9. Aaron - "El baúl de los recuerdos" (Segunda parte)
Bueno, el bendito capítulo de Aaron salió tan largo que tuve que dividirlo en primera, segunda y tercera parte (por eso tardé tanto en actualizar). Esta parte es un poco fuerte, pero la siguiente y última es de las más hermosas de la trilogía.
Espero que disfruten las nuevas partes. ¡Gracias por su paciencia!
🚫
Ha pasado más de una hora desde que Heinns me dejó a solas en su despacho.
No quiso explicarme qué es una regresión ni me dio detalles sobre lo que va a pasar, simplemente me pidió que esperara mientras organizaría lo necesario para la intervención que supuestamente me ayudará, aunque no sé de qué forma.
¿Dejaré de soñar con David y de pensar en él como si fuera una persona menos despreciable? ¿Volverá a ser el monstruo de siempre en mis pesadillas?
O... ¿acaso lo olvidaré por completo?
No, no puedo olvidarlo. No puedo y tampoco quiero. Necesito que pague por todo el daño que ha hecho. Merece sufrir lo que yo he sufrido y que sienta en carne propia el dolor que me ha provocado a mí y probablemente a muchos otros.
No obstante, estoy cansado. Cansado de vivir con tanto veneno, cansado de pensar las veinticuatro horas del día y los siete días de la semana en alguien tan descorazonado y cansado de esta sed de venganza que no me permite avanzar. No podré ser el líder que el nuevo Arkos necesita si no supero a David; sin embargo, superar es algo imposible en este momento. No lo lograré hasta ver la sangre empapando el suelo a su alrededor. No seré feliz hasta saber que ya no sigue respirando.
Por ahora, necesito dejar de pensar en él de formas completamente diferentes a la realidad. David no es más que una bestia de la peor calaña y, aunque no lo fuera, no está bien que tenga esta clase de sueños y pensamientos sobre otro hombre. Nadie excepto Heinns me creería si le dijera que sueño teniendo intimidad con David sin sentir algo por él. Cualquiera en su sano juicio creería que estoy loco o enfermo.
Me paseo de un lado a otro por el maldito despacho. Ya no me quedan uñas de tanto que las he mordido. Busco algo con lo cual entretenerme mientras espero a Heinns, pero no hay nada; solo papeles y diplomas. Desde las ventanas no se ve más que los edificios cercanos y civiles yendo de un lado a otro sin temor alguno, o al menos así parece.
Me alegra que perdieran el miedo a andar por las calles. Tras los bombardeos que purificaron la mayor parte de nuestra nación, casi nadie se atrevía a salir de sus casas. Les costó demasiado a los gobernadores el convencer a la gente de que la destrucción fue por nuestro bien. Necesitábamos evolucionar, construir un nuevo Arkos y eliminar lo que mi padre llamaba como "obstáculos".
Ahora, con el fin de los movimientos terroristas y de la población opositora, seremos capaces de crear el Arkos que siempre debió ser: uno en donde la gente estuviera a salvo, en donde la natalidad fuese una prioridad y en donde el pueblo tuviera confianza y devoción absoluta hacia sus líderes, quienes solo queremos lo mejor para ellos.
Mis fantasías sobre el hermoso Arkos que construiremos son interrumpidas por el toque de la puerta. Obviamente no se trata de Heinns. Él simplemente entraría.
Me acerco a la entrada sintiendo un escalofrío que me hiela la sangre. ¿Acaso el psiquiatra le habló a alguien de lo que le conté? ¿Es algún protector quien está del otro lado? ¿Es mi padre?
La persona vuelve a tocar, esta vez con mayor insistencia. No dice nada; ni siquiera oigo su respiración. Decido abrir solo porque no soporto la incertidumbre.
Descubro que quien tocaba la puerta es el chico moreno que tanto me miraba en la sala de espera.
