Capítulo 42: Ánimas y Difuntos

Acabamos de corregir esto, así que disculpen los errores que se nos pudieron haber pasado. Tenía la idea de darles un especial de día de muertos porque es mi tradición favorita y aquí está c: 

23 de Septiembre de 2023 8:19 pm, Ciudad de México.

Lilith Romanov.

Entraron por la puerta principal de la casa después de que la camioneta que las llevó a casa desde la Torre Romel se estacionó frente a la entrada. Apenas cruzaron la entrada cuando los diminutos pasos de una pequeña rubia se escucharon en compañía de los de Rosalba, quien la acompañaba con la espalda encorvada para sostener su manita y ayudarla a mantener el equilibrio mientras caminaba ansiosa hacia ellas. Levana intentó correr en su dirección, Aysel se preocupó cuando corrió hacia ellas y el temor de verla caer se reflejó en sus ojos.

Sus manos se estiraron en su dirección mientras se inclinaba a su altura para recibirla con los brazos abiertos, pero fue Lilith a quien se dirigió con una sonrisa que dejaba ver sus primeros dientes en su sonrisa tierna. Levana abrazó la pierna de su madre con la mirada hacia ella esperando que la levantara y le diera un beso en la mejilla, la manera en que solía saludarla cuando llegaba a casa después de la universidad.

Romanov no demoró más en alzar a su hija y cubrir sus mejillas de pequeños besos mientras Aysel las observaba con una expresión tranquila, plena de ver a su pequeña familia junta.

—¿Celos, mi amor? —preguntó la rubia alzando una ceja.

—Evidentemente eres su favorita —comentó acercándose a ellas. Besó los rizos rubios de su hija y las abrazó a ambas—. Nueve meses en mi vientre y te hace más caso a ti que a mi.

—Podemos darle una hermanita a Levana, ya sabes, para equilibrar la balanza, qué nuestra niña aprenda a compartir y sea una hermana mayor responsable —comentó Lilith y se dirigió a su hija—. ¿Qué dices, princesa? ¿Quieres una hermanita?

—Lilith, no le des ideas a Levana —reprendió Aysel al ver la expresión confundida de su hija pero aun así alegre—. Vamos, ya casi es hora de la cena.

Ferrara se apartó de ambas para dirigirse hacia la cocina. Los cocineros ya tenían preparados los platillos del menú de aquella noche por petición anticipada de Aysel, sin embargo, ella prefería supervisar todo personalmente antes de que fuese servido. Madre e hija, la siguieron, Lilith con intenciones de convencerla y Levana interesada en tener alguien con quien jugar.

—Sabes que tener hermanos te hace más empático. Mírate, tienes dos hermanos y eres una excelente persona —argumentó la rubia mientras acomodaba a Leva en su silla para que las acompañara a cenar, entre sus lugares, de forma en que las dos estuvieran al pendiente de ella en todo momento—. Dime que no los has pensado, vienes de una familia grande, apuesto a que te divertías mucho con tu hermano y tus primos cuando eran pequeños.

—¿No estabas ligeramente traumada con lo de tener hijos después del parto? Creí que se te habían quitado las ganas —dijo Aysel sirviéndole a su hija su cereal con frutas blandas que había probado con anterioridad.

Levana era igual que Lilith, si no olía, sabía y se veía bien, no le daba apetito. Así que ahora Ferrara supervisaba la comida de ambas.

—Bueno, sí, se me quitaron las ganas unos meses al saber todo lo que dolía y lo difícil que era. Pero después de superar la cachetada qué me diste cuando estabas por dar a luz y la parte del miedo al parto, comencé a considerar la idea de tener otro hijo —explicó la rubia tomando asiento mientras el personal les servía la cena—. Quiero saber lo que opinas sobre tener más hijos. Sé que nuestras vidas son difíciles y que tenemos una familia que proteger, pero no quiero que las cosas malas en nuestras vidas nos impidan disfrutar de las buenas. Quiero tener un hijo tuyo, Aysel.

Si Aysel pudiera contar con exactitud todas las veces que Lilith le decía cosas así por sorpresa y terminaba ahogándose con la comida o el agua, llevaría un contador bastante grande. Su expresión fue de sorpresa, pero en ninguna de sus facciones manifestaba descontento o evadía la idea de tener más hijos, al contrario, amaba a su familia y pensar en el hecho de que fuese más grande había llegado a ella mucho antes de esa conversación, en su mayoría en los momentos que pasaba mirando a su esposa y a su hija jugar. Pero su esposa no tenía que saber que lo había pensado en más de una ocasión sin saber exactamente cómo tocar el tema.

Dijo que lo pensaría antes de dedicarse por completo a la cena y profundizar en otro tema que no fuera el de tener hijos. Lilith asumió qué no era el momento para hablarlo y se enfocó en darle de comer a su hija y jugar con ella un rato antes de que su esposa la llevará a dormir.

Al entrar a su habitación, las encontró a las dos en la pequeña cama. Aysel con su espalda contra la cabecera y Levana acurrucada en la almohada sobre su pecho mientras su madre luchaba por no quedarse dormida mientras le leía el cuento sobre el hilo rojo del destino. Levana se parecía a la pelinegra en eso, amaba las historias fantásticas y tenía en sus ojos esa mirada soñadora qué Lilith tanto amaba en ambas, por lo que, disfrutar de ese tipo de historias, se había vuelto una afición qué compartían cada noche cuando su esposa la llevaba a dormir.

—Ese ha sido su historia favorita las últimas dos semanas —habló Lilith en voz baja cuando su hija se durmió.

—Creo que me la estoy aprendiendo de memoria —contestó la pelinegra, acomodando a Leva sobre la almohada y colocando las protecciones acolchonadas para que no se cayera—. Podría contársela sin ver el libro.

—Eres la mejor contando cuentos, por eso te prefiere a ti antes de dormir —soltó Lilith para levantar los ánimos.

Lilith se sentó en el sofá cerca de la cama a observar la escena de su esposa, acariciándole el pelo a su hija mientras la miraba dormir, pacíficamente, sin ninguna de las preocupaciones que les robaban el sueño a ellas.

—Mi hermano y yo leíamos un cuento antes de dormir. Mis padres apenas estaban disponibles por el ascenso de su negocio, llegaban a casa muy tarde, así que comenzamos a leer juntos para hacernos compañía, muchas veces nos quedábamos dormidos a media lectura —Aysel sonrió mientras seguía narrando— cuando nuestros padres llegaban, nos tapaban con las cobijas y acomodaban el libro en su lugar. Mi infancia hubiera sido muy solitaria si no lo tuviera a él.

Ferrara la miró, con una mirada cariñosa y los indicios en sus labios de que iba a decir algo importante.

—Pensé lo que dijiste en la cena. En realidad, lo había pensado desde antes, pero por todo lo que estamos pasando, traté de no pensar en la idea, pero cuando lo mencionaste tan segura hace un rato... recordé ese deseo.

—¿Eso es un sí? —los ojos de la rubia se iluminaron.

—Sí, lo es —confirmó con una sonrisa.

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27 de Septiembre de 2023 10:20 am, Ciudad de México.

Aysel Ferrara Ávila.

Sus salidas de mejores amigos antes solían tener varios elementos en común, noches de alcohol, diversión y una resaca horrible en alguna de las casas de los tres, sin embargo, ahora estaban sentados en la mesa del jardín de un restaurante analizando el menú para niños del lugar porque Donovan tenía gustos específicos y Levana prefería lo que cocinaba Aysel por encima de cualquier otra comida.

