4. Hunger
—¡Lyla! —exclamó Miguel mientras rápidamente se agachaba para levantar a Ben.
Estaba debilitado, pero aún tenía fuerzas. Levantó al corpulento castaño sobre su hombro y lo extendió sobre la camilla, luego empezando a conectar algunos sensores a su piel para monitorear sus signos vitales y conectando el mismo suero que él solía utilizar cuando las cosas se salían demasiado de control.
—¡¿Qué le pasó?! —La castaña se proyectó junto al pelinegro, llevando ambas manos a su cabeza y abriendo sus ojos de par en par—¡Ya mastate a tu primer invitado en años!
—No seas ridícula, analízalo.
La castaña mantuvo su mirada fija en Ben durante unos segundos y, al levantar la mirada, tuvo la información que necesitaba lista.
—Los análisis muestran una rápida mutación genética —confirmó las peores sospechas del pelinegro.
—¿Hay contaminación de alguna muestra en su sangre?
—No de una muestra de Spiderman, pero sí hay rastros de químicos presentes —respondió desplegando varias imágenes en el gran monitor holográfico—. Puede que el contacto con los químicos despertara algo dormido en sus genes. Esto es un proceso distinto al que atravesaste, incluso diría que parece... Natural —soltó sorprendida, dirigiendo una al pelinegro para luego proyectarse a su lado—¿Alguna idea?
—No tengo nada —Miguel negó con su cabeza mientras rebuscaba rápidamente entre una lista de archivos—. Anoche recibió un par de heridas y lo lanzaron contra un estante pero no pareció afectado en el momento.
—Si recibió heridas anoche, ahora no tiene ni siquiera cicatrices —señaló la castaña de regreso junto al agente Parker—¿Habilidad regenerativa mejorada te suena de algo?
Miguel se acercó a comprobar las palabras de su compañera, primero tocando la piel del castaño y sorprendiéndose ante su alta temperatura para luego concentrarse en corroborar que, efectivamente, no quedaba ningún rastro de las heridas que había sufrido la noche anterior. Su mutación estaba avanzando rápidamente, pero aún tenían tiempo para ayudarlo.
—Necesito encontrar uno de los compuestos que hice...
—Ya imagino cual es —Lyla lo interrumpió esbozando una sonrisa que Miguel respondió.
Era una inteligencia artificial, pero a la par su mejor amiga y compañera. Podía ser por su configuración o simplemente el haberse acostumbrado a tratar con él, pero comunicarse con la castaña era extremadamente sencillo para Miguel. Ella siempre seguía a la perfección su hilo de pensamiento, anticipando las ideas que tendría o comprendiéndolas rápidamente. Una capacidad que nadie más en el mundo parecía poseer.
—Los voy desplegando en la pantalla —soltó la inteligencia artificial antes de dejar de proyectarse en la habitación.
Con el conocimiento en genética que tenía y una condición de su tipo era imposible que no hubiera utilizado todo su tiempo de reclusión para estudiar su caso. No había dado con una cura, pues trabajar únicamente con su sangre era difícil. La enfermedad que tenía previo a su última noche en Alchemax no había hecho más que evolucionar junto a él, llegando al punto de requerir absorber sangre y hasta cambiando su cuerpo y metabolismo para permitirle hacerlo, adaptándolo más a la figura de Nosferatu que la del héroe arácnido de la época dorada. Para lograr encontrar una cura eficiente, debía atacar su enfermedad y la mutación genética ocasionada por la araña original al mismo tiempo, lo que hasta el momento le había sido imposible. Pero estudiar por separado los efectos de la araña, con su conocimiento en genética y su cantidad de recursos, no sólo había sido posible sino que hasta podría considerarlo fácil. De cualquier forma parte de su investigación había estado impulsada y respaldada por Alchemax.
Así, aislando los componentes que pertenecían a la araña original, aquella que en su momento había mordido al primer Spiderman, había logrado hacer algún que otro avance. No tenía forma de comprobarlo a ciencia cierta, pero Miguel O'Hara no era una persona que cometiera equivocaciones. Cuando estaba seguro acerca de algo, es porque tenía firmes bases sobre su certeza.
Podía ayudar a Benjamin. Tal vez no curarlo completamente, pero sí ganarle tiempo, frenar la mutación, incluso hasta revertirla momentáneamente. Simplemente tenía que elegir la versión correcta del antídoto, la cual ya estaba buscando, desplegando varios archivos a la par en la gran pantalla holográfica y descartando aquellos que no le servían tan rápido como abría unos nuevos.
