Capítulo 43: Souffrance
Este capítulo fue dificil de escribir en todo sentido y por eso tardé tanto en hacerlo. Explora los hechos más dolorosos en la vida de Aysel y de Lilith. Este capítulo no pretende romantizar ni normalizar este tipo de situaciones. Si son sensibles a estos temas, les recomiendo no leerlo. Mi intención es relatar parte de la historia de vida de los personajes y no pretendo juzgar sus decisiones y mucho menos a las personas que desafortunadamente fueron victimas de estos hechos.
02 de Noviembre de 2023 5:30 pm, Ciudad de México.
Aysel Ferrara Ávila.
Su tacto retiró los restos de polvo y pétalos de cempasúchil qué cubrían la lápida. Sus manos rozaron la áspera pierda y quitaron la cera derretida de las veladoras que había cubierto parte del nombre grabado allí, el de su padre. Aysel suspiró profundamente reuniendo cada trozo de cera y flores en una bolsa, la misma que utilizó posteriormente para guardar las flores marchitas, qué quitó de los floreros de junto cuya agua desprendía un olor poco agradable.
—Encontré a Borgia —habló Aysel mirando directo hacia el lugar de descanso de su progenitor—. Mientras más descubro de ella, me doy cuenta de que no merecías a mamá. Estoy intentando entenderte, entender lo último que querías decirme, pero se vuelve cada vez más confuso, papá.
Sus labios se humedecieron con su saliva. Apretó su boca con fuerza cuando el impulso de llorar la abordó. Eso se sentía como un trago de agua en la garganta, como estar ahogándose y ser incapaz de escupir para respirar, una desesperación qué consume y daña hasta morir. Cerró sus ojos conteniendo las lágrimas, levantó la mirada hacia el cielo y respiró profundo, buscando calma en alguna nube o fracción celeste del cielo sobre su cabeza.
Bajó la mirada con los ojos bien abiertos para mirar sus manos al sentirlas húmedas. El carmesí teñía sus palmas tintándose de un tono más intenso en algunas partes, cubría las líneas de sus manos, su anillo de bodas y las mangas de su abrigo. Era sangre ajena. Su respiración se volvió irregular al mismo tiempo que sus latidos.
—Aysel —pronunció una voz dulce y comprensible a sus espaldas.
La nombrada se dio la vuelta al saber de quién se trataba. Al mirar a Lilith, el pánico, la sensación de sangre en sus manos y la culpa desapareció por completo. La rubia la miraba preocupada como lo había hecho desde que salieron de esa casona vacía, esperando una explicación de que era lo que había pasado en su ausencia.
—¿Quieres un momento más? —preguntó su esposa.
—No, ya terminé —contestó y amarró la bolsa de basura rápidamente. Recogió sus cosas y procedió a unirse a la calzada de cemento entre las tumbas que conducía hasta la salida.
El camino estaba agrietado, con la hierba tomando fuerza entre aquellas aberturas a pesar de la adversidad. No solía ir demasiado al cementerio, no a menos que fuera el aniversario luctuoso y día de muertos, sin embargo, después de haberse encontrado con Borgia, pensó que encontraría alguna respuesta en la tumba del hombre que la había conocido.
—Los chicos llamaron, la última prueba salió positiva, es seguro que nos inyecten el suero —explicó Lilith cortando el silencio entre ellas. Pensó cuidadosamente como iba a continuar antes de hacerlo—. También dijeron que Maite está bien. Sigue inconsciente, pero está estable, si quieres ir a...
—No quiero verla —pronunció Aysel antes de que continuara—. Prefiero no hacerlo a menos que sea necesario.
Su esposa asintió y continuaron caminando en silencio cada vez más cerca del arco de ladrillo rojizo y cemento, con una puerta negra de metal desgastada y una placa en la parte superior qué indicaba que era un cementerio. Cruzaron el umbral junto con otras personas que salían y entraban al recinto y se dirigieron a su automóvil. La rubia le abrió la puerta y Aysel subió sin decir nada más, únicamente agradeciendo en voz baja el gesto.
—Levana está con su abuela, están vigiladas por una unidad entera, así que no hay de que preocuparnos —comentó Lilith mientras encendía el auto—. Si todo sale bien, regresaremos a casa con ella en un día de dos. Dijeron que la recuperación es algo tardada considerando los elementos químicos de...
—Souffrance —contestó Aysel mirando a su mujer—. Así dijo Borgia qué se llamaba. Es una palabra en francés qué significa sufrimiento, la desarrolló mientras estaba en Francia y las primeras personas en experimentar los efectos los clasificaron así.
—¿Eso fue de lo que hablaron cuando me fui? —preguntó Lilith cautelosa, ya que la pelinegra no había tocado el tema hasta entonces.
—Ella se acercó a mí, intercambiamos algunas palabras y entonces dijo mi nombre. Lo recuerda no solo porque habló conmigo antes, sino porque era el nombre que ambos habían planeado en ponerle a su hija si algún día tenían una familia. Ahora entiendo por qué mi padre se enfadaba tanto cuando algún conocido o mi madre me llamaban Luna en lugar de Aysel —contestó la pelinegra con la mirada perdida en el retrovisor—. Al final es difícil saber porque a pesar de todo no logró aceptarme, no pudo amarme como a mis hermanos e incluso así pensó en mí en sus últimos días.
