26. Condiciones

—¡Hola Letty! ¿Cómo estás? —escuchar su voz me puso muy contenta.

—¿Cómo estás tú sinvergüenza? —me recriminó feliz en su mejor tono de hermana mayor—. ¡Has estado desconectada todo el tiempo! Te he llamado no sé cuántas veces y Martha también. No me dirás que es que te has ido todo el fin de semana con el supermacho ese que te vuelve los ojos del revés a algún lugar perdido sin cobertura, porque no te perdonaría que no me cuentes esa historia.

—Eh... no, verás —pensé en una excusa—. El teléfono se me cayó al suelo y digamos que ha pasado a mejor vida. —Era lo único que se me ocurría en ese momento.

—Está bien, te perdono. ¡Pero solamente si quedamos y me cuentas esa historia!, ¡me muero de ganas de conocer todos los escabrosos detalles, tía! —su voz sonaba perfectamente.

Quería decirle que estaba bien, pero no podía hacerlo. Le habría contado todo lo que había pasado en las últimas horas, pero tampoco podía. Necesitaba ponerme a llorar, esta vez de felicidad inmensa al recuperar a quien por tanto había sufrido en tan poco tiempo. Miré a Julius Grant de reojo. Parecía relajado, aunque su mano seguía cerca del teléfono.

—Claro que te lo contaré. Solamente te llamaba para... ¿por qué no viniste el sábado? No sé si perdonarte —se me ocurrió decirle sobre la marcha.

—Bueno, ya sabes, mi padre quería que fuera la anfitriona de esa fiesta. ¡Vaya rollo!, ¡pero por lo menos te mandé un mensaje para avisarte!

—Eh... sí, claro. Bueno, no lo vi en realidad. Cuando se me cayó el teléfono... tengo que comprarme otro. Oye Letty, te llamo en otro momento y quedamos, ¿de acuerdo?

—Genial Charlotte. Quedamos como siempre el viernes. Tendremos que celebrarlo. Y por cierto, invita a tu amigo y si de paso tiene algún otro amiguito interesante como él, pues que se venga también.

—Paso, ¡sois unas arpías y lo despellejaríais! —comencé a reír mientras las lágrimas de nuevo brotaban en mis ojos—. ¡Nos hablamos!

—¡Chao guapa! Besitos.

—Besos.

Al colgar el teléfono respiré profundamente y cerré los ojos tratando de contener las lágrimas. De pronto me sentía mejor, más joven, como si hubiese recuperado una vida entera que había sido tirada en caída libre desde lo alto de algún rascacielos. Una inmensa calma recorrió mi cuerpo. Conforme comenzaba a tranquilizarme de verdad, un sentimiento de angustia comenzó a brotar de mi interior. Aquel mal trago había pasado, Letty no estaba muerta, pero yo estaba en ese extraño lugar en compañía de un hombre que todavía no sabía quién era o por qué me había hecho todo aquello. Necesitaba respuestas, pero no me atrevía a hacer las preguntas. Miré durante unos interminables segundos a Julius Grant. Aquel hombre parecía tener una perpetua cara de preocupación en su rostro.

—Gracias señorita Charlotte.

—¿Gracias? —mi estupor no cabía en mi alma—. ¿Gracias por qué?

—Gracias por mantener nuestro acuerdo, por supuesto. Espero que ahora esté más tranquila.

—Sí, algo más tranquila —repetí sus mismas palabras sin convicción—. Pero hay muchas cosas que todavía necesito.

—Todo a su debido tiempo, Charlotte.

—¡Escúcheme Grant! —le dije levantando el dedo índice frente a su cara en un ataque de furia—. Ya sé que Letty Evans no está muerta, reconocería su voz y su acento en cualquier sitio. Pero me parece a mí que todavía tiene muchas cosas que contarme. ¿Va a responder a mis preguntas?

—Siempre que comprenda que cualquier cosa que hablemos y cualquier información que reciba de mí, es absolutamente confidencial. ¿Sabe usted lo que es un secreto?

—¡Déjese de mierdas, señor Grant! Me han engañado, encerrado, drogado, torturado... Me han hecho creer que una persona a la que quiero había muerto por mi culpa. Me han humillado. Me han machacado hasta la extenuación. Me han obligado a cometer varios delitos. Si como usted dice ya sabe que no soy una terrorista, creo que merezco respuestas. Responderá a mis preguntas o lo hará frente un juez y la prensa. Hundiré su carrera, se lo aseguro. Tengo amigos suficientemente influyentes como para...

—Charlotte, por favor —me interrumpió—. No solamente le debo muchas disculpas —se excusó—. También le debo muchas explicaciones. Pero mi trabajo me obliga a mantener un secreto absoluto sobre cada palabra que pueda decirle. Y a usted también le obliga.

—¿Qué quiere decir? —no comprendía lo que me estaba contando aquel tipo.

—Quiero decir que si yo resuelvo sus preguntas será porque usted se habrá comprometido a algo más que a guardar silencio. De lo contrario, habremos acabado nuestra conversación y usted podrá acudir a todos los tribunales que considere oportuno. Créame que nadie le va a creer.

—¿Me está diciendo que la Scotland Yard me detiene y me somete a todo esto porque sospecha de mí por algo que todavía no sé y yo no voy a poder denunciarlos? Creo que no me conoce, señor Grant —retomé mi tono amenazante.

