Capítulo 47: Epítome
Epítome; que personifica, encarna o representa otra cosa.
08 de Enero de 2024 1:00 pm, Ciudad de México.
Aysel Ferrara Ávila.
Sus manos, concretamente sus nudillos, volvían a estar cubiertos de pequeñas cortadas y marcas de impacto que lucía su piel como marcas de su propia guerra. Un combate que se extendía por sus pómulos lastimados y la grieta en su labio inferior que dejaba asomar por las orillas el carmesí de su sangre.
El sabor a metal en su lengua, mezclado con su saliva y el sabor amargo de tener que mantener la calma, eran un pesado trago que saboreaba minuto a minuto. El aro de las esposas comenzaba a irritar la piel por debajo de las mangas de la camisa blanca manchada por pequeñas gotas de sangre que en su mayoría no eran suyas.
La policía había sido suave con Lilith, era extranjera y eso intercedió por ella en forma de un trato preferencial para reducir los roces internacionales, pero en su caso, era muy diferente. Sus captores se ensañaron con ella y podía idear la razón por la que la intentaron agredir en las celdas compartidas donde se detuvo y la riña a la que tuvo que enfrentar con sus puños sin más.
Aysel se miró en el espejo de doble vista. Estaba siendo observada, de eso no había duda alguna, pero cuando los investigadores entraron a la sala de interrogatorios, despejó las ideas de su mente y les prestó atención a sus cuerpos erráticos y pasos agobiados que no podían ocultar.
El insomnio de su vida les había pintado dos huecos bajo sus ojos, el cigarro pintó sus dientes de amarillo y las largas horas de investigación habían esculpido sus espaldas encorvadas.
—Acusada de los delitos de lesiones, homicidio, estafa, falsificación, lavado de dinero, tráfico de estupefacientes, malversación, corrupción, tráfico de armas —el investigador se detuvo—. Vaya, su lista de delitos rivaliza con la de su esposa.
—Parece que somos competitivas —respondió con un tono frío y burlesco que parecía un insulto.
—Falta agregar a la lista que apuñaló a uno de los custodios —señaló él.
—En defensa propia —se defendió con el rostro como una piedra.
—Aysel Ferrara Ávila, nacida el 8 de septiembre de 1990 en la Ciudad de México, hija de padre italiano y madre mexicana —comentó leyendo el expediente—. ¿Cómo es que la hija menor de un matrimonio de clase media alta terminó inmiscuida en tanta porquería? ¿En serio tiene la valentía de presumirse inocente de todo?
—No soy culpable —admitió.
—Las pruebas indican lo contrario, señora Ferrara. Y si usted ofrece una confesión en estos momentos, podríamos reducir unos años su sentencia y lograr que por lo menos pueda ver a su hija dos veces a la semana.
Ferrara soltó una corta risa nasal mientras desviaba la mirada hacia el borde de la mesa, acomodándose debajo de esta, las esposas que le lastimaban.
—Qué gentiles —habló con el hartazgo en su voz.
—Señora Ferrara, debo recordarle que está por afrontar un proceso judicial, debería de cuidar sus palabras.
—Y ustedes deberían de saber para quién en verdad trabajan —señaló—. Las personas que no dudarán en sacrificar sus cabezas para salvarse.
Ferrara miró al espejo, no se trataba de su reflejo, sino de quien estaba detrás de la barrera antibalas que caía como un manto protector entre ella y Aysel.
—El control no siempre está a su favor y pensar que este tipo de justicia o, mejor dicho, venganza, es la solución a todo, es un error —Ferrara no se dirigió hacia los investigadores presentes—. ¿O no es así, Victoria...?
Los ojos al otro lado del cristal se abrieron con algo de impresión. Ferrara no necesitaba ver su rostro para saber que estaba ahí, en el debilitado estado de su cuerpo deteriorado por los medicamentos. El insomnio victimario de sus ojos y los fármacos que redujeron su peso a una estructura delgada y débil que apenas podía mantenerse en pie.
Atravesando su rostro, una cicatriz como una herida abierta desde su caída, causada por las manos y las personas que ahora pretendía entregar a la justicia, corrompida por ella misma.
—Es buena —comentó el hombre desfigurado a su lado.
—La creamos para que lo fuera —contestó Victoria—. Ese fue nuestro error, Hugo.
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29 de Diciembre de 2023 11:15 am, San Juan de los lagos Jalisco.
Aysel Ferrara Ávila.
(Días antes del arresto)
—Gracias por aceptar esto, abuela —habló Aysel sentándose al lado de la anciana y su esposa mientras observaban a la pequeña jugar con el bastón de Doña Josefina.
Levana aún era demasiado débil para levantar por completo el pesado trozo de madera resistente que mantenía los pasos de la mujer mayor, pero, aun así, lo intentaba levantar imaginando qué era un cetro ceremonial y ella una maga capaz de hacerlo todo con dicho cetro.
—No hay problema, tener a mi niña favorita siempre es un deleite —contestó con una sonrisa dulce mirando a la pequeña.
—Parece que ya te quitaron tu lugar, cielo —Lilith resaltó sus palabras y la obvia preferencia de Doña Josefina por Levana.
—¿No era yo tu favorita, abuela? —preguntó Ferrara alzando una ceja.
—No. Ahora lo es mi güerita preciosa —contestó Doña Josefina mirando a la pequeña acercarse a ella con su bastón. Le acarició el pelo rizado y rubio y levantó su rostro para mirar sus ojos, el mismo color de los de Aysel—. Ella tiene lo mejor de ambas. El pelo de la flaca y tus ojos.