—Las personas son incomprensibles e irracionales cuando están motivadas por los sentimientos. Lo que digo no es para que lo perdones ni le tomes más rencor a alguien que ya no respira el aire que nosotras, sino para que no le des vuelta al asunto. Las decisiones irracionales también son parte de nosotros y ninguna de ellas es capaz de cambiar el pasado —dijo Lilith con toda seguridad.
Ferrara soltó un suspiro liberando la culpa que pesaba sobre sus hombros. Cerró los ojos y se acomodó mejor en el asiento, despojándose de su chaqueta. Miró sus manos, las que había visto cubiertas de sangre antes y de las que no había hablado con su esposa hasta ese momento.
—Después de hablar con Borgia, noté que era blanco de varios francotiradores ubicados en distintos lugares de la sala, cualquier intento y habría terminando muerta, así que lo más sensato fue acompañarla antes de que neutralizaran a nuestro equipo y a nosotros.
—Por eso aceptaste ir tan fácil con ella —pronunció Lilith entiendo todo—. ¿Cómo explicas que no había nadie al final?
—Eran personas reales, al menos la gran mayoría, puede que algunos de ellos hayan sido alucinaciones. Había algo en el ambiente, un olor, además del de las flores y el copal. Creí que era el olor dulce de la fruta, pero mientras más lo pienso creo que fue lo mismo que utilizaron en la carretera, solo que en una dosis más controlada.
Romanov pensó seriamente en lo que estaba escuchando mientras mantenía su vista al frente, en los autos qué la rebasaban y el auto de escoltas que se les había unido unas calles atrás, colocándose de delante para escoltarlas hasta su destino. Por su parte, su mujer se perdió en el brillo de sus anillos de bodas antes de continuar.
—Tener a Maite cerca lo empeoró —declaró directamente—. Son como alucinaciones motivadas por impulsos emocionales de pánico. En un momento veo sangre en mis manos y al otro no hay nada. Es lo que la enfermedad que nos implantaron hace, nos hace ver cosas que no están ahí. La única manera de llegar a una cura es enfrentarlo y dominar cada impulso en nosotras.
—¿Borgia también te lo dijo? —preguntó Lilith.
—Lo deduje por mi cuenta. Lo que sí dijo fue que había puesto cada pieza en su lugar para un juego justo, no lo entendía hasta que tuve a Maite delante y de nuevo me congelé, por miedo —habló con un tono de vergüenza en su voz al decir lo último—. No fue coincidencia que yo terminara con ella en el espectáculo y que al encenderse las luces fuéramos las únicas allí. Velazco quería deshacerse de ella y Borgia nos la dejó como una pista, un indicio qué debemos ocupar para llegar hasta el fondo de esto.
—Enfrentándote a la persona que más te hizo daño —concluyó Lilith—. Eso es tortura, no voy a permitir que esa loca se te acerque.
—No tiene que hacerlo —dijo—. Ella es similar a Velazco, si descubrimos el grado de la enfermedad, podemos darle lo contrario a una cura a Victoria para debilitarla.
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Lilith Romanov.
Encuentro.
La esencia de la música y la emoción quedó mezclada en el aire, como el eco de un grito de pasión ahogado, flotando entre el humo de tabaco y el olor a cócteles en cada mesa del lugar que ahora los bañaba de gloria después de su energética presentación. Era la tercera vez en la semana que pisaban ese lugar, un local de mala muerte a toda pinta donde habían visto un par de disparos y riñas mano a mano que terminaban en el equipo de seguridad sacando a personas ebrias con heridas e inconscientes hacia el callejón de al lado.
No habían quedado muchos lugares donde tocar con su banda después de que su padre difundiera su rostro en todos los bares registrados de la ciudad, utilizando su influencia para impedir que entrara a esos lugares y que causara otro de los escándalos qué tanto amaba la prensa y la colocaba en los titulares de las revistas y periódicos de la ciudad. Su nombre siempre estaba acompañado por las palabras rebeldía o desastre, tanto que ya eran palabras que la definían.
(Conversación en ruso)
—Debiste de ver la cantidad de gritos que hubo cuando Lilith miró al público —alardeó Dmitry retornando a la mesa con el brazo sobre los hombros de Darcel—. Apuesto a que más de una persona se vino en los pantalones con solo verla.
—DM, eso es asqueroso —contestó Dasha uniéndose a la conversación.
—¿Qué? ¿Tienes celos Dasha de no ser el centro de atención o por Lilith? —Kozlov disfrutaba de ser juguetón con la situación.
—Deja de decir, tonterías Dmitry —habló la pelirroja, ocultando su interés mientras bebía de su coctel recién servido por el cantinero.
—Vamos, creo que es muy obvio que...
—Dmitry —habló Darcel por primera vez en toda la conversación con un tono más fuerte de lo usual y con una seriedad que detuvo por completo sus palabras. Al ver la reacción, el chico perdió algo de fuerza, no solía ser así de directo con sus amigos, así que suavizó su tono—. No la molestes. Mejor disfrutemos de la última botella de la noche y nos iremos. ¿Qué dices, Lilith? ¿Quieres una copa más?
La rubia miró a sus amigos, Dmitry a punto de servir los últimos tragos, Dasha aparentemente perdida en su celular y Darcel con la vista fija en Kozlov. Solo asintió y retornó su mirada hacia los otros presentes en el club, con las botellas más baratas de la carta que podían permitirse esa noche. Al fondo, un hombre rodeado por otros trajeados, bebía elegantemente de su copa con la vista fija en ella.
