53. Visita esperada

Desperté entre sudores por una pesadilla. Me había visto rodeada de personas vestidas con túnicas de color burdeos. Lucían máscaras y me señalaban con el dedo mientras formaban un círculo a mi alrededor. Estaba en un espacio oscuro, sin paredes, encogida en el suelo y desnuda, tratando de proteger mis oídos de los acusadores sonidos que emitían aquellas máscaras sin boca. De repente, las túnicas se habían caído todas de golpe, dejando al descubierto esqueletos vivos que se abalanzaban sobre mí, comenzando a devorarme.

—¿Qué te pasa Charlotte? —me preguntó J que dormía a mi lado en la fabulosa cama de aquella suite del Bristol.

—Nada, solamente era un sueño. Una pesadilla.

Eran las seis de la mañana, pero ya no podría volver a dormir. Me levanté de la cama y me fui al baño a darme una ducha. John se levantó instantes después para abrazarme y tranquilizarme.

—¿Estás bien? —susurró.

—Tengo miedo —le dije también en un susurro mientras el agua caliente de la ducha salpicaba mi piel.

—Todo va a ir bien, estoy contigo, cariño. —Sus palabras me consolaron.

La experiencia de la noche anterior, jugando a los espías con Szczesny, me había dejado completamente agotada. Después del subidón de adrenalina, había entrado en un estado de cansancio absoluto. Mi mente no dejaba de cuestionarse una y otra vez las palabras que le había dirigido a mi ex. Necesitaba saber si había funcionado toda aquella manipulación.

Tras una ducha reconfortante, decidimos salir a desayunar. La noche de antes había bebido y no había comido nada, y mis tripas se quejaban por el maltrato al que las tenía sometidas en los últimos días.

Camino del hospital, paramos en un bar donde pude pedir barszcz czerwony, una sopa típica de Polonia hecha con remolacha, verduras y crema agria, acompañados por raviolis. Estaba deliciosa.

—Si no fuese porque te conozco, diría que eres un vampiro que está devorando los restos de su última víctima —rio atónito al verme devorar aquel plato de un rojo púrpura.

—Estoy famélica. Anda guapo, sé útil y pídeme un café —dije bromeando sin dejar de comer compulsivamente.

—Estás muy nerviosa, Charlotte. Todo va a ir bien —observó con tranquilidad. Él ya había terminado su desayuno: un café con tostadas. Pero pidió otros dos para acompañarme.

No había nadie en el bar salvo nosotros y el camarero, así que, al abrigo de esos momentos en los que podíamos expresarnos sin el miedo a que pudieran escucharnos, pudimos charlar sobre lo acontecido el día de antes y repasamos los siguientes pasos a tomar. Debía esperar que Szczesny se pusiera en contacto conmigo, para bien o para mal. La apuesta ya estaba hecha y no había mucho más que argumentar. Hablamos también sobre Smiley y de qué era capaz. Sin duda era necesario que La Agencia diese con él antes de que, tratando de ayudarme, pudiera poner en peligro mi labor o incluso su propia vida.

—¿Qué ocurre cuando alguien sigue a quien te está siguiendo? —le pregunté a John.

—Ocurre que todo se convierte en un lío por ver quién logra seguir al otro —me explicó—. "Videre sine visum" —expresó en latín—, ver sin ser visto, esa es la máxima de un seguimiento. En nuestro caso no creo que se crucen nuestros equipos de vigilancia con los de Renasci porque nuestro seguimiento es a distancia. Por un lado, La Agencia tiene controlado tu teléfono y por lo tanto, puede seguirnos discretamente por la señal de tu GPS. Además, puede escucharnos en todo momento, me dijo señalando el teléfono que reposaba en la mesa.

—Pero entonces Renasci puede hacer lo mismo.

—Así es —confirmó J—. Ellos, además de los micrófonos, también han podido instalar una baliza GPS en el coche. Aunque La Agencia lo supiera, no la quitaría. Si lo hiciera, estarían delatando su interés por ti. Es una guerra de contraespionaje, casi un juego. Unos siguen a otros, pero nadie parece saber nada para que el enemigo no sepa que lo saben.

—¿Y crees que es bueno o es malo que nos estén siguiendo ahora mismo?

—¿Lo están? —preguntó John interesando.

—No he visto nada, pero si Renasci está interesado en mí, que lo está, sería de esperar, ¿no? —Mi deducción parecía de toda lógica.

—Yo tampoco he visto nada, pero si nos siguen y no nos han quitado ya de en medio —dijo John pasándose el dedo por el cuello como si estuviera cortándoselo—, es buena señal. O eso, o que puedan estar demorando ese momento hasta que tengan control sobre de qué lado estás realmente.

—¿Y qué pasaría si yo perdiera esto? —pregunté señalándole el teléfono.

—La Agencia tendría que usar otros medios, como la vigilancia con medios humanos. El ABC del seguimiento, tal y como te expliqué, consiste en combinar medios técnicos y humanos para poder controlar las actividades de un objetivo. Es como se ha hecho siempre hasta que llegaron estas tecnologías.

