23. Tic, tac
—¿Qué? —mi mundo se desmoronaba por momentos y las lágrimas comenzaron una vez más a anegar mis ojos cansados y doloridos—. No puede ser. Yo iba a hacerlo, pero usted me obligó a venir aquí, me dijo que no habría problema...
En ese momento, la puerta de la sala se abrió y un hombre de veintiochos años y pelo largo apareció con una botella de agua en una mano y un ordenador portátil en la otra. Dejó el portátil frente al agente Samson y la botella a mi lado. Sacó de su bolsillo una navaja y me pidió que levantara las manos para cortar la brida que las sujetaba con fuerza. Después puso sobre la mesa mi teléfono.
Tomé el agua y comencé a beber sin ningún control. Lo necesitaba más que nada y era mi momento de saciarme. Aquella droga que me habían suministrado y las horas de interrogatorio me tenían muy debilitada y la sed era atroz. Mientras bebía, el agente Samson giró el portátil para que yo pudiera verlo.
La imagen de la pantalla provocó que se cayera la botella de entre mis manos. Me atraganté y comencé a toser. Las lágrimas intensificaron su huida de mis ojos acompañadas por un dolor agudo en el pecho. La sinrazón que vi en aquella pantalla apuñalaba mi alma de una forma definitiva y mortal. Sentí cómo es morir en vida.
—Todavía queda una oportunidad —dijo el detective tratando de tranquilizarme—. El secuestrador está emitiendo esto en directo. Quiere que usted lo vea. Creemos que no va enserio y que podemos frenarlo todavía.
—¿Qué está pasando? ¿Por qué? ¡Dígame, por favor, dígame! —supliqué. Nada podía hacer que me calmase. Nada en el mundo.
"El mundo se ha corrompido. La Madre Naturaleza obrará y el hombre volverá a la Tierra. El fin está cerca". Las palabras de mi ex resonaban con fuerza y, a la vez, adquirían un macabro sentido en mi cabeza. El mundo se había vuelto loco y, en su locura, trataba de arrastrarme a mí al mismísimo infierno. Jamás había pensado que el final del camino pudiera ser algo parecido a aquello.
Poco importaba ya lo que me pudieran hacer. Hacía horas que habían doblegado mi voluntad. Me habían privado de la mayor necesidad de cualquier ser humano. El agua. Habían maltratado mi cuerpo con algún tipo de droga. Me habían atado. Me habían machacado física y mentalmente. No podía comprender por qué se empeñaban en acusarme de ser una terrorista cuando ni siquiera sabía qué significaba la palabra Renasci. Lo único que sabía de eso es que algunas personas de mi entorno y aparentemente desconectadas entre sí, parecían militar ahí, y eso me ponía en una situación realmente difícil.
—Charlotte... —el tono del cabrón aquel golpeó mi cerebro para devolverme a la realidad—. Necesitamos saber...
—¿Que usted necesita saber? —Ira—. ¡Usted ha provocado esto! —Furia—. ¡Dígame!, ¿qué piensa hacer? —Dolor.
—¡Señorita White! —ya no había argumentos válidos en aquel hombre—. Todavía no ha ocurrido. Todavía puede hablar con él. ¡Todavía puede explicarle las consecuencias de lo que va a hacer!
La pantalla mostraba una cuenta atrás. Los segundos transcurrían sin descanso mientras mi amiga, de espaldas, se removía, atada a la misma silla en la que las fotografías la habían mostrado antes al borde de la muerte. Las ataduras de las manos y las piernas le impedían más movimiento que el forcejeo que le había provocado que ahora, un pequeño reguero de sangre, se deslizase por los brazos de la silla hasta el suelo. Su rubia cabeza huía con gestos convulsos del destino que le había sido impuesto. La emisión no incluía audio.
Sobre la cuenta atrás, un rótulo fijo se dirigía directamente a mí.
—TIC, TAC, señorita White —amenazaba el texto.