—Disculpe, señorita —uno de los meseros se acercó hasta ella con una botella de la reserva más cara en una cubeta con hielo—. El caballero del fondo le envía esto a usted y a sus amigos. Dice que espera que la disfrute.
—¿Qué caballero? —preguntó y el mesero le señaló al mismo hombre que hace unos segundos estaba observando.
La rubia sonrió cuando él lo hizo. Una sonrisa coqueta que le daba vida a sus labios, todavía húmedos por el alcohol qué había estado bebiendo. Él era elegante, con su traje, probablemente hecho a la medida, con su mirada intensa que sentía sobre ella y la energía que proyectaba desde su posición, como si fuera el amo del mundo.
—Parece que nos quedaremos más de lo previsto —anunció Dmitry tomando la botella qué el camarero les entregaba y procediendo a destaparla para probar su contenido.
—No creo que debamos aceptarla —dijo Darcel inseguro.
—Concuerdo con Darcel, no estamos en un buen lugar como para aceptar botellas de extraños —añadió Dasha.
—Pues yo iré a agradecerle el gesto —Lilith se puso de pie ante las miradas confusas de la vocalista y el bajista del grupo. Se abrió paso entre la multitud de personas en la pista, dirigiéndose hacia él, quien al igual que un caballero se puso de pie para saludarla.
—Lilith, ¿Qué haces? —Dasha la detuvo sosteniéndola del brazo a metros del sujeto—. Ni siquiera lo conoces. No deberías de...
—Pero podría hacerlo —replicó y volvió a mirarlo—. Regresa con los chicos, Dash. Lo que yo haga no es tu asunto.
Lilith se liberó del agarre de su amiga y procedió su andar hasta encontrarse con aquel sujeto. Sus manos se rozaron cuando la ayudó a subir a la plataforma un poco elevada donde se encontraba y entonces escuchó su voz por primera vez hablando un perfecto ruso.
—Espero no haber causado problemas con tus amigos —dijo.
—Ah, eso. No creo, van a tener mucho en que ocuparse con tu pequeño regalo, solo quería agradecerte por ello...
—Antonio —dijo—. Mi nombre es Antonio Gamboa Urriaga. ¿Y el tuyo?
—Lilith Romanov —contestó con la versión corta de su nombre, esperando que no la reconociera por los titulares de las noticias.
—Es un placer conocerte, princesa...
Su mirada se clavó en la suya cuando se inclinó ligeramente llevando su mano a sus labios para darle un suave beso.
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Atención.
Había algo en el que no se le podía poner nombre, una combinación de atracción, seguridad y misterio qué lo envolvía no solo a él, también a sus citas en lugares furtivos, en los lujos que podía pagar, en el estilo de vida que mantenía en habitaciones de hoteles de lujos, en el interior de autos deportivos, bebiendo alcohol caro y fumando lo mejor que el dinero podía comprar.
—¿Eres empresario? —preguntó Lilith mientras le daba otra calada el cigarrillo qué él había encendido para ella con su encendedor grabado con sus iniciales en lo que parecía ser oro.
—Algo así —contestó con media sonrisa—. ¿No soy un empresario aburrido o sí?
Romanov lo miro de pies a cabeza, otro traje hecho a la medida con los primeros botones de la camisa abiertos, la corbata deshecha reposando alrededor de su cuello, la colonia impregnada en su piel canela, el fuego en sus ojos y la sonrisa coqueta por naturaleza instalada en sus labios siempre que la veía.
—Aburrido no, misterioso, tal vez —contestó—. No sé casi nada de ti.
—El misterio... —extendió su mano hasta tocar los rizos rubios de la joven— Es lo que nos caracteriza a ti y a mí. Yo tampoco sé mucho de ti, princesa.
—Es porque mi vida parece más aburrida qué la tuya.
—¿Ah, sí? ¿Por qué?
—Porque mi futuro ya está planeado. Estás viendo a la futura heredera de un emporio anticuado qué mi padre dirige y que me asfixiará algún día. Tendré que casarme, ser la cara de la familia, sonreír y fingir que no odio al hombre con el que me case y que odio ser solo una más en la línea de sucesión a la grandiosa historia de mi familia. Es aburrido.
—¿Y cómo piensas que es mi vida, princesa? ¿Crees que es mejor que la tuya? No sé, ¿más interesante?
Romanov lo miró, solo le bastaba eso para saber cuanto le atraía a él, mientras Antonio jugaba con su pelo entre sus manos con anillos de joyas preciosas, qué Lilith había aprendido a reconocer a través del tiempo en el que creció dentro de la familia rusa descendiente de la casa imperial.
—Eres libre, vas a donde quieres, haces lo que quieres. No te preocupas por la cantidad de dinero que gastas ni los problemas en los que puedes involucrarte, solo vives la vida y la disfrutas, no pareces tener compromisos familiares y estás bien con eso —contestó Lilith—. No tienes que sentarte solo en las noches a cenar, porque tus padres se han olvidado de ti otra vez, o no dices nada en los momentos que tienen juntos, porque sabes que ellos no son capaces de entender lo que quieres para tu vida, lejos de sus expectativas y planes.
—¿Es así como te sientes? —preguntó él, cambiando su mirada usualmente coqueta a una aparentemente comprensiva.
Romanov no dijo nada, bajó la mirada al suelo alfombrado bajo sus pies y a la punta de su cigarro, consumiéndose de a poco mientras desprendía un delgado hilo de humo. Él la tomó del rostro con sus manos, provocando que lo mirara a los ojos.
