
—Despertará cuando se sienta mejor —mintió, no podía hacer algo mejor para cuidar de la pequeña—. Vamos, tenemos que dejarla descansar para que cuando despierte, vaya con nosotros al parque.
—¿Mamá estará bien cuando despierte? —preguntó la pequeña con los ojos llorosos.
—Sí, lo estará.
Lilith no tenía la certeza de ello, ni siquiera sabía si podría abrir los ojos, pero se llevó a su hija consigo hasta la oficina de su esposa en el mismo edificio, Levana no debía saber que la vida de Aysel corría peligro, mucho menos que existía la posibilidad de que jamás volviera a verla despierta.
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19 de Marzo de 2024 9:15 pm, Ciudad de México.
Lilith Romanov.
Ver a Aysel de pie frente a Borgia en la última grabación era verla de nuevo tan vital como solía ser, respirando sin ayuda de máquinas, con los ojos abiertos y el movimiento completo de su cuerpo, con su mente ansiosa analizando cada detalle antes de sumirse en ese abismo de incertidumbre en el que era incapaz de abrir los ojos o mover siquiera alguna de sus extremidades.
Los guardias se sorprendieron al verla entrar al área de retención sin previo aviso. Ella no solía hacerlo sola, ni siquiera tuvo un interés genuino en Francesca hasta ese momento, hasta que fuera orillada a recurrir a ella después de que su esposa terminara en un estado de hibernación fabricado por la misma persona que comía tranquilamente su cena dentro de su celda.
Borgia levantó una ceja y paró de masticar su comida al verla entrar sin mediar palabra y con la vista fija en ella.
—No esperaba visitas a esta hora, señora Romanov —habló la doctora bebiendo agua para pasar el bocado que se atoró en su garganta—. Y francamente no la esperaba a usted. Sobra decir que las princesas no bajan a las mazmorras muy a menudo, a menos claro, que tengan que hacerlo.
Lilith no dijo nada, permaneció de pie observándola mientras organizaba sus pensamientos y palabras para la charla. Interrogó a múltiples criminales durante de años, pero jamás se vio en la posibilidad de pedirles ayuda ni de suplicar que salvaran a la mujer que más amaba en la vida.
—¿La señora Ferrara no nos acompañará? —preguntó la doctora.
—Está en un estado de hibernación, con sus signos vitales disminuyendo gradualmente cada dos horas, nadie sabe lo que le pasa desde que EXITIUM-85, la sustancia que creó, entró en su sistema —explicó brevemente—. No me importa lo que ha hecho a este punto, solo estoy aquí porque necesito su ayuda para revertir los efectos antes de que sea tarde.
—Debes de estar desesperada para recurrir a mí —pronunció la mujer de pelo canoso, sin interés en lo que dijo.
—Si le da placer que lo admita, sí, lo estoy —declaró Lilith, con el cuerpo tenso y recto como una roca—. Tengo una hija que necesita a su madre y soy una mujer que necesita de su esposa.
Su rostro no mostraba ninguna emoción, pero su voz, era la clara declaración del desespero, de la angustia por conseguir su ayuda y eso era lo que más deleitaba a Francesca. La mano de Lilith temblaba ligeramente de ansiedad y su mirada petulante era tan solo un lejano recuerdo para la doctora.
—EXITIUM-85 no es letal por sí mismo, una persona tardaría semanas en morir bajo sus efectos —explicó Borgia—. Su función es neutralizar, no asesinar. Esa es la base de su creación, pero desconozco si Velazco realizó modificaciones importantes a lo que yo hice, cualquier desbalance químico o cambio mal hecho a la base de la muestra puede ser mortal, la consecuencia más grave es que se extienda la parálisis a los órganos vitales.
Lilith tragó su saliva, amarga y dolorosa. Bajó la mirada al suelo e intentó disimular el escalofrío que le recorrió el cuerpo.
—Órganos como el corazón, los pulmones o incluso el mismo cerebro pueden ser fatales —retomó Francesca analizando las expresiones de Romanov con cada palabra que decía—. Aysel moriría al instante. Me parece pertinente mencionar que hay una vida en juego y eso amerita que pida algo a cambio de salvarla.
—Lo que sea —respondió Lilith—. Ningún precio es demasiado caro.
