Epílogo
SIETE AÑOS DESPUÉS
***
—Ya llegué, Jan —avisé una vez que atravesé la puerta de entrada. Me sentía algo cansado y solo quería acostarme un rato, pero sabía que ese día sería imposible tomar una siesta.
Empecé a aflojarme el nudo de la corbata, entonces la dejé junto con el saco en el respaldo del sillón.
—Aquí en la cocina —gritó ella de regreso.
Me encaminé a la cocina al escucharla y la vi de espaldas mientras sacaba una torta del horno con mucho esfuerzo. El aroma en la cocina era delicioso y no pude resistir el impulso de pellizcar uno de los pasteles sobre la mesa. Apenas había estirado el brazo para hacerlo cuando un manotazo me alejó del lugar.
—Hey.
—No lo hagas —pidió Jan tajante. Giré para verla de pie con el ceño fruncido y las manos sobre las caderas. Al parecer me encontraba en problemas—. No sabes cuánto batallé para que este pastel saliera perfecto, por lo tanto no vas a pellizcarlo. Vas a esperar como todos los demás. —Se acercó y rodeó mi torso con sus brazos un poco más regordetes que antes—. Ahora lo que vas a hacer, será ir arriba, cambiarte y entonces saldrás al balcón junto con todos los demás y esperarás. Dean llegará en cualquier momento.
Hice una mueca y asentí a regañadientes porque no había nada más que pudiera hacer o decir cuando mi mujer se ponía en ese plan.
—Sí, señora. —Ella rio y sus ojos se iluminaron.
—Anda, ve. Antes de que cambie de opinión y te obligue a ayudarme con la comida —dijo despidiéndome con un gesto de la mano. Me fui, no sin antes besarla como era debido.
Después de ocho horas trabajando lo menos que merecía era un beso de bienvenida, ¿no?
***
Cuando subí al balcón ahí estaba toda la gente cercana a mí. Mis padres, Marcus, Lora y unos cuantos amigos de la universidad con quienes no perdí contacto. Claro, también estaban amigos de Jan y de Dean, era su cumpleaños después de todo. De Dean, quiero decir.
Había llegado a los diecisiete como todo un chico demasiado sabio para su edad.
Vi cómo Jan entraba haciendo malabares con las bandejas y me apresuré a ayudarla. No queríamos que nada le sucediera a la comida.
Ni a Jan, claro.
—Aquí —dije tomando la bandeja más grande y pesada—. Lo tengo.
—Gracias, cielo. —Se giró un poco para verme y me dio un casto beso—. Dean ya llegó, ayúdame a colocar los pasteles.
Hice lo que me pidió y, sin que nadie se diera cuenta, quité un poco de betún. Coloqué los dos pasteles —que por cierto uno estaba muy bueno— en el centro de la mesa y luego esperamos a que Dean subiera. Él era consciente de que le íbamos a preparar algo, pero no sabía que habíamos invitado a más gente, así que cuando entró y nos vio a todos, rio sorprendido.
—¡Feliz cumpleaños!
—¡Sorpresa!
—¡Felicidades! —gritamos todos al mismo tiempo.
Creo que nos hizo falta un poco de coordinación, pero al fin y al cabo la intención era la que contaba, ¿no?
Me acerqué a Dean y le di ese abrazo-palmada típico de nosotros.
—Felicidades, amigo —musité.
—Gracias, Derek.
Le guiñé, palmeé su hombro por última vez y me alejé mientras todos se arremolinaban a su alrededor para felicitarlo. Parecía que no podían esperar a que me retirara antes de abrumarlo con sus saludos y buenos deseos.
Entre codazos y empujones, salí de la pequeña multitud y fui a recargarme en una pared con los brazos cruzados, mientras esperaba que alguien me abordara o que todos se distrajeran para tomar un bocado de pastel. Estaba famélico y las tortas olían delicioso.
Jan fue la segunda en felicitarlo, y una vez que terminó de abrazarlo y besar sus mejillas hasta el cansancio, se acercó a mí secándose las lágrimas.
