Capítulo 22

Traté de abrir los ojos, pero estaba demasiado cansado para incluso hacer eso. Mi garganta dolía, mi cabeza dolía; todo mi cuerpo dolía.

¿Qué rayos había pasado? Sentía como si un camión me hubiera atropellado.

Escuchaba voces cerca de mí, pero no estaba muy seguro de quiénes eran.

—Él te ama, ¿sabes? —se escuchó con más claridad. Esa era mamá. Su tono de voz era... triste.

—Lo sé. —Y esa era Jan.

Quise hablar para decirles que podía oírlas, pero no pude. Cualquier movimiento que intentara hacer, así fuera levantar un dedo, dolía como el infierno.

Ah, maldición.

Quería contarles que tuve ese maldito sueño donde yo moría y no la volvía a ver nunca más. Quería abrazarla para estar seguro de que solo fue mi imaginación. Quería besarla y asegurarme de que estaba vivo. Quería decirle cuánto la amo... pero no podía.

Sentí una presión húmeda en mi frente y luego un te amo susurrado en mi oído por Jan.

«Te amo más, pequeña, no te vayas. No me dejes, por favor.»

Si eso era un sueño quería que durara lo más posible. Estaba desesperado y sintiéndome frustrado por no poder hablar, sin embargo luego sentí que me iba relajando y que poco a poco me hundía nuevamente en la oscuridad.

***

JAN

Alrededor de tres horas después volví a entrar a la habitación de Derek, la cual se encontraba vacía, y no pude resistir la tentación de acostarme a su lado, así que lo hice sin más. Me recosté lo más suave posible y coloqué mi brazo sobre sus costillas con mucho cuidado de no lastimarlo; tomé su mano fría y relajada y entrelacé mis dedos con los suyos.

Extrañaba tenerlo cerca y que me abrazara. Extrañaba escuchar su voz. Si no despertaba pronto, moriría de la angustia. Cada segundo, cada minuto, cada hora que pasaba sin que él despertara, un pedacito de mí moría.

Había sido fuerte mucho tiempo y él había llegado para que compartiera mi carga con él. Me había visto sostener la vida sobre los hombros y llegó, con esa sonrisa y esa actitud tan positiva y me liberó de mi amargura.

Fue tan persistente conmigo. A pesar de que lo traté mal, nunca se dio por vencido y le agradecía tanto por ello. Siempre lo haría. Por verme y auxiliarme, por hacerme feliz, por ser como era... Por no rendirse jamás. Por no dejar que me rindiera a pesar de que a veces quería hacerlo. Le estaba agradecida por haberme dado la oportunidad de amarlo.

Cerré los ojos e inhalé profundo. Cuando me estaba quedando dormida sentí un ligero apretón en mis dedos y rápidamente elevé mi cabeza y la giré para verlo.

—Derek —llamé. Otro apretón a mi mano y luego sus parpados revoloteando. Me bajé de la cama y me acerqué a su rostro—.Derek, cariño, soy yo, despierta —pedí.

Mi mano temblorosa acariciaba su rostro con delicadeza. Un pequeño gemido salió de él y luego su cara giró lentamente hacia mi toque. Sus ojos se abrieron en pequeñas rendijas y entonces sonrió. Parpadeó un par de veces y luego un par de lágrimas cayeron por sus sienes. Mi frente se arrugó con preocupación.

—¿Te duele? —cuestioné. Hizo un sonido pero el tubo que tenía en su boca amortiguaba cualquier palabra—. Un parpadeo sí, dos no.

Parpadeó dos veces y yo sonreí con los ojos humedecidos.

—Te extrañé, no vuelvas a asustarme así —rogué. Puse mi frente sobre la suya y cerré los ojos—. Si vuelves a hacerlo pateare tu trasero. —Besé su nariz y me alejé para limpiar las lágrimas que se habían empezado a formar en mis ojos antes de que cayeran.

Lo quería tener para mi solita, pero sabía que tenía que avisar a los demás que ya había despertado así que toqué el botón sobre su cama.

—Ahorita vendrán a revisarte —le avisé. Él parpadeó con fuerza dos veces y me miró asustado—. No me iré de tu lado, cariño, aquí estaré. —Su mirada se relajó un poco y no mucho tiempos después la gente comenzó a entrar a la habitación.

Doctores, enfermeras, asistentes, aprendices; todo mundo estaba en la habitación de Derek y pude ver cómo empezaba a entrar en pánico, sus ojos nunca dejándome. Le brindé una sonrisa para tranquilizarlo y moví mis labios diciendo te amo. Parpadeó una vez y luego desvió su mirada a un doctor que le hacía preguntas.

Habían dicho que era probable que perdiera la memoria, pero al parecer a mí no me había olvidado y eso era un gran alivio.

