35. Destino Varsovia

Aquella mañana me desperté renovada. Había dormido más de 12 horas y solamente pensaba en un buen café, momento perfecto para reordenar mis pensamientos.

Después de levantarme y ducharme, la vida se veía de otro color. El gris oscuro casi negro de los días anteriores no era rosa, pero tampoco tenía por qué ser un color plomizo que me sometiera durante todo el tiempo.

Siempre fui una mujer positiva, luchadora y trabajadora. Ahora, alguien había decidido que yo formaba parte de algo mucho más importante que yo misma. No estaba dispuesta a entregar mi vida por ninguna causa, pero sí estaba segura de poder gestionar adecuadamente todo aquello.

Con una sonrisa renovada me miré al espejo mientras me secaba el pelo.

—Estás horrible, Charlotte —me indicó mi voz interior mientras observaba aquellas enormes ojeras fruto de tanto llanto—. ¿Qué podría pasar peor que sufrir un secuestro, una tortura, la noticia de la muerte de una de tus dos mejores amigas y el anuncio del inminente fin del mundo?

No iba a permitirme más sufrimientos gratuitos, incluso aunque a eso se le sumase que el mejor polvo de mi vida me lo hubiera proporcionado una especie de espía. Perfecto en todo, menos en la elección de su víctima. ¡Cómo odiaba a ese hombre!

Me maquillé, quería estar radiante. Seguramente "alguien" estaría esperando para verme salir de casa en algún momento. Saber que tienes espectadores las 24 horas del día es una responsabilidad muy grande, así que, al menos, esperaba estar presentable. Era ironía, pero poco más me quedaba por encajar cuando sabes que estás sometida al ojo del Gran Hermano.

Después de prepararme un buen desayuno a base café con leche, tostadas, mantequilla y mermelada, era el momento de pensar en el futuro.

El teléfono móvil que Grant me había dado el día anterior seguía sobre la mesa. No había opción, al menos de momento. Si no quería que volvieran a invadir mi intimidad sin mi consentimiento, tendría que consentir llevar encima un teléfono que seguramente estaba totalmente controlado.

Abrí el paquete. Estaba perfectamente precintado. Pronto descubrí que el teléfono era exactamente el mismo modelo y color que yo había estampado contra el gran espejo de la sala de interrogatorios. La misma en la que me metieron tras drogarme en aquellas instalaciones que me habían hecho creer que eran de la Scotland Yard.

En ese momento me sentí bastante inocente y me pregunté cuántas personas habían intervenido durante el supuesto secuestro de Letty Evans para que yo acabara haciendo lo que a aquella gente se le había metido entre cejas.

Me pregunté cómo podían haber previsto que yo tomara aquellos taxis y no otros, o si el conductor era o no también un espía o si en cambio habían logrado interceptar de algún modo la nota que escribí. De todas formas, aquella gente no parecía haber dejado absolutamente nada al azar. Supuse en ese momento con acierto que todas y cada una de las personas que aquel día habían participado en el gran montaje, eran, a la postre, agentes en ejecución de un elaborado papel casi cinematográfico.

Al encender el teléfono me pidió la contraseña. Lo mantenía con un sistema de seguridad que impedía que alguien pudiera encender el teléfono si no conocía el patrón de desbloqueo.

—Ilusa de mí —pensé.

Una vez introducido el pin del teléfono, pude comprobar que tenía en mis manos una copia literal del que había sido mi teléfono. No faltaba ni un solo detalle: los contactos, correo electrónico, programas instalados, mensajes SMS y de WhatsApp... Todo. En cuanto el teléfono cogió cobertura, llegó una lluvia de notificaciones.

Miré el símbolo de WhatsApp. Familia o amigos. Lo revisaría después. Abrí en primer lugar el correo de empresa y vi que no había ninguna notificación nueva al margen de la que había leído la noche anterior antes de irme a la cama. Se suponía que estaba enferma, así que tenía todo el día para arreglar mis asuntos.

Después vi las llamadas perdidas. Desde el sábado por la tarde, hasta el lunes al mediodía me figuraban cuatro llamadas de Letty. Estaba claro que mi amiga había intentado contactar conmigo, tal y como me había dicho por teléfono. También vi un par de llamadas de Martha del domingo. Decidí llamarla más tarde. Por último vi que un teléfono me había llamado hasta cinco veces, desde el sábado al mediodía hasta ese mismo martes, hacía apenas media hora. La sorpresa fue mayúscula cuando vi que el autor de las llamadas era John.

—¿Por qué? —pensé. No había explicación.

John debía estar al tanto de mi secuestro, al fin y al cabo, Julius Grant había reconocido que trabajaba también para ellos. Decidí no devolver las llamadas. No tenía ganas de hablar con aquel cabrón, aunque sospechaba que si tenía llamadas, también iba a tener mensajes suyos.

Al abrir el WhatsApp vi varios mensajes de mis amigas Letty y Martha, además de otros dos mensajes del marido de mi tía, que había ejercido de padre durante tantos años. Eran de la mañana del día anterior. No solía enviar mensajes por WhatsApp, pero me quedé muy intranquila cuando los leí.

"Hola cariño ingresaron anoche a la tía por la vesícula y el jueves la operan

Me pidió que no te lo dijera. No te preocupes, estamos bien"

Inmediatamente llamé a mi tío. Me contó que habían ingresado a mi tía Ania con unos dolores fuertes estomacales. Después de las pruebas a la que la sometieron, pudieron deducir que los problemas eran unos cálculos que se le habían formado en la vesícula. Ese mismo jueves tenían previsto intervenirla para extirpársela. Trató de tranquilizarme, no era una operación complicada, pero mi tía hacía años que padecía Crohn, una enfermedad rara que le provocaba, entre otros síntomas, artritis, rigidez y fuertes dolores de espalda. Además, su cuadro clínico había derivado en osteoporosis y episodios, cada vez más frecuentes, de fiebre y debilidad extrema.

Rápidamente deduje que aquellos espías o lo que fueran, habían leído ya los mensajes y por eso debían haber preparado la coartada con mi Jefe. De alguna manera, me estaban "invitando" a ir a Polonia. Aunque no lo hubiesen previsto, yo habría ido igualmente. Mi tía estaba enferma y necesitaba mi cariño, aunque es posible que quien lo necesitase más fuera yo misma.

En ese momento no sabía qué consecuencias tendría aquel viaje para mi y mi vida, pero tampoco nacemos con una bola de cristal a la que consultarle y, de haberla tenido, hoy en día habría hecho lo mismo que hice en aquel momento.

Decidí ponerme a buscar billetes para Varsovia pero antes tenía que aclarar algunos asuntos conmigo misma y con Grant.

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Hoy no hay comentarios por mi parte. ¿Y por la vuestra?

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