Renacimiento
Sus caras se iluminaron al ver el resultado en la pantalla. La expresión de David cambió al ver el número una esquina.
—Está a 572 metros. Es casi el límite de nuestro equipo.
—Tú lo dijiste. Casi.
Frank sonreía. No recordaba la última vez que había bajado tan profundo. David y Sarah trataron de convencerlo, infructuosamente, de regresar un par de días después con un sumergible. Ellos sabían también que era una mala idea no bajar de inmediato. Corrían el riesgo de no ser los primeros.
—Deberías dejarme bajar contigo —dijo Sarah una vez que Frank estaba en cubierta dentro del traje. David revisaba el cordón umbilical y el sistema de audio y video.
—Quizá cuando tengas más horas de práctica —respondió Frank con una sonrisa antes de dejarse caer por la borda.
El descenso fue lento. Pasaron un par de minutos antes de que Frank atravesara la línea de los 100 metros y otro par más antes de que le fuera necesario encender la iluminación de su traje. Casi 20 minutos después, el haz de luz captó una enorme silueta levantándose frente a él.
—Deberían ver esto —dijo Frank sin poder ocultar su emoción.
—Lo estamos viendo, tonto.
A unos cien metros por debajo de Frank se levantaban los restos de un enorme barco de madera. Un palo se levantaba completo mientras otro más estaba partido por la mitad. La mayoría de las tablas del casco estaban resquebrajadas o simplemente habían desaparecido.
Frank decidió no impulsarse hacia el barco y mejor descender por completo a la superficie antes de acercarse. Tardó unos cuantos minutos más en caer los cuales le parecieron los más largos de todo el descenso.
Una vez junto al barco, Frank distinguió los restos de un palo más.
—¿Una fragata? —preguntó. —¿Sarah?
—No estoy segura. Rodea el caso y busca una forma de subir a cubierta.
—Recuerda que nada más tienes unos 100 metros de movilidad horizontal —añadió David.
—Sí, sí.
Frank caminó junto al casco lentamente. Podría haber usado los propulsores para moverse más rápido y elevarse pero, aunque el hallazgo del barco era poco menos que extraordinario, la verdadera razón por la que Frank estaba allí era simplemente por la experiencia de caminar en el fondo del océano. Quería alargar lo más posible aquel momento.
Había algunos peces moviéndose en un rincón del barco. La arena de la superficie estaba completamente desierta, sin ningún tipo de vegetación a la vista. A juzgar por los pasos que había avanzado, el velero debía medir al menos 70 metros. Una vez que llegó al final, Frank usó los propulsores para elevarse y subir a cubierta. Había un enorme agujero en el centro que permitía ver todo el interior vacío del barco sin necesidad de bajar. Contra la arena que cubría gran parte del interior, destacaban varios bultos de color oscuro.
—Bingo.
Frank decidió no caminar sobre la frágil cubierta y en su lugar flotar ayudado por los propulsores para caer suavemente en el agujero. Trataba de girar lo mayor posible para que la cámara captara todos los alrededores. La construcción y el estado de la embarcación mostraban que debía llevar ahí al menos cien años. Cualquier rastro de algún tripulante, de las velas o de las cuerdas había desaparecido.
Una silueta familiar apareció en uno de los rincones por lo que una vez que cayó a tierra, dirigió su luz en esa dirección. Un pequeño chillido sonó en su oído.
—Por Dios...
Había un hombre.
Frank se acercó con cuidado y pensó por segundos que se encontraría con un realista maniquí o quizá una detallada escultura. A medida que se acercó al cuerpo, se convenció de que no era ninguna de esas cosas. Era definitivamente un cuerpo humano. Vestido con un elegante traje color carbón y un sombrero que seguía sorprendentemente fijo en su cabeza, el cadáver se encontraba erguido con sus pies descalzos reposando suavemente contra la arena y los brazos cruzados contra el pecho. Su piel había perdido todo el color y textura y se encontraba casi pegada a los huesos, pero estaba aún allí. Frank agradeció mentalmente que los ojos del cuerpo se encontraran cerrados. Al acercarse notó también que los brazos cruzados en realidad sostenían algo.
