7. Carlos - "Recaídas"


Quiero disculparme por tardar más de un mes en actualizar. Tengo muy buenas excusas, pero aún no puedo revelárselas. Solo diré que tienen que ver con Prohibidos 7u7

Que disfruten el capítulo, guapuras. Espero que hayan extrañado a Carlos tanto como yo. <3


* * * * *



Un año después


Me estoy asfixiando.

El constante encierro al que he sido sometido en el último tiempo me ha provocado una claustrofobia difícil de controlar. Estaba acostumbrado a vivir en plena luz del día; me ha costado adaptarme a pasar los días bajo tierra, más cuando debo lidiar con tantos recuerdos tormentosos que insisten en llevarme a la locura.

Ahora que finalmente recuperé toda la memoria, desearía nunca haberlo hecho. Desearía quedarme con los recuerdos falsos de mi padre, aquellos en los que él no era el asqueroso monstruo que ya puedo recordar con lujo de detalles.

También desearía que mi madre siguiera siendo la mujer cariñosa de mi infancia, no aquella capaz de soportar todas las fechorías de su esposo y fingir que no sucedían. Hoy tengo certeza de que ella siempre supo todo lo que pasaba y que nunca hizo nada al respecto.

Jamás se preocupó por mí. Suena irónico, pero mi padre me prestaba más atención que ella. Para mamá yo no era más que una especie de garantía que la mantenía ligada al escaso poder que posee actualmente en la gobernación. De no ser por mí, mi padre se habría deshecho de ella hace mucho tiempo.

Siempre he sido una clase de instrumento para mis padres. Lo intuía, y estaba seguro de ello, pero nunca tuve tanta confirmación como ahora. Tengo ganas de arrancarme el corazón y dejar de sentir este dolor que está matándome.

Mi infancia fue mucho peor de lo que creía. Crecí viendo cosas que ningún niño debería ver, experimentando vivencias inapropiadas para mi edad y siendo completamente diferente a los chicos de mi clase. Era un monstruo como mi padre; un cruel monstruo despiadado que por poco encontró su salvación en un ángel de ojos verdes, el cual acabé torturando de forma obligada.

Si lo pienso bien, La Cura me salvó de mí mismo. De no haber sido por ella y su pérdida de memoria, habría buscado una manera de acabar con mi vida poco después de lo que ocurrió con Elías, el primer chico del que me enamoré.

Sé que solo era un niño incapaz de actuar con madurez, pero también sé que lo amaba de verdad. Recuerdo cómo me sentía cada vez que lo miraba y cuánto sufrí cuando me obligaron a castigarlo por intentar hacer de mí una mejor persona.

Papá se volvió loco tras enterarse de lo que sucedía entre Elías y yo. Yo no tenía tanto miedo, porque pensé que estaríamos a salvo por ser hijos de gobernadores... pero me equivoqué.

Elías, el hermano mayor de Thomas, fue severamente castigado por tener una relación conmigo.

Él tenía trece años. Como era mayor que yo, la culpa de todo lo sucedido recayó en él. Para todos, no fui más que un niño corrompido por un chico más grande, pero aun así papá me obligó a herir a Elías con mis propias manos. Él creyó que torturar a la primera persona que me quiso de verdad haría que me endureciera y que me convirtiera en el hombre cruel que siempre esperó de mí.

Ya no sé si soy capaz de convertirme en una buena persona. ¿Cómo podría serlo con toda la mierda que tengo en mente? ¿Cómo encontrar la bondad en un mundo plagado de monstruos?

Hay mil cosas que desearía no recordar. No obstante, hay otras que me alegra haber recordado, como el diario de Ellie, la hermana de mi padre.

No alcancé a conocerla en persona, pero lo hice mediante las hojas electrónicas de aquellos archivos que hablaban de su vida, sus secretos y todo lo que la rodeaba. Con solo diez años, me nutrí con un sinfín de misterios y verdades heredados por una mujer que fue asesinada años antes de que pudiera conocerla.

Por lo que recuerdo de los archivos, Ellie era una persona fantástica. Podría decirse que se parece mucho a Alicia: ambas vivían en ambientes ajenos a su esencia y luchaban en secreto por escapar de ellos.

De nunca haber sido sometido a La Cura, todo sería diferente. Habría luchado codo a codo con Alicia, y tal vez seguiríamos juntos hasta los días de hoy. Debo admitir que, a pesar de que ha transcurrido más de un año desde la última vez que la vi, le sigo teniendo cierto cariño. No es fácil olvidar a alguien que amaste por tanto tiempo.

Me gustaría haber conocido a Ellie. De estar viva, ella no habría permitido que mis padres me sometieran a la intervención que nubló mi memoria. Sé que habría hecho lo imposible con tal de salvarme antes de dejar que me transformaran de una forma tan inhumana.