Ambas sintieron una dulce sensación en el pecho. Sus corazones se llenaron de un orgullo que no podían distraer. Levana era el ser más puro de la tierra y se encargarían de que su vida no se corrompiera como las suyas.
—¿Cuánto tiempo van a quedarse? —preguntó Doña Josefina.
—Nosotras no mucho —respondió Lilith—. Tenemos problemas en la capital que requieren de nuestra atención. Estaremos aquí hasta año nuevo y luego Aysel y yo regresaremos a la ciudad.
—Levana se quedará —afirmó la mujer mayor.
—Sí, el tiempo que sea necesario —contestó Ferrara cabizbaja.
La mano delgada y huesuda de su abuela se colocó sobre su hombro y viajó hasta su espalda para ofrecerle algo de consuelo como cuando era niña y lloraba sobre sus muslos en silencio, tratando de ser lo menos ruidosa posible. Al mirar a Lilith, vio en su rostro la misma expresión que tenía Aysel. Ambas eran víctimas de la desgastante preocupación.
—Saben que pueden contar conmigo para todo —señaló la señora—. Incluyendo las partes que no van del todo con la ley.
—Agradecemos la oferta, abuela, pero podemos encargarnos de ello —contestó Aysel.
—Tal vez necesitan ayuda más que terrenal, algo de protección no les vendría mal.
—¿Qué? —pronunció Lilith—. Doña Jose, con todo respeto, no creo que algo espiritual nos pueda ayudar a esquivar balas o encerrar a dos criminales.
La nombrada la miró de forma desaprobatoria. Romanov se arrepintió de haber pronunciado muy rápido su comentario sin haberlo pensado primero. Miró el bastón de Josefina, con temor de que alguno de sus golpes se dirigiera hacia ella.
—Sería bueno si empiezan a luchar por todos los frentes —dijo—. Incluso aquellos en los que no creen.
Miró directamente a Lilith. La mujer desconfiada supo que no podría convencerla de lo contrario, Aysel ya estaba resignada a esa idea y lo único que le quedaba era aceptar lo que su abuela decía y subir a su camioneta.
El camino fue relativamente corto al pueblo, pero ese no era el destino al que se dirigían, pues después de atravesarlo, llegaron a la carretera y condujeron poco más de treinta minutos hasta encontrar una desviación, un camino de terracería rodeado por palos rectos y un escaso alambre de púas qué constituía una para nada segura delimitación además de los árboles frutales qué embellecían el terreno por sí solos. El pasillo era largo hacia la propiedad, una casona antigua, con la pintura exterior opaca por el sol y una enredadera alrededor de la puerta principal y la ventana izquierda de la casa.
No hizo falta que bajaran del auto para que la única habitante de esa casa saliera a recibirlas. Aysel creía recordarla, era una mujer pequeña y delgada, con una sola línea de canas en el pelo y las manos repletas de anillos. Esa mujer, le había dicho que estaba embarazada casi dos años atrás, antes de que supiera que Levana llegaría al mundo.
—¿La conoces? —le preguntó Lilith al notar su expresión de sorpresa.
—Es la mujer que me dijo que estaba embarazada cuando creí que habíamos perdido al bebé —susurró la pelinegra al oído de su esposa.
Lilith no pudo disimular su desconcierto ante las palabras de su mujer, mientras Doña Josefina saludaba a la señora con un apretón de manos y un beso en la mejilla. La señora, de pelo azabache y cano, la miró fijamente, tomadas de la mano y alerta de lo que pudiera pasar.
—Patroncita, ¿Cómo está la niña? —se dirigió directo a Aysel—. La pequeña güerita igual a su madre.
Ferrara se quedó sin palabras, solo se habían visto una vez en la vida, pero la miraba como si la conociera de toda la vida. La pareja miró a Josefina para preguntarle con una mirada silenciosa si ella le había proporcionado esa información, pero para sorpresa de ambas, ella lo negó.
—Su nombre es Levana —dijo ella—. Rubia como Lilith, pero tiene sus ojos, patroncita.
Su declaración bastó para terminarlas de convencer y entrar a la casa. De las paredes colgaban múltiples símbolos y máscaras de dioses prehispánicos, tenía hierbas en una esquina y una mesa redonda en el centro con varios caracoles y velas. Las tres se sentaron en la mesa con Juana, ese era su nombre, y ella encendió un sahumerio, compuesto por salvia, lavanda, romero, rosas y otras hierbas y flores que Aysel no lograba reconocer.
—¿Qué hace? —preguntó Lilith desconcertada.
—Creo que nos está limpiando —contestó Ferrara.
—Pero eso es solo humo, ¿Cómo que limpiando? —contestó la rubia.
—El sahumerio limpia espiritual y energéticamente. Debe hacerlo antes que cualquier otra cosa, no quiere que la energía en ustedes esté contaminada al tiempo de leerlas.
—¿Leernos? —repitió Aysel.
La mujer habló en Náhuatl, una lengua que Doña Josefina entendía, pero la pareja no. Juana extendió sus manos hacia ellas y Josefina tradujo lo que le dijo.
—Ella dice que deben tomar sus manos, una cada una —explicó—. Y que confíen.