—¿Qué me está pasando?
Ben abrió sus ojos, sus labios entreabiertos mientras su pecho descubierto subía y bajaba, cubierto por una fina capa de sudor. Sus firmes manos tomaron la muñeca del pelinegro con fuerza, tirando de él para acercarse. Sus hormonas inundando la habitación y embriagando los agudizados sentidos del pelinegro con un aroma dulce, sus colmillos comenzando a asomarse ante la tentación.
Podía ser simplemente efecto de su abstinencia, pero Miguel no podía ignorar que había algo en su sangre que le llamaba particularmente la atención. Nunca había tenido que luchar tanto contra si mismo para retenerse, sintiendo como su hambre alcanzaba niveles que desconocía. Tal vez los genes mutados por la araña original se estaban atrayendo, una conexión primitiva que había escapado de los efectos secundarios que llegó a considerar.
—Tranquilo Benjamin, te estoy ayudando, pronto acabará —soltó Miguel en un intento por tranquilizarlo, poniendo una mano sobre su pecho para indicarle que se mantenga recostado, grave error.
Un sonido similar a un lastimero quejido abandonó los labios del castaño ante el tacto ajeno sobre su piel, su espalda arqueada en búsqueda de más contacto. El pelinegro ejerció mayor presión y sólo obtuvo un gemido en respuesta, un sonido de índole similar al que previamente había soltado. Antes de que pudiera detenerse, sus ojos viajaron a través del cuerpo del hombre, grave error, su corazón se aceleró al ver la forma en que su miembro se marcaba bajo su pantalón, aquello, acompañado por los movimientos pélvicos que el castaño realizaba en una búsqueda ciega por alivianar la presión o buscar algún tipo de alivio, era demasiado para Miguel. Hubiera sido demasiado para cualquier hombre.
Retrocedió casi asustado de si mismo. Tenía que ayudar a Ben, pero la situación comenzaba a afectar su propio cuerpo, volviéndose un obstáculo para si mismo. Regresó su atención a la pantalla holográfica mientras el hombre en la camilla continuaba retorciéndose en la ilusioria búsqueda de liberación, soltando sonidos que ponían la piel del pelinegro de gallina, interrumpiendo cualquier hilo de pensamiento que pudiera formular.
—Por favor, por favor.
Hambre. Las suplicas del delirante castaño hacían al pelinegro aferrarse con fuerza a la mesa de la controla, sus nudillos blancos por la intensidad mientras sus ojos seguían viajando por toda la información desplegada frente a él, recordándose constantemente que debía mantenerse atento. No podía observar al hombre durante mucho tiempo, ya ni siquiera sabía reconocer que era producto de su abstinencia o alguna otra reacción química en su organismo, y que simplemente correspondía a su retorcida psiquis, pero mirar a Ben por demasiado tiempo lo condenaría como a Orfeo en el Inframundo.
Era extremadamente tentador, el buen agente Parker retorciéndose sobre la camilla ansioso por el menor de los contactos. Luchando por retener los sonidos que amenazaban por escapar de su garganta y fallando miserablemente. Sacudió su cabeza intentando alejar aquellas imágenes y se forzó a seguir leyendo, tomando profundas respiraciones por su boca mientras sus ansías mantenían sus latidos acelerados y sus colmillos fuera.
Finalmente, el archivo que estaba buscando apareció ante sus ojos, uno de los tantos compuestos que había fabricado a partir de una muestra de su sangre, en su momento había tenido la ilusión de que tal vez podría curarlo, pero si bien pudo reducir sus sentidos aumentados y habilidades especiales, así como sus niveles sobrehumanos de fuerza y velocidad, no hicieron nada por su enfermedad, que permaneció alterada. Seleccionó el archivo y una estantería se desplegó desde el suelo, repleta de tubos de ensayo con líquidos de tonalidades similares, la muestra que estaba buscando se destacaba como la única iluminada. Agradeció a Lyla mientras la tomaba y caminando hacia una mesa que estaba repleta de modernos utensilios médicos tomó la aguja, colocando la muestra en su interior y luego tomando una profunda respiración antes de acercarse a Ben nuevamente.
Una vez frente a él, aquellos claros orbes avellanas se clavaron sobre los suyos, un brillo obsceno que lo tentaba a olvidar todo tipo de restricciones y darle lo que realmente necesitaba. Quería tocarlo hasta que las limites de su propio cuerpo fueran difusos. Tenía la seguridad de que podía hacerlo rogar, besar la expuesta piel de su cuello hasta que él mismo pidiera que lo drenara.
