44. Preparativos

Desperté renovada. Eran casi las once de la mañana y John no estaba a mi lado, pero el olor a tostadas y café recién hecho, delató su presencia en la cocina.

—¿Será así toda la vida? —le dije al abrazarlo y ponerme de puntillas para besarle en la nuca.

Me devolvió el abrazo y me besó con devoción. Saboreé su boca, era un comienzo del día maravilloso. Mis sentidos de nuevo se despertaban y volvían a hacerlo con el mismo ángel de hacía tan sólo 4 días a mi lado. Un ángel guardián, mi protector, mi amante, mi novio. Mi vida había cambiado radicalmente y, sin embargo, era como si el tiempo se hubiese detenido para disfrutar de su compañía. Todo había salido perfecto.

—Charlotte, la vida de un espía está llena de breves momentos. Hoy despiertas conmigo, pero tal vez mañana tendrías que seducir a un exnovio para salvar al mundo —John me miraba con sus ojos profundos y oscuros. Su flequillo caía lánguido sobre sus ojos. Su torso, fuerte y grande asemejaba un muro enorme por el que trepar para refugiarse de cualquier mal. Pero su tono esperaba una respuesta que no estaba seguro de querer escuchar.

—No pienso hacer tal cosa. Para eso te tengo a ti, agente J, para que puedas ser mi novio formal y que a nadie se le ocurra acercarse a menos de un metro de mí.

Reímos mientras desayunábamos. El café, aunque era el mismo de todos los días, estaba delicioso a su lado. Me daba la sensación de estar flotando en una nube. Hablamos de su paso por la academia de espionaje, así como de sus misiones en Operaciones Especiales del ejército británico.

Me prometió que permanecería a mi lado todo el tiempo y que no permitiría que me pasase nada malo. Yo le creí a pies juntillas. Después llegó el momento de comenzar nuestra nueva vida juntos.

Hablamos de nuestra cobertura como pareja. Aprendí mucho de John cuando me explicó cómo montar una coartada creíble y hacerlo sin faltar a la verdad, aportando incluso detalles para que resultase sólida.

Me contó que, además de su trabajo, había conseguido abrir un pequeño gimnasio en Southampton en el que enseñaba Grappling y defensa personal para mujeres, especialmente víctimas de violencia machista. Así es que aquel sería su trabajo habitual, que además le permitía salir del país en ocasiones para dar cursillos en otros lugares. Me contó otros detalles de su vida importantes, que me fueran sencillos de recordar. Los nombres y descripción de sus dos mejores amigos y su pasado. Todo debía estar bien atado.

—¿No quieres que Julius o Sarah te indiquen nada de lo que hay que hacer?

Había recordado el ofrecimiento de ambos, pero John se negó en redondo a reunirse con ninguno de ellos.

—No los necesitamos. Tú tienes claros los objetivos y ya me los has contado. Yo tengo claro quién eres y qué necesitas de mí. No hacen falta reuniones con burócratas —aseguró.

—¿Tienes pasaporte John?

—Sí tengo, pero en casa.

—Por cierto, ¿dónde vives? —apenas sabía nada de ese hombre aparte de que era un maravilloso amante.

—En Southampton.

Acordamos que desde ese momento, llevábamos saliendo juntos seis meses. Nos conocimos en Londres, en el mismo pub que yo frecuentaba el día de San Jorge, patrón de Inglaterra, el 23 de abril. Tras unas copas charlando, yo había arreglado su coche. Después nos habíamos enamorado. No vivíamos juntos, pero a menudo él se desplazaba a Londres para pasar un par de días conmigo.

Decidimos que apenas habíamos viajado juntos, si bien, sí que habíamos hecho un viaje de turismo rural por Irlanda del Norte por lugares que ambos conocíamos bien: la ciudad de Belfast con sus maravillosos rincones, la calzada de los gigantes con sus colosales vistas, el puente colgante de Carrick-a-rede rope bridge y otros lugares típicos de la zona.

Tras hablar de él sobre los detalles de nuestra vida, me sentí más protegida y segura. El resto de detalles sobre nuestras vidas juntos y por separado, lo iríamos detallando durante el resto del día y de los siguientes.

—Tengo ganas de presentarte a mis tíos. Ya sabes que fueron como mis padres desde lo del accidente.

—Tengo ganas de conocerlos —me dijo sonriente.

—Debería ponerme a mirar vuelos. ¿Cuándo te viene bien que salgamos?

—Por mi podemos salir hoy mismo si quieres. Solamente necesito lavar algo de ropa. La tengo en la maleta, dentro del coche.

—¿Lavar tu ropa? No. Tengo una mejor idea —le dije sin detallarle mis intenciones.

Después del desayuno me metí en Internet para buscar unos pasajes de avión.

—De acuerdo, vayamos a tu casa, ¿qué te parece?

—¿Ahora?

—¿Prefieres esperar a que se acabe el mundo? —reí.

Adquirí los primeros pasajes que encontré disponibles para el día siguiente, desde el aeropuerto de Heathrow en Londres hasta el Fréderic Chopin de Varsovia, con British Airways. Después de rellenar los datos de los pasajeros. John permanecía atento a mi lado.

—¿"Business Class"? —me preguntó al ver que seleccionaba la casilla para las clases preferentes del vuelo.