El tiempo contaba tres minutos y cuarenta y ocho segundos. Ese era todo el que le había sido concedido a Letty de vida.
En el plano de la cámara fija, se veía parte del perfil de un hombre sentado al lado de Letty. Vestía de negro. La cara quedaba en la suficiente penumbra como para no poder reconocerlo. Con la mano derecha, empuñaba una pistola de color plateado que descansaba en su regazo.
—Estamos rastreando la señal y creemos saber dónde se encuentran —dijo Samson. Miró su reloj—. En unos cinco minutos, llegará un equipo de intervención y podremos entrar y detener esto.
Miré hacia el detective. No podía dar crédito a todo lo que estaba pasando.
—¡En tres minutos mi amiga estará muerta! —dije mientras sentía fallar todas mis fuerzas.
—Necesito que llame al secuestrador —dijo cogiendo el teléfono y ofreciéndomelo—. Estamos convencidos que no la quiere a usted, sino tener acceso a la información de Renasci. Por eso necesita esos discos. Solamente usted puede parar esto —el tono del detective sonaba anhelante.
—¿Pero cómo? —dije mientras alargaba la mano titubeante hacia mi teléfono.
—Dígale quién es, Charlotte. Dígale que usted le facilitará la información que necesita y más. Ahora ya no se trata de su pertenencia a Renasci, sino a su capacidad de convencerle que Renasci no permitirá esto. Que usted está protegida y que si mata a la señorita Evans, su propia vida correrá peligro.
—Pero... ¿cómo? —no entendía qué debía hacer.
—Dígale dónde tiene que encontrar a La Fuente. Dígale quién es el auténtico líder de su organización. Hablé con él, Charlotte, es la única posibilidad.
Miré al detective. Aferré el teléfono y lo llevé a mi pecho. Estaba rota y no podía hacer nada por salvarle la vida a mi amiga. Me derrumbé definitivamente en un llanto amargo. El dolor de mi pecho era insufrible mientras como un relámpago, las imágenes de felicidad, risas y confidencias con Letty pasaban por mi mente.
Aquel hombre permanecía frente a mí. Su cara parecía de preocupación. Tal vez a esas alturas ya se hubiera planteado que se podían haber equivocado conmigo y con el secuestrador. Pese a todo, me estaba pidiendo que reconociera ante un asesino que yo pertenecía a una organización de la que no había tenido la menor idea hasta ese momento. El otro hombre, de pie junto a la mesa, no parecía saber dónde meterse.
Miré el reloj de la emisión. Apenas quedaba un minuto y veinte segundos. Sequé mis lágrimas e hice aquella llamada que me pedían.
En el momento de dar tono el teléfono de Letty, una luz se encendió en la mano del hombre del vídeo. La señal era en directo. Tras descolgar vi cómo el teléfono de Letty ascendía hasta la cara de aquel individuo. Por un momento, pude ver parte de su rostro iluminado por la luz de la pantalla. Quería que muriera.
—Me ha fallado, señorita White —dijo al aparato. Su voz resonaba en mi cabeza como si alguien la hubiese golpeado contra el suelo con fuerza.
—Yo... no...
—Dígame, ¿está usted disfrutando de las vistas o esos ineptos de la Scotland Yard no han querido herir su sensibilidad?
—Por favor... —no sabía qué decir. Cincuenta y cuatro segundos.
—No se preocupe, su amiga ha tenido una vida plena. Riquezas, posesiones... todo. Solamente le faltó una amiga de verdad que hubiese sido obediente. Ahora ya no hay nada que usted pueda hacer.
—Le prometo que le daré lo que necesite. ¡Se lo juro! Pero por favor, no haga nada.