—Quién diría que después de unos años terminaríamos todos juntos en una mesa con dos niños que son copias de Lilith y Dmitry —comentó Julio disfrutando de su segundo vaso de jugo—. En condiciones normales, esto tendría una dosis peligrosa de algún tipo de alcohol.

—¿En qué momento te volviste tan irresponsable, Julio? Beber tan temprano no es bueno para la salud —comentó Aysel finalmente aliviada de que a Levana le gustara la papilla de frutas que le prepararon en el lugar.

—Al mismo tiempo en que ustedes se volvieron unas señoras aburridas, parece que el matrimonio da un tipo de enfermedad aburrida a quienes se casan —contestó el modelo comiendo de su plato recién servido de un desayuno americano.

—Lo dices porque aún no te has casado, pero, como pintan las cosas, asumo que eso no tardará mucho en pasar —señaló Carina con una mirada curiosa sobre su mejor amigo—. ¿O niegas que pasas más tiempo en su departamento que en el tuyo?

—Es mi novio, eso es normal —argumentó en modo defensivo—. Ustedes pasaban el mismo tiempo con sus parejas incluso antes de que se casaran. En el caso de Carina, por eso está Donovan aquí.

—No sé, a mí me huele a un futuro compromiso —Aysel lo molestó más divirtiéndose con las muecas que hacía.

Julio abandonó su sonrisa durante algunos instantes. Robbins y Ferrara lo notaron a pesar de su intento de ocultarlo. Después de unos segundos retomó su expresión anterior, pero sin el brillo qué sus ojos tenían.

—No creo en el matrimonio, chicas —habló él con un semblante serio y luego se corrigió al hacer contacto visual con sus mejores amigas—. Lo que quiero decir es que, para ustedes, funciona bien. Encontraron al amor de su vida, se casaron, tienen hijos y van a criarlos con amor y responsabilidad tratando de no generarles traumas. Estoy seguro de que tanto Levana como Donovan van a crecer sabiendo que los aman y los apoyan sin importar nada más. Pero eso no creo que sea para mí.

—Julio —Aysel pronunció su nombre recargándose sobre la mesa, cambiando su postura relajada a una más seria—. ¿Lo dices por lo que pasó con tus padres o porque es lo que realmente quieres?

—Mis padres no debieron de casarse en primer lugar y mucho menos de tener hijos, aunque si fuese así mi terapeuta no hubiera podido pagar su departamento con todas las sesiones a las que he ido —trató de sonar chistoso, pero su intención no provocó ningún efecto en la seria pelinegra y consternada canadiense—. El punto es que ya sé cómo es eso y quiero evitar esos problemas.

—¿Darcel y tú han hablado del tema? —Robbins, quien hasta entonces había cuidado sus palabras, lanzó un golpe directo a su amigo.

San Agustín hizo una mueca, dirigió su mirada a su plato medio vacío y posteriormente la retornó a Carina, quien aún esperaba una respuesta. Él carraspeó, tomó un sorbo de jugo y lo pasó con dificultad por su garganta.

—Darcel es un alma libre, igual que yo. Por eso amamos nuestro estilo de vida —pronunció—. No se preocupen, chicas. En serio, nunca había sido tan feliz en mi vida.

A pesar de su sonrisa brillante que comúnmente era para las cámaras, Julio no podía ocultar los pensamientos asomados en sus pupilas, la indecisión en la punta de sus manos y el leve suspiro qué se le escapó de los labios cuando Levana y Donovan se acercaron para jugar con él mientras esperaban su comida. Era lindo ver como tenían el mejor ejemplo de crianza, con sus padres y madres unidos y la estabilidad suficiente como para jugar despreocupadamente en el jardín sin tener los pensamientos de incertidumbre qué él tenía cuando era pequeño.

No iba a decirlo en voz alta, pero tal vez Ferrara y Robbins tenían algo de razón.

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01 de Octubre de 2023 2:30 pm, Ciudad de México.

Lilith Romanov.

La punta de la aguja de la inyección brilló bajo la luz de las lámparas blancas ubicadas en el techo. Las máquinas de monitoreo se ubicaban a su alrededor mientras múltiples personas usando uniformes blancos de algodón anotaban cosas en sus hojas de expediente y repasaban una y otra vez el procedimiento a seguir.

La inyección terminó en el suero vía intravenosa que le colocaron a los pocos minutos de recostarla en la solitaria camilla en el centro de la habitación. Todo era blanco, los uniformes, las paredes y las sábanas bajo su cuerpo que recubrían el delegado colchón de la camilla. Cuando el líquido entró a su sistema, sintió un intenso piquete en las venas, no en la piel ni en el brazo, sino dentro de ella, ardiendo y quemando como nada que hubiera sentido antes.

Se intentó levantar con dificultad, experimentando un mareo inmediato y la presión de las manos qué la empujaron con una fuerza moderada hacia la camilla.

—Señora Romanov, les pedimos que se quede quieta, puede tener efectos secundarios mayores y aconsejamos qué se quede en estado de reposo por ahora —escuchó la voz de una mujer.

—Estoy mareada —pronunció con dificultad cubriendo sus ojos con su brazo.

—¿Esto es realmente necesario? —dijo la voz de su esposa a la lejanía mientras hablaba con los médicos.

—Lilith es el punto medio entre la vulnerabilidad al químico y la inmunidad qué usted parece poseer a la sustancia. Las pruebas que hicimos antes mostraron buenos resultados en sujetos no infectados, ahora tenemos que ver cómo reacciona ella para comprender del todo los factores involucrados —respondió alguien.

—Va a estar bien, ¿cierto? —Aysel sonó preocupada.

—Señora Ferrara, somos profesionales, sabemos lo que hacemos.

Los cerró con fuerza mientras la migraña se sumaba a la lista de síntomas en ese momento. Alguien tomó su brazo apartándolo de su rostro y obligándola a abrir las pupilas para dirigir directamente a sus ojos una lámpara pequeña con forma de un bolígrafo. Empujó violentamente las manos qué la tocaban sin medir su fuerza y la reacción obtenida fue la acción brusca de presionar sus brazos contra su pecho para que se quedara quieta, sin la delicadeza con la que se supone que debía de ser tratada. Comenzó a entrar en pánico, no le gustaba la sensación de ser tocada por un extraño y mucho menos la fuerza con la que impedía qué se moviera. Tal vez eran los químicos en su sistema o los traumas qué tenía, no sabía, únicamente intentaba calmar su respiración y sus latidos cuando en realidad comenzaba a tener miedo, una emoción incontrolable qué la motivó a liberarse sin éxito.

—¡Qué mierda te pasa! —escuchó la voz de su esposa hablar antes de que su puño se dirigiese al rostro del camillero que la había inmovilizado de tal manera.

En cuestión de segundos, el hombre que le sacaba una cabeza a Ferrara, había terminado en el suelo con un labio roto ante todos sus compañeros.

—¡No vuelvas a tocarla así! —amenazó la pelinegra con el pelo desaliñado sobre su frente, su camisa desfajada por el esfuerzo y la mirada llena de ira—. ¡¿Me escuchaste?!

Volvió a sentir un tacto sobre su cuerpo, pero este no era agresivo ni Intrusivo, al contrario, era gentil. Trató de enfocar su mirada en la silueta borrosa frente a ella y vio su rostro, preocupado, con los labios tensos y las huellas de la ira incrustadas en su mirada.

—¿Estás bien? —preguntó la pelinegra.