—¿Qué es?— preguntó David desde arriba. Frank no tenía mucha movilidad en los brazos dentro del traje pero aún así trató de tomar el objeto con suavidad sin dañarlo o al cuerpo. En el momento en que Frank logró arrebatárselo, el cadáver se desplomó por su propio peso.
—Creo... creo que es un huevo.
***
Frank despertó en el sillón de David con dolor de cabeza. Había un ligero e intermitente zumbido en sus oídos. Se forzó a bostezar tratando de destaparlos pero el zumbido seguía presente.
David apareció en el pasillo con la misma ropa que había usado el día anterior. Se dieron los buenos días con un ligero movimiento de cabeza.
—¿Otra cerveza? —preguntó David desde la cocina. Frank miró su reloj. Apenas pasaban de las 9 de la mañana.
—Ok.
David salió con dos cervezas y se sentó junto a Frank en el sillón. Ambos bebieron en silencio por un par de minutos.
—¿Se fue Sarah a casa anoche?
—La fuimos a dejar.
—Ah.
Frank se dirigió al baño para orinar. Mientras se veía en el espejo del baño, notó que el zumbido había desaparecido. Al regresar al sillón, empezó de nuevo. Cuando se acabaron sus cervezas, fue el turno de Frank de levantarse a la cocina por otra. Al llegar frente al refrigerador el zumbido era más fuerte. Frank permaneció inmóvil por unos segundos.
La cocina se encontraba en la habitación más al sur de la casa de David. A su derecha estaba la estancia la cual se extendía hacia el norte. El baño se unía a la estancia en esa misma dirección. Frank caminó con pasos lentos hacia el baño ante la mirada curiosa de David. Luego regresó a la cocina.
—¿Escuchas eso?
—¿Escuchar qué?
—Ssss... —Frank hizo una pausa y emuló el ritmo del zumbido con su mano. —Ssss.... Ssss...Ssss...
—Es la resaca.
—Eso pensé yo. Pero si camino en esta dirección el sonido aumenta.
Frank tomó dos latas de cerveza del refrigerador y arrojó una a David.
—Ven.
Frank salió de la casa por la puerta de la cocina y caminó hacia el norte. Como suponía, el sonido se hacía más intenso en dicha dirección. Pronto dejó de ser un zumbido para convertirse en un regular ronroneo.
—¡¿Adónde vas?! —le gritó David varios metros atrás.
Frank se detuvo y levantó la mirada. Una blanca fachada destacaba entre los edificios que se levantaban en el horizonte.
—Al centro marino, al parecer.
El edificio blanco era la sede de un centro de investigación con el que el trío frecuentemente colaboraba. El traje submarino era propio, pero el sumergible que utilizaban en algunas exploraciones era propiedad del centro. La última vez que Frank y compañía habían estado allí había sido justo el día anterior. No era difícil suponer de dónde provenía el zumbido.
A medida que se acercaba al edificio, el sonido en sus oídos se hacía más intenso. Y entonces, sin el menor aviso, se detuvo. Frank también lo hizo.
—¿Qué pasó? —preguntó David que por fin alcanzaba a su amigo. Por toda respuesta, Frank comenzó a correr.
Llegó hasta la entrada del centro y se dirigió directamente al área de biología marina. Cecil, la mujer encargada de dicha área se sorprendió al verlo entrar repentinamente.
—Hola... otra vez.
En el centro de la habitación había una mesa iluminada y un objeto ovalado de unos 30 centímetros de alto reposaba sobre ella. Cecil usaba guantes y estaba de pie junto a la mesa.
—¿Qué le hiciste al huevo? —preguntó Frank. La mujer lo miró confundida.
—Aún nada. Lo trajiste apenas ayer.
—No. Hablo de este momento. El huevo tenía algo esta mañana y ese algo ya no lo tiene desde hace dos minutos. ¿Qué le hiciste?
La mirada de incertidumbre de Cecil se convirtió en una de sorpresa.
—Estaba sumergido en agua desde temprano. Lo acabo de sacar.