—No tienes por qué sentirte sola ahora, princesa —dijo—. Estoy junto a ti.
Sus pulgares limpiaron las lágrimas qué no sabía que tenían sobre sus mejillas y le volvió a sonreír de manera coqueta, pero esta vez de una forma ligeramente oscura.
—Tengo un regalo para ti —dijo antes de ir a buscar una caja dentro del cajón del mueble junto a su cama.
Antonio regresó a ella con una caja de Cartier la cual dejó sobre sus muslos con una sonrisa.
—Adelante, ábrelo.
Lilith lo abrió encontrando en su interior una esclava de oro. Él la tomó en sus manos y rodeó su muñeca con ella. La miró fijamente a los ojos cuando estaba a punto de cerrarla y lanzar la llave hacia algún rincón de su habitación.
—Princesa, si no tienes miedo al infierno, entonces puedes conocerme.
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Inseguridad.
Había algo inexplicablemente llamativo por descubrir lo que apenas se asomaba a la vista. A través de las cortinas o por las pequeñas rendijas de las puertas, en las fotos discretas y las llamadas nocturnas que él solía hacer en otro idioma, uno que salía tan natural de sus labios, que la rubia asumía qué se trataba de su idioma natal.
Su mirada se oscurecía a ratos y luego volvía a ser esos ojos encantadores que tenían un poder sobre ella, pues sabía que haría y diría todo lo que él quisiese.
La atención de Lilith se dirigió hacia su cuello, donde los indicios de tatuajes se hacían evidentes junto con cadena de oro qué le colgaba del cuello con un crucifijo simple que muy pocas veces había visto, pues iba oculto debajo de sus camisas. Sus manos se dirigieron instintivamente hasta la zona de piel marcada por la tinta mientras Antonio estaba distraído. Sus ojos se dirigieron hacia ella con curiosidad y ella se cohibió un poco al estar tan cerca de su rostro.
—Disculpa no quería... solo tenía curiosidad por tus tatuajes.
—Está bien, princesa —acompañó sus palabras con una de esas sonrisas que le venían bien a sus labios.
Antonio tomó las copas de cristal sobre la mesa de café de madera clara, la botella de licor junto a estas y sirvió un poco de su contenido en ambas copas. Le entregó una a Lilith y guardó la otra para sí. A diferencia de otras ocasiones, su rostro no era del todo pacífico, denotaba en él una chispa nunca antes vista. Tal vez era algo de las personas de su edad, pensó Lilith al recordar la brecha generacional entre ambos.
—¿Quieres verlos? —preguntó finalmente después de un par de minutos en silencio.
Romanov lo miró con atención, preguntándose si debía de permitirse unos minutos más en esa habitación cuando su reloj estaba cerca de la hora en la que tenía que regresar a su casa si no quería problemas con sus padres. Todo el alcohol en su sistema nublaba su juicio tanto como el olor de su colonia y el tacto sutil de su mano sobre su muslo, jugueteando de vez en cuando con sobrepasar el límite que se volvía difuso con cada beso.
—Claro —aceptó inmediatamente.
—Te enseñaré los míos, si tú me enseñas los tuyos —dijo Antonio.
Él se puso de pie frente a ella, sus manos desabotonaron su camisa y deslizó la prenda por sus hombros para revelar el conjunto de sus tatuajes que iban de su espalda hasta su cuello, recorriendo las cicatrices en su cuerpo, historias desconocidas que la atraían tanto como él mismo. Romanov colocó su mano sobre su pecho tatuado con un símbolo religioso, sintió sus latidos, lo miró a los ojos y le fue imposible resistirse a besarlo cuando él encontró la ubicación del tatuaje de su espalda baja, casi en automático.
Como si hubiera sido planeado, recostó su espalda contra el sofá caro de la habitación, con él sobre su cuerpo, semidesnudo y evidentemente excitado por lo que podía sentir en sus pantalones. El roce, el calor y su respiración le pusieron los pies en la tierra y los nervios tomaron posesión de ella.
—Espera... —pronunció con temor—. Yo nunca...
—Lo sé —pronunció él anticipándose a todo. Acarició su pelo con su mano y sus dedos recorrieron sus labios, mentón y cuello hasta llegar al borde de su blusa—. ¿Me amas, Lilith?
Su pregunta fue inesperada, le robó el aliento, los latidos y el alma un instante.
—Antonio, yo...
—Te amo y quiero que seas mía, por siempre, princesa —pronunció y se levantó de su posición como si nada hubiera pasado, con una expresión algo decepcionada y un comportamiento distante—. Pero si no quieres...
—No es eso —intervino la joven rápidamente. Titubeo mirando a la alfombra y luego continuo—. Es solo que estoy nerviosa.
—Puedo ayudarte con eso —contestó Antoni dirigiéndose hacia el cajón del mueble junto a su cama.
De su interior, sacó de un frasco sin etiqueta una pastilla de un color morado tenue, la puso sobre su mano y procedió a servir más alcohol en una de las copas hasta que el contenido casi se resbalaba por el borde del cristal. Con un pulso firme se la entregó, su pulgar rozó sus labios y con una mirada le pidió que abriera la boca. Con la pastilla sobre su lengua y la copa en sus manos, Lilith la ingirió mirándolo directamente a los ojos. La sonrisa de él se ensanchó y al cabo de unos minutos, los nervios habían desaparecido, llevándose a su voluntad y a su conciencia con ellos.
—Tranquila, princesa. Yo me encargaré de todo.
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Verdad.
