Capítulo 32: Designio
Actualización sorpresa... Prometo no romperles el corazón.
01 de Abril de 2022 6:26 am, Ciudad de México.
Aysel Ferrara Ávila.
No había tomado en serio las consideraciones de los dolores constantes de espalda cuando evaluó la posibilidad de embarazarse, mientras leía artículos y buscaba información en las madrugadas. Creía falsamente que sería de las partes más fáciles de sobrellevar, pero estaba por demás equivocada. La espalda le dolía día y noche y solo podía obtener algo de alivio cuando tomaba un baño de agua tibia, posteriormente se aplicaba un gel relajante en la zona que la mantenía lejos del dolor al menos las primeras horas.
La molestia incluso afectó su carácter, ya que por las tardes tendía a irritarse más con cualquier persona a su alrededor, razón por la cual atendía asuntos de trabajo por las mañanas, reservaba sus tardes para descansar y las noches para pasar tiempo con Lilith, no quería desquitarse con ella, así que procuraba estar lo más relajada posible a la hora de la cena y a la hora de dormir cuando le escuchaba susurrar cosas cerca de su vientre conversando con la bebé mientras Romanov creía que estaba dormida.
Terminada su ducha mañanera, Aysel secó su cuerpo con las toallas del baño antes de colocarse la bata blanca con sus iniciales propias y el apellido de su esposa grabado en el costado izquierdo del pecho, un regalo de bodas de parte de Carina que conservó después de partir de Moscú y usó a pesar de que no quería pensar en las posibilidades de dejar de ser la señora Romanov.
Salió del baño revolviendo con una toalla su pelo para secarlo, su ropa ya estaba previamente escogida sobre el sofá de la habitación, por lo que sus pasos se dirigieron hasta ahí sin dar tiempo a su mirada de percatarse de la presencia de Lilith en la cama, con la vista fija en su tableta y los lentes de lectura puestos. Ferrara deshizo el nudo de la bata blanca y deslizó la prenda sobre sus hombros desnudos para comenzar a vestirse cuando escuchó el sonido de un bolígrafo caer al suelo y volteó en dirección al sonido.
La pelinegra dio un pequeño salto del susto y volvió a colocarse la bata de baño cuando notó la mirada de la rubia sobre ella con una sonrisa en su rostro. No le prestaba atención a la tableta y el lápiz de esta se encontraba en el suelo.
—¿Qué haces aquí? —sonó más alterada de lo que quería sonar al hacer esa pregunta.
—Vivo aquí —contestó simplona.
—O sea sí, pero ¿No te habías ido a la universidad ya? —cuestionó Ferrara nerviosa.
—Iba en camino cuando avisaron que la clase se cancelaba y regresé para desayunar contigo —respondió relajada. Frunció el ceño antes de continuar—. ¿Por qué te asustaste? Estamos casadas, te he visto desnuda muchas veces, no es como si fuera una desconocida.
—Mi cuerpo ya no se ve como la última vez que me viste desnuda y prefiero que esa siga siendo la última vez, al menos por el momento —contestó tratando de vestirse lo más rápidamente posible sin que Lilith la viera desnuda.
—Podemos reiniciar el marcador cuando tú quieras, amor —pronunció con una voz coqueta y una sonrisa de la misma índole—. Yo encantada.
—Hablo en serio Lilith, no me siento muy cómoda cuando mis senos se hicieron más grandes y pesados, mis caderas se hicieron más anchas de lo que eran y obviamente gané algunos kilos con el embarazo —explicó terminando de colocarse la camiseta, fuera de la vista de Lilith.
—Puedo ayudarte a cargar con esos dos grandes y pesados problemas —comentó Romanov sonriendo de oreja a oreja, mirando hipnotizada el torso de su esposa.
—Mis ojos están arriba —indicó Aysel con las manos en la cintura.
—Después de lo que dijiste no tengo intenciones de verte a los ojos —sí, Lilith era descarada.
Prácticamente, ni siquiera parpadeó sin quitarle la mirada del torso a su esposa, imaginando cada escenario, posición o acción que podrían hacer cuando el sexo estuviera permitido. Aysel no mentiría, le gustaba esa mirada de su parte, los ojos que la desnudaban sin quitarle ni una sola prenda y le imaginaban más maravillosa de lo que ella podía catalogarse. Ferrara tomó el cojín del sofá y se lo aventó a la cara.
—Deja de mirar —se quejó con fingida molestia.
—Era broma —contestó Lilith con la sonrisa aún imperante en su rostro—. Pero puedo tomarlo en serio cuando tú quieras.
—Lilith, dijimos que no íbamos a acostarnos hasta que...
—Hasta que las cosas se arreglen, sí, lo recuerdo —completó Romanov—. Pero si cambias de opinión, puedo darte una mano cuando lo necesites.
—Lilith —la llamó por su nombre con intención de reprenderla.
—Tenía que intentarlo —alzó los hombros resignada. Cambió su expresión a una más seria, se puso de pie y la tomó por los hombros—. Hablando en serio, siempre te ves hermosa, incluso si tú no lo crees, estoy dispuesta a demostrártelo.
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01 de Abril de 2022 9:11 am, Ciudad de México.
Lilith Romanov.
La lectura de los antecedentes de la arquitectura que tenía pendiente, dejó de ser tan interesante cuando su esposa se paró debajo de los reflectores mientras un trío de sastres la rodeaba, discutiendo ajustes en las prendas que podía usar para el retrato familiar oficial y la velada qué organizarían sus padres para anunciar su matrimonio y que esperaban un bebé. El objetivo era complejo, algo cómodo, elegante y del estilo de Aysel que la hiciera lucir como lo que ya era, una Romanov, la esposa de uno de los miembros de una Dinastía casi extinta, motivo por el cual cada detalle era procurado a rememorar las antiguas glorias de un imperio qué ya no imperaba y una familia que ya no gobernaba.
Pero no hacía falta una corona para tener poder. Gavrel, la cabeza de la casa, consiguió ganar aliados e influencias en distintas esferas sociales, desde la política hasta la economía, cada pieza en el tablero a su disposición. Un líder, un padre y muy próximamente un abuelo en el que todavía no terminaba de confiar su esposa.
—¿No crees que es raro? —preguntó mientras los sastres realizaban los últimos ajustes a uno de los vestidos de noche considerados opciones para la velada.
—¿A qué te refieres? —preguntó Lilith fingiendo estudiar para el examen que tenía más tarde cuando en realidad estaba dibujándola digitalmente en su tableta.
—Que tus padres se comporten así. Tu madre ha comprado mucha ropa y juguetes para la bebé, tu padre me puso una escolta y convirtió la casa en un refugio de alta seguridad. Hace un año me querían muerta y ahora me protegen —comentó con fastidio en su voz.
