Rendición
Dedicación: A @JeanBK3443 La primera persona que me siguió en esta pagina y mi partner de rol. Aquí tienes tu regalo de navidad, espero que te guste, porque jodiste mucho para que la terminara. ¡Besos y abrazos!
Pareja: ChilexPerú/ PerúxChile
Disclaimer: Latin Hetalia pertenece a Live Journal. El dibujo usado en la portada pertenece a mgsbabe.
Advertencias: Contenido histórico, así que si te jode la historia no leas (?) okno 8'J
I
Las machis le habían puesto por nombre Mapu. Cuyo significado en mapudungún era "tierra."
No importaba si ahora se llamaba Manuel, él recuerda haber sido llamado Mapu y es una de las cosas que no planea olvidar.
Recuerda un cielo claro y sin smog. Recuerda llevar el cabello largo hasta los hombros. Recuerda vestir un poncho en vez de un chaleco. Recuerda los piñones recién recogidos, en vez de los completos italianos.
Recuerda escuchar el trinar de las aves y ver sus sombras dibujarse en el verde campo en el cual se hallaba. El olor de la mañana de otoño colmaba sus sentidos con una gracia que no deseaba que acabara. Limpiando aquellos juveniles pulmones e impregnándolos de la dulce esencia de la naturaleza.
El mullido césped bajo sus pies descalzos. Las blancas nubes sobre su cabeza, extendiéndose a lo largo del cielo chileno y haciéndole sentir tan diminuto...
El viento jugueteó con sus largos y enredados cabellos castaños. Al punto que tuvo que intervenir cuando su campo de vista fue completamente bloqueado.
Entonces lo vio, caminando desde el norte. Piruw.*
Su corazón dio un vuelco de alegría al distinguir la encantadora sonrisa de su amigo.
El pequeño aún desconocía la naturaleza extraña que rodeaba su nacimiento, pero si algo tenía claro es que no era como los otros pobladores del lugar.
Las estaciones pasaban para todos. Arrugando rostros, blanqueando cabellos, debilitando huesos y reduciendo a todos desde su condición humana a simples sacos de huesos...de polvo.
No era así para él. No importa cuántas estaciones pasara, él seguía exactamente igual. Había consultado a machis, pero ninguna tenía más respuesta que golpearlo en el pecho y luego golpear la tierra.
Nadie podía entenderlo, nadie podía consolarlo ni entender que era lo que le sucedía al muchachito siempre joven.
Nadie...excepto Piruw, como llamaba a Miguel cuando eran niños.
De piel morena y cabellos oscuros como lo de sus cercanos, con unos atrayentes y resplandecientes ojos dorados. Siempre juró que el hecho de que usara ojales de oro ayudaba a resaltarlos.
Piruw siempre le contaba de su abuelo, un hombre poderoso que mandaba por muchos lugares. Le contaba de lo famoso que era, de cómo mucha gente le temía. Y el otro le respondía con historias de su abuelo y las criaturas mágicas que vivían en su tierra. Muchas veces se quedaron dormidos sobre la hierba, al pie de una pequeña fogata. Cubriéndose únicamente la suave capa roja del chico de cabello azabache y el cuidadosamente tejido poncho del castaño.
Así, entrelazando sus pequeñas manos con las del contrario, ocultándolas bajo aquellas suaves telas, se prometió que protegería eso. Que ni un millón de estaciones lo cambiarían alguna vez.
Pero esa tarde, su amigo no se encontraba allí para contar historias y divertirse durante la tarde.
Miguel le comentó ciertas cosas, acerca de que sería mucho más fácil si su gente comenzaba a creer en el poderoso Inti y alguna que otra cosilla para ayudar a su Imperio. El de cabellos castaños respondió enfurecido, no podía creer lo que le estaba pidiendo.*
¿Cómo podía alguien querer imponer sus dioses sobre otros?
El muchacho de ojos ámbar logró controlar al contrario con facilidad. Así, con todo su peso apresó a Manuel contra el pasto, mientras este batallaba inútilmente por liberarse. No sólo de la constante presión sobre su espalda, sino de que la risa burlona que le dirigía el contrario.