David entró por la puerta jadeando. En oraciones cortas, Frank explicó a ambos lo que había estado sucediendo. Sin poder ocultar su incredulidad, Cecil los condujo hacia un rincón de la habitación en donde había un contenedor transparente lleno de agua salina. Con suavidad introdujo el huevo dentro del agua.
Apenas quedó cubierto, Frank se llevó las manos a los oídos y cayó de rodillas al suelo. Sentía como si tuviera la cabeza pegada a la sirena de una ambulancia. David se acercó a ayudarlo y Cecil se estiró para sacar el huevo.
—¡No!
Apoyándose en David para levantarse y con las piernas temblorosas, Frank se levantó y caminó hacia el contenedor. Con mucho cuidado metió su mano al agua y tocó el huevo. El silencio fue inmediato.
Frank permaneció con su mano sobre el huevo hasta que pasara algo. Cecil y David lo miraban expectantes. No sucedió nada más. Frank sacó el brazo del agua y el sonido no regresó.
Cecil terminó de revisar el huevo ante la presencia de los dos hombres. Era de un tono verdoso con algunas manchas color rosa. En el tomógrafo del laboratorio, el interior del huevo lucía completamente sólido y el exterior parecía estar fosilizado. El lugar en donde se encontraban no contaba con lo necesario para hacer una datación del huevo, pero Cecil calculaba unos cuantos miles de años. Les propuso enviarlo a un museo en una ciudad cercana en donde un conocido podía llevar el proceso.
—Sólo no olvides mencionar nuestros nombres cada vez que tengas la oportunidad —dijo David en broma. Frank parecía desanimado por no obtener respuestas y porque nada resultó del sonido que había producido el huevo.
—Sentí como si me estuviera llamando —dijo a David cuando regresaban a casa. —¿Pero por qué sólo yo podía escucharlo?
David prefirió guardar silencio en lugar de decir en voz alta la respuesta más obvia.
Frank no salió de casa la siguiente semana. Se la pasaba todo el día en cama, rodeado de botellas de agua que bebía por completo en un par de horas, sólo para levantarse a rellenarlas. Dos días después del primer descenso, el centro marino tuvo disponible el sumergible. Sarah fue a buscar a Frank para que volvieran a bajar.
—Puedes bajar tú sola —dijo él. —El sumergible es más seguro e imagino que aprenderás más si no estoy yo ahí diciéndote qué hacer a cada momento.
Sarah y David sabían que si un descenso en medio del océano no era suficiente para motivar a Frank a salir de casa, algo debía andar muy mal. La parte que no sabían era que Frank llevaba días sin dormir. Apenas comía, pero bebía casi cinco litros diarios de agua. Los pocos momentos en los que dormitaba estaban llenos de visiones extrañas. En una de ellas estaba de regreso en el fondo del mar explorando el barco. Casi todo sucedía como había ocurrido en realidad. «No es una fragata, es un clipper», le corregía Sarah a través del micrófono. Frank sólo reía. Entonces, llegaba la parte en donde encontraba el cuerpo. Pero ahora no era un cadáver. El hombre estaba vivo y lo miraba con el rostro y los ojos inflados. En sus manos sostenía el huevo que emitía un brillo azulado. «Debiste haberte quedado en la superficie en donde estabas a salvo», decía el hombre. El huevo comenzaba a fracturarse y una criatura similar a una medusa salía de ella. La criatura se lanzaba contra Frank, de alguna forma destruyendo 10 centímetros de aluminio que separaban a Frank del exterior y entonces la criatura entraba a su boca. Frank sentía que se ahogaba.
Despertaba en su cama sin poder respirar, con su garganta bloqueada como si realmente se estuviese ahogando. La visión se repetía una y otra vez. En ocasiones, lo que decía el hombre cambiaba. «¿Por qué regresaste?», preguntaba el hombre. La medusa lo atacaba antes de que Frank tuviera la oportunidad de responder.
Exactamente nueve días después de haber encontrado el huevo, Frank pudo dormir la noche completa. Al despertar, una sonrisa se dibujó en su rostro por algo que, se decía a sí mismo, no debía alegrarlo. Nuevamente escuchaba el zumbido.
