Capítulo 11

El día siguiente fue un eterno recordatorio de nuestra última conversación.

«Buenos días, amigo.»

«¿Quieres desayunar algo, amigo?»

«Eres el mejor amigo que pueda tener.»

«Por eso eres mi amigo.»

¡Bah! Parecía más como si estuviera tratando de convencerse a ella misma de que no éramos nada más que amigos.

Esa palabra me estaba empezando a volver loco.

Amigo, amigo, amigo, amigo.

Ya estaba perdiendo su significado.

Anoche, después de la conversación en la que me puso definitivamente en la friendzone, nos quedamos dormidos así en los brazos del otro y, déjenme decirles, que despertar a su lado fue como una revelación.

Viéndola ahí, tumbada a mi lado, luciendo como la mujer más frágil y vulnerable que he visto, despertó un deseo en mi interior de protegerla; de cuidarla y hacerla feliz.

Toda su vida, desde muy pequeña, se había dedicado a cuidar de otros. Su mamá, su tía, su hermano, sus pacientes y la cosa es... jamás se había quejado acerca de ello. Es más, su vida consistía en eso precisamente: en velar por el bienestar los demás.

Ahora era su turno de ser cuidada, y nadie mejor que yo para hacer ese trabajo.

—Entonces hoy tu turno comienza a las cuatro. Tenemos tiempo para comer algo, apenas serán las dos —noté.

Estábamos sentados en el sofá viendo alguna serie dramática sobre la vida en un hospital y ella estaba en el lado opuesto que yo.

Si tanto decía y aseguraba que éramos amigos, ¿entonces por qué se alejaba de mí?

Las mujeres eran tan complicadas.

—Mmm.

Fruncí el ceño al escuchar su asentimiento distraído.

—¿Me escuchaste tan siquiera? —inquirí. Ella se hallaba tan absorta en la maldita televisión, que empecé a sentir celos. ¡Celos!

Y de nada menos que una maldita serie. Estaba empezando a perder lo poco de cordura que me quedaba.

Me acerqué a su lado en un abrir y cerrar de ojos y le quité el control remoto antes de que pudiera siquiera pestañear.

—¡Hey, regrésame eso! —exigió con el ceño fruncido.

¿Les había comentado lo bonita que se miraba enojada?

—No, me estás ignorando y eso no me agrada para nada.

Hizo esa mueca donde arruga su naricilla y pone su boca como si quisiera un beso, lo cual, irónicamente, me hacía querer besarla.

«Concéntrate, Parker.»

—Está interesante —masculló irritada. Entrecerré mis ojos hacia ella.

—Yo también puedo ser interesante si me dejas —indiqué.

Juro que no lo decía con mala intención ni doble sentido pero, por la mirada que ella me lanzó, supe que había tergiversado en su mente mis palabras para darles un significado diferente.

Se mordió el labio inferior y su mirada adquirió un calor poco familiar. Solo la había visto luciendo así una vez: el día anterior.

La recordé debajo de mí, sobre mí, gritando, jadeando y pidiendo que siguiera. Mis pantalones se tensaron.

Mi irritación fue reemplazada por expectación y la miré con los ojos entornados para que no pudiera notar cuanto me afectaba, aunque una simple mirada a mi regazo se lo hubiera hecho saber.

—Yo sé que sí —dijo pícara. Puse los ojos en blanco y sonreí, no queriendo ceder a mis impulsos.

La próxima vez que tuviéramos un contacto sexual, fuera o no más profundo, sería porque ella había aceptado que éramos algo más que amigos. Me aseguraría que así fuera.

—Vamos a comer antes de que tengas que irte —informé—. Ven, te prepararé algo.

Jan me lanzó una mirada que no pude descifrar y sus cejas descendieron sobre sus ojos.

¿Se había molestado por lo que dije? ¿De verdad? Entonces estaba loca.

¿A qué chica no le gustaría que le dijeran eso? Ya fuera su amigo, novio o pretendiente, estaba casi completamente seguro de que era una buena forma para conquistarlas.

No era un gran cocinero, lo admito, pero la intención era lo que contaba, ¿no?

Además, no era como si hubiera muchas mujeres que se me resistieran. Era agradable de ver y era carismático. Un chico guapo que las hiciera reír y que, además, cocinaba. ¿Qué más podían pedir?

Pero no. Existía esa chica que estaba tratando de resistirse a mí y, para mi mala suerte, era precisamente la chica que me tenía loco y me hacía sentir cosas que no quería.

***

Después de que un fallido intento para preparar lasagna y de que ordenáramos pizza, Jan se había ido a su turno en el hospital y yo regresé a mi lugar, donde me esperaba un gran desorden que no quería limpiar.

Justo cuando me había mentalizado para empezar a ordenar todo, mi teléfono sonó.

—Diga.

El número que aparecía en mi pantalla no estaba registrado en mis contactos, por lo que no tenía ni la mínima idea de quién podía ser.

—Hasta que por fin de dignas a contestar tu teléfono.

—Hola, mamá —dije cansino. Según yo, ella y mi padre se habían ido de vacaciones a Bora Bora por su aniversario número veinticinco, pero al parecer habían regresado antes—. ¿Cómo te fue en tus vacaciones?

—Horrible —se quejó—. Para empezar, el vuelo se retrasó cuatro horas y, luego de averiguar que una de mis maletas se perdió, en el hotel nos informaron que nuestra reservación no había sido registrada. Además...