—¿Qué quieres? —pregunto de mala gana. El solo hecho de tenerlo cerca me provoca un odio incontrolable. Pensar que él es como David me revuelve el estómago por milésima vez en el día.
—¿Está... está el doc-doctor? —inquiere el chico, temeroso.
—No —respondo, un poco más enojado. Incluso su timidez me hace rabiar—. Lárgate.
—¿Sa-sabes d-dónde fue? —Sus tartamudeos me sacan de quicio.
—No tengo idea. Te dije que te largaras.
—Es que lo-lo necesito... —El chico me mira con miedo y curiosidad al mismo tiempo, luego me examina con algo que adivino como atracción. Debo admitir que me encanta provocar estas sensaciones en la gente.
—Ya te dije que no sé dónde está —espeto entre dientes—. Vete de aquí antes de que te saque a patadas o te haga algo peor.
Espero que salga corriendo del susto, pero no. Él solo se queda en el pasillo con la mirada gacha y el temor a sí mismo que se siente tan malditamente familiar que estoy perdiendo los cabales. Es como si su miedo me recordara a una persona que no logro ver con claridad en mi memoria, pero que tampoco quisiera recordar por completo.
—Es que yo... —intenta decir.
—¡Que te vayas! —Mi furia alcanza niveles peligrosos. Muy peligrosos.
Aprieto los puños con tal fuerza que me clavo las uñas en las palmas. No sé qué está pasándome; aun así, esta rabia se siente exquisita. Algo se apodera de mí sin darme oportunidad de controlarlo.
—Re-realmente necesito a mi-mi...
Harto de su insistencia, sin pensar con claridad, agarro al chico de un brazo y lo entro a la fuerza al despacho. Él se espanta ante mi abrupto movimiento. Cierro la puerta de golpe y lo arrincono contra la pared contigua.
—No le temes al peligro, ¿eh? —susurro frente a su boca, lo suficientemente cerca como para meternos en problemas. No me reconozco. Me siento poderoso y lleno de furia al mismo tiempo. Debería darme asco estar tan cerca de otro hombre, no provocarme un placer enfermizo e irracional.
El chico no dice nada. Agarro uno de sus muslos, sorprendido de mí mismo. Levanto mi mano hacia su trasero y lo acaricio con rudeza. Puedo notar que el desconocido se excita ante mi contacto, confirmando que padece la enfermedad prohibida.
—¿Te gusta esto? —insisto, tocándolo sin una pizca de delicadeza. Está claro que no entiende qué sucede, pero lo disfruta de cierta forma—. ¿Te gusta que te toque? ¿Quieres que vaya más allá? —No dice nada—. ¡Responde!
—Dé-déjame ir, p-por favor —suplica con demasiado terror. Me hace sentir eufórico. Debería notar que su miedo solo aumenta mi excitación.
Me vuelvo loco. Sentir este poder sobre alguien inferior es delicioso. Ahora entiendo lo que ha de sentir mi padre.
—Te gusta, ¿no? —Acerco mis labios a su oído. No entiendo qué rayos estoy haciendo, pero me encanta—. Estás enfermo, y amas sentirme cerca de ti. Dilo, di que te encanta.
—Déjame ir, por favor —jadea, desesperado.
—¡Dilo! —exijo. Presiono mi miembro contra el suyo y noto que ambos estamos igual de duros. Me siento exquisitamente enfermo.
—¡Auxilio! —grita con la voz quebrada. Le cubro la boca con una mano antes de que pueda alertar a alguien más.
—No finjas que te disgusta, basura —presiono su miembro con más fuerza—. Sé que te encanta.
Él se pone a llorar, lo que, en vez de hacerme entrar en razón, aumenta mi locura. Mi sangre está hirviendo. Veo todo difuso; ya no pienso en nada más que en dominar a este chico débil e indefenso.
