Capítulo 30: Prioridad
¿Plot Twist...?
14 de Marzo de 2022 8:10 am, Ciudad de México.
Lilith Romanov.
El muro de almohadas que se suponía delimitaba el espacio entre sus cuerpos dejó de ser funcional a los pocos días. Usualmente, una de las dos lo cruzaba "accidentalmente" cuando la otra dormía y ninguna se molestaba en respetar la distancia que no querían, pero que Aysel no se permitía decir en voz alta, haciéndose la fuerte, aunque ella lo cruzaba más que Lilith cuando quería dormir abrazada o simplemente tener entre sus brazos el cuerpo tibio y cómodo de su esposa del que no se despegaba hasta entrada la mañana.
Así como la pelinegra tenía ese secreto nocturno, Lilith también tenía el suyo. Mientras su esposa dormía o al menos eso creía Romanov, la rubia se colocaba a la altura de su vientre y conversaba con la bebé durante algunos minutos hasta que el cansancio la invadiera por completo, obligándola a descansar. Su voz, sus caricias delicadas y el apodo con el que solía llamarla, la tranquilizaba y no volvía a moverse en toda la noche hasta que Aysel despertara para iniciar con su rutina de cada mañana.
Probablemente, Aysel no lo admitiría por sí misma, pero tener a Lilith cerca no solo tranquilizaba a la bebé, también tenía el mismo efecto en ella. Ya no eran necesarios los ejercicios de respiración para calmarse, ni agotarse hasta el punto de dormir hasta el día siguiente, simplemente tenía que sentir su presencia para bajar todas sus defensas y permitirse, aunque sea durante unas horas, ser vulnerable con la mujer que todo el mundo le decía que tenía que alejar.
Lilith lo notó desde el primer día en que desayunaron juntas tras la discusión de Aysel con su madre. Su expresión, a pesar de ser afable como solía serlo, se veía más apagada que de costumbre y su apetito disminuyó considerablemente. Ana María sería una excelente guía para Aysel en la maternidad, pero ya no estaba disponible para ella desde el momento en que la confrontó, declarando a los cuatro vientos qué elegía confiar en Lilith a pesar de las consecuencias que ese hecho le trajeran.
Esa mañana, abrazarla un poco más antes de irse a la universidad parecía un buen plan, hasta que el despertador sonó por tercera vez anunciando más de 40 minutos de retraso. Romanov se levantó rápidamente tropezando con las almohadas del muro de Berlín de Aysel que se encontraban en el suelo. Corrió al baño para tomar una ducha rápida y juntar sus cosas para posteriormente salir corriendo sin siquiera haber desayunado ni haberse despedido de su esposa.
Las calles de la Ciudad de México podían ser complicadas en muchos sentidos, si te retrasabas un par de minutos para salir de tu casa, podrías pasar la siguiente hora y media atrapada en el tráfico. Eso fue justamente lo que pasó cuando intentaba llegar a su universidad, el tránsito no iba a cooperar con ella y tampoco ninguno de los estresados conductores que comenzaron a pitar ante el nulo avance de los autos.
La mejor alternativa de la que disponía era orillar el auto, bajar de él y correr lo más rápido que pudiera para no perder otra clase. Poco importaba dejar un deportivo modificado en una avenida muy transitada donde podrían dañarlo otros autos con su flujo descuidado si no podía llegar a tiempo para entregar los proyectos que le habían robado sus noches de sueño y colapsado cada una de las neuronas de su cerebro. Ahora entendía perfectamente a Aysel cuando se quejaba del tráfico y la universidad años antes, se reprendió mentalmente por no haber sido tan comprensiva con ella en esa ocasión cuando claramente tenía toda la razón.
Llegó a su salón con los pulmones saliéndose de su pecho y el alma a medio camino al cielo. Se recargó en el marco de la puerta para recuperar el aliento, con gotas de sudor escurriendo por su rostro y su pelo hecho un desastre por la carrera. El profesor, a quien lastimosamente reconocía por su encuentro en el estacionamiento, la miró por encima de los cristales de sus anteojos y su expresión cambió a una de desaprobación que nada tenía que ver con su trato coqueto días antes.
—Señorita Romanov —pronunció atrayendo la atención de la clase entera, quien posó sus ojos en ella.
—Disculpe, profesor, sé que es tarde, pero la ciudad es un verdadero caos y...
—La tolerancia pasó hace más de 5 minutos, me temo que tendrá que retirarse de mi clase —contestó el hombre con una expresión seria.
—Pero profesor, le juro que será la última vez. Además, tengo todos los proyectos que pidió, necesito su revisión y...
—No creo que sea necesario que invierta mi tiempo en revisarlo cuando usted no le toma la importancia a mi clase y se toma la libertad de llegar tarde e interrumpir a sus compañeros que sí están interesados en mi clase —habló él con un tono serio.
—Por favor, profesor. Pasé muchos días haciendo su tarea, no importa si la calificación es menor, solo quiero que los revise —estaba molesta, pero no era el momento ni el lugar de actuar de esa manera. No quería complicarse la vida perdiendo una materia cuando su plan era terminar la carrera lo más rápido posible.
De mala gana, recibió los papeles que Lilith le extendía en su dirección y los hojeo sin mucho interés, colocando en todos ellos con tinta roja una calificación de seis. La verdad era que Romanov entregó un ensayo más completo que el de la mayoría de sus compañeros, pero no estaba dispuesto a reconocerlo, no después de que lo rechazara en el estacionamiento de esa manera.
—Mediocre —pronunció—. Supongo que no esperaba algo mejor. Puede retirarse, señorita. No creo que entienda de lo que vamos a hablar aquí después de su entrega tan poco profesional.
Lilith cerró sus labios antes de que pudieran pronunciar un repertorio de groserías en ruso y en español, las últimas que había aprendido de su esposa de todas las veces que la escuchaba pelear con alguien tanto por teléfono como en persona. Sin más remedio, Lilith dio vuelta sobre sus pasos en busca de su auto que había dejado en la avenida y como si fuera un mal chiste, llegó justo en el momento en que la grúa lo remolcaba sin ningún tipo de cuidado.
—Disculpe, ¿Por qué se lleva mi auto? —cuestionó alterada acercándose a la persona de la grúa.
—Está estacionada en un lugar prohibido, señorita, me temo que tendrá que recogerlo después de pagar la multa.
Sí, definitivamente no era su día.
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14 de Marzo de 2022 11:15 am, Ciudad de México.
Lilith Romanov.
