8. Aaron - "El baúl de los recuerdos" (Primera parte)
Lo odio.
Lo odio.
Lo odio.
Lo odio.
Lo odio.
La mayor parte del tiempo pienso en lo mucho que lo desprecio. Hay días en los que me paso tardes enteras imaginando mil maneras de torturarlo, y noches en las que no duermo fantaseando que acabo con su vida de la forma más dolorosa posible.
Su rostro se ha adueñado de mis pensamientos durante los últimos seis años. Ni siquiera recuerdo cuáles eran mis sueños antes del momento en que el destino interpuso a ese monstruo en mi camino, pero sí recuerdo cómo era mi vida antes de que él apareciera en ella.
Me gustaría decir que las cosas eran mejores y que tengo buenos recuerdos de los años previos a nuestro encuentro, pero mentiría. Crecí en la peor de las miserias junto a mi madre, Celeste Fahn, hija del difunto mayordomo de la familia Scott.
La historia de mi origen es bastante triste: mamá se enamoró de mi padre, Abraham Scott, cuando ambos tenían diecisiete años. Él estaba emparejado con Casandra, su actual mujer. Papá me ha dicho mil veces que nunca la ha querido, porque su corazón siempre le perteneció a mi madre, quien era muy "poca cosa" para un futuro gobernador. Nadie cercano a la gobernación habría aceptado la relación entre un líder del país con una simple hija de un mayordomo.
La relación secreta de mis padres sufrió sus primeros percances cuando mamá quedó embarazada de mí. Papá me contó que él estaba muy feliz por el embarazo, pero que mis abuelos paternos se opusieron rotundamente a él. Fue tal su rechazo ante la idea de que un hijo de una madre pobre se convirtiera en gobernador que le ofrecieron una generosa cantidad de dinero a mamá a cambio de que se alejara de mi padre y nunca regresara a Libertad.
Y no solo le ofrecieron una buena suma de dinero, sino que también la amenazaron con convertir su vida en el peor de los infiernos de no aceptar la oferta. Mamá, por mi seguridad y la suya, decidió acceder, huir y darme a luz lejos de la capital, específicamente en el peor lugar en el que un niño podría crecer: el Sector G. Era el único sitio en todo Arkos en el que nadie nos hallaría con facilidad.
Papá nos buscó por todas las ciudades oficiales, pero nunca nos encontró, y él tenía una propia familia de la cual hacerse cargo. Carlos nació poco después de mi nacimiento. Crecí sabiendo que él tendría todo lo que yo no. Nunca pude evitar guardarle un gran resentimiento por ser el hijo consentido que siempre debí ser. Él no es más que un malagradecido que traicionó a nuestro padre apenas tuvo la oportunidad. Lo desprecio tanto como a David. Algún día los encontraré y castigaré por todo el daño que han hecho.
Mamá y yo tuvimos una buena situación económica durante mis primeros años de vida, hasta que el dinero que le entregaron mis abuelos paternos se acabó. Desde entonces, vivimos en una pobreza casi absoluta. Ella tuvo que trabajar para unos delincuentes del G cuya paga era mínima, mientras que yo era solo un niño incapaz de hacer algo por ayudar.
Mi madre nunca me ocultó la historia de mi origen, ni siquiera cuando era demasiado pequeño para entenderla. Ella quería que tuviera conocimiento de quiénes fueron las personas que arruinaron nuestras vidas y me condenaron a crecer sin los lujos que ostentaba mi medio hermano. Aunque la amé con el alma, fue mi propia progenitora quien me convirtió en este ser lleno de envidia y rencor. David solo llegó a afianzar la maldad que aflora en mis adentros desde mis primeros años de vida.
Por suerte, existe una persona en el mundo capaz de reducir todo mi odio, y ese es mi padre. Él salvó mi vida, así como me salvó de caer en un abismo tras el día que transformó mi existencia para siempre.
Los acontecimientos de aquella tarde de invierno siguen intactos en mi memoria. Me ha sido imposible olvidar cada detalle del día en que David apareció para acabar con lo poco que gozaba de felicidad.
