37. Reunión

Después de mirarme por última vez al espejo y asegurarme que estaba guapa, abrí la puerta de casa para reunirme con Grant.

Al salir del apartamento me quedé un rato mirando hacia la calle. A izquierda y derecha no fui capaz de detectar ningún tipo de vigilancia, aunque sabía que seguramente la habría. Había visto en las películas que los vigilantes solían disfrazarse de barrenderos, parejas de enamorados o gente que pasea carritos de bebé. En realidad cualquiera de las personas que circulaban ese martes por la calle, podía haber sido un agente de la organización.

—Se habrán vestido de farola —pensé mientras me dirigía a por mi coche y me olvidaba del tema.

Al llegar a Dacre St. pulsé el botón de apertura del mando a distancia que Grant me había dado el día anterior. Las puertas se abrieron suavemente y metí el coche hasta el garaje, aparcando al lado de la puerta por la que el sábado noche había entrado acompañada de aquellos supuestos policías. Por un momento me estremecí cuando pasé por delante de las puertas blancas que debía cruzar para acceder al vestíbulo donde se encontraba el ascensor que me llevaría a lo que ya había determinado que llamaría piso franco mientras nadie me dijera lo contrario.

Llegué frente a la puerta en la que el agente Samson me había interrogado por primera vez. Me detuve y contemplé aquella maldita puerta que había hecho que mi concepción del mundo cambiase. No me lo pensé cuando giré el pomo de la puerta y descubrí que estaba cerrada.

Recordé que cuando había entrado en aquella oficina, todo parecía pulcramente ordenado y no daba apariencia de actividad. Me pregunté si todavía quedaría rastro de las oficinas que antes había albergado.

—Vamos, Charlotte —dije en voz baja mientras introducía la tarjeta que me había dado Grant en la ranura del ascensor. Por el tiempo que estuvo en ascensor en movimiento calculé que se habría elevado unas cinco o seis plantas.

Al abrirse las puertas, encontré a Julius Grant, de traje oscuro, sentado en la misma butaca en la que habíamos tenido aquella "charla". A su lado había una mujer rubia y elegante, de unos 50 años, que pese a su edad seguía siendo muy atractiva. Vestía blusa blanca y traje de falda negro, zapatos de tacón. Al verla, me quedé parada en la puerta. Ambos se levantaron inmediatamente del sofá de dos plazas que ocupaban frente a unas tazas de café que había en la mesita baja. La mujer sonrió ampliamente y vino hacia mi.

—Pase, por favor. Está en su casa —dijo Grant.

—Hola Charlotte, soy Sarah Flynn —se presentó la mujer sonriente mientras me ofrecía la mano. Su acento era americano. Me ofreció la mano y se la di. Su apretón era cálido y sólido a la vez. Era una mujer enérgica, sin duda.

—Señorita White, Sarah es parte de nuestro equipo —dijo Grant mientras me ofrecía también la mano—, de hecho es mi mano derecha. —Al no recibir respuesta por mi parte, continuó hablando—. Es la directora de Equipos y Operaciones Encubiertas.

—¿Y eso qué es? —logré decir. No esperaba más personas que a Grant.

—Siéntate, por favor Charlotte —me ofreció Sarah Flynn—. ¿Quieres un café o prefieres comer algo?

—Eh... no, gracias, café. He desayunado tarde.

—¿Solo, verdad? —me preguntó Sarah Flynn mientras desaparecía tras puerta que se encontraba a la izquierda del saloncito.

—Sí —dije tímidamente.

—Me alegro de verla recuperada. Nos quedan cosas por hablar. Creo que todavía tendrá preguntas que hacer. Quiero disculparme por no haberle avisado de que iba a venir con Sarah, pero consideré que era necesario para contestar a algunas de las preguntas que tendrá. Si va a trabajar con nosotros, es necesario que...

—Espere Grant —le interrumpí con seguridad. Aquel día no era la sumisa y aterrorizada jovencita, sino la mujer segura de sí misma que yo era habitualmente—. No he venido a aceptar su proposición. Quiero que lo tenga muy claro. Simplemente he venido a decirle que voy a ir a Polonia y a aclarar algunas cosas.

—Bien, no se preocupe, hablaremos de todo lo que usted quiera, Charlotte. ¿Podría llamarme Julius, por favor? Me sentiría más cómodo.

—Prefiero señor Grant, gracias.

—Como guste. ¿Cómo ha pasado la noche? —aquel hombre estaba tratando de ser cortés, pero yo no tenía ningún interés en su cortesía.

—Bien, gracias. ¿Comenzamos? —No estaba dispuesta a dejarme llevar por conversaciones banales.

—Claro, señorita White. Como ya habrá visto, ayer enviamos un mensaje de correo desde su cuenta del trabajo a Oliver Sanders para...

—Espere. Ese es el primer punto que va a tener que aclararme —le espeté—. Ya se que tienen acceso a mis datos. A todos. Pero quiero que me conteste a una cosa.

—Uste dirá.

—¿Entró alguien en mi casa para enviar ese correo?

—El viernes lo hicimos, pero no hemos vuelto a entrar, no era necesario. Como le dije, la hemos investigado a fondo. Pero ahora no era necesario, un técnico instaló un... —Grant se quedó pensando tratando de definir lo que habían instalado.

—Un software de control remoto —indicó Sarah Flynn, que venía con una taza humeante en las manos que puso frente a mí—. Es un software desarrollado por nosotros, incluye todo lo necesario: control remoto, keylogger, detector de contramedidas... En realidad, su PC está totalmente controlado, para lo bueno y para lo malo.

—¿Para lo bueno? —su afirmación me parecía ofensiva.