—Es normal considerando que estás esperando una hija mía. Siempre quisieron qué tuviera hijos para conservar la línea de sangre y bla bla. Lo que no pensaron era que me iba a casar contigo y la forma en que íbamos a tener a nuestros hijos iba a ser distinta a la que estaban acostumbrados —explicó—. Eres mi mujer, Aysel. Eso te hace parte de la familia y no van a poder cambiarlo de ninguna forma.
—¿Entonces voy a tener que acostumbrarme a esto? Porque la ropa hecha a la medida no está mal, pero lo de los escoltas siento que es demasiado —dijo bajo la atenta mirada de su esposa.
(Conversación en inglés)
—Podemos hacer el cambio que quiera, señorita Aysel —su suegra apareció inesperadamente en el cuarto, seguida por un par de escoltas qué la acompañaban. Liubov tenía más noción del español que su marido y aprovechó eso para responderle en inglés—. Todo lo que sea necesario para que se sienta cómoda. Sé que un embarazo no es fácil, pero cuente con nosotros para sobrellevarlo.
—¿Qué haces aquí, mamá? —Lilith se levantó de su asiento para saludar a su madre con un beso en la mejilla.
Madre e hija tomaron asiento a las espaldas de Aysel, sus rostros se reflejaban en los espejos qué la rodeaban y los encargados de las prendas se veían incluso más nerviosos con la presencia de Liubov en la sala. La mujer pidió una copa y la bebió observando en silencio su alrededor hasta que su vista se posó en el par de anillos que compartían.
—¿Ya tienen fecha para la boda? —preguntó casualmente—. Porque piensan volver a casarse, ¿verdad?
Esa pregunta recayó sobre Aysel. Sus hombros se tensaron y los mismos ayudantes miraron de un lado a otro en busca de una respuesta al notar la tensión entre la familia.
—Estamos casadas, señora. Tuvimos una ceremonia simbólica antes del procedimiento legal. Teníamos planes que postergamos, pero ahora con la situación no creo que... —explicó Aysel.
—¿Cuándo vas a pedirle matrimonio a la señorita Aysel, Lilith? —Liubov se dirigió a su hija con una mirada expectante a una respuesta que cumpliera con sus requerimientos.
—¿Pedirle matrimonio? Pero si ya es mi esposa —contestó Romanov confundida.
—Si la señorita Ferrara no ha cambiado de opinión y todavía van a seguir juntas, sería ideal una boda más apropiada, ambas lo merecen —respondió su madre bebiendo del borde de su copa con una elegancia difícil de igualar—. ¿No lo cree así, Aysel?
El don de Liubov era poner cualquier situación a su favor para obtener información. Se había desarrollado durante toda su vida en una sociedad dónde la información y las conexiones eran valiosas y en este caso, saber sobre el futuro de su hija y de la nieta que estaba próxima a nacer, eran la prioridad del matrimonio ruso. Aysel no quería divorciarse, eso lo había dejado muy claro, pero jamás había mencionado algo con respecto a concluir los planes que habían hecho, festejar la boda que planearon por meses y repetir lo que hicieron en un impulso de emoción y amor. Ferrara bajó la mirada después de asentir a la pregunta de su suegra y no volvió a mencionar el tema.
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01 de Abril de 2022 10:14 am, Ciudad de México.
Lilith Romanov.
Las pocas horas de sueño, sustituidas con horas de estudio, dieron resultado en sus primeros exámenes. Terminar la carrera en menor tiempo comenzaba a verse posible a medida que las notas aprobatorias iban apareciendo en su boleta y la lista de proyectos atrasados se reducía considerablemente, pero siempre habría algo difícil que hacer y las maquetas eran la cúspide de sus pendientes, todas las horas de esfuerzo terminaban hechas trizas en un bote de basura después de que los profesores las evaluaran y las pusieran a prueba, disfrutando sádicamente de masacrar los intentos de sus alumnos por avanzar.
Lilith admiraba los planos aún sobrevivientes del proyecto con Carolina cuando sintió una mirada potente sobre su espalda, clavada en su ser tan profundamente qué no podía tratarse de una equivocación. Giró sobre su posición para encarar al hombre, con la frente empapada de sudor y el poco pelo de su cabeza desordenado y grasiento. Respiraba sonoramente acariciando con su diestra su barba.
Molina le miraba el trasero sin pudor alguno, podía sentir su mirada lujuriosa e imaginar las fantasías que podría tener un hombre como él. La rubia hizo una mueca de desagrado y fastidio al mismo tiempo en que el estómago se le revolvía con una sensación familiar.
—Señorita Romanov —pronunció el profesor acercándose con una expresión relajada—. Creí que la vería en clase hoy, extraño verla durante nuestras sesiones. Usted siempre es tan...
El hombre reprimió una palabra y la sustituyó con otra, pero su intención estaba clara.
—Atenta en mis clases que me pregunto si es por los contenidos o es por su servidor quien los explica —dijo él—. Me encantaría escuchar alguna sugerencia de parte suya para hacerlas más dinámicas. Podemos ir a un lugar privado y yo estaré dispuesto a escucharla el tiempo que quiera, igual, podría hacer más fácil la materia para usted.
—Tengo la tarde ocupada —se excusó con intenciones de irse, pero él la detuvo tomándola del brazo.
—Perdóneme por ser tan brusco la última vez, usted no lo merecía. Es solo que estoy muy estresado, ¿lo entiende, verdad? —el profesor no solo tenía un aspecto asqueroso, también olía de la misma forma. Su colonia estaba combinada con el olor de su sudor y la poca higiene qué parecía mantener con su cuerpo—. Nadie como usted merece que la traten así, permítame redimirme y demostrarle que la puedo tratar como una verdadera princesa.
Esa palabra encendió las alarmas, el pánico la invadió de pies a cabeza y se apresuró a zafarse de su agarre para retroceder un par de pasos. El apodo retumbaba en su mente, era perfectamente capaz de defenderse, pero por unos segundos, volvió a sentir el miedo de esa joven de 16 años, vulnerable, implorando al cielo mismo que todo se detuviera.
—Señorita Romanov —volvió a hablar Molina, acercándose con el ceño fruncido, extrañado por su exaltada reacción.
Pero antes de que pudiera dar un paso más, Carolina la tomó el brazo y prácticamente la arrastró lejos de ahí, sin preguntarle lo que estaba pasando, sin prestarle atención al profesor, únicamente acudiendo a ayudarla a pesar de que Lilith no lo había pedido.
—Lilith —ella dijo su nombre repetidas veces hasta sacarla del shock—. ¿Estás bien? Te ves pálida. O sea, entiendo que naturalmente eres superpálida, pero parece que viste un muerto. ¿Qué sucede? ¿Te sientes bien? ¿Aysel está bien? ¿Qué te dijo Molina?