Yo tenía catorce años. Aún era demasiado joven como para vivir algo tan horroroso. De haber sido mayor y más valiente, habría tenido las agallas para defender a mi madre. No fui más que un cobarde frente al chico de cabello castaño y sonrisa diabólica que apareció aquel diez de julio para acabar conmigo.
Mi vida no era más que uno de sus tantos objetivos. Aquel terrorista y sus secuaces tenían la misión de aniquilar a todos los gobernadores y sus hijos, incluyendo a los bastardos de los que nadie tenía conocimiento, como yo. No sabemos cómo, pero David y los suyos lograron enterarse de mi existencia y de mi ubicación para posteriormente venir por mí, y yo era el único que no contaba con la excesiva protección de los futuros gobernadores.
Estábamos mis abuelos, mi madre y yo en casa cuando David llegó. Hacía la tarea en mi habitación y, de golpe, mamá entró y me ordenó que me escondiera debajo de mi cama. No entendía qué estaba pasando, pero me quedó claro tras oír gritos y disparos desde la estancia de nuestro pequeño y destartalado hogar del Sector G.
Lleno de terror, obedecí la exigencia de mi madre y me escondí. Ella, por su parte, regresó a la estancia para rogar misericordia al desconocido que irrumpió en nuestra casa. De haber sabido que él la mataría antes de que ella abriera la boca, le habría suplicado que se escondiera conmigo, aunque no serviría de nada. David me encontró apenas entró en mi habitación. No sé si fue el temblor de mi cuerpo o mi llanto ahogado lo que me delató; simplemente me halló y me obligó a salir de mi inútil escondite.
Esperaba ver a alguien completamente diferente al ponerme de pie, no a un chico tan solo unos cuantos años mayor que yo. A pesar de lo joven que era, su rostro parecía la viva imagen del diablo al que le temían las sociedades preguerra, o así de tenebroso me parecía en ese entonces.
—Hola, Aaron —me dijo en tono cantarín y burlesco—. ¿Cómo estás?
Yo lloraba y temblaba en una esquina de mi habitación, suplicando que no me matara como a mis abuelos y a mi madre. Él parecía disfrutar mi sufrimiento.
—Lo siento —susurró en un falso tono compasivo—. Tengo que matarte, para eso me instruyeron. Mi misión es acabar contigo y con cualquiera que interfiera en el proceso y, bueno, tu familia era un verdadero estorbo. —Se rio como si matarlos fuera una nimiedad.
Estaba perplejo. No podía entender cómo era posible que cupiera tanta maldad en alguien tan joven. No parecía tener más de dieciocho años.
"¿Cuántas personas habrá asesinado antes de matar a mi familia?" me pregunté. "¿Habrá arruinado la vida de otros chicos como la mía?".
Mis preguntas tuvieron respuesta minutos después, concretamente cuando me exigió a punta de pistola que me quitara la ropa.
Fue entonces cuando entendí que él era un ser descorazonado con experiencia en arruinar la vida de otras personas. No le importó que tuviera el rostro lleno de lágrimas y tanto miedo que apenas podía mantenerme en pie, solo quería torturarme sin una pizca de piedad.
Nunca sentí tanto asco como ese día. Por suerte, el trauma que viví me ayudó a no grabar en mi memoria ciertos detalles de lo ocurrido luego de que salí de mi escondite, pero, afortunadamente, no olvidé quién llegó para salvarme: mi padre. Parecía un milagro que él llegara minutos después junto a un grupo de protectores.
Tras encontrarme, papá me dijo que, luego de mucho tiempo de búsqueda y negocios ilegales con algunas personas del G, logró localizar mi hogar. Desearía que hubiera llegado antes. Mi madre seguiría viva y hoy seríamos una familia feliz.
Quedé tan afectado después de lo que pasó que mi padre se vio obligado a enviarme a un hospital psiquiátrico secreto de Libertad. Él aseguró que no habría un lugar más seguro para mí que ese, y tenía razón. David nunca pudo encontrarme... hasta que lo hizo hace un año mientras yo estaba en la segunda fase de mi tratamiento.