La rubia, rendida, conectó su mirada con la de aquella mujer. No importaba lo que tuviera que hacer con tal de tener a su mujer de vuelta, incluso estaba dispuesta a pagar con su propia vida.
—No quiero dinero, si a eso se refiere, señora Romanov —contestó la doctora, con la voz calmada—. Quiero mi libertad. Libéreme de estas cadenas, abra la puerta de mi jaula y le garantizo que tendrá a su esposa de vuelta.
—¿Quiere que la libere para que huya? —preguntó Lilith.
—No, mi señora, huir no —dijo ella—. Soy un ave entrenada, de las que puedes abrirles la puerta de la jaula y tener la certeza de que no se irá. Conozco la lealtad, Lilith, y la mía está con la mujer que espera en la cama de un hospital a que alguien la despierte. Tienen un destino mayor que cumplir, eso lo sé bien y no soy quién para interferir con ese destino. Solo quiero libertad, comodidades y ver a nuestra querida Aysel de vuelta tanto como tú. ¿Tenemos un trato?
Su manera de hablar era casi poética, envolvente y convincente, hasta el punto que podía corromper al más justo para comer los frutos prohibidos, el edén, para guiarlo a la expulsión del paraíso.
—Hecho —pronunció Lilith indecisa de si se podría arrepentir de aquello en el futuro—. Ahora dígame lo que necesito hacer.
—Necesitas recuperar el disco duro con mis investigaciones, la fórmula es lo que necesito para crear un antídoto que revierta los efectos, utilizar únicamente los prototipos tardaría semanas y Aysel no tiene ese tiempo —explicó.
—¿Dónde lo encuentro? —preguntó.
—En mi antiguo laboratorio, es un complejo industrial abandonado que acondicioné para trabajar, dejé todo ahí antes de irme, es cuestión de tiempo para que Hugo busqué ahí lo que necesita para llevarte hasta él —respondió Borgia, con cautela—. Si logras recuperarlo, solo tendré que seguir las instrucciones para revertir los efectos y evitar que Aysel muera.
—De acuerdo —Lilith apretó los puños e hizo una seña para que seguridad abriera la puerta y pudiera marcharse.
Romanov abandono el pequeño complejo y se acercó al jefe de guardia con instrucciones de dejarla en libertad, pero bajo vigilancia, sin embargo, antes de que saliera de la zona, mientras Borgia era arrestada por última vez, escuchó su nombre salir de su boca llamándola.
—Lilith —la nombrada detuvo sus pasos y se dio la vuelta para escucharla—. Las facciones esperan un líder Lilith, si les entregas la cabeza de Hugo, será tuya su lealtad.
—Solo quiero a mi esposa de vuelta —dijo, con el anhelo en la punta de su lengua, escapando por sus labios ante los oídos de la mujer mayor.
—Protege a los que te son leales y mata a aquellos que no antes de que te traicionen, así nadie podrá quitártela de nuevo.
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20 de Marzo de 2024 8:05 am, Ciudad de México.
Lilith Romanov.
—No hay daño neurológico —dijo Francesca Borgia, libre de su celda y las cadenas que la ataban al suelo.
Romanov pudo respirar tranquila tras su declaración, pero esa paz no duró más que unos segundos hasta las siguientes palabras de la mujer que la acompañaba, con su bata blanca puesta y anotaciones en el expediente que Lilith no comprendía.
—Su ritmo cardiaco está bajando gradualmente —explicó.
—¿Está muriendo? —interrogó Lilith con los ojos brillosos, sosteniendo la mano de su mujer, fría y sin fuerza entre las suyas.
Borgia permaneció seria, sin tomarle la importancia real a lo que acababa de escuchar. Miró sobre su hombro a las miradas atentas que seguían sus movimientos y al par de tiradores que estaban listos para jalar el gatillo en caso de que hiciera algo fuera de lo planeado.
—Su corazón podría llegar a detenerse —admitió—. Es un proceso que puede llevar días, incluso semanas, fuera de eso, está bien.
—No puede decir que está bien cuando su vida corre peligro —contestó Lilith.
La punta de sus dedos delineó el límite del pelo de Ferrara, acomodándolo en su curso como un riachuelo, con cada cabello suyo tan suave como la punta de un pincel. Se levantó de su silla junto a su cama para darle un beso, en el centro de la frente y otro en los labios, para finalmente soltar su mano y recoger su chaqueta, colgada en el respaldo de la silla.