Eran demasiadas preguntas para responderlas tan rápido. Romanov llevó las manos a su cabeza, cubrió sus ojos y peinó sus rizos mientras dejaba salir de sus labios un suspiro. Eliminó a voluntad todas las emociones de las que fue presa antes de poder concentrarse en Carolina.
—Gracias —fue lo primero que dijo antes de recomponerse por completo—. Por sacarme de ahí.
—Yo sé cuando el viejo ese intenta coquetear con sus insinuaciones asquerosas. No quería dejarte ahí con él, perdona si fui un poco brusca —explicó Carolina—. ¿Qué fue lo que te dijo?
—No importa, es un imbécil. Lástima que no le puedo romper la cara, porque si no ya lo habría hecho.
—¿Tú? ¿Golpearlo? Sé que te ves aterradora, pero por lo que vi en tu casa, eres muy tranquila —a ella parecía darle gracia su comentario.
No sabía que en realidad Lilith era una profesional en artes marciales mixtas, manejo de armas de fuego y todo tipo de combate. Nadie lo imaginaba y en cierto punto era una ventaja para mantener el anonimato, pero no le gustaba que la consideraran débil y vulnerable cuando no le conocían.
—Sé algunas cosas —se limitó a responder—. Y te sugiero no volverle a coquetear a mi esposa en mi propia casa si no quieres que te enseñe lo fuerte que puedo golpear.
No, Lilith no lo había olvidado. Juró nunca dejarla pisar de nuevo la casa y si lo hacía, no dejaría que se le acercara a Aysel de ninguna manera. Carolina reflexionó sobre su comportamiento de la otra noche, sus ojos se ampliaron al darse cuenta y cubrió sus labios con su mano apenada por su descuido.
—Perdona, soy tonta, no me di cuenta de lo que estaba haciendo. Ni siquiera estaba pensando, me puse nerviosa y al ocultarlo perdí el control de mi boca y de seguro dije cosas que no debía. En serio, no quería molestarte y mucho menos hacerla sentir incómoda. ¿Ella te dijo algo? ¿Se quejó por lo que dije? Dios, tengo que disculparme.
—No —contestó la rubia rápidamente—. No es necesario. Preferiblemente, no vayas en lo que resta del semestre o aún mejor, lo que resta de la carrera. No quiero dormir en el sofá otra vez.
Carolina la miró confundida. Anteriormente, había sido amable, pero desde la visita a esa casa Lilith la evitó por completo y se volvió cortante. Era extraordinario imaginar a alguien como Lilith durmiendo en un sofá.
—¿Dormiste en el sofá? —se arrepintió de haber dicho eso cuando escuchó la pregunta—. Vaya, Aysel sí que tiene carácter.
—Olvida lo que dije —Lilith se dio la vuelta con intenciones de marcharse, pero para impedir que se alejara demasiado, Carolina se interpuso en su camino.
—Déjame invitarte un café como disculpa. Tu esposa me dijo que te gusta mucho el expreso y yo conozco un lugar donde lo preparan muy bien —sugirió la castaña—. Prometo no volver a acercarme a Aysel. Además, es mejor estar lejos de aquí porque Molina sigue buscándote.
Su incentivo principal fue huir del viejo asqueroso hasta que pudiera entender lo que le había sucedido, hasta que recordara de dónde provenía la familiaridad en las sensaciones experimentadas y porque le causaron tanto pánico. Aceptó la propuesta y siguió a Carolina a la salida del plantel mientras la chica buscaba algo en su celular.
—Podemos llegar antes de la siguiente clase si nos damos prisa. Solo tenemos que tomar el metro y...
—Llegaremos más rápido en mi auto —la interrumpió.
Se dirigieron al estacionamiento donde la camioneta blindada estaba aparcada. Usualmente, hubiera preferido llevar su moto o incluso un deportivo, pero tenía planes de recoger a Aysel de una reunión después de sus clases, así que optó por la camioneta.
—¿Una camioneta?
—Es más cómodo y seguro para mi esposa —respondió.
Carolina esperó a que Lilith le abriera la puerta como había visto que lo hacía con Ferrara, pero en su lugar, Romanov subió al auto y la miró desde el interior con confusión.
—¿No vas a abrirme la puerta?
—No eres Aysel. Puedes hacerlo tú sola.
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01 de Abril de 2022 2:49 pm, Ciudad de México.
Aysel Ferrara Ávila.
Estaba harta de escuchar los desacuerdos de los gerentes en la sesión de rutina del mes. Muy pocos ofrecían soluciones y todos estaban dispuestos a hacer de las horas disponibles una terapia para desahogarse por las razones más absurdas qué podían existir. A veces la falta de problemas serios se convertía en el verdadero problema, porque la energía, la creatividad y los esfuerzos de los gerentes se enfocaban en cosas insignificantes qué no llevarían a ROMEL Group a ninguna parte.
Cuando salió de la oficina, prometió no volver a pensar en los detalles el resto del día y solo enfocarse en la preciosa rubia qué la llevaba de la mano hacia la camioneta mientras ambas eran seguidas por media docena de escoltas. Lilith le abrió la puerta y le ayudó a subir al vehículo. Ferrara planeaba ponerse cómoda cuando notó un labial en el suelo del auto y su asiento no se sentía como siempre, al contrario, estaba casi rozando con el asiento trasero.
—No sabía qué habías hablado de mí con Carolina, me sorprendió que supiera como me gusta el expreso porque tú se lo dijiste —comentó Romanov muy enérgica al saber que Aysel recordaba ese detalle.
—Supongo que esto es de ella —sostuvo el labial con la punta de los dedos y una expresión muy seria—. Bueno, eso explica por qué mi asiento estaba desacomodado.
—Ah, sí. Fuimos a tomar un café antes de nuestra última clase. Es un lugar bastante bueno, deberíamos de ir un día —comentó Lilith sin darse cuenta.
Ferrara se colocó el cinturón de seguridad y miró al frente, sin prestar mucha atención a lo demás. Romanov arrancó el vehículo sin parar de contarle sobre su día, anécdotas en las que también estaba incluida Carolina, su persona menos favorita en ese momento.
—He pensado en volver a entrenar, o sea, estoy haciendo ejercicio, pero ganar más fuerza no me vendría mal. Así podría cargar a mis mujeres sin problema —comentó con la vista fija en el tráfico.
—¿Tus mujeres? —Ferrara alzó una ceja y cruzó los brazos mirándola desde su posición.
—Sí, tú y nuestra hija —contestó feliz sin percatarse de la expresión de su esposa—. ¿Quién más?
—No sé a quién más andes cargando, mi vida —contestó disimulando su molestia—. Ahí sabrás tú.