Ferrara y Romanov compartieron miradas de duda y las dos se dieron la mano, la misma donde usaban sus anillos de bodas. El tacto de la señora era áspero y frío, al tocarla sintieron una pequeña sensación de tranquilidad seguida por una descarga eléctrica que les recorrió en un cuarto de segundo el cuerpo. La mujer cerró los ojos y empezó a hablar en Náhuatl, como si estuviera conversando con alguien que no podían ver ni escuchar.
Abrió los ojos abruptamente y las soltó al mismo tiempo. Contrajo sus manos en su cuerpo y las miró desconcertada, esa mujer que parecía saberlo todo, ahora las miraba como un absoluto misterio. Volvió a hablar, con un tono tembloroso esta vez.
—Juana dice que hay algo en ustedes que nunca ha visto —tradujo—. Algo más poderoso que ustedes mismas.
—¿Puedes preguntar a qué se refiere? —dijo Aysel y su abuela tradujo sus palabras.
—Hueliti —dijo la misma Juana—. Significa poder.
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29 de Diciembre de 2023 5:16 pm, San Juan de los lagos Jalisco.
Lilith Romanov.
—¿No crees que es extraño lo que dijo la anciana? —preguntó Lilith mientras cargaba sin esfuerzo la canasta con refrigerios qué habían llevado a su picnic.
—En realidad no entiendo lo que quiso decir —contestó Aysel—. Tal vez solo sea buena adivinando o viendo cosas, como la vez que me tocó el vientre y supo que estaba embarazada.
Ambas siguieron caminando por el terreno verde y los árboles hasta llegar a una zona cerca del pequeño riachuelo de agua clara de la propiedad. El agua provenía de las montañas cercanas y dotaba al rancho de Doña Josefina de agua cristalina qué reverdecía los alrededores. Hacía mucho que no tenían un momento a solas entre los problemas con Victoria, Borgia y su vida familiar que comprendía a Levana. Ellas le amaban sí, pero también extrañaban tener un tiempo a solas para enfocarse en su papel de esposas, dejando de lado el de madres.
—Hablando de eso, ¿Por qué no me lo dijiste cuando pasó? —preguntó Lilith.
—Las cosas eran difíciles, amor —habló Ferrara—. Creíamos que habíamos perdido el bebé, estábamos por casarnos y todavía teníamos cierta tensión con tus padres, definitivamente no fue el mejor escenario para contarte lo que yo creí solo era un comentario fuera de lugar de una desconocida. Aunque, siendo sincera, tuve mis dudas acerca de eso en la mañana después de nuestra boda, cuando tenía náuseas.
—Eso significa que soy muy efectiva —Lilith sonrió de oreja a oreja.
Ferrara extendió la manta sobre el suelo y Lilith colocó la canasta sobre la superficie cubierta. Colocó sus manos sobre su cintura y admiró a su alrededor. Sol, árboles, el sonido del pequeño lago y de las ramas crujiendo como el viento y a su lado, su esposa. Tal vez había sido el collar que llevaba Aysel ese día, que se abría paso entre sus senos, o los botones sueltos de la camisa blanca qué no se había tomado el tiempo de abotonar, tal vez fue la leve inclinación de su pecho al inclinarse para buscar algo dentro de la canasta, cualquiera que fuera la excusa, Lilith terminó viéndole los senos.
—¿Perdiste algo? —preguntó Aysel con una sonrisa en sus labios ante la mirada atónita de Romanov.
—Disculpa, ¿qué dijiste? —repitió la rusa volviendo al plano astral después de perderse en el sendero entre los atributos de su esposa.
La pelinegra extendió su mano hacia Lilith, conduciéndola a sentarse junto a ella, de frente, con sus muslos sobre los suyos en una posición cómoda que les permitiera besarse un rato.
—Hay algo que tengo que decirte —advirtió la rubia—. Qué debí decirte antes.
El sol de la tarde confabulaba con su esposa. Su pelo, sus ojos, su sonrisa y su piel se veían extraordinarios debajo de ese baño dorado qué sobre ellos caía. Romanov le tomó el rostro recorriendo con sus dedos las líneas naturales del astro del cielo, conectada con los iris dulces y encantadores de Aysel, se dejó llevar por la mujer hipnótica delante de ella.
—Tenemos una hija maravillosa —habló—. Tú me diste una hija maravillosa, me diste las más grandes felicidades en mi vida y aunque no supiera de su existencia en un principio, la amé, desde que era un pensamiento, una idea que alguna vez estuvimos desnudas en la cama sintiendo que lo teníamos todo. Amo tanto a nuestra hija como te amo a ti.
—Lo sé —contestó Ferrara—. Lo puedo ver en tus ojos cada vez que miras a Levana o me miras a mí. Por eso nunca he tenido ni una sola duda de que eres la mujer con la que quiero pasar el resto de mi vida, Lilith.
La rubia le rodeó el cuello con una de sus manos, la extensión de esta se acoplaba perfectamente a su piel y a su cuello. La atrajo hacia sí para robar de sus labios un fino toque de éxtasis qué se transformó en un beso apasionado. Aysel encajaba perfectamente en ella, sus manos, sus labios, su presencia, su amor, simplemente ella encajaba en su mundo como designio del destino.
—Si esto no es el destino, entonces no sé lo que es —Lilith se separó de Ferrara con el aliento rozándole.
—A estas alturas no me importa —contestó Ferrara recorriendo con sus manos, su espalda, las zonas sensibles qué provocaban pequeños espasmos en Lilith—. Hagamos algo.
—Lo que tú quieras —Romanov se sometió a los deseos de su esposa completamente mientras vacilaba con el borde de su camisa.