Lilith no encontraba la manera de hacer una oración coherente por los efectos, así que su única respuesta fue un asentimiento. La rubia tomó su mano y le dio un ligero apretón para que se relajara. Aysel suspiró antes de enfrentar las miradas juiciosas de sus propios empleados.

—Mataré a quien se atreva a hacerle daño —sonó terriblemente fría—. No vuelvan a tratarla así o tendrán que firmar su renuncia inmediata.

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01 de Octubre de 2023 6:30 pm, Ciudad de México.

Nerea Ferrara.

La persona que había causado un escándalo en el laboratorio principal del edificio, se encontraba muy tranquila observando el anochecer desde su oficina recién amueblada en el último piso de la torre. Los relatos del personal no habían sido suficientes para que Nerea creyera que su hermana había derribado a un tipo 20 kilos más pesado y más alto que ella de un solo puñetazo, así que después de ver los videos de seguridad, fue a buscarla.

—Dejas un desastre allá abajo y vienes a resguardarte a tu nido, eso no es muy honesto de tu parte, Aysel —dijo Nerea acercándose hasta el desnivel de la oficina, donde se encontraba su escritorio con un inmenso ventanal a sus espaldas qué bañaba su cuerpo de las luces en extinción del atardecer.

Ferrara se giró al escuchar su voz, levantó la mirada y su espalda volvió a la posición recta y elegante qué su cuerpo solía poseer por naturalidad.

—Me prohibieron el paso al laboratorio de mi propio edificio de mi propia empresa —contestó.

—Es lógico que lo hicieran después de que casi noqueas a alguien —habló Nerea—. Vi los videos, ese golpe fue espectacular.

—Me lo enseñó Lilith —una débil sonrisa se colocó en sus labios.

—Definitivamente, nadie que no sea ella podría enseñarte algo así. ¿Ella está bien? —Nerea estaba realmente preocupada por ella. En los videos no solo había visto a su hermana, también a la chica rusa bastante afectada por la forma en que la inmovilizaron.

—Inés se quedó al pendiente de ella, me obligaron a salir de ahí, pero me informarán cualquier cosa que le pase a Lilith —explicó sentándose en los escalones del desnivel de su oficina.

Nerea la miró. La camisa que llevaba estaba desfajada, su pelo desacomodado de todas las veces que lo había revuelto con las manos mientras esperaba alguna noticia sobre su esposa. A pesar de que parecía estar tranquila, en realidad estaba estresada. La menor sabía reconocerlo mejor ahora que la conocía a ella, ahora que se había tomado el tiempo de aprender de ella observándola.

—Muebles exclusivos y decides sentarte en el suelo, me siento ofendida como la decoradora de este lugar —comentó Nerea sentándose a su lado—. ¿Tener el trasero frío te hace pensar mejor?

—Algo así —soltó una risa nasal—. Cambiar de una perspectiva normal te ayuda a centrarte mejor. Aunque a veces te confunde más. Mi mundo volvió a ser confuso desde la emboscada en el auto y siento que no voy al mismo ritmo que los peligros qué amenazan las vidas de mi familia y la mía.

—Llevas demasiado tiempo corriendo, Aysel, está bien bajar el paso de vez en cuando —dijo la menor en una muestra de la sabiduría adquirida en los últimos años.

Aysel volteó a mirarla con esa sonrisa en sus labios y cierto desconcierto en ella.

—¿De dónde sacaste ese tipo de frases? —parecía sorprendida, pero no incómoda por ello.

—Aprendí de la mejor. Mi anciana hermana mayor y sus moralejas de cuentos. Lo lamento mucho por Levana porque tendrá más moralejas de las que podría necesitar —respondió ella causando una leve risa en la mayor.

Ferrara pasó su brazo sobre sus hombros y la abrazó fraternalmente. Ya era parte de su familia, una extraña conexión de lazos de sangre, peligro y una rivalidad qué se había desvanecido casi por completo, después de todo, ella era la única persona que había cruzado el mundo para ir a buscarla.

—Hablando en serio, Aysel. Te admiro —Nerea se sinceró, tragó saliva y el valor necesario para continuar—. No te conocía, no sabía tu nombre y me atreví a juzgarte sin conocer tu mundo, pero ahora que sé quién eres, puedo decir que no hay otra persona en el mundo que admire más que tú.

Era la primera vez que admitía su admiración por su hermana, la primera vez que lo hacía por cualquiera y la primera en que lo decía en voz alta. La mayor se quedó sin palabras, perdida entre la sensación de por fin llevarse bien con ella y la impresión de escucharla hablar de esa forma, por lo que su única reacción fue abrazarla y cuando lo hizo, Nerea se sintió verdaderamente comprendida por quien había sido desconocida y ahora era su mayor confidente.

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01 de Octubre de 2023 8:42 pm, Ciudad de México.

Lilith Romanov.

Las pruebas terminaron cerca de la hora de la cena. Su estómago rugía de hambre y los brazos le dolían de tantas muestras tomadas y la poca delicadeza con la que la enfermera del final del turno le había quitado la intravenosa. Subió al último piso de la torre en el ascensor esperando ver a su esposa y a su hija para marcharse, sin embargo, cuando abrió las puertas de la oficina de su esposa, la encontró durmiendo con Levana recostada sobre uno de sus muslos mientras abrazaba un pequeño conejito de peluche.

Había trozos de fruta fresca cortados en figuras sobre los platos de la mesa para café, varios dibujos con crayones y juguetes esparcidos por el sofá, la alfombra y el suelo. Las dos personas más importantes en su mundo dormían con tranquilidad frente a sus ojos, pacíficas y vulnerables como solo ellas podían ser.

Pero a medida que se acercaba a ambas, notó un dibujo que resaltaba sobre los demás. El pulso de Leva aún era débil, así que sus trazos no eran tan claros; sin embargo, podía observar en la hoja a tres personas, una más pequeña que la otra en el centro y dos más grandes con sonrisas de oreja a oreja unidas por una línea roja. Lilith sacó su celular para tomar una fotografía para el recuerdo, pero antes de que pudiera guardar su teléfono en su bolsillo, Aysel despertó y la vio con el dibujo en sus manos.

—Fue su favorito —dijo con la voz ronca, acomodándose con cuidado para no despertar a Leva—. Somos nosotras. La línea roja es el hilo del destino, creo que nuestra pequeña llegó a la conclusión de que estamos destinadas.

—Eso es verdad —Romanov dejó la hoja sobre la mesa de café y se unió a ellas en el sofá, sentándose en el lado contrario de Levana, lo suficientemente cerca de su esposa como para besarle la frente con tan solo inclinarse—. Estamos destinadas. El anillo en tu mano con mi nombre en su interior lo demuestra. Estoy segura de que Levana adorará esa historia tanto como yo cuando tenga la edad para saberla.

Romanov cerró sus ojos un momento, recargando su cabeza sobre la de Ferrara. Su respiración se acopló a la suya y de a poco dejó salir un suspiro de tranquilidad, misma que no había sentido durante las últimas horas, siendo examinada por el personal del laboratorio qué pretendía encontrar algo mal en ella, un hecho que explicara lo incomprensible y resolviera el enigma que los tenía a todos intrigados. Con los ojos abiertos, dirigió su mirada hacia la diestra de su esposa, misma que acariciaba el pelo de Levana con sus nudillos rojos del golpe que le propinó al enfermero.

—No creí que fueras capaz de golpear a alguien de esa manera —susurró Lilith.