Romanov creyó que el apodo cariñoso estaba bien intencionado, sin embargo, cuando volteó se encontró con su esposa molesta, su ceño fruncido y los brazos cruzados sobre su vientre mirando por la ventana, susurrando cosas que no lograba escuchar por completo.
—Aysel —pronunció su nombre con precaución—. ¿Estás enojada?
—No, estoy feliz de la vida —dijo sarcásticamente.
—Es que te ves... estresada. Carolina me recomendó un té para reducir la tensión, tal vez podríamos probarlo. El único problema es que no recuerdo el nombre.
—Hmm, qué raro, pudiste preguntarle en todo el tiempo que pasan juntas —señaló Aysel irritada, dejando a Lilith confundida.
—Espera, ¿estás celosa? —Romanov detuvo la marcha del auto para voltear en su dirección sin riesgo de un percance de tránsito.
La expresión de Ferrara era de ofensa. ¿Cómo es que podía sentirse celosa de una chica que no tenía oportunidad con Lilith por más que pudiera intentarlo? Carolina era bonita y amable, pero era muy joven y sobre todas las cosas, no era la esposa de Lilith. Respiró profundamente antes de desviar su mirada a la ventana lateral mientras Romanov retomaba la marcha del auto.
—No han sido los mejores meses para nosotros después de lo que pasó y aunque aún tengas dudas sobre confiar en mí, voy a demostrarte que no tienes nada de que preocuparte, porque no tengo ojos para nadie que no seas tú —la voz de Lilith rompió con el silencio que había tomado lugar durante un par de minutos.
El orgullo fue vencido cuando la mano de Romanov encontró la suya y la sostuvo sin dejar de conducir. Encajaban perfectamente, como si siempre hubieran estado destinadas a estar juntas. Cuando llegó al cruce de la avenida, Lilith la acercó a sus labios y dejó un beso en el dorso de su mano.
—Voy a repetirlo las veces que necesites escucharlo y demostrártelo toda mi vida.
Nunca se podía estar demasiado molesto con Lilith, ni en cantidad ni en tiempo, porque ella tenía ese encanto único que te hacía feliz de una u otra manera y para Aysel ella era su debilidad.
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01 de Abril de 2022 4:16 pm, Ciudad de México.
Aysel Ferrara Ávila.
Tomó un baño relajante para aligerar la tensión y olvidarse de los pensamientos intrusivos que no abandonaron su mente el resto del trayecto, donde Lilith no soltó su mano mientras conducía con la otra sin ningún problema. No estaba molesta con ella, eso desapareció desde el primer segundo en que la tomó de la mano, pero se alejó de ella al llegar a casa porque necesitaba espacio para reflexionar.
Por la mañana se había sentido insegura con su cuerpo y por la tarde el recuerdo de ver a Lilith desnuda en la cama con alguien más, la atormentó. No quería volver a sentir sus costillas colapsando sobre sus pulmones y su corazón, aprisionando todo su ser, robándole el aire y los latidos mientras se ahogaba en sus propias lágrimas. No quería volver a preguntarse cómo sería tener que explicarle a su hija que ya no podían estar juntas.
Se recostó sobre la cama aun con la bata de baño y cerró sus ojos liberando en un suspiro sus preocupaciones. La puerta de la habitación se abrió y Lilith ingresó con un plato y una rebanada de pay en el centro, decorada con crema batida y trozos de fruta en la parte superior.
—Vine a sobornarte para que no me envíes a dormir al sofá de nuevo —comentó Lilith entregándole el plato y una cuchara para que probara el postre—. Tu mamá lo envío, como una muestra de paz.
—El pay de la paz —habló Aysel.
—Sí. El pay de la paz —contestó Lilith recostándose a su lado—. ¿Quieres hablar de todo lo que pasó en este día? Te vi insegura en la mañana y lo que pasó en el auto, me hizo más ruido.
—No quiero darte más problemas de los que ya tienes, Lilith.
—Nada que tenga que ver contigo es un problema para mí —contestó la rubia acomodándose en la cama.
Su mirada pedía respuestas y Aysel no sabía si podía ser capaz de dárselas. Dejó de lado el postre y se recostó a la misma altura que ella, asegurándose de que la bata cubriera bien su cuerpo. Cuando estuvo cómoda en su posición, Romanov la abrazó para tenerla más cerca.
—Es tonto que piense esas cosas, digo, no hay razones lógicas para tener celos, solo fueron por un café y por accidente se le cayó el labial en el auto —explicó.
—Pero te preocupa —objetó Lilith—. ¿Tiene que ver con lo que pasó con Dasha?
—Creo que sí. Fue un shock muy grande haberte escuchado hablarle de esa manera dejándole las cosas claras la noche antes de nuestra boda y luego encontrarte desnuda con ella en tu departamento. Supongo que todavía hay cosas que tengo que dejar ir —explicó en voz baja, evitando el contacto visual —. Eso y que no me siento segura con mi cuerpo. En la mañana, cuando me viste casi desnuda, sentí vergüenza de que lo hicieras, el embarazo cambió mi cuerpo y evidentemente dejé de hacer ejercicio, tal vez ya no soy tan atractiva para ti como lo era hace unos meses.
—Para mí siempre vas a ser atractiva —contestó después de dejarla terminar, se recargó sobre su brazo para enderezarse y continuar—. Dios mío Aysel, ¿Qué necesito hacer para que veas que eres lo más hermoso que tengo en mi vida? Disculpa el atrevimiento, pero, no he dejado de pensar en hacerte el amor desde ese beso en el jardín. Llevas en tu vientre a mi hija, ¿Cómo no podría verte como lo más hermoso en todo el universo? Amo todo de ti, tu carácter, tu cuerpo y tu alma. Yo soy la verdadera afortunada por poder llamarte mi esposa.
Acarició su rostro con la palma de su mano, delineó sus labios con su pulgar y quedó prendida de sus ojos claros. La distancia no parecía demasiada y los ojos de Lilith hablaban por sí solos, pero no se atrevía a aproximarse a su esposa, así que Aysel tomó la iniciativa. Agarró la camiseta del cuello y la jaló hacia sí para robarle un beso. La necesitaba, la amaba y quería sentirla más cerca de su cuerpo.
Aysel quedó aprisionada entre el cuerpo de su esposa y la cama. La sensación de espacio nulo era demasiado placentera para negarlo, el olor de Lilith era delicioso y se sentía demasiado bien besarla mientras su mano le acariciaba la cintura por encima de la tela de la bata de baño, pero no era suficiente, siempre iba a querer más cuando se trataba de Lilith.
La empujó ligeramente enderezándose para ser ella quien tomara el control. Se colocó a ahorcadas sobre su pelvis, con la espalda de Lilith contra el respaldo de la cama, Romanov la miró desde abajo, disimulando su sonrisa, mientras sus dos manos la sostenían de la cintura. Aysel se inclinó sobre su cuerpo para besarla sin importarle que la bata de baño mostrara ligeramente su pecho y sus muslos quedaron casi al descubierto.