Completamente fuera de razón, llevo mi boca a su cuello y lo beso de forma salvaje. Succiono y muerdo su piel como si de un alimento se tratara; él se limita a tiritar mientras intenta rogar por ayuda.
—Te encanta esto, enfermo —insisto sobre su piel. Ya no sé si se lo digo a él o a mí mismo—. Estás enfermo, no puedes negarlo; acepta que lo estás...
Inesperadamente, el chico me da un rodillazo en la entrepierna para quitarme de encima. En lugar de provocarme dolor, su movimiento aumenta mi ira y mi placer a niveles que nunca imaginé alcanzar.
—¿¡Quién te crees para golpearme, rata!? —demando, más iracundo imposible.
—Déjame ir, por favor —suplica el moreno entre lágrimas.
Vuelvo a acercarme a él. Llevo mis manos a su cuello y lo ahorco como castigo por su ridículo intento de librarse de mí. He perdido la cabeza. Ni siquiera recuerdo quién soy o qué hago aquí. Lo único que puedo pensar es en lo gratificante que es hacer sufrir a este chico por el simple hecho de ser débil.
Veo cómo se desespera ante la falta de oxígeno. Las lágrimas no dejan de caer de sus ojos y, aunque debería sentir una pizca de piedad, no la siento. No experimento nada más que placer. Esbozo una enorme sonrisa al contemplar cómo la vida escapa del chico.
—Adiós, enfermo —sentencio en un tono de voz grave y desquiciado que no sabía que tenía. Apenas me oigo; mis oídos están zumbando a causa de la euforia que me invade.
Sin darme cuenta, unos brazos agarran los míos y me separan de la persona que estuve a punto de matar. Vuelvo de golpe a la realidad y miro a mi alrededor: Heinns está aquí. La puerta del despacho ha sido abierta.
Entro en pánico. No entiendo qué acaba de ocurrir. Fue como si me hubiera dormido y otro Aaron poseyera mi cuerpo. Miro mis manos con horror y, cuando mi mirada recae en el pobre chico que llora en el suelo mientras jadea en busca de aire, la culpabilidad me parte en dos.
—Yo... yo... —Intento decir más, pero las palabras no salen de mi boca. La verdad es que no sé qué decir. Ni yo entiendo qué pasó.
Trato de acercarme al chico que por poco asesiné para ayudarlo a ponerse de pie.
—¡Aléjate de él! —exige Heinns, colérico. Nunca lo había visto enfadarse—. ¡A la pared!
Obedezco de inmediato. Siento ganas de llorar. ¿Qué mierda acabo de hacer? ¿Cómo fue que perdí los cabales de una manera tan salvaje sin siquiera darme cuenta? Nadie más que David merece que lo trate así. Nadie más que él merece enfrentarse a mi lado más inhumano.
El chico moreno recupera el aire y la movilidad. No deja de llorar. Tiene el cuello enrojecido debido a mi agarre, y tiembla tanto que no sé si será capaz de levantarse.
Heinns pasa un brazo bajo las axilas del desconocido para alzarlo. Vuelvo a acercarme con la intención de ayudar, pero todo lo que recibo es otro regaño por parte del psiquiatra.
—¡A la pared, dije! ¡No te acerques a él!
Me alejo, destrozado. Siento mucha culpa y pena por la persona que casi se convierte en mi víctima fatal. Mis ojos se cristalizan; comienzo a temblar, asustado de lo que soy capaz de hacer.
Heinns conduce al extraño hacia la camilla de su despacho, en donde lo recuesta.
—Espera aquí, Tyler —le susurra el psiquiatra al chico. Acaricia su cabello en un gesto muy amoroso y sorpresivo—. La ayuda vendrá pronto. Volveré en unos minutos, hijo mío.
¿Hijo?
Oh, mierda.
Lo recuerdo. Heinns tiene un hijo llamado Tyler.
