15. Cerrajería
El pasillo estaba tan desierto como cuando un rato antes lo había visitado mientras me dirigía a la carrera a mi despacho. No había cámaras, no eran necesarias. Los despachos no tenían más acceso que por el pasillo. Por dentro solamente tenían ventanales fijos, siendo la única parte móvil los ventanucos de la parte superior que se podían abrir para ventilar las estancias y por los que no habría cabido ningún asaltante. La única entrada a los despachos era, por tanto, desde la escalera o el ascensor y, para acceder a cualquiera de ellos, había que pasar necesariamente por el control de accesos de seguridad. Nadie sin la debida autorización podía subir allí y mucho menos fuera del horario de oficinas.
Me encontré frente a la puerta. Observé la cerradura. No era distinta de la mía. Un simple sensor inteligente que reaccionaba a una etiqueta NFC integrada en cada una de nuestras tarjetas de empleado era todo el secreto que se interponía entre el pasillo y el despacho del Director. El sistema registraba de ese modo la hora de entrada del personal. Todas las puertas disponían de ese mismo aparato y permanecían permanentemente cerradas, salvo las de emergencia, que disponían de barras antipánico que, en caso de un incendio, se abrían empujándolas para dar salida al exterior del edificio.
Cuando un empleado se movía por las instalaciones de la empresa, debía llevar siempre su tarjeta electrónica. Al acercarla a los detectores, hacía que las puertas se abriesen y que el sistema registrase el nuevo emplazamiento del empleado. Era un sistema de cerradura muy sencillo, una señal eléctrica accionaba un mecanismo que liberaba la cerradura simple. No estaba pensado para evitar el acceso, sino para facilitarlo. Habría sido sencillo hackearlo con las herramientas adecuadas pero no disponía de tiempo para investigar tanto. Seguramente, provocar sobre el circuito eléctrico una señal de idéntica intensidad, abriría la puerta. Pero en mi despacho no tenía el material adecuado para hacer las pruebas. Eso estaba todo en los laboratorios, parte de los cuales se encontraban en la planta baja y el resto en la nave adyacente. Yo tenía acceso como Jefa de Proyectos que era, pero lo descarté.
Sabía que tenía tres intentos erróneos de apertura antes de que en la consola del vigilante se activase una señal de alarma. No era raro que las etiquetas o los sensores dejasen de funcionar correctamente. En un día normal, una alarma en el panel de control de vigilantes solamente sería un aviso para que uno de ellos se desplazase hasta la oficina afectada y autorizase con su propia tarjeta electrónica el acceso, aunque el sistema estaba pensado también para facilitar el acceso desde el puesto de control simplemente pulsando un botón en el teclado del ordenador. Pensé en las posibilidades que tenía de generar una señal errónea que identificase la puerta del Director con la mía. Demasiado complicado para improvisarlo. Cabía una posibilidad entre mil de que yo engañase al de seguridad para que me abriese la puerta del Director General. No tenía una excusa válida. En ese momento quise ser la secretaria de dirección, ella sí que habría podido abrir la puerta. Habría podido decirle que necesitaba trabajar con algún dossier de los que normalmente están en la mesa del Gerente, aunque eso, como mucho, me habría abierto la puerta durante unos segundos mientras tomaba el dossier y salía de allí bajo la atenta vigilancia del de seguridad. Además, de no creerme, habría saltado la sospecha sobre mis actividades. No me valía.
—No pierdo nada por intentarlo —me dije acercando mi tarjeta al sensor. Una luz roja se encendió en el marco del pomo y ningún sonido lo acompañó. Intento fallido, yo no estaba autorizada a abrir esa puerta.
En una ocasión que me dejé las llaves en casa, un cerrajero había abierto mi puerta con una especie de lámina de metal plastificado flexible. Mientras usaba esa ganzúa, además de observar, le pregunté cuál era la técnica correcta para abrir la puerta. El cerrajero metía el plástico en la ranura de la puerta y luego lo deslizaba hacia abajo hasta hacer tope con la cerradura. Después comenzaba a mover con fuerza la puerta adelante y atrás mientras forzaba aquella herramienta hacia abajo, intentando trabar la cerradura y accionar el mecanismo. No tardó ni un minuto en lograrlo y tardó menos todavía en cobrarme las 150 Libras que me costó el trabajo. No disponía de nada parecido a las láminas de plástico reforzado de distintos grosores que usaba el cerrajero para hacerse con el dinero de los despistados propietarios, pero en la oficina, puede que tuviese algo parecido que poder usar.