Romanov levantó lentamente el borde de la bata descubriendo lo que restaba de sus muslos y su trasero. Ferrara disfrutaba de sus caricias desmedidas, de que tocara lo que quisiera sin reprimirse. Usar únicamente su bata de baño era una ventaja, porque su entrepierna rozaba sin querer con la ropa de Lilith aumentando el calor y la excitación.
La rubia desató el nudo de la bata dejando al aire los senos de su esposa que caían sobre su pecho con los pezones endurecidos por el cambio de temperatura al quedar descubiertos. Sus labios descendieron de su boca por su cuello y hasta su pecho, dejando una ruta de besos que quemaban y ardían en su piel, volviéndola adicta al mismo tiempo a la sensación de estarse consumiendo desde el interior.
La bata de baño se volvió un estorbo, Lilith tomó la orilla del cuello de la prenda y la deslizó por los hombros de su esposa a punto de despojarla por completo de ella. Sentir el contacto de la tela, dejando de cubrirla, la devolvió a la realidad y retrocedió abruptamente, con la respiración agitada, evitando que Lilith terminara de desnudarla. Sin dar explicación alguna, volvió a colocarse la bata, se obligó a separarse del cuerpo de Lilith dirigiéndose al baño para encerrarse ahí, dejando a la rubia completamente confundida en la cama. Habían prometido no hacerlo hasta que las cosas se aclararan y si no paraban en ese momento, no podrían detenerse. Su cuerpo aún ansiaba el contacto piel con piel, los roces, los besos y el calor asfixiante del que fue presa, pero al verse en el espejo, la sensación de euforia desapareció, no se sentía como su esposa la había descrito.
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02 de Abril de 2022 12:30 pm, Ciudad de México.
Aysel Ferrara Ávila.
Lilith no hizo preguntas ni reaccionó de mala manera. Pero en sus ojos se reflejaba esa pizca de frustración y ese deseo reprimido por continuar lo que había pasado en la habitación por la tarde. Sin embargo, en lugar de intentar algo, únicamente se dedicó a abrazarla y halagarla hasta que se quedó dormida por la noche y despertó a su lado en la mañana. Ferrara no dejaba de pensar en lo confusa que la dejó, la extrañez en su comportamiento y las inseguridades que salían a flote en los momentos menos adecuados, aunque no quería aceptar que se sentía insegura después de los intentos de la rubia por demostrarle que no había razones por las que preocuparse.
Así que en cuanto se levantó, le preparó el desayuno y se enfocó en lo único de lo que no huiría por inseguridad, su trabajo. No era ningún secreto que disfrutaba la parte de ser la jefa de una corporación internacional, mirar la placa en su escritorio y atender los asuntos que se presentaran hasta perder la noción del tiempo. Era un gusto compartido que tenía con su suegro, pues cuando pasó por ella para ir al corporativo de ROMEL Group, los dos iban al teléfono, atentos a los titulares de la sección de negocios de los periódicos digitales y respondiendo mensajes de trabajo en sus teléfonos.
Gavrel tenía una genuina curiosidad por la empresa que había formado con Lilith, un conglomerado de varios negocios y giros comerciales que se agruparon bajo una misma administración sin vivir exactamente el caos de una logística deficiente que no funcionara para todas las entidades económicas a su cargo dentro de las que se encontraban, consultoras y despachos financieros, talleres de partes automotrices, estudios de tatuajes, restaurantes y una productora de vino ubicada en el corazón de Toscana, en Italia.
(Conversación en inglés).
—380 millones de dólares en ROMEL Group, nada mal para un conglomerado internacional relativamente nuevo —Gavrel se veía bastante impresionado.
—Esperamos alcanzar los 700 millones en lo que resta del año, pero algunas proyecciones indican que pueden ser mucho más. Establecimos más líneas de producción en los negocios dedicados al comercio y la exportación con el presupuesto disponible, en las empresas de servicio mejoramos la atención a los clientes y contratamos al personal necesario para cubrir las áreas de control y calidad. En realidad, abrimos una buena brecha en el mercado con nuestros competidores, pero lo difícil es mantenerse en ese nivel.
—¿Cómo es posible que lo haya logrado tan rápido? La mayoría de este tipo de negocios no prosperan hasta después de su primer año de operación. Los primeros meses suelen ser los más deficientes cuando se trata de varias empresas con distinta actividad —cuestionó el señor Romanov mirándola por encima de sus anteojos.
—Construí un sistema de flujo de información adaptado a las necesidades individuales de cada entidad, la información pasa por un control que convierte la información en algo estandarizado y comparable con el resto de las empresas para medir el nivel de ingresos con relación a la inversión, pero la toma de decisiones se plantea desde una perspectiva específica y personalizada, se puede decir que cuentan con independencia, pero conexión a la vez —explicó con naturalidad y apartó la vista de su teléfono para mirar el rostro perplejo de su suegro—. ¿Qué? ¿Usted no hace eso?
—Parece que superó mis expectativas, señorita Aysel —por primera vez Gavrel se sentía feliz de escuchar algo que no entendía del todo. Su experiencia era larga, pero la habilidad y jovialidad de su nuera lo superó—. Entiendo que fue lo que vio mi hija en usted.
—¿Disculpe? —eso la tomó por sorpresa.
—No lo digo de mala manera. A lo que me refiero es que demuestra tener un compromiso sincero, se centra con facilidad y conoce sus objetivos a la perfección. Eso fue lo que siempre le dije a Lilith que buscara en la persona con la que fuera a casarse y por lo menos sí me escuchó en eso —sonrió débilmente.
La atmósfera se volvió pesada, ninguno se atrevía a mirarse y ambos dudaban de si era correcto pronunciar algo más. Había cierta melancolía en la voz del hombre que no podía ocultar por más que intentara. No podía ser que un hombre como él la aceptara tan rápido y tal vez siempre estaría ese deseo en su interior de que su hija se hubiera casado con alguno de los candidatos de una de las tantas familias respetables de Rusia y cercanas a los Romanov.
—¿Por qué lo hizo? —él volteó confundido—. Venir aquí, ayudar a Lilith, protegerme y ser amable conmigo. Hasta donde sé, usted me odiaba por alejar a su hija de casa y que estuviera comprometida conmigo en contra de lo que su esposa y usted querían para ella.
Gavrel guardó silencio, sus labios se volvieron una llana línea de la que no podía salir ningún sonido y sus ojos dos témpanos de hielo sin emociones que no iban a revelar sus secretos, pero contrario a lo que Aysel esperaba, él respondió.