Nunca me mostró fotos suyas; de hecho, no tiene ninguna en el despacho, pero sí me ha hablado de él. Me contó que tiene trastornos mentales que toda su vida lo han convertido en un chico retraído y asustado de la gente, el cual le teme incluso a su propia familia.
Alguien así no sería capaz de mostrar interés en alguien como yo, pero Tyler me miraba como si por primera vez en la vida no sintiera miedo de ver a una persona... y yo casi lo maté.
Quiero golpearme contra la pared; castigarme de algún modo por perder la cordura; hacerme sentir lo mismo que sintió el pobre Tyler segundos atrás.
Heinns besa a su hijo en la frente y se acerca a mí a pasos histéricos. Me agarra de un brazo y me lleva fuera del despacho. Ni siquiera alcanzo a echarle una última mirada a quien casi le arrebato la vida.
—¿¡Cuál es tu maldito problema!? —inquiere el psiquiatra en el pasillo—. ¡Por poco matas a mi hijo!
—Lo siento mucho, doctor. —Me tiembla la voz—. No sé qué me pasó; juro que no era yo. Perdóneme, por favor, perdóneme... —Rompo a llorar por primera vez en mucho tiempo. Es un llanto real, dolorosamente real.
Heinns parece darse cuenta de que digo la verdad, porque su ira disminuye y su rostro se torna preocupado.
—Tu situación es mucho más crítica de lo que creí —susurra, aún molesto, pero la preocupación es mayor. Mira a ambos lados del pasillo antes de seguir—. Tenemos que devolver tus recuerdos cuanto antes, o te convertirás en algo que nadie podrá controlar.
—¿Devolver mis recuerdos? —pregunto, dejando de llorar—. ¿De qué está ha...?
—Sígueme y guarda silencio. —Se pone a caminar—. Lo haremos ahora mismo.
Acepto sin estar seguro de qué pasará en los próximos minutos.
Sigo a Heinns hacia los rincones más recónditos de todo el edificio. Llegamos a un elevador que nos conduce a las zonas subterráneas del recinto, cuyo acceso es permitido solamente a personas autorizadas como él.
—No vas a hablarle a nadie sobre esto, ¿entendiste? —advierte cuando el elevador llega a destino—. Ni siquiera a tus amigos; absolutamente nadie debe enterarse de lo que estamos a punto de hacer. —Su voz sigue sonando severa. Es lo normal después de que haya intentado matar a su hijo, o tal vez es tanto el peligro al que nos expondremos que se ve obligado a ser firme—. ¿Te queda claro?
Asiento. El miedo apenas me permite hablar. Hace mucho tiempo que no sentía esta clase de temor. Hoy lo he sentido incluso contra mí mismo.
—¿Qué me pasa, doctor? —pregunto con desesperación—. ¿Qué está mal conmigo?
La lástima regresa al rostro del psiquiatra. Él mira de un lado a otro, claramente dudando entre decirme lo que pasa o callarlo para evitar problemas.
—¿A qué le teme tanto? —inquiero ante su silencio—. O ¿a quién? ¿Le teme a mi padre?
Que Heinns guarde silencio me confirma que, en efecto, le teme. ¿Existirá alguien en el mundo que no le tema a Abraham Scott?
—No puedo decirte mucho, Aaron —suspira el doctor—. No solo arriesgaría mi vida, sino que también la de mi familia. Entiendo lo que estás pasando, porque vivo con el mismo miedo cada día de mi vida y...
—Espere —interrumpo, horrorizado—, ¿usted tiene la... enfermedad prohibida? —Me cuesta pronunciar esas palabras. Se sienten agrias en mi boca.
—Yo no. —Heinns se inquieta—. Tyler sí.
No me sorprende en lo absoluto. Que me mirara como me miró y que reaccionara como reaccionó ante mi contacto lo dejó más que claro. Hago una inevitable mueca de asco, lo cual es absurdo porque, posiblemente, yo padezco la misma enfermedad.