Quedarse quieta fumando un cigarrillo en la entrada del plantel era lo más inofensivo qué podía hacer, eso no causaba problema alguno y no derivaría en un desastre como su día había empezado. Su auto estaba en algún lugar de la ciudad después de que una grúa se lo llevara, no había desayunado absolutamente nada y su teléfono se estaba quedando sin batería por no cargarlo la noche anterior. Su plan era simple, esperar que el día terminara y luego desahogarse con Aysel cuando llegara a casa.
—¿Molina, verdad? —preguntó una chica de cabello castaño liso, de tez ligeramente tostada, con un maquillaje llamativo en el rostro y su atuendo combinado con los colores del maquillaje y al parecer el mismo aspecto del día.
—¿Disculpa? —pronunció Lilith sin muchos ánimos de ponerse a hablar con una colorida desconocida.
—El profesor que te sacó de clase —respondió.
—Ah, sí. Molina —confirmó dándole una calada a su cigarrillo, no le iba a preguntar cómo la conocía o porque se había acercado a hablarle, pero esa chica no tenía intenciones de irse.
—Déjame adivinar, rechazaste sus asquerosas insinuaciones y ahora te hace la vida imposible —dijo sin ninguna duda atrayendo el interés de Lilith—. Descuida, desafortunadamente no eres la única. Me reprobó el semestre pasado por lo mismo y mírame ahora, estoy repitiendo la materia.
—¿Estás en el mismo grupo?
—Sí. Somos compañeras. Un gusto, soy Carolina —la chica cambió su expresión de molestia por el asunto del profesor a una expresión afable extendiendo su mano en dirección a Lilith.
—Lilith Romanov —respondió estrechándola.
—¿Eres nueva por aquí, no? Jamás te había visto —habló alegre como si la batería jamás se le terminara.
—Nuevo ingreso —dijo Lilith—. Pedí que me transfirieran del instituto de Florencia aquí.
—Entonces si eres extranjera. ¿Italiana? Bueno, tus rasgos son más balcanos, tal vez... ¿Ucrania? ¿Bélgica?
—Rusia en realidad.
—Eso está todavía más lejos de lo que creí. ¿Eres de intercambio o decidiste estudiar aquí en México por alguna razón? —hablaba tan rápido que le costaba trabajo entenderle—. Hablas muy bien el español, ¿aprendiste en alguna parte o ya tenías tiempo viviendo aquí?
—Espera, espera, una pregunta a la vez —levantó sus manos haciendo una señal para que bajara el ritmo. La rubia siempre había tenido problemas para concentrarse y que le hicieran muchas preguntas a la vez no le ayudaba demasiado—. Aprendí el idioma cuando empecé a vivir en México hace unos años y mejoré en gran parte mi pronunciación hasta desaparecer mi acento marcado gracias a mi esposa.
—¿Esposa? —repitió entre confundida y sorprendida por la palabra. Lilith se veía mucho más joven de lo que era y probablemente Carolina creyó que era mayor que ella, pero la realidad estaba muy distante—. No creí que estuvieras casada, digo, eres muy linda para estar soltera, pero que alguien esté casado a esta edad es...
—Tengo 28 —dijo. La boca de su acompañante se quedó sin palabras, procesando su respuesta e intentando entender cómo era que se veía más joven—. Ya sé que no parece, pero los tengo.
—Vaya, eso sí que no lo esperaba —pronunció todavía en shock—. Quiero lucir así a los 28. A mis 22 ya me siento más acabada que una adulta mayor. Volviendo al tema, venía a ofrecerte ayuda con las tareas, te vi hace un rato al borde del colapso y pensé que sería bueno apoyarnos, tú eres nueva aquí y yo llevo más tiempo del que debería en el mismo nivel.
—¿Tú quieres ayudarme? —alzó una ceja desconcertada.
—En un inicio venía a ligarte, pero ahora que sé que tienes esposa, deseché la idea. No soy una rompe hogares —se sinceró—. Seamos amigas, prometo controlar lo de hacer muchas preguntas al mismo tiempo.
—De acuerdo —contestó Lilith con una pizca de desconfianza aceptando su propuesta—. Y perdón por lo de las preguntas, me cuesta concentrarme.
Carolina era muy enérgica, parecía que tenía hiperactividad y prácticamente nunca se callaba a menos que fuera para recibir una respuesta de la otra persona. Era agradable, sincera y concordaba con Lilith en que el profesor Molina era un dolor de cabeza. Conversaron un poco entre clases hasta llegado el mediodía, cuando salieron del plantel para tomar un respiro mientras fumaban.
—¿Cómo es tu esposa? —preguntó Carolina con curiosidad.
—Hermosa. La mujer más perfecta en el mundo —sonrió con la certeza de que no iba a callarse en la próxima hora—. Su nombre es Aysel. Tiene una sonrisa preciosa que te contagia cuando sonríe, es sencilla con su comportamiento pero tremendamente elegante con su postura. Es del tipo de personas comprensivas y amables que parecen ser completamente buenas e inocentes, pero también es capaz de mostrar carácter, su tez es suave, sus ojos son una combinación de café, miel y oro y sus labios, sus labios dan los mejores besos del mundo. Tiene una estatura más pequeña que la mía, pero cuando me mira, me siento completamente a sus pies. Es profesional, disciplinada, responsable, cariñosa y muy sensual. Cuando la ves en la calle es completamente reconocible, no puedes evitar verla caminar como si el mundo fuera suyo.
Romanov se perdió en su ensoñación describiendo a su esposa bajo la atenta mirada de Carolina.
—Daría lo que fuera porque nuestra hija tuviera sus ojos. Desde que supe que estaba embarazada no pude pensar en nada más que no fuera eso —confesó embriagada con la idea—. Me gusta la forma en que su pelo corto cae sobre su rostro, las comisuras de sus labios y lo linda que se ve embarazada, sin importar que se ponga ella se ve perfecta. Me encanta cuando se pone ropa formal y todos voltean a mirarla como si fuera la persona más misteriosa y atractiva del mundo.
—¿Cómo esa mujer? —Carolina señaló a una mujer pelinegra, con lentes de sol, vestida formalmente con un saco sobre sus hombros, caminando a unos metros de ellas con lo que parecía ser su chófer detrás.
—Espera esa es... —Lilith enmudeció al ver a su esposa avanzando en su dirección—. Aysel ¿Qué haces aquí?
Ferrara se quitó los lentes de sol para mirar fijamente a Lilith. Tal vez era la impresión de Lilith, pero Ferrara estaba ligeramente molesta.
—Pasaba por aquí y decidí traerte tu almuerzo y un café —contestó de manera cortante mirando de reojo a la chica que la acompañaba—. Saliste muy temprano, así que supuse que tendrías hambre.
