50. La Presa
Me había convertido en una mujer fuerte y valiente. Acababa de darle un puñetazo con todas mis ganas a mi exnovio y me dolía la mano. Pensé que John debería enseñarme alguno de sus trucos.
Mientras cruzaba la calle sin mirar atrás cerré los ojos con fuerza. No había lágrimas en ellos, sino unas inmensas ganas de gritar como una loca.
La adrenalina recorría todo mi cuerpo. Notaba mis músculos en tensión. Cada paso que daba, seguro, con fuerza, resonaba en mi cerebro también mientras visualizaba la escena de todo lo que había ocurrido en el local con el máximo detalle. Apenas me quedaban veinte metros para llegar a la puerta del hotel cuando alguien agarró mi brazo desde atrás.
—Charlotte, por favor. —Szczesny me miraba atónito. Ese golpe no se lo esperaba.
—¡Quítate de en medio! —Me deshice de su mano para continuar mi camino.
—¡Escúchame! ¡Dame un momento, joder! —me suplicó.
Paré mis pasos y giré mi cuerpo, cruzando los brazos sobre mi pecho. Observé a aquel hombre. Sus hombros estaban caídos y su mirada no se levantaba hasta la mía. Con una mano se frotaba el pómulo, seguramente le había dado ahí. Lo vi claro. Había logrado ponerlo a Szczesny en la posición que yo necesitaba. Una posición de sumisión, de tener que ser él quien diese explicaciones y no yo quien tuviese que defenderse de él, de justificar mis acciones o de pedir disculpas.
—¿Qué coño quieres? Déjame en paz Szczesny Budny —le dije remarcando su nombre—. Me voy a dormir.
Szczesny me veía como una mujer herida y despechada, dolida y atemorizada. Su instinto masculino le pedía a gritos protegerme y resolver el conflicto cuya culpa yo le había atribuido. Su hombría, humillada por un golpe, le producía una admiración hacia mí solamente propia de quien se somete a su amo.
—Quiero hablar contigo Charlotte, por favor. No te vayas sin escuchar mi versión y mis explicaciones. Te lo debo y me lo debo a mí mismo.
Le acababa de atacar en sus debilidades, donde más duele, en el corazón. Mi tía me había dicho horas antes que él seguía enamorado de mí. La carta a Oliver Sanders pidiéndole que me cuidara. Conocer su personalidad, sus sentimientos hacia mí y sus emociones me habían colocado en una delicada posición de ventaja. Había preparado perfectamente la operación de HUMINT, primero con Grant y Flynn, y después con John. Estaba surgiendo el efecto deseado.
—No quiero oír tus explicaciones. Eres un cabrón, ¿lo sabías? Me abandonaste Szczesny, y después no supe más de ti.
—No te abandoné Charlotte, no lo hice, escúchame por favor.
—Yo confiaba en ti. Yo te amaba. Habría ido contigo a cualquier sitio. Habría hecho contigo cualquier cosa.
—Lo sé, pero no quería que te vieras mezclada en esto. No así al menos.
—Llegas tarde Szczesny, el fin de semana han sido los peores día de mi vida y, desde entonces, no puedo dormir. Tengo miedo. Temía tu respuesta. Temía que confirmases lo que aquellos malnacidos me habían dicho, pero no. ¿Desde cuándo conoces a Sanders? —le increpé.
—En realidad no conozco a Sanders, Charlotte —dijo en voz baja Szczesny—. No lo conozco... personalmente.
—No entiendo una mierda de todo esto, pero no quiero saber nada. Haz tu vida y déjame tranquila. Mañana mismo presentaré mi dimisión de AESystems.
—¡No hagas eso Charlotte, por favor!
—Ya está decidido y tranquilo, no me volverás a ver el pelo. Tengo capacidad de sobra por mí misma para buscarme la vida, un buen empleo y una vida alejada de tus mentiras y manipulaciones Szczesny Budny. —Lo nombraba por su nombre continuamente, a veces su apellido. Tal y como me habían explicado, eso ahondaba más en su subconsciente, incrementando más todavía sus sentimientos de culpa.
—Charlotte, esos hombres que te secuestraron...
—¿Qué les pasa? No tengo ninguna intención de hablar con ellos más, puedes estar tranquilo.
—No es eso. Esos hombres no te contaron la verdad.
—¿Qué quieres decir? No me cuentes estupideces. Me enseñaron tus fotos. Tú has confirmado que tienes algún tipo de relación con Sanders. No has negado que estéis metidos en cualquier cosa, aunque me extraña de ese hombre... no lo veo haciendo pintadas, talando postes de luz o saboteando centrales nucleares o lo que sea que hagas. Es una persona amable y respetable, sus círculos no son radicales, es un filántropo y no un cabreado con la existencia como tú —le espeté de malas maneras.
—Todo esto va más allá que sabotear centrales nucleares. Todos somos peones en un gran tablero de ajedrez —me dijo mirándome con aquellos preciosos ojos grises. Su mirada era sincera y habría apostado mi vida a que se estaba abriendo a mí.
—De verdad que no me interesan tus juegos ni tus acertijos, Szczesny. Yo no formo parte de ningún tablero, no me manipules —le acusé.
—Tú también estás en esto, te guste o no te guste. Yo no te he metido. Te han metido ellos... y ahora se ha abierto la caja de Pandora.
—¿De qué me estás hablando? Yo no he hecho nada. Me secuestraron y me amenazaron. Hice lo que cualquier habría hecho: obedecer.
—Charlotte, por favor, debes escucharme. Yo no haría nada que te perjudicase.
