16. Drones
El despacho del Director General estaba a oscuras, pero la luz proveniente del pasillo iluminaba lo suficiente la estancia como para distinguir los muebles y el lugar hasta el que tenía que dirigirme.
Me acerqué a la mesa del Señor Sanders. La pantalla del PC estaba frente a mí, a su lado descansaba el teclado. En un hueco del escritorio se guardaba la CPU. Los cables me llevaron hasta ella. Los desconecté y abrí la caja para preparar el trabajo. Sería fácil de hacer.
Miré hacia la puerta que descansaba cerrada de nuevo. Cogí un folio de la impresora que estaba en una mesita auxiliar, y después de plegarlo, hizo la función de bloquear el pestillo. Así no tendría que volver a abrirla. La duplicadora todavía seguía funcionando en mi oficina, así que luego volvería.
—¡Mierda! —dije mientras observaba un pequeño reguero de gotas de sangre que había dejado en la moqueta del despacho.
Si quería pasar desapercibida tenía que limpiar aquel desastre. Aseguré el cierre de la puerta antes de salir del despacho y fui al cuarto de baño. Una toalla y un poco de jabón de manos me ayudaron a limpiar las gotas. Al menos ahora no se veían. Quedaba el problema de la mano sangrante, pero no pude sino lavarla bien y envolverla con la misma toalla con que había limpiado los restos de mi sangre. Tal vez así conseguiría parar la hemorragia.
Ya estaba todo preparado y podía continuar con el plan e ir y venir con libertad del despacho del Director General al mío.
Volví a mi oficina. Allí la clonadora continuaba con su trabajo, copiando bit a bit el disco duro. Necesitaba de alguna manera asegurarme que, cuando entregase los discos, mi amiga sería liberada y a mí me dejarían tranquila. Pero no tenía ni idea de cómo conseguir eso.
Pensé también en las implicaciones de lo que estaba haciendo. ¿Cómo podría demostrarle a la policía después que yo había actuado forzada por una situación de secuestro? ¿Cómo podría convencerles de que no había robado yo misma la información para venderla después a la competencia? La duplicadora llevaba un registro interno de las copias realizadas, fecha y hora, identificaba el número de serie del disco duro de origen y del disco de destino. Además, era la única que estaba en las oficinas ese día. Probablemente, un minucioso análisis de la cerradura habría mostrado marcas de haber sido forzada y para rematar, estaba la evidencia de la sangre. Sabía perfectamente que aunque ya no se viesen a simple vista por haberlos lavado, los restos estaban allí y mi ADN con ellos. Ver CSI me había enseñado que, expuesta la moqueta a una lámpara de luz negra, sería cuestión de tiempo relacionarme con el robo de la información. No podía deshacerme de las pruebas pero tenía que asegurarme un motivo para todo aquello, algo válido que contarle a las autoridades.
—El teléfono es la solución —pensé. Las fotografías y los mensajes que me había mandado aquel mal nacido bastardo.
Busqué un cable OTG que estaba segura de tener uno por los cajones, y una de las memorias USB en blanco que tenía. Los había dejado recientemente allí. En las pruebas de prototipos, solía realizar fotografías y vídeos con mi teléfono que luego usaba en el ordenador para analizar el comportamiento de los distintos elementos móviles de los aparatos.
Localicé el OTG, saqué el teléfono móvil del bolso y conecté el cable que debía permitirme volcar la información que necesitaba a la memoria. Respiré hondo esperando que el hacker que hubiera intervenido mi teléfono no hubiera deshabilitado la función que necesitaba utilizar.
En unos pocos segundos, había guardado las fotografías de Letty y el historial completo de la conversación en la memoria USB, que volví a guardar junto con el cable en el cajón de mi escritorio tras rotular en su carcasa con un rotulador indeleble "Letty Evans". Si por cualquier razón me pasaba algo, las pruebas estarían más seguras ahí que en mi bolso. Habría preferido enviar el material por correo electrónico, pero desgraciadamente, la cobertura seguía siendo nula.
Salvo que se me ocurriese algo más, ya solamente me quedaba esperar a que terminara el clonado de mi ordenador, ir al de mi jefe y realizar el mismo proceso.
Me senté por fin a descansar. Mis piernas temblaban, al igual que mis manos. Desenrollé la toalla de baño y observé la herida, había dejado de sangrar. El corte era limpio, y una delgada línea roja recorría la palma de mi mano. Busqué una bolsa por los cajones, pero desistí y acabé por utilizar la de la papelera para meter la toalla, hacerle un nudo y dejarla junto al bolso para llevármela cuando saliese de allí.