Despertar al lado de un desconocido se había vuelto común desde la primera vez. Un rostro que no conocía se encontraba junto a ella, repleto de arrugas, con el pelo cano, cicatrices en el rostro y una especie de espuma escurriendo por su boca hasta terminar en la almohada. En el reflejo de sus ojos abiertos y sin vida, Lilith se miró aterrada, retrocediendo inmediatamente, terminando en el suelo de la habitación.
En el mismo suelo encontró su ropa, hecha casi pedazos, mientras ella se encontraba desnuda con moretones en los muslos, la cintura y el pecho. Tal vez el frío del suelo la hizo entrar en razón, o fue el sonido lejano de los cajones de los muebles, vaciados con desespero, que Lilith comprendió lo que estaba pasando, pero no supo la magnitud del daño hasta que se puso de pie y tropezó con sus propios pasos al sentir un dolor horrible entre sus piernas y algo húmedo escurrir por ellas hasta llegar al blanco y brilloso suelo.
—¿Qué...? —enmudeció al ver su propia sangre en el suelo.
Y una parvada de recuerdos voló a su alrededor. La noche en un club con Antonio, una pastilla morada, un trato cerrado y recuerdos de ser abusada por el mismo hombre que yacía muerto junto a ella sin la capacidad de poder negarse o pelear porque simplemente estaba demasiado drogada para hacerlo. Cerró sus ojos con fuerza mientras lloraba y se cubría a sí misma con sus manos, abrazándose al sentir que se rompía después de haber pasado los últimos meses perdida en su mente, con escenas borrosas en su cabeza y el dolor en su cuerpo paralizándola.
Fue entonces que levantó la mirada y lo vio frente a ella, buscando en cada rincón algo de valor qué pudiera guardar en la maleta que llevaba consigo repleta de billetes de la caja fuerte qué acababa de vaciar.
—Muévete, Lilith —dijo en un tono frío, casi automático—. Tenemos que irnos antes de que los cerdos de la policía vengan.
Pero ella no respondió. Solo lloraba mientras lo miraba sin ser capaz de ponerse de pie. Su llanto se intensificó y el hombre con un arma en su diestra dio pasos fuertes y rápidos hacia ella, envolvió su mano en su pelo y le dio un tirón fuerte poniéndola de rodillas.
—Vamos, maldición. ¿Qué mierda te pasa? —exclamó él en un tono tan agresivo como sus acciones y procedió a abofetearla.
—Me duele... —susurró contra el suelo, herida, adolorida y humillada.
—¿Y crees que me importa? —dijo en un tono burlón, inclinándose un poco para hablarle—. Es una lástima. Habías sido de mucha utilidad hasta ahora, pero mírate, eres la princesa de las putas, todo mundo quiere follarte. Solo sirves para eso y para mí ya no tienes ningún valor.
Antonio le apuntó directo a la cabeza con el arma. Su dedo tiró el gatillo y todo se volvió blanco. Una sala vacía de color blanco, sin la sangre en el suelo, sin su dolor en el cuerpo y sin nada más que ella y él en el mismo lugar, respirando el mismo aire y mirándose fijamente. Lilith se miró las manos, con los tatuajes que se había hecho en los últimos años, con las cicatrices ganadas en cada misión y con la marca que solo la muerte puede dejar en ellas.
Él volvió a apuntarle mientras se acercaba con su sonrisa de infeliz, con su instinto asesino palpitante en su pecho. Lilith intentó moverse, pero fue incapaz, él volvió a disparar y ella cerró los ojos sabiendo el dolor qué estaba por recibir, pero en lugar de eso escuchó a sus espaldas a alguien caer de rodillas.
Al darse la vuelta vio el rostro de su esposa perdiendo el color mientras la mirada se perdía y de su pecho salía la sangre llevándose su vida con ella. Sus piernas fueron capaces de moverse en su dirección para atrapar su cuerpo antes de que tocara por completo el suelo. La abrazó haciendo presión en su herida mientras de sus labios escurría sangre y sus ojos avellana la miraban con tristeza.
—Aysel... No. Esto no es real, tú no —pronunció con los labios temblando y el miedo apoderándose de ella.
—¿Creíste qué te iba a dejar ser feliz? —habló Antonio jugando con su revolver—. Oh, princesa, sigues siendo tan ingenua.
No podía mirarlo porque no iba a apartarse de la mujer que se desangraba entre sus brazos. Su vida, su esposa, su corazón y su destino moría lentamente en ellos y se sentía real su respiración entrecortada, su pánico y la muerte que reclamaba a Aysel una vez más.
—Lo haré fácil para ti, Lilith —dijo Antonio quitando el seguro del arma una vez más colocándola en la cabeza de la rubia—. Dejaré que le hagas compañía. Pero primero, la mataré a ella.
Dirigió su arma hacia su esposa y sin dudarlo ni un segundo, disparó.
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Aysel Ferrara Ávila.
Libertad.
La cabeza le dolía como si algo la hubiera atravesado. Ya no le parecía tan buena idea la combinación bebidas alcohólicas qué había consumido, de sabor dulce y fuerte, que permanecían en su aliento y en su sistema como un mareo intenso y un dolor de cabeza igual de comparable. Cerró los ojos un momento frente al lavabo del baño donde se enjuagó la cara antes de volver a la fiesta con el resto de sus amigos.