—Volveré con lo que necesita para traerla de vuelta —anunció Lilith mientras ponía su arma dentro de su cinturón táctico. Hizo contacto visual con Borgia y dijo—. No olvide su parte del trato, porque si no recupero a mi esposa, ella no será la única en perder la vida.
—¿Me está amenazando, señora Romanov? —habló Borgia.
—Es un recordatorio, nada más.
Romanov partió hacia la salida donde la ya esperaba su equipo completo y un escuadrón más de voluntarios que la siguieron hasta el estacionamiento donde se encontraban los vehículos blindados y armas de asalto listas para partir.
—Los líderes de los clanes criminales del país esperan una respuesta —declaró Madelayne tratando de seguir el ritmo de los pasos de Lilith—. Necesitan saber si alguna de ustedes está en posición de unificarlos y liderar la siguiente gran mafia mexicana.
—Diles que tendrán su respuesta cuando yo tenga la cabeza de Hugo en una bandeja —contestó Lilith sin siquiera mirarla a los ojos.
Mads cerró la puerta del Panhard ultrav M11 de Lilith para subir a su propio auto. Sin embargo, sin que la rubia lo esperara, un rostro conocido se sentó a su lado con una mirada de arrepentimiento y armada con una M4.
—No pedí tu presencia aquí, Navarra —le recriminó.
—Estoy viva gracias a la mujer que decidió arriesgarse a sí misma para salvarme —contestó—. Déjame devolverle el favor.
Romanov la miró fría, con esos ojos de abismo fijos en su presencia que consumían en un rencor moderado a Cristina. No podía hacerle frente a la mirada de Lilith, así que bajó la suya doblegándose ante la rubia. Ella no dijo nada, pero no la sacó del auto.
Poco importaba ya si llamaban la atención con vehículos blindados de color negro, con armas visibles y uniformes militares ausentes por las calles de la Ciudad de México. Sus equipos de reconocimiento siguieron la pista de Hugo hasta un desconocido laboratorio entre los límites de la Ciudad de México y el Estado de México, en un complejo industrial camuflado como una fábrica de manufactura. Romanov estudió su blanco con cuidado, tres pisos superiores y dos subterráneos, con seguridad en los dos accesos y guardias regulares cada 10 minutos por cada pasillo del complejo, que albergaba un total de 120 elementos bien armados.
—No quiero ni una sola bala en nada que no sea un cuerpo —advirtió antes de entrar—. No sabemos lo que hay dentro, así que tengan cuidado, porque si morirnos, los buscaré en el infierno para volverlos a asesinar.
Descendieron de sus vehículos a pocas cuadras de la zona, formando un perímetro seguro, cada persona se colocó una máscara de gas y se dividieron en dos grupos, con dos oleadas de tiradores en cada uno que se encargarían de tomar el lugar.
La primera oleada soltó bombas de gas y darlos paralizantes como ofensiva de, los cuerpos cayeron uno a uno, mientras una segunda oleada de tiradores, dentro de los que se encontraba Lilith, disparaban balas con silenciadores, terminando con las vidas de los que estaban en el suelo. Borgia había conseguido acelerar los efectos de su propia creación consiguiéndoles una ventana silenciosa de tiempo que iban a aprovechar al máximo.
Lilith avanzaba entre la muerte y los destellos de disparos, acertando cada bala en las cabezas de sus oponentes y empujando con sus botas los bultos de carne y sangre que le estorbaban hasta que el primer piso estuvo silenciosamente limpio. Romanov dirigió un tiro de gracia a uno de los sujetos que se ahogaba con su sangre y moría, ya que, en lugar de recibir el gas, solo le dispararon a los pulmones. No, no quería facilitarle la partida, simplemente estaba harta de escucharlo, jadear y escupir la sangre que lo mataba cuando ella estaba intentando concentrarse en limpiar las gotas de sangre que tenía en la cara con el reflejo de un cilindro de metal.
—Tenemos un problema —dijo Madelayne desde el otro lado de la habitación, junto a los restos de cilindros enormes cuyo contenido era desconocido, pero estaban conectados a los ductos encima de sus cabezas y a los niveles superiores—. Es una bomba.