—¿Te rindes ahora? En serio no quiero hacer esto...—Murmuró el chico moreno, apenado. Mientras bajaba la mirada hacia su amigo. Acarició un poco sus cabellos, recibiendo un apagado gruñido como respuesta.
Y el otro se negó. Cada vez retorciéndose con más desesperación, sus pulmones se habían vaciado por completo y les era imposible expandirse en esa posición. Sus mejillas brillaban en un color rojizo, mientras de sus ojos se escapan traviesas lágrimas. No solo por la falta de aire, la frustración de verse tan fácilmente sometido ayudaba.
—Me rindo...—Terminó de pronunciar, avergonzándose de su egoísmo. Pero es que simplemente no podía más, el terror de lo que sucedería si dejaba de respirar lo superó. Miguel era demasiado astuto al usar esa sucia técnica contra él.
Una vez se levantó de su espalda, le extendió la mano para ayudarle a levantar. Cosa que el menor rechazó, desde luego. No importaba cuantas veces jugando llegaran a esa situación, Miguel siempre salía ganando. Era algunos centímetros más alto que él, más fuerte. Con unas piernas y brazos un poquito más largos y unas manos un poco más grandes, entre otras cosas.
—Lo arreglaremos juntos...y esta vez por las buenas —. Su voz confiada, su sonrisa sincera. Aquella silueta que siempre le causó seguridad, irguiéndose ante él. Manuel cedió ante todas esas cosas, bombas emocionales como él las llamaba y aceptó aquella cálida mano, que luego pasó a su hombro mientras ambos se encaminaban en la dirección desde la cual había llegado el otro chiquillo.
—¿Alguna seré yo quien te pida rendirte? —Pronunció finalmente Manuel, mientras terminaba de enjugar sus lágrimas y de sacudir su poncho. Ni siquiera en esa tierna edad fue consciente de que lo empujó a preguntar eso e incluso, no esperaba una respuesta en específico. "Cosas de niños", tal vez solo estaba un poco cansado de siempre morder el polvo.
Miguel lo abrazó en forma consoladora, mientras enredaba sus dedos en su cabellera, peinándola con un inocente cariño. El reflejo de aquellos ojos felinos, fue la única respuesta que necesito a Manuel.
¿Qué más daba perder, si al final volvían a estar juntos?
Podía perder todas las peleas contra Miguel y aun así seguía buscando sus manos, su sonrisa, su voz acunada por el aire puro de su tierra.
Porque era tan diferente de él y a la vez igual. Porque tenía tantas cosas que admiraba y que detestaba al mismo tiempo. Porque sabía que siempre podía contar con aquel chico cuando estuviera triste o feliz. Porque sabía que la calidez de los labios se Miguel sobre su mejillas nunca tendrían comparación. Ni ahora, ni en un millón de años.
Y es que cuando Miguel venía a visitarlo, los desiertos eran menos áridos, las montañas menos altas, los océanos menos profundos. Y a su lado no se sentía tan aislado, sino... parte de algo más grande de lo que su joven e inmadura mente podía procesar.
Porque a su lado no estaba solo. Y sentía que nunca más volvería a estarlo. Sin dejar de agradecer el momento en que sus caminos se cruzaron.
II
¿Te rindes ahora? En serio no quiero hacer esto...
La cifra de muertos iba en aumento al igual que los desgarradores alaridos de las mujeres. Quienes suplicaban que aquellas feroces bestias vestidas de escarlata y azul que no entraran a su casa. Llorando con rabia e impotencia su destino y el de sus hombres. *
De sus esposos, las mujeres
De sus hermanos, las niñas.
De sus hijos, las madres.
De sus padres, las hijas.
Los libros robados eran amontonados dentro de carretas, para luego ser trasladados a Chile, un punto de llegada del cual nunca retornarían. Mientras que los otros eran quemados. Todas las palabras allí escritas se deformaban en un color rojo vivo hasta quedar reducidas a cenizas.