Se sentó en el improvisado círculo donde estaban los demás reunidos tan ebrios como ella lo podía estar, algunos de ellos fumando y otros simplemente ansiosos por ver como giraba la botella de licor vacía en el centro una punta y fin debía señalar. La velocidad de esta fue reduciendo de a poco hasta terminar con la punta señalándola a ella y a una chica al otro lado del círculo.
Siguió con la mirada la dirección en la que apuntaba y el rostro frente a ella se fue aclarando poco a poco entre sus conocidos de la universidad, sus amigos y otros tantos que no conocía hasta esa noche. De tez clara, cabello castaño, ojos serios y labios deseables, la chica la observaba con una sonrisa y una mirada coqueta sobre sus mejillas.
—No creo que sea una buena idea —dijo casi a gritos por la música alta y los alaridos emocionados de sus compañeros—. Las dos somos...
—¿Chicas? —terminó ella. Lamió sus labios y se enderezó levantando ligeramente el mentón en una postura retadora—. ¿Qué es lo que pasa, Ferrara? ¿Nunca has besado a una chica?
El corazón de Ferrara sintió un pinchazo y las miradas cayeron sobre ella imaginando los motivos por los que se negaba a hacerlo. Los rumores sobre ella habían corrido por toda la generación de algo que ni siquiera ella sabía si aceptar o negar cada vez que alguien le preguntaba al respecto. La rigidez de la crianza de sus padres se juntaba con su represión interna de la que no hablaba en voz alta ni con sus mejores amigos.
Pero no era normal bajar la mirada cuando una de sus amigas se cambiaba frente a ella por temor a que pensaran a que era lesbiana, ni evitar algún contacto que fuera "demasiado cercano" con ellas. No fue normal que se encerrara en su cuarto a los 10 años rezándole al dios que conocía para pedirle que le dejaran de gustar las mujeres por miedo a decepcionar a su familia, a ser mirada como la "rara" entre sus amigas, la que era demasiado "masculina para juntarse con las niñas en el receso y demasiado "femenina" para juntarse con los niños.
—Lo haré —dijo callando a las voces que murmuraban y cediendo ante ese reto encarnado en mujer que la miraba expectante.
Después de todo, era un simple beso ¿Por qué iba a ser más que eso? Fue lo que pensó mientras se ponía de pie con las piernas temblando, dirigiéndose con su acompañante hacia el centro del círculo.
Maite tomó la iniciativa colando su mano por su cuello hasta llegar al pelo de su nuca. Aysel no sabía donde poner sus manos sin delatarse, sin hacer evidente que su sola caricia había resultado en un choque eléctrico en sus nervios. Maite la atrajo hacia ella y la besó tomando el control, sus dudas y su supuesta heterosexualidad para llevar todo al mismo infierno.
Los gritos de moción de sus amigas, el morbo de los chicos y el ambiente quedó en segundo plano desde ese instante. Su cabeza colapsó, su corazón se detuvo y su rostro se coloreó de rojo, uno que no se podía percibir bien por las luces en la fiesta. Ferrara la miró confusa y se alejó de ella dirigiéndose directo al baño, cubriendo sus labios con culpa mezclada con pánico.
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Acercamiento.
No quería admitir que llevaba 15 minutos llorando porque solo un beso bastó para aclarar todas las dudas que la habían atormentado desde su niñez. Cuando tuvo celos de que su amiga había salido con un niño y ambos decían ser novios, no eran celos de amiga, eran celos porque le gustaba, algo que no se había permitido aceptar hasta ese momento, sentada en el piso del baño mirando hacia el techo esperando que las lágrimas terminasen en algún momento y la presión en su pecho dejara de estar ahí.
Sus padres no tenían que saberlo, nadie tenía que saberlo. Podía vivir con eso, sí, aparentando que no había pasado nada, ya lo había demostrado antes cuando salió con su amigo Valentino para hacer feliz a su padre y darle una oportunidad al chico que evidentemente estaba enamorado de ella y buscaba a toda costa conseguir su atención.
Ideaba un plan para ocultarlo el resto de su vida cuando alguien tocó la puerta. Lo último que necesitaba en ese momento era a una parejita desesperada por fajar, así que no respondió, se quedó en silencio escuchando la música lejana y los continuos golpes en la puerta.
—Aysel —una voz conocida la llamó del otro lado—. Aysel, sé que estás ahí. Soy Maite, solo quiero saber si estás bien.
Ferrara se puso de pie enojada, limpió sus lágrimas con un pedazo de papel tratando de disimular su maquillaje corrido y quitó el seguro de la puerta para abrirla. Del otro lado, la misma chica a la que había besado la miraba preocupada.
—¿Estás...? —pronunció ella.
—Perfectamente bien, agradecería si me dejas sola —contestó de manera hostil a punto de cerrarle la puerta en la cara.
Pero ella se interpuso evitando que lo hiciera, Aysel retrocedió ante su acercamiento y Maite logró entrar cerrando la puerta detrás de ella. Las dos se quedaron en el baño con una distancia prudente entre ambas establecida por Ferrara quien no se atrevía a mirarla siquiera enfocando su vista en el suelo. El silencio era incómodo, pero ella no lo iba a romper.
—¿Tú estás llorando por...?
—Mi exnovio —contestó la excusa más heterosexual que se le pudo haber ocurrido cuando en realidad Valentino nunca le había interesado de manera romántica—. Lo extraño.
Maite asintió, se sentó sobre la tapa del inodoro y la observó cuidadosamente. Aysel creyó que esa excusa había sido suficiente, pero no era así.
—¿No te gustan los chicos, verdad? —preguntó cautelosamente.