—Gracias por decirme, casi no me doy cuenta —respondió quitándose la máscara de gas cuando los efectos de este terminaron.
Romanov se acercó silenciosamente hasta su posición para ver el artefacto que destellaba con una luz roja y explosivos conectados por varios cables. El reloj marcaba unos 20 minutos al final de los cuales, todo el complejo desaparecería.
—Es nitroglicerina —explicó Matías—. Es muy inflamable, tanto a la fricción como al impacto, hicimos bien en no disparar a nada que no fueran cuerpos.
—En ese caso, la explosión se maximizaría cientos de veces más, sería similar a un infierno de fuego —explicó Madelayne.
—Tenemos que evitar la fricción, el calor y el impacto lo más posible —sugirió Matías.
—¿Eso qué significa? —preguntó Navarra, incrédula mientras recargaba.
—Que se acabaron las balas —declaró Lilith—. Vacíen sus cargadores, tendremos que hacer esto con nuestras propias manos.
Romanov dejó sus cargadores en el suelo junto a sus armas y sacó de sus costados los cuchillos tácticos que había tomado de las pertenencias de su esposa, los mismos que le había dado como regalo para protegerse, ahora los empuñaba ella.
—Despejaremos los siguientes dos pisos en silencio —habló—. Dardos permitidos, sin armas de fuego. Mads, trata de desactivar la bomba, si no es posible evacuen la zona, no quiero más muertos en mi morgue. Navarra y Matías, despejarán los pisos subterráneos, lleven a toda la seguridad hasta ahí y aniquílenlos, no quiero sorpresas. Yo me encargaré de Hugo y de recuperar el disco duro de Borgia.
—¿Borgia te dijo dónde está? —interrogó Navarra.
—En el tercer piso —declaró Romanov—.
Lilith sacó la misma pistola de inyección con la que hirieron a su esposa, la misma que Hugo dejó en la escena antes de huir, la cargó con los dardos paralizantes necesarios, programó su reloj con el tiempo de la bomba y encabezó el despeje de los dos pisos siguientes completamente sola.
El segundo piso, a diferencia del primero, había dejado su camuflaje atrás y se veía como una instalación química controlada, con cerrojos de seguridad biométrica, luces y paredes blancas y vidrios reforzados que permitían observar todo lo que resguardaba el interior.
El ambiente se hacía cada vez más frío y los hombres comenzaban a escasear en los pasillos cuando recibieron el código por radio de que debían encontrarse en los pisos inferiores, utilizando las escaleras de seguridad para descender donde ya los esperaba una emboscada.
Tendría que subir un piso más para llegar al laboratorio de su nueva aliada, pero dos hombres, robustos y armados, se interponían en su camino, así que hizo uso de una de sus mejores armas, su encanto mismo. Usó una de las batas blancas colgadas en un laboratorio y corrió hacia la entrada hablando ruso como una científica desesperada e inofensiva. Los hombres que custodiaban no esperaron que dos cuchillos terminaran en sus gargantas en cuestión de segundos.
Lilith se quitó la bata con las mangas carmesí por la sangre y utilizó las huellas dactilares de uno de ellos para abrir la cerradura biométrica del lugar que abrió sus puertas pocos segundos después, desvelando la macabra sonrisa en el rostro desfigurado de Hugo. Él ingresó una bala en el cilindro de su Colt Python plateada de seis tiros y lo giró.
—Te estaba esperando —dijo él apuntándole con el arma a punto de tirar el gatillo y en su otra mano, el disco duro externo con el nombre de Borgia grabado en la superficie—. ¿Vienes por esto no?
—¿Vas a jugar así de sucio, imbécil? —contestó.
Él sonrió, levantó el seguro y disparó ante la mirada fría de Lilith.
—Bam —dijo con el sonido vacío de una bala en la recámara—. Ya es hora de que alguien de nosotros se vaya al infierno.
—¿Quieres jugar a la ruleta rusa antes de matarme?
Comenzó a reírse como un maniaco y bajó el arma ante los ojos de Lilith, se detuvo un momento y luego disparo a su costado, contra al hombre escondido que pretendía tomar por sorpresa a Romanov.
—No, no quiero más juegos —dijo y sacó su propio cuchillo, con una empuñadora de marfil y oro, un obsequio de Victoria—-. Esto es entre tú y yo.