Y así siguió por un buen rato. Tuve que escuchar a mi quejumbrosa madre resoplar molesta por varios minutos.

La amaba y todo, pero si había elegido esta universidad tan lejos de casa fue para no tener que estar escuchando sus constantes quejas y sermones. Para eso estaba mi papá.

Después de media hora colgó y yo me recosté en la cama. Solo había sido capaz de deshacerme de ella prometiéndole que los visitaría en un par de semanas, pero la verdad era que no quería ir.

O más bien, no quería dejar a Janelle aquí mientras trataba de hacer progresos en nuestra relación; yo sabía que ella se negaría en redondo a acompañarme.

Tal vez solo fueran uno o dos días los que estaría lejos, pero de igual manera no quería dejarla sola. Demasiado tiempo sin mí le dejaría espacio y tiempo de más para pensar y analizar lo que teníamos; conociéndola, lo sabotearía todo incluso antes de que empezara.

Ahora con mis ganas de organizar un poco evaporadas, decidí ver un poco de televisión. No tenía ni dos segundos sentado cuando el teléfono empezó a sonar de nuevo.

Número desconocido otra vez.

—Dime, mamá, ¿qué pasó ahora?

—Hey, hombre —saludo mi amigo al otro lado de la línea.

—Marcus, ¿qué tal? ¿Cómo te la estás pasando en tu tercer día en la playa?

—¡Genial, amigo! No sabes de lo que te pierdes. Conecté con esta chica de la universidad, la amiga de la enojona —dijo entre risas.

—¿Con Lora? —pregunté un poco confundido. Eso no me lo había esperado.

—Sí, ella es perfecta. Para pasar el rato, digo. Y opina lo mismo que yo sobre no amarrarse a nadie en este momento. Diversión, sexo y alcohol y esas cosas. ¿No es increíble?

—Sí, me alegro por ti —respondí con sinceridad.

Escuché que una puerta se cerraba y el ruido de fondo cesaba. Me imaginé que se había encerrado en una habitación vacía para hablar conmigo.

—¿Y cómo va tu asunto con la gruñona? —inquirió.

Rodé los ojos y le conté a grandes rasgos cómo estaba la cosa entre nosotros. Claro, sin parecer demasiado nena.

Marcus rompió a reír y yo me molesté un poco porque encontrara mi situación tan divertida.

Después de tranquilizarse, me advirtió que ella podía romperme el corazón, como si eso en verdad pudiera pasar, y me dijo que iría a buscar un poco de diversión. Entonces me colgó.

Suspirando, me dejé caer sobre el sofá y clavé mi vista en el techo. Hablar con Marcus sobre Jan hizo que la extrañara un poco. Parecía que no podía pasar ni un día sin que ella se colara en mis pensamientos.

¿Cursi, dónde?

Me reí de mí mismo. La extrañaba tanto, de verdad... así que me vestí y fui a darle una visita sorpresa.

***

Lo primero que hice cuando llegué al hospital, fue buscar la habitación de Dean; ya tenía varios días sin verlo y me sentía mal por ello.

—Hola, campeón —saludé cuando abrí la puerta y lo vi ahí acostado mirando por la ventana.

Me lanzó una mirada, pero el brillo en sus ojos y la sonrisa que siempre mostraba cuando íbamos a visitarlo, nunca llegó.

Tal vez porque Jan no estaba conmigo. ¿No se sentía cómodo?

—Hola —susurró de vuelta. Desvió su mirada de nuevo a la ventana y no me dirigió otra palabra.

Por más que traté de iniciar una conversación con él, no contestaba más que con gestos y palabras monosilábicas.

Me rendí y salí de la habitación tras decirle que luego regresaría. Fui en busca de Jan y la encontré con Sonrisitas.

Traté de ignorar al feo monstruo de los celos que estaba apareciendo por verlo tan cerca de ella. Él lucía demasiado amigable con ella para mi gusto, muy cercano, aunque si prestaba más atención, me daba cuenta de que su expresión no era precisamente de alegría. Parecía más que nada... compasión.

Cuando colocó su enorme mano sobre el pequeño brazo de ella, di un paso hacia delante de manera involuntaria.

Ella estaba de espaldas a mí, así que no vio cuando me acerqué, y al parecer él no me reconoció porque no le tomó importancia a mi presencia.

—¿Qué estás tratando de decir? —escuché preguntar a Jan con voz temblorosa cuando estuve a solo un par de pasos de distancia.

—Ese tratamiento ya no está funcionando en él, Jany. Hemos empezado a darle uno más fuerte que esperamos ataque las células cancerosas más rápido. Probablemente tome un par de meses, pero...

—¿Y si no lo hace? —lo interrumpió ella con su voz rota.

Después de un largo y espeso silencio, él simplemente se encogió de hombros y negó con la cabeza.

Fue suficiente respuesta.

Me acerqué con rapidez cuando noté que sus rodillas comenzaban a fallar.

—Jany —la llamé en un susurro.

Ella me miró, su rostro lívido y lleno de dolor. Su barbilla empezó a temblar y la tomé en mis brazos como siempre hacía cuando la miraba sufriendo. No me gustaba que sintiera dolor.

—Llévatela —me dijo él—, no está en condiciones para seguir trabajando por hoy.

Asentí agradecido e hice lo que me dijo. La guié por el pasillo que conducía a la salida con un brazo sobre sus hombros para estabilizarla y, justo cuando cruzamos las puertas hacia el estacionamiento, ella se derrumbó en el suelo y comenzó a llorar.



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