Capítulo 8
—Buenos días, rayito de sol —canté cuando Jan contestó su teléfono. Eran apenas las siete de la mañana de un jueves en vacaciones y yo me encontraba más despierto que un adicto al crack con síndrome de abstinencia.
Su gruñido al otro lado de la línea me dijo que la había despertado y, por alguna razón, eso se sintió muy íntimo.
—Maldita sea, Parker. Más te vale que tengas una buena razón para despertarme a las... —Escuché como se revolvía entre las sabanas—. ¿Siete de la mañana? ¿Qué, estás loco? Juro que te voy a arrancar la cabeza cuando te vea, maldito. Apenas y he logrado dormir tres horas —se quejó. Hice una mueca de dolor al escuchar su voz cansada y como que quise golpearme por ser tan idiota y desconsiderado.
No había pensado en que ella saldría tarde de su turno en el hospital y que había sido por esa razón que me invitó a comer y no a desayunar. En mi mente solo habían estado presentes las ganas de volver a estar con ella lo antes posible. Quería pasar cada segundo que se pudiera a su lado.
—Lo siento pequeña yo como que me olvidé de que salías muy tarde. —Su chillido de irritación hizo que despegara el celular de mi oreja.
Vaya, esa chica sí que sabía cómo gritar, lo que llevó mis pensamientos a cómo es que gritaría cuando...
«Basta, Derek; no dirijas tus pensamientos en esa dirección. Solo terminarás tomando una ducha fría.»
—Más vale que tengas una buena razón por la cual me has despertado tan temprano —ladró.
«Piensa rápido.»
—¡Sí! Yo, eh... quería invitarte el desayuno —dije al fin. Silencio gobernó la línea por un largo momento que me hizo contener el aliento.
—Te quiero aquí en quince. Entra sin tocar y prepara el desayuno en lo que yo vuelvo a dormir. Despiértame cuando este todo listo.
Era tan mandona.
—Claro, cielo; como tú digas —dije con sarcasmo, sin embargo ella ya había colgado.
* * *
Veinte minutos más tarde me encontraba en la cocina de la pequeña ogro y, como no sabía exactamente qué le gustaba, preparé tostadas francesas con azúcar y canela molida, huevos revueltos, tocino y hasta exprimí un poco de jugo de naranja. Lo que fuera por sorprender a la chica.
Después de servir en platos y colocarlos en la mesa, fui en busca de su habitación. Me encontraba pensando en alguna manera divertida —para mí— de despertarla, como arrojarle un vaso de agua, o gritar mientras brincaba sobre ella, cuando encontré su pieza.
La puerta se hallaba entreabierta y sus pies descalzos colgando del borde eran la única parte de su cuerpo que se asomaban bajo las sábanas, así que caminé de puntillas tratando de hacer el menor ruido posible y me acerqué a su lado. Había decidido despertarla con una palmada en el trasero, por lo que saqué las sábanas completamente de su cuerpo, pero entonces me congelé.
Estaba recostada boca abajo con los labios ligeramente entreabiertos, una mano sobre su cabeza y la otra retorcida incómodamente debajo de su vientre. Llevaba puesta una enorme camiseta negra que alcanzaba a cubrir hasta la mitad de su muslo y... eso era todo. No sabía si agradecer al cielo o maldecir por eso.
Su largo cabello liso se encontraba enmarañado sobre su rostro y parte de su almohada. Se veía tan cómoda que por un momento pensé en dejarla descansar y desayunar yo solo. Pero luego recordé cuanto me gustaba molestarla y supe que eso no iba a pasar. Con una pequeña voz de mi conciencia gritando que no lo hiciera, retrocedí dos pasos, elevé mi mano y tomé impulso para poder impactarla con mayor fuerza.
El sonido de mi piel chocando con la carne de su trasero fue casi tan fuerte como el ardor que sentí justo después, o como el grito que ella soltó después de retorcerse de dolor en la cama.
«Buena manera de espantar el sueño.»
Cuando ella logró ponerse las gafas que había dejado en el buró junto a su cama y me vio agarrando mi mano lastimada, se puso de pie a una velocidad alarmante con un semblante que hubiera asustado al mismo diablo.
—Ahora si te voy a matar —siseó con una mirada asesina, un segundo antes de saltar del colchón y comenzar a perseguirme alrededor de la casa.
Tomó alrededor de cuarenta minutos de rodear la mesa del comedor sin descanso para convencerla de que no me amputara un brazo o me sacara los ojos.
No solo tuve que deshacerme en disculpas y casi rogarle que no cortara mis bolas, también tuve que prometerle que la ayudaría a limpiar el desorden que tenía en el pequeño patio trasero. Accedí porque... Bueno, no podía ser tan malo limpiar el patio con mi mejor amiga.
«Alto ahí.»
¿Mejor amiga? ¿De dónde había venido eso?
Sí, ella me había dicho que yo era su mejor amigo pero... no lo sé. El título de mejores amigos conllevaba una gran responsabilidad por ambas partes y...
Oh, a quién engañaba. Era la única chica con la que pasaba tiempo de buena gana y con la que no había tratado de acostarme. Aún.
«Por favor, Derek, no eches a perder esto.»
Después de que llevé a Jan a que devorara el delicioso desayuno que le había preparado, nos sentamos en el sillón y conversamos un rato sobre todo y nada, y debo admitir que me sentí increíble por poder hacerla reír con tanta facilidad.
—En serio —dije sin poder dejar de reír—, cuando salió del baño tenía este pedazo de papel colgando por detrás de sus pantalones. Fue un poco vergonzoso, pero nadie se atrevía a decir nada y el pobre pasó el resto de la noche con el papel flotando detrás de él —le conté. Ella tenía el rostro colorado por tanto reírse de la humillante experiencia que mi amigo Marcus sufrió en nuestro primer año de universidad.