Sentí mil cosas diferentes cuando vi su rostro después de tanto tiempo. Fue casi imposible tragarme el odio y no romperle la cara apenas desató mis correas. Por alguna razón, aquel demente actuó como si yo fuera importante para él. Mi padre me advirtió que eso pasaría. Me repitió mil veces que David fingiría quererme y diría mil mentiras descabelladas. Según papá, David tiene serios problemas mentales, a tal extremo que piensa que nosotros tuvimos una relación. Tan solo de pensarlo siento náuseas.
No obstante, siendo completamente sincero, hay noches en las que sueño que él me besa y acaricia y yo no hago nada para impedírselo, como si realmente hubiéramos tenido un romance en otra vida o algo similar.
Siempre que sueño momentos "bellos" junto a él despierto con la bilis en la garganta y vomito hasta vaciarme por dentro. ¿Cómo es posible que lo imagine de tan buena forma después de todo lo que me hizo? ¿Qué rayos está mal conmigo?
Nunca le he hablado a nadie de dichos sueños con David. Mi padre y los doctores solo tienen conocimiento de las pesadillas, no de que hay noches —muy escasas, pero las hay— en las que sueño con él siendo una buena persona y no aquel sujeto inhumano que casi arruinó mi vida. De contarle a alguien algo como esto, probablemente pensarían que tengo la enfermedad prohibida, y no es así...
¿O sí lo es?
No lo sé, y es por eso que estoy en el despacho del doctor Heinns, mi psiquiatra, quien ha sido clave en mi recuperación tras la muerte de mi familia. Es un hombre de cincuenta años a quien le he confiado todos mis secretos, y el único que considero confiable como para hablar de lo que me está pasando. No es que desconfíe de mi padre, pero sé que él no reaccionaría bien de saber que tengo pensamientos tan inadecuados sobre otro hombre. Uno de sus mayores propósitos es combatir la enfermedad prohibida; no se sentiría cómodo si yo la tuviera y, si el mundo supiera lo que me está pasando, provocaría un caos.
Si ni un futuro gobernador está a salvo de la enfermedad, ¿cómo convenceríamos a la gente de que somos capaces de erradicarla?
Espero no estar enfermo. Siendo franco, preferiría morir que tener la enfermedad prohibida.
No estoy solo en la sala de espera del despacho de Heinns. Hay tres personas más aquí: un joven de cabello negro que me mira fijamente, una mujer de tez oscura con claros síntomas de demencia y un sujeto calvo y pálido que no deja de rascar sus antebrazos. Puede que hayamos erradicado la mayoría de las enfermedades físicas que asesinaban a la gente en la época preguerra, pero nunca podremos acabar con las mentales.
Concentro mi atención en el chico que no despega su mirada de mí. Apenas mis ojos se encuentran con los suyos, él mira hacia otro lado y sus mejillas se tornan sonrosadas. No sé mucho sobre la enfermedad prohibida, porque ni siquiera sé si la padezco, pero sospecho que aquel chico sí la tiene.
Es imposible que me esté mirando porque me conoce de alguna parte, ya que aún no soy presentado a la población como hijo de Abraham Scott. Pronto mi identidad será conocida por todos los habitantes de la zona protegida de Arkos y por los que subsisten en las zonas devastadas, entre las que se esconde la persona que tanto anhelo encontrar, asesinar y olvidar.
—¿Qué me ves? —le pregunto con rabia al chico de cabello negro, harto de su mirada poco disimulada.
Él no dice nada, solo mira hacia el suelo como si se temiera incluso a sí mismo. No sé por qué esa clase de miedo se siente tan familiar para mí.
Me pasa constantemente. De vez en cuando tengo ciertos déjà vu que no logro ver con claridad, pero sé que corresponden a momentos que nunca he vivido. Es como si vislumbrara destellos que se esfuman tan rápido como aparecieron, y los siento como reales a pesar de que nunca han sucedido.
