63. A Vida o Muerte
Una vez más el terror colapsaba mis pensamientos. La sensación de estar completamente desprotegida me invadió. Pero no podía sentirme intimidada, porque eso podría suponer mi final y la incapacidad de hacer lo que debía.
—Señor Kauffmann, no creo que sea necesario que me amenace. No estoy juzgando sus razones, ni las de Renasci. Solamente pido tiempo para poder tomar una decisión —le dije.
—Charlotte, comprende que si hemos llegado hasta aquí, no podemos permitir que alguien que no esté con nosotros posea esta información. Debes tomar una decisión ahora.
Miré a aquellos dos hombres. No había nada visceral en la toma de decisiones. La mía estaba tomada desde que decidí aceptar el encargo de La Agencia. Ahora me estaban mostrando que harían cualquier cosa para evitar interferencias en sus planes.
—Acepto —dije en un hilo de voz—. Pero creo que debían saber que tengo unos principios éticos. Valores que están por encima de mí misma. Creo realmente que si todo es como ustedes dicen, este arma puede ayudar a crear un mundo mejor —mentí—. Pero también quiero que sepan que opino que algo así también puede acabar con todo lo que conocemos.
Oliver Sanders me miró con satisfacción. Ernest Kauffmann desentrelazó las manos y se apoyó cómodamente en el sillón.
—Celebro tu decisión, Charlotte —dijo éste último—. Creo que no nos hemos equivocado contigo, Szczesny supo elegir a la mejor profesional para la investigación y acertó cuando dijo que usted sería una persona comprometida con la causa. No obstante y antes de que podamos hacer planes, debe explicarnos qué pasó exactamente el día del secuestro. Necesitamos poder confiar que usted está realmente de nuestra parte.
—Le advierto una cosa —continuó Kauffmann—, conocemos ya la verdad. Una verdad que usted todavía no ha contado. Si estima en algo su vida, procure no olvidarse de nada.
Sus palabras golpearon mi mente con contundencia. Traté de imaginar qué podían saber de lo sucedido. Hice memoria de mi conversación con Szczesny y de los puntos que no mencioné en mi confesión. Un escalofrío de pánico recorrió mi cuerpo mientras asumía la situación. Si les decía que trabajaba para La Agencia, estaba acabada. Si les contaba la misma historia que a Szczesny y ellos sabían algo más, también tendría las horas contadas. "Verdades a medias", esa frase se repetía en mi mente una y otra vez, pero ahora mismo no sabía hasta dónde debía contar de toda la verdad.
No había opción, el paso estaba dado. Nadie me rescataría de aquella situación para la que todos los equipos de vigilancia de Sarah permanecían ciegos y sordos. Me enfrentaba a una decisión de vida o muerte. La soga pendía de la horca y yo caminaba en dirección a ella por el patíbulo.
—A Szczesny no le conté todo lo que sucedió. Hubo algunos detalles que preferí omitir.
—Bien, cuéntenos todo, desde el primer momento.
Comencé una vez más contar mi versión de los hechos, una versión real, aunque distorsionada en algunos pequeños aspectos. Les expliqué el primer contacto con el secuestrador y por qué accedí a sus pretensiones. Les revelé que había recibido mensajes y fotografías desde el teléfono de mi amiga Letty donde se la observaba con una bomba adherida al cuerpo. Les conté una versión completa y distorsionada lo menos posible sobre todo lo sucedido hasta que me dejaron en libertad.
—¿Por qué no nos contó ese detalle de que habían fingido el secuestro de su amiga? —preguntó Kauffmann — A Szczesny le dijo que habían amenazado a su familia y a sus seres queridos.
—¡Y así es! Letty Evans es una de las personas que más quiero en el mundo, pero no creí necesario contarle todo eso. La amenaza era la misma y me vi forzada a hacer lo que me pedían. Mi teléfono no funcionaba, creo que estaba pinchado. Es posible que todavía lo esté. Traté de pedir ayuda varias veces. Recuerdo que escribí una nota al taxista que me trajo hasta aquí, una nota de auxilio.
—¿Y qué es eso que le pidieron exactamente?
—Me pidieron que hiciera un clonado de mi disco duro —hice una pausa y observé la gran mesa de despacho en la que había estado realizando el clonado del disco duro de Sanders—. También me obligaron a clonar el suyo, señor Sanders.
—Cierto. Sabía que lo habías hecho, Charlotte. Lo sabemos todo, pero ¿por qué no me lo dijiste? Si tu teléfono estaba intervenido, podías haberle pasado una nota al vigilante o haberme dejado una a mí sobre la mesa del despacho.
—No lo pensé, lo siento señor. Estaba demasiado nerviosa. Tuve miedo de que cumplieran con sus amenazas. Sé que cometí varios delitos imperdonables y ahora sé lo que realmente quería aquella gente. Me mintieron primero haciéndose pasar por secuestradores y me mintieron después haciéndose pasar por policías. Lo siento de veras. Tuve mucho miedo de perder a mi amiga y después lo tuve de perder mi trabajo. Jamás he sufrido tanto terror y ahora lamento lo que hice y haber puesto en peligro todo.
—Yo también lo siento, Charlotte. Todos lo sentimos. Dime una cosa, ¿si hubieras sabido todo lo que ahora sabes, habrías hecho lo mismo?
Aquella pregunta era una encerrona. No podía contestar más que la verdad o mentir totalmente. Temí más la mentira que la consecuencia de la verdad.
—Creo que sí, señor Sanders. Cuando vi la fotografía de mi amiga con una bomba en su cuerpo, habría hecho cualquier cosa. ¿Qué habría hecho usted?
—Comprendo. A veces las decisiones más correctas no se pueden tomar. Pero nuestra causa es de absoluto compromiso y aquello por lo que luchamos es más grande que nosotros mismos. Usted misma lo podrá comprobar llegado el caso.
—Usted me ha pedido la verdad —me disculpé.
—Pero no nos ha dicho toda la verdad —me espetó Kauffmann.
La tensión se elevaba por momentos. Sabían más, pero no sabía hasta cuánto podían conocer. La Agencia me había asegurado que no sabían que yo trabajaba para ellos, pero pensé que si esa información ya la poseían, daba igual lo que dijera, porque estaría muerta ese mismo día. No podía ser.
—Si me permite terminar, les contaré lo que pasó después.
—Continúe, por favor —Kauffmann me observaba una vez más con su aspecto frío e inmutable.
—Cuando ya tuve los discos clonados, descargué en una unidad USB el contenido de los mensajes de WhatsApp y las fotografías que me había mandado el secuestrador. Pueden comprobarlo, estará en el primero de los cajones de mi escritorio.
—¿Uno como este? —dijo Sanders sacando del bolsillo de su chaqueta un dispositivo USB rotulado como "Letty Evans", el mismo en el que yo había guardado los datos del supuesto secuestro.
—Exactamente ese, señor. —Dije sin inmutarme. En aquel momento me alegré mucho de haber recordado aquella información.
—¿Alguna cosa más que debamos saber? —preguntó Kauffmann.
—Sí. Antes de irme a casa con los discos, envié un correo electrónico pidiendo ayuda. —No me atreví a ocultarlo.
Vi un casi imperceptible gesto de confirmación en Kauffmann.
—¿Y a quién envió ese mensaje?
Pensé en Smiley. Sabía que había desaparecido y que La Agencia no había sido capaz de localizarlo. Esperé que no hubiera sido interceptado por Renasci porque, si era así, es posible que estuviese en graves apuros. Me arrepentí de haber mandado aquel correo electrónico, pero no tenía alternativa.
—Se lo envié a David Brewster —dije mientras trataba de frenar el temblor de mis piernas.
—Es el ingeniero de la empresa, Ernest. Charlotte insistió en su contratación. Compañero de estudios si no recuerdo mal —dijo Sanders.
—Como ya te expliqué, Ernest, resultó ser un gran acierto su contrato. Es muy aplicado y quien se encarga de todas las cuestiones de la seguridad informática de nuestra red. Ya sabes, un hacker reconvertido en algo productivo.
—Comprendo. Así que Smiley es ese tal Brewster. ¿No es el mismo que desapareció el otro día?
Yo no había nombrado a Smiley. Estaba claro que sabían de la existencia del correo electrónico y que conocían de su desaparición.
—Sí. Pidió unos días de vacaciones de los que la empresa le debe. Con la excusa de que la señorita Charlotte no estaba en el país, me pareció un buen momento para concedérselas —explicó Sanders mientras abría el portafolios que estaba a su lado y sacaba de él un documento impreso del mensaje completo de socorro que me entregó.
Mi cara de estupefacción lo decía todo. Habían conseguido desencriptar el correo y sabían perfectamente quién era el destinatario.
—Es este mismo —confirmé sin pestañear.
—Curiosa forma de encriptado —afirmó Sanders—. ¿Sabía que el propio Brewster propuso en su momento que todos los ordenadores de la empresa incorporasen un software espía por si algún empleado se le ocurría filtrar información?
—No, no lo sabía —dije realmente consternada.
—Sin duda Brewster ha sido leal a esta empresa, pero ¿por qué le mandó el correo a él y no a otro, Charlotte? —Kauffmann preguntaba de forma directa.