—Te estaban lastimando y no podías defenderte. Cuando eso ocurre puedo hacer cualquier cosa por ti —contestó en el mismo tono de voz—. Tú me cuidas a mí, yo a ti. Ese es el trato.

—A veces siento que tú me cuidas más de lo que yo podría cuidarte a ti —un destello de pena se asomó en sus palabras.

—Es porque estamos destinadas —la pelinegra sonrió apuntando hacia su mano donde se encontraba su anillo de bodas, pero en su lugar la rubia se quedó observando su meñique dónde se suponía que estaba atado el hilo del destino en el cuento original.

—Ese podría ser nuestro primer tatuaje juntas —Lilith soltó el comentario sin pensar, sin preguntarle a su esposa si quería compartir un tatuaje con ella. La pelinegra se incorporó en una postura más recta y volteó a verla con una expresión indescifrable—. Bueno, si tú quieres claro.

—Claro que quiero —confirmó sonriendo de oreja a oreja contagiando a Lilith de su alegría.

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05 de Octubre de 2023 3:20 pm, Ciudad de México.

Aysel Ferrara Ávila.

(Recuerdo)

Lo único interesante que hacer bajo la amenaza de terminar con su batería, era mirar su celular mientras los minutos pasaban en el reloj de la pared de la embajada, el objeto qué todos miraban desesperados viendo como se desvanecía la hora de su cita y eran obligados a cancelar sus planes o ocupar más horas de su tiempo libre en la embajada italiana. Aysel estaba orgullosa de sus raíces mexicanas e italianas, pero había momentos como ese en que despreciaba tener que atender trámites de su pasaporte después de haber pasado horas atorada en el tráfico de su propio país. Igual que muchos qué se encontraban en espera, ella había cancelado sus planes para la tarde, específicamente, sus planes con Lilith.

Ferrara podría estar disfrutando de su agradable compañía en su departamento, perdiéndose en su olor vainilla o en las sábanas de su cama si no tuviera que renovar su pasaporte después de recibir una llamada de su padre para informarle sobre una cita en la embajada Italiana.

—¿Vas a tardar en llegar? —escribió Lilith en el chat, sin emojis o algo que hiciera parecer la conversación menos seria.

—Un rato más al menos, por eso odio los trámites de este tipo —contestó—. Perdón por lo de la cita de hoy, de verdad quería pasar mi tarde contigo.

—OK —fue su último mensaje. Si no pasara la mayoría del tiempo con ella y supiera lo cursi y sensible qué podía ser, Aysel diría que su novia la odiaba. Sin embargo, Lilith era la persona más sensible, cuidadosa y detallista qué había conocido, pero aun así sus mensajes siempre parecían desinteresados.

Guardó su celular dentro del bolsillo interno de su saco y se enderezó en el sofá de la sala de espera, fijando sus ojos en el aburrido reloj de la pared y las plantas en las esquinas, qué pretendían darle vida a un espacio tan cerrado como ese. Vio pasar lentamente 15 minutos en los que la desesperación aumentó. Recargó sus codos sobre sus rodillas y desacomodó su pelo inclinándose hasta que su mirada topó por el suelo. Observó sus zapatos, bien lustrados y a juego con el traje qué llevaba puesto para su trabajo y que pretendía cambiarse antes de su cita con su novia.

Escuchó unos pasos cercanos a ella, pero no les prestó atención hasta que sintió el sofá hundiéndose a su costado derecho, giró levemente la mirada, recorriendo de pies a cabeza a una hermosa pelinegra, llena de tatuajes y perforaciones mirándola con una sonrisa mientras colocaba el casco de su motocicleta sobre sus piernas.

—Lilith, ¿Qué haces aquí? —preguntó consternada ante la duda de si la mujer que tenía delante era real o no.

—Dijiste que querías pasar la tarde conmigo, así que vine hasta aquí por ti —contestó como si fuera algo de todos los días.

Romanov permanecía calmada mientras Ferrara se deshacía de amor en el sofá. El corazón se le derretía entre las costillas y la forma en que Lilith la estaba mirando no ayudaba para mantener su cordura, pero entonces su razón entró al tablero. Su novia estaba ahí, quince minutos después de su último mensaje, estaba junto a ella en un edificio privado bien resguardado por seguridad privada y donde no debías de estar si no tenías nada que hacer ahí.

—Espera, ¿Cómo entraste? —preguntó Ferrara.

Es más fácil de lo que crees —contestó y se acercó a su oído para continuar en un tono bajo—. Sobre todo cuando eres una criminal entrenada para entrar y salir de lugares sin ser vista. ¿Nos vamos?

Se enderezó por completo haciendo notorio lo alta y hermosa que era para cualquiera que tuviera la fortuna de admirarla desde el ángulo en el que se encontraba Aysel. Fue entonces, que esa diosa piadosa convertida en mujer le ofreció su mano y Ferrara no dudó ni un segundo en tomarla, en sentir la electricidad por el contacto, redefiniendo el ritmo de su pulso y de cada respiración suya.

Sus dedos se entrelazaron con los suyos y la guió por los lugares que había recorrido para llegar hasta ella. Omitiendo los puntos de seguridad, Lilith la sacó de la embajada tras saltar un muro hacia la calle donde se encontraba su motocicleta aparcada. Tomó el casco sobre el asiento y se lo entregó. Compartían cascos iguales con un nuevo detalle que Ferrara no había notado hasta ese momento, sus iniciales grabadas en el costado derecho cerca del visor. Las yemas de sus dedos recorrieron las letras grabadas ahí mientras una leve sonrisa se vislumbraba en sus labios.

—Es un bonito detalle —comentó mientras Lilith subía a la moto.

—A la otra también le gustó —bromeó sacándole una mueca a Aysel. La castaña terminó dándole un leve golpe en el hombro con el casco—. No es cierto, sabes que eres la única.

—¿Entonces sacar a chicas de lugares privados es tu forma de ligar? —preguntó mientras se acomodaba el casco y subía detrás de ella. Por instinto, sus brazos rodearon su cintura como solían hacerlo cada vez que viajaban en moto, pero esta vez, su agarre no era tan fuerte.

—No —contestó tomando sus manos para colocarlas en el lugar correcto, intensificando su agarre—. Pero es mi forma de tenerte solo para mí. Me debes una cita, ¿recuerdas? Olvidemos el asunto de tu pasaporte un momento y disfrutemos de la tarde.

—Podría perder mi nacionalidad si no llego a tiempo —contestó Aysel.

—No importa, si quieres te doy la nacionalidad rusa.

Ferrara se quedó inerte tratando de descifrar exactamente a qué se refería, pero no podía pensar del todo bien con el olor y el calor de esa mujer tan cerca de ella y abandonó el planeta de la razón cuando su novia arrancó y avanzó rápidamente entre las filas de autos en el tráfico hasta colocarse al principio de todos ellos. Cuando el semáforo dio luz verde, aceleró y la magia de ir con una mujer como ella en una moto deportiva despegó hasta el cielo.

La adrenalina que le provocaba recorría su cuerpo de pies a cabeza. Una carga de energía iba desde su pecho hasta cada rincón de su cuerpo, sus brazos se aferraban al cuerpo entre ellos, sin temblar o dudar. Romanov era un sí definitivo, un sí a los paseos en motocicleta nocturnos o a las carreras clandestinas en autos deportivos, un sí a las tardes de citas eternas, a los fines de semana de despertar juntas, al olor de las sudaderas de Lilith que se ponía por las mañanas cuando despertaba desnuda en su cama, un sí a los besos en el desayuno y a las palabras incoherentes que pronunciaban cada vez que estaban cerca del orgasmo. En resumen, Lilith era una decisión irrevocable y alegre que nunca se arrepentiría de haber tomado.