—Paga La Agencia —le dije encogiéndome de hombros—. Si el mundo se va a acabar, pienso gastarme un buen dinero mientras tanto.

Nos reímos mucho con el comentario y continué buscando y reservando.

—¿Qué coche te gusta? —En la pantalla se encontraban distintos modelos para alquiler sin conductor.

—Un Maserati estaría bien —dijo travieso—. Pero no veo ninguno ahí.

—Creo que esas cosas se reservan en otro tipo de páginas. Pero si quieres un Maserati, no tengo más que hablarle a mi teléfono, que es muy listo y seguro que nos consigue uno. ¿De qué color lo quieres? —le dije a J guiñándole el ojo como él solía hacer conmigo.

Nunca había pensado que reservar un vuelo, coche y hotel, fuera tan divertido. De hecho siempre me había parecido algo realmente tedioso, pero con aquel hombre a mi lado, todo se convertía en una fiesta. Cada sonrisa que me provocaba y cada pestañeo de sus ojos, me enamoraban más. John era divertido y ocurrente por naturaleza. Era genial estar a su lado.

Después de reservar un coche de gama media—alta, elegí un hotel. Siempre había querido alojarme en el Bristol, un lugar de lujo con una fachada imponente y unas habitaciones de ensueño.

—¿Cuántos días estaremos?

—No lo sé. Pon ahí una semana. ¿Quién sabe? Tal vez acabemos rápido el trabajito y podamos disfrutar de tu tierra de adopción —me dijo John.

—De acuerdo. De todas formas, creo que ya que somos novios, tendré que enseñarte la ciudad de todas formas, ¿no?

—Agente K, es usted una chica espabilada. Creo que me voy a quedar contigo definitivamente.

—Agente J, creo que es usted un chico listo. Sin duda es la mejor opción que puede elegir.

Después de hacer las reservas, llamé a mi tío para confirmarle mi llegada.

—¡Hola cariño!

—Hola, ¿cómo está la tía? —le pregunté a mi tío, Aleksander Górka.

—Bien, bien. Ya la conoces, no puede quedarse quieta ni un momento.

—Eso es buena señal, tío. Te llamaba para decirte que el jueves estaré allí.

—Esa es una buena noticia. Le darás una gran alegría a tu tía.

—¿A qué hora la operan?

—No lo sabemos, pero por la mañana.

—No sé si nos dará tiempo a llegar, espero que sí. Llegamos a eso de las 10 de la mañana.

—¿Nos?, ¿llegamos?, ¿con quién vienes?

—Voy con John, mi novio —le dije feliz de poder transmitir al hombre más bondadoso que conocía mi nuevo estado.

—¡Pero qué me dices! ¿Te has echado novio? —Mi tío estaba contento con la noticia—. Espera, que tu tía quiere hablar contigo —me dijo mientras me pasaba el teléfono.

—¡Hola Charlotte! ¿He oído que tienes novio? Tu tío no me deja ni hablar contigo.

—Sí tía. Vamos a ir a verte. El jueves estaremos allí.

Hablamos durante un rato más. La noté en buen estado, pese a sus achaques. Me moría de ganas por verles.

Después de hacer el amor una vez más en la ducha, nos vestimos y nos dispusimos a salir.

—A la vuelta haré las maletas —le dije a John mientras salíamos del piso.

—¿Dónde se supone que vamos?

—A cambiar tu aspecto. No tienes ninguna pinta de ser mi novio —le dije divertida.

—¿Cómo? Voy muy aseado y bien vestido —se defendió mientras se miraba de arriba abajo.

—He pensado en comprar unos "trapitos". Así que no te quejes y vámonos —le dije tirándole de la manga de la chaqueta de pana gris que llevaba.

—¿Pretendes ponerme cofia y delantal? —sonrió.

—No creo que sea necesario si te portas bien. ¡Venga! —me quejé exageradamente mientras John se hacía el remolón.

Tras coger un taxi, el resto de la mañana lo pasamos de maratón de compras por las tiendas de Oxford Street. Cuando John empezó a mostrar síntomas de cansancio propio de los hombres de compras, comimos en el primer restaurante que encontramos y regresamos a casa con las bolsas.

Tenía al hombre de mi vida y llevaba ropa y complementos suficientes como para no tener que preocuparme de qué ponerme en muchos días. John no se había quedado tampoco sin nada y accedió a que le comprara camisas, pantalones, un abrigo decente y un par de chaquetas.

—Has aguantado como un campeón —le dije cuando hubimos descargado toda la compra.

—¡Alguien tenía que cargar con todo esto! —me dijo frotándose los brazos.

—Pues ahora, vámonos a tu casa.

Decidimos dejar su coche, coger el mío y viajar la hora y media que nos llevaría llegar hasta Southampton.

——————

Hoy no hay mucho que decir sobre La Espía.

Si acaso me gustaría comentaros que anoche terminé (por fin) La Extraterrestre: Infiltrada en el Instituto y estoy subiendo los Capítulos Perdidos de La Extraterrestre (en una novela aparte).

¿Habéis visto ya Sándwich de Dragón versión Cómic?

Pronto espero tener otras obras en marcha. La verdad es que me gusta esto de escribir...


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