Capítulo 20
—¿Entonces dices que Dean se irá a vivir contigo? —cuestionó Lora mientras nos encaminábamos los tres al estacionamiento. Las clases ya habían acabado por el día y yo estaba más que ansioso por tener un poco de tiempo a solas con Jan.
—Sí, solo es cuestión de que lo tengan en observación por unos cuantos días más y ya después lo podré sacar de ahí. Estoy muy emocionada —expresó Jan sonriendo. Se acurrucó más a mi lado y yo rodeé sus hombros dándole un pequeño apretón.
Cuando giró su cabeza en mi dirección y besó mi mandíbula, Lora fingió una arcada.
—Ugh, ustedes dos son realmente repugnantes. Toda la semana he tenido que soportar sus demostraciones públicas de afecto y toda la cosa de «te amo; no, yo te amo más» —imitó nuestra voz. Lora negó con la cabeza como si estuviera decepcionada y Jan carcajeó cuando agregó—: Me enferman.
—Envidiosa —repliqué—. Solo porque Marcus no es así contigo no significa que nosotros no tengamos por qué ser así.
—No, en serio, ustedes son tan... Tan asquerosamente dulces y tan empalagosos que no me sorprendería si caen en un coma diabético un día de estos.
Puse los ojos en blanco y Lora nos señaló horrorizada, enfatizando que incluso hacíamos los mismos gestos. La mejor amiga de Jan estaba medio loca, pero me caía muy bien. Estaba a punto de contestar algo inteligente cuando Marcus llegó corriendo y cargó a Lora entre sus brazos besándola con desesperación.
Jan resopló.
—Y luego dicen que nosotros somos los que se exhiben. —Me lanzó una mirada divertida y luego jaló mi brazo—. Vámonos antes de que se den cuenta, ya quiero tenerte para mi solita.
Mordió su labio y me miró por debajo de sus pestañas. Reí e hice exactamente lo que me dijo, la llevé a mi auto, la besé y luego nos dirigimos a mi departamento.
***
—Extrañaba esto —admitió en medio de un suspiro mientras la presionaba contra mi costado en el sillón.
—¿Qué? ¿Qué te hiciera de comer?
Tomé un sorbo de té y Jan resopló. Su risa llegó a mis oídos un segundo antes de que recargara su cabeza contra mi hombro.
—Además de eso, tonto. Ya extrañaba estar así los dos solos como antes. Entre la escuela y los turnos en el hospital, ya casi no he tenido tiempo para ti. Lo siento.
—No tienes por qué disculparte, pequeña. Créeme, yo también había extrañado tenerte así, pero vale la pena esperar solo para tenerte los fines de semana. —Dejé el vaso sobre la mesa y me giré un poco para poder ver su rostro. Se le miraba mejor, más... feliz. Lucía más relajada a mi lado y eso me gustaba demasiado.
Se acercó a besarme y yo la tomé por la cintura.
—Espera —pidió jadeante mientras se separaba de mí un par de minutos después—. Me tengo que ir en media hora, y si seguimos por este camino no voy a llegar a tiempo, ya sabes.
Gemí frustrado y cerré los ojos descansando mi cabeza en el sofá.
—Tú tienes la culpa. —Un cojín rebotó en mi pecho y abrí un ojo para ver a Jan de pie, luciendo despeinada y con los labios hinchados. Cerré los ojos con más fuerza—. Ve a cambiarte antes de que cambie de opinión y te desnude aquí mismo.
Su risa llegó a través del pasillo cuando empezó a alejarse y una sonrisa se pintó inconscientemente en mis labios.
***
—¿A qué hora sales hoy? Para venir a recogerte. —Me hallaba estacionado fuera del hospital porque había venido a traer a Janelle, pero todavía no quería dejarla. Necesitaba tenerla solo un poco más de tiempo a mi lado.
No sabía por qué, pero sentía que en cualquier momento desaparecería; que la sentiría escurrirse entre mis dedos y no podría hacer nada para retenerla. Y tenía miedo.
—A las diez, pero creo que Carter me puede ir a dejar, así que no es necesario que...
—No —la interrumpí—. Nadie más que yo va a ir y venir por ti, y menos ese... tipo —concluí haciendo una mueca de disgusto. Jan me observó con una sonrisa divertida y yo fruncí el ceño.
—Derek, ese tipo está casado.
—No me importa. Que esté casado no significa que no tenga ojos, y no me gusta que te mire cua...
—Con un hombre. —Esta vez fue su turno de interrumpirme.
«Espera, ¿qué?»
—Me estás diciendo... —Mi cerebro estaba tratando de ver si había procesado mal la información.
—Que es gay —rio Jan—. Carter es gay, Derek, no tienes por qué preocuparte. Además, yo solo tengo ojos para ti. —Se acercó a darme un beso y luego salió del auto—. Así que no te preocupes, no tienes por qué ser tan inseguro.
La diversión en su voz era evidente. Qué bien que la pasaba de maravillas con mis celos.
—¿Yo, inseguro? Claro que no, pequeña. No estaba inseguro, solo... Eh, no quería que él sufriera una decepción cuando se diera cuenta de lo loca que estás por mí.