—Quedémonos hasta año nuevo, disfrutemos estar aquí y luego nos preocuparemos por lo que venga.
—No podría estar más de acuerdo con usted, señora Romanov —dijo la rubia a su esposa y le abrió la camisa de un tirón—. Porque por ahora solo quiero enfocarme en dos cosas. ¿Puedo...?
—¿Llevártelos a la boca? Claro que sí.
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31 de Diciembre de 2023 11:50 pm, San Juan de los lagos Jalisco.
Lilith Romanov.
El año nuevo llegó antes de que las dos pudieran dimensionarlo. La mesa alargada colocada en el jardín central de la propiedad de Doña Josefina se extendía por varios lugares, añadiendo a los amigos de la familia, quienes habían llegado a Jalisco para celebrar y pasar el día con ellas.
Comida mexicana, varios tipos de alcohol y los fuegos artificiales que la misma matriarca de la casa había planeado para el disfrute de su bisnieta, a quien veía con una mirada enternecida rivalizando con su propia hija por convertirse en su abuela preferida pese a ser la bisabuela.
Todos brindaron cercana la medianoche, compartieron un abrazo y posaron sus sillas en una línea apuntando hacia el espectáculo de fuegos artificiales que se proyectaron en el cielo oscuro como luces destellantes de colores que se reflejaban en los ojos de todos los presentes, en los hermosos iris de Aysel que Levana había heredado. Al mirarla, Lilith veía a su esposa y a sí misma en la niña, tan pequeña e inocente sobre los brazos de su madre mientras los destellos de colores le iluminaban los rizos dorados.
Sin darse cuenta, Doña Josefina se acercó a ella al final de la noche, colocó su mano sobre su hombro llamando su atención. Lilith la miró, con un rostro tranquilo, lleno de convicción por lo que estaba por decir.
—Cualquier cosa que pase —dijo la señora—. Siempre van a tener un hogar aquí.
En los labios de la mujer mayor se iluminó una sonrisa de dicha. Miró a Aysel y a Levana, la primera alentando la emoción de su hija ante el espectáculo en el cielo mientras la niña sonreía fascinada por lo que presenciaba.
—A veces tengo miedo de perderlas —confesó Lilith—. Es un temor que me despierta por las noches y me hace revisar si Aysel está a mi lado y Leva en su cuna.
—Tienes miedo —dijo Josefina—, pero lo que siempre he admirado de ti es que eso no te paraliza. Todos los días, te haces la fuerte por ellas sin darte cuenta de que hacen lo mismo por ti.
Josefina dirigió su mirada hacia ellas y luego apretó ligeramente el hombro de Lilith.
—Estarán bien —afirmó sin ninguna duda—. Todas ustedes.
—¿Por qué lo dice con tanta seguridad?
—Porque ustedes han hecho más de lo que otras personas conseguirían —habló con calma, saboreando las palabras en sus labios—. Ustedes son la clave en su propio enigma.
Los fuegos artificiales alumbraron el cielo por un rato más como símbolo de la libertad que se sentía tan cerca y alcanzable, pero al mismo tiempo lejana al toque de sus manos. Aysel había regresado a su habitación pasada la medianoche, con su hija en brazos, completamente cansada de jugar y de ir de un lado a otro por la propiedad de Doña Josefina. Ferrara la recostó en su cuna, esculpida por la misma Josefina como un regalo, la arropó y le acarició el pelo mientras la miraba recargada sobre el borde de madera.
Sus manos reposaban sobre el borde de manera elegante como si supieran la posición correcta para acomodarse en silencio y observar a la pequeña pacíficamente dormir mientras Romanov las observaba desde la entrada de la habitación con únicamente la luz de la ventana, permitiendo la visibilidad.
—¿Has pensado en cómo será cuando crezca? —preguntó Aysel en voz baja—. Claro, sé que será una copia tuya, igual de bonita que tú, pero últimamente suelo pensar en cómo será verla crecer, cuando ya no nos necesite para ir a todos lados, cuando sea joven, tenga su primera cita, se enamore por primera vez o vaya a la universidad.
Romanov se acercó hasta su esposa, a unos pasos de su espalda, con una corta distancia para envolverla entre sus brazos.
—Hay días en los que siento que no viviré lo suficiente para ver todo eso —soltó Ferrara con un suspiro.
—Lo harás —afirmó la rubia apoyándose en sus hombros—. Ambas lo haremos. La veremos crecer y ser feliz el resto de nuestras vidas. No tienes porqué preocuparte por eso.
—Creo que preocuparme es parte de mí —habló Aysel—. No puedo permanecer con la mente apagada mucho tiempo. Siempre tengo que estar un paso delante de todo y francamente, me gustaría parar un momento.
—Aysel —llamó su nombre tomando su rostro entre sus delgadas manos, con un pulso firme—. Mírame y escúchame. Vamos a salir de esto. Confía en mí.
—Confío en ti.
La pelinegra se refugió en sus brazos, en el hueco que hacía la curvatura del cuello de la rubia, encontrando consuelo en la sensación de su corazón latente en su pecho y las manos que le acariciaban la espalda con firmeza.
—Quiero decirte algo —advirtió Ferrara.
—Lo que sea —confirmó Lilith—. Te escucho.
—Quiero intentarlo.
Los ojos de Romanov se abrieron con sorpresa y se separó de su mujer para verla directamente en el rostro. Ferrara no mentía en sus palabras, ya era una decisión tomada.