Suspiré y cerré los ojos elevando el rostro al cielo mientras gruesas gotas de alivio caían por las esquinas de mis párpados sellados.

«Gracias, Dios.»

***

No sé cuánto tiempo pasó desde la última vez que vi a Jan, pero se sentía como una eternidad. Lo único que quería era salir de este maldito hospital, mandar a todos a la mierda y luego encerrarme con ella en una habitación por lo menos una semana.

Había varios espacios en blanco en mi mente y los doctores querían tenerme en observación por un tiempo, pero yo solo quería a Jan. Me habían quitado el tubo de la garganta y por lo único que había preguntado era por Janelle y por mis padres.

En ese momento nada más me importaba.

—¿Necesitas algo? —Una joven enfermera rubia estaba siendo demasiado amable conmigo y no parecía querer dejar mi lado en un periodo corto de tiempo, pero yo no quería sus atenciones. No me importaba que ese fuera su trabajo.

—Eh, sí. Mi novia Janelle trabaja aquí. ¿La conoces? —Su sonrisa flaqueó un poco y luego asintió vacilante—. ¿Podrías conseguir que la vea?

—Déjame ver qué puedo hacer. —Se alejó de mí refunfuñando después de agradecerle y me alegré.

Algunos minutos después entró Jan luciendo cansada. Ya no estaba vistiendo su bata de enfermera, ahora llevaba unos pantalones negros y una camiseta verde que hacía resaltar sus ojos.

Su cabello estaba suelto como tanto me gustaba, y las gafas habían vuelto. No las había extrañado.

—Hola —saludó con timidez desde la puerta. No parecía querer acercarse mucho y eso me confundió.

Abrí mis brazos diciendo sin palabras que necesitaba sentirla cerca y ella dudó solo un par de segundos antes de lanzarse a ellos. Chocó contra mi pecho e hice una mueca de dolor que ella no vio, sin embargo no pensaba quejarme cuando la tenía ahí conmigo.

—Lo siento —sollozó—. No quería lastimarte.

Hizo amago de alejarse un poco pero no la dejé. En vez de eso apreté mis brazos un poco más fuerte a su alrededor y ella descansó su mejilla contra mi hombro.

—Déjame abrazarte —dije con voz ronca—. Necesito saber que no estoy soñando. —Sus sollozos se volvieron más fuertes y su cuerpo empezó a sacudirse por los mismos. El corazón se me apachurró dentro del pecho e hice una mueca, aunque esta vez el dolor no era físico—. No llores, pequeña —pedí en un hilo de voz.

Casi de inmediato Jan se alejó de mí y comenzó a secar sus mejillas con furia.

—¿Cómo no quieres que llore, Derek? ¡Casi te pierdo! Casi me pierdo a mí misma junto contigo. Me estaba volviendo loca con la maldita incertidumbre de si despertarías o no. ¡Así que no me digas que no llore! Tengo todo el maldito derecho de hacerlo si quiero —despotricó apuntándome con su pequeño y delicado dedo.

Algo me decía que estaba molesta. Suspiré cansado y asentí cerrando los ojos.

—Está bien. Llora si quieres entonces, pero déjame abrazarte por favor. Pasé un mal rato pensando que nunca te volvería a ver y lo único que quiero ahora es tenerte a mi lado, rodearte con mis brazos y poder besarte y que me digas cuánto me amas. ¿Podrías dejarme hacer eso? —cuestioné en voz baja.

No pasó mucho tiempo antes de que volviera a acurrucarse a mi lado y sonreí victorioso.

—Odio que puedas convencerme tan fácilmente —refunfuñó.

—Es el poder de los moribundos.

Rio un poco por mi contestación y luego palmeó mi pecho despacio.

—No sé cómo puedes hacer bromas sobre esto. No es nada gracioso.

—Lo sé, pero no creo que pueda lidiar con la seriedad del asunto. Además te estás riendo, por lo que sí es gracioso —contraataqué. Suspiré recordando mi último pensamiento antes de haber caído en la inconsciencia y abrí los ojos para concentrarme en su rostro.

—Te amo —confesó en un susurró. Yo sonreí y apreté mi brazo alrededor de sus hombros.

—Lo sé, Jany. Yo te amo también, más de lo que puedas imaginar.

—No me dejes.

—Nunca —prometí.

—¿Lo juras?

—Por mi vida.

***

Hoy por fin me daban de alta en el hospital.

Habían pasado tres semanas desde el accidente y Jan no había dejado mi lado más que para ir a comer y bañarse. Y solo una vez la convencí de que fuera a dormir a su departamento, los demás días se había quedado a mi lado. Literalmente.

Dios mío, era tan terca y desesperante. La amaba.

Dado que se había negado rotundamente a separarse de mí por las noches, dormíamos en la misma cama, apretujados. Pero no me quejaba.