Lilith se perdió en sus ojos, en la forma en que su rostro demostraba su seriedad y su cordialidad al mismo tiempo. Su perfume le llegaba hasta la punta de la nariz, un olor a cítricos delicado, impregnado en su ropa y muy probablemente también en su piel. Los mechones oscuros de su cabello estaban peinados hacia atrás, dejando libre su rostro para ser admirado y contemplado por quien fuera qué la viera. Aysel se dirigió a su acompañante, quien estaba tan embelesada como la misma Lilith.
—Carolina Fuentes —se presentó nerviosa—. Estoy en el mismo grupo que Lilith. Es un verdadero placer conocerla.
—Soy Aysel Ferrara, la esposa de Lilith.
La rubia la miró con una sonrisa en el rostro que nada podía borrar. No recordaba haberse presentado a sí misma de esa forma antes, pero la manera en que lo dijo elevó a Lilith hasta el cielo del que no pensaba bajarse a pesar de que su día inició mal.
—Ten un buen día, tengo que regresar al trabajo —le habló en un tono más suave y se acercó tímidamente a darle un beso en la mejilla—. Te veo en casa, mi futura arquitecta.
Romanov no respondió, simplemente se quedó como una tonta, observándola irse después de que se despidiera de Carolina cordialmente. La siguió con la mirada hasta la camioneta dónde el chófer estaba lista para llevarla a casa, pero Aysel se llevaba el corazón de la rubia con ella y tal vez algo más.
—Disculpa si lo que voy a decir te ofende, pero... cambié de opinión, tu esposa es mi tipo. Yo también me casaría con una mujer así.
—Es mi esposa, Carolina.
—Sí, ya sé —respondió—. Solo decía.
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14 de Marzo de 2022 8:57 pm, Ciudad de México.
Lilith Romanov.
Claro que los rumores en su grupo y los curiosos acerca de la mujer que visitó a Lilith no tardaron en llegar, su esposa, su hija y su enamoramiento fueron los principales temas de conversación entre sus compañeros de equipo que en lugar de concentrarse en el proyecto que debían hacer, prefirieron escuchar a Lilith hablar de su esposa, como se conocieron e incluso el día en que se casaron después de que venciera a la abuela de Ferrara en un juego de tiro. Por ese motivo, la reunión del trabajo se extendió hasta la noche, cuando regresó antes de la hora de la cena.
Abrió la puerta de la habitación, encontrándose con Aysel concentrada en la mesa frente a la ventana, escribiendo a mano sobre lo que parecían ser hojas de papiro cosidas a mano dentro de una pasta de cuero oscuro y letras doradas en la portada.
—¿Cómo te fue? —preguntó Aysel tomándose unos segundos para mirarla—. Estaba esperándote para cenar.
—Exceptuando qué llegué tarde, el profesor no me dejó entrar a su clase, remolcaron mi coche y se lo llevaron a un corralón, bien —contó Lilith entre divertida y triste por su desgracia—. Hice una amiga.
—Carolina, ¿cierto? —preguntó no muy alegre.
—Sí. Es agradable —continuó Lilith—. Estaba con ella y mis compañeros de equipo terminando un proyecto, pero nos retrasamos por estar conversando del tema que fue el chisme escolar de la tarde.
—¿De qué hablaron? —preguntó Aysel para continuar la conversación mientras seguía concentrada en lo que hacía.
—De ti —confesó la rubia sin temor a decirlo—. La mujer hermosa que llamó la atención de varios alumnos y alumnas cuando llegó a darme mi almuerzo. Todos querían saber cómo es que terminé casándome con una mujer extraordinaria como tú. Yo, una chica que se viste como vagabundo con una persona tan elegante como tú.
Romanov llegó hasta su posición y se sentó en la silla ubicada delante de ella. Recargó sus brazos sobre la superficie de la mesa y su barbilla sobre su palma derecha, observándola con ojos de ensueño que en definitiva no podía ocultar.
—Subiste sus expectativas —relató—. Ahora todos quieren una Aysel en su vida. Afortunadamente, yo tengo a la original.
Ferrara sonrió negando con la cabeza lo feliz que la había hecho el escuchar eso de su parte. Volvió a concentrarse en el papiro y la tinta, mientras que Lilith se enfocaba en ella y en cómo lucía su anillo de bodas en su dedo anular. Aysel no se lo había quitado desde el accidente y Romanov lo agradecía.
—¿Puedo saber qué haces? —preguntó Romanov.
—Un cuento para nuestra hija. Leí en un artículo qué es algo bueno fabricar nuestros propios regalos para nuestros hijos, lo vuelve significativo y más personal que solo comprar cualquier cosa y dársela. Tomé un curso de narrativa en la universidad para liberar créditos y optativas, así que, decidí intentarlo —explicó Ferrara admirando el avance de su trabajo hasta entonces, un libro pequeño parecido a los libros de fantasía que aparecían en las películas—. Quiero que cuando lo lea, recuerde una historia que yo no quiero olvidar nunca.
—¿Qué historia? —interrogó Lilith expectante.
—La nuestra —pronunció volcando las emociones de Romanov—. Obviamente, sin las partes explícitas, las balas, armas, la sangre y el sexo. Solo la historia tierna que la harán desear encontrar algo así un día, mirar a los ojos a su pareja y saber que no hay nada en el mundo que cambie lo que sientes por ella.
Lo último lo pronunció, mirándola directamente a los ojos, sin parpadear, sin dudar ni un instante en lo que decía.
—Espero que tenga un final feliz, porque no conozco ningún cuento para niños con final triste y no quiero que el nuestro sea el primero —no hablaba del cuento, hablaba de su relación.
Aysel ya no esperaba que su relación terminara en una separación dolorosa y dramática que determinara el futuro de su hija, no lo quería y nunca lo quiso, pero se obligó a pensar que así tenía que ser, qué no había otro camino qué seguir.
—Déjame hacer los dibujos —pidió Lilith con un nudo en la garganta—. Una historia es trabajo de dos, ¿no?
Ferrara la miró con los ojos llorosos y asintió desviando la mirada al instante. A los pocos minutos se levantó y abandonó su trabajo.
—Vamos, la cena está lista.
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16 de Marzo de 2022 3:19 am, Ciudad de México.
Lilith Romanov.
Apenas llevaba una hora dormida cuando el movimiento de la cama la despertó. Antes no solía ser tan sensible a lo que pasaba a su alrededor mientras dormía, exceptuando lo aprendido en su entrenamiento, pero con una esposa embarazada y su pánico de que algo le pasara, sus sentidos se agudizaron al punto en que sabía si Aysel se levantaba en medio de la madrugada o si cambiaba de posición al sentirse incómoda. Sin embargo, al abrir los ojos la vio vistiéndose con un pantalón cómodo y una de las sudaderas qué le robó como si planeara salir de la casa.
