70. Contacto


El primer objetivo había sido anulado. Los presentes no ocultaban su alegría. El murmullo era constante y las sonrisas contagiosas. Todo era felicidad en aquella sala. Renasci acababa de poner en marcha su primer ataque con éxito. Mis drones se habían convertido en un arma infalible. Aquella gente estaba loca.

Cuando los drones llegaron al lugar designado, pude ver cual era el objetivo. El aparcamiento de los coches de policía me dio el indicio. Kauffmann se había situado a mi lado. Programó cinco segundos de barridos de ondas y al momento, los drones ya volaban hacia un nuevo objetivo.

Fue limpio, rápido y silencioso. En ese tiempo, cinco vehículos quedaron parados en la autovía 44 que pasaba a pocos metros de la estación de policía.

El tiempo de vuelo previsto hasta el segundo de los puntos de ataque era de diez minutos y cuarenta y ocho segundos.

Al cabo de unos momentos, salió un hombre por la puerta acorazada de la izquierda de la sala, que permanecía abierta, y se acercó a toda prisa a Kauffmann. Tras unos segundos hablando en voz baja, todos pudimos saber qué estaba ocurriendo.

—Hermanos. Nuestro enemigo está a las puertas de estas instalaciones y van fuertemente armados. Nuestros objetivos se mantendrán inalterados. No obstante, os ruego que, por seguridad, os dirijáis esa puerta —dijo señalando la que estaba frente a mí—. Allí el personal de las instalaciones y el de seguridad os llevarán hasta un lugar donde podréis desaparecer con tranquilidad. No os preocupéis, os recuerdo que estas instalaciones fueron adaptadas precisamente para poder huir con seguridad llegado el caso. Ha llegado ese momento. Es un placer haberos visto de nuevo y espero veros pronto para celebrar un renacimiento lleno de esperanza.

El murmullo se intensificó mientras los presentes comenzaban a levantarse inquietos. Estaba claro que todos ellos querían ver cumplidos sus objetivos pero ninguno estaba dispuesto a exponerse a las consecuencias. Eran unos cobardes. Mi asco hacia ellos se incrementó.

La Agencia debía haber recibido mis mensajes. Me pareció increíble que hubiesen podido reaccionar tan rápido. Pensé en John y deseé con todas mis energías que estuviera lo más cerca posible. El miedo me atenazaba.

Por la puerta que había aparecido aquel tipo, comenzó a salir gente armada, los escoltas de todos los asistentes se movían rápido para atender a sus protegidos y pronto la sala se convirtió en un ir y venir de gente alterada. Un anciano tropezó y cayó de bruces en el pavimento. Yo celebré para mis adentros aquella caída y deseé que se hubiera descalabrado. Al momento, un hombre, probablemente su escolta, lo cogió en brazos y caminó con él hacia la puerta que se había abierto al fondo.

Miré hacia las dos puertas que quedaban cerradas. A mis espaldas estaba la que yo misma había cruzado al entrar a aquella sala. A mi derecha otra permanecía cerrada. Recordé que cuando había bajado las escaleras, habíamos encontrado cuatro pasillos iguales y me pregunté por cual habrían ido los hombres de La Agencia.

Después de que el último de los cobardes invitados a aquella fiesta de la destrucción hubo desaparecido junto con su respectivo gorila por la puerta, ésta permaneció abierta. No todos habían abandonado sus sillas. En el gran espacio que quedó permanecían tres hombres y una mujer sentados, además de Sanders, Kauffmann y Szczesny. El resto de la sala era un trasiego de al menos cien hombres y mujeres armados y uniformados como si fuesen militares.

—¿Por qué crees que nos han localizado tan pronto, Charlotte? —La voz de Kauffmann sonaba aterradora y amenazante cerca de mi oído.

—No lo sé, pero creo que deberíamos irnos de aquí cuanto antes —le dije atemorizada.

—De aquí no te vas a mover. Acabaremos lo que hemos venido a hacer.

—Ernest, estoy seguro que Charlotte no tiene nada que ver en esto. Han debido seguir a alguien de los que estaban aquí —dijo Sanders—. Apenas si hemos llegado hace un rato. Es imposible que nos hayan podido seguir a nosotros.

—Veremos —dijo Kauffmann desconfiado—. Mientras que esa puerta permanezca cerrada, aquí estamos a salvo. No creo que se esperen el recibimiento que les tenemos preparado —dijo señalando el muro de acero que sellaba la entrada por la que habíamos entrado. En las inmediaciones, un grupo de soldados estaban preparando la resistencia con una barrera de sacos terreros e instalando dos ametralladoras de grandes dimensiones a apenas diez metros de la puerta.

Deduje que los agentes de La Agencia, entre los que deseaba fervientemente que se encontrase John, estaban tras aquella puerta. Apenas a cincuenta metros de mi hombre, me sentí acorralada por Kauffmann que no me quitaba la vista de encima.

—Bien, continuemos con el plan —ordenó Kauffmann al individuo que le había informado sobre la presencia en el exterior del enemigo de Renasci. A un gesto suyo, el enorme y rapado guardaespaldas se puso a nuestro lado—. Si intenta algo, mátala —le ordenó en alemán con frialdad.

—Será un placer, Herr Kauffmann —contestó el enorme hombre.