Mis padres habían estado conmigo cada segundo también y, como había pensado, amaron completamente a Jan. Creo que la llegaron a querer incluso más de lo que me querían a mí. Y no se diga de Dean. Todos mis amigos y compañeros habían ido a visitarme, incluso el hermano pequeño de mi novia. Mi cuñadito.

Para ser un niño de casi diez años que pasó la mitad de su vida enfermo, era bastante alto. Tenía que usar muletas porque su pierna aún no estaba lo suficientemente fuerte como para apoyarse en ella, pero empezaría a ir a fisioterapia una vez que hubiera cicatrizado internamente y entonces podría caminar con normalidad. Por lo menos eso era lo que todos esperábamos.

Mis padres se habían enamorado de la sabiduría de sus ojos, de su fuerza y la actitud tan positiva que tenía. Cuando me avisaron que debían irse por asuntos del trabajo de papá y que pronto volverían a ver cómo seguía, creí que se lo llevarían con ellos. Así de mucho los cautivó el pequeño pecoso.

Me sentía mal por haber alejado a Jan de su hermano en sus primeros días fuera del hospital después de quien sabe cuánto tiempo. Sin embargo a Dean se le veía bien, a comparación de Janelle que parecía haber perdido la mitad de su peso en estas semanas.

—Hola, cariño. —Jan entró a la habitación vestida con su uniforme azul con ositos y llevaba una silla de ruedas—. Te voy a ayudar a cambiarte y luego te sacaremos de aquí, ¿te parece bien?

Se acercó a mí y me besó lenta y dulcemente por un largo y delicioso minuto. Terminó el beso, quitó las sábanas de mi cuerpo revelando así mi reacción hacia su beso y me miró mostrando una sonrisa traviesa.    

—No puedo evitarlo —dije en mi defensa.

Ella rio y sacudió la cabeza divertida.

—No quiero que lo hagas. —Se encogió de hombros y luego me ayudó a ir al baño para cambiarme.

Mi rodilla dolía un poco y tenía que apoyar parte de mi peso en Janelle. Me sentía bastante inútil a decir verdad, pero Jan me regañaba cuando veía que me esforzaba de más. No me gustaba que me regañara, me sentía más como su hijo que como su novio.

Cuando terminé de cambiarme —porque insistí y no la dejé ayudarme con eso— salí del baño y ella ya tenía la silla frente a mí. Me senté y luego me sacó de la habitación.

Estaba pensando en pedirle que me dejara ir solo y correr a toda velocidad por los pasillos, rebasando a viejitas y atropellando enfermeras, cuando su voz me trajo de vuelta al mundo real.

—¿Por qué no me dejaste ayudarte a cambiarte?

—Porque me excita que me desvistas —dije con sinceridad. Jan dejó escapar un quejido mortificando cuando una enfermera a nuestro lado nos miró con desaprobación y sacudió su cabeza—. También que me vistas. O que me mires. De hecho, todo lo que hagas me excita —finalicé una vez que estuvimos sin público.

Su melódica risa resonó por el pasillo y una sonrisa se dibujó en mi rostro.

—Estás loco.

—Un poco, pero así me amas.

Ella resopló y, a pesar de que estaba detrás de mí y no podía verla, supe que había rodado los ojos.

—Tienes razón, no te preferiría de otra manera. —Hice mi cabeza hacia atrás y ella se inclinó para darme un beso rápido. Después de todo el papeleo e instrucciones de cuidado, nos encontrábamos fuera dirigiéndonos a mi departamento.

—Estaba pensando que tal vez tengas que dormir en mi departamento o yo en el tuyo —propuso—, no pienso dejarte solo por un buen rato.

Sonreí.

—Solo si es en la misma cama. —Jan me miró de reojo y sacudió su cabeza.

—No lo creo. Dean ahora estará cruzando el pasillo y no quiero que escuche nada inapropiado.

—Oh Dios mío, Janelle. Yo solo estaba hablando de dormir. Acabo de salir del hospital y ¿tú ya estás pensando en saltar sobre mis huesos? Eres una pervertida. —dije con fingida conmoción. Estaba tomándole el pelo y me encantó ver el color de la vergüenza trepar a su rostro.

—Eh... No, yo solo... Quise decir... ¿Qué?

Carcajeé.

—No es cierto, pequeña. La verdad es que sí tenía pensando un poco de acción, pero no creo que pueda de todos modos. Aún sigo un poco adolorido.

Llegamos a mi departamento y ella se bajó con rapidez para abrir mi puerta.

—Todavía existen las caballeras —bromeé. Ella empujó mi hombro y reí.

—Espera aquí, solo iré por unos cambios de ropa. Dormirás en mi lugar. —Antes de que pudiera decir algo, cerró la puerta y me dejó ahí solo durante dos minutos.

—Eres rápida —dije cuando volvió al coche y encendió el motor. Me lanzó una sonrisa, pero no dijo nada.

