Capítulo 5

—Hey, hombre. ¿Ya conseguiste que salga contigo?

Esa fue la frase con la que me saludó mi amigo cuando contesté el teléfono. Reí.

—Uf, si tan solo supieras. Fue ella la que me invitó a una cita —contesté en broma. Eso no era del todo cierto, pero Marcus no tenía por qué enterarse.

—¿Qué? —cuestionó incrédulo—. Nah, ¿en serio? ¿Ella te invitó a ti? ¡No te creo!

Reí ante su desconcierto.

—Es verdad, amigo, fue la semana pasada. Me invitó a su casa y todo.

Ya había pasado una semana desde que Jan me había dejado entrar en su vida y me había contado toda su triste historia. Después de eso no había pasado ni un solo día sin que nos viéramos. Rápidamente nos estábamos haciendo muy cercanos, y eso era todo un logro si teníamos en cuenta lo cerrada que podía ser esa mujer.

—Ah demonios, ¿entonces me toca lidiar con la loca de Molly?

—Lo siento —dije sin sentirlo en realidad—. No tienes otra opción. Yo he ganado.

Me sentí aliviado de saber que la terca de mi exnovia ya no me molestaría y que ahora pasaría a ser problema de él. Me daba pena el pobre.

—Bueno, solo hablaba para hacerte saber que me iré de vacaciones con unos amigos a la playa. ¿No quieres venir? Hemos conseguido convencer a algunas chicas.

—Uh... No lo sé —respondí. La verdad era que no me apetecía ir a embriagarme y quedar inconsciente en la arena hasta el amanecer. Prefería pasar mis vacaciones con la pequeña agresiva, que con un montón de idiotas borrachos.

—Será genial —trató de convencerme.

—No lo creo, esta vez me quedaré aquí.

—¿Estás bien? —preguntó después de un segundo—. Últimamente ya casi no hablamos...

—Estoy perfecto —lo interrumpí—. En todos los sentidos.

—Ya se me hacía mucho que no sacaras a relucir tu gran ego. Un día de estos te va a explotar la cabeza —me regañó.

Hablamos un par de minutos más antes de que tuviera que empezar a hacer su maleta y luego colgó. Me levanté de la cama y me dirigí a la cocina para prepararme un café, cuando mi teléfono empezó a sonar de nuevo.

Me pregunté qué quería. Acababa de colgar, así que supuse que había olvidado decirme algo importante. Regresé a mi habitación y contesté la llamada.

—¿Qué?

—Uh. ¿Hablo en mal momento?

Mi interior se volvió cálido al escuchar su voz.

—Hola, pequeña. No, no es mal momento, solo pensé que eras alguien más —contesté sintiendo la sonrisa que se iba formando en mi rostro.

Escuché su suspiro de alivio.

—Qué bien, porque quería pedirte un favor.

—Tú dirás—. Caminé de nuevo a la cocina y me senté en uno de los taburetes esperando a que disparara su petición.

—Quería saber si no deseabas acompañarme a visitar a Dean hoy. —Se escuchaba nerviosa. Podía imaginarla con facilidad retorciendo sus dedos sobre su regazo y arrugando su nariz, como hacía cuando no estaba segura de algo o se encontraba intranquila

—Me encantaría —admití.

—¿Sí? ¡Genial! Entonces pasa por mí a las cuatro —dijo, y colgó sin esperar mi respuesta.

Dos minutos después me llegó un mensaje de ella.

Gruñona: Después del hospital me llevaras a una cita. Báñate.

Sacudí la cabeza, divertido por lo autoritaria que podía ser, y me dispuse a arreglar lo que necesitaba.

A las cuatro de la tarde yo estaba estacionando el auto frente a su departamento con los nervios a flor de piel. Tal vez porque íbamos a tener una cita real o simplemente porque iba a verla de nuevo, pero sentía que vomitaría en cualquier momento. En el mejor sentido de la palabra.

Respiré profundamente un par de veces tratando de serenarme, diciéndome que estaba exagerando, y entonces bajé del auto. Cuando llegué a su puerta, toqué para hacerle saber que estaba aquí, aunque ella me había dicho que podía pasar sin avisar.

No pasó mucho tiempo cuando Jan abrió la puerta y yo me quedé ahí de pie en shock luciendo como un idiota.

¿Recuerdan cuando dije que ella era bonita en una manera sencilla y que no era de las que hacía caer mandíbulas? Bueno, eso fue antes de verla maquillada y vestida para causarme un infarto.

Llevaba una pequeña falda negra que dejaba ver bastante de sus muslos bien formados, una blusa dorada de tirantes bastante ajustada y con un escote profundo, aunque decente; su cabello rojizo liso suelto sobre los hombros y, lo mejor de todo, sin anteojos. Sus ojos estaban maquillados con esa cosa negra que se ponían alrededor y sobre las pestañas, y su boca de un color rosado que la hacía lucir apetecible.

Estaba espectacular con sus tacones que la hacían lucir un poco más alta de lo normal.

No sé cuánto tiempo estuve frente a ella sin decir nada, solo comiéndomela con los ojos, pero supongo que fue bastante considerando cómo ella se ponía roja de la vergüenza.

—Ya, si no te gusta me cambio —murmuró.

Su voz me sacó del estado idiotizado en el que me había sumido. Me acerqué un poco y le besé la mejilla con suavidad, inhalando la fragancia que la cubría.