La vista de Lilith se enfocó en el despertador sobre el mueble junto a su cama para ver la hora, 3:19 am, una hora muy poco convencional para salir a la calle.
—¿Has visto mis llaves? —preguntó Ferrara como si fuera medio día.
—¿Tus llaves? —frunció el ceño confundida—. ¿A dónde vas?
—Voy por tacos, ¿Quieres? —ofreció mientras se terminaba de poner la chamarra.
Romanov se obligó a levantarse de la cama recargándose sobre la palma de sus manos para observar a su esposa buscar sus llaves por toda la habitación oscura.
—Aysel, son las 3 de la mañana —dijo como si la nombrada no lo supiera.
—¿Y? Es México, estoy segura de que hay alguna taquería abierta por ahí a esta hora. Llevo toda mi vida aquí, te aseguro que es más fácil encontrar una taquería que cualquier otro negocio abierto. Además, conozco a algunas qué abren hasta tarde, ¿recuerdas cuando salíamos de fiesta y terminábamos comiendo tacos antes de llegar a descansar? ¿Segura que no quieres nada?
—No —contestó más cortante de lo que deseaba—. Aysel, no puedes ir ahora, son las tres de la mañana, es peligroso salir a esta hora y tu chófer no está.
—No importa, puedo conducir —respondió.
—¡No! —Lilith alzó la voz al recordar la sensación de pánico qué sintió en el momento en que supo sobre el accidente de Ferrara. A pesar de que estuvo en riesgo de perderla en más de una ocasión, no lograba acostumbrarse a la sensación asfixiante de no saber qué hacer si algo volvía a pasarle. Aysel permaneció inerte, expectante por su reacción, la rubia retornó su mirada al despertador y luego a su esposa, su amor sobrepasaba sus ganas de dormir, así que se salió de la cama—. Te llevo yo.
La joven rusa tardó un par de minutos en vestirse, encontrar qué llaves y tomar su cartera para dirigirse al garaje de la casa en compañía de su esposa. Probablemente, un deportivo sería más rápido para ir y volver en el menor tiempo posible, pero la camioneta blindada era más segura y más cómoda para Aysel. Siguió el GPS hasta el negocio de tacos más cercano a su ubicación, uno que cerraba prácticamente al amanecer y atendía entre sus clientes nocturnos a aquellos que salían de fiesta y necesitaban comer algo.
—¿Qué va a ser, señoritas? —se dirigió a ellas el mesero para tomar su orden en cuanto se sentaron en una de las varias mesas disponibles.
Inicialmente, tenía más sueño que apetito, pero el olor de la carne cocinándose en la parrilla y el pastor en el trompo la despertó. Su cerebro no fue capaz de pensar en que pedir por qué había quedado frito después de haberse pasado la tarde entera estudiando, así que Aysel ordenó por ella.
—Para ella van a ser dos gringas de pastor y tres tacos campechanos con la carne bien doradita, por favor —pidió—. Para mí van a ser dos de pastor, dos de sudadero, un campechano, uno de bistec y uno de cabeza.
—¿Algo de tomar? —ofreció el joven.
—Coca-Cola Light —respondió Aysel.
—Está a dieta de seguro —la rubia lo escuchó susurrar y lo miró mal por su comentario. Él lo notó y se sintió intimidado por la manera en que sus ojos se clavaron sobre su persona en desacuerdo con lo que dijo.
—Tacos a las tres de la mañana, eh —Lilith miró su reloj—. Ah, perdón, son las cuatro ya.
—Tengo antojo. Mi mamá dijo que no debía dejar con antojos a la bebé —explicó obteniendo una mirada de incredulidad por parte de Lilith—. ¿Qué? No me mires así, yo solo complazco a tu hija.
Su hija. Todavía no se acostumbraba a que hablaran sobre la bebé de esa forma, no concebía la idea de que pronto sería madre, ya sus noches se ocuparían en cuidar de una pequeña que podía ser tanto tranquila como muy inquieta. Se recargó sobre el borde de la mesa observando a Aysel mirar de un lado a otro como preparaban su orden, tal vez ella estaba más enamorada de la comida que de su esposa, pero aun así era hermosa verla a ese nivel de atención e impaciencia.
—Nuestra hija —pronunció creyendo que lo pensaba—. A la que pronto conoceremos.
—Sigue asustándome esa parte —reveló Aysel en voz baja—. Hay muchos riesgos en el parto, tanto para ella como para mí. No podría vivir si la pierdo de nuevo.
—Ella va a estar bien. Las dos lo van a estar —aseguró Lilith—. Yo me encargaré de que así sea, no las voy a dejar solas en ningún momento, especialmente a ti.
—No podemos controlar lo que pase en ese instante, desconocemos con exactitud cuando será, además, tú tienes la universidad y...
—Nada de eso es más importante que tú —remarcó—. Todavía te cuesta entenderlo, ¿verdad?
Aysel guardó silencio bajando la mirada hacia el suelo. La rubia tomó un suspiro profundo antes de volver a hablar.
—Aysel, sé que no es el lugar más romántico del mundo para hablar de esto, pero es importante que te lo recuerde. Tú siempre vas a ser más importante que cualquier cosa en mi vida y no lo digo porque estés esperando una hija mía, eres mi prioridad incluso antes de que aceptaras salir conmigo formalmente. Y la importancia que tienes en mi vida, no va a cambiar, aunque tú y yo cambiemos con el tiempo.
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19 de Marzo de 2023 12:16 pm, Ciudad de México.
Lilith Romanov.
Ella era una persona complicada. A veces no decía nada cuando tenía una atención por ella, cuando le hablaba con sinceridad mirándola a los ojos y no era capaz de responderle con palabras, aunque sí lo hacía con acciones, con pequeños y grandes gestos qué Lilith terminaba notando. Desde la sazón diferente en su desayuno, hasta sus cosas favoritas, incorporándose a la casa. De un día a otro, la alacena volvió a estar repleta con sus cosas favoritas, dulces, bebidas y botanas, algunas traídas desde Rusia y otras más fáciles de conseguir, ya que eran locales.