Se bañó, se afeitó y tratando de actuar lo más normal posible, se dirigió a la casa de David. Sarah también estaba allí. Ambos lo saludaron efusivamente, haciendo preguntas sobre su salud y su estado mental. Frank se forzó a sonreír como lo hacía usualmente. «No pasó nada», decía. «Perdón por preocuparlos.»
Aceptó un par de cervezas que le ofreció David. No quería perder demasiado tiempo pero tampoco quería levantar sospechas. Al mismo tiempo, el alcohol podía ayudarlo a disimular su impaciencia. Cuando abrió la tercera lata y estuvo convencido de que sus amigos se habían tranquilizado, dijo en voz alta la frase por la que había ido allí en primer lugar.
—David, necesito que me prestes tu camioneta.
***
Conducir fue el pretexto perfecto para que Frank pudiera salir de casa de David sin tomar una cerveza más. Llevaba, en cambio, un par de botellas de agua. Sabía que el huevo no estaba ya en el pueblo; el zumbido en sus oídos era apenas imperceptible y el volumen no había cambiado en absoluto al moverse de su casa a la de David. Cecil había dicho que lo enviaría al museo de la siguiente ciudad la cual estaba a casi dos horas de camino.
El zumbido se convirtió en ronroneo una hora más tarde. Estaba en la dirección correcta. Tenía que hacer uso de toda su fuerza de voluntad para no acelerar por encima del límite de velocidad. Había esperado más de una semana a que el huevo lo llamara de nuevo. ¿Qué era esperar una hora más?
No conocía la dirección exacta del museo, pero el creciente sonido en sus oídos lo guió hasta la entrada del enorme y antiguo edificio. «Geología y Paleontología» decía la placa en las afueras del edificio. Eran cerca de las seis de la tarde cuando Frank atravesó la puerta de entrada.
—Estamos a punto de cerrar —le dijo uno de los guardias al verlo pasar.
—Lo sé —respondió Frank con una sonrisa. —Vengo a hacer una consulta rápida.
El sonido lo guió hasta una puerta que prohibía el acceso al público. Frank giró la manija y descubrió con alivio que la puerta estaba abierta. No tardó mucho en dar con la oficina de donde provenía el sonido. Luego de verificar que no hubiera alguna persona la vista, Frank rompió un cristal para poder entrar en la oficina. Encontró el huevo en el centro de una mesa, dentro de un recipiente de cristal que para su sorpresa, no contenía agua. Apenas resistiendo el ruido ensordecedor en su cabeza, Frank destapó el contenedor y tocó el huevo.
El sonido no se detuvo. Miró a su alrededor, sin saber qué buscaba exactamente. Se revisó las bolsas y encontró en una de ellas una botella de agua, que procedió a verter dentro del recipiente. Luego volvió a tocar el huevo. Esta vez el sonido se detuvo. Y algo más.
El huevo brillaba emitiendo una luz azulada.
—¿Por qué regresaste? —escuchó una voz preguntar en su mente. «No,» se dijo a sí mismo. La voz había sido real. Cerró los ojos y de nuevo se encontró dentro del traje de buceo, frente al hombre muerto sosteniendo el huevo brillante. En esta ocasión, el huevo no se abría. Brillaba oscilante, esperando su respuesta.
—Po... porque el océano es mi vida. Porque, por irónico que parezca, estando a cientos de metros bajo el agua, rodeado de la oscuridad, de peligros,incluso con mis movimientos restringidos dentro de un pedazo de 500 kilos de aluminio es cuando me siento más libre
—Buena respuesta.
El huevo se fracturó lentamente. El brillo azul iluminó la mano de Frank aún en contacto con el huevo y pronto se extendió hacia su brazo. Hubo un ruido detrás de él. Un guardia de seguridad había notado el vidrio roto y entraba a la oficina con su pistola en alto.
—¿Qué es lo que está haciendo? ¡Levante las manos!
Frank se limitó a sonreír y en un instante la luz cubrió toda la habitación cegándolos a los dos.
Cuando Frank despertó, todo a su alrededor era oscuridad. Intentó levantarse, pero por alguna razón el suelo estaba resbaloso y volvió a caer al suelo. Se incorporó sin ponerse de pie y entornó los ojos hasta que se acostumbraron a la falta de luz. Estaba en su casa.