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11 de Enero de 2024 7:40 pm, Ciudad de México.
Maya Gómez.
Le era difícil fingir sorpresa al estarle quitando las esposas a la pareja después de su largo arresto en la fiscalía, qué no había conducido a nada debido a que las pruebas se habían declarado insuficientes para proceder a un juicio formal y ahora la fiscalía afrontaba una demanda por parte de Ferrara por daños, perjuicios y agresión en las instalaciones de justicia qué fácilmente se podían apreciar en sus heridas en el rostro y en los nudillos.
No sabía con exactitud lo que se tenían entre manos, pero las liberó de la presión plateada en sus manos y la pareja tenía la frente en alto pese a que por la puerta principal una multitud de reporteros las esperaba. Justo en el cumpleaños de Lilith, salir de la cárcel era un buen regalo para ese momento, aunque no pudiera ver a su hija.
—No sé cómo hicieron esto, pero está funcionando muy bien —susurró Maya mientras las escoltaba afuera.
—Aunque me encantaría atribuirme el crédito, temo que es de nuestra nueva aliada Borgia —comentó Lilith en el mismo tono de voz.
—¿Borgia? ¿La mujer que experimentó con ustedes? —repitió Maya incrédula.
—Esa misma —explicó Ferrara masajeando sus muñecas irritadas por las esposas—. Aún no sabemos que planea, pero tomaremos nuestras precauciones. Una confianza ciega no es una opción.
La pareja detuvo sus pasos de inmediato cuando ingresó por la puerta principal un par de rostros conocidos. Uno masculino desfigurado por cortadas y golpes, el otro con una cortada qué le atravesaba la cara y provenía del anillo qué Ferrara portaba orgullosa en su mano. Velazco miró el anillo causante de su herida y posteriormente su anillo de bodas para finalmente encarar a la mismísima Aysel a quien le sonrió.
—Oh dios —susurró Maya para sí misma con la mano en su arma por si era necesario disparar.
La detective estaba por desenfundar cuando Romanov la detuvo con fuerza y discreción ante la mirada de Hugo.
—Al fin volvemos a vernos, señorita Ferrara —habló Velazco con una sonrisa hipócrita acercándose a Ferrara—. Lamento que no sea en las condiciones que deseo.
—Si quieres otra cicatriz para acompañar a la que tienes en el rostro, solo tenías que decirme —pronunció Ferrara agresiva—. Con gusto te haré otra en cuanto tenga la mínima oportunidad.
—Lo lamento, señora... ¿Es Romanov ahora, cierto? —Victoria se aclaró la garganta—. Pero tendrá que esperar.
El rostro de la pareja se endureció como una roca. Aysel debía de estar ejerciendo demasiada presión en su mandíbula, puesto que la vena en su cuello se notaba con claridad y sus nudillos se habían vuelto blancos. Podía matar a Victoria en ese preciso instante si quisiera, pero no lo hizo y Lilith tampoco pese a estar calculando todos los movimientos para romper el cuello de Hugo en segundos y tomar un arma adecuada para dirigir una bala hacia el pecho de Velazco.
—No demasiado —contestó Romanov aproximándose para tomar el brazo de su esposa y conducirla fuera.
Las miradas de aquellos criminales las siguieron hasta que fueron bañadas en flashes y preguntas intrusivas a cada paso que daban. Su equipo de seguridad privado las rodeó para conducirlas hasta su vehículo blindado. Lilith se encargaba de dar una breve declaración, mientras que Ferrara no podía apartar sus ojos de aquellos que las seguían y luego se posaron sobre la detective como un halcón.
—Espero que no haya elegido el bando equivocado, detective —comentó Hugo a unos pasos detrás Maya—. Odiaría tener que quitarla del camino y extirpar una a una sus raíces en este mundo.
—¿Es una amenaza, señor Estrada? —señaló tensa—. Está amenazando a una agente federal.
—No, detective, solo es una advertencia.
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12 de Enero de 2024 2:57 pm, Ciudad de México.
Lilith Romanov.
La llamada de Doña Josefina había interrumpido una reunión con el equipo legal a cargo de las demandas en su contra y aquellas que iban dirigidas a la fiscalía por su trato deplorable. Levana seguía con ella en Jalisco y todo estaba bien, pero la llamada hacía referencia a otro asunto que no habían vuelto a tocar desde que dejaron su casa hace unos días.
—¿Estás segura de que es buena idea hacer esto? —preguntó Lilith subiendo a la camioneta blindada para dirigirse a la ubicación que la abuela les había enviado.
—Siendo sincera, no sé qué tanto creer en esto —habló Ferrara—. Mientras más lo pienso no me parece del todo lógico o creíble.
—Visitar a una proclamada santera en el centro de la ciudad no es lógico, considerando que tenemos cosas más importantes en que ocuparnos —explicó Lilith notoriamente frustrada con el desperdicio de un par de horas en ese asunto.
Ella estaba irritable, no había visto a su hija en un par de semanas, estaba estresada y ahora debía perder su tiempo en las creencias de una mujer que ambas respetaban, pero no sabían cómo negarse ante sus exigencias. Romanov consideraba factible recibir un escopetazo en el trasero por desobedecerla.