Y el cuarto qué se suponía ocuparía durante su estadía en la casa, se convirtió en su estudio personalizado, tenía la libertad de decorarlo como quisiera y nadie solía molestarla en cuanto se encontraba allí, pues seguramente estaba ocupada en el diseño de un tatuaje o haciendo alguna tarea importante. Cuando se quedaba dormida en el sofá de su estudio vencido por el cansancio y Aysel entraba a verla, ponía una almohada cómoda bajo su cabeza y si tenía frío la tapaba con lo la chamarra que tuviera puesta, podía ser desde una simple chaqueta deportiva hasta un saco de sus trajes hechos a la medida.
No decía mucho, pero compensaba la falta de sus palabras con acciones que tenían un mayor significado. Cuidaba de Lilith tal y como Romanov cuidaba de ella, un trato mutuo que era tan antaño como su relación misma.
Al despertar esa mañana de fin de semana, poco después de medio día, su desayuno ya estaba listo, el personal tenía órdenes de no molestarla y Aysel se encargó de sacar a pasear a Honey para que la perrita no importunara el merecido descanso qué necesitaba Lilith después de una pila de tarea y algunas escapadas nocturnas por los antojos de su esposa que eran difíciles de conseguir a esa hora.
Pero la razón por la que se había despertado no era porque ya no quisiera seguir durmiendo, sino porque escuchó ruidos en la habitación contigua a la suya, la que estaba conectada por una puerta, pues iba a ser el cuarto destinado a la bebé. La rubia se levantó con pesadez para ver de qué se trataba sin imaginar que al otro lado de la puerta estaba Ferrara, evaluando el espacio mientras miraba las latas de pintura de colores pasteles en el suelo junto a ella.
La pelinegra debió de sentir sus ojos sobre ella, ya que volteó en su dirección, dirigiéndole una sonrisa instantánea.
—Buenos días —pronunció alegre la mayor—. Perdón, ¿te desperté?
—Un poco, sí. Pero está bien, ya dormí bastante —contestó Lilith restándole importancia.
—Te veías muy cansada anoche cuando te fuiste a acostar después de hacer tu tarea, así que preferí dejarte dormir. Tu desayuno está listo en la cocina, aunque si quieres puedes pedir que lo traigan a la habitación —habló llena de energía.
Lilith no prestó mucha atención a lo que decía más allá de la parte donde se preocupaba por ella y porque descansara. En su lugar, no apartó su vista de las latas de pintura y el material para pintar a los pies de Aysel. Ella también estaba vestida con ropa cómoda que no le molestaría manchar.
—¿Qué vas a hacer? —preguntó Lilith.
—Tengo planeado pintar hoy el cuarto de la bebé, pero estaba esperándote para hacerlo juntas —contestó.
—¿Juntas? —repitió esa palabra con emoción.
—Sí, juntas. Sé que es tu día de descanso, pero quiero aprovechar la energía que todavía tengo para terminar el cuarto de la bebé y que esté listo para cuando nazca —expuso sus motivos—. ¿Por qué no vas a desayunar y luego vienes a ayudarme? Aún tenemos que ir a comprar la cuna.
Lo que dijo, Lilith lo tomó como una orden, pues inmediatamente se marchó a desayunar, se puso cómoda y regreso en el menor tiempo posible al cuarto, donde ya todo estaba despejado y el piso recubierto plástico para no mancharlo con la pintura que cayera del techo y de las paredes. Los colores eran principalmente pasteles, tonalidades muy claras y nada molestas para la vista que transmitían calma y seguridad, Romanov tomó una brocha y juntas acordaron de que colores iban a pintar cada parte. La rubia se encargó de cuidar de su esposa, procuró la ventilación del cuarto y la obligó a usar una mascarilla para que el olor de la pintura no le afectara. El techo se convirtió en un cielo estrellado y las paredes en un cielo ventoso con nubes blancas y tenues, cada detalle sumamente cuidado y planeado.
Las horas que pasaron decorando la habitación y discutiendo qué se vería mejor, sofocaron ligeramente a Ferrara, pues tuvo que tomarse un respiro y descansar cuando la espalda comenzó a dolerle y la respiración le faltó, por lo que se quitó la mascarilla. Lilith dejó de dibujar estrellas en el cielo para acercarse a su esposa.
—¿Estás bien? —cuestionó preocupada—. ¿Te traigo agua?
—Estoy bien, solo que me está costando un poco. Estar embarazada es difícil y con esta pequeña creciendo más cada día, mi espalda lo está resintiendo —confesó suspirando mientras acariciaba su vientre—. A veces solo quisiera liberarme de peso un momento.
Su último comentario encendió una idea en la cabeza de Romanov aunque no estaba muy segura de si Aysel aceptaría.
—¿Puedo intentar algo?
—¿Qué quieres intentar?
—Date la vuelta y relaja tu espalda.
Sin entender exactamente qué haría, Aysel le hizo caso dándole la espalda. Lilith se aproximó nerviosa a ella, pegó su pecho a su espalda y rodeó con sus brazos la parte inferior de su vientre. Lentamente, lo cargó liberando por un instante a Ferrara del peso, dejando que su espalda tomara un respiro después de pasar meses resintiendo los estragos de su embarazo. La pelinegra soltó un quejido de alivio y Romanov una sonrisa que no pudo ocultar.
—¿Mejor?
—Sí, mucho mejor —contestó alegre.
Una vez que Aysel se sintió lista, Lilith se desprendió el peso de su vientre poco a poco. El peso volvió a caer sobre su espalda, pero esta vez no había dolor, era más soportable y llevadero de lo que había sido en todos esos meses. Tal vez Lilith tenía dones curativos o simplemente sabía exactamente cómo hacerla sentir mejor.
Los rastros de pintura dorada que poseían sus manos, se quedaron marcados en la tela blanca de la camiseta de Aysel. Las dos cruzaron miradas cómplices de la misma idea y posteriormente observaron las latas con un poco de pintura dentro.
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20 de Marzo de 2022 9:34 am, Ciudad de México.
Lilith Romanov.
La foto que se tomaron juntas con las marcas de las manos de Lilith en pintura dorada sobre el vientre de Aysel, se convirtió en su fondo de pantalla, en su foto de contacto y también en su fondo de pantalla de bloqueo. Cualquiera que consultara la hora en su pantalla se daría cuenta de lo profundamente enamorada que estaba de su mujer y lo emocionada que estaba por el nacimiento de su hija. Probablemente, algún día le mostraría esa misma fotografía a la pequeña y le contaría sobre ese día, las risas, las bromas, las manchas de pintura en el rostro por marcharse mientras jugaban y se molestaban entre ellas. Le contaría todo, hasta como estaba decorando con sus propias manos la cuna, una pieza de madera blanca que se negó a que alguien más tocara que no fuera ella.