—Perdí a mi única hija una vez y no supe de ella durante años. Imaginé cientos de escenarios horribles y nunca paré de buscarla, creía que ese era el dolor más grande que podía vivir, pero el peor fue verla sufrir los últimos seis meses y las dos semanas antes de que usted despertara del coma. No fui capaz de acercarme, pero verla devastada, con pocas ganas de continuar con su vida, me dolió más y lo que menos quería era condenarla a una vida infeliz. Y si usted la hace feliz, ¿quién soy yo para negarle esa alegría? —se sinceró—. Por eso vine a México y le ofrecí dinero para que se casara con ella, pues la llamada que dejó en la contestadora de nuestra casa fue el primer rayo de esperanza que la vimos tener en mucho tiempo.
El tráfico los detuvo en el momento menos esperado, concediéndoles unos minutos más antes de llegar al corporativo de oficinas del conglomerado y su suegro iba a aprovechar esos minutos lo más posible.
—No le pido que me perdone por la forma horrible en que me comporté, no lo merezco, pero si le pido que intente entenderme. Nosotros los padres, siempre queremos lo mejor para nuestros hijos y sé que pronto lo sabrá cuando la pequeña Romanov nazca, pero que busquemos lo mejor no nos exime de equivocarnos y yo erré al no darme cuenta de que usted es lo mejor para ella.
Gavrel, el hombre desinteresado por las demás personas, capaz de lanzarla a sus perros como comida y decidido a evitar a toda costa su matrimonio, ahora se disculpaba con ella de la forma más sincera que conocía, pidiendo comprensión en lugar de perdón y demostrando que se había equivocado, ese era un día histórico.
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02 de Abril de 2022 3:48 pm, Ciudad de México.
Aysel Ferrara Ávila.
Llegó a casa después de una visita al corporativo y una conversación con su suegro de regreso a casa sobre sus intenciones de instalar una división de sus empresas en México y la búsqueda de donde poner su propia empresa para fortalecer su posición en el mercado Mexicano. Gavrel la llevó hasta su casa y se aseguró de que estuviera protegida en todo momento, inclusive de los accidentes automovilísticos, pues sus autos iban más lentos que el resto del tráfico de las avenidas que transitaron.
Ferrara bajó del auto y se adentró a su casa para descansar después de una visita tan agotadora, se cruzó con su ama de llaves, quien provenía del gimnasio de la residencia con botellas de agua vacías y las envolturas de vendas para combate en sus manos.
—Rosalba, ¿sabes dónde está mi esposa?
—La señora Lilith está con la señorita Nerea entrenando. ¿Quiere que le avise que la busca? —ofreció ella.
—No, iré yo misma.
El rumbo de sus pasos cambió de su habitación hasta el gimnasio que en su mayoría era ocupado por Nerea y sus instructores de defensa personal, que en teoría la preparaban para cualquier tipo de combate, aunque ninguno de ellos se comparaba con lo que podían enseñarle sus compañeros de equipo o su esposa misma.
Cruzó la entrada, encontrándose con ambas chicas sobre el cuadrilátero, con guantes de artes marciales mixtas, practicando ofensivas y defensivas combinadas. Romanov tenía atados sus rizos rubios en una coleta, usaba un top cómodo y unos shorts holgados. Los músculos de sus brazos y piernas se marcaban mientras caminaba y contestaba golpes de baja intensidad para no lastimar a su contrincante, era una fantasía digna de ver a una mujer tan atractiva, llena de tatuajes y muy fuerte entrenar.
Su cuerpo transpiraba ese olor tan suyo que Aysel amaba, su piel estaba húmeda con el sudor resbalando por ella y su rostro sonrojado era la prueba del esfuerzo mismo que realizaba al entrenar con Nerea, que apenas podía seguirle el paso y se enganchaba mucho más por demostrar que había aprendido bien de sus instructores.
El tiempo del combate terminó y ambas bajaron de la zona, Nerea más agotada que Lilith recostándose sobre la zona sufriendo los estragos de no haber parado y la rubia tan llena de energía como si no hubiera pasado nada. Limpió su sudor con una toalla y bebió una botella de agua entera para refrescarse, el líquido resbaló por su cuello hasta su pecho y a ella no pareció importarle.
Se acercó a Aysel sonriendo con la toalla alrededor de su cuello, con la piel helada por el ejercicio y ese olor característico predominando a su alrededor. Y Aysel no era la única que lo había notado y se sintió atraída por la vista y la fragancia de la mujer frente a ella, que no esperó permiso para acercarse y robarle un beso.
—Te extrañé —susurró con la respiración medianamente agitada—. ¿Cómo te fue con papá?
—Bien, supongo. ¿Alguien te había dicho lo atractiva que te ves así? —Ferrara únicamente se concentró en su esposa y lo sexy que se veía de esa manera.
—¿Así cómo? ¿Sudando? —Romanov sonrió—. La última vez que me lo dijiste me hiciste sudar por otros motivos y yo encantada de que vuelvas a hacerlo.
—Lilith —la reprendió en voz baja.
—Voy a tomar una ducha, estás invitada si quieres unirte —respondió con una sonrisa coqueta y se retiró a la habitación.
La idea era demasiado tentadora, ver, sentir y amar a esa mujer en privado era un capricho que deseaba permitirse. Quería desnudarla y hacerla suya el resto del día, pero Lilith no tenía que saberlo, no debía saberlo si iban a mantener su acuerdo.
—Dios mío, consigan un hotel —se quejó Nerea ocultando su sonrojo cuando Lilith finalmente se había ido.
—¿Te parece atractiva, verdad? —Aysel estaba lista para burlarse de su hermana menor hasta el cansancio.
—¿Atractiva? ¿Lilith? —habló medianamente nerviosa—. Es bonita, lo admito, pero es todo.
Aysel soltó una corta risa. Reconocía un gay panic cuando lo veía y Nerea tuvo el más evidente por mucho cuando clavó sus ojos en la rubia desde el momento en que bajó del cuadrilátero hasta que se marchó del cuarto.
—Ajá claro —contestó Ferrara—. Descuida, hermanita. No te juzgo.
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03 de Abril de 2022 7:05 pm, Ciudad de México.
Lilith Romanov.
Aysel se miró por última vez al espejo antes de reunirse con sus suegros en el recibidor. El vestido estaba hecho a la medida con una inspiración pura en las túnicas griegas, como la tela delgada blanca y detalles en plata y oro que destacaban el collar que lucía en su cuello, una pieza tan antigua como el mismo apellido de la mujer a la que llamaba su esposa. El tema era simple, lucir bien frente a la cámara y que las fotografías fueran de utilidad tanto para los artículos de revista como para el cuadro que los Romanov querían hacer para postergar el momento a su manera.