Volví a mi despacho y busqué en los cajones. Nada.
—Piensa Charlotte —me repetía una y otra vez. Mi cabeza iba a estallar, la sentía como una olla a presión. Tenía la garganta completamente seca.
Busqué la máquina de bebidas del pasillo y saqué una botellita de agua. Las máquinas también usaban las mismas etiquetas NFC y no era necesario el uso de dinero en efectivo. Todos los empleados podían beber agua gratis. Los refrescos y snacks se pasaban a una cuenta de empleado que se liquidaba mensualmente.
Mientras bebía toda el agua de un trago me fijé en las latas de refresco y pensé en la estructura y material con el que están hechas. No tardé ni cinco minutos en vaciar una lata de coca—cola, recortar la parte de arriba y de abajo con unas simples tijeras y darle otro tijeretazo al cilindro que quedaba, de modo que tenía en mis manos una lámina bastante flexible de aluminio. Estaba lista para ejercer de cerrajero.
Antes de intentar entrar en el despacho del director, me fijé en la cerradura de mi puerta. Deslicé desde dentro la ganzúa improvisada. Esto me permitió observar el momento en que tocaba con el pestillo y cómo debía movilizarlo. Tras varios intentos fallidos, un clic me hizo pensar que era una gran profesional en la materia. Mis esperanzas no se desvanecían, aunque sabía que no sería lo mismo hacerlo desde dentro, que tenía acceso visual al cierre y la posición de la ganzúa la adaptaba a mis necesidades que desde fuera, totalmente a ciegas y sin la experiencia necesaria.
Después de asegurarme que no había movimiento en la escalera, volví a la puerta del despacho de mi jefe, deslicé mi utensilio por la ranura, lo llevé hasta la altura donde topó con el cierre y comencé a moverlo despacio, tratando de trabar la cerradura. La adrenalina inundaba mis venas y mi corazón volvía a latir con fuerza y a un ritmo endiablado.
Tras varios minutos intentándolo, la cerradura no daba ni la menor señal de abrirse. Recordé la técnica del cerrajero. Para imitarla tendría que zarandear con todas mis fuerzas la puerta adelante y atrás mientras le daba con el pie en el canto de abajo. Trataría de provocar la mayor holgura posible entre la puerta y la cerradura, de modo que la ganzúa lograse deslizarse tras el cierre. El problema era que si hacía mucho ruido, alertaría al vigilante, y eso no me convenía.
Aunque podría haberle contado mi problema al vigilante, parecía que el secuestrador se había tomado muchas molestias en asegurarse el golpe. Pensé en el taxista. Su forma de asentir me había tranquilizado. Estaba convencida que la policía ya estaría realizando averiguaciones y ahora, lo único que necesitaba, era ganar tiempo.
—¿Preparada? —me dije mientras tomaba el pomo con una mano. Ya había deslizado de nuevo la lata por la ranura y la consideré en posición.
Comencé a empujar y tirar con fuerza del pomo mientras con la ganzúa iba haciendo fuerza hacia abajo, con un movimiento oblicuo, tratando de profundizar más en el sencillo mecanismo hasta trabarlo. Al mismo tiempo, mi pie empujaba, casi daba patadas al borde inferior de la puerta, provocando que toda la estructura que la sujetaba vibrara con fuerza.
El ruido era considerable. Llevaba como treinta segundos empleando esta técnica y mis brazos ya no podían más. Tuve miedo de no conseguirlo, pero continué durante un minuto más aproximadamente. Cuando estaba al límite de mis fuerzas, un suave clic me mostró que la puerta estaba abierta y la mano que sujetaba la ganzúa improvisada, sangraba profusamente por un corte profundo provocado por el filo de la lata.
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Charlotte parece que tiene habilidades muy interesantes pero... ¿Y ahora qué? Yo ya he decidido hace tiempo qué va a pasar, pero...¿Y vosotros?
Estaré encantado de leer y responder a la lógica de vuestras deducciones si os apetece jugar a este juego.
Vamos,no seáis tímidos! ¿Dónde está vuestra vena de agente secreto?
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