El chico no ha vuelto a mirarme de frente, pero noto que sigue haciéndolo de reojo. Solo pensar que puede estar enfermo y que le parezco atractivo me revuelve el estómago.
No, definitivamente no estoy enfermo, pero no está de más comprobarlo.
Mi nombre es anunciado por la secretaria de Heinns. Llegó la hora de hablar por primera vez de lo que me está pasando desde hace unos meses.
Me pongo de pie con tanto temor que me tiemblan las manos. No sentía este pánico desde el día que preferiría olvidar. Cada paso que doy es más inestable que el anterior.
Apenas entro en el despacho, Heinns me analiza de la cabeza a los pies con su característica mirada inquisitiva.
—Buenos días, Aaron. —Esboza la sonrisa cordial de siempre y me extiende su mano. Seco el sudor de la mía en mi pantalón antes de estrechar la suya—. ¿Qué te trae por aquí? No tenemos cita hasta el próximo mes.
Ha ido directo al grano. Nunca me hace preguntas tan pronto; siempre respeta mis tiempos y me da la oportunidad de hablar primero. Él sabe que estoy aquí por una razón de suma urgencia.
—Yo... yo... eh... no he dormido bien últimamente. —Apenas puedo hablar—. Los somníferos de siempre ya no me hacen efecto. Necesito algo más fuerte.
El psiquiatra mira mis ojos con fijeza. Adivino que está intentando leer mi mirada. Es algo que hace constantemente, y es muy bueno en ello, o al menos conmigo. Después de todo, ha sido mi doctor por seis años. Ha de conocerme mejor que nadie.
—Toma asiento, por favor —dice inexpresivamente. Incluso su rostro carece de expresión. Nunca sé qué siente o piensa sobre lo que le digo; es experto en ocultar sus emociones—. ¿Hace cuánto experimentas insomnio?
Me siento frente a él en su escritorio. Sin darme cuenta, comienzo a juguetear con mis dedos de forma nerviosa, acto que no pasa desapercibido por Heinns. Hago mi mayor esfuerzo en calmarme y no hacer movimientos que delaten mi inquietud. Vine aquí a contarle lo que me pasa, pero no quiero ir tan rápido. Necesito tantear el terreno antes de hablar.
—Hace... dos semanas, más o menos —miento—. Han pasado muchos días desde la última vez que dormí más de cuatro horas.
No han sido días. Llevo meses soñando con David.
Finalmente, Heinns cambia de expresión y entrecierra los ojos.
—Estás mintiendo, ¿no? —infiere.
Dejo que mi silencio responda por mí.
—¿Qué te acompleja, Aaron? —inquiere el psiquiatra mientras acomoda sus gafas—.
¿Hay algo importante que esté quitándote el sueño?
—No... bueno, sí, ya sabe... pronto seré presentado como futuro gobernador. —Me encojo de hombros—. Es una razón más que suficiente para dormir mal, ¿no?
Intento sonar lo más casual posible, pero fallo. Heinns vuelve a mirarme con fijeza, nuevamente sin expresión. Detesto no saber qué está pensando o sintiendo. Lo conozco desde hace mucho tiempo, pero aún no logro leerlo como él me lee a mí.
—Tu insomnio no se debe a tu presentación —afirma en voz baja—. Sé que hay algo más. ¿Quieres hablar de ello?
—No es nada —digo. Ni yo me lo creo.
—Sabes que puedes confiar en mí —susurra. Que hable tan bajo quiere decir que ha notado que escondo algo peligroso.
—Lo sé —afirmo, no del todo seguro. ¿Puedo confiarle un secreto tan grave? ¿Qué me asegura que no se lo contará a mi padre?
No sé si podría lidiar con el rechazo de papá. Una de las cosas que más odia es la enfermedad prohibida, y uno de sus mayores propósitos es erradicarla para siempre. Entiendo su desprecio hacia ella, porque en mi entrenamiento aprendí lo suficiente sobre sus peligros. De tenerla, me convertiré en un riesgo andante.