—No es tan raro como suena, Lilith. Anteriormente, muchas células criminales tenían creencias como el culto a la santa muerte, la santería cubana y otros tipos de creencias. Ellos depositaban su seguridad en lo que creían y pedían ayuda para protección, para que las cosas salieran bien —explicó Ferrara en uno de sus momentos en los que parecía enciclopedia con patas—. De hecho, muchos criminales no lograron ser capturados hasta que sus protecciones espirituales fueron revocadas. Este es un tema tan antiguo como la propia historia. Incluso se especula que el hombre austriaco de bigote chistoso y delirios de grandeza estuvo protegido por algo durante sus primeros años de militancia, por ello llegó al poder.
Lilith se quedó atenta a las palabras de su mujer mientras ponía en orden todos sus pensamientos al respecto. Lo que había dicho era importante, pero la forma en que lo dijo había sonado increíblemente atractiva en Ferrara y ahora no podía dejar de pensar en eso.
—¿Lilith? —preguntó Ferrara devolviéndola a la tierra.
—Sí, sí. Perdón. Me distraje —contestó la rubia—. La verdad es que desconozco si Victoria tiene algún tipo de protección, pero es posible que Hugo sí la tenga. Él tiene más el perfil de ser creyente que Velazco, ella es más como tú.
—¿Cómo yo? —Ferrara alzó una ceja.
—Lógica y organizada. Ninguna de las dos deposita sus creencias en algo que no pueden ver o sentir. En eso se parecen —concluyó Lilith.
—Y en otras cosas más —suspiró Aysel con sus pensamientos perdidos en alguna parte.
El resto del trayecto fue en silencio. Tenían mucho en que pensar, pero la mayoría de esos pensamientos estaban enfocados en la pequeña persona que solía ocupar la silla de seguridad en el asiento trasero. Levana estaba lejos de ella y de su casa, vivían a través de los recuerdos de su risa y de los momentos lindos con ella, pero su ausencia era insoportable.
El auto por fin llegó al lugar indicado en el mapa. En lo alto del predio se podía apreciar en letras grandes "Mercado de Sonora", un mercado tradicional de la ciudad localizado al sureste del centro histórico, en la colonia de Merced Balbuena. Lilith jamás había estado ahí, pero Aysel reconocía el lugar por relatos de su familia y un par de visitas con su padre que estaban perdidas en su memoria.
El mercado fue establecido en los 50's donde se regulaba el comercio al por menor en la ciudad. Era amplio y tenía una gran variedad de productos como cerámica, animales vivos y artículos para fiestas, pero lo más notable eran la herbolaria, artículos relacionados con la magia y el ocultismo.
Su jefe de seguridad las condujo hasta el interior del mercado entre los locales. Aquellos que las veían lo hacían con curiosidad, pero no con sorpresa, no parecía ser extraño para ellos ver a dos personas con pinta de ser poderosas en esa zona.
—Es aquí —dijo su seguridad—. Haremos un perímetro para su protección, pueden disponer del tiempo como deseen.
Aysel y Lilith ingresaron al interior del local tras haber recorrido los angostos pasillos repletos de productos, compradores y locatarios atendiendo a sus clientes. Ese local parecía más profundo de lo que aparentaba y terminaron en una pequeña sala completamente cubierta con varios artículos rodeándolas. Romanov tomó la mano de su esposa, nerviosa al ver entrar a una mujer, de mediana edad vestida de blanco.
—Doña Josefina nos envió —pronunció Ferrara.
—Dijo que necesitan una consulta y me pidió contactar con los orishas —explicó.
Ambas asintieron mientras la observaban preparar la mesa y hacer rezos qué no entendían del todo. Ella tomó en sus manos caracoles y los tiró sobre la mesa dividida en cuatro sectores, el superior izquierdo representado por Legba, el señor de las encrucijadas, finanzas y viajes. Inferior izquierdo simbolizado por Erzulie señor de los temas amorosos y familiares. Superior derecho regido por Erzulie Cantor, asociado con las emociones como el odio y los celos. Inferior derecho representado por el Barón Samedi, señor de la rivalidad, las enfermedades, los daños y los enemigos.
—Hagan sus preguntas y los caracoles nos lo dirán —dijo la mujer—. Si están abiertos deben tener la concha hacia arriba y si están cerrados el agujero hacia abajo.
—¿Nuestro rival tiene protección? —Lilith fue osada al preguntar.
—Sí —confirmó leyendo el tablero—. Veo que esa persona está motivada por el odio y los celos, pero no fue ella quien la protegió.
—¿Entonces? —preguntó Aysel recibiendo una mirada fija de la mujer—. ¿Quién es?
—Los Caracoles no dicen tan específico, señora —dijo ella—. Pero le puedo decir lo que veo.
Aysel y Lilith intercambiaron miradas y asintieron.
—Veo un pasado muy tormentoso, un presente inestable lleno de conflictos y un futuro próspero condicionado por las decisiones del presente. Podrían perderlo todo de un momento a otro y jamás podrían recuperarse —explicó—. Hay algo en ustedes que ninguna entiende por qué no es el momento de hacerlo, pero su destino es más grande que cualquier otro y necesitan protección.
—¿Usted puede hacerlo? —preguntó Romanov—. Darnos esa protección.
—No, no son los orishas quienes las protegerán —explicó—. Pero la respuesta está en el pasado que conocen, en uno más antiguo que el de sus propias vidas y deben volver a su origen para descubrirlo. Está escrito en su sangre.
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13 de Enero de 2024 2:36 am, Ciudad de México.
Aysel Ferrara Ávila.
