1. Dulce tentación


Una luz tenue inundaba la estancia. Me desperecé mientras observaba que las primeras luces del día apuntaban ya por encima del tejado de la casa de enfrente. A mi lado dormía plácido un ángel. Todavía no me lo podía explicar.

La noche anterior salí con dos amigas a tomar unas copas. Acabamos en el lugar habitual, con la gente habitual y la música de siempre. Iba a ser una noche tranquila, de risas, copas, confidencias y tal vez borrachera. Los hombres no suelen formar parte de nuestros planes de amigas, pero algo ocurrió y luego todo cambió.

Jamás me había acostado con un hombre nada más conocerlo. Nunca fui una santa, pero tampoco me gustaba que pensasen que soy una golfa. Creo que las emociones vividas en tan poco tiempo me hicieron perder el control.

Eran todavía las diez de la noche y en el local solo estábamos nosotras tres, un chico alto de unos 30 años que debía esperar a alguien, una parejita al fondo de la barra y Sonia, la camarera. Al abrirse la puerta, apareció un tipo que cambiaría mi futuro.

—¿Te has fijado en ése? —Mi amiga Martha no le quitaba la vista al individuo que acababa de entrar por la puerta.

El tipo tenía una pinta muy desaliñada pero, lo peor, era su actitud. Yo ya le había echado el ojo y también estaba inquieta. Le cruzaba una cicatriz por la cara, de arriba abajo. Eso era lo que debía haberle producido la ceguera del ojo que, blanco por completo, hacía tiempo que había dejado de mirar a ninguna parte. Además, usaba un abrigo muy gastado y sucio. Con las manos en los bolsillos del gabán mugriento y viejo, caminaba de forma errática, casi se iba tambaleando. Pensé que estaba borracho o muy drogado.

—Chicas, ¡cuidado con los bolsos! Éste no viene a tomar copas —previno Letty.

—A ligar tampoco, me temo —murmuré entre dientes mientras el tipo avanzada con pasos pesados hacia nosotras.

Sin más aviso, el tipo aquel sacó de su bolsillo una pistola, yo era la primera en su línea de visión y dirigió el cañón del arma contra mí. Me quedé petrificada mientras escuchaba sus palabras.

—¡Vais a darme todo lo que tengáis!, ¡quiero ver vuestras putas manos! —Mis piernas comenzaron a temblar tanto que pensé que me iba a caer redonda al suelo—. Vosotras tres, ¡las carteras y las joyas! Si alguien intenta algo, morirá gente hoy —remató con voz áspera, mientras de su boca no cesaban de salir pequeñas gotas de saliva.

Estaba aterida por el pánico, no podía moverme. Creí que mi vida podía acabar en cualquier momento pero la camarera, reaccionó.

—Oye, no queremos problemas. Acabo de abrir y no hay más que cambio en la caja. Coge lo que quieras y vete, por favor —dijo Sonia. El tipo, nervioso, comenzó a encañonar a todos mientras se movía hacia el final de la barra, donde estaba el paso para empleados.

Cuando pasó a su altura, en un segundo, el chico solitario que estaba tomando una copa, saltó sobre él y le aplicó algún tipo de llave de artes marciales. Sus movimientos fueron felinos, no le golpeó, pero había logrado quitarle la pistola con un solo gesto, en apenas un instante. En una continuidad de su acción, lo había derribado y le retorció el brazo, en el suelo, boca abajo, con su rodilla sobre el cuello. Con la mano libre, se hizo con el arma.

—Creo que te has equivocado —dijo como si la cosa no hubiera ido con él mientras guardaba en su chaqueta la pistola y sacaba del mismo bolsillo un teléfono móvil—. ¿Policía? Sí, por favor, llamo por un intento de atraco. —Hizo una pausa—. Sí, en el local "On Top". —Esperó un momento más—. No hay problema, lo tengo reducido pero vengan pronto, por favor.

Apenas tres minutos después, apareció en el local una pareja uniformada. Tras ponerle las esposas y llevarse al delincuente al coche patrulla, uno de los policías volvió al local. Durante unos minutos estuvo haciendo preguntas a los presentes, nos preguntó lo que había pasado, nos ofreció llamar a una ambulancia, y tomó nuestros los datos de identidad y teléfonos. Después se fue y la tensión afloró.

—Eso que has hecho ha sido demasiado peligroso. ¿Qué hubiera pasado si se le dispara la pistola y mata a alguien? —recriminó mi amiga Letty al improvisado héroe.

—¡De nada, señorita! Sé lo que hago. Estaba todo bajo control.

—Gracias, mi amiga está muy nerviosa, aunque yo creo que lo estoy más. ¡A ti no te ha apuntado! —espeté a Letty en un intento de calmarla o tal vez de calmarme yo misma.

—No te preocupes, es normal, son los nervios. Tu amiga no tiene culpa —excusó el hombre.

Y fue así como continuamos hablando un rato los presentes sobre lo sucedido y todos le dimos las gracias, incluso Letty, a nuestro anónimo salvador. Sonia sirvió una copa más.

—Siento lo sucedido, invita la casa.

Poco a poco fuimos recuperando la compostura. Estuve a punto de irme a casa, mis piernas temblaron durante un buen rato pero, al final, la tensión se convirtió en euforia y lo sucedido en tema de conversación banal. La adrenalina tiene esos efectos y después de asegurarnos que seguíamos enteras y vivas, pudimos relajarnos.

Después, el local comenzó a recibir clientes, nuestro oportuno salvador volvió a su lugar solitario en la barra y nosotras seguimos a lo nuestro. Por un momento, pareció que no había pasado nada, seguía siendo un viernes más, solo que éste lo íbamos a recordar por mucho tiempo.

Y así, como cambia el color de las hojas en otoño hasta que caen muertas al suelo, mi vida cambió para siempre...

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