Lo que más desearía es acceder al diario de Ellie y recobrar todos los recuerdos que no logro quitar del baúl. Sé que el diario está en alguna parte, porque era José quien tenía acceso a este. Ellie se lo confió a él y él me lo confió a mí.

No sé por qué José nunca intentó recobrar mi memoria; quizá pensó que era imposible. Sin embargo, siempre mantuvo el espíritu rebelde que lo ha caracterizado. Ahora entiendo por qué me ayudó cuando se trataba de ir en contra de mi padre. José es un rebelde; no de Amanecer, tampoco de Eternidad, pero lo es. No necesita estar ligado a un movimiento para tener su propia lucha, y lo admiro mucho por eso.

Ansío volver a hablar con él. Por desgracia, desde el cierre de Arkos, no hemos vuelto a tener comunicación, porque todas las señales telefónicas y satelitales han sido bloqueadas por aparatos especiales para ello, instalados en los límites del país por el Cuerpo de Protección Arkano.

No solo se nos impide entrar a la nación antártica, sino que ya no podemos comunicarnos con nadie que esté adentro. Ni siquiera sé si Alicia, Aaron y sus amigos siguen con vida. Puede que incluso José haya sido descubierto por mi padre y asesinado por sus crímenes de traición.

No saber de mis seres queridos me ha llevado a la desesperación en incontables ocasiones. Ha sido un año sin escuchar sus voces ni ver sus rostros. Un año con la incertidumbre de si podrían o no estar con vida.

Ya no me queda nadie. En todo el año que llevo en Eternidad he hecho solo un amigo, llamado Gerald. No sé si podría considerarlo un amigo como tal porque, más que amistad, él me provee lo único que me ha ayudado a no decaer por completo: drogas.

Sí, he regresado a ellas.

Me avergüenzo de mí mismo por recaer. Logré ser lo suficientemente fuerte como para no utilizarlas, pero llegué a un extremo de tristeza y desolación que nada excepto las drogas me ayudaron a soportar. En los únicos momentos en los que encuentro cierta paz son cuando estoy bajo los efectos de algún alucinógeno.

Solía encontrar la calma cuando estaba con William, pero, tristemente, nuestra relación se vio arruinada por culpa de mis traumas.

Lo quise, y lo sigo queriendo más de lo que quiero a Alicia, pero no podía seguir con él. Lo estaba hiriendo y era incapaz de darle todo lo que esperaba de mí.

Pasé meses obsesionado con la idea de regresar a Arkos para encontrar a Elías; apenas me preocupaba de pasar tiempo con William. El fantasma de mi primer amor se interpuso entre nosotros y se sumó a muchos otros fantasmas, como el de Alicia y el de mi padre.

William es demasiado bueno para mí. Sé que me ama y que no dejará de hacerlo con facilidad, pero al menos debía despejarle el camino para que comenzara a eliminarme de su vida. Él merece alguien que lo ame con todas sus fuerzas, no a una persona que estaba con él porque necesitaba consuelo y un respiro de todos sus malos recuerdos.

Odio en lo que me he convertido por culpa de mis padres y la sociedad en la que crecí. Cada día desde hace meses me he preguntado qué habría sido de mí si hubiera nacido en otra familia; si hubiera nacido en otra vida; si simplemente no hubiera nacido. Creo que el mundo sería un lugar menos horrible si yo no estuviera en él, pero sigo siendo muy cobarde para abandonarlo.

Mis recuerdos deberían darme fuerzas para luchar, no convertirme en este ser débil y frustrado que recurre a las drogas para olvidar por unas horas. Si Ellie siguiera con vida, estaría decepcionada de mí. Sentiría vergüenza de tener un sobrino que no es capaz de salir adelante con sus traumas y utilizarlos a su favor. Sentiría vergüenza de tener un sobrino que no supo amar a la única persona que pudo salvarlo del abismo.

Extraño mucho a William. Maldita sea, cada noche pienso en él y hago lo imposible por resistir las ganas de salir de mi cuarto e ir corriendo al suyo.

No tuvimos una relación tan intensa o duradera, pero sí que fue especial. Me detesto por haber pasado meses buscando la forma de volver a Arkos y no haber conseguido nada. Descuidé una linda relación en vano y, ahora que tengo la oportunidad de recuperarla, tengo miedo de acabar con él como estoy acabando conmigo mismo.

Soy una fruta envenenada que mataría a cualquier persona que intentara probarla.

Esta es otra noche en la que mis recuerdos no me dejan dormir, y otra en la que estoy a punto de levantarme de mi cama y correr a los brazos de William. Pero como mi cobardía es mucho más fuerte que mi convicción, enciendo el teléfono móvil que me entregaron los eternos y marco el número de Gerald.

Él contesta diez pitidos después.