—Es mucho más complejo que todo eso, señorita. Le aseguro que si usted va con esta historia a cualquier sitio, nadie le creerá. Le aseguro que si usted habla de más con las personas inapropiadas, su vida y la de los que le rodean, correrá tanto peligro que nada, ni siquiera la Scotland Yard, podrá salvarla. —Hizo una pausa—. Le estoy diciendo Charlotte que nada es lo que parece, que a usted le ha tocado estar aquí por una razón muy concreta. Que necesito que abra la mente y escuche con atención. —De nuevo otra pausa—. Y que cuando termine usted de preguntar y yo de hablar, su vida habrá cambiado y ya no podrá volver a ser la misma.

Aquellas palabras me dejaron inquieta. Aquel hombre tenía una seguridad en sí mismo que no podría haber sido mayor. Su mirada era capaz de leerme y sin embargo, su tono de voz era conciliador. Nada de todo aquello sonaba a amenaza, sino a hechos. Como si realmente mi vida estuviese en peligro. Estaba muy confundida. Necesitaba saber tantas cosas y sin embargo me veía tan atada, que no sabía si atreverme a salir disparada de aquel lugar, pero me sentía tan humillada, que no podía sino continuar preguntando.

—¿Qué quiere decir que nada es lo que parece? ¿Se refiere usted a todo este tinglado que han montado conmigo? —no me atrevía a preguntar más—. ¿Me está usted diciendo que me cuente lo que me cuente no puedo denunciarle?

—Puede denunciarme, pero nadie la creerá. Usted ha visto de lo que somos capaces. Créame si le digo que para cuando quiera acudir a la prensa o a un juzgado, no tendrá a nadie a quien acusar. Simplemente desapareceremos y no quedará nada de todo esto. A usted no le quedará protección. Unos la tomarán por loca y otros... —dijo sin terminar la frase.

—¿Y otros qué? ¡Dígame! —me estaba poniendo muy nerviosa.

—Otros, a quien usted llama amigos, compañeros o conocidos, la matarán. Nada es lo que parece, señorita Charlotte. Créame.

Su tono de voz me hizo temblar. Aquel hombre estaba hablando muy en serio. De nuevo me estaba sintiendo intimidada y aquello no era una situación a la que me pudiera adaptar con facilidad.

—Supongamos que le creo pero... entonces, ¿qué alternativa tengo?

—Si usted me da su palabra de no hablar más allá de estos muros, le contaré una historia que hará que cambie su percepción del mundo que le rodea. Después podrá usted decidir qué hacer, pero no podrá decidir contárselo a nadie.

—¿Y la otra alternativa?

—Me temo que no hay otra alternativa, señorita Charlotte. Está usted en peligro. Y no sólo usted. En realidad hay mucho más en peligro de lo que usted puede alcanzar a imaginar.

—¿Peligro? ¿Por qué? —pregunté temerosa esperando recibir una respuesta que comenzaba a formarse en mi cabeza.

—Verá, lo que usted hizo hace casi dos días en AESystems, su empresa, le ha forjado ya un destino, le guste o no le guste. Las personas que dirigen esa empresa y los intereses de esas personas, se han visto ya afectados por sus acciones. Yo necesitaba que usted hiciera aquello. Necesitaba un motivo suficientemente poderoso como para asegurarme el éxito y usted lo hizo. El mundo podría estarle eternamente agradecido por lo que ha hecho. La información que nos ha facilitado es vital y puede salvar muchas vidas, aunque no se lo crea. Ahora está usted en una posición complicada, yo mismo la he colocado ahí. Dígame, señorita Charlotte, ¿está dispuesta a guardar un secreto?

Mi cabeza era un torbellino de ideas, ninguna coherente. Comenzaba a formarme una idea de cómo había ocurrido todo aquello, pero no era consciente del alcance real de mis acciones, de la trampa en la que me había visto envuelta, de las necesidades de aquel hombre y de aquello que podría decirme. Ellos tenían la prueba fehaciente de los delitos que había cometido. Podrían usar esas pruebas en mi contra para acusarme de cualquier cosa, además de ponerme en contra de mi propia empresa. Sentí miedo, sentí ira y frustración, pero también una inmensa necesidad de saber por qué mi vida estaba en peligro.

—Guardaré el secreto. ¿Contestará a todas mis preguntas?

—¿Aceptará mis instrucciones de cómo manejará todo este asunto si decide escucharme?

—Aceptaré —le dije muy segura de mi misma. Aquel tipo no me iba a engañar. Siempre podría salir de allí con la información que necesitaba conocer y hacer lo que tenía pensado hacer.

—Entonces yo le contaré todo lo que quiera saber.

—De acuerdo —concluí satisfecha por la negociación, si es que aquello era una negociación en realidad—. Empecemos por Renasci -le dije mientras cogí el sándwich con intención de devorarlo por completo. Mi hambre, y no sólo de saber, era enorme...

——————

¡Hola amig@s! Hoy me gustaría preguntaros varias cosas. Dadle al coco, que esta vez es bastante fácil...

¿Qué crees que es Renasci?

¿Qué es eso que Julius le va a contar a Charlotte para que su vida cambie tanto?

¿Por qué Charlotte no ha salido disparada de allí?

¿Qué crees que Charlotte va a hacer?

¡Animaos, no hay nadie muerto! (Todavía)

Por cierto, quería contaros que en mi ausencia de publicar La Espía, he estado corrigiendo y editando lo que va de la novela. Había un montón de faltas que no me habíais dicho... ¡Os voy a poner mala nota!

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top