Desistió de la idea de formar parte un día de los cuadros en la pared de la mansión desde el primer instante que pisó la inmensa casa, pero su vida estaba llena de sorpresas y ser aceptada por sus suegros era una de ellas.
—Si vas a lucir en las fotos de los reportajes, pediré que remarquen el hecho de que estás casada conmigo para que quede muy claro que nadie tiene oportunidad —comentó Lilith a sus espaldas, admirándola desde el marco de la puerta de la habitación.
—Dudo que tu papá lo permita, ya me acepta, pero todavía no digiere el hecho de que ya nos casamos y él no estuvo presente en la boda —contestó Ferrara.
—Hablando de eso —Lilith se acercó cautelosamente—. No tuve oportunidad de pedirte una disculpa por lo que dijo mi madre el otro día. Es obvio que está metiendo presión para que te cases otra vez conmigo.
—¿Y por qué no lo haría? —preguntó Aysel por impulso más que por conciencia.
—¿Lo harías? —la rubia se veía sorprendida.
—Aún no lo decido —pronunció acercándose a su esposa, rodeando con sus brazos su cuello—. Pero encantada de que intentes convencerme.
Romanov sonrió antes de besarla en los labios. Podía convencerla de muchas formas, pero por ahora prefería limitarse a besarla hasta que el aliento les faltara o hasta que Rosalba les informara qué todo estaba listo y debían bajar al jardín para la sesión de fotos.
—¿Cuántas veces tengo que besarte para lograrlo? —preguntó Lilith levantando el mentón de Aysel con su diestra.
—No sé. Bésame otra vez y tal vez se me ocurra algo.
—Con gusto, señora Romanov.
La rubia iba a besarla por segunda ocasión cuando él mismo Gavrel fue a buscarlas a su cuarto para pedirles que bajaran, pues todo estaba listo para la sesión. El fotógrafo y sus ayudantes montaron una pequeña escenografía en el jardín qué aprovechaba la luz y haciéndolos lucir elegantes e idílicos, rodeados por árboles frutales y arbustos recién recortados por los jardineros.
Liubov era quien comandaba el evento y se notaba más que estresada porque todos salieran perfecto, mientras tanto Gavrel se dedicaba a ajustar su corbata y que el emblema de los Romanov en su saco fuera lo suficientemente visible para las cámaras. Se colocaron en los asientos del escenario montado y le concedieron el lugar de honor a Aysel, sentada en una silla al centro de la foto, con Lilith de pie a su lado y sus suegros a un costado, cerca el uno del otro y aparentemente felices por la pareja.
(Conversación en inglés).
—El anuncio no saldrá a la luz hasta que la bebé nazca, prefiero mantener su privacidad lo más posible, pero, aun así, tienen que ser discretas —comentó Gavrel.
La rubia colocó su mano sobre su hombro, transmitiéndole su tranquilidad mientras se ajustaba el lente de la cámara. Aysel miró a Lilith a su lado y ese primer gesto quedó congelado en el tiempo al tomarse la fotografía, una mirada eterna que trascendía lo físico. Las siguientes fueron en las posiciones indicadas, pero el contacto físico sutil entre ellas siempre estuvo presente. Tomaron algunas fotos para desvelar el compromiso sin dejar al descubierto sus rostros, manteniendo el encanto del misterio y la atracción de la curiosidad.
Cuando estaban por retirarse a descansar, Liubov las detuvo.
—Tengo una sorpresa para ustedes.
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03 de Abril de 9:00 pm, Ciudad de México.
Aysel Ferrara Ávila.
Liubov era una mujer de sociedad, estaba acostumbrada a convivir con las altas esferas de la sociedad rusa, asistir a eventos y mantener a su familia relevante dentro de esos círculos y en México no era diferente. En los pocos días que llevaban en la capital del país, Liubov se hizo un espacio entre las familias más ricas de la nación y se perfilaba para convertirse en una influencia poderosa. Gustaba del arte y la cultura, por lo que no le fue difícil reunirse con el director del Museo Nacional de Historia, a quien conocía previamente y pedirle un pequeño favor a cambio de una exposición temporal de las joyas imperiales que todavía conservaban dentro de la familia.
—Una cena en el Castillo —pronunció Aysel cuando descendieron del auto a las puertas del Alcázar de Chapultepec—. Vaya que tu madre no escatima en gastos.
—Dijo algo de que se había hecho amiga del director del museo y él aceptó. Es nuestro por una noche —acompañó sus palabras con una de sus sonrisas encantadoras.
Ofreció su mano a su esposa y ella la tomó, la fricción de sus palmas causó un impulso eléctrico directo a sus corazones. Avanzaron al mismo paso hacia la entrada, donde el escaso personal las llevó por los espacios tenuemente alumbrados y majestuosos hasta la terraza con vista al Paseo de la Reforma. El piso, similar a un tablero de ajedrez, reflejaba la altura del castillo que funcionaba como museo y era una maravilla construida siglos atrás como un lugar de descanso y posteriormente como residencia del Segundo Imperio mexicano.
Los floreros de los barandales de piedra que rodeaban las orillas poseían, además de su acostumbrada vegetación, rosas blancas perfectamente combinadas entre los colores verdosos y lilas de las flores ya existentes. En el centro de la terraza, les esperaba una mesa con manteles blancos, vajilla de porcelana de bordes dorados y un candelabro en el centro junto con las copas de cristal y los cubiertos correspondientes al lado de cada plato.
—Una cena en un castillo, muy de cuento de hadas —comentó Aysel—. Tus padres quieren hacer hasta lo imposible para que me vuelva a casar contigo.
—¿Y está funcionando? —Romanov la miró con un atisbo de esperanza en las pupilas.
—Digamos que es un trabajo en proceso —contestó haciendo contacto visual con su esposa.
Romanov corrió la silla de Aysel para que tomara asiento y posteriormente se dirigió a su lugar. La vista era perfecta, las luces de los edificios, los autos transitando y tal vez una que otra persona preguntándose qué estaría pasando en la cima de ese castillo, preguntándose por qué era iluminado con una luz dorada.
—Ni en mis más locos sueños se me habría ocurrido esto —comentó Aysel mientras los meseros se acercaban a servir sus copas con sidra sin alcohol y otra con agua.
—La primera cita de mis padres fue en un castillo en Alemania, mi papá trataba de impresionar a mi mamá y la llevó a Baviera en Alemania desde Moscú a una cena. Supongo que fue lo primero que se le ocurrió al saber de la existencia de un lugar como este en la ciudad de México y que yo le dijera lo mucho que te gusta la Historia y los museos —relató Lilith.
—¿Un castillo? ¿En la primera cita? —Ferrara se veía impresionada—. Y yo que creía que tú eras ostentosa con tus regalos.
—Es de familia —contestó Lilith—. Tal vez nuestra pequeña hija también lo herede, ¿no lo crees?
