31. Encerrona
Sentí el sabor amargo de la traición. El dolor era infinito. Mi vida había desaparecido, se había esfumado en dos días. Estaba aniquilada como persona. Había caído demasiado hondo como para poder recuperarme, o al menos es lo que pensé en aquel momento.
Mis lágrimas cesaron de inmediato. No iba a mostrarle a Julius Grant más dolor. No iba a mostrarle al mundo más amargura. Aquello había sido una pesadilla y pronto despertaría de ella. Me puse en pié.
—Señor Grant, no quiero saber más —le dije muy seria.
—Pero señorita White, no he terminado de contarle...
—No quiero que siga contándome más —le espeté interrumpiendo sus explicaciones—. Ya se todo lo que tengo que saber y no necesito conocer más detalles escabrosos sobre sus operaciones. De hecho, cuanto menos sepa, creo que será mejor para mí.
—Pero debe saber que...
—¡Ya basta! —grité—, le he dicho que no quiero saber más. Voy a marcharme de aquí. Ustedes ya tienen todo lo que necesitaban y no me necesitan a mí para nada.
—No lo comprende, Charlotte...
—Lo comprendo perfectamente —le dije muy seca—. Quiero que me devuelvan mi teléfono, o lo que quede de él. Me voy a mi casa.
—Señorita White, por favor.
—¡Déjeme en paz! Deme mi teléfono y deje que siga con mi vida de mierda.
—No puedo dejarla ir así, he de explicarle que...
Mi mirada se cruzó con la suya con violencia extrema. No iba a consentir que aquel hombre siguiese humillándome y encima contándome los detalles de mi humillación. Sabía todo lo que tenía que saber.
—¡Cállese y escuche maldito desgraciado! —Grant se calló—. Usted tendría sus motivos para hacer lo que hizo, no voy a discutirle eso, pero yo tengo mis propios motivos para no seguir aquí y me voy. Puede estar tranquilo, no voy a decirle nada a nadie y como bien me ha dicho, tampoco me creería nadie si lo hiciera. No quiero saber quién es usted, ni quiero saber dónde estoy, ni para quién trabaja. No quiero saber nada más de nadie. Solamente quiero continuar con mi vida. Hoy mismo presentaré mi dimisión en AESystems y me iré lejos. Lejos de usted, lejos de Londres, lejos de toda la inmundicia que me ha traído. Sus operaciones secretas están a salvo, pero no voy a consentirle que sigan utilizándome.
—No vamos a permitir eso, Charlotte —me dijo con mucha calma—. Si usted abandona AESystems, Renasci sumará uno más uno, darán con usted y el rastro de migas de pan que ha ido dejando. La matarán Charlotte. Necesita protección. Necesita una coartada válida para abandonar AESystems y no la tiene. Piense en los suyos, recapacite.
Aquel hombre tenía razón. Si Renasci tenía todo ese poder que me había contado, no dudarían ni un momento en aniquilar cualquier esperanza que yo tuviese de vivir en paz. Necesitaba una coartada, protección, algo. Necesitaba a un ejército protegiéndome y aquel hombre no podía darme aquello. Mi vida estaba acabada y Julius Grant había acabado con ella.
—¿Qué me sugiere que haga entonces?
—Tal y como yo lo veo, tiene dos opciones solamente. La primera es que continúe trabajando en su empresa como hasta ahora. Necesitamos que demore lo más posible sus avances. Nosotros le ayudaremos en eso. Contratará a un ayudante que le brindaremos y buscaremos el medio de continuar nuestras investigaciones desde dentro de la organización..., y créame—dijo pausadamente— que haremos lo que sea necesario para lograr nuestros objetivos, la vida humana depende de ello. Seguiremos nuestro plan, trataremos de alcanzar la organización, desmembrarla, eliminarla... y rezar a cualquiera de los dioses que existan para que lleguemos a tiempo.
