Capítulo 14
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Después de la pequeña escena con Sanji, decidí que era mejor arreglar las cosas antes de continuar con nuestra noche. Me acerqué al jefe del restaurante, un hombre mayor y de porte imponente, que parecía estar acostumbrado a lidiar con el caos.
—Lamento el incidente con tu empleado —dije, inclinando ligeramente la cabeza en señal de disculpa.
El hombre dejó escapar un suspiro y negó con la cabeza.
—Sanji es un buen cocinero, probablemente el mejor que he tenido, pero su impulsividad con las mujeres siempre lo mete en problemas. A decir verdad, no puedo controlarlo. Es joven… y, bueno, algo virgen en más de un sentido.
Su respuesta me tomó por sorpresa, pero no pude evitar reírme un poco.
—Entiendo. No es necesario que te preocupes más por eso. Pero ya que estamos aquí, quería aprovechar para hacerte una propuesta.
El hombre arqueó una ceja, interesado.
—¿Qué clase de propuesta?
—Quería saber si podrías venderme algunas de tus carnes, especias y verduras. Estoy viajando con una pequeña tripulación —miré de reojo a Stella, que seguía en la mesa, disfrutando tranquilamente del vino—, y no tengo muchas provisiones en mi barco. Además, me vendría bien algún consejo para preparar algo decente.
El jefe del restaurante se cruzó de brazos, evaluándome por un momento antes de asentir.
—Puedo ayudarte con eso. Tenemos de sobra, y, considerando lo que pasó con Sanji, te lo dejaré todo a mitad de precio.
—¿De verdad? —pregunté, sorprendido.
—Claro, no todos los días alguien le da una lección al chico. Pero, ¿estás seguro de que quieres que te dé consejos de cocina? No parece que seas del tipo que pasa mucho tiempo detrás de una sartén.
Sonreí ligeramente, encogiéndome de hombros.
—Tienes razón, no soy un experto, pero quiero intentar hacer las cosas bien… por alguien especial.
El jefe me lanzó una mirada cómplice, como si entendiera perfectamente lo que quería decir, y luego me llevó a la cocina. Me mostró cómo seleccionar los ingredientes adecuados, cómo combinarlos, y hasta me dio un par de recetas sencillas para empezar. Lo anoté todo mentalmente, sabiendo que cada pequeño consejo sería útil.
—Por cierto, ¿tienes algún cocinero que puedas recomendarme? —pregunté mientras empaquetaba las provisiones.
El hombre negó con la cabeza.
—Lo siento, pero todos mis cocineros son indispensables aquí. Aunque, si buscas a alguien con verdadera pasión por la cocina, tal vez puedas encontrar a alguien en el camino. Pero ya te advierto, los buenos cocineros no suelen trabajar gratis.
—Entendido —respondí, agradeciendo su sinceridad.
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Antes de partir
Con las provisiones aseguradas y el consejo del jefe en mente, decidí que era momento de seguir nuestro camino. Antes de irnos, le pedí indicaciones para encontrar una isla cercana donde pudiéramos reabastecernos de agua y revisar la ruta.
—Si vas hacia el este, encontrarás una isla llamada Cocoyashi —dijo el hombre, mientras señalaba un mapa improvisado en un pedazo de papel.
El nombre resonó en mi mente, como si lo hubiera escuchado antes.
—¿Algo más que deba saber sobre esa isla? —pregunté con cautela.
El jefe frunció el ceño.
—Esa isla está bajo el control de un pirata llamado Arlong. Es un hombre-pez, conocido por ser despiadado y controlador. Cobra tributos exorbitantes a los aldeanos, y cualquiera que se oponga a él no vive para contarlo.
—No importa. Si esa es la isla más cercana, iremos allí.
El hombre asintió lentamente, como si admirara mi determinación.
—Ten cuidado, muchacho. Arlong no es alguien con quien quieras cruzarte.
—Gracias por la advertencia, pero sabré manejarlo —respondí con confianza.
Volví a la mesa, donde Stella ya estaba lista para partir. Su expresión se iluminó cuando le mostré las provisiones que había conseguido, y después de pagar al jefe del restaurante, nos dirigimos de nuevo al barco.
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De vuelta al barco
Una vez a bordo, levanté el ancla y comenzamos a navegar hacia Cocoyashi. Mientras el barco se deslizaba suavemente por el agua, Stella y yo hablamos sobre nuestros planes.
—¿Crees que es una buena idea ir a una isla controlada por un pirata? —preguntó, con un tono de preocupación en su voz.
—No tenemos muchas opciones. Además, no me gusta dejar que alguien como Arlong piense que puede controlar todo a su alrededor.
Stella suspiró, pero no discutió. Sabía que, una vez que tomaba una decisión, era difícil hacerme cambiar de opinión.
Mientras el sol se ponía en el horizonte, iluminando el océano con tonos naranjas y dorados, no podía evitar sentir que algo grande estaba a punto de suceder. Stella, apoyada en la barandilla del barco, miraba el horizonte con una expresión pensativa. Me acerqué a ella, colocando una mano sobre su hombro.
—Pase lo que pase, nos cuidaremos el uno al otro —dije con firmeza.
Ella me miró y asintió, una pequeña sonrisa apareciendo en sus labios.
—Siempre.
Con esa promesa silenciosa entre nosotros, seguimos navegando hacia la isla, sin saber exactamente lo que nos esperaba, pero preparados para enfrentarlo juntos.
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