¿Cómo es posible que el hombre que mi padre designó como mi psiquiatra tenga un hijo que padece una dolencia que atenta contra nuestra misión como país?
—¿Sabe lo que haría mi padre si se enterara de que Tyler está enfermo? —pregunto, no como amenaza, sino como advertencia.
—Lo tengo más que claro —responde Heinns con firmeza—. Por eso es tan importante que mantengas esto en secreto, Aaron, y no solo lo de mi hijo, sino que también lo tuyo. Ambos sabemos que tú padeces lo mismo que Tyler.
—¿¡Qué!? —Me ofende. Sé que tiene razón, pero soy demasiado orgulloso como para admitirlo—. Se ha vuelto loco. No estoy enfermo, solo confundido. No me gustan los... joder, ni siquiera puedo decirlo en voz alta. De solo pensarlo me falta el aire. El enfermo aquí es su hijo, no yo.
A diferencia de lo que esperaba, Heinns no me mira con enfado, sino que con una lástima mayor que antes.
—Nunca debí aceptar ser tu psiquiatra sabiendo lo que te hicieron. —Una profunda melancolía aparece en su semblante—. Sabía que no sería fácil, pero quise intentarlo para saber cómo es una persona después de La Cura y de la reeducación. Definitivamente no quiero esas intervenciones para mi hijo, y no quiero que...
—¿Dé que mierda está hablando? —Hundo el ceño—. ¿Cura? ¿Reeducación? ¡Explíqueme qué está sucediendo!
Heinns se aproxima un poco más y susurra:
—Entenderás todo cuando termine la regresión. —Me señala con un dedo en señal de advertencia—. Pero cuidado, Aaron, puede que haya cosas que no quieras recordar. No sé cómo era tu vida antes de que nos topáramos, y no sé cómo afrontarás el abrir tu mente de la forma en la que la abrirás en los próximos minutos. Solo te aconsejaré que seas fuerte y que soportes todo lo posible. La regresión se detendrá automáticamente si así lo deseas.
No entiendo nada de lo que dice, pero de todos modos asiento.
—¿Listo? —pregunta, tan tenso como yo.
—Listo —miento. No estoy ni cerca de estarlo.
Heinns y yo salimos del elevador y nos internamos en un pasillo escasamente iluminado. Las paredes aquí son blancas y la temperatura es un tanto fría; este lugar me recuerda al hospital psiquiátrico secreto en el que pasé mis días tras el primer encuentro con David.
No hay absolutamente nadie aquí abajo. Quiero preguntar cuál es el propósito de este sitio, pero no me sale la voz. Estoy tiritando como nunca y tengo nudos sumamente apretados en el estómago y en la garganta. No sé qué pasará, y no imagino cosas positivas. Solo espero que dicha regresión me ayude de verdad y que no se convierta en otro dolor de cabeza.
Heinns y yo atravesamos una serie de corredores que no logro memorizar. La verdad es que me siento tan perdido que ni siquiera sabría decir en qué año me encuentro. Cada paso que doy me acerca a la presunta intervención cuyos resultados me son inciertos.
El doctor se detiene frente a una puerta con un pequeño letrero que tiene escrito el número "74" en él.
—Es aquí —anuncia en un tono de voz confidencial—. Adelante.
Abre la puerta y me permite pasar. Dentro de la habitación no hay más que muebles en los costados y una camilla rodeada de objetos electrónicos cuyos nombres desconozco. Veo cables por doquier, pantallas apagadas, artefactos médicos y otras cosas que me erizan la piel con solo mirarlas.
—¿Qué es todo esto? —La tensión me revuelve las entrañas.
—Son los artefactos que nos permitirán liberar tu mente —explica Heinns—. Mi ayudante debería llegar en cualquier momento. Recuéstate en la camilla, por favor.
Camino hacia ella con el corazón en la garganta. Ni siquiera hemos empezado y ya estoy empapado de sudor.