—¿Qué tienes, preciosa? —pregunté preocupado como siempre. Ella sonrió y negó.
—Nada, solo... Ya sabes. Ando hormonal. Ha crecido tanto y estoy muy feliz y... —Empezó a parpadear y supe que iba a llorar otra vez, por lo que la rodeé con mis brazos y la atraje a mi pecho.
—Shhh. No llores, cariño. Es un día para estar feliz, ¿no es así? —Ella asintió contra mí y yo besé su cabello—. Entonces hay que disfrutarlo, sin lágrimas —sugerí. Por un momento no dijo nada más y yo me dediqué a mirar alrededor.
La gente estaba conversando alegremente y Dean reía con sus amigos. Lora y Marcus estaban más estables ahora que se habían comprometido y yo estaba más enamorado que nunca de mi mujer. De mi fuerte, valiente, hermosa, paciente y cariñosa esposa.
—Ahora a partir el pastel que muero de hambre —dijo Dean sacándome de mis reflexiones. Sonreí cuando mi estómago gruñó en acuerdo.
—Los pasteles —corrigió Jan. Se separó de mi cuerpo y la seguí hasta la mesa en donde se encontraba la comida—. Este pastel... —dijo señalando el de chocolate—, es porque Dean cumple diecisiete años de vida. Y este otro —Señaló el que estaba decorado con fresas—, es porque hoy cumples siete años que venciste al cáncer.
Dean me miró enarcando una ceja cuando su hermana dijo aquello y yo me encogí de hombros.
A Jan le gustaba decir que había ganado la lucha contra el cáncer, y puede que así fuera, porque las células habían dejado de crecer y expandirse, pero los tres sabíamos que la mayor parte de su cuerpo estaba infectado y en cualquier momento podría activarse nuevamente y regresar; a Dean no le gustaba fingir que todo estaba superado.
Lamentablemente eso lo había convertido en un chico un poco retraído, nunca apegándose mucho a las personas, siempre luciendo un poco apagado, pero ese día se veía radiante, cómodo... Parecía estar completamente feliz y me alegré de ello. Era un gran avance del niño tímido que había conocido años atrás.
Siempre educado, inteligente y sonriente, pero nunca lo suficientemente confiado como para acercarse a la gente. Solo Jan y yo habíamos sido la excepción, por lo que sonreí cuando una chica se acercó, lo abrazó por la cintura y él la miro con ojos enternecidos.
Yo conocía esa mirada.
Era la misma que aparecía en el espejo cuando pensaba en Jan.
***
Tiempo después, cuando la gente ya comenzaba a retirarse, Janelle se acercó a mí sonriendo con las manos ocupadas por un plato que contenía dos enormes rebanadas de los pasteles.
—¿Ya viste? —cuestionó haciendo un gesto con su cabeza para señalar detrás de ella. a donde Dean se encontraba con la chica.
—Sí —contesté sonriente—. Le da las mismas miradas que yo te doy a ti.
—Y ella lo mira de la misma manera que yo te miro a ti —dijo de vuelta. Me fijé en la chica y me di cuenta de que tenía razón.
—Bueno, ahora sabemos que no es gay.
Jan palmeó mi brazo al escucharme y chasqueó la lengua.
—No seas grosero, Derek.
—Lo siento, cariño, era una broma. —Me lanzó una mirada molesta y suspiré resignado. La había hecho enojar otra vez.
La verdad era que sí había tenido mis dudas con el pasar de los años, pero jamás lo admitiría. Nunca había demostrado interés en ninguna mujer y eso me había descolocado, pero ahora...
—A veces sigues siendo un idiota —expresó Jan. Sacudió su cabeza pareciendo decepcionada y coloqué mi brazo alrededor de sus hombros.
—Pero amas a este idiota —susurré en su oído. Ella exhaló pesarosa y asintió.
—Lamentablemente así es. —Reí y la atraje hacia mí. —Hey, cuidado —dijo cuando su vientre redondeado chocó contra mi cadera. Coloqué mis manos sobre su barriga y lo sobé con ternura.