Juzgué por un momento la opción que me estaba planteando. Era cierto que no podía abandonar mi empresa sin la excusa adecuada y sin duda era necesario que mis investigaciones no avanzasen hasta que aquella barbarie pudiera ser detenida. De hecho, lo más seguro habría sido eliminar todo rastro de las investigaciones, pero eso no era posible, la información se encontraba distribuida en servidores replicados en distintos países, existían copias de seguridad, documentos, etc. Cualquier intento de eliminar la información de los servidores habría sido en vano.
—Me está diciendo que no sabe ni por dónde empezar.
— Le estoy diciendo las posibilidades, señorita White —me cortó—. Las alternativas son pocas y, por muchos medios que pongamos, el tiempo es escaso. Me temo que ya vamos contrarreloj.
—Según me plantea, pretende infiltrar a alguien en la organización desde cero, sin más trampolín que un contrato de trabajo en una empresa filial de Renasci, que se gane la confianza de mi jefe, y que de el salto al Renasci para desarticular una red internacional de personas de gran poder político, social y financiero. Y para eso cuenta con que yo dilate la investigación y, aún así contaría con... unos meses tal vez para evitar lo que parece que ya es inevitable. La verdad, señor Grant, dudo mucho que ustedes sean capaces de algo así. Una cosa es utilizarme a mí y joderme la existencia y otra es frenar el avance de una organización de ese calibre... Sinceramente, le deseo suerte y creo que voy a ir preparándome para la hecatombe que nos espera —le dije con todo el sarcasmo que pude.
No me solidarizaba con la causa de aquel hombre en absoluto, me había utilizado hasta el límite soportable por cualquier persona, pero el hecho de que Renasci pudiera ejecutar sus planes me parecía mucho peor que colaborar con aquel tipo. Pero aquel plan, con el tiempo con el que contaban, habría sido como firmar la sentencia de muerte de todos mis seres queridos, y de mi misma seguramente. El problema era que, después de todo lo que acababa de pasar, mi cerebro no estaba precisamente para colaboraciones.
—Veo que no tiene ninguna fe.
—La fe la perdí en el momento que ustedes formaron parte de mi vida sin mi consentimiento.
—Es así más o menos como le estoy planteando la primera de las posibilidades y eso me lleva a la segunda.
—Ya me imagino la segunda. No gracias. Yo he cumplido con mi parte del trato. No revelaré ninguna información de la que me ha dado. A partir de ahí la pelota está en su tejado, señor Grant. No pretenda hacerme a mi culpable ni responsable de que el mundo se vaya a la mierda. A la mierda lo mandaron ustedes hace mucho tiempo con sus artificios y sus engaños —mi indignación no cesaba, tenía que decirlo todo y aun así, jamás quedaría aplacada—. Si me hubiesen preguntado antes, les habría dicho todo lo que sé. Ahora es tarde, demasiado tarde para que me pidan que haga algo. Me voy, señor Grant. No quiero saber más de usted ni de su puñetera organización. Déjenme tranquila. Si mis últimos días en el mundo han de ser así, así serán.
Me moví hasta la puerta del ascensor y pulsé el botón de llamada. Las puertas se abrieron y entré en el habitáculo de acero. Recordé que no tenía botonera, ni yo la llave que lo activaba. Eso me hizo enfadarme más todavía.
—¿Va a abrirme la puerta o debo aprender a volar para salir de este sitio? —le increpé.
Grant se levantó, en sus manos llevaba un paquete. Entró al ascensor y, sacando su tarjeta lo activó.
—Tenga, aquí están sus pertenencias —me indicó—. El teléfono móvil estaba inservible. Me he permitido comprarle otro igual. Toda la información del anterior está volcada en el nuevo teléfono. Su tarjeta ya está puesta. Todo configurado como usted lo tenía: sus aplicaciones preferidas, su música, el correo electrónico, el patrón de desbloqueo... Mi número también está ahí almacenado por si cambia de opinión.
——————
Lo prometido es deuda. Aquí os dejo otro capítulo más y con él, algunas cosas más en las que pensar.
¿Qué haríais vosotros en una situación así? El planteamiento es sencillo:
1. Tienes que colaborar. No te queda más remedio.
2. Si no colaboras activamente, seguramente no lleguen a tiempo de desarticular la organización.
3. Si colaboras, te estás jugando la vida más de lo que ya te la has jugado.
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