Nuestra, una palabra que sabía tan dulce como la miel y se sentía tan real como los tintes dorados, rosados y morados de los que se teñía el cielo por las mañanas.
Los meseros sirvieron la cena, platos en su punto perfecto con una perfecta presentación que abrieron su apetito y comenzaron a hacer de la velada algo idóneo, íntimo y agradable que no podía compararse con ninguna experiencia que Aysel hubiera vivido antes, no era como que todas sus parejas hubieran podido reservar un castillo y cenar con ella a la luz de las velas desde la terraza del lugar. Al terminar el plato fuerte, tomaron un pequeño receso antes del postre para conversar con tranquilidad.
Los labios de Lilith se humedecieron con la sidra de su copa y Aysel no pudo apartar la vista de ellos, del brillo que poseían y su deseo de besarlos hasta el cansancio. Esa necesidad comenzaba a dejar de sentirse incorrecta para convertirse en algo tan necesario como el oxígeno mismo. Si Lilith era el destino, había peleado toda su vida para hallarlo y no quería renunciar ahora que sentía tenerlo todo con ella, el paraíso y el infierno en sus manos, dueña del mundo y regente del universo.
Con inquietud, se atrevió a hacerle una pregunta.
—¿Qué es lo que recuerdas de esa noche? —solo hacía falta escuchar el tono de su voz para saber a qué se refería—. Entiendo que es una pregunta incómoda, pero...
—Está bien —contestó la rubia acomodándose en su asiento—. No hemos tenido la oportunidad de hablarlo desde que nos separamos y probablemente nunca tendremos tanta privacidad como ahora, así que estoy dispuesta a responderte.
Lilith bebió el último trago en su copa y soltó un suspiro, buscando en su mente los pocos fragmentos que tenía de esa noche y la mañana siguiente. Respiró profundamente e hizo contacto visual directo con su esposa, buscando en ella la manera de hablar sin sentir esa culpa atormentándola.
—Recuerdo estar bebiendo en un bar, hablar con la bartender sobre cómo me sentía después de que peleamos ese día, ella me sirvió un trago que no recuerdo que era, pero tenía un color rojo. Estaba tan arrepentida de haberte tratado de esa forma que ni siquiera recuerdo porque discutimos, solo quería verte y pedirte perdón, pero tú no respondías las llamadas ni los mensajes y creí que lo mejor sería darte tu espacio. Perdí la cuenta de los tragos y se volvió borroso, la última memoria clara que tengo es verte llegar al bar y abrazarte, pero tú nunca llegaste, así que probablemente es una cruel ilusión de mi cerebro —relató lo más concreto posible, sincerándose ante la mirada de su esposa que caía ligeramente sobre ella sin su intimidante aura que tomaba lugar cuando estaba molesta—. Ocasionalmente, me fuerzo a recordar, pero nunca obtengo respuestas y temo tanto no poder darte esa prueba que esperas.
—Confío en ti, Lilith —aseguró intentando darle paz.
—Sí, pero no voy a poder tener paz hasta que no quede ninguna duda ni en ti ni en mí de que no te traicioné —alegó Lilith. Soltó el aire contenido en sus pulmones con pesar y giró su rostro hacia las nubes en el cielo—. Estábamos tan cerca de la felicidad, que nos sentíamos en el paraíso y de pronto caímos al infierno sin saber exactamente por qué pasaban las cosas. Provenimos de mundos diferentes, Aysel, tú siempre fuiste un ángel y yo me convertí en un demonio con el paso de los años, pero me atreví a subir al paraíso por ti y ahora no quiero dejarlo, no quiero dejarte a ti.
—No tienes que hacerlo —habló Ferrara con los ojos cristalinos y su mano temblorosa, colocándose sobre la de su esposa, justo donde se encontraba su anillo—. Los demonios también fueron alguna vez ángeles caídos y tú, eres más de lo que crees. Yo bajaría al infierno por ti, Lilith y no lo dejaría jamás si tengo que dejarte a ti.
Una sonrisa amarga se posó en los labios rosados de Romanov y las lágrimas humedecieron sus mejillas de porcelana. Aysel se levantó de su asiento para acercarse a ella. Levantó su rostro con sus manos y limpió las lágrimas de su cara con sus pulgares.
—Si no pertenecemos ni al cielo ni al infierno, entonces hagamos de esta tierra nuestro lugar.
Aysel la abrazó, reposó su cabeza sobre su pecho y la dejó escuchar sus latidos, fuertes como los truenos de una tormenta. De esa forma, con el único amor verdadero que conocía entre sus brazos, se derrumbó y lloró igual que ella, dejando fluir las penas y desahogando la inundación de emociones en su interior.
—Cuéntame algo feliz —susurró aún con su esposa entre sus brazos mientras admiraban juntas las nubes en el cielo y las luces de la ciudad desde el balcón.
—¿Algo feliz? —repitió Lilith.
—Sí, algo que te haga feliz recordar.
Romanov titubeó unos segundos antes de responder.
—Recuerdo perfectamente que traías puesto el día en que te conocí —soltó una risa nerviosa—. Una de esas camisas blancas que usas con los trajes, pero ese día usabas un pantalón de mezclilla y los primeros botones de la camisa estaban desabotonados. En tu cuello llevabas un collar delgado color plata con un dije de una media luna. Llevabas cuatro anillos del mismo color, dos en el dedo índice de ambas manos, uno en el anular de tu mano derecha y otro en el meñique de la izquierda. Jugabas con ellos cuando hablamos por primera vez por lo nerviosa que estabas hablando del tatuaje que querías en la espalda. ¿Es tonto que lo recuerde perfectamente, no?
—No, es lindo —contestó Ferrara embelesada con su relato—. ¿Qué más recuerdas?
—Cuando te tatué la espalda. No debía de distraerme, pero mi ritmo cardiaco se alteró cuando te quitaste el sostén y te recostaste. Me puse el cubrebocas hasta arriba para que no vieras que me sonrojé. Entonces, mientras marcaba el diseño, noté tu cicatriz, la que te hiciste cuando esa chica te apuñaló. En ese momento no sabía la historia, pero quería saber el porqué de esa cicatriz, quería saber más que tu nombre y que tenía que tatuarte. Quería saber el significado de tus tatuajes, la historia de tus cicatrices, que era lo que te gustaba y lo que amabas. Quería saber si yo podía gustarte y si podría invitarte a salir.
—Creo que tardé demasiado en preguntarte si podíamos salir —comentó Aysel.
—Tres sesiones de varias horas, un récord —bromeó la rubia—. Pero, aun así, contigo nunca hubo un tiempo incorrecto, tú llegaste a cambiar mi vida y jamás volveré a ser la misma desde el día en que te conocí, el día en que conocí al amor de mi vida.
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