Jan estaba embarazada de cuatro meses.
De gemelos.
—Lo siento, lo siento. ¿Cómo están mis niños? —quise saber. Jan sonrió.
—Creciendo cada día más —se quejó.
Llevé mi mano a su espalda y la hice sentarse en la silla más cercana. Me preocupaba que se la pasara tanto tiempo de aquí para allá, pero ella era una terca y no descansaba por más que se lo pedía.
El que fuéramos a ser padres no había cambiado si temperamento. Y yo no podía ser más feliz.
—Pero si yo te veo igual de escultural que hace cinco años —exclamé sin despegar mis manos de su vientre.
—¡No mientas! Parezco una vaca —se lamentó mirando hacia donde se encontraban mis manos.
—Pero una vaca muy sexy.
—Eso no es gracioso —protestó, sin embargo se desmintió al reír.
—Ya, pero para mí sigues siendo la mujer más hermosa —dije besando su mejilla.
—Eres un vil mentiroso.
Llevé una mano a mi corazón.
—Eso realmente me ha herido.
—Además de ser dramático. —Rodó sus ojos—. Ay, eso duele —dijo colocando una mano sobre la mía cuando sentí un movimiento. Me arrodillé ahí frente a todos los que quedaban y besé su ombligo.
—Hola, mis niños hermosos —dije con voz suave—. ¿Están lastimando a mami? Puede que a veces si se lo merezca pero hoy se ha portado bien, no la hagamos sufrir, ¿de acuerdo? —bromeé. Jan carcajeó.
—Levántate, vas a ensuciar tus pantalones —pidió. Me levanté y tomé su mano cuando hizo amago de ponerse de pie—. Creo que iré a acostarme, me siento un poco cansada —expresó.
—Te acompaño.
—No, tú quédate...
—No —la corté—. Iré contigo, de todos modos ya solo quedan un par de amigos de Dean... y la chica. —Sonreí.
—Bueno, démosle un poco de privacidad a los tortolitos.
Después de que le habíamos dado a Dean su regalo —una pequeña habitación independiente detrás de la casa para cuando quisiera su privacidad— Jan y yo salimos de ahí.
***
—Mmmm sí, así, no pares. Oh Dios, se siente genial. —Jan gemía sin inhibiciones.
—Shhhh, baja la voz o los vecinos creerán que...
—Que crean lo que quieran —me interrumpió.
—¿Doy buenos masajes de pies?
—Dios, sí. Los mejores. De hecho estoy pensando en hacerte renunciar y tenerte aquí como mi masajista personal de pies —mencionó.
—Sería una buena profesión.
Nos quedamos en silencio mientras yo seguía brindándole atención a sus pies hinchados y ella suspiraba de vez en cuando.
—¿Sabes? Los primeros años que estuvimos casados esperaba que pasara algo malo —susurró después de algunos minutos. No sabía por qué estaba sacando ese tema, pero quería ver a dónde llegaba.
—¿Malo, cómo?
—No lo sé. Todo iba demasiado bien y yo no estaba acostumbrada a que las cosas buenas duraran. Y cuando tuvimos nuestra primera pelea... —Sacudió su cabeza un poco más despierta que antes—, pensé que me dejarías.
—Yo nunca haría eso, cariño —dije con vehemencia. Ella suspiró.
—Ahora lo sé, pero en ese momento tenía mis dudas e inseguridades todavía. Como siempre.
Nuestros años de matrimonio no habían sido perfectos. Habíamos tenido desacuerdos, discusiones, peleas, pero al final siempre lo arreglábamos. A pesar de que discutíamos muy seguido, siempre encontrábamos la manera en que todo volviera a su caudal. Porque nos amábamos, no íbamos a tirar nuestra relación a la basura como muchas parejas actuales, sino que trataríamos de repararla y hacerla mejor.
Si elegí casarme con ella, no fue solo para un corto espacio de tiempo, fue para toda la vida.
