Capítulo 17: Una noche inesperada
Después de la intensa batalla contra Arlong y su tripulación, el pueblo comenzó a recuperar la calma. Sin embargo, Kael sentía que el trabajo aún no estaba completo. Dejar a los hombres-pez vivos, aunque derrotados, era un riesgo que no podía permitirse. Durante la reconstrucción, mientras todos celebraban la victoria y descansaban de la batalla, Kael decidió tomar cartas en el asunto.
Sin hacer ruido, caminó hacia los cuerpos desmayados de Arlong y su tripulación. Con movimientos calculados, utilizó su rifle para asegurarse de que ninguno de ellos tuviera una segunda oportunidad. La última bala fue para Arlong. Un disparo limpio y sin titubeos. El líder de los hombres-pez murió sin resistencia, dejando un silencio sepulcral en la habitación.
Cuando regresó al pueblo, la fiesta estaba en pleno apogeo. Luffy lo interceptó de inmediato, con una mirada severa y molesta.
—¡Kael! ¿Qué hiciste? —gritó, señalando la sangre que aún manchaba sus manos.
Kael, con la misma calma de siempre, respondió:
—Hice lo que tú no tuviste el valor de hacer. Esos monstruos no merecían otra oportunidad.
Luffy apretó los puños, su frustración evidente.
—¡No puedes decidir eso tú solo! ¡Ellos ya habían perdido!
—¿Y qué pasa si vuelven? —replicó Kael, acercándose a él—. ¿Qué pasa si regresan más fuertes, buscando venganza? ¿Puedes garantizar la seguridad de esta gente?
Zoro, quien estaba observando la discusión, decidió intervenir.
—Tiene razón, Luffy. A veces no basta con derrotarlos. Algunos enemigos necesitan ser eliminados para que no vuelvan a ser un problema.
—¡Pero así no es como hacemos las cosas! —insistió Luffy, girándose hacia Zoro, quien simplemente se encogió de hombros.
—No todos pensamos igual, capitán. Kael hizo lo que creyó necesario —dijo Zoro con firmeza.
Aunque la discusión podría haber escalado, los aldeanos los interrumpieron con música y risas. Era momento de celebrar, y Luffy, aunque aún molesto, decidió dejar el tema.
Kael y Stella se unieron a la fiesta, disfrutando de la comida, el vino y la música. Los aldeanos los trataban como héroes, agradeciéndoles una y otra vez por su valentía. Stella permanecía cerca de Kael, vigilando cada movimiento como si temiera que algo pudiera interrumpir ese breve momento de paz.
En un momento, Nojiko, la hermana de Nami, se acercó a ellos. Su rostro estaba sonrojado, probablemente por el alcohol, y su andar era algo tambaleante.
—Kael, Stella… ¿pueden venir conmigo? —pidió con una sonrisa.
Kael arqueó una ceja, extrañado, pero asintió. Stella también aceptó, siguiéndola hasta su casa. Una vez allí, Nojiko cerró la puerta y se giró hacia ellos.
—Quiero agradecerles por lo que hicieron. Lo que hicieron hoy… nadie más habría tenido el valor de enfrentarse a Arlong y su tripulación como ustedes lo hicieron.
Kael negó con la cabeza, algo incómodo con la situación.
—Solo hicimos lo que era necesario. No tienes que agradecer.
Nojiko, sin embargo, no parecía dispuesta a aceptar esa respuesta. Dio un paso hacia Kael, sus ojos fijos en los suyos.
—No, Kael. Lo que hiciste fue devolvernos la libertad. No hay palabras para agradecer algo así.
Stella observaba la escena en silencio, pero con una expresión de ligera curiosidad. Nojiko, entonces, comenzó a desabotonar su blusa, dejando ver cada vez más piel.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó Stella, aunque su tono era más intrigado que molesto.
—Quiero agradecerle a mi manera —respondió Nojiko, sin detenerse.
Antes de que alguien pudiera reaccionar, Nojiko se acercó a Kael y lo besó. Fue un beso lento, lleno de emoción y gratitud. Stella observó la escena, y aunque al principio parecía sorprendida, no intervino.
—Creo que ambos necesitan relajarse un poco —dijo Nojiko con una sonrisa, girándose hacia Stella.
Lo que comenzó como un momento de agradecimiento se convirtió en una noche que ninguno de los tres olvidaría. La pasión, mezclada con el alcohol, hizo que los límites se desdibujaran. Kael, Stella y Nojiko se dejaron llevar, compartiendo una noche de intimidad y conexión.
Cuando el sol comenzó a asomarse por el horizonte, los tres se encontraban en la misma cama, exhaustos y con ligeros dolores de cabeza. Nojiko fue la primera en despertarse, cubriéndose rápidamente con las sábanas al darse cuenta de la situación.
—¿Qué… qué hicimos? —preguntó, su rostro completamente rojo.
Kael, todavía medio dormido, la miró con una leve sonrisa.
—Lo que quisimos hacer. Y estuvo bien.
Nojiko no pudo evitar sonreír ante la tranquilidad de Kael. Stella, por su parte, aún dormía profundamente, aparentemente ajena a la conversación. Kael abrazó a Nojiko, calmándola con sus palabras y su presencia.
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