Su toque personal fueron las ballenas chiquitas y los tiburones en la zona de la cabecera, si el techo era el cielo, la cuna podía ser el mar, la habitación podría ser cualquier cosa que su hija quisiera y estaría dispuesta a cambiarlo todo las veces que fueran por hacerla feliz.
—Te tengo un regalo —Ferrara apareció a sus espaldas conteniendo una sonrisa mientras ocultaba algo detrás de su espalda.
Lilith dejó lo que hacía para prestarle atención. La pelinegra reveló lo que ocultaba, una cajita rectangular dorada con un moño del mismo color, la extendió en su dirección y Lilith la recibió intrigada después de limpiarse las manos.
—¿Qué es? —preguntó mientras se deshacía del moño que la mantenía cerrada—. No me digas que olvidé una fecha importante, por favor. No cheque mi calendario hoy en la mañana.
—No, no. Es un regalo, por tu cumpleaños —explicó.
—Pero mi cumpleaños fue hace más de dos meses —respondió Lilith.
—Lo sé, pero no estaba contigo —su voz sonó apagada al momento de decir aquello—. Lo preparé desde entonces pero... no podía dártelo.
Ferrara dejó de hablar y de respirar cuando Lilith abrió la caja y se encontró una USB delgada de color plateado, la fecha grabada en la cubierta. Romanov la sacó del estuche acolchonado en donde se encontraba para observarla de cerca, preguntándose de qué se trataba.
—¿Qué es esto? —preguntó consternada.
—Tendrás que descubrirlo en la sala de proyección —pronunció Aysel. Su mano se dirigió hacia Lilith que estaba en el suelo para ayudarla a levantarse y llevarla hasta la sala de proyección.
Ferrara tenía todo preparado, pues el equipo estaba encendido y listo para usarse en cuanto cruzaron la entrada y cerraron la puerta. La pelinegra le indicó que tomara asiento, pues ella se encargaría de conectar el dispositivo y reproducirlo. Los nervios de Romanov se hicieron presentes cuando volvió a sentarse en el amplio sofá y recordó la última vez que estuvo ahí, a solas con Aysel, antes del accidente mientras veían el video de su boda, un día que ninguna de las dos podría olvidar jamás.
Antes de que el vídeo comenzara, su esposa tomó su lugar junto a ella con el control del equipo en la mano. La pantalla se iluminó con una imagen en blanco y negro, borrosa y apenas distinguible para las personas que no supieran que se trataba de un ultrasonido grabado por la misma máquina del hospital. A pesar de la difusa imagen, podía apreciarse la silueta de un bebé dentro del vientre de su madre moviéndose ligeramente, como si supiera que la estaban observando. Una descarga eléctrica recorrió sus huesos, su piel se erizó y dejó de respirar al contemplarla frente a sus ojos, la primera imagen que tenía de su hija.
—Felicidades, es una niña —dijo Aysel—. Esas fueron las palabras de la doctora ese día. Lo primero que pensé, fue en lo feliz que estarías por la noticia, pero también me deprimía saber que no podía decírtelo porque ni siquiera tenía la fuerza para acercarme a ti. Lamento que te hayas perdido de todo esto, Lilith. No fue justo y haré todo lo que esté en mis manos para recompensártelo.
No se dio cuenta de que estaba a punto de llorar hasta que miró a Ferrara y su rostro se volvió borroso por su mirada acuosa a punto de desbocarse en un río de emociones incontrolables. Pero ver a la bebé no era la mejor parte, Aysel dejó lo mejor para el final.
Un sonido extraño y repetitivo salió por los altavoces de la sala de proyección, mientras que la pantalla registraba las ondas del sonido al mismo ritmo en que se escuchaban los latidos de su corazón. Era un galope fuerte, dotado de vida e imposible de ignorar. Esa fue la gota que derramó el vaso para que Lilith comenzara a llorar, dominada por la emotividad de ver y escuchar a su hija por primera vez, a la bebé con la cual habían soñado desde que se comprometieron y ahora era una realidad.
Miró a su lado a su esposa sumida en el momento al igual que ella, contemplando con todos sus sentidos lo que tenía delante sin percatarse del acercamiento lento de Lilith hacia su rostro. Sus labios hicieron contacto con su mejilla al dudar si podían dirigirse hacia sus labios, depositando un beso cariñoso sobre su piel.
—Las amo a ambas —pronunció con la voz temblando—. Y voy a dedicar mi vida entera a amarlas, cuidarlas y hacerlas felices. Es una promesa.
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20 de Marzo de 2023 2:48 pm, Ciudad de México.
Aysel Ferrara Ávila.
Huir era inevitable cuando su corazón amenazaba con romper sus costillas y huir de su pecho para perseguir eternamente a Lilith. Aysel olvidaba por completo sus principios cuando la miraba de esa forma, cuando la tocaba y las chispas eléctricas quemaban su piel, cuando sus labios hacían contacto con su piel y su alma volvía a nacer con un simple beso en la mejilla. Aysel se volvía una adolescente enamorada cuando la tenía cerca, la adulta racional desaparecía y el alma ilusionada tomaba el control. Tal vez siempre había sido así con ella y solo lo había notado ahora que se reprimía para no cruzar los límites más lejanos.
Cuando Lilith besó su mejilla, el deseo de que la besara en los labios creció más, obligándola a alejarse voluntariamente y enfocarse en algo que no tuviera que ver con ella, con lo que la hacía sentir y pensar. Conversar con su personal resultaba un buen distractor, sus vidas eran incluso más interesantes que la suya y las anécdotas de juventud de Rosalba nunca faltaban.
Pero no esperaba encontrarse con Nerea después de que soltaran una sonora carcajada ante un comentario de Rosalba. El silencio se tornó incómodo y todas las miradas se posaron sobre la más joven que únicamente evitaba la mirada de su hermana en silencio. El bullicio terminó instantáneamente y cada una retornó a sus labores, dejando a Ferrara en soledad con Nerea.
—Así que ahora duerme contigo, come contigo y no se separa de ti para nada —pronunció Nerea sin dar un contexto.
—¿A qué te refieres? —cuestionó Aysel.
—Lilith —dijo—. Obvio, a menos que tengas otra esposa a la que hayas perdonado solo por respirar, como si los últimos seis meses en terapia no hubieran valido de nada.
—Lilith es mi esposa y la madre de mi hija, no puedo alejarla, así como así —respondió.
—Es el argumento bajo el cual te escudas para justificar tu debilidad por ella. Vamos, Aysel, solo acéptalo que te hace débil y terminemos con esto —le dirigió una mirada retadora acompañando a sus palabras filosas.
Ferrara admiró su expresión de severidad, su ceño fruncido en negativa a sus actos y su boca cerrada con los labios apretados, conteniendo todo lo que quería decirle por haber elegido estar cerca de Lilith a pesar de todo.
—Nerea, aún no has experimentado lo que es querer y confiar en una persona, que el mundo la rechace y te aconseje qué no cometas aquello que otros llaman error —pronunció la mayor—. Si estoy equivocada, pagaré las consecuencias, eso significa madurez y responsabilidad, pero si ella está en lo correcto y yo no le hubiera permitido una oportunidad para demostrarlo, entonces yo sería más cobarde por no hacerle frente a la situación. Es más difícil de lo que imaginas, ver al amor de tu vida y pensar que pudo traicionarte, aceptar que la persona con quien quieres compartir tu vida te hizo daño.
—¿Por qué le crees entonces? —preguntó con un tono más suave, sin sonar intrusiva—. Si aún te duele y eso te lastima, ¿Por qué obligarse a soportarlo?
—Porque su comportamiento no es consistente con alguien que te lastima. Las personas que te lastiman hacen hasta lo imposible para que las perdones y al poco tiempo vuelven a hacerlo, sin temor a herirte, le restan importancia a lo que les unía y destruyen todo lo que hasta entonces construyeron. Lilith no es así, se ha aferrado a su verdad y sus actos son inconsistentes con lo que se supone que hizo. Pensándolo bien, ni siquiera tiene sentido ¿Por qué me engañaría con la persona que enfrentó para darme seguridad? —explicó aclarando en su mente sus propias palabras convencida de esa esperanza que la mantenía respirando día con día—. No espero que lo entiendas, porque no conoces ese tipo de sentimiento que te hace sentir vivo y culpable a la vez y sin el que no puedes vivir. Pero al menos, intenta darle una oportunidad, así como yo lo estoy haciendo.
—Aysel, yo no soportaría verte sufrir como lo hice, no sería capaz de quedarme observando sabiendo que la causante de tu dolor duerme junto a ti cada noche.
—Olvidaste qué el motivo de mi pena no era otro que el amor que le tengo. Sin amor no hay sufrimiento y para mi desgraciada fortuna, todavía queda mucho amor en mí por ella.
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20 de Marzo de 2023 6:46 pm, Ciudad de México.
Lilith Romanov.
Tomó el teléfono con su diestra temblando y presionó el contacto registrado. El sonido de espera se prolongó por unos segundos hasta que la llamada entró al buzón con indicaciones de que grabara un mensaje. No habló con sus padres desde que dejó Rusia, más o menos desde que su padre se recuperó y volvió a su vida normal, su madre reconstruyó la mansión e hicieron sus vidas sin interferir en la suya y saber lo que pasaba en su matrimonio por los rumores que Volkov extendió durante su esfera social.
(Conversación en ruso)
—Hola, mamá y papá. Ha pasado un tiempo desde que los llamé y los visité en Moscú, pasaron muchas cosas que no creo que pueda contarles en tan poco tiempo —se sentía tonta grabando el mensaje en la contestadora qué sus padres evidentemente no revisaban por sí mismos—. Voy a ser madre, Aysel está embarazada. Al parecer el método que usamos dio resultado y ahora espera una hija mía. Es una niña, una preciosa niña con un corazón fuerte como el de ella. Esa es la noticia más importante de todas, van a ser abuelos. Sé que nunca la aceptaron dentro de la familia por ser una mujer y por considerarla de baja estirpe, pero es la mujer que amo y la que me dará una hija, dos razones por las que no quiero perderla ni a ella ni a la pequeña que aún está en su vientre. Necesito su ayuda, necesito encontrar una prueba que respalde, que no le hice daño y así evitar perder lo único que le da sentido a mi vida. Aysel propuso qué sigamos casadas hasta que la niña tenga edad para entender por qué nos divorciaremos, pero yo no quiero eso, no quiero ver a la que un día se convirtió en mi esposa quitarse la argolla y afirmar que lo nuestro tiene un final. Por eso necesito su ayuda, porque si le doy una prueba entonces podré convencerla de que se quede conmigo.
El mensaje se cortó antes de que pudiera seguir hablando, Lilith aprovechó el corte para dejar salir el sollozo qué obstruyó su garganta al final. Dejó el aparato de lado, cubrió sus ojos con ambas manos y limpió sus lágrimas rebeldes sin esperar que este comenzara a sonar mostrando en la pantalla el número directo de su padre.
—¿Qué fue lo que hiciste, Lilith? —cuestionó su padre en cuanto tomó la llamada, como si fuera a reprenderla por una travesura.
—Sé que no hice nada, pero no encuentro la forma de demostrarlo. Papá, no me importa si desprecias a Aysel o si no te interesa siquiera conocer y formar parte de la vida de tu nieta, pero por favor, te lo imploro, ayúdame —suplicó Lilith a la espera del favor de su padre.
Gavrel se sumió en un profundo silencio, ni siquiera su respiración se escuchaba al otro lado del teléfono. Podía estar muy enojado o simplemente desinteresado en lo que pasaba.
—Dime exactamente qué fue lo que pasó —pidió de la manera más comprensiva qué podía escuchar, sonando más autoritario que empático.
—Discutimos después de saber sobre el altercado que mi madre y tú enfrentaron. Dejamos de hablar por unas horas y terminé en un bar muy ebria, después de eso no recuerdo nada más que ver huir a mi esposa la mañana siguiente. Tiempo después entendí que ella me había visto con Dasha Volkov en la cama, como si me hubiera acostado con ella —se sintió apenada al relatarle los hechos a su padre.
—¿Pusieron algo en tu bebida? ¿Detectaste algo anormal en el olor, el color o el sabor?
—No. Nada de eso —respondió.
Gavrel suspiró profundo y soltó varias maldiciones en ruso qué su hija pudo escuchar perfectamente.
—Lilith, no puedes divorciarte, ni siquiera una separación está a discusión. Tu esposa lleva en su vientre el futuro de nuestra dinastía y no puedes arruinarlo, no más de lo que ya lo jodiste —la reprendió—. Voy a ayudarte.
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22 de Marzo de 2023 8:09 pm, Ciudad de México.
Aysel Ferrara Ávila.
Su esposa lucía preocupada al volante tanto de ida como de regreso del control médico de rutina. Podía deberse a varias cosas, la universidad, las pocas horas de sueño o incluso su propio embarazo que según los médicos marchaba de maravilla después de los suplementos que le administraron para controlar su anemia y mantener la herida de su cabeza atendida hasta que por fin sanara.