Sus manos se permitieron sentir el viento que las rozaba después de llegar a su destino hasta ese momento desconocido, un parque abandonado no muy lejos de la embajada, un sitio poco concurrido que les permitiera tener privacidad. Pero nada podía ser tan fácil, ya que tuvieron que saltar otro muro y Aysel cuidar de su vestimenta poco práctica para la ocasión, pero lo suficientemente cómoda para dar un paseo por los sitios que la naturaleza había comenzado a reclamar.

La pelinegra sacó de la mochila que llevaba consigo, ropa más cómoda para ella. Pantalones más flexibles, una camiseta fresca y una de sus sudaderas impregnadas con alguno de sus tantos perfumes y se los entregó.

—¿No crees que debiste de darme esto antes? Hubiera sido más fácil hacer todo lo que hicimos si me cambiaba primero —comentó Ferrara.

—Quería verte un rato más vestida de esa forma —se acercó peligrosamente a ella, tomó el nudo de su corbata y lo deslizó poco a poco mientras continuaba hablando—. No era la mejor idea que te cambiaras en la calle o en la misma embajada, hubiera llamado bastante la atención. No me molesta que vean lo que es mío, pero hay momentos en los que solo quiero tenerte para mí.

Desabotonó los primeros dos botones de su camisa hasta que sus ojos divisaron la marca que había hecho con sus labios entre su cuello y sus clavículas esa mañana, cuando su sesión de besos se extendió más de lo necesario y terminó en un retardo de Aysel en su trabajo.

—¿Quieres que me dé vuelta mientras te cambias? —su tono fue juguetón—. No es como que no te haya visto con poca ropa o sin nada de ella, lo digo porque quiero darte tu privacidad.

—Que considerado de tu parte —contestó Aysel.

Después de unos minutos en los que Lilith prometió no espiar, pero Aysel la dejó hacerlo, siguieron su camino por las veredas cuarteadas con vegetación entre las grietas, el sonido de los insectos a lo lejos y sus ásperos pasos siguiendo a la pelinegra mientras tomaba su mano. El paisaje eran arcos de piedras oscuras, túneles con antiguas vías de tren y rocas claras bajo sus pies, crujiendo mientras avanzaban bajo la sombra de los árboles frondosos con hojas verdes, algunas de las cuales caían con la fuerza del viento y se balanceaban en el aire iluminadas por los rayos del sol hasta terminar en el suelo.

Respiró profundo olvidando la pelea telefónica que había tenido con su progenitor, la pila de trabajo que tenía gracias al inútil de su jefe y la carga de tarea que la esperaba en casa y que no soltaría hasta terminar cada pendiente. Ese era su momento, con el sol, el olor a tierra húmeda, los sonidos lejanos y la cercanía de su novia.

Ambas se detuvieron en un paraje claro, en las alturas con visibilidad a una pequeña presa en el fondo, rodeada por más vegetación. Subieron a una columna de la antigua presa a pasos lentos para no caer y desde ahí observaron su alrededor, desierto, suyo y privado.

—Si pones bastante atención, puedes escuchar a las aves entre los árboles, a veces cantan, a veces solo se quedan quietas observándote y de vez en cuando alguna de ellas emprende su vuelo y te rodea —comentó a sus espaldas, susurrando cerca de su oído—. Cierra tus ojos un momento y escucha.

—Voy a caerme de aquí si cierro los ojos —dijo con miedo.

—No —dijo la pelinegra tomándola de la cintura—. Yo te sostengo.

Cerró sus ojos un instante, concentrándose en los sonidos a su alrededor, las ramas chocando con otras, el lejano sonido de la ciudad y las alas de las aves aleteando en sus nidos, cantando melodías cortas, rompiendo el aire con sus alas y sintiéndose tan vivas como ella se podía sentir en ese momento.

—Sé que no tuviste un buen día, la calma no es algo que abunda en tus días, pero quería darte un poco de ella y la única forma que encontré fue trayéndote aquí conmigo. En este mundo, solo este lugar y tú me han dado paz. He venido aquí incontables veces, siempre encuentro el camino, pero contigo es diferente, no eres un camino ni un momento, Aysel. Eres la persona que quisiera tener por siempre...

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20 de Octubre de 2023 8:00 pm, Ciudad de México.

Lilith Romanov.

—Aysel, me tiemblan las piernas —dijo la rubia, recargándose sobre el tocador del vestidor, bajando su falda para cubrir sus muslos que segundos antes estaba apretando su esposa mientras la tocaba frente al espejo, justo cuando debían prepararse para la gala de esa noche.

—Espero que por un buen motivo —pronunció cuando regresó a ella Ferrara para dejar pequeños besos en su cuello mientras intentaba acomodarse la arrugada camisa que Lilith había hecho un desastre.

Romanov intentaba por todos los medios concentrarse, pensar en que debía arreglarse, pero no podía hacerlo con su pelinegra tan cerca, recorriendo con sus labios cada lunar de su cuello, dejando pequeñas marcas mientras sus manos todavía sostenían su trasero, tocándolo a su gusto.

—Aysel —pronunció su nombre.

—¿Mmmh? —le escuchó decir.

Su esposa volvió a subir su falda, sus palmas se colaron por debajo de la tela, entre sus piernas, hasta llegar a su entrepierna todavía húmeda y caliente. Quería tenerla dentro nuevamente, pero el reloj marcaba la hora justa, y esta vez sí estaba seriamente preocupada por llegar al evento que les había tomado varios días organizar con todos los empleados del corporativo.

—Amor, ¿Te puedes concentrar un momento? —habló Lilith.

Ferrara se detuvo, se enderezó y le besó la mejilla. Sus manos dejaron de tocarla para arreglarse a sí misma, abotonar su camisa y acomodar su joyería sobre su pecho. Mientras Romanov recuperaba la fuerza en las piernas, Ferrara terminó de arreglarse justo frente a ella. Sus movimientos elegantes, naturales y su olor parecían ser una genuina invitación a llegar tarde a la apertura de la Torre Romel, pero la pelinegra era demasiado responsable como para llevar la situación tan lejos.

En mejores condiciones, Lilith bajó de la isla del tocador dónde su esposa la subió para tener mejor acceso a todo lo que quería tocar. Se dirigió hacia el cajón de las joyas y los accesorios para escoger a su conjunto qué la acompañaría el resto de la noche. Una pieza simple y discreta cuyo valor se posicionaba en una cantidad de cinco cifras en dólares, un regalo de su esposa en su último viaje al extranjero.

—Permíteme —pronunció Aysel ofreciéndole ayudarle a ponerse el collar al ver las dificultades qué tenía para hacerlo por su cabellera.

Sus manos sustituyeron a las suyas sobre cada extremo de la pieza, Romanov juntó su cabello y lo alzó para facilitar la tarea, su esposa rodeo su cuello con la joya y sin mayor esfuerzo cerró el broche de esta procediendo a acomodar el curso del collar sobre su pecho. Lilith podía sentir su pulso en su pecho cuando Aysel se acercó acortando toda distancia entre sus cuerpos, sus dedos rozaron la cadena hasta llegar a la parte trasera de su cuello donde su tacto fue bajando directamente hasta su espalda, dónde se encontraba el cierre de su vestido.

—Olvidaste algo —pronunció la pelinegra antes de subir su cremallera despacio para no dañarla.