Lilith reveló detrás de su espalda el cuchillo que había atravesado el abdomen de su esposa tres años atrás y los dos titanes aceleraron sus pasos en una colisión caótica que interpuso golpes, patadas y el filo de sus armas, cortando el aire en lugar de sus cuerpos. Ella le cortó la desfigurada mejilla y él tocó su sangre con la punta de sus dedos.
—¿Vas a hacerme lo mismo que Aysel? —preguntó asechándola como un animal mientras ambos guardaban la distancia de una circunferencia entre sus pasos, sin despegar la vista del otro y sin bajar la guardia.
—No, ella hizo un excelente trabajo con tu rostro —contestó—. Te hizo un favor porque siempre fuiste muy feo.
Hugo se lanzó a ella con un golpe, su rodilla golpeó sus costillas mientras la punta de su cuchillo se clavaba en su hombro derecho provocando que ella soltara el suyo. Lo empujó con todas sus fuerzas y su cuerpo chocó con uno de los cilindros delgados y altos, sostenidos del techo por un sistema de sogas delgadas, derramando la nitroglicerina en el suelo y sobre los pantalones de Hugo.
Él volvió a la pelea a puño limpio abalanzándose sobre ella para hacer uso de su evidente ventaja de la herida sangrante en el brazo derecho de Lilith. Lo embistió contra el suelo y él consiguió darle la vuelta provocando que fuera el cuerpo de la Romanov el cual terminara en el piso con un fuerte impacto. Lilith golpeó su entrepierna y lo empujó con los pies para quitárselo de encima en lo que lograba recuperarse. El cuerpo de él quedó más empapado de ese líquido grasoso de color amarillento y le devolvió la puñalada cuando lanzó el cuchillo del suelo directo a su pierna en una artería.
Un grito doloroso rozó la garganta de él mientras luchaba para ponerse de pie. Su pecho subía inquieto por el dolor, sus ojos miraban la herida mortal en su pierna y luego miraron a Lilith.
—Vamos, perra —la retó, consumido por el dolor—. Termínalo. ¿O te faltan huevos?
Ella suspiró, erguida y sin pesar quitó el arma clavada en su brazo, su sangre cayó en pequeñas gotas al suelo, escurriendo por toda a extensión de su brazo y lo miró.
—¡Vamos! —gritó—. ¡Mátame, perra!
—No —dijo ella—. Prefiero prepararte para el infierno.
Lanzó el arma hacia la soga principal que sostenía el cilindro con la sustancia y el contenido baño a Hugo por completo, miró a su lado el arma con la que Hugo le había apuntado, revisó la recámara vacía y colocó una de las balas qué encontró en el piso, junto al disco duro. Giró el revolver y le apuntó a él. Su mirada era fría, como si esperara su muerte en ese instante, pero en su lugar, no hubo detonación, pues la recámara estaba vacía.
—Fallaste —dijo él con una sonrisa mientras intentaba detener la hemorragia en su pierna.
—Yo nunca fallo —disparó nuevamente, pero en esta ocasión entre las piernas de Hugo, donde un charco de nitroglicerina encendió rápidamente y lo cubrió en un mar de llamas.
Su cuerpo era cubierto por el fuego, el calor consumía su carne mientras sus gritos de desespero desgarraban su garganta. Lilith vio a ojos a la masa de carne quemada y lo miró a los ojos por última vez.
—Bienvenido al infierno, bastardo.
Salió corriendo del interior dejando atrás una mano extendida que clamaba por su ayuda. Bajó corriendo las escaleras que subió con tanta cautela mientras escuchaba en la comunicación radial los anuncios de retirada. Miró su reloj con los escasos segundos programados para salir del edificio y atravesó la entrada del complejo antes de que el contador llegara a cero.
Del primer al último piso, el edificio fue consumido por una explosión que la empujó hacia el suelo con su onda expansiva mientras las nubes se alzaban como un hongo varios metros en el cielo. Todo lo que lograba escuchar era un pitido agudo y prolongado mientras su propia gente la arrastraba fuera de la zona.
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20 de Marzo de 2024 9:37 pm, Ciudad de México.
Lilith Romanov.