—¿Qué rayos quieres, Scott? —pregunta con voz susurrante. Se oye soñoliento—. ¡Son las dos de la mañana!

—Ya sabes qué quiero —respondo de mala gana—. Por cierto, te he dicho mil veces que no me llames Scott. Ahora solo soy Carlos.

—Y yo te he dicho mil veces que no me llames en las noches. Sabes que tengo una esposa con el sueño muy ligero y un bebé de unos cuantos meses de vida que apenas logra dormir.

—¿Tienes drogas o no? —inquiero, hastiado.

—Sabes que sí.

—Tráeme una caja de esas pastillas de la última vez —susurro. Mis manos comienzan a temblar ante el recuerdo del fuerte efecto alucinógeno de dichas pastillas en gran cantidad.

—¿Qué tienes para mí? —pregunta Gerald, como siempre—. Sabes que no puedo darte drogas sin que me des algo a cambio.

—Eres una mierda, ¿sabías? —espeto. La angustia provocada por la abstinencia me está volviendo loco. Hace una semana que no consumo nada.

—Perdóname por querer algo mejor para mi familia.

—Si quisieras algo mejor para ellos, no estarías metido en esto. Conoces los riesgos de robar suministros en Eternidad.

—¿Tienes algo para mí o no? —Gerald suena triste.

Sé que no traficaría pastillas si tuviera otra forma de asegurar el bienestar y la seguridad de sus seres queridos. Desde que comenzó la guerra contra Newtopia, los recursos de Eternidad han sido extremadamente limitados. Él tiene un buen futuro en la medicina, el que está en riesgo por causa del tráfico de medicamentos que en gran cantidad provocan el mismo efecto que las drogas. No son drogas como tal, al menos no como las que fabricaban en el Sector G, pero provocan un efecto similar al de ellas.

—No tengo nada —resoplo con frustración—. Pero vamos, te conseguiré algo, solo tráeme las malditas pastillas.

—No puedo arriesgarme sin obtener algo a cambio, Carlos. Lo siento.

—¡Por favor, estoy desesperado! —admito, más humillado imposible.

—Sabes que tienes que entregar algo a cambio —insiste con dureza—. ¿No puedes robar alguna cosa por ahí?

—¿Qué clase de persona eres? Robas suministros médicos de Eternidad e incitas a otras personas a robar. ¿Sabes qué pasaría si las autoridades eternas te descubrieran?

—¿Puedes conseguirme algo que valga la pena o no? —inquiere como si nada. Mis amenazas no surten efecto en nadie en este lugar.

—No —lamento—. Si me descubrieran, me echarían de aquí sin pensarlo dos veces.

Ya no soy de utilidad para los eternos. Les dije todo lo que sabía y recordaba, excepto algunas cosas personales que por obviedad no puedo contar. De cualquier modo, no es como si su verdadero enemigo fuera el gobierno de Arkos, así que ya no necesitan la escasa información que no les he revelado. Me expulsarían fácilmente si se dieran cuenta de que robé para conseguir drogas.

—Lo siento, Carlos —repite Gerald—. No puedo darte nada hasta que consigas algo para mí.

—¡Vete a la mierda! —vocifero, furioso. La abstinencia siempre me provoca estos repentinos cambios de humor—. ¡Vete directo a la mierda!

Intento decirle algo más, pero él corta la llamada. Con toda la ira posible, lanzo mi teléfono contra la pared y escucho el ruido de la pantalla quebrándose.

Me siento sobre mi cama, llevo los codos a mis rodillas y las manos a mi cara. Grito con rabia debajo de mis palmas. Odio convertirme en una bestia salvaje cada vez que no tengo qué consumir, pero no puedo evitarlo.

Mi ira se ve interrumpida cuando escucho el toque de mi puerta. Tal vez Gerald lo pensó mejor y decidió venir de todas formas. Voy corriendo a abrir, esperanzado de encontrar a mi surtidor del otro lado.

Una vez que abro, me doy cuenta de que no es Gerald quien acudió a mi puerta. Es William.

—¿Estás bien? —pregunta con la seriedad que le caracteriza—. Oí gritos y golpes.

No digo nada, solo me lanzo a abrazarlo.

Él permanece inmóvil. Hace meses que no teníamos un contacto como este.

—Carlos, no... —Intenta decir, pero no le permito seguir.

—Por favor, William, abrázame —ruego, al borde de las lágrimas. Mi ira y frustración se ha convertido en una insoportable tristeza.

William sigue sin abrazarme. Estoy a punto de agarrar sus brazos y obligarlo a que me estreche en ellos.

—Estás así por la falta de drogas, ¿no? —inquiere con notoria molestia—. Gerald no te quiso dar.

Abro los ojos de par en par y me separo de él.

—¿Cómo sabes de mis... negocios con Gerald? —pregunto, anonadado y aterrado al mismo tiempo.

—Fui tu amