Capítulo 19 - Camino de sangre
El motor de Forajida rugía con fuerza. Renegado, tras el volante, maniobraba por las calles de San Francisco; el poderoso charger llamaba la atención de cualquier persona que lo oyera.
—¿Crees que sea suficiente? —preguntó Dakota mientras se sostenía con firmeza del panel.
—No —respondió Renegado—. Pero ya aparecerán.
—¿Cómo estas tan seguro?
—Sujétate.
—¿Qué?
—¡Sujétate! —Ordenó Renegado, pisando a fondo el acelerador.
La velocidad de Forajida hundió a Dakota en el auto, no pudo prepararse bien cuando vino el momento del choque.
Los oficiales dentro de la patrulla quedaron aturdidos después del latigazo. Las bolsas de aire se habían activado y a causa de eso estaban adoloridos. La que estaba en el asiento del conductor abrió la puerta después de forcejear lo suficiente, aún mareada salió del vehículo.
—Aquí patrulla tres dos ocho, tenemos un... —reportó a su radio, pero se detuvo al instante al ver el vehículo que los golpeó, la ventanilla estaba abajo, y detrás del volante solo pudo ver una máscara negra con un zarpazo blanco pintado sobre un ojo—. ¡Seis ochenta, tenemos seis ochenta! —comenzó a gritar la joven oficial a su radio.
—Todas las unidades, tenemos un seis ochenta en Union Square y Market Street, Renegado avistado en Union Square y Market Street, todas las unidades.
Renegado cambió a reversa, separando a Forajida de la abollada patrulla. Por suerte su blindaje la salvó de tener daños peores a un farol roto.
—¿Qué es un seis ochenta? —preguntó Dakota mientras Renegado giraba el volante violentamente y volvía a colocar a Forajida en ruta.
—Es mi código personal —respondió Renegado, pisando el acelerador.
San Francisco se había inundado de sirenas de policía. Toda patrulla en el área cambió lo que hacía para entrar en persecución del criminal más buscado en su lista.
—Muy bien, Kai, estás en la mira —escucharon los hermanos a la voz de Row en sus comunicadores.
—Necesitaré tu ayuda para que ningún suicida nos intercepte —dijo Renegado.
—Este es el peor juego de Pac-man que he visto... —comentó Row—. ¡Derecha!
Forajida derrapó el asfalto en el segundo que Row dio la orden. Nakai luchaba para mantener el vehículo estable. Lograron incorporarse al callejón, detrás de ellos relucieron las luces rojas y azules. Cuando se integraron en una de las calles principales, más patrullas aparecieron detrás.
—Ahora es una fiesta —comentó Nakai.
—¿No crees que son suficientes? —preguntó Dakota mientras observaba con preocupación a la cantidad de oficiales tras de ellos.
—Tendrán que serlo —respondió él—. Row, a la siguiente fase, voy en camino
—Insisto en que este plan es una mierda —respondió ella—. Pero supongo que nadie me hará caso, así que al demonio.
Renegado se desvió de la calle principal para tomar una de las salidas. Se dirigió al puente de la Bahía. A la distancia lograban ver Oakland, apretó el volante de Forajida con determinación. Era ahora o nunca.
En ruta a la entrada del puente hacia Oakland, docenas de patrullas detrás de ellos les pisaban los talones, cuando de repente, disparos empezaron. El ruido de las explosiones se escuchaba por encima del rugido de los motores.
—Se tomaron su tiempo en dar la orden de tirar a matar... —comentó él.
—De verdad te quieren muerto —dijo Dakota.
—Ya veremos qué tanto lo desean.
Liaying Lau se encontraba en su oficina. Recién había comunicado la orden de Nour, inició el protocolo de limpieza. Debía destruir todos los discos duros de las operaciones y todas las armas restantes serían movidas a una locación segura. Mientras Nour se llevaba las armas para venderlas, ella se quedaría en San Francisco para recibir más tecnología recuperada de los restos de la invasión.
—Jefa —escuchó Lau desde la puerta, sin reaccionar.
—Espero que lo que sea que vayas a decir, tenga que ver con el buen avance de la limpieza —declaró con frialdad, pero el hombre en el portal tragó saliva.
—Hay problemas —escupió —. El Renegado, se dirige hacia acá y tiene docenas de policías tras de él —explicó.
Liaying tardó un segundo en reaccionar. La situación que describió su empleado simplemente era demasiado bizarra para que fuera verdad.
—¿Cómo es posible que tenga a la policía de su lado?
—No de su lado, lo están persiguiendo —aclaró el hombre. Liaying Lau quedó pensativa por uno segundos.
—Tā mā de —maldijo entre dientes la mujer, levantándose de su silla y acercándose a la espada alienígena que colgaba en la pared frente a su escritorio.
—¿Jefa?
—Prepárense para pelear. Tomen las armas necesarias y alisten las demás para el transporte junto con el personal de Nour —ordenó la mujer mientras tomaba la espada—. El malnacido quiere arrojar el infierno sobre nosotros.
De inmediato el hombre corrió gritando la orden por todo el edificio, la ya alterada comunidad criminal ahora parecía un panal de avispas bajo ataque.
Lau tomó el celular indicado para comunicarse con Nour. El hombre atendió la llamada en medio del primer tono.
—¿Están listos? Vaya, eso fue rápido
—Cierra la boca, el Renegado viene con un maldito ejercito de policías persiguiéndolo. Va a provocar un tiroteo entre nosotros y los policías y estamos cortos de personal desde que Cortez fue asesinado y los Nahuales se dispersaron —declaró ella.
—Sí, supongo que ver a su jefe así afecto la moral...
—¿¡Me estás escuchando!?
—Lo único que escucho es que estás en una edificación estratégicamente favorable, rodeada de empleados leales y del mejor armamento que la humanidad haya visto, capaz de matar al bastardo que te ha molestado por años... y tú le temes a unos policías —respondió Nour, dejando en silencio a Lau—. ¿O me equivoco?
—¿Tu consejo es que me quede aguantando el frente?
—Es lo que hacen los empleados —respondió—. Tengo asuntos más importantes por resolver, encárgate —dijo antes de colgar, sin permitirle a Lau agregar nada más.
Arrojó el celular al suelo. En un bramido, sujetó con fuerza el mango de la espada, en la cual se encendió en un brillo color vino. Descargó su ira destrozando el celular con un corte directo. Se había dejado pisotear por ese bastardo, pero ya estaba harta, primero lidiaría con una plaga, luego con otra.
A pocas calles de distancia, Renegado se acercaba a gran velocidad. La policía de Oakland se había unido a la persecución, en un caótico escenario de casi cien policías detrás de ellos.
—Row, nos estamos acercando. ¿Todo está listo? —preguntó Renegado.
—Si te refieres a que hice lo que me pediste, sí —respondió—. Si te refieres a que ellos hayan hecho lo que crees que van hacer, ni idea y es probable que los maten.
—¿Sabes? A veces prefiero cuando te burlas de la situación.
—Lo hago cuando estoy segura que todo saldrá bien, ahora te aguantas.
—¿Funcionará, verdad? —preguntó Dakota. Renegado, por un segundo, la observó con preocupación.
—Eso espero —contestó mientras giraba el volante.
Forajida derrapó en la última esquina restante para llegar a su destino.
En el segundo que tuvo vista al fondo de la calle lo vio. Justo lo que esperaba. Varias camionetas SVU formaban una barricada en la entrada de las viviendas con miembros de los Leones Blancos frente a ellas, armados hasta los dientes. Renegado no pudo evitar formar una sonrisa bajo su casco mientras dejaba que Forajida patinaba en la calle.
Giraron trescientos sesenta grados. Los neumáticos dejaron una estela negra en el pavimento mientras el auto se deslizaba sobre él. Al completar el círculo, siguió de largo a la entrada. A diferencia de los policías detrás de ellos, quienes en el momento en que decidieron seguir a Renegado, fueron recibidos con ráfagas de disparos de energía color vino que originalmente iban dirigidos al charger negro, los oficiales tuvieron que abandonar sus vehículos y abrir fuego de supresión.
—Aún me pregunto si hacemos lo correcto —comentó Dakota mientras veían cómo se alejaban del caos entre la policía y la pandilla que dejaban atrás.
—¿Row?
—Tenías razón —contestó ella—. Estoy interceptando llamadas del comisionado de policía y varios tenientes de Lau. Exigen saber por qué los oficiales les disparan a sus hombres cuando el blanco por el que les pagaron por eliminar eres tú —explicó.
—Nunca planeaban hacer algo contra las pandillas —agregó Dakota con cierto tono de desilusión.
—Bienvenida a San Francisco.
Forajida terminó perdiéndose entre las calles de Oakland. Renegado se dirigió a los canales abandonados bajo la autopista, donde solo quedaban grupos de mendigos acampando. Ese canal especifico estaba limpio. No había un alma cerca.
—¿Seguro que es aquí? —preguntó Dakota mientras Renegado estacionaba.
—¿No lo hueles? —le preguntó. Dakota, aún con dudas, cerró los ojos y olfateó el aire. Una mezcla de químicos se olía en él, desde gasolina hasta pólvora, marihuana y otras drogas—. Aquí es donde la conseguí a ella —dijo señalando a Forajida.
—¿Por qué los hombres hablan mejor con los autos que con las mujeres? —preguntó con sarcasmo.
—Supongo que como los autos no responden, no tenemos miedo a abrirnos con ellos.
—Intenta decir eso en Castro Street a ver qué te sucede —se burló su hermana.
En la entrada del túnel, su rostro cambió por completo. Tragó saliva. No sabía si estaba lista para lo que venía. Sintió la mano de Nakai posando su hombro.
—No te obligaré a entrar ahí conmigo... —dijo él con suavidad—. Pero nunca sabrás si estás lista. No importa si te preparaste por años o por horas, solo lo sabrás cuando tengas la valentía de dar el salto de fe —afirmó con seguridad.
Dakota puso su mano sobre la de él. Respiró hondo y cerró sus ojos. Al abrirlos, volvieron a cambiar de forma, el color verde ahora compartía detalles amarillos que reflejaban la luz y el afilado otorgado a sus pupilas.
—Puedo hacerlo... —soltó ella.
Renegado asintió mientras ambos comenzaban a adentrarse en el oscuro túnel.
Cada paso que daban provocaba un eco que viajaba hasta el final del lugar. Renegado no pudo evitar sentirse como una rata que caminaba a una trampa, pero no había manera de detenerse ahora. Debían dar un golpe fuerte a la red de tráfico y no tendrían más oportunidades.
—Perdí comunicación con Row... —dijo Dakota de repente. Renegado intentó reestablecerla, pero solo recibió estática.
—Estamos varios metros bajo tierra, la señal debería volver cuando lleguemos al final —afirmó él, cuando de pronto ambos sintieron una ligera brisa proveniente del fondo del túnel.
La piel de Dakota se erizó. Sus músculos se tensaron en señal de advertencia, había captado el olor de alguien algunos metros delante de ellos, pero algo dentro de ella le decía que había algo más.
—¡Kai! —exclamó, saltando hacia Renegado. Sus piernas le dieron suficiente fuerza para empujar a su hermano fuera de la línea de tiro del rifle que le apuntaba directamente a su ojo.
Dakota se reincorporó con rapidez, manteniéndose agazapada y con sus manos en el suelo.
De repente la oscuridad se desvaneció alrededor de su enemigo, podía ver perfectamente la silueta del pandillero que cargaba un rifle alienígena humeante.
Dakota soltó un gruñido aterrador antes de impulsarse con sus cuatro extremidades. El hombre con el arma apenas pudo reaccionar cuando Dakota lo embistió y uso su propia inercia para estrellarlo contra el muro. Detrás de ella escuchó una respiración. Volteó a detener el brazo de una mujer que estaba a punto de apuñalarla con una espada corvyniana.
La joven, con un veloz movimiento, le dejó cuatro cortadas rectas en el antebrazo, para después noquearla con un golpe del dorso de su mano.
Renegado se levantó. Podía escuchar los pasos de varios empleados de Lau; se acercaban, listos para tirar a matar. Frente a él cayó una pequeña lata gris. Reconoció la granada aturdidora, la tomó con rapidez y la arrojó al fondo del túnel.
La explosión duró menos de un segundo, pero ambos lograron observar a más de veinte miembros de los Leones Blancos armados hasta los dientes.
Luchando contra el aturdimiento de la granada, Dakota lograba ver a todos los enemigos en la oscuridad. Por suerte, ellos no podían verla bien a ella.
Reconoció a su hermano cargar contra el grupo más cercano, los embistió con la fuerza de un camión. Observó a otros apuntándole directamente, corrió a ellos, sujetó el cañón del arma más cercana y golpeó al usuario con ella. Fácilmente asestó una patada en la mandíbula del enemigo más cercano, aturdiéndolo, luego tomó impulso para saltar. Con ambos pies, le pateó el pecho, arrojándolo contra uno de los aliados con suficiente fuerza para noquearlos.
Renegado observaba a su hermana de reojo mientras se enfrentaba a lacayo tras otro, nunca quitándole un ojo de encima. Estaba impresionado por cómo se desenvolvía. Era natural.
Un brillo en el fondo del túnel lo distrajo. Reconoció un arma alienígena de alto calibre que cargaba una gran ráfaga de energía. Pensó rápido y sujetó a uno de los pandilleros del cuello de su chaleco, arrojándolo como muñeca de trapo entre la línea de fuego y su hermana. El rifle disparó una descarga de energía tan poderosa que el cuerpo inmóvil del hombre terminó empujando a Dakota. Desde el suelo, observó a Renegado con sorpresa, él asintió mientras sujetaba a una mujer del cuello.
La mujer sacó su pistola convencional y empezó a vaciar el cartucho sobre el cráneo de Renegado, pero su casco no recibió un solo rasguño. En medio del pánico, la mujer intentó atacarlo a los ojos. Renegado la noqueó de un solo golpe y la dejó caer al suelo.
Pocos criminales quedaban de pie, pero al ver a esas dos criaturas sobrenaturales, algunos soltaron sus armas y corrieron a la salida del túnel.
Al final quedaba aquel que tenía el rifle de alto calibre, ahora apuntando a Renegado. Una sombra se abalanzó sobre él cual depredador sobre una presa ingenua, derribándolo y dejando el arma lejos de sus manos.
Dakota inmovilizó al último de ellos en el suelo. Con sus garras clavadas en los brazos y una rodilla sobre el abdomen asfixiándolo, comenzó a pedir clemencia. Ella respondió con un poderoso rugido que retumbó por las paredes del túnel justo en el rostro del hombre.
—Ya se orinó encima —comentó Renegado ante la escena—. Vamos —ordenó.
Dakota se levantó, pero no se alejó sin propinarle antes una fuerte patada en las costillas, causándole un claro crujido.
—¿Estás bien? —preguntó Renegado en el tono más bajo posible, sabiendo que solo ella escucharía.
—Creo que me voy a desmayar...
—Te acostumbrarás.
—¿En serio?
—No, la verdad no.
—¡Respondan maldita sea! —gritaba Liaying Lau al comunicador en su mano. Al no obtener respuesta, lo arrojó al suelo.
Por un segundo se detuvo a escuchar el caos fuera de la base. Disparos sonaban a diestra y siniestra, sirenas de policía y los gritos de sus vasallos inundaban el lugar. Había perdido el control de sus hombres y de la ciudad, en un caos desatado que se tornaba incontrolable.
Un fuerte estruendo detrás de ella la distrajo. Provenía del muro detrás del escritorio ahora vacío. Recordó el ascensor de emergencia que solía estar ahí cuando el lugar estaba bajo el mandato de Mac Davis. No le tomó mucho deducir lo que sucedía.
Sujetó su espada alienígena justo antes de que el muro se viniera abajo en una nube de polvo. La onda expansiva del golpe de Renegado provocó que Lau terminara en el suelo.
De entre los restos de cemento vio una oscura silueta entrar a la habitación, seguida de una segunda. Renegado hizo presencia junto con una joven chica con pintura de guerra en su rostro, vestía un estilo semejante al del héroe, pero ella tenía lo que parecía pelaje alrededor de su cuello y sus ojos reflejaban la furia de una bestia.
—Menudo caos —comentó el justiciero mientras extendía su mano para ayudar a la mujer. La matriarca de los Leones Blancos rechazó su gesto y se levantó por su cuenta—. Quizá debiste haberte quedado con el tráfico de personas —se burló.
—Si me vas a matar, hazlo de una maldita vez —escupió.
Renegado desvió la mirada hacia la ventana, el conflicto continuaba bajo de ellos.
—¿Y que salgas de esto tan fácil? —preguntó con sarcasmo—. No, Lau, no será tan sencillo. ¿Dónde está Nour?
—No tengo idea, el maldito me abandonó a mí y a mi gente.
—Pensaba que eras más inteligente para elegir colegas de negocios. Al final fuiste tan idiota como Cortez.
La mujer sintió su sangre hervir mientras Renegado la sermoneaba. Vio de reojo la espada que yacía en el suelo. Era su última salida de esa situación. Se abalanzó sobre ella, pero antes de que pudiera tocarla, la acompañante de Renegado, con una velocidad sobrehumana, le asestó una patada en el mentón, proyectándola al suelo. Lau saboreó la sangre en su boca mientras se recuperaba del mareo causado por el golpe.
—¿En serio? —preguntó Renegado—. ¿Pensabas acabar contigo misma? No esperaba que te rebajaras a tal nivel, Lau —la insultó. Después se acercó a ella, inclinándose para estar a su nivel—. Supongo que al final todos ustedes son así de patéticos —le susurró al oído.
—Vete al infierno —respondió mientras se volvía a levantar.
—Algún día —dijo Renegado—. Aún tienes una manera de volver a tener la ciudad bajo control, Lau.
La mujer soltó una risa incrédula.
—Ilumíname —pidió con sarcasmo.
—Entrégate —aclaró Renegado. El rostro de Liaying Lau se congeló al instante, observaba al justiciero con sorpresa—. Sé que tú y Nour deben tener a la mitad de los altos cargos de San Francisco en sus bolsillos, así que, si te entrego a la antigua escuela, saldrás libre en menos de un mes, pero después de esto. —Señaló la masacre que ocurría afuera—. ¿Crees que algún policía dejará a algunos de tus lacayos caminar tranquilamente? No tendrán espacio ni para respirar.
Dakota se quedó en silencio. Su hermano hablaba con una de las mayores mentes criminales de la costa oeste como si se tratara de un traficante cualquiera, y aun así podía olfatear el miedo que la mujer sentía de Nakai o, mejor dicho, del Renegado.
—¿Debo creerte que si me entrego es mejor?
—Harás un trato. Dirás todo lo que sepas del tráfico de armas alienígenas a las autoridades, excepto cualquier cosa sobre Nour. —Tanto Lau como Dakota no pudieron evitar estar sorprendidas sobre lo que acababa de decir—. Mantendrás el control del bajo mundo de San Francisco desde prisión. Sé que tienes maneras para hacer eso. Nour te creerá aún útil y te protegerá mientras estés encerrada, y cualquier gran plan que tenga, me lo informarás a mí. Eso, o aquí y ahora, te destrozo cada hueso que tengas en tus extremidades hasta que quedes como un maldito vegetal por el resto de tu desperdicio de vida —amenazó.
Lau se mantuvo pensativa unos segundos. Observaba directamente a los ojos que estaban bajo al casco de Renegado. Podía ver las intenciones en ellos. Ese monstruo deseaba verla sufrir en el fondo de su alma.
Respiró profundo.
—No es como si me dieras muchas opciones —aceptó de malagana.
—Siempre fuiste la más razonable. Espero que con esto sepas lo que vas a decir acerca de la muerte de Javier Cortez —comentó él, Lau asintió.
—¿Qué es una muerte más en tus hombros? —preguntó ella—. Asesinaste a todos los sesenta tres.
Renegado no le dirigió respuesta un momento. Se acercó algunos pasos, quedando ambos a centímetros el uno del otro.
—Eso es precisamente por lo que terminaste aquí, Lau —contestó—. Nunca viste valor en una vida más allá de su utilidad hacia ti. No negaré que fui así —confesó—, pero nadie pondrá otro cadáver en mi conciencia.
Liaying Lau quedó en silencio. Renegado le hizo una señal para que se largara y obedeciera su parte del trato. Ella se irguió con la frente en alto.
—Movimos las armas, las montaron en camiones para sacarlas de la ciudad. En poco tiempo deberían estar cruzando el Golden Gate y los perderás —reveló.
Renegado asintió, después Lau salió de la destrozada oficina.
—¿Cómo aseguras que eso funcionará? —preguntó Dakota momentos después de que Lau abandonara el lugar.
—Llámalo instinto.
Del otro lado de la línea, Row giró en su silla al recibir noticias de los hermanos.
—¡No puedo creer que funcionara! —gritó Row en celebración—. ¿Viste, viejo? Por eso siempre tuve confianza —comentó, buscando al tío de sus amigos, pero el anciano no estaba en ningún lugar a la vista—. ¿Viejo?
Row se levantó de su silla, intrigada en el posible paradero. No creía que el hombre no quisiera saber cómo estaban sus sobrinos, sospechó que de la preocupación había salido a tomar aire fresco, así que se dirigió al elevador para contarle las buenas noticias.
—Un problema menos, aunque Nour escapó al igual que el hijo de Cortez, pero detuvimos la red aquí en San Francisco... —Se detuvo por un momento—... Debo dejar de hablar sola.
El elevador se detuvo y las puertas se abrieron. Las luces del atardecer golpearon sus ojos, pero al instante una sombra cubrió ese brillo. Pocos metros adelante podía ver a Naz, estaba de rodillas frente a una enorme sombra. La luz directa del sol hizo que le costara reconocer qué era esa cosa, pero sus ojos no tardaron en acostumbrarse para entonces distinguir a la enorme bestia con cráneo de ciervo.
Wendigo se encontraba de pie, observando a Naz desde arriba. El monstruo entonces giró a verla. Row se sintió petrificada por la siniestra mirada de las cuencas huecas, apenas logró presionar el botón para cerrar el elevador. Se encontraba arrinconada.
Wendigo rugió con fuerza antes de caer en sus patas delanteras y abalanzarse hacia Row. Soltó un agudo grito mientras las puertas se cerraban, pero fue inútil, Wendigo logró detenerlas con sus huesudas pero poderosas garras. Las separó con su poderosa fuerza bruta.
Row cayó al suelo en pánico. Una de las largas garras se enganchó a su pantalón y la arrastró fuera del ascensor.
Con el mismo impulso, Row logró escabullirse debajo de las patas del monstruo, solo para luego sentir un punzante dolor en su muslo. Wendigo se le sujetó de la pierna, clavándole sus cinco garras. Row apenas podía pronunciar un sonido por el dolor.
—¡Detente! —escuchó ella. Naz se había levantado, la bestia se detuvo cuando estaba a punto de desgarrar su pierna—. ¡No más muertes innecesarias! ¡Por favor, detente! —exclamó el anciano.
—¿Q....Qué?
—No.... más... espera... —escuchó Row una voz provenir del fondo de la mandíbula del monstruo.
—No, no más espera —dijo Naz con voz temblorosa—. Esta noche los tendrás... te lo prometo.
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