—¡Vete a la mierda, Kauffmann! —le espeté aterrada—. Estoy aquí, estamos todos en esto ¿qué crees que podría hacer?

—No lo sé, pero no me fío de ti. Más te vale no intentar nada —me respondió con la misma frialdad habitual en él.

—¡Ernest...! —protestó Szczesny.

—¡Tú cállate! —le interrumpió Kauffmann—. Si esta mujer paga las consecuencias, tú serás el siguiente.

La cara de Szczesny quedó lívida al instante. Aquella amenaza contra su vida no la esperaba. No diré que me alegré de aquello, pero por fin el tonto de Szczesny Budny se enfrentaba a las consecuencias de la ignorancia de sus propios actos.

Pasó apenas un minuto cuando unos hombres entraron a la sala por la puerta de la izquierda. Arrastraban un carro idéntico al que estábamos para el ataque de drones. Pronto lo colocaron al lado del otro y lo conectaron a la red.

—Ya sabes lo que tienes que hacer, Charlotte. Es hora de demostrar tu compromiso con la causa —dijo Kauffmann—. Oliver, échame una mano, por favor —le pidió a Sanders, que se levantó inmediatamente de su asiento de observador.

Me puse manos a la obra para iniciar el sistema. Una nueva pantalla de acceso a la interfaz de ANE se mostró ante mí. Introduje los datos de acceso al sistema y pronto las pantallas mostraron la consola de comandos.

—El segundo objetivo ha caído —informó Kauffmann mientras manipulaba la otra consola—. He cambiado la prioridad del siguiente objetivo. Nos quedamos sin tiempo. Será alcanzado en menos de cuarenta minutos. El modo automático ya ha sido conectado. Nada frenará nuestro ataque —dijo con satisfacción tras programar un barrido de ondas de dos minutos.

Si las dos estaciones de policía habían caído en cinco segundos, aquel siguiente ataque debía ser contra un objetivo mucho más complejo. La única seguridad que se podía emplear contra barridos de ondas de baja intensidad era la de proteger los circuitos de los campos electromagnéticos. La resistencia aumentaba, pero no garantizaba en absoluto que el ataque de drones no pudiera doblegar cualquier instalación. Aumentar el tiempo del ataque, aseguraba un éxito total en cualquier caso.

Mientras Kauffmann anunciaba aquella mala noticia, el mapa correspondiente al enlace que se estaba estableciendo en el segundo terminal de ANE, mostró distintos puntos de todo globo donde, según mostraba la información del panel de control, un total de dos mil quinientos drones comenzaban a enlazar sus señales con ANE. Era un número ingente de máquinas voladoras con el potencial de inutilizar múltiples objetivos dispersos por todo el Mundo.

Se me heló la sangre y mi corazón se precipitó en un frenético latir cuando Kauffmann le echó un vistazo a la pantalla, sacó de su bolsillo la libreta que antes había utilizado para designarme los puntos y se puso a impartir instrucciones a Sanders y a mí.

—Programad la asistencia global de todos los drones. Cada grupo de cincuenta enlazará con su repetidor correspondiente. La infraestructura está lista para nuestro golpe de gracia. Toma, ahí lo tienes todo —dijo a Sanders largándole la libreta.

El sistema había sido diseñado para poder ejecutar distintas rutinas de mapeado del terreno a la vez. ANE era capaz de automatizar las labores de enlace de múltiples repetidores de señal y asignar automáticamente las labores a los grupos de drones que tuvieran que ejecutar cada instrucción. De este modo, solamente tenía que introducir las distintas coordenadas de los puntos y el sistema se encargaría de todo lo demás.

Conforme Sanders empezó a dictarme los objetivos, las luces se fueron encendiendo por todas partes en el mapa. Estados Unidos, Reino Unido, México, Alemania, Panamá, Australia, Colombia, China, Rusia, Brasil, Groenlandia, Chile, España... uno a uno, comenzaron a iluminarse los puntos geográficos que debían ser atacados por los drones. La lista era larga y no habíamos hecho más que empezar a designar los puntos. Sanders dictaba con prisa y yo trataba de equivocarme lo más posible para ralentizar el inicio de aquel ataque masivo. Tan pronto como me equivocaba, Sanders o el propio Kauffmann volvían a corregirme, aumentando la intranquilidad de este último. Era una cuerda floja que debía pisar con cautela.

Me temblaban las piernas, me temblaban los dedos y me sentía desfallecer. Un ataque a nivel global no estaba previsto. Tenía que ser una especie de broma de mal gusto, pero no lo era. Si La Agencia no conseguía entrar en el búnker, localizar el servidor y para todo aquello, no podría hacer nada por frenar el ataque. Aquellos hombres manejaban el sistema perfectamente.

Si llegado el momento debía iniciar el programa de ataque, tendría que tomar una decisión. En mi mente comenzó a formarse un plan, pero aquel solamente me llevaría a una muerte segura. ¿Salvar al mundo y morir al instante o ser testigo y participar en la destrucción de la vida humana? Traté de eliminar esos pensamientos de mi cabeza mientras continuaba agregando sistemáticamente los pares de coordenadas que me dictaba Sanders, pero no podía, eran más fuertes que yo, más importantes que mi propia existencia.

Me encomendé a cualquier fuerza divina o terrenal que pudiera poner freno a todo aquello.

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¿Un poquito más de tensión? Vale, en breve la tendréis.

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