El aire era una mezcla de humo y desesperación. El ejército chileno no estaba teniendo piedad. ¿Quién diría que dentro de poco estarían marchando por esas plazas, en imágenes que serían guardadas con recelo en los libros de historia chilenos? Donde mediante eufemismos se desmembraría la cruel realidad de lo que ocurría en el país extranjero.
Nunca tenían piedad. Ni siquiera con el pueblo que les dio vida.*
En un recóndito lugar de la ciudad, un joven de cabello castaño apuntaba con su arma a la frente de uno de cabellos oscuros, que yacía de rodillas abrazándose a unos cuantos libros a medio quemar. Su cuerpo se contraía entre espasmos de dolor, mientras se negaba a levantar la mirada hacia quien alguna vez consideró su hermano...incluso quizás, algo más cercano.
Su brazo sangrante comenzaba a teñir las páginas de esos libros, mientras el sudor hacía que su cabello se pegara a su ya demacrado rostro. Su pecho dolía, víctima del calvario de su ciudad siendo saqueada como una marca en su pecho hecha con hierro ardiente.
Sus labios temblaban, al igual que las manos de quien aún sostenía un arma en su contra.
Sus uniformes estaban llenos de sangre de soldados cuyos nombres nunca aprendieron y que la historia no se molestara en recordar. Sangre de los suyos y de los otros. Manchas escarlatas que nunca se borrarían de sus memorias.
Debían ser fuertes. Por ellos. Por su gente.
Pero las lágrimas caían a cantaros, mientras sus corazones se encogían dentro de sus pechos. Mientras en vez de pelear entre ellos, batallaban contra las ganas de consolarse mutuamente. De abrazarse, de contarse sus penas. De esperar una palabra de aliento mientras sus manos se volvían a entrelazar ante la luz de una rauda hoguera.
¿A esto habían llegado?
—Me rindo... —Con una destrozada voz, el moreno habló, dejando caer los libros sobre su regazo y llevando ambas manos a su cabeza. No importaba lo fuerte que apretara sus oídos, el sonido silbante de las balas penetrando el aire no iba a desaparecer. La tinta de aquellas amarillentas páginas se había corrido por la sangre del pueblo y las lágrimas de la nación.
Eso fue suficiente, el chileno lanzó su arma lejos produciendo un sonido seco y metálico mientras algo de polvo se levantaba. No quería reconocer aquellas sucias manos como las suyas. No quería ser un asesino. No quería ser quien estaba invadiendo la ciudad de Lima.
No quería ser Manuel González.
Hubiera dado cualquier cosa por volver a los días en que él era Mapu y Miguel era Piruw.
Extendió aquella mano hacia el contrario, quien parecía no percatarse del gesto.
No pudo con esto y cayó de rodillas ante el peruano. Con el cuerpo temblando y las náuseas en la garganta. Con el corazón amenazando con romper su caja toráxica debido a aquel desbocado palpitar.
Se aferró al cuerpo ajeno con fuerza, abrazándolo y hundiéndose en su pecho, ensuciándose con la sangre ajena. Frotó su rostro contra el pecho contrario, suplicando en su lengua nativa que le contará historias de su abuelo. Que lo llevara a ver a llama cool. Se quedará a dormir en su ruca y lo dejara probarse su vistosa capa roja. Qué se recostaran de espaldas en el bello prado chileno a observar la infinidad de estrellas en el cielo, preguntándose los unos a los otros que les depararía el destino, mientras estrechaban sus manos y se prometían crecer juntos.
Le dijo que lo quería y cuanto deseaba volver a ser niños.
Volver a esas épocas donde la codicia de sus líderes no corrompía los hermosos lazos que dos almas inocentes habían hecho hace siglos. Donde las fronteras no estaban delimitadas más que por simples señales de mano en la lejanía. Donde las heridas no eran de balas o espadas, sino rasmillones en las rodillas que ambos se ayudaban a limpiar.
Le dijo que lo extrañaba.
