71. Enjambre


Las calles de Toronto se habían convertido en un campo de batalla y maniobras militares. El ejército canadiense se afanaba en perseguir a un grupo de drones que volaba a unos cien metros de altura. Las armas de los pocos militares que habían llegado hasta el norte de la ciudad desde una base cercana, no cesaban en su fuego constante hacia el cielo. Hasta el momento apenas habían logrado derribar a dos de aquellos drones que mantenían dirección sur. La puntería se hacía imposible por el tamaño y la velocidad de los aparatos voladores y los soldados disparaban a ráfagas sus armas desde los vehículos en movimiento con la incierta esperanza de poder continuar derribando alguno que otro más.

La televisión, la radio y los altavoces dispersados por toda la ciudad emitían un discurso constante. Se había decretado el estado de sitio por ataque terrorista en la provincia de Ontario. Las calles permanecerían bajo control militar hasta nuevo aviso. En la alocución, se pedía a la población civil que se quedase en sus casas. Los derechos civiles se recortaban drásticamente y, cualquiera que anduviese por la calle a partir de la medianoche, sería detenido sin más aviso.

Los coches que todavía circulaban por la ciudad, comenzaban a colapsar las vías secundarias porque en las principales, se habían establecido controles policiales y militares. La gente trataba de llegar a sus casas ante el horror que anunciaban las noticias de un ataque terrorista indeterminado. Las personas que todavía caminaban por las calles corrían en busca de refugio mientras los tanques se iban haciendo con el control de las avenidas y la policía trataba de minimizar los efectos de los posibles disturbios y saqueos que se pudiesen producir en las siguientes horas.

Un satélite apuntaba sobre los drones y dos helicópteros del ejército se habían unido a la caza de los aparatos. Cuando se produjo el ataque sobre el segundo de los objetivos, una comisaría de policía; todos los aparatos de la zona, quedaron inservibles. Los helicópteros y los vehículos ligeros y blindados que habían llegado a repeler el ataque, quedaron inutilizados y reducidos a chatarra.

-Avísame cuando lleguen los planos del búnker o cuando se produzca una incidencia importante -indicó Julius Grant a Sarah Flynn, mientras salía de la sala de operaciones para informar al Presidente de La Agencia, Thomas Scott, sobre los detalles de la situación.

Minutos antes, había solicitado información sobre el búnker subterráneo a todos los servicios implicados. Su intención era poder controlar todas las posibles entradas y salidas de aquella ratonera.

Lejos de la ciudad, en las galerías subterráneas que se expandían por el subsuelo, el equipo táctico de intervención había recorrido las cuatro posibles vías y se había encontrado con idénticos finales en sus recorridos. Cuatro muros distintos de acero y cuatro puertas gigantescas, bloqueaban el paso y no tenían el más mínimo indicio de cuál podría ser la buena.

El jefe del equipo Alfa organizó el dispositivo de intervención para asegurar los cuatro pasillos situando a sus hombres al pie de la escalera. Se aseguró que las cámaras de video vigilancia fueran destruidas. Si el enemigo podía verlos, sería más sencillo repeler la entrada. Después había informado al centro de operaciones sobre los problemas con los que se habían encontrado y, al mismo tiempo, había pedido la asistencia del equipo técnico operativo que ya se encontraba a pie de la trampilla en espera de instrucciones. Estaba formado por personal especialista en distintas materias que requerían habilidades especiales como cerrajería, telecomunicaciones, informática o explosivos.

Tres técnicos corrían junto con el jefe de los Alfa uno de los pasillos para tratar de determinar cuál podía ser la puerta que debía abrirse en primer lugar.

Uno de los técnicos utilizó una cámara térmica para comprobar si quedaba algún rastro de calor de personas que hubiesen pasado por el lugar. También usó otro dispositivo que revelaba posibles huellas en el suelo. Ninguno de los intentos fue fructuoso. El último de los aparatos que empleó era un sonómetro direccional capaz de detectar la más mínima variación de sonido al otro lado de puertas y muros. Una vez acoplado mediante ventosas a la enorme puerta de acero, la lectura también resultó negativa.

-Si esta puerta da a un pasillo vacío, ninguno de los resultados será positivo y tendremos que elegir una puerta al azar -informó el técnico.

-Continuemos intentándolo. Mucho me temo que estas puertas van a costar bastante de abrir -dijo el jefe de los Alfa mirando al especialista en cerrajería que esperaba con una maleta y sus útiles, dispuesto a abrir la puerta que le indicaran.

Recorrieron otro de los pasillos con idéntico resultado negativo. Al intentarlo en el tercero, el sonómetro obtuvo unas ligeras variaciones. Amplificando la señal al máximo, pudieron distinguir unas voces al otro lado de la puerta. La elección estaba hecha.