Borgia no había parado de moverse en el pequeño laboratorio desde su llegada. Revisaba sus archivos, la composición de sus propias sustancias y el estado de Aysel al mismo tiempo. Su mujer permanencia dormida, como si no lo hubiera hecho en meses o incluso años, y Lilith no podía dejar de pensar en lo que sería perderla.
Entró al laboratorio silenciosamente y se sentó al lado de la cama, sin importunar a la inquieta doctora que preparaba una solución en un recipiente y buscaba una jeringa para aplicarla. No podría cargar a su hija hasta que su herida sanara y tampoco podría verla de nuevo a los ojos si su madre no despertaba porque en los ojos de Levana, estaba Aysel. Su alma vivía en los tonos dorados y castaños endulzados por el dorado miel, una mezcla de felicidad y belleza pura.
—¿Va a tardar más? —preguntó a la doctora.
—La paciencia es don de sabios, señorita Romanov —habló Borgia—. Normalmente, Oliveira se encargaría de esta parte, pero debido a que está en coma por las puñaladas de Maite, parece que su labor ha quedado en mis manos.
Borgia hizo contacto visual y luego sus ojos se percataron en el vendaje de su brazo.
—Eso debe doler mucho —pronunció y Lilith no tenía ánimos de responder, pero lo hizo.
—Es soportable —dijo la rubia restándole interés.
—Cualquier dolor, por mínimo o considerable que sea, es importante, señorita Romanov —dijo Borgia—. Es un mecanismo de esencial para seguir con vida, protege, alerta y regula el cuerpo para mantenernos sanos y prevenir futuros daños. Por eso siempre me ha intrigado el dolor en las personas, especialmente el que no se puede ver, a menos que sepas reconocerlo en las personas.
—¿Y ese es? —interrogó Lilith.
Francesca se detuvo ante su pregunta, con la jeringa en sus manos llena de un líquido amarillento. Se acercó hasta la cama de Aysel y contestó.
—Es como el que veo en sus ojos después de que llegara con Aysel paralizada, una hija pequeña y un futuro truncado por dos personas que debieron asesinar hace mucho tiempo. Apuesto que ese dolor es más profundo, tal vez se remonta a la etapa de su vida cuando huyó de casa y terminó en las manos de un sujeto que decía amarla, pero destruyó cada parte de usted, la usó y dejó que otros la usaran —habló Francesca con la mirada fija en ella—. Y luego estaba dispuesto a venderla a Ethan como una presa, para que el desquiciado asesino la hiciera una de sus víctimas, pero ese dolor se convirtió en ira y eso fue algo que Velazco no pudo ignorar, el componente que la hizo mejor que el descuidado Hugo qué encontró su muerte en sus manos.
Romanov no quería que la viera titubear, así que le sostuvo la mirada fría qué había pulido en todos esos años, hasta que Francesca cambió su semblante y entonces continuó con lo que hacía.
—Claro que eso es solo una de mis teorías sobre su caso —despejó el antebrazo de Ferrara y clavó la aguja en su piel para administrar el contenido de la jeringa—. No tiene por qué tomarlo como la verdad absoluta.
El ritmo cardíaco de Aysel se volvió más fuerte al paso de unos cuantos segundos, sus signos vitales en el monitor alcanzaron los parámetros normales y entonces despertó, como una bocanada de aire fresco, como si se estuviera ahogando en sus sueños, se levantó con una dosis de adrenalina qué hizo reaccionar a todos sus músculos del cuerpo.
Estaba desorientada y acelerada hasta que vio a Lilith, extendió su brazo tembloroso hasta ella, quien la tomó de los hombros y le sugirió volver a recostarse.
—Lilith, Hugo... —intentó hablar agitada, pero su esposa la detuvo.
—Shhh, tranquila —le dijo acariciándole el pelo—. Ya no te tienes que preocupar por eso, él murió.
Romanov respiraba tranquila al verla de vuelta, pero ella la miraba con confusión sin entender el contenido de sus palabras. La observó con más claridad y vio su brazo herido.
—¿Qué te pasó? —preguntó—. ¿Qué fue lo que pasó?
Aysel miró a Borgia, con una bata blanca y los brazos entrelazados detrás de la espalda admirando la escena.
—Aysel —Romanov dijo su nombre—. Hay cosas que tienes que saber.
.
Esto se siente como hacer un trato con el diablooo, esperemos que no me regañen por esto
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