(Sueño)
El sonido de los aleteos de las aves se combinaban con las flautas y el retumbar de los tambores. Los murmullos de los cascabeles asimilaban a un nido de serpientes qué recorrían la calzada empedrada donde sus pies desnudos se encontraban. Un único afilado camino de muros oscuros de piedras oscuras y el suelo a sus pies bañado por la luz carmesí proveniente de una salida rectangular al otro extremo mientras un penetrante olor a copal le picaba la garganta.
Los tambores se hacían más fuertes junto con los cantos tribales, el sonido de las lanzas de madera con puntas de vidrio negro de obsidiana que se agitaban ansiosas con la sangre escurriendo de sus puntas, bañando la extensión de las lanzas, las manos huesudas y con las venas marcadas de sus portadores, hombres altos, fornidos, con armaduras qué parecían sacadas del mismísimo museo de antropología.
Sus ojos eran profundas estrellas oscuras, sus pómulos y frentes marcados por expresiones qué infundían temor y se convertían en la pesadilla de los invasores españoles en la época en que pisaron esa tierra para masacrarla. El sonido de un caracol de agua se abrió paso entre el resto de los ruidos a su alrededor, tan profundo como una sirena mecánica, calló todas las voces y los instrumentos, obligándola a mirar hacia donde el resto lo hacía.
Una pirámide de escalones empinados, calaveras talladas, grabados mexicas y la gloria prehispánica impregnada en cada centímetro, se alzaba entre los templos y otros edificios, poblada en la cima por lo que parecían ser sacerdotes mexicas y un hombre con un penacho hermoso de plumas brillantes a quien todo el mundo reverenció. Ese hombre alzó sobre su cabeza con ambas manos un cuchillo del mismo vidrio negro que adoraba las lanzas y lo dejó caer con fuerza sobre el pecho de quien había tenido la desgracia de terminar sobre el monolito de piedra frente a él.
Sacó de su pecho él aún latente corazón, la sangre le escurría en las manos e incluso así lo exhibió hacia los cuatro lugares del universo, cumpliendo con su ofrenda a sus dioses. Después cortó la cabeza de su víctima y la pateó hacia las escaleras, cubriendo cada recuadro estrecho y afilado del carmesí de la sangre del cráneo que terminó a sus pies, casi por completo desfigurado.
Ese hombre la apuntó directo, con el índice firme y marcado por la sangre que acababa de derramar sobre el suelo, entre la euforia de las personas que la rodeaban. Su corazón latió con fuerza queriendo salirse de su pecho antes de que el cuchillo de obsidiana lo abriera para que lo sacaran como un sacrificio sagrado a las deidades qué se alaban invisibles sobre el cielo.
Despertó, cubierta en sudor, con la respiración agitada y los latidos de igual forma. Estaba en su cama, con su esposa al lado, despierta por la repentina reacción de Aysel ante su pesadilla.
—¿Estás bien? —preguntó Lilith con la voz adormecida—. Tuviste una pesadilla.
Aysel volvió a recostarse calmadamente a su lado con los músculos vencidos por el cansancio y la sensación del peligro todavía en su sistema. No había nada de qué preocuparse, nadie le abriría el pecho para sacrificarla, pero aun así tenía miedo.
—Sí, fue una pesadilla —confirmó—. Creo que debo de dejar de ver documentales sobre la época prehispánica tan noche, me hacen soñar extraño.
—¿Extraño en qué forma? —preguntó Lilith rodeándole la cintura, casi dormida.
—Soñé con un sacrificio —explicó Aysel—. Los antiguos prehispánicos solían ofrecerlos a sus dioses. Sacaban el corazón de las personas frente a todo el pueblo y lo ofrecían a sus dioses. La persona que hizo el sacrificio me señaló a mí como si fuera la siguiente.
—Corazón —dijo Lilith—. Tú estás aquí y ellos a 500 de años de distancia, no hay nada de que preocuparse.
—Tienes razón —afirmó Aysel—. A lo mejor solo es que estoy más inquieta desde que vimos a esa mujer en el mercado.
—¿No habías dicho que lo que hizo tiene orígenes africanos? —interrogó Romanov—. Tú eres la enciclopedia en nuestra relación, cariño, no yo.
—Sí. Lo es. Pero no he dejado de pensar en lo que dijo. Sus palabras fueron, que la respuesta está en un pasado más antiguo que el de nuestras propias vidas.
—¿Y tú crees en eso? —Lilith parecía extrañada por el despliegue de interés por parte de su esposa.
—No lo sé —confirmó Aysel y divagó en sus pensamientos—. Pero tienes razón, solo debió de ser un mal sueño y la sugestión.
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13 de Enero de 2024 10:03 am, Ciudad de México.
Aysel Ferrara Ávila.
La búsqueda de respuestas podría comenzar de muchas formas, pero la elegida por Ferrara involucraba caminar por el centro de operaciones del equipo hasta la zona de resguardo y aislamiento donde se encontraba Borgia. Ferrara llevaba un expediente bajo el brazo, con los papeles rozando su camisa de color claro, apretaba los puños para sentir el control de la situación y los anillos en sus dedos, aquel que le había cortado la cara a Victoria y el que su esposa le había dado el día de su boda como prueba de su compromiso.
Aquella pesadilla había despertado su curiosidad, pero no por el ocultismo ni la historia, sino por aquellas similitudes con otros sujetos de prueba de Borgia. Aysel no lo admitiría en voz alta, pero tenía miedo de identificarse con Héctor o estar en el mismo nivel que Maite. Le aterraba pensar que era un peligro para la mujer que dormía a su lado y la niña que acostaba en su cuna cada noche después de leerle un cuento.