—¿O por satélite? —pregunté curiosa.

—También, claro... Aunque hasta donde yo llego, la vigilancia por satélite no es tan sencilla como lo pintan en las películas, requiere que algún satélite esté permanentemente en la zona de barrido adecuada. Además, un satélite no puede más que observar desde arriba. Si la persona que está siendo seguida, se pusiese bajo techo, por ejemplo, y después apareciese por otro lugar con una prenda de cabeza, el satélite ya no serviría para nada. De todas formas, siempre tiene que haber personas cerca, por si aparecen los problemas.

Me estaba aficionando a averiguar cosas sobre cómo trabajan los servicios de inteligencia y John era un buen conocedor de sus técnicas. Tal y como me había explicado, si conocía cómo trabajan, podía saber también cómo despistarlos.

Después de pagar unos pocos Zlotys por el reconfortante desayuno, nos subimos de nuevo al coche y tomé una ruta larga hasta el hospital mientras le explicaba a J. con todo lujo de detalles los monumentos y edificios por lo que pasábamos. La sensación de que no íbamos a poder hacer turismo como una pareja normal era cada vez más intensa.

Encontramos a mi tío levantado. Mi tía despertó al momento de irse mi tío a desayunar. Estuvimos hablando un par de horas con ellos sobre temas banales: cómo nos habíamos conocido, dónde, por qué no sabían nada de nuestra relación y nuestros planes de futuro como pareja, cómo vivíamos, dónde, etc. Hablamos también de mi trabajo en AESystems, les conté que estaba muy bien en la empresa, les hablé de mi jefe, de mi compañeros de trabajo y de que me encontraba muy a gusto allí, pero también les dije que estaba pensando seriamente dejar aquel trabajo porque me estresaba mucho y quería emprender una vida más tranquila con John en algún otro lugar lejos de la gran urbe.

Sabíamos que toda aquella conversación estaba siendo captada por los micrófonos que Renasci había colocado en la habitación, así que tratamos de jugar un papel convincente en todas las explicaciones.

Sobre las 10 de la mañana apareció Budny en la habitación.

—¡Hola Szczesny! —le dijo John efusivamente mientras le alargaba la mano. Se suponía que él no sabía nada de lo sucedido la noche anterior y debía mantener esa misma coartada.

—Hola, chicos. Solamente pasaba a saludar a tus tíos —se disculpó.

—Pero no te quedes ahí muchacho, ¡pasa! —exclamó mi tío.

Szczesny me miró y pasó al interior de la habitación. Saludó a mi tía y a mi tío y preguntó muy formal por el resultado de la operación. Tras un rato de charla, John inició una conversación con mi tío sobre pesca y Szczesny aprovechó para hablarme en voz baja.

—Charlotte. Siento mucho lo que sucedió anoche. Siento mucho lo que ha pasado entre nosotros.

—No es el momento, Szczesny —le increpé sin que me escucharan los demás.

—Necesito hablar contigo y tú necesitas escuchar lo que te tengo que decir —giró su vista sobre zona de la cama, donde John hacía animosos aspavientos como si estuviese luchando con un tiburón enganchado a su anzuelo. Mis tíos reían mientras escuchaban atentos su historia—. ¿Qué tal si nos tomamos un café?

El momento había llegado y yo lo sabía. La tensión provocada por la adrenalina volvió a invadir mi cuerpo. Debía ir con aquel hombre y escuchar lo que tuviese que decirme, pero no quería parecer interesada.

—Ya he tomado café, gracias —le espeté con sequedad.

—Acompáñame, por favor. Es muy importante.

Miré a John. En esos momentos parecía estar destripando al gran tiburón. Mi tío reía sin parar y mi tía no dejaba de prestarle atención con una maravillosa sonrisa en la cara. John era el perfecto yerno, el perfecto novio, un hombre capaz de entretener a cualquiera que lo escuchase. Caía bien a todo el mundo. Me sentí muy orgullosa de él.

Tras dudar por un segundo, tomé la decisión.

—John, cariño. Voy a tomar un café con Szczesny. Estamos en la cafetería de abajo —le indiqué.

—Claro, claro. Yo me quedo aquí un rato más si no te importa —me dijo sin apenas girarse—. ¿Sabías que tu tío es un experto pescador de salmones?

—Sí, lo sé —le dije—. Deberías ir con él a pescar un día. Creo que sería estupendo y así podríais conoceros mejor.

De este modo, abandoné la habitación para enfrentarme, una vez más, al inexplorado paisaje de mi destino. Con el corazón en un puño y jugando mi papel lo mejor que sabía, estaba a punto de recibir unas informaciones que me harían cambiar mi percepción de Renasci, de La Agencia y el curso de los acontecimientos.

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Permaneced atentos, porque el siguiente capítulo va a ser muy importante en lo que suceda de aquí en adelante.

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