Necesito que sea eliminada de mi cuerpo, pero conozco los efectos secundarios de ser sometido a la intervención, y no quiero perder mis recuerdos. Por una parte, me serviría para olvidarme para siempre del dolor que me provoca la muerte de parte de mi familia; pero, por otra, olvidaría mis deseos de venganza hacia David, y eso es algo que no estoy dispuesto a eliminar de mi memoria.
—¿Estás ahí? —pregunta Heinns con una sonrisa, sacándome de mis pensamientos—. ¿Qué te sucede, Aaron?
Esta vez soy yo quien lo mira fijamente. Sus pupilas apenas se mueven; ni siquiera parpadea. Es obvio que está analizando cada uno de mis movimientos, y eso le entrega cierta ventaja sobre mí. Mi entrenamiento me ha servido para estudiar y prever los movimientos de la gente, pero Heinns es inescrutable. No hay modo de saber si es confiable o no.
Dejaré todo a la suerte.
—Tengo pensamientos y sueños indebidos sobre el hombre que asesinó a mi familia —suelto de golpe sin pensarlo más de dos veces.
Mi impacto es mayor que el de Heinns. Él no se inmuta ante mi confesión. ¿Acaso este hombre carece de sentimientos? Por mi parte, estoy tiritando y sudando más que nunca. Jamás imaginé que viviría algo como esto ni que tendría que hacer este tipo de confesiones.
—¿Qué clase de pensamientos y sueños? —inquiere Heinns con calma, como si lo que confesé no tuviera gravedad alguna.
¿Cómo contarle a mi psiquiatra que la misma persona que intentó matarme es diferente en algunos de mis sueños? ¿Cómo decirle que aquel rostro hermoso pero aterrador aparece constantemente en...?
Alto, ¿hermoso? ¿En serio?
—¿Qué clase de pensamientos y sueños, Aaron? —insiste Heinns, esta vez con severidad. Debo admitir que prefiero cuando es inexpresivo.
Me pongo a recordar todos los pensamientos y sueños que he tenido. Cada uno sigue intacto en mi memoria.
Veo a David besándome.
Tocándome.
Hablándome al oído.
Tomando mi mano.
Quitándome la ropa.
Recorriendo mi cuerpo con sus manos...
Matando a mis abuelos.
Matando a mi madre.
Apuntándome con una pistola.
Tocándome con brusquedad.
Abusando de mí.
Matándome.
Matándome.
Matándome...
—¡¡¡Basta!!! —grito, desesperado—. ¡¡¡Sal de mi mente!!!
Me doy cuenta de que estoy de pie. Tengo la respiración agitada y las manos en la cabeza. Me la presiono con fuerza, como si esto pudiera alejar todos los pensamientos sobre David.
—¿Estás bien, Aaron? —pregunta el psiquiatra con esa voz desprovista de expresión que ya comienza a sacarme de quicio.
—¡No! —admito de golpe—. No lo estoy —digo un poco más calmado—. Ayúdeme, por favor. —Ahora sueno desesperado, tal como me he sentido en el último tiempo.
—No puedo ayudarte si no me dices qué clase de sueños y pensamientos tienes. —Se reclina sobre su escritorio—. Necesito que me digas todo.
—Son como... recuerdos —admito, cuidando cada palabra—. Recuerdos de momentos que creo no haber vivido, pero no estoy seguro.
Por primera vez en seis años, veo algo nuevo en el rostro de Heinns: asombro. Él tiene los ojos abiertos de par en par. Jamás lo vi sorprenderse de esta forma.
—Qué extraño —dice más para sí mismo. Se pone de pie y deambula por el despacho con notoria preocupación—. No debería recordar nada... —Oigo que susurra—. ¿Qué clase de recuerdos tienes, Aaron? —pregunta al regresar a su asiento, un poco más tranquilo.