—Soy hetero... —dijo débilmente sin poder completar la palabra por la interrupción de su acompañante.
—No hay nada de que avergonzarse, Aysel. No tienes que reprimirte conmigo —dijo la castaña y suspiró largamente—. La verdad es que, a mí tampoco me gustan.
Cuando levantó la mirada y se encontró con sus ojos libres, su seguridad inquebrantable y su confesión irrevocable, un mundo de posibilidades se abrió. Nunca había conocido a alguien que le dijera eso, que aceptara abiertamente que no era heterosexual.
—Tienes razón —admitió—. No me gustan los chicos.
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Desconocimiento.
Ser un secreto comenzaba a ser un problema, dolía verla caminar por ahí coqueteando y negando estar en una relación cuando minutos antes la estaba besando a ella asegurando que la amaba. No se sentía bien ocultarse a pesar de que no querían miradas juiciosas sobre ellas, no se sentía bien estar a la mitad de una fiesta mientras la miraba bailar muy de cerca al tipo que no le había quitado la mirada desde que llegaron y Maite soltó su mano para fingir ser hetero otra vez.
No se sentía bien estar ardiendo de celos y bebiendo cualquier copa que le pusieran enfrente para disipar el ardor en su garganta que cada vez aumentaba por el enojo. Aysel no estaba bien, pero cuando ella se acercó lo suficientemente ebria como para que no le importara besar a una chica frente a todos, se dejó llevar.
Maite tomó el control, su dignidad y su corazón y los saco por la misma puerta del auto por la que entraron a la parte trasera de su camioneta. La empujó con fuerza contra los asientos traseros sin importarle que se lastimara y se colocó sobre ella evitando que se moviera. Aysel intentó parar, pero lo ebria que se encontraba, lo dolida que estaba y lo fuerte que era su supuesta novia se lo impidieron.
—Espera, no quiero —puso sus manos en sus hombros evitando que siguiera besándola.
—¿Qué? Por dios, Aysel. Me miras con odio toda la noche y ahora que pretendo quitarte el coraje te niegas. ¿Qué carajo te pasa?
—Me pasa que no me gusta que coquetees con las personas cuando yo soy tu novia, no me gusta fingir que no pasa nada cuando estoy sintiéndome mal —contestó sin ninguna intención de continuar con lo que estaban haciendo. Se la quitó de encima y se apartó todo lo que pudo hasta que ella reaccionó.
—Vamos —Maite la tomó del rostro bruscamente, acercándose a el hasta que sus respiraciones se rozaron y sus ojos miraron sus labios fijamente—. Tú querías esto, ¿No? Dijiste que fuéramos discretas, no puedes quejarte ahora porque lo único que he hecho es cumplir con mi parte del trato.
La boca de Maite pasó de sus labios a su cuello, ignorando por completo los deseos de Ferrara de detenerse. Aysel la empujó sin intenciones de lastimarla, pero ella se resistió a alejarse, inmovilizando sus brazos con una de sus manos en una posición bastante e incómoda para la chica que intentaba liberarse.
—Maite, para por favor —pronunció al borde del llanto ante la desesperación y el enojo.
—¿Parar? Después de que te coja vas a dejar de ser tan estúpidamente sensible —pronunció tirando de su blusa para desnudarla—. No puedes calentarme y dejarme así, linda. Soy tu novia y puedo hacer lo que me plazca contigo.
—Maite, por favor, no... —pero antes de que pudiera continuar hablando, ella la abofeteó. Su rostro ardía con la marca de su mano en la mejilla mientras su mente intentaba procesar lo que estaba pasando.
Su otra mano le bajó los pantalones y comenzó a tocarla besándola a la fuerza para que no continuara hablando. No tenía ganas de tener sexo con ella, ni siquiera lo estaba disfrutando, pero fue incapaz de decir o hacer algo cuando sentía lo brusca que era Maite mientras ella simplemente miraba el techo del auto esperando que tarde o temprano se cansara y la dejara.
Nada se sentía bien, ni la forma en que la trataba, ni la fuerza con la que separaba sus piernas para que evitara resistirse. ¿Era abuso? No, Aysel no creía que lo fuera porque eran novias ¿cierto? Porque Maite la amaba y no se atrevería a hacerlo, porque probablemente solo estaba enojada y borracha, pero cuando se le pasara todo volvería a la normalidad... ¿Cierto? Ella solo cerró sus ojos apretándolos tan fuerte para que sus lágrimas no salieran y trató de acortar el tiempo que se volvía más eterno.
.
Claridad.
El amor no dolía. Se repitió una y otra vez frente al espejo esa mañana, después de meses después de la primera bofetada. El cuerpo le dolía y el alma también por las marcas moradas y rojas que encontraba frente al espejo y que intentaba cubrir de sus amigos, de su familia y de ella misma. Derramó unas cuantas lágrimas mientras terminaba de vestirse con una de las camisas de manga larga que le cubría los brazos donde se encontraban las marcas de los jalones bruscos de Maite. El pantalón se encargaría de ocultar las marcas en sus piernas y el maquillaje, las de su rostro, que apenas eran visibles, pues, ella sabía exactamente como golpearla para que la marca desapareciera en un par de días o a veces en menos.
