3. Una copa más
—¡Eres genial! —gritó J feliz como un niño—. ¡Has conseguido que este cacharro funcione con un tratamiento de barra y martillo! —Había salido del coche y estaba dando saltitos infantiles y sobreactuando.
No habría nunca imaginado que un hombre tan "hombre" como para reducir a un peligroso delincuente a riesgo de su vida, podría ser tan divertido. Aquello despertó más mi curiosidad por conocerle.
—Pues ahora me la debes. —Cuando terminé de pronunciar estas palabras, ya era tarde, se me habían escapado. Los colores me subieron de nuevo a las mejillas, inundaron de sangre los capilares y dilataron mis pupilas.
—Verás, me acabas de salvar la vida, necesitaba el coche mañana. Tengo un largo viaje que hacer.
—Tú me la salvaste hace un rato, era lo menos que podía hacer —justifiqué triunfal.
Vi un brillo en sus ojos. J estaba emocionado de verdad. No sé cómo ocurrió, pero de pronto me abrazó y yo le devolví el abrazo, avergonzada, pero encantada de sentir toda esa masculinidad rodeándome con sus fuertes brazos. Aspiré por un momento el perfume de su camisa y sin voluntad de hacerlo, apoyé mi cabeza entre su mentón y su hombro.
Si alguien hubiera pintado alguna vez al hombre perfecto, ése, sin duda, habría sido un espécimen muy parecido. Mis amigas conocían mi debilidad por los tíos grandes. Aquel lo era, no muy musculoso, pero sí grande, alto y capaz de rodearme con sus brazos. Además, adoraba a los hombres con sentido del humor y sensibilidad. Pensé que éste sería capaz de llorar incluso. Las emociones me desbordaron.
No podía ser cierto, apenas un rato antes había mirado a los ojos a la muerte, ahora me sentía liberada, a salvo, segura, infinita. De repente, sin un motivo concreto, toda la tensión se liberó y comencé a llorar.
—¿Qué te pasa? No, tranquila, es normal. Tranquila, debes descansar. —Me consoló entre susurros mientras acariciaba con ternura paternal mi cabeza y daba suaves golpecitos en mi espalda.
—Perdona, no sé qué me ha pasado —le dije entre sollozos mientras me separaba de su adorable abrazo protector.
—Te ofrecería un pañuelo, pero solo tengo esto —dijo con una divertida mueca al tiempo me mostraba el trapo sucio con el que había estado trasteando en su coche.
—Gracias John, muchas gracias, no es necesario. ¿Has visto cómo tienes la camisa de grasa?
—Pues me temo que acabo de mancharte a ti también —se disculpó mientras miraba mi blusa que también se había manchado durante el abrazo. Observé su mirada, seguí el trayecto de aquellos ojos marrones. ¿Qué estaban mirando?, ¿mis pechos? Me sentí ruborizar y me protegí con el abrigo con más ímpetu de lo normal. Un cálido estremecimiento recorrió mi espalda, lo miré a los ojos y él me devolvió la mirada, y así la mantuvimos durante unos segundos.
—¿A qué me vas a invitar señor manchado de grasa? —dije por fin sin lograr identificar a quien estaba hablando por mi boca.
—Te invitaré a nacer de nuevo y a vivir intensamente. —Su frase sonó dulce pero con una enorme carga de melancolía.
—Eres un zalamero John, pero me gusta.
La fresita que llevaba dentro había hablado, se sentía coqueta y atraída por ese hombre. La víbora se instalaba por momentos en mis pensamientos y me demandaba más. El cansancio se disipaba por momentos y un agradable calor recorría mi piel. Ya no busqué ninguna justificación añadida a mis actos.
—Llévame tú donde quieras. Apenas conozco Londres. —Me sorprendió que aquel chico no fuese de allí.
Así fue cómo subimos a mi coche y deambulamos por la ciudad. Un antro de lo más "underground" fue lo primero que encontramos. El resto de las tres siguientes horas tomamos una copa en aquel local de luces demasiado oscuras para mi gusto y música a un volumen lo suficiente alto como para obligarnos a permanecer muy cerca uno del otro.
Charlamos de lo sucedido, las casualidades, sobre la vida misma y la necesidad de vivirla con intensidad ante la posibilidad de que se viera consumida en un acto instantáneo. Hablamos del mundo, el caos, los malos y los buenos. Le conté algunas pinceladas de mi pasado, ningún proyecto de futuro. Me habló de su casa, de una dura infancia, apenas de su presente y el bosquejo de un futuro lleno de viajes de relaciones comerciales o algo así. Reímos, cantamos alguna de las canciones rockeras que sonaban a dúo e incluso bailamos. J era genial. Un hombre hecho a medida.
Cuando por fin nos echaron del tugurio, yo ya había tomado una copa de más. No me disculparé si digo que estaba afectada por el alcohol. Jamás lo disculparía a él, pues no lo vi afectado en absoluto.
—No puedes conducir así. Voy a pedirte un taxi —dijo con la elegancia de un auténtico caballero.
—Vente conmigo, no quiero que ningún atracador me mate más veces por hoy —dije motivada por el deseo de su compañía y la desinhibición que proporciona el alcohol en buena compañía.
Fue así como me tomó del mentón, clavó sus oscuros y profundos ojos en los míos, se puso muy serio y me besó. Me estremecí de nuevo entre sus brazos, mientras consumía el dulce néctar que su boca me proporcionaba con aquel beso.
El deseo me invadió y sellamos con ese gesto de placer el pacto tácito de entregarnos el uno al otro aquella misma noche.
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