—No puedo creerlo —comentó sosteniendo su estómago con ambas manos. Seguía riendo y parecía no poder controlarlo. Era gracioso ver cómo su cuerpo se sacudía por las estridentes carcajadas que emanaban de ella. Cuando al fin logró establecerse un poco, limpió sus lágrimas y habló de nuevo—. ¿Durante cuánto tiempo lo torturaron con eso? —preguntó sonriendo.
En mis labios se fue formando una sonrisa perversa.
—Digamos que nadie lo ha olvidado todavía; mucho menos yo. —Sacudí mi cabeza sin dejar de sonreír—. Todo el primer año sufrió bromas por parte de los estudiantes mayores, pero en el tercer semestre, después de que encontraron a Mike y Charlotte haciéndolo en las gradas del campo de futbol, su incidente fue reemplazado y lo dejaron pasar.
—Menos tú, imagino.
—Menos yo —coincidí.
—Sí, recuerdo lo de Charlotte. Pobrecilla, era una gran muchacha... aunque un poco fácil. —Negó con su cabeza y luego, suspirando, se desperezó—. Bueno, mejor vayamos a limpiar el patio antes de que tenga que irme a trabajar —dijo palmeando mi muslo.
Se levantó del sofá y se dirigió a su habitación, dejándome en la sala para que lamentara la repentina perdida de su cercanía.
***
Me arrepentía de haber pensado que eso no iba a ser una tortura.
Digo, no había tantas cosas para recoger o tirar, pero la humedad en el aire era casi insoportable; si no fuera porque las nubes seguían reacias a marcharse, habría muerto de deshidratación.
Y además estaba el asunto de la ropa de Jan.
¿Por qué diablos se había puesto solo un diminuto pantalón corto y la parte superior de un bikini? Podía ser su mejor amigo, pero no era ciego por el amor de Dios. Estaba ella ahí toda curvas sutiles y yo no podía dejar de lanzarle miradas cada pocos segundos.
Podía ser pequeña como una niña, pero definitivamente su cuerpo había madurado con los años.
—Ya deja de mirarme y ayúdame a tirar esto —pidió mientras metía la basura dentro de una gran bolsa negra.
—No tendría necesidad de mirarte si no te hubieras puesto eso —mascullé en voz muy baja. La vi esbozar una tenue sonrisa y supe que me había escuchado.
Su cabello claro lo llevaba recogido en un moño desordenado en lo alto de su cabeza y algunos mechones sueltos se le pegaban al rostro por el sudor. Tenía una mancha de suciedad en la mejilla enrojecida por el calor y podía ver con mucha claridad el delgado riachuelo que corría entre el valle de sus pechos.
Me acerqué refunfuñando y empecé a meter más basura dentro de la bolsa, teniendo así una clara vista de su parte frontal.
Justo cuando estaba empezando a tener una reacción un poco incómoda ante la estimulación visual que me brindaba y ante sus constantes roces «accidentales», su teléfono sonó.
Suspiré agradecido por la distracción.
—Diga.
Su voz volvía a ser esa que utilizaba con todo mundo y la cual, estaba empezando a notar, ya no usaba conmigo. Escuché un murmullo al otro lado de la línea y la vi asentir concentrada. Su conversación seguía y ella solo hacia ruidos de aprobación mientras la persona al otro lado de la línea seguía hablando.
—Sí, bueno... Gracias, Teo, nos vemos luego. —Colgó y luego me miró—. Hablaban del hospital para decirme que no es necesario que me presente hoy —expresó. La mirada en sus ojos no podía ser nada más que alivio.
—¿Quiere decir que hoy no veras a Dean? Podemos ir solo de visita si deseas —sugerí. Su mirada cambió rápidamente a culpa, lo que me descolocó un poco.
¿Culpa, por qué? ¿No deseaba ver a su hermano?
Exhaló viéndose cansada y luego me miró con ojos tristes.
—Hoy no puedo —dijo sacudiendo la cabeza. Su cuerpo empezó a temblar de manera casi imperceptible y me acerqué a ella preocupado.
—Hey, está bien; no tenemos que ir si no quieres. Podemos salir a algún lado o estar aquí. Podemos hacer lo que quieras, ¿sí? No te alteres—dije tratando de tranquilizarla.
Puse mi mano sobre su espalda y traté de ignorar la extraña sensación que me dio el solo hecho de sentir su piel cálida y ligeramente húmeda.
Fallé.
—Es que no entiendes —respondió sacudiendo su cabeza. Me miró con sus ojos llenos de lágrimas, su barbilla empezó a temblar y una gota salada se aventuró a deslizarse por su mejilla—. Me siento como una perra. ¿Cómo no voy a visitar a mi hermano? Está enfermo, soy lo único que tiene y yo estoy aquí actuando egoístamente solo porque me duele verlo en esa situación. Dolor que por cierto no se compara en nada con el que él está sufriendo justo ahora.
Inhaló con brusquedad; entonces se apartó de mi lado y caminó unos pasos más allá de mí.
Entendía su punto, pero no sabía cómo decirle que a veces estaba bien ser un poco egoísta; que solo a veces está bien pensar un poco en ti, en tu bienestar, porque si no vas a acabar derrumbándote bajo el peso de todos los problemas que te agobian.
—Ven aquí, pequeña —susurré sabiendo que no podía decir nada adecuado, pero que mis actos podían hablar por mí.
Abrí mis brazos y ella aceptó la invitación de buena gana. Me encantaba que me dejara darle consuelo de esa manera. Solo deseaba que mis brazos pudieran protegerla del dolor que sentía también.
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