—No puedo verlos con claridad —miento. Sí que tengo claros mis pensamientos, pero no quiero decirlos en voz alta—. Todo es muy confuso, yo... yo... no sé qué veo, solo... yo... yo... no... —Rompo a llorar desconsoladamente.
Veo en el rostro de mi psiquiatra otra emoción nueva e inesperada: lástima.
—Ayúdeme, por favor —suplico entre lágrimas—. No aguanto más. Necesito quitar estos pensamientos de mi mente, me hacen mucho daño. Se lo ruego, tiene que ayudarme...
Heinns luce más triste que nunca. No pensé que lo vería así. ¿Acaso él sabe algo que yo no? ¿Es su tristeza producto de algún arrepentimiento y no un efecto de mi desesperación?
Él mira hacia la puerta con un atisbo de temor. Me doy cuenta de que ocultar sus emociones la mayor parte del tiempo no es una ventaja para él, porque ahora está más expuesto que nunca. Ha de sentirse realmente inquieto como para que su rostro me exprese tantas cosas.
Heinns acaba cerrando los ojos y exhalando por la nariz. Se quita los anteojos, se reclina un poco más sobre el escritorio y susurra casi inaudiblemente:
—Sé de algo que podría ayudarte, pero es... peligroso. Muy peligroso. Me metería en graves problemas si alguien se enterara. En realidad, ambos estaríamos en problemas. Debes prometer que, de hacerlo, no se lo dirás a nadie y...
—Lo prometo —declaro al instante—. Juro que no le diré a nadie, solo ayúdeme. Esto quedará entre nosotros.
Heinns sostiene mi mirada, pero la desvía a los pocos segundos. Adivino que está decidiendo mentalmente entre ayudarme o no.
—¿De qué se trata? —Lo presiono. Hablo demasiado rápido—. Estoy dispuesto a todo, en serio, solo ayúdeme, por favor, ayúdeme, ayúdeme... —Tomo sus manos y las aprieto con fuerza—. Tiene que ayudarme, por favor...
Los ojos de Heinns están brillando. ¿Acaso siente ganas de llorar? ¿Por qué mi desesperación causa esto en él? ¿Desde cuándo me tiene tanta lástima? Definitivamente hay algo que no me está diciendo, pero me siento muy mal para intentar averiguarlo.
Heinns luce como si no estuviera seguro de lo que intenta hacer. Su silencio está matándome.
—Por favor, dígame de qué se trata —suplico, más desesperado imposible.
Él mira hacia la puerta otra vez. Al comprobar que no hay nadie cerca, traga saliva, se acerca incluso más y me susurra:
—Haremos una regresión.
* * *
¡Holaaaaaa! ¿Cómo están? ¿Me extrañaron por aquí? Yo los extrañé muchísimo ;-;
Juro que quería actualizar, pero tuve mil cosas que hacer y los capítulos son cada vez más largos y complejos. No está siendo fácil abarcarlo todo sin volverme loco xD pero hago el intento y continúo la historia, que es lo importante. No se desharán de mí tan fácilmente 7u7
Por cierto, el próximo capítulo será uno de los más bonitos de Renacidos. Al menos a mí me está haciendo llorar :'v supongo que ya están imaginando de qué tratará. La espera valdrá la pena, amigos.
Por cierto x2, ¿quiénes están leyendo mi nueva novela gay "Hola, Caín"? ¡Repórtense con un comentario!
Para los que aún no la leen, los invito a buscarla en mi perfil. Esa la actualizo más seguido, porque los capítulos son más cortos y no es tan compleja como esta. Les prometo que, apenas ordene mejor mis ideas, organice mejor mis tiempos y lance cierta sorpresita, les daré actualizaciones seguidas de Renacidos. Solo es cuestión de ser pacientes <3
¡Gracias por todo, queridos lectores! Que amen esta historia tanto como yo es el incentivo suficiente para continuarla :')
Abrazos prohibidos (?),
Matt.
Recordatorio: ahora tengo cuenta de Instagram. Podrán encontrarla como @mattgarciaboos. ¡Nos vemos!
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