—Me refiero a que igual que tenemos control nosotros, otros podrían tratar de estar haciendo lo mismo. En ese caso, lo sabríamos y podríamos tomar medidas. Para mal lo digo por la violación de su intimidad, lógicamente. Pero es un mal menor, dadas las circunstancias. Pero bueno, más concretamente lo que hemos instalado trabaja a nivel de hardware e incluye una pequeña antena. De este modo, nuestra intervención no se produce a través de Internet sino mediante una red local cifrada, para que otros tampoco puedan detectar las comunicaciones entre nuestro software y nuestros operarios y otra de las ventajas es que es indetectable, por supuesto.

—Comprendo... un plan perfectamente trazado... —no sabía si agradecer tanta dedicación o protestar enérgicamente. Lo primero habría sido absurdo y lo segundo también—. Pero para controlar una red WiFi interna, el receptor debería estar muy cerca.

—En realidad el dispositivo que hemos instalado en su PC es muy pequeño, pero tiene mucha potencia. Aprovecha la red eléctrica para amplificar la señal. No obstante... —Sarah miró a Julius de reojo antes de continuar— ¿recuerda a los nuevos vecinos que se mudaron hace dos meses al piso de al lado del suyo?

Recordé que hacía un par de meses, una pareja muy simpática de recién casados se mudó a la vivienda de la viuda Jones, al lado de la mía. Había puesto en venta el piso esa misma semana y tuvo mucha suerte de venderlo inmediatamente.

—¿Te refieres a esa pareja que...?

—Sí. Ambos son agentes nuestros. Su trabajo es vigilarte, Charlotte. Controlar que no suceda nada que se escape a nuestro control —me contó Sarah.

Una vez más, el sentimiento de indignación crecía en mí, pero debía controlar mis impulsos y averiguar todo lo que pudiera. Si estaba metida en aquello, quería saberlo todo y sobre todo, quería saber si podía de alguna manera confiar en aquella gente.

—¿También hay cámaras y micrófonos en mi casa?

—Nunca hemos instalado cámaras en tu casa, no lo vimos necesario, pero sí hay una en el rellano que apunta a tu puerta. Tenemos un micrófono en el salón y otro en la cocina. Las habitaciones no las consideramos importantes tampoco.

—¿Y mi teléfono, cuánto tiempo lleva intervenido?

—Las comunicaciones hace unos tres meses aproximadamente, pero el viernes lo intervinimos físicamente.

—Como ya le intenté explicar, Charlotte, el viernes pasado tuvimos que poner en marcha una operación... —intervino Julius.

—Sí, ya se, sus dos agentes muertos.

—Exactamente. Por eso, cuando usted salió con sus amigas Martha y Letty como todos los viernes, entramos en su casa e instalamos en su ordenador la antena y pusimos los micrófonos. Necesitábamos tener control de lo que estaba sucediendo. No queríamos que usted tomara parte en todo esto. Aunque la tuviéramos bastante controlada, no sabíamos todavía si pertenecía a Renasci o no. Por eso Sarah organizó el operativo del bar para suplantarla y poder acceder a AESystems. —Julius dio la palabra con la mirada a Sarah.

—Así es, pensé que lo del atracador era mi mejor baza en aquel momento. Rápido, creíble y sin consecuencias desagradables para nadie —me explicó Sarah.

—¿Suplantarme? —Aquello de suplantarme era una información nueva.

—Sí. El objetivo era robarle la cartera y junto a ella, su credencial de acceso a AESystems. Teníamos ya preparada a una agente nuestra para que acudiese a su empresa para acceder a los ordenadores y extraer la información que necesitábamos, tal y como después hizo usted —Sarah no dejaba ningún detalle sin explicación—. Nuestro equipo de caracterización había hecho tan buen trabajo con nuestra agente que habría pasado completamente desapercibida a los controles de seguridad y las cámaras de AESystems.

—Imposible, la habrían detectado. Los guardias de seguridad me conocen perfectamente.

—En circunstancias normales, así habría sido. Pero aquella noche el guardia de seguridad de turno sufrió una desagradable indigestión, nada grave —matizó Sarah—, pero lo suficiente como para tener que ser relevado de su puesto por personal no habitual de la empresa. Eso nos habría permitido entrar sin complicaciones, copiar los discos y averiguar todo lo que ahora sabemos gracias a ello. Todo sin necesidad de implicarla ni de hacerle pasar por un mal trago.

—Ya veo, ¿pero entonces...? —algo estaba fallando, pero me temía que iba a tener una respuesta también a aquella pregunta que planeaba sobre mi cabeza.

—Entonces fue cuando todo se desbarató Charlotte —dijo Grant en tono condescendiente—. Ya se lo intenté explicar ayer, pero no quiso escucharme.

—¿John? —pregunté con miedo.

—John Andrews intervino, desarmó a nuestro atracador y desbarató nuestros planes, así que tuvimos que organizar un operativo de emergencia sobre la marcha. En el mismo bar y mediante técnicas de bluehacking, nos "colamos" en su teléfono móvil para poder controlarlo... —continuó Flynn.

Entendía lo que significaba bluehacking. Consistía en lograr acceso a un dispositivo móvil a través de la conexión abierta de bluetooth. Así era como habían logrado instalar en mi teléfono algún tipo de software de control para impedirme las comunicaciones normales.

—Al día siguiente pusimos en marcha la Operación Charlotte, que desgraciadamente ya ha sufrido y ya conoce —explicó Grant con tono de avergonzarse.

Le di un sorbo al café mientras un bombardeo de ideas se apoderaba de mi cabeza.

—Creo que tomaré algo más fuerte, ¿tienen whisky?

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Quiero aprovechar a felicitar las fiestas a todos los lectores de esta novela y del resto de mis obras, que están cogiendo mucha popularidad.

¡Os deseo de corazón que seáis felices!

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