Lilith dejó caer su pelo sobre sus hombros solo para que segundos después Aysel lo apartara de su cuello y dejara un beso en la curvatura de este, discreto, suave y cariñoso, con un acto adoraba a toda su presencia tanto física como emocional.

El viaje en auto fue tranquilo, con los edificios altos de reforma y las luces de las lámparas, reflejándose en el brillo de sus autos blindados protegidos por nuevos equipos de militares retirados y capacitados para su protección. A medida que se acercaban a la entrada del edificio, su seguridad era sustituida por los elementos que custodiaban la torre y controlaban el paso a periodistas e invitación a la inauguración.

La alfombra de color rojo se extendía hasta el lugar donde los autos se detenían para que los invitados bajaran, con una fila de periodistas a cada lado tratando de captar una buena foto de las figuras reunidas esa noche, empresarios de renombre, políticos y un par de figuras públicas como sus amigos modelos.

La rubia bajó primero del auto atrapando la ola de flashes por su belleza y encanto inmediato, acompañado del misterio que la caracterizaba, Aysel siguió su camino de la mano de su mujer entre las luces destellantes de las cámaras. Sin embargo, la pelinegra se detuvo entre los cegadores destellos mirando hacia un punto fijo.

—¿Sucede algo? —preguntó la más alta en voz baja cerca de su oído sin recibir respuesta de su parte—. Aysel.

Al pronunciar su nombre, ella salió del trance en que había caído y volteó a mirarla con una expresión de confusión que se desvaneció en segundos.

—No, nada. Creí ver algo, pero creo que tantas fotos hacen que me confunda —concluyó retomando su camino sin intenciones de volver a detenerse.

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20 de Octubre de 2023 10:30 pm, Ciudad de México.

Aysel Ferrara Ávila.

—Todo está listo —dijo su hermana menor entregándoles en una caja pequeña las tijeras que cortarían el listón de inauguración que recorría toda la entrada del edificio.

Tomó las suyas al mismo tiempo que su esposa y se posicionaron en la mitad del listón dorado, siendo el blanco perfecto de las cámaras listas para presenciar cada segundo de la inauguración. En conjunto con un movimiento certero de las tijeras, cortaron el listón que cayó al suelo, marcando el momento en que los aplausos comenzaron ante la llegada de una nueva etapa con la Torre Romel.

La rubia besó su mejilla mientras la felicitaba por su logro, sus palabras sonaban confusas entre todo el alboroto y Aysel se esforzaba por no pensar en el rostro que creyó ver entre los cámaras minutos antes, en que solo era una mala jugada de su conciencia dominada por el miedo, de todas formas, ordenó que todo el personal de seguridad se mantuviera alerta el resto de la noche.

Después de la cena en la que saludó a todos sus invitados en lugar de disfrutar de sus alimentos, el podio en la plataforma de la sala de conferencias la esperaba junto con el discurso que había escrito la noche anterior con las ideas frescas sobre la visión del grupo y su futuro en la economía mexicana e internacional. Lilith era una de las anfitrionas del evento y, por lo tanto, la encargada de presentarla.

—Durante mi vida he tenido la oportunidad de conocer a varias personas extraordinarias, cuyos intelectos me han dejado sin aliento y no solo a mí, sino al mundo entero. Pero ninguna de ellas era tan talentosa, humana y dedicada como la mujer que voy a presentar esta noche y que tengo la fortuna de llamar mi esposa. Damas y caballeros, con ustedes, Aysel Ferrara Ávila.

La nombrada se puso de pie cuando los reflectores la enfocaron y los aplausos marcaron el instante en que debía de unirse a su mujer en el podio y dar su esperado discurso que practicó en su mente durante todo el trayecto en auto. Abrazó a Lilith para posteriormente dirigirse hacia el micrófono, ajustarlo a su altura y sacar sus notas con oraciones resaltadas y anotaciones que solo ella podía entender.

—Es un verdadero privilegio estar aquí en estos momentos. Hace unos años ni siquiera podía imaginarme como la CEO de una empresa multinacional, pero es un logro enorme haber llegado tan lejos a los 33 años y en la plenitud de mi vida donde puedo compartir este tipo de logros con mi familia, mi esposa Lilith a quien amo inmensamente y mi pequeña hija que nos espera en casa —hizo una pequeña pausa para aclarar su garganta—. Todos llegamos a un punto en nuestras vidas que necesitamos sentir que hemos tocado el cielo con nuestras manos, que a pesar del camino difícil o que incluso no nos creíamos capaces de conseguirlo, estamos justo donde queríamos estar. El Grupo Romel es una ambición materializada para mí y la Torre Romel que será desde este momento nuestra casa matriz, es un recordatorio de cientos de metros de que hemos llegado lejos.

Sin previo aviso, detuvo su habla y su mirada entre los miembros del público. Tres rostros conocidos figuraron entre el resto. Un varón y dos mujeres, una mayor y otra menor. El varón con el rostro casi desfigurado y la mujer mayor con una cicatriz que le atravesaba la cara y que había sido resultado del anillo que Aysel todavía llevaba en su índice. Por último, la mujer más joven esbozaba una sonrisa de oreja a oreja, con sus ojos puestos sobre ella y esa mirada que le provocaba escalofríos.

Ferrara miró a su esposa con pánico, pero antes de que siquiera pudiera decirle algo, las luces se apagaron y una bomba de gas explotó en el centro del salón, obligando a todos los presentes a evacuar mientras el humo se expandía y las luces de emergencia parpadeaban. El carmesí de aquellas luces apenas permitía la visibilidad y el caos se hacía presente como acompañante del pánico puro.

Aysel estaba desesperada por encontrar a Lilith entre el tumulto de personas, miraba a todas partes en busca de ella mientras la seguridad resguardaba a los invitados. Gritos, voces, el olor penetrante del humo y la poca visibilidad la sumieron en la confusión. Sintió una presencia aproximándose a ella y cuando giró hacia sus espaldas, finalmente pudo verla. Tensa, con esa mirada asesina en sus ojos y un cuchillo en sus manos cuya punta fue directo hacia su pecho apuntando a su corazón. Su mano la detuvo haciendo que Maite temblara por el forcejeo. Tocarla, la materializaba y provocaba el miedo dormido en el interior de la pelinegra que perdía fuerza en el agarre. La punta se aproximó un poco más hacia ella y Aysel se sintió morir de nuevo por sus manos.

Escuchó un disparo, las gotas de sangre le salpicaron la camisa, el traje y el rostro antes de que pudiera darse cuenta de que el filo que amenazaba su vida ahora se encontraba en el suelo y su atacante había huido dejando un rastro de sangre que pretendió seguir, pero no fue capaz de hacerlo, ya que su cara tocó el suelo al no ser capaz de dar un solo paso más consciente.

—¡Aysel! —lo último que logró escuchar fue su nombre en la voz de su esposa.

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21 de Octubre de 2023 11:49 pm, Ciudad de México.

Aysel Ferrara Ávila.

Despertó con la sensación de un paño húmedo, limpiándole con delicadeza el rostro. La humedad pasó por sus mejillas, sus labios y su frente mientras ella intentaba abrir los ojos sin que la luz de la habitación la molestara. Como si fuera comunicación telepática, esta se apagó casi inmediatamente para que sus ojos pudieran acostumbrarse al ambiente. No sabía por qué, pero el cuerpo le dolía, el rostro le dolía y tenía un severo dolor de cabeza.

—Necesito una... —pronunció con su diestra sobre su frente.