Intentó levantarse usando las manos pero al apoyarse en ellas también resbaló. Levantó sus palmas para mirarlas. Sus manos estaban húmedas pero no fue eso lo que llamó la atención de Frank. Su piel parecía estarse secando. Se encontraba agrietada dando una apariencia similar a... escamas. Se miró los brazos y la textura era similar. Lo mismo en sus piernas.
De pronto le hizo falta el aire. Empezó a respirar, pero cada inspiración se sentía como una brisa helada en sus pulmones. La piel le ardía. En lugar de levantarse, gateó a través de su sala hasta la puerta de entrada. La brisa nocturna le ayudó un poco a respirar mejor pero aún así sentía que le hacía falta algo. Su casa se encontraba muy cerca de la playa por lo que reptó hasta llegar a la arena e intentó levantarse otra vez. Una vez de pie, corrió hacia el mar.
El contacto del agua con su piel disipó por completo el calor en su piel. Sin darse cuenta, aspiró dentro del agua y por una fracción de segundo el pánico lo invadió al darse cuenta de lo que había hecho. Exhaló y volvió a llenar de agua sus pulmones. Frank esperó por un par de segundos la sensación de ahogamiento que nunca llegó.
Nadó hacia el fondo a una velocidad que no creía posible. Le tomó un par de minutos encontrarse nuevamente frente al barco hundido.
—Un clipper,— se dijo a sí mismo repitiendo las palabras que Sarah había dicho solamente en sus sueños. Sin embargo, ahora estaba completamente seguro de que era verdad.
—No es una fragata, es un clipper, —repitió.
Se desplazó hacia el interior de la nave destruida, hasta el punto en donde había encontrado el huevo. El cadáver del hombre se había esfumado. Nada quedaba ni de sus ropas ni de sus huesos. Lo que sea que lo había protegido por casi doscientos años de los efectos del ambiente a su alrededor había desaparecido cuando Frank retiró el huevo.
Frank sabía que esa no era su última parada. Había algo más abajo que lo llamaba. Salió de los restos de la embarcación y se alejó de ella. Se detuvo al encontrar un enorme boquete sobre la superficie marina, que se extendía hacia las profundidades. La oscuridad debía ser total en este punto pero, de alguna forma, Frank era capaz de distinguir sus alrededores en tonos de azul. Dentro del boquete, no obstante, era la oscuridad era absoluta.
Frank se internó dentro de la grieta y cientos de metros más abajo vio algo brillar en el fondo. Había una abertura pequeña en las paredes del túnel y la luz provenía del otro lado de ella. Estaba a punto de cruzarla cuando una silueta le bloqueó el paso.
Había del otro lado una criatura cuya apariencia Frank apenas podía procesar. Era aproximadamente del tamaño de una persona y su contorno general era humanoide en mayor medida. Su cabeza era alargada hacia el frente como la de un pez y se extendía hasta casi la mitad de donde debería estar su torso uniéndose al resto del cuerpo de forma uniforme, sin un cuello que separara ambas partes. Había una protuberancia en la parte superior de su cabeza, la cual era transparente como la textura de una medusa y parecía emitir un brillo rojizo. Sus brazos eran cortos y achatados, con dedos apenas discernibles en sus manos dando una apariencia similar a una aleta. Las piernas en cambio eran largas y demasiado delgadas y flexibles. Frank no estaba seguro de que hubiera huesos en ellas. La criatura estaba cubierta de escamas azuladas con algunas marcas rosadas.
La criatura abrió la boca dejando entrever sus afilados dientes y... dijo algo. Frank no pudo entender qué fue lo que dijo pero era claro que no había sido un sonido aleatorio. La criatura lo repitió. Frank permaneció inmóvil sin saber qué hacer. La criatura se acercó hacia él y antes de que pudiera reaccionar, levantó uno de sus brazos y lo golpeó en la cara dejándolo inconsciente.