—Por favor Miguel.
Se acercó con la muestra en la aguja, de repente despertando una reacción en el castaño, quien pareció presentir al filo acercarse, irguiéndose de repente y poniéndose a la defensiva. A Miguel le era familiar aquel sexto sentido.
—¿Qué es eso? —exigió saber apuntando a la aguja, su cuerpo temblando por la fiebre y sus ojos brillando.
—Es una cura, sólo intento ayudarte.
—¡No! —Ben se resistió sacudiéndose—¡No! —repitió sosteniendo con fuerza las muñecas del contrario.
A Miguel le fue sencillo superarlo en aquel estado, rodeando su cuello con su brazo hasta que su mano dio con los húmedos mechones castaños, ejerciendo una leve presión para cortar algo de aire.
—Tranquilo —ordenó sobre el oído, un tono serio y calmado que hizo al castaño estremecerse bajo su tacto—. Así es, todo está bien —aseguró mientras aflojaba su agarre, permitiéndole a Ben respirar nuevamente.
El castaño escondió su rostro en el cuello ajeno, inhalando el aroma de Miguel, quien habiendo alcanzado su limite cerró sus ojos en una lucha interna por mantener el control, batalla que eventualmente acabó perdiendo. Sus labios buscaron los ajenos, obteniendo un sonido en respuesta que no hizo más que alimentarlo y, al finalmente encontrarse, dieron rienda al hambre en su estado más puro. Consumiendo al otro en un beso que enviaba descargas eléctricas por sus terminales nerviosas, acompañada por la sensación de algo poderoso agitándose bajo su piel. El calor los envolvió como si el laboratorio se hubiera incendiado, las manos de Ben se filtraban bajo la camiseta del contrario, recorriendo su torso con la intención de abarcarlo entero.
Sus lenguas no tardaron en encontrarse, enredándose en una lucha sin ningún tipo de restricciones. La mano libre de Miguel se extendió por la piel expuesta del castaño produciéndole un escalofrío hasta que aprisionó el bulto en sus pantalones, lo que se ganó un gemido por parte de Ben.
—¡Miguel!
El castaño se empujó contra su mano, queriendo más, más de Miguel, más contacto, más de todo lo que pudiera darle. Los colmillos de Miguel rozaron el cuello de Ben, la sensación produciendo una cosquilleó que le arrancó una sonrisa al castaño, fue en ese momento que sus ojos se encontraron nuevamente. Y, en un repentino ápice de consciencia, sintiéndose como una araña que había atrapado a una hermosa mariposa en su red, Miguel clavó la aguja en el brazo de Ben.
El pelinegro se alejó rápidamente, llevando una mano a su boca, horrorizado por haber cedido de tal forma a impulsos tan primitivos y haber estado tan cerca de romper sus propios votos y herir a un inocente. Miguel miró desconcertado en todas direcciones, las luces demasiado claras y el repentino frío resultando abrumador en su piel, sus ojos lograron enfocar a Miguel durante unos segundos, justo antes de que una nueva sacudida de su cuerpo le arrebatara la consciencia.
El pelinegro se dedicó a normalizar el ritmo de su respiración, aún repasando los últimos sucesos en su mente. La parte más cuerda de él se veía incrédula, como si las imágenes que había visto y las sensaciones que aún invadían su cuerpo provinieran de una fantasía o una alucinación. Él no podía haber hecho aquello, ni tampoco haberlo disfrutado tanto. Y sin embargo...
Levantó su mirada al monitor principal, los signos vitales del castaño mostrándose estables y el antídoto que había formulado actuando rápidamente en su sangre, combatiendo las mutaciones genéticas mucho más rápido de lo que esperaba. Entonces se dirigió al ascensor y abandonó el laboratorio, Lyla se proyectó a su lado cuando estaba en el pasillo de elegancia victoriana, su ceño fruncido y su boca abierta.
—¡¿Se puede saber donde vas?!
Miguel la fulminó con la mirada, un gesto tan afilado que hizo a la castaña detener sus pasos.
—Voy por mi traje, saldré —respondió con voz grave—. Voy a comer —anunció, dedicándole a la proyección holográfica una última mirada sobre su hombro.
Lyla formuló una mueca y desapareció. Miguel estaba alterado, las ojeras bajo sus ojos habían empeorado y, si es que era posible, se había tornado aún más pálido. Lo mejor que podía hacer era alimentarse, aún cuando eso significaba que dentro de unas cuantas horas los agentes de paz encontrarían un nuevo cuerpo extrañamente drenado de su sangre.
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