Las puertas de acero reforzado se abrieron ante su presencia y los custodios le permitieron el acceso. Llevaba un arma consigo, aunque deseaba no ocuparla, no estaba de más una protección en caso de que las cosas se descontrolaran. Borgia fue dispuesta a sus exigencias en una de las sillas que rodeaban la mesa rectangular dentro de una amplia y vacía habitación, iluminada en cada centímetro, con muros de aislante y un sistema de seguridad similar al que se usaban en las prisiones.
—Es agradable volver a verla, señora Ferrara Romanov —saludó Borgia con las manos y tobillos esposados al suelo por una cadena.
—Usa los dos apellidos —comentó la pelinegra.
—Están casadas, ¿no? Me parece adecuado hacerlo —contestó la mujer indiferente.
—Es curioso considerando que fue usted quien hizo todo un plan para separarnos —dijo Aysel sentándose en la silla frente a ella con la seguridad de que dos francotiradores tenían en la mira a Borgia en todo momento.
Ella se enderezó sobre su asiento como una serpiente y la miró fijamente.
—Solo estaba experimentando, me disculpo por las molestias —dijo con fingida sinceridad y miró las carpetas que Aysel colocó sobre la mesa, frente a ella—. Supongo que por eso está aquí, por los experimentos.
Ferrara separó la fotografía del expediente y la deslizó por la superficie para que sus ojos la observaran.
—Quiero saber sobre él —ordenó—. Héctor Garza.
—De acuerdo —Borgia cedió y tardó unos segundos en recordar su expediente entero—. Hombre tradicional, cerrado y perseverante con una extraordinaria habilidad para ser encantador. Falto de empatía, con problemas de ira y lagunas mentales, en una de ellas asesinó a su esposa delante de los ojos de su propia hija, Elena. Pero eso ya lo sabe, ¿cierto? Lo que busca es lo que desconoce y el parecido que puede haber entre ambos, después de todo, los elegí por una razón.
—Hable —dijo la pelinegra de manera fría sin mostrar temor o debilidad.
—Lo haré —dijo Borgia—. Pero con una condición.
—No está en la posición de exigir condiciones —contestó Ferrara.
—Usted quiere saber y yo puedo darle las respuestas, no las tendrá si decido callar —advirtió Borgia—. Me parece que es un trato justo. Yo le doy lo que quiere y a cambio, me deja decirle algo sobre mí.
Ferrara evaluó sus facciones con cuidado, sus intenciones podían parecer inocentes, pero en su mirada había algo siniestro.
—De acuerdo —cedió—. Ahora responda.
—Héctor Garza poseía la tríada de MacDonald, también conocida como tríada del sociópata. Desde joven tenía predisposición a la piromanía, el maltrato a los animales y enuresis. Provino de un hogar inestable, típicamente machista, su contención de ira era algo interesante de estudiar, pero cuando perdía el control se volvía un verdadero verdugo. Torturaba de muchas formas antes de matar, se podía decir que lo disfrutaba porque no solo lo hacía físicamente, también emocionalmente. Eso fue lo que pasó con la madre de Elena. La golpeó hasta que un día se aburrió de ello y la asesinó, justo frente a los ojos de su hija —explicó extensamente.
Aysel bajó la mirada ligeramente nerviosa por el énfasis en su última oración.
—Por el trauma, la niña fue un excelente material para experimentar. Medicación controlada, amnesia ante el trauma, control cercano a través de su amiga y aislamiento producido por el rechazo a sentirse controlada. Es obsesiva y mentalmente inestable, con el mismo nivel de agresividad de su padre, pero mucho más desorganizada —continuó hablando—. Por eso sigues con vida.
Ferrara estaba tensa, sintió un escalofrío recorrer su espalda al volver al recuerdo de cómo casi muere en manos de Elena, quien incluso intentó hacerle daño a Lilith.
—Si me preguntas que tenían Héctor y tú en común, podría hacer una lista de aspectos. Rencor hacia la figura paterna, ira contenida, obsesión por el control y una perfecta organización que evita que todo se vaya a la mierda —Borgia dejó ver una leve sonrisa en sus labios—. Pero también puedes ser tan psicótica y desorganizada como Elena, incluso como Maite, ¿o acaso ya olvidaste como le destrozaste el rostro a Hugo?
Sintió sus manos cubiertas de sangre como esa vez, adoloridas por golpear el cráneo del hombre hasta desfigurarlo, con el borde del anillo casi clavado en su piel consecuencia de los impactos. Sentía de nuevo esa ira contenida y ese desenfreno que salía en ella cuando la crueldad acechaba.
—Pero tú no eres igual a ellos —Borgia habló calmando su pánico—. Ni Lilith ni tú lo son. Pero tú, eres el éxito de mi experimento, la razón por la que los días de Velazco están contados. Podrías ser el peor monstruo que la humanidad haya conocido, capaz de genocidios y caos, pero decides no hacerlo, porque tu mente distingue el bien del mal, la oscuridad y la luz, pero eres capaz de pasar de un lado a otro si lo requieres. Tú eres el epítome de mi vida.
—Es suficiente —Ferrara la detuvo, se puso de pie y recogió sus carpetas para marcharse, pero faltaba algo, cumplir con la condición de Borgia.
—Aysel —pronunció Borgia saboreando cada letra en la palabra—. Ese era el nombre que Leonardo y yo queríamos ponerle a nuestra primera hija.
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