Cuando llegamos a su departamento estacionamos a un lado de un auto que se me hacía conocido. Lora salió a recibirnos junto con Marcus, Dean detrás de ellos.

—Hey, hombre —saludó Marcus. Lora se acercó y me dio un abrazo, Dean me saludó desde lejos con un movimiento de su mano, y Jan ponía su brazo alrededor de mi cintura.

—Hola a todos —dije mientras bajaba y Jan me ayudaba a sentarme en la silla de ruedas. Me sentía como un inválido.

—Justo ahora eres uno —dijo Jan respondiendo a mi pensamiento que al parecer había dicho en voz alta—. Pero uno muy sexy —susurró en mi oído sin que nadie más nos oyera.

Sonreí al escucharla. Esa mujer sabía cómo hacerme sentir mejor.

***

Entro a una habitación llena de gente llorando y vestida de negro. Miro alrededor y todos son conocidos míos. Mis compañeros de la universidad, Marcus y Lora, mis padres, incluso Dean.

Les hablo, pero nadie me hace caso. Frunzo el ceño extrañado.

¿Por qué me ignoran así?

Sigo caminando en busca de alguien que me explique y entonces veo a Jan llorando sin control sobre un ataúd. Trato de tocar su brazo pero al parecer ella no me siente.

Quiero hacerla sentir mejor, así que me acerco un poco más y lanzó un vistazo dentro del ataúd.

Mis rodillas se debilitan al ver el cuerpo sin vida.

Soy yo.

Estoy muerto.

—Prometiste que no me dejarías —dice Jan llorando.

Alguien llega y la abraza en un intento por consolarla. Ella sigue llorando, pero le devuelve el abrazo y comienza a caminar junto a él. Se marcha. Se está yendo. Él se la está llevando lejos de mí.

—¡Jan! ¡Aquí estoy! —grito, pero ella no voltea.

Simplemente se va y yo me quedo ahí. Frío, solo.

Muerto.

***

Me desperté jadeando en busca de aire y cubierto de sudor. Había pasado ya un mes desde el accidente y yo aún tenía pesadillas frecuentemente y todas tenían que ver con morir o perder a Jan. En el peor de los casos, ambos al mismo tiempo. Justo como esa noche.

—Dios mío, Derek, ¿estás bien —Janelle se hallaba a mi lado luciendo preocupada, su mano sobre mi hombro apretando ligeramente. Mi cuerpo estaba temblando y solo pude girarme con brusquedad para abrazarla—. ¿Estás bien? —repitió mientras acariciaba mi cabello.

—Estaba muerto. Yo estaba muerto, Jany, y tú te fuiste con alguien más. Te grité y no me escuchabas. Y te fuiste y... Tú... —Tragué saliva y apreté los ojos cerrados tratando de olvidar todo.

—Shhh. Fue un mal sueño, cariño, aquí estamos. Tú estás vivo y yo estoy contigo. Tranquilo. No pasa nada, estamos juntos —me consoló.

Lo sabía. Sabía que había sido solo un sueño, pero todo se sentía tan real. El miedo, la impotencia... Por un minuto pensé que jamás volvería a verla. Sin poder controlarlo más tiempo, comencé a sollozar.

—Tenía mucho miedo de no volver a verte —admití con voz ahogada. Sentí que su cuerpo empezaba a temblar entre mis brazos.

—Yo también —susurró con la voz rota—. Muchísimo miedo.

Nos quedamos así hasta que los dos nos calmamos considerablemente y luego me recosté, trayendo a Jan a mi lado. La acomodé para que quedara acurrucada contra mi costado, su mejilla contra mi pecho, y entonces me atreví a hablar nuevamente.

—¿Sabes? Nunca pensé que me pasaría algo así. Uno no siempre es consciente de lo vulnerable que es. Es de esas cosas que dices que jamás van a pasarte; le pudo pasar a cualquiera, pero fui yo quien estuve en el momento equivocado en el lugar equivocado y es... Es horrible darte cuenta cómo de corta puede ser la vida.

—Pero tu vida no se acabó, aquí estas, así que deja de decir esas cosas —reprochó.

—No, lo que estoy tratando de decirte es que la vida es demasiado corta como para desperdiciarla en tonterías. No sabemos cuándo va a llegar nuestra hora y quiero tomar las decisiones correctas, hacer las cosas que quiero, estar con la gente que amo. Quiero saber que soy tuyo y que tú eres mía.

—Soy tuya —admitió. Yo sacudí mi cabeza comenzando a irritarme.

—No entiendes —mascullé.

—Pues explícamelo entonces. ¿Qué es lo que quieres, Derek? —Giró su cabeza, así nuestras miradas se encontraban y pasé saliva con dificultad,

Sabía que era una idea loca, pero aun así....

—Cásate conmigo.



Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top