Antes de irse de su casa, puso en una caja cada presente o detalle suyo, la selló y la tiró en el contenedor de basura para que nadie averiguara lo que era. Era el último día que lo toleraba, que aceptaba una discusión más, un golpe más o un trato que no merecía. Estaba cansada de disculparse por el abuso que ella recibía, de alejarse de las personas que quería porque Maite se lo pedía, de pasar horas sin dormir preguntándose si a la mañana siguiente ella lo quería lo suficiente para no hacerla sentir miserable.
Sin embargo, una parte de sí todavía creía que era su culpa. Que no era suficiente, bonita, inteligente o simplemente digna de ser amada correctamente, presumida y reconocida dentro de una multitud de personas. El amor no debía de sentirse como la más grande miseria en la vida, sino como una dicha incontenible que desborda en cuerpo y se cuela por el viento empapando todo a su alrededor.
Tenía miedo de su reacción, pero ya no de su ausencia. Solo quería volver a sentirse libre y en paz lejos de ella. Así que cuando la hora acordada llegó y se reencontraron en la misma banca de la zona alejada del parque donde le había perdido que fuera su novia. Maite estaba ahí mirando su celular sentada en la banca, sin mucho interés de lo que pasaba a su alrededor hasta qué ella llegó. Guardó el aparato en su bolsa y se puso de pie para saludarla con la sonrisa y el beso más hipócritas que Aysel había recibido, pero antes de que ella llegara a tocar sus labios con los suyos, Ferrara la detuvo.
—Aysel. Mi vida, ¿todo bien? —preguntó ella con fingida inocencia en la mirada.
—No te cité aquí para que salgamos, la verdad es que consideré que era mejor vernos en el lugar donde empezó para darle un final a esto —pronunció nerviosa, atenta a sus acciones con el fin de que ningún inesperado golpe llegara a tocarla.
Le dio un poco de tranquilidad al saber que no estaba tan lejos de las personas que caminaban por la zona y que si las cosas se ponían difíciles podía gritar para pedir ayuda a quien se encontrara más cerca.
—¿Esto? ¿Te refieres a nuestra relación? —contestó con una sonrisa como si Ferrara estuviera bromeando—. Aysel, no digas estupideces...
—Estoy cansada —la interrumpió por primera vez en todo el tiempo en que se conocían—. Estoy cansada, herida y me siento miserable. No merezco sentirme así y tú no tienes el derecho de lastimarme. No te quiero cerca de mí, porque hacerlo me lastima, tú me lastimas y yo ya no voy a seguir soportándolo.
Maite se quedó sin palabras, mirándola atentamente, sin una emoción en su rostro. Su mirada se oscureció por un momento y luego su rostro se relajó completamente sin rastro alguno de pena o enojo. Indiferentemente aterrador. Aysel se temió lo peor cuando se acercó y ella retrocedió.
—De acuerdo —aceptó sin pelear—. Entiendo por qué estás terminando conmigo. Y quiero disculparme por todas las maneras en las que te herí sin darme cuenta, quería que fueras feliz, pero, evidentemente, fallé en eso y en muchas otras cosas más. Perdóname, Aysel.
Maite Herrera, la mujer de la indiferencia misma, ahora estaba llorando frente a ella como si le hubiera dado la peor noticia del mundo. Se abalanzó a abrazarla y Ferrara no pudo detenerla de lo desconcertada que se sentía con su exnovia, abrazándola mientras lloraba desconsoladamente y le pedía perder por todo el daño que le había hecho.
—Me iré de tu vida, pero antes, concédeme algo —suplicó.
La oferta de su libertad y de la paz estaba sobre la mesa, así que sin dudarlo y creyendo que su despedida no sería tan dramática y dolorosa como su relación.
—¿Qué es? —preguntó Aysel.
—Déjame besarte una última vez, Aysel —dijo Maite acariciándole el rostro con ternura—. Así es como comenzó todo, ¿no es así? Es así como debe terminar.
—Maite, no —se negó.
—Que sea nuestra despedida, después de esto jamás volveré a molestarte. Lo prometo.
Aysel miró el suelo unos segundos insegura de lo que estaba por hacer. Dio un paso hacia ella con un asentimiento, confirmando que le permitiría aquello si cumplía con la promesa de irse de su vida. Maite lo sabía, sabía que era su primer amor y el dolor siempre estaría ligado a su nombre, ella solo tenía que verla a los ojos para saberlo. Así que la besó como la primera vez llevándose en ese beso todo lo que sentía, por eso no vio venir el puñal en su mano dirigido a su espalda, no fue consciente de este hasta que se encontraba a una profundidad dolorosa que la dejó en el suelo cuando Maite la soltó.
Llevó su mano hacia la herida solo para sentir y ver como esta se cubría de su sangre. Apoyó sus manos contra el suelo intentando levantarse, gritar o detenerla, pero no podía siquiera ponerse de pie y cuando miró hacia su dirección, Maite se alejaba dejando en su camino un cuerpo más herido, el de la rubia con un puñal clavado en el pecho y un charco de sangre a su alrededor.
Como pudo, Aysel se arrastró hasta su esposa soportando el dolor para llegar a ella con la esperanza de que no fuese tarde, pero ya lo era. Sus ojos oscuros ya no tenían vida y Ferrara ya no tenía la fuerza en su cuerpo para seguir avanzando hasta ella, así que se rindió en el suelo, a pocos centímetros, extendiendo su mano en su dirección con el anhelo de tocar la suya y esa fue la última imagen que vio a Lilith, el amor de su vida muriendo como ella.
—Lilith —pronunciaron sus labios secos y susurrantes antes de perder la conciencia.
.
El próximo capítulo será bonito. Lo prometo.
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