-Esta -Fue la decisión del jefe de los Alfa-.Manos a la obra -le dijo al especialista justo antes de accionar las transmisiones para indicar a sus hombres que fueran al lugar para dar protección a los técnicos.

El cerrajero descartó a la vista de la puerta la apertura por taladro. Aquella medida podía ser efectiva pero las dimensiones de aquella colosal estructura de acero lo desaconsejaban por completo. El tiempo era el factor limitante.

Observó entonces el teclado e hizo unas anotaciones en una pequeña libreta. A continuación abrió la maleta y consultó los datos del modelo en un ordenador portátil. Al momento tuvo acceso al modelo exacto de teclado, su diagrama eléctrico y la placa que lo gestionaba. Con esos datos, comenzó a estudiar cómo abrir aquella cerradura electrónica. Toda cerradura, tiene su forma fácil y su forma difícil de apertura. Aquella era su máxima y él estaba perfectamente entrenado para diferenciar unas y otras. Su tiempo de trabajo lo dedicaba a abrir todo tipo de cerraduras, a estudiar todo tipo de diagramas electrónicos y mecánicos, y a alimentar las bases de datos con toda la información existente sobre la materia.

-No resistirá más de media hora -informó al jefe Alfa antes de verlo desaparecer por el pasillo.

-Yo aquí no pinto nada -dijo el especialista en explosivos-. Desconocemos el grosor de los muros, pero son muy sólidos. Realizar una voladura para sortear la puerta podría provocar que los escombros bloqueasen la entrada.

El jefe de Equipo ordenó la retirada de los técnicos hasta la bifurcación de los pasillos, donde podían esperar instrucciones y se dirigió a la superficie para informar de las novedades.

-Señora, el ejército nos ha marcado una zona donde se están emitiendo señales de radio sospechosas -indicó a Sarah uno de los operadores de comunicaciones-. Ya he marcado las coordenadas en el mapa.

En la pantalla aparecía un punto rojo en una zona boscosa a unos dos kilómetros de la entrada del búnker.

-Que destruyan inmediatamente esas antenas -ordenó Flynn. Al menos podía asegurarse que no habría enlace con los drones. Eso, al menos, limitaría cualquier ataque que no estuviese ya programado.

Apenas un minuto después un helicóptero militar armado con misiles, se acercaba la zona dispuesto a abrir fuego contra la instalación de antenas.

-Señora, informa el ejército que el helicóptero ha sido derribado por un misil portátil antes de poder abrir fuego. El mando de operaciones del ejército ha enviado un avión e infantería para reducir la resistencia armada en ese punto.

-Mierda -murmuró Sarah al escuchar las noticias-. Gracias.

Renasci había protegido las instalaciones de antenas más allá de lo previsto. Pensó que aquella no iba a ser una batalla sencilla de librar, pero La Agencia tenía todos los medios de su lado. En su contra jugaban el tiempo y aquel maldito escuadrón de drones.

A los pocos segundos, una gran deflagración iluminaba la noche. Un misil aire tierra, disparado desde un caza militar, había impactado contra las antenas repetidoras de Renasci.

Sarah pensó que aquello era una pequeña victoria. Echó un nuevo vistazo a la pantalla. El satélite se centraba sobre el centro de la ciudad pero la imagen no mostraba los drones, aunque las luces reflectoras apuntando al cielo que emitían los vehículos militares, le hizo saber que estaban allí mismo.

Sarah descolgó el teléfono cuando uno de sus operarios le informó del rumbo que seguían los drones.

-Dime -contestó Julius Grant desde el despacho de Thomas Scott.

-Julius, hemos trazado la nueva ruta que han adoptado los drones.

-¿Algún punto caliente? -preguntó Grant con inquietud.

-Sí, nosotros. Si no varían su rumbo, los drones sobrevolarán nuestras instalaciones en menos de veinte minutos.

A casi quince quilómetros de distancia, un grupo de diez grandes vehículos todo terreno emergían de la nada por unos grandes tubos de canalización de aguas subterráneas al cielo estrellado de Ontario. No llevaban las luces encendidas y sus conductores utilizaban visores nocturnos para no ser detectados por satélite. El camino de tierra que pisaban en su avance entre campos de cultivo, les llevaría hasta refugios seguros, a más de cincuenta kilómetros de donde se estaba produciendo la acción.

Momentos después, en otros dos puntos del mapa distantes entre sí, aparecían otros veinte vehículos con idénticas intenciones de desaparecer al abrigo de la noche.

La Agencia estaba amenazada de muerte mientras K contaba los minutos que le quedaban para dar al sistema ANE la orden de ataque global.

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Hola, ¿qué tal estáis amigos?

Quería deciros que en un par de días espero finalizar esta novela. No queda más que la resolución final pero todavía me pregunto qué pasará...

¡Permaneced atentos por si hubiese un segundo capítulo hoy!

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