Cuando volvió a abrir los ojos, Frank se encontraba aún en el agua, rodeado por paredes rocosas en todas direcciones. Estaba encerrado. Se giró en el pequeño espacio de apenas dos metros cuadrados que tenía de movilidad. No vio a nadie más, pero sabía que no estaba solo.
—¿Quién eres?— preguntó.
—No podrías pronunciar mi nombre si te lo dijera—dijo una voz. La misma voz que le había hablado antes, desde el huevo.
—¿En dónde estás? ¿Por qué no te muestras?
—Tú sabes en dónde estoy.
Frank volvió a mirar hacia su cuerpo. Su piel se había vuelto azulada y algunas marcas rosadas comenzaban a aparecer. Sus pies se movían por sí mismos en el agua, demasiado más delgados de lo que parecía físicamente posible. La división entre los dedos de su mano comenzaba a reducirse. Era obvio lo que estaba sucediendo.
—¿Voy... voy a morir? —preguntó Frank, sin estar convencido de querer saber la respuesta.
—Sí.
La piedra frente a Frank se deslizó lentamente hacia uno de los lados. Otra criatura similar a la anterior, o quizás la misma, lo esperaba del otro lado. Una vez más, abrió la boca y emitió un sonido. Frank escuchó las incomprensibles palabras pero luego, algo dentro de su mente pareció procesarlas en algo que entendiera.
—¿Ha despertado, mi señor?
—Sí —respondió el cuerpo de Frank contra su propia voluntad.
—¿Ha terminado el proceso?
—No —volvió a responder la voz. —Pero quiero salir de una vez.
—Mi señor, no debería...
—Quiero que el humano lo vea.
La criatura hizo una ligera reverencia y con un gesto le invitó a Frank a salir de la celda. Su cuerpo se movió por sí solo. «Su cuerpo», pensó Frank. Era claro que su cuerpo había dejado de ser suyo. Incluso su mente no era más que una fracción de lo que había sido antes, siendo controlada y consumida por un ente desconocido. La criatura dentro del huevo usaba el cuerpo de Frank para crear el suyo propio. Y pronto, sólo ella permanecería y no quedaría rastro alguno del ser humano.
La criatura-Frank se desplazó a través de un estrecho pasillo de roca, siguiendo a su centinela. Pronto, una luz apareció al final del pasillo y al salir de él todo se iluminó a su alrededor.
Se encontraba dentro de una enorme bóveda de roca que debía tener cientos de metros de altura. Las paredes estaban cubiertas de miles de agujeros, de donde salieron las mismas criaturas azules con marcas rosas. Los espacios entre los agujeros estaban cubiertos de plantas de un brillante color turquesa. Había al fondo de la bóveda algo que Frank podría sólo describir como un edificio de piedra con una cúpula levantándose en la parte superior. Un templo quizás. Peces y otros animales acuáticos que Frank jamás había visto siquiera en libros se desplazaban libremente de un lugar a otro.
Al ver a Frank moverse hacia el centro de la bóveda, todas las criaturas dirigieron su mirada hacia él e hicieron una reverencia.
—¿Eres... su... rey? —preguntó Frank. Había tardado demasiado en encontrar las palabras correctas. Su mente se desvanecía.
—Usando palabras que te son familiares, una más cercana a la realidad sería dios —respondió la otra voz en su mente.
—Todo...esto... es... wow.
—Esto es mi mundo, del cual fui alejado hace miles de años. El humano con el que me encontraste, su nombre era Pierre. Él sabía de mi naturaleza y había accedido a aceptarme dentro de él pero murió antes de la transferencia. Hasta que tú me encontraste. Estoy de vuelta gracias a ti.
—Yo... no... sabía...
—Lamento no haberte dado la misma oportunidad de conocer las consecuencias antes de decidir.
—No... Esto... está... bien...
Frank miró a su alrededor por última vez. Cerró los ojos y sintió el agua llenar el interior del cuerpo del cual había perdido el control y que estaba a punto de abandonar.
—Frank. Ése es tu nombre, ¿cierto? Me aseguraré que sea recordado por nuestra gente hasta el final de los tiempos.
Con una última sonrisa, la esencia de Frank se dispersó en lo profundo del océano antes de desaparecer para siempre.
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