—Salir...—mi pensamiento me pedía quedarme en la seguridad de esas instalaciones. Allí, al menos, no podían hacerme daño. Pensé en la gente que trabajaba conmigo, codo con codo.
Mi equipo más cercano estaba compuesto por grandes profesionales pero en ese momento echaba de menos especialmente a David Brewster, "Smiley", un ingeniero informático que desarrollaba toda la parte del almacenamiento seguro de datos y encriptación. Era especialista en seguridad y había trabajado durante años realizando auditorías de seguridad informática a empresas en lo más alto de los rankings de popularidad de la red, como el gigante amazon.com o la red de escritores wattpad.com. Cuando lo conocí en la universidad, pronto nos hicimos amigos. Era un tipo muy divertido, un fuera de serie en lo suyo. Siendo un adolescente había sido detenido por la policía por irrumpir en varios sistemas informáticos del gobierno y hacer inocentes trastadas, como cambiar la página web de la Corona Británica y poner en su lugar un montaje fotográfico de la Reina de Inglaterra en actitud indecorosa. Se hacía llamar por aquel entonces "5m|13Ψ\/" —SmileyV—, nick le forjó una importante reputación entre sus anónimos colegas y que apenas dos o tres personas en el mundo, aparte de la policía, teníamos el dudoso privilegio de asociarlo a una cara y a una persona en concreto. Yo también había sido activista, aunque no en la red y en mi caso había sido, al menos en parte, por amor.
No dudé ni un segundo en ofrecerle un contrato y él no dudó un segundo en aceptarlo. Ahora me habría venido muy bien para que me ayudase a descubrir al secuestrador y desmontar sus planes. Desgraciadamente la seguridad informática no era mi especialidad.
También contaba en mi equipo con Abhijay Deb-Sharma, al que todos llamábamos Abi, un hindú bengalí que había forjado su carrera como ingeniero aeronáutico del fabricante Boeing y después se había dedicado al sector del aeromodelismo. Su calidad como profesional era intachable y su permanente búsqueda de la perfección, un aliciente para trabajar con él.
Yo dirigía el proyecto que mi antecesor, el Doctor Murakami, había comenzado. Desde mi llegada, habíamos introducido una serie de cambios que mejoraban sustancialmente la parte de reconocimiento del terreno y modelado del láser de barrido matricial que llevaban incorporados los aparatos. Habíamos conseguido también simplificar también la forma en que realizaban el almacenamiento de la información que recopilaban mejorando los algoritmos de cifrado y encriptación de datos.
El resto del equipo lo formaban otros ingenieros en diversas materias, diseñadores y personal ayudante que hacían realidad mis propuestas. Un equipo capaz de desarrollar cualquier idea.
Durante el tiempo que llevaba en la empresa desarrollando drones inteligentes, habíamos logrado grandes avances. Aquellos pequeños aparatos eran capaces de moverse ya con casi total autonomía en cualquier terreno y a distintas alturas en solitario. En cuestiones de comportamiento de vuelo, solamente fallaban, y no mucho, cuando se movían entre pequeños obstáculos como árboles o cables de tendido eléctrico. La estabilidad en vuelo estático era casi perfecta. El tamaño cada vez más reducido.
Pero la parte del proyecto que más estaba constando desarrollar era lograr que su comportamiento en grupo fuese más ordenado y eficiente. Para eso, la red neuronal que los hacía trabajar juntos como un equipo perfectamente sincronizado, debía todavía pulirse bastante a nivel de algoritmos y código. De ese modo, podrían responder mejor a los fines para los que habían sido diseñados: el modelado de terrenos. En cuestión de minutos, podían generar un mapa tridimensional de un terreno bastante amplio alcanzando niveles de detalle nunca antes logrados.
Las aplicaciones en arquitectura, cartografía, topografía y geotecnia, entre otras, eran enormes. Las posibilidades casi infinitas y a un bajo coste.
—Para mí el coste ya ha sido demasiado alto —pensé mientras escuchaba el "bip" de la clonadora que había finalizado todo el trabajo.
Salí del despacho de Oliver Sanders, dejando tras de mi un disco duro perfectamente clonado y una puerta bien cerrada. Volví a mi despacho, guardé los discos en el bolso y me dispuse a hacer una llamada telefónica.
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