—Sí, Sí. Lo que tú digas, adiós. Te amo.
—Te amo —contesté antes de que cerrara la puerta.
Me quedé ahí viéndola entrar al hospital y sentí las esquinas de mis labios curvarse.
Huh, Carter era gay. Una preocupación menos.
***
Me encontraba recostado en mi cama cuando un mensaje hizo que mi celular sonara.
Marcus: Estoy jodido.
Me senté sobre la cama y fruncí el ceño extrañado.
Yo: ¿Por qué?
Marcus: Creo que me enamoré de Lora.
Reí al leer eso. ¿El pobre se iba dando cuenta hasta entonces?
Yo: Ya lo sabía, se te nota a leguas.
Marcus: Maldición, ¿ahora qué hago?
Yo: Díselo. No pierdes nada con intentarlo —le aconsejé.
Marcus: No es tan fácil.
Yo: El que no arriesga no gana.
Después de enviar eso Marcus ya no contestó, sin embargo esperaba que se armara de valor y le contara a Lora cómo se sentía. A ella también se le notaba el amor en la mirada; después de todo no era algo que se pudiera esconder con tanta facilidad.
No sabía si me estaba convirtiendo en un cursi, pero quería que supieran lo que se sentía amar a alguien y ser correspondido. Tal y como Janelle y yo.
El nuestro era un amor de esos que te cambiaban la vida; de los que te daban un sentido y una razón de ser; de los que te impulsaban a dar y hacer feliz, de los que, si llegabas a perderlos, sabías que tu vida nunca volvería a ser como antes porque ya había hecho mella en tu alma y dejado huella en tu corazón. Yo sabía que si llegaba a perderla, me perdería a mí mismo.
Encontrarla fue como encontrar la otra mitad de mí que no sabía que me faltaba.
Sacudí la cabeza cuando mis pensamientos se fueron al lugar «que pasaría si Jan me dejara», y definitivamente no quería ir allí.
Hoy la tenía y, aunque el futuro es incierto y podía que mañana ya no, no iba a estarme torturando con eso. Iba a disfrutar cada segundo a su lado y a saborear cada muestra de amor que me diera, a atesorar cada momento que estuviera con ella y no a pensar en cosas deprimentes.
Mi teléfono empezó a vibrar en el bolsillo de mi pantalón. Cuando lo saqué vi el nombre de Jan en la pantalla y una foto de ella sacándome la lengua. Sonreí.
—Hola, Jany.
—Hey, ¿puedes venir por mí?
—¿Ya son las diez? —pregunté alarmado. Sin duda el tiempo pasaba rápido.
Me levanté del sillón y empecé a calzarme para después ir por las llaves, pero entonces su voz me detuvo.
—Ah no, todavía son las nueve, pero estaba quejándome de la tarea de álgebra que no había hecho todavía y mi jefa se apiado de mí. De todos modos hoy no hubo mucho movimiento en mi piso.
—¿Tarea de álgebra? No sabía que teníamos tarea —dije un poco asustado.
—Sí, sobre eso... Te cuento cuando pases por mí.
—Está bien, te veo en quince minutos. Te amo.
—Yo también, ya voy.
Colgué y me subí con más calma al auto. Prendí la radio y salí rápidamente hacia el hospital. Era tan tonto pensar en lo mucho que la había extrañado, cuando hacía un par de horas la había tenido entre mis brazos. Pero bueno, eso era lo que te hacía el amor.
Estaba tarareando alguna canción de moda, cuando el semáforo en el que estaba se puso en verde. Aceleré, pero entonces unas intensas luces a mi lado me encandilaron. Entrecerré los ojos, giré un poco el rostro para ver lo que pasaba y, antes de darme cuenta, un fuerte impacto contra un lado de mi coche hizo que este se desplazara y mi cabeza rebotara. Sentí cómo mi cuello daba un doloroso tirón y escuché el choque de metal contra metal.
Vidrios rotos salieron volando por todas partes y mi cabeza se movió de un lado a otro mientras el auto giraba y me colocaba de cabeza. Escuché el rechinar de unas llantas desacelerando y mis quejidos de dolor. Dios, dolía tanto...y lo único que podía pensar en ese momento era que iba a morir y nunca la vería de nuevo.
Maldición, no volvería a ver a Jan. A la mujer con la que estaba planeando tener un futuro. La imagen de ella sonriendo y diciendo que me amaba llegó a mi mente y todo empezó a oscurecerse lentamente.
Pensé una vez más cómo de injusta era la vida, pensé en el dolor que ella sentiría al saber que me había ido... Bajé mi vista y pude ver un pedazo enorme de metal encajado en mi abdomen, la sangre brotando de la herida y mojando mi camiseta a una velocidad alarmante. Volví a quejarme y cerré mis ojos esperando que la ayuda llegara; dejé correr las lágrimas cuando el conocimiento de que no podría consolarla esta vez llegó a mí.
Empecé a sentirme muy débil. Los sonidos, las imágenes, todo se fue desvaneciendo poco a poco. Después... nada.
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