Dejo mi teléfono sobre un mueble cercano y me recuesto sobre la camilla. Heinns hace una llamada telefónica; mi nerviosismo no me deja escuchar qué dice. Detrás de mi cabeza hay una especie de casco que parece un monstruo a punto de tragarme. Me aferro a los costados de la camilla, cada segundo más y más angustiado.
El ayudante de Heinns llega un par de minutos después. Es un chico de tez oscura unos cuantos años mayor que yo. Él sonríe con cierta tensión de fondo. No sé qué rayos está sucediendo, pero es obvio que nos enfrentaremos a un riesgo con posibles resultados fatales. No para mí, pues soy un futuro líder de la nación, sino que para Heinns y su recién llegado asistente, quienes no contarán con la misericordia de mi padre en caso de que seamos descubiertos.
—Hola, Aaron —saluda el asistente. A pesar de que sonríe, está sudando en exceso—. Mi nombre es Jonathan. Estoy feliz de ayudar.
No digo nada.
—Esto es lo que pasará —inicia Heinns al acercarse a mí. Luce imponente visto desde abajo—. Vamos a ponerte el casco que está detrás tuyo, unos cuantos electrodos y algo que no te gustará para nada, pero que será muy necesario.
—¿Qué no me gustará? —Logro hablar otra vez gracias al pánico.
Heinns le hace una señal a su asistente. Este se acerca a uno de los muebles de la habitación y levanta una jeringa que reposaba sobre una bandeja metálica, luego la alza hacia la luz del techo y la golpetea con un dedo. En su interior hay un líquido rojizo que me pone los pelos de punta.
—Dentro de esa jeringa hay nanopartículas inteligentes que recorrerán tu mente —explica el psiquiatra—. La inyección y los primeros minutos serán muy dolorosos; tienes que aguantar todo lo que puedas hasta que el efecto de las nanopartículas comience. Una vez que entres en trance, tu mente comenzará a liberar los recuerdos bloqueados e inaccesibles. Podrás ver hasta donde sientas que eres capaz de ver. Si no estás a gusto, simplemente debes decir las palabras "finalizar regresión" y todo llegará a su fin, pero no te recomiendo decirlas. Necesitamos que veas todo lo que tienes que ver para que el procedimiento sea efectivo. ¿Entendido?
—Entendido. —Mi voz suena insegura.
—Los recuerdos que verás serán aleatorios —continúa explicando el asistente—. No tendrán orden cronológico, pero lo más común es que comiences viendo recuerdos que no pasarán más allá de los cuatro o cinco años. A medida que el procedimiento avance, irás viendo recuerdos mucho más antiguos y otros mucho más recientes.
—Está bien. —Mi tono es apenas un susurro.
—Por favor, Aaron, no cuestiones nada de lo que verás —suplica Heinns—. Todo, absolutamente todo será real, por muy absurdo que parezca. Por eso es de vital importancia que sigas el procedimiento hasta el final para entender el porqué de las cosas y para...
—¿¡Podemos empezar de una maldita vez!? —interrumpo—. Estoy a punto de mearme y cagarme encima.
Heinns y Jonathan ríen como si estuviéramos en una situación de lo más divertida y casual. Hago lo que puedo para no insultarlos.
—Está bien, empecemos —le dice el doctor a su asistente.
Jonathan se acerca y me pone electrodos en las sienes y en mi pecho a la altura del corazón, los cuales están conectados a las diferentes máquinas situadas a los lados y tras la camilla. Heinns baja una especie de lámpara hasta ubicarla cerca de mi rostro y presiona un botón que enciende una poderosa luz sobre mí. Cierro los ojos ante su potencia, pero me acostumbro a ella en cosa se segundos.
Jonathan me pide que levante un poco la cabeza para ponerme el casco. No sé por qué este procedimiento se siente familiar, como si ya hubiera vivido o visto algo similar en el pasado.