—¿Una aspirina? —preguntó su esposa a lo que ella asintió—. De inmediato.

En la corta ausencia de Lilith, Aysel se dio cuenta de que ya no estaban en el salón de eventos, ni siquiera en las instalaciones de la Torre Romel, sino en su habitación en su casa. Sus signos vitales eran monitoreados por un aparato y a su lado encontró el paño qué sentía sobre su frente sobre una charola con un recipiente de agua tibia. El paño tenía rastros de sangre seca, con temor, buscó alguna herida en su frente o en su cabeza, pero no encontró nada.

—¿Es mía? —cuestionó Aysel a su esposa cuando volvió al cabo de unos minutos.

—¿Qué? ¿La sangre? No, no es tuya —la rubia le dio la pastilla y un vaso de agua—. Inés dijo que sufriste un desmayo por la impresión, pero no tuviste ninguna herida.

Entonces lo recordó, el forcejeo con Maite, el disparo de Lilith y el desmayó qué la dejó sobre el suelo alfombrado del salón de conferencias. Con la pastilla en la palma de su mano y el vaso de agua en la otra, Aysel ingirió el medicamento inmediatamente buscando un alivio qué se tardaría en llegar por lo menos media hora.

—¿Recuerdas lo que pasó? —interrogó Lilith sentándose en el borde de la cama.

—El discurso, a Victoria, Maite y Hugo entre el público, la explosión y que casi me asesinan, sí, lo recuerdo —confirmó ante la mirada preocupada de su mujer.

—Intentaron seguir el rastro de sangre que dejó, pero, no lograron capturarla, a ninguno —habló la rubia—. El equipo de seguridad será revocado de sus labores y mañana tendremos nuevos escoltas. No nos sirven qué sean militares retirados si ni siquiera pueden protegernos.

—¿Qué pasó después de que me desmayé? —preguntó Aysel después de poner atención a todo lo que dijo.

—Después del disparo, caíste al suelo. Por un momento creí que te había dado a ti y entré en pánico, pero no, tú estabas bien, pero inconsciente y ella se marchó con una herida de bala en la mano. Nadie supo lo que pasó y el departamento de relaciones públicas lo manejo como una falla en el sistema de ventilación que afectó también la electricidad, todos fueron evacuados y ahora revisan todo el edificio y las cámaras para saber cómo pasaron los controles de seguridad —explicó Romanov.

—También fue su edificio, saben mejor que nosotros todas las maneras de entrar sin ser vistos —comentó volviéndose a recostar.

Se quedaron en silencio unos segundos, Lilith bajo la mirada y Ferrara la observó atentamente esperando a que dijera o hiciera algo más.

—¿Qué fue lo que viste cuando bajamos del auto? ¿Fue a alguno de ellos? —cuestionó la rubia.

La pelinegra suspiró, se acurrucó en la cama y procedió a darle una respuesta.

—Creí que solo era una confusión porque fue muy rápido, estoy acostumbrada a que mi mente me juegue malas pasadas cuando estoy preocupada o estresada, pero era obvio que era Victoria, no hay nadie que conozca qué tenga esa cicatriz en el rostro.

—Si está aquí es porque se siente lo suficientemente protegida como para atacar —concluyó Lilith—. Está tomando muy pocas precauciones para aparecer en público y encima...

La chica detuvo sus palabras en sus labios atrayendo su atención. Romanov creyó que Aysel no lo había escuchado, pero puso atención a cada palabra.

—¿Encima qué? —habló la mayor sin obtener respuesta de su esposa—. Lilith, ¿Qué ibas a decir?

La nombrada suspiró, se puso de pie para ir en busca de algo cerca de su mesa de noche y cuando por fin lo tuvo en sus manos, lo dejó sobre la cama. Era una invitación en papel grueso negro con letras de color cobre especificando una fecha y un día en específico pero sin ubicación.

—¿Una fiesta temática del día de muertos? —preguntó incrédula ante el papel que estaba en sus manos.

—Velazco siempre ha disfrutado de los eventos extravagantes y temáticos, al igual que tú, ama la cultura de su país y tiene sus formas de disfrutarla. No vino a matarnos, vino a provocarnos para que vayamos hasta ella y caigamos en su trampa, pero no vamos a tomar ese riesgo.

—Hay que hacerlo. Escucha, sé que suena estúpido, pero no podemos seguir tomando precauciones cuando estas claramente no están sirviendo en lo absoluto. Todo este tiempo hemos estado huyendo como presas, seamos quienes cazan una vez.

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01 de Noviembre de 2023 10:20 pm, Ciudad de México.

Aysel Ferrara Ávila.

Su esposa no estaba de acuerdo. Eso había quedado claro desde que tuvieron esa conversación en su alcoba después de la tormentosa inauguración de la Torre Romel donde nada salió como debía y ahora estaban enfrentando lidiar con las especulaciones sobre sus vidas privadas y la explicación qué los presentes recibieron fue insuficiente para encubrir el escándalo qué las rodeó desde aquella noche. Lilith no estaba de acuerdo, pero aun así la acompañaba, lo hizo durante todos los días después de ese ataque y no se despegó de ella hasta que estuvo segura de que estaba a salvo.

Esa noche, antes de partir, ambas empacaron un par de armas dentro de su indumentaria, armas de fuego discretas ocultas entre los pliegues de sus atuendos qué se inspiraban en la época colonial mexicana. Cortes elegantes, tal vez algo extravagantes, qué iban a juego con los coloridos tocados de sus máscaras de catrinas a la altura de los labios hechas en yeso perfectamente ajustadas a su rostro.

La temática en la invitación era simple, un atuendo que se remontara a alguna época de la historia mexicana y una máscara de Catrina con colores vistosos a juego con sus atuendos. La ubicación se confirmaría minutos antes del comienzo de la fiesta, pero las pistas reveladas días antes sugerían qué iba a ser en el corazón de San Ángel, en el sur de la ciudad.

—Recuerda, todo nuestro equipo, incluyendo Nerea, estarán en la fiesta, si algo sucede, estarán listos para reaccionar con fuego si es necesario —dijo Romanov.

—Lilith —pronunció su nombre y ella volteó a verla—. No te alejes demasiado.

Cuando el reloj marcó las diez con veinte, las personas comenzaron a aparecer en las calles vestidas de distintas maneras, algunos inspirados en la revolución mexicana, otros en los tiempos prehispánicos y muchos otros vestidos con ropa del siglo veinte, rememorando la época del cine de oro mexicano con vestidos de noche y trajes elegantes con calaveras y flores bordadas en las solapas. Era como si todos los muertos caminaran por las calles empedradas hacia una casona casi en ruinas, iluminada por las velas y arreglos florales en cada sitio.

Mientras se acercaban notaron el olor a cempasúchil, copal y fruta de la ofrenda monumental que se extendía desde la entrada hasta el interior de la morada. Sobre sus cabezas candelabros dorados con velas artificiales, papel picado colgando de extremo a extremo. Bajo sus pies, pétalos de cempasúchil qué guiaban su camino hasta el recibidor, qué comenzaba a llenarse de personas caracterizadas.

Los acordes de las guitarras, la melancolía de los músicos y las ofrendas a los vivos y a los muertos en cada rincón eran algo digno de admirarse. El humo del copal purificaba los altares mientras los que aún vivían disfrutaban de las copas qué los cadavéricos meseros llevaban en sus charolas de un lado a otro.