Sin embargo, aun con todas las distracciones qué Lilith tenía en la mente, acomodó su asiento en la camioneta para que estuviera cómoda, puso algo de música relajante y el aire acondicionado a una temperatura de acuerdo a sus preferencias. Llevaba todo lo que podría necesitar con ella, hidratantes, medicinas e incluso algunos de sus antojos más frecuentes para no tener que correr y conseguirlos.
Al final del día, Ferrara acumuló empaques vacíos y bolsas con pequeñas cantidades de cada fritura, bocadillo o dulce que se le antojara cuando pasaron por los cruces y semáforos de las calles de la Ciudad de México, dónde los vendedores ambulantes se paseaban entre los coches ofreciendo sus productos mientras estos estaban detenidos. Y como no podía dejar de lado a Lilith quien costeaba sus antojos, le daba a probar de cada cosa. Tomaba una pequeña porción y la llevaba hasta sus labios para que no se distrajera de conducir, aunque fácilmente Romanov podría hacerlo por sí sola, prefería recibir ese tipo de atención de su parte.
—Por lo menos hoy no fueron antojos tan complicados como otros días —comentó Lilith con una leve sonrisa.
—Yo no tengo la culpa, tu hija salió igual de exigente qué tú —contestó Aysel.
—¿Por qué sigues responsabilizándome por eso?
—Siete meses en mi vientre y te hace más caso a ti, me parece una injusticia, así que te haré responsable de todo lo que pueda. ¿Recuerdas lo que te dije una vez? Soy tu esposa, tengo el derecho de molestarte de vez en cuando.
—Por mí hazlo cuando quieras —dijo sonriendo mientras la veía de reojo.
La pelinegra se contagió de su sonrisa y no desapareció de sus labios hasta que llegaron a casa y su ama de llaves las esperaba en la entrada, con las manos cruzadas sobre su abdomen y una genuina expresión de intriga.
—¿Qué pasa, Rosalba? ¿Por qué te ves tan preocupada? —preguntó Lilith mientras caminaba hacia la entrada con Aysel sosteniendo su brazo.
—Sus padres están aquí —dijo mirando a Aysel lo que hizo que Lilith creyera que se dirigía a ella.
—¿Mis padres? Rosalba, mi padre está muerto y mi madre enojada conmigo, no creo que...
—No, no. Los suyos no, los de la señora Romanov —dijo pareciendo un manojo de nervios.
Lilith se congeló en ese instante. La ayuda que aceptó de su padre se suponía qué no tenía condición alguna y en definitiva no incluía una visita tan pronta a la Ciudad de México, no cuando regresaban a casa después de un control médico y Lilith tenía una pila de tarea que hacer.
—¿Qué hacen tus padres aquí? —preguntó su esposa cuando las dos se dirigían hacia el recibidor principal, pero Lilith no respondió, simplemente avanzó a su lado en una postura recta y muy tensa.
Su mirada se cruzó con la de su padre y posteriormente la de su madre, ambos se hallaban sentados en el sofá y se pusieron de pie al verlas ingresar en el cuarto. Por primera vez, ninguno de los dos se veía disgustado con la presencia de Ferrara, al contrario, miraron su vientre y sonrieron levemente.
(Conversación de inglés)
—Lamento la premura de nuestra visita y esperamos no importunarla, señorita Ferrara.
—De ninguna manera, son bienvenidos —contestó Aysel por cortesía—. ¿Puedo saber a qué debo su inesperada visita?
—Vengo a hablar con ambas, sobre todo con usted señorita Ferrara. ¿Podría concederme una audiencia privada en cuanto termine de hablar con mi hija, por favor? —solicitó el hombre bien vestido con su bastón a su lado decorado en oro y plata.
—Por supuesto.
La pelinegra no entendía por qué razón su suegro se dirigía a ella con tanto respeto, sin usar la palabra, anormal, pecado y desacuerdo en sus oraciones. Supuso qué Lilith sabía la razón, pues su padre y ella hablaron durante unos minutos, tras su conversación Lilith salió en shock y no fue capaz de pronunciar palabra. Ferrara condujo a su suegro hasta su estudio privado y lo invitó a que tomara asiento frente a ella, conservando su posición de poder por primera vez.
—Voy a ser igual de claro como lo fui con mi hija, Aysel —pronunció él—. ¿Puedo llamarla así, verdad?
—Claro, sin problema —contestó con la extrañeza de que él pronunciara su nombre.
—Lleva en su vientre a una Romanov, la próxima en la línea sucesoria después de Lilith para heredar un cuantioso patrimonio en propiedades y dinero. La bebé que usted espera, es la continuación de mi dinastía. ¿Comprende las implicaciones, verdad?
Aysel asintió asustada por lo que estuviera por decir aquel sujeto alto, imponente y demandante.
—Su familia es la continuación de la mía y siempre he sido fiel al principio de que una vez que se establece un lazo no puede romperse. Usted no puede divorciarse de mi hija y estoy dispuesto a ofrecer la cantidad que usted me pida para que siga casada con ella y de ser posible, traiga más herederos al mundo —explicó en términos refinados qué confundieron a Aysel.
—Espere, ¿está ofreciéndome dinero para que no me divorcie y además tenga más hijos? —preguntó Aysel dudando de la veracidad de lo que estaba viviendo.
—Precisamente —habló él—. Si quiere podemos traer a nuestros abogados para redactar un acuerdo. Usted y yo somos personas de negocios, estoy seguro de que podremos llegar a un acuerdo. ¿Cuánto quiere para volverse a casar con Lilith?
De todos los universos qué pudo considerar compartir con sus suegros, en ninguno de ellos Gavrel le ofrecía dinero a cambio de casarse con Lilith. Sus padres fueron desde el inicio los principales opositores y ahora estaban muy comprometidos con no dejarla ir.
—¿O prefiere una propiedad? Si quiere una pensión vitalicia no es problema, tenemos fondos suficientes para cubrir cualquiera de sus necesidades —él seguía hablando, pero Aysel no lo escuchaba, estaba hundida en la impresión—. Si acepta podemos legalizar su matrimonio en mi país, usted también gozaría de nuestros privilegios y sería tratada como...
—No —pronunció alertando al señor Romanov—. No voy a aceptar nada de eso. Comprendo su preocupación por su hija, la dinastía y su herencia, señor Romanov, pero mis sentimientos no son algo que se pueda comprar. Si decido quedarme con Lilith, será porque esa es mi voluntad y no porque haya recibido millones en mi cuenta bancaria. Confío en Lilith, señor y espero que pueda aclarar nuestro predicamento de forma en que no hagan falta este tipo de acuerdos.
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