—Déjame en paz, Szczesny. Me voy a dormir —le dije mientras me daba la vuelta y me encaminaba a la puerta del hotel.
—¡Charlotte joder! —Szczesny estaba perdiendo los nervios.
—Paso de ti, eres un cabrón mentiroso. Hoy no estoy para rollos —le dije mientras continuaba andando y dejando atrás a Budny con la palabra en la boca.
Al atravesar la acristalada puerta del hotel Bristol, respiré profundamente y comencé a subir los peldaños de la enorme escalinata con orgullo de mí misma.
La trampa se había cerrado y la presa estaba en mi poder. Ahora solamente tenía que esperar acontecimientos.
Al entrar en la suite, encontré a John muy serio, aunque cómodamente sentado en el sofá. En su mano derecha sostenía una copa. Sobre sus rodillas descansaba mi ordenador portátil, con el teléfono conectado a él, seguramente para obtener una conexión de Internet libre de posibles intercepciones.
Sus ojos se dirigieron a mí. Al ver mi sonrisa triunfal, su cara se relajó y sonrió. Dejó el portátil y la copa sobre la mesita y el aire se llenó de química.
—¿Cómo va tu migraña, cariño? —le dije sin disimular mi triunfo en la cara.
—Estoy un poco mejor ya, morenita. ¿Cómo lo has pasado con Szczesny? —sus palabras sonaban pesadas, pero su sonrisa decía todo lo contrario.
—Bien, nos hemos tomado una copa y nos hemos puesto al día de nuestras cosas.
—¿Te ha acompañado como me prometió?
—Por supuesto John. Szczesny es un caballero de muy buenos modales.
—Así me gusta. No quisiera tener que hacerle daño. Me cae bien ese tipo, aunque no me guste que estéis a solas tú y él —me dijo entrecerrando los ojos.
John me cogió por la cintura y me levantó, después deslizó mi cuerpo hasta que su boca y la mía se encontraron para unirse en un abrazo perfecto.
No había palabras, las que debíamos pronunciar ambos, ya las habíamos dicho, así debía ser. El éxito de mi sencilla pero perfectamente orquestada operación de Inteligencia Humana daría sus frutos. O al menos era lo que todos esperábamos.
Cuando nos hubimos degustado mutuamente lo suficiente como para recordarnos el sabor de nuestras bocas, mis manos buscaron los botones de su camisa. Mi cuerpo ardía en deseo. La adrenalina me hacía necesitar a aquel hombre de una forma furiosa y lo necesitaba en ese momento.
John me paró con un gesto, me tomó de la mano y me llevó hasta el sofá. Sin hablar conmigo, me sentó frente a la pantalla del portátil. En ella se mostraba un correo electrónico. Era de mi amigo y compañero de trabajo David Brewster.
Toda mi atención hacia John desapareció y se transformó en tensión y miedo. Ni Samson, ni Grant ni Flynn, me habían preguntado acerca del correo de auxilio que yo le había mandado a Smiley y yo había olvidado por completo aquel detalle. Me puse en tensión.
Recordé el contenido de mi mensaje a Smiley como si lo hubiera escrito ayer mismo. Le decía que mi teléfono estaba hackeado, que Letty había sido secuestrada y me amenazaban con matarla, que había clonado mi ordenador y el de Oliver Sanders y que tenía la orden de ir a mi casa, donde recibiría más instrucciones. Aquel mensaje de socorro había sido claro, pero cuando lo escribí me faltaban argumentos, pues yo misma no sabía lo que estaba pasando en realidad.
Nunca debí haber mandado aquel correo y ahora Smiley podía haberse puesto en una situación de peligro por mi culpa.
La Agencia debía saber que yo había mandado aquel mensaje. Tenían controlado mi ordenador y por lo tanto cualquier actividad de mi correo electrónico.
—¿Les ha pasado inadvertido? —pensé por un momento—. Imposible. Nadie manda un correo electrónico personal a un amigo el día y la hora a la que está siendo extorsionado si no es para pedir auxilio. No me dijeron nada ni Julius ni Sarah. Me siguen probando —deduje.
"De: SmileyV
Para: Charlotte White
Querida, te puedes creer que no recuerdo nada de aquella noche? Supongo que no le pedirías el teléfono también, eso me habría venido fenomenal!
Te mando una que hice el otro día. quería tu opinión de Nikonista pro para que me reconozcas el mérito y te pliegues a la evidencia. Soy mejor que tú haciendo fotos.
Besos de Smiley. Elige tú dónde los quieres
;)"
Miré a J preocupada y enarcó las cejas con ignorancia. Yo le había dado la contraseña de mi ordenador y habíamos acordado que podía usarlo sin restricciones, incluyendo revisar mi correo por si se producía algún tipo de comunicación para K. Me urgía entregarme en cuerpo y alma a John, pero más importante era eso. Lo pensé un momento antes de descargar la fotografía adjunta para pasarla por el programa de esteganografía bajo la atenta y curiosa mirada de John.
Introduje la contraseña del archivo oculto según nuestro código secreto "Q?S!T.q.S.B.Es;) 1337 5m|13Ψ\/" y leí el contenido del mensaje.
——————
¿Qué tal estáis? Yo emocionado, se va acercando el final de esta novela. Aunque todavía queda bastante, creo que la tendré terminada en un par de semanas.
Hoy os dejo en el aire unas preguntas, por si alguien se las pregunta:
¿Qué pasará con Szczesny, Charlotte y Renasci?
¿Qué creéis que puede contener el mensaje de Smiley?
¿Cómo reaccionará La Agencia a todo esto?
¿Habrá tiros en esta novela?
¡Os espero muy pronto!
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