Miró a su esposa, vestida como una de las grandes señoras de la colonia, con joyas preciosas, el pelo arreglado en una media coleta, y su máscara con toques dorados que dejaba al descubierto sus labios rojos perfectamente besables. Por su parte, Aysel lucía el mismo tipo de atuendo qué ella con la diferenciación de detalles plateados en su máscara para que fueran a juego con su joyería del mismo tono. De lejos, eran las personas más llamativas del lugar, pero intentaban disimular su nerviosismo paseando por el recibidor, Lilith sosteniendo el brazo de Ferrara y esta última con su diestra sobre la mano de su esposa.

—No veo a nadie sospechoso —susurró Lilith—. Esto es muy inusual, no hay nada de seguridad. Es demasiado arriesgado, incluso para Velazco.

—Estoy segura de que no tardará en aparecer —pronunció Aysel.

—Recorreré el perímetro para asegurarme —dijo Lilith soltando a su esposa frente a la ofrenda monumental qué habían puesto—. Espera aquí, regresaré en unos minutos.

Ferrara no estaba en posición de discutir con ella, así que, como dijo, la esperó ahí sin alejarse ni un solo paso para que pudiera encontrarla el regresar. Observó los niveles del altar, las fotos de personalidades fallecidas de todas las épocas, los platos típicos sobre vajilla de barro, las botellas de alcohol, los dulces, la variedad de frutas y las decenas veladoras encendidas qué desprendían un olor a cítricos muy agradable.

—Es una linda tradición la de ustedes —dijo una mujer mayor con el pelo cano, la piel pálida y una máscara con toques carmesí como su vestido con encaje negro y bordados del mismo tipo en la falda—. La de recordar a sus muertos de esta forma, con ofrendas, música y fiesta. Pensar que los muertos regresan una vez al año para convivir con los vivos es algo muy creativo.

—Nos da consuelo de que aquellos que fallecieron no se han ido para siempre de nuestro lado —contestó Ferrara intentando recordar porque la voz le resultaba tan familiar—. Disculpe, ¿nos conocemos?

La mujer de pelo cano esbozó una sonrisa. Las arrugas de su boca se marcaron y sus ojos evidenciaron una chispa de emoción en ellos que tomó por sorpresa a Aysel. Definitivamente, ella la conocía, aunque Ferrara no pudiera recordarla.

—No había tenido el gusto hasta hoy, Aysel —la llamó por su nombre rompiendo con los paradigmas de la curiosidad, alertando a su instinto.

—¿Cómo es que sabe mi...?

—¿Tu nombre? Sencillo, fue el nombre que él y yo escogimos cuando hablábamos de tener una hija. Tú no te pareces a él, eres igual a tu madre, pero esos ojos —la miró fijamente—. Esos ojos son su herencia.

Ferrara quedó petrificada, mareada con el golpe de información dirigido a ella como una ventisca desafortunada. Buscó con sus manos inquietas su arma oculta detrás de su abrigo largo.

—No voy a hacerte daño, querida Aysel —aseguró ella—. Al contrario, tú eres la razón por la que estoy aquí. Soy Francesca Borgia y puedo ser tu mejor aliada.

Justo cuando sus palabras terminaron de ser pronunciadas, los candelabros se apagaron al igual que toda la iluminación artificial y el lamento de las guitarras cesó para dar paso al silencio.

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01 de Noviembre de 2023 10:39 pm, Ciudad de México.

Lilith Romanov.

Volvía al lugar donde había dejado a su esposa tras revisar los jardines de la propiedad, pero antes de que pudiera divisarla entre la multitud conglomerada por todas partes, las luces se apagaron, dejando únicamente la iluminación de las velas en los altares de forma en que el recibidor quedó prácticamente a oscuras. El olor a copal se intensificó y del techo comenzaron a caer pequeños pétalos de flores de cempasúchil.

Los rostros coloridos por el maquillaje fosforescente se abrieron paso entre las multitudes con velas encendidas en sus manos, coronas de flores, faldas qué llegaban hasta el suelo de color blanco y bordados qué destacaban en la penumbra. Sus cuerpos estaban cubiertos por el maquillaje de calavera, sus ojos resaltados con pupilentes de color azul que brillaban en la oscuridad y sus movimientos eran coordinados al ritmo de la música.

Esas mujeres se reunieron en el centro del recibidor, despejando a los invitados de la pista mientras se formaban y entonaban el coro de la canción ajustando sus movimientos al resto. Sus pisadas al ritmo de la música ensordecían el ambiente y la habilidad con la que mantenían las velas encendidas era igual de impresionante.

Romanov intentó abrirse paso entre los capturados espectadores, qué no podían despegar sus miradas del inesperado número. Ella estaba comenzando a preocuparse por su esposa, a quien no veía por ningún lado cuando las bailarinas comenzaron a adentrarse entre el público como si fueran verdaderas brujas chupando el alma de quienes las veían. Se reunieron nuevamente en el centro en un círculo perfecto, ocultando entre ellas a una bailarina qué resaltaba por no ser como las otras, ya que esta usaba colores diferentes.

Ellas se hincaron para dejar ver a esa mujer con un vestido prehispánico, un penacho de plumas fluorescentes y un maquillaje de Catrina aterrador. Esa mujer tenía una venda en la mano, la misma en la que Lilith le había disparado, pero lo más alarmante es que estaba acompañada por Aysel. Ella rodeaba el cuello de Ferrara con un cuchillo de obsidiana clamando un sacrificio. Los ánimos de las personas se levantaron, creyendo que era solo un espectáculo y comenzaron a clamar lo mismo que ella. Romanov sacó su arma de fuego, quitó el seguro y apuntó en su dirección, pero esa mujer interpuso a su esposa en el ángulo de su puntería, sabiendo perfectamente que si disparaba, Ferrara recibiría la bala.

Alzó el cuchillo de obsidiana en el aire mientras la música era sustituida por tambores antiguos qué retumbaron una y otra vez y se detuvieron cuando dejó caer el cuchillo directo hacia su pecho, pero se detuvo segundos antes de tocarlo. Lilith tiró del gatillo sin saber con exactitud hacia dónde se dirigían sus tiros.

Escuchó un quejido y luego el absoluto silencio seguido por la completa oscuridad, pues las velas se apagaron por completo y ella corrió en busca de Aysel con el miedo carcomiéndola. ¿Y si en lugar de haberle dado a Maite, le disparó a ella? ¿Y si Maite logró apuñalarla después de sus disparos?

Cuando llegó hasta la zona únicamente guiada por su memoria, encontró dos cuerpos sobre el suelo, el primero, levantándose después del impacto. Reconoció a ciegas el rostro de su esposa tentándolo en la oscuridad mientras sentía su argolla de matrimonio en su mano.

—Aysel, dime por favor que estás bien —pronunció Lilith al borde del pánico.

—Sí, lo estoy —contestó Ferrara sintiendo la humedad en su ropa.

Nada le dolía, pero podía reconocer el olor a sangre, aunque no pudiera verla.

Los candelabros se encendieron y en el aire quedó flotando el humo de las decenas de veladoras apagadas, pero lo más extraño de todo, era que no había ni una sola persona a su alrededor, únicamente estaba el cuerpo de Maite en un creciente charco de sangre sobre el suelo, rodeado de pétalos de cempasúchil.

Lilith se acercó hasta ella con el conocimiento de que su esposa no podría hacerlo, aproximó su índice y su dedo medio hasta su nariz para poder percibir su débil respiración.

—Maite —pronunció—. Aún respira.

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Honey terminó confundida y muy probablemente ustedes también. Prometo explicar esa última parte en el próximo capítulo.

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