—Pensé que era el más adecuado para averiguar qué estaba pasando. Mi teléfono no funcionaba y estaba segura que podían verme y oírme con él. Como dice el señor Sanders, antes de ser un excelente auditor de ciberseguridad, fue un hacker bastante conocido por sus habilidades. Además, si me pasaba algo, esperaba que él pudiera sacarlo a la luz y dar con los delincuentes.
—¿Ha tenido alguna noticia de él, Charlotte? ¿Contestó a su correo electrónico?
Acababa de saber que las actividades de los ordenadores de AESystems estaban monitorizadas. Yo misma había mandado un correo desde la empresa con mi cuenta personal y por tanto aquella gente tenía acceso a mi correo electrónico y probablemente a la clave de cifrado de nuestros correos. La pregunta era una trampa y solamente me quedaba responder con la verdad, desear que terminasen el interrogatorio y rezar porque Smiley estuviera bien escondido.
—Sí. Me mandó un correo de respuesta. Me dijo que había comprobado que mi teléfono estaba monitorizado, que alguien había atacado los sistemas informáticos de AESystems pero que sus contramedidas habían funcionado. También me dio a entender que iba a huir porque temía que alguien estuviese yendo a por él. Al parecer había descubierto algo importante.
—Bien, Charlotte. ¿Dónde está Brewster? —De nuevo Kauffmann preguntaba sin rodeos.
Recordé que la información sobre la tarjeta de felicitación no la tenía Renasci. Comprendí al momento que debía tratar de averiguar si ellos sabían algo de Smiley.
—No lo sé, pero supongo que estará en su casa.
Sanders sacó un nuevo papel con el correo electrónico de vuelta de Smiley y se lo pasó a Kauffmann, que me leyó el último párrafo.
—"No me mola lo que estoy viendo, así que hoy me he pirado de vacaciones a mi madriguera. Ya sabes dónde y cómo encontrarme. Ni mail ni teléfono, ok? Nadie sabe nada de todo esto. Paso de ir a la policía, son unos ineptos para estas cosas.", ¿cómo explica el contenido del mensaje?
——No lo sé, pero temo por él. Tal vez se haya visto obligado a huir forzado por alguien. Es posible que esa gente lo tenga secuestrado. Después de todo esto, creo que son capaces de cualquier cosa —dije tratando de ser convincente.
—Hace días que tratamos de localizarlo. —Sanders había retomado la palabra—. Necesitamos a Brewster de vuelta. Queremos saber qué es lo que cree haber descubierto.
—Si puedo hacer algo para ayudar, díganmelo. David Brewster es amigo mío. Pensé que estaría en su casa. Temo por él.
Se hizo el silencio mientras Kauffmann parecía meditar mis palabras.
—Sí, puede que nuestros amigos de Summa Omnium no debieron quedar satisfechos con sus explicaciones y están empeñados en seguir molestándonos. Es posible que su amigo esté siendo interrogado. Por fortuna, a sus hombres de negro les queda poco tiempo de poder seguir husmeando en nuestros asuntos.
Una vez más se miraron entre ellos, como si pudiesen comunicarse mediante telepatía. Al cabo de unos momentos, Kauffmann continuó.
—Creo que podemos dar por zanjado este asunto. Al menos de momento.
—Bienvenida Charlotte. Sabía que podíamos contar contigo —dijo Sanders con una gran sonrisa en la cara.
—Me alegro que esté todo aclarado. Siento todos los inconvenientes que he causado —respondí satisfecha.
—No se preocupe, tendrá tiempo de enmendarlos —dijo Kauffmann—. Bien, Charlotte, pasemos ahora a la parte práctica de nuestro objetivo. ¿Tendría usted inconveniente en viajar hoy mismo?
—¿Hoy mismo? Acabo de volver de un viaje . Preferiría descansar un poco. Pero mañana claro que podría—me excusé tratando de ganar tiempo.
—Creo que no me ha entendido. No es una sugerencia. Está claro que el señor Oliver y Budny confían en usted, por respeto a ellos, yo lo voy a hacer también, al menos de momento. La decisión ya está tomada. Alguien la acompañará ahora a su casa, cogerá el pasaporte y vendrá inmediatamente al aeropuerto. Allí la esperaremos en mi jet privado. Viajaremos hoy todos. —Su tono imperativo no admitía réplica.
—¿Puedo saber a dónde al menos?
—Claro, en cuanto lleguemos lo sabrá —sentencióKauffmann.
———————
¡Bueno, bueno, bueno! ¿Os apetece hacer otro viajecito?
¡Felizlunes!
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