Heinns toca las pantallas a mi alrededor y estas comienzan a funcionar. Una enseña mi anatomía como si se tratase de una máquina de rayos equis, otra exhibe mi frecuencia cardíaca, otra muestra datos que no alcanzo a leer y una se mantiene apagada.
—Esa máquina nos mostrará tus recuerdos —revela el psiquiatra al notar que la miro con fijeza—. Trata de relajarte. Ahora viene la peor parte y el inicio del procedimiento.
—¿Cómo quiere que me relaje si no sé qué rayos va a pasar? Tengo mucho miedo.
—Tranquilo, Aaron —musita Jonathan. Su voz es tranquilizadora—. Esto es por tu bien.
—Iniciemos —le dice Heinns a su asistente—. Es momento de la inyección —me anuncia—. Las nanopartículas inteligentes se transportarán a tu cerebro y hurgarán en él hasta encontrar la zona de recuerdos inaccesibles. Ya sabes, Aaron, debes resistir el dolor. ¿Preparado?
"No".
—Sí. —Apenas logro decirlo.
Heinns asiente hacia Jonathan, quien acerca la jeringa a mi cuello.
—Sé fuerte, Aaron —proclama el psiquiatra—. Ahora —le indica al asistente.
Jonathan introduce la jeringa en mi cuello. El pinchazo es muy doloroso, pero el verdadero dolor comienza cuando el líquido ingresa en mi organismo. Siento las nanopartículas moviéndose dentro de mí; a pesar de que el nombre señala que son diminutas, estas me provocan dolores tan fuertes que emito gritos que me desgarran la garganta.
—¡Duele! —vocifero a todo pulmón—. ¡Duele mucho!
—Tranquilo, Aaron. —Heinns toma una de mis manos y yo se la aprieto con toda mi fuerza. Seguro le estoy haciendo daño—. Resiste todo lo que puedas.
Las nanopartículas llegan a mi cerebro, o eso parece. Puedo notar cómo hurgan en él y lo remueven sin cuidado. El dolor llega a un punto que podría ser letal. Es tan insoportable que me somete rápidamente a la inconsciencia.
—Adiós, nuevo Aaron. —Es lo último que oigo antes de sumirme en la oscuridad.
🚫
Ahora sí se viene lo bueno, lo lindo, lo intenso, lo todo jajaja estoy muy emocionado por el próximo capítulo <3 lo publicaré apenas termine de corregirlo (espero que sea este fin de semana).
Y para los que se quejan de que tardo mucho en actualizar, fíjense qué tan largos han sido los capítulos de Renacidos. Si lo piensan bien, es como si publicara dos capítulos en uno solo y, aunque no lo crean, ya han leído 40.000 palabras de esta historia, y prefiero darles capítulos largos y bien planeados cada un mes que entregarles capítulos cortos e improvisados cada semana. Además, ¿realmente quieren que todo acabe tan rápido? Yo ni siquiera quiero que llegue el final; lloraré mares al terminar la trilogía :c
De cualquier modo, gracias, INFINITAS GRACIAS por su paciencia. De verdad que lamento si les aburre esperar tanto. No sé cuántos de ustedes seguirán aquí, pero con que al menos unos pocos sigan leyendo el libro tendré incentivo suficiente para publicarlo hasta el final. Tarde o temprano entenderán los motivos de mis retrasos y todo tendrá una gran explicación (además de las que les di allá arriba).
Sobre los próximos capítulos, se vienen cosas BONITAS E IMPORTANTES. En serio, estos capítulos solo son una probadita de lo mucho que se viene. Pasarán un montón de cosas que los harán gritar y emocionarse como locos.
Los quiero un montón <3 gracias por ser tan fieles y por apoyarme tanto. Nada de esto sería posible sin sus comentarios y mensajes llenos de cariño.
¡Hasta el próximo capítulo! Abrazoooooooos,
Matt.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top