—Usted ya no tiene nada que yo pueda querer, ¿no es así señorita White? ¿Dónde están mis discos duros? —preguntó con sarcasmo el secuestrador—. Apuesto a que esos señores que tan amablemente la habrán tratado todo este tiempo no han hecho más que analizar el contenido de esos discos. ¿Sabe por qué? Porque ellos buscan lo mismo que busco yo. Jamás le devolverán sus discos. Le habrán dicho que no se preocupe, que su amiga está a salvo, que saben dónde estoy y que van a detenerme. Seguro que eso es lo que le han estado contando durante estas últimas veinticuatro horas, desde que usted faltó a su cita. Pero ellos no saben algo que yo sí sé —al otro lado del aparato se escuchó una risa entre dientes, ahogada.
Había perdido totalmente la noción del tiempo. El secuestrador me estaba diciendo que llevaba veinticuatro horas retenida allí, sin poder hacer nada por evitar la situación que ahora tenía frente a mis ojos. Los dos agentes se interrogaban entre ellos con la mirada. Veintitrés segundos.
—¿Qué? Oiga... escuche... Renasci... —no sabía qué decir, pero el tiempo se me echaba encima.
—¿Renasci? —el tono del secuestrador se mostró interesado. Una luz se iluminaba en la negritud de aquellos momentos—. ¿Cree que puede decirme algo de Renasci que yo quiera saber?
—Sí... no... verá... Conozco todo... lo que quiera saber. —Al finalizar mis palabras, la risa ahogada se había vuelto carcajada.
—No me haga reír, Charlotte. Me cae usted bien. Ha demostrado ser muy habilidosa y eso tiene un valor incalculable para los de Renasci. —El reloj marcaba cinco segundos—. Le concedo un minuto más de vida a Letty. ¿Qué va a contarme, señorita?
La angustia se apoderó de mí. No tenía ni idea de qué contarle a aquel individuo. Si le mentía probablemente lo iba a saber. Traté de recomponerme, coger fuerza y contarle la verdad y lo que estaba dispuesta a hacer.
—Verá... Mientras los ineptos de la Scotland Yard trataban de negociar con usted la entrega de Letty, a mí me tenían secuestrada y me torturaban e interrogaban porque creen que pertenezco a Renasci.
—Continúe, por favor —me dijo el secuestrador en lo que parecía auténtico interés.
—Jamás había oído hablar de esa organización, aunque conozco a algunas personas que parece que sí forman parte. Yo podría...
—¿Usted qué podría, señorita White?
El agente que estaba de pie colgaba su teléfono en ese momento, no había hablado, el teléfono no había sonado. Miró con preocupación al agente Samson y de reojo me miró a mí. Después negó con la cabeza con pesar. Probablemente, el equipo de asalto había fallado en su intento de detener al secuestrador.
—Yo podría conseguirle lo que necesite. Cualquier cosa. —La apuesta estaba hecha. Mi corazón se encogió y casi dejó de latir.
—¿Ve ahora por qué le dije que ya no tiene nada que ofrecerme? Adiós señorita White. Por favor, no me lo tenga en cuenta. Solamente son negocios —colgó.
En la pantalla, con el reloj a cero, se vio cómo aquel hombre guardaba el teléfono en el bolsillo mientras se ponía de pie. Levantó el brazo hacia la cabeza de mi Letty, llevaba la pistola en la mano y ella se agitó con fuerza. Un fogonazo relampagueó frente a la cámara.
Mi amiga estaba muerta.
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¡Hola amigos!
Lo siento, tenía que hacerlo. Sí, la he matado a bocajarro. De lo contrario esta historia no tendría la tensión que necesito transmitiros y me gustaría saber que estáis viviendo.
Y es que esto no es una de espías de chicas con ligeros donde todo son ensaladas de tiros y coches lujosos, artificios de espía ni superhombres o supermujeres con habilidades espectaculares y balas que rebotan en sus pieles de acero.
Cuando escribí esta novela quise transmitir varias cosas, pero la principal fue que seáis capaces e empatizar con la protagonista. Quise llevaros a un mundo real, donde las cosas que ocurren, te podrían estar pasando a ti...
Espero que no soñéis con crípticas organizaciones terroristas, policías ineptos y hombres muy malos...
Mañana más
Ungran abrazo
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