Elegí quedarme con ella a pesar de todos sus defectos e inseguridades y lo hice porque ella me enseñó a ver la vida de manera diferente, a madurar, a vivir; ella me enseñó a amar. Estaba agradecido por haberla conocido y conservado todo este tiempo. Daba las gracias porque me soportaba y me hacía tan feliz.
Podía llegar del trabajo completamente cansado o de mal humor, pero solo ver su rostro sonriéndome, una mirada amorosa de su parte, una pequeña caricia, un dulce beso, cualquiera de esas acciones me llevaban al punto culminante de mi día.
Levantó su mirada a la mía y me sorprendí al encontrar sus ojos cargados de ternura.
—Nunca te he pedido perdón —susurró sorprendiéndome.
—¿Perdón, por qué?
—Por cómo te traté al principio de todo—admitió. Yo reí.
—Cariño, eso fue hace muchos años. No tienes por qué disculparte por algo que...
—Lo sé —me interrumpió—, pero aunque no lo creas eso aún me remuerde la conciencia. —Se incorporó y dejo caer sus pies de mi regazo. Respiró profundamente y luego me miró a los ojos.
Tomé su rostro entre mis manos y besé su nariz.
—Pequeña, no había posibilidad de que supieras mis verdaderos sentimientos. Además, ya sabes, al principio todo había sido...
—Por una apuesta —completó. De repente me sentí tímido y rasqué mi nuca incómodo.
—Eh, sí. Pero después te abriste camino por mis venas y te quedaste en mi corazón. Al principio sí pensaba... No sé, conocerte mejor, solo averiguar por qué eras así, pero una vez que lo supe... no me pude alejar. De verdad, no pude. Algo me decía que me quedara a tu lado, que me necesitarías y que tenía que ganarme tu confianza. No sé, algo me decía que podía salvarte.
Sus ojos se abrieron asombrados ante mis palabras. En toda nuestra relación nunca le había dicho eso y la verdad era que no sabía por qué se lo estaba diciendo en ese momento.
—¿Salvarme de qué? —quiso saber. Me encogí de hombros.
—Quién sabe. —Rodeé su cintura con mi brazo y la coloqué a mi costado. Me gustaba sentirla muy cerca de mi cuerpo. Tras unos minutos en silencio pregunté—: ¿Crees en el destino?
—No lo sé. ¿Y tú?
—Tampoco lo sé.
—¿Entonces por qué lo preguntas?
—Recordé como me sentía antes acerca de ti. Algo me impedía alejarme de ti... Como una fuerza, como si la gravedad me atrajera a ti. —Reí sin ganas al darme cuenta de lo ridículo que se escuchaba. —Parezco un loco, ¿no?
—Ya sabía que estabas loco, Derek. —Me miró sonriendo y le devolví la sonrisa.
—Ja, ja. Graciosita. —La acerqué y besé su mejilla.
—Pero la verdad es que... Si fue Dios, la suerte o el destino lo que nos juntó, estoy agradecida por ello. Cada mañana doy gracias por tenerte y cada noche pido un día más para amanecer contigo a mi lado. —Me sonrió con dulzura y apretó mi mano levemente.
¿Podía un hombre morir de amor? Porque sentía que mi pecho iba a explotar en ese instante.
Sonreí y besé sus labios con reverencia.
—Te amo, cariño. Tenerte como mi mejor amiga, novia y esposa ha sido una bendición, y ahora que seremos padres me siento... No existen palabras. Feliz no es suficiente para describir la inmensidad de mi sentir. —Mi voz estaba ronca por la emoción y Jan lo notó. Acarició mi rostro y luego rio un poco como si la divirtiera algún pensamiento—. ¿Qué? —pregunté imitando su sonrisa.
—Me alegro mucho de que te ofrecieras a ser mi chofer aquel día —admitió. Yo reí.
—Yo también, pequeña. Es la mejor decisión que tomé en la vida.
—A veces me pregunto si no te arrepientes de nada, de cómo se dieron las cosas, si no te dan ganas de rendirte...
—¿Con nosotros? —quise saber. Ella asintió pareciendo preocupada.
La miré directo a los ojos y negué sonriendo.
—Jamás.
FIN
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