Que extrañaba lo que fueron.
Que no podía evitar sentirse terrible por cómo habían terminado.
El otro chico por fin reaccionó, como si un balde helado de pura verdad le hubiera caído en la cabeza. De repente la herida en su brazo, no era la que le causaba dolor. Hubiera deseado que el contrario le hubiera disparado nuevamente, que lo hubiera dejado inconsciente y que ahora no tuviera que escuchar ese triste monólogo.
Porque después de todo...a él también le dolía.
Así, ambos cuerpos desechos se consolaron mutuamente con palabras mudas, con caricias certeras que los inundaron de extrema dulzura. Y por unos minutos más, entre aquel infierno, volvieron a imaginarse en un precioso campo verde, rodeados de paz y calma.
Donde los gritos y los disparos eran reemplazados por el suave viento veraniego, junto con el sonido de las copas de árboles meciéndose al vaivén de una melodía imaginaria.
Donde aquellas manchas rochas que cubrían su cuerpo no eran más que húmedas hojas otoñales pegándose a sus pieles luego de saltar sobre montones de estas.
Las mejillas llenas de mugre y sudor eran limpiadas por salados besos, que por fin, luego de décadas se podían permitir en un intento de no olvidar esa cálida sensación.
No pensaban olvidar esto, por mucho que pasaran los siglos.
Pero después de todo está bien. La historia no puede olvidarse, sino sería imposible aprender de ella.
Y de ella querían aprender, así, quizás en un futuro lejano, ambos podría volver a sostener sus manos sin importarles nada, rodeados por una infinidad de campos verdes y un hermoso cielo estrellado. Mientras los besos recorrían las mejillas, encontrando el tesoro tan ansiado que nunca habían podido conseguir en sus años de vida...por mucho que sus suplicas silenciosas giraran en torno a eso.
Y solo en ese entonces...todo volvería a ser felicidad.
III
Ahora, la junta de las naciones latinoamericanas se acerca a su final. Todos se levantan de sus asientos, despidiéndose cordialmente y saliendo por la puerta hasta que casi todos abandonan por completo el establecimiento.
Mientras, un chico de cabellos castaños espera a que el de ojos ámbar termine de despedirse de quien llama hermano menor. Caminan juntos el trayecto a casa, con los hombros rozándose y las miradas tímidas encontrándose. Mientras sus sombras se van haciendo cada vez más largas al ser dibujadas en el pavimento.
Sus manos se buscan inconscientemente, hasta dar con la contraria y unirse en un dulce agarre. Asegurándose mutuamente que lo que sucede allí no es una ilusión.
Una sonrisa compartida, acompañada de unos labios que se atrapan con necesidad, desbordando un cariño infinito y cálido, lleno de significados.
Porque sea Mapu, Chile o Manuel. Él siempre va a amar a ese chico de ojos relucientes como el oro, que le enseñó que nunca más volvería a estar solo. Qué le hizo rendirse ante aquellas emociones tan humanamente egoístas y a la vez tan hermosas.
Quien le hizo rendirse ante el amor.
Notas:
*El uniforme que usa Manuel en la portada, es en realidad de un Cadete de la Academia Militar de Chile del año 1817.
*Piruw es la pronunciación que dan los quechuahablantes o aymarahablantes al Perú actual.
* Esta pequeña discusión, hace referencia a cuando el imperio Inca se estaba expandiendo a través de Chile desde el norte hasta la zona del Río Maule, donde le fue imposible proseguir debido a la intervención del pueblo Mapuche, radicado allí. De todas formas, se logra ver una gran influencia incaica en la zona norte de chile. Por ejemplo, en la religión y el culto al dios Inti.
*Referencia a la ocupación de Lima por el ejército chileno en el año 1881.
*Referencia a la táctica implementada por el estado chileno, que consistía en que mediante destrucción de siembras y pueblos mapuches, con un porcentaje enorme de bajas indígenas. De esta forma, podría conseguir ese territorio de tal forma que hubiera una expansión del territorio chileno.
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