Todo mi autocontrol se puso a prueba en ese momento, teniéndola tan cerca oliendo y luciendo tan bien.

—¿Que si no me gusta? —inquirí incrédulo—. ¡Mírate! Estás... preciosa. —Ella sonrió apenada y yo la seguí viendo con apreciación. —No puedo creerlo. —Sacudí mi cabeza sin poder absorber del todo lo que mis ojos veían.

—Ya, para, me estás haciendo sentir incómoda —murmuró colocando un mechón de cabello detrás de su oreja.

—Lo siento, pequeña, solo es que... ¡Wow!

Rodó sus ojos y sonrió.

—Vamos, Parker, Dean nos está esperando.

Ese había sido un buen día para Dean. Estuvo despierto bastante tiempo y nos contó sobre los otros niños que había en el hospital y las películas que las enfermeras le ponían a ver. Me hizo tocar un par de canciones, las cuales Janelle cantó, y él quiso tocar también algunas en la guitarra. Sin embargo después de un tiempo parecía cansado y decidimos que ya habíamos estado suficiente tiempo y debíamos dejarlo descansar.

—¿Entonces no vas a ir? ¿Por qué?

Acababa de explicarle a Jan cómo era que había rechazado la invitación de Marcus de pasar las vacaciones en la playa y ahora ella estaba diciendo que me había vuelto loco.

—Porque no quiero estar rodeado de ebrios que hacen puras estupideces. —Me encogí de hombros—. Además, prefiero pasar tiempo contigo, eres más divertida y menos predecible.

Sus ojos brillaron felices por mi respuesta y estiré mi mano sobre la mesa para colocarla sobre la suya.

La había llevado a un pequeño local italiano donde vendían la mejor pizza, la cual podías pedir con los ingredientes que tú quisieras. Era acogedor con sus paredes de ladrillo y la música baja de fondo. Nuestra mesa se encontraba junto a una gran ventana, tenía un mantel de cuadros verdes y rojos y una larga vela blanca en el centro.

Por la expresión de Jan al entrar, supe que le había gustado tanto como a mí, pero la pizza fue aún mejor.

—¿De verdad prefieres pasar el tiempo conmigo? —preguntó con el ceño fruncido sin creer en mis palabras. Aún no había soltado su mano, y no pensaba hacerlo por un buen tiempo.

—Claro que sí. ¿No te lo he demostrado estas últimas semanas?

—Eso es porque me prometiste ser mi chofer —me recordó. Me retorcí un poco en mi asiento y luego suspiré.

—Sí, bueno, tal vez al principio fue porque ya me había comprometido a ser tu chofer, pero empecé a disfrutar de tu compañía y estoy seguro que tú también lo haces. Es... Me alegra estar contigo —dije frunciendo el ceño, dándome cuenta por primera vez de cuán verdaderas eran esas palabras.

Jan asintió sin quitarme los ojos de encima y su mirada se volvió pensativa. No me gustaba esa expresión. Significaba que estaba uniendo piezas, al igual que cuando resolvía problemas matemáticos. Entrecerró los ojos y supe que estaba en problemas.

—¿Por qué me invitaste a salir? —preguntó con voz tensa—. Quiero que me digas la verdad.

Quité mi mano de la suya y me enderecé al tiempo que sentía como la sangre escapaba de mi rostro. Me debatía entre mentirle y decirle la verdad, porque ella era demasiado inteligente.

Si le decía lo del acuerdo con Marcus... ¡A qué mujer le gustaría enterarse de que la invitan a salir por solo una apuesta? Se molestaría conmigo y lo más seguro era que no quisiera volver a hablarme.

—Me gustas —confesé, tratando de sonar lo más convincente posible.

No era del todo mentira, pero no era toda la verdad tampoco.

—No me mientas —siseó.

Sus ojos brillaron con enojo y, debo admitir, me asusté. Quién sabía lo que esa mujer era capaz de hacer cuando estaba molesta.

—Ya, bueno, pero no te vayas a enojar. —Tomé aire y le conté—. Yo como que aposté con mi amigo a que podía hacer que aceptaras salir conmigo, a cambio de que... él hiciera que mi exnovia dejara de molestarme.

No habíamos establecido eso en un principio, pero no le estaba mintiendo. Me miró por lo que parecieron eones; luego suspiró y asintió.

—Entiendo. —Su mirada cayó a su plato y terminó con el pedazo de pizza que quedaba.

Me di una palmada mental por ser tan idiota.

—Oye, no te enojes por favor —dije con suavidad.

Ella elevó la mirada y sus ojos tristes me partieron el corazón. Sonrió algo temblorosa y negó con la cabeza.

—No estoy enojada. De hecho lo comprendo porque, ¿de qué otra manera invitarías a salir a alguien como yo?

Se puso de pie al decir esto y se dirigió al baño a toda velocidad, sin darme oportunidad de decirle que todo había cambiado en cuanto comencé a conocerla mejor.

Me quedé ahí sentado pensando en lo que había dicho.

¿Alguien como ella? ¿A qué diablos se refería? Jan era genial. Cualquier hombre tendría suerte de poder estar a su lado. ¡Yo tenía suerte por haber podido pasar tiempo con ella!

Solté un suspiro y, molesto, tiré mi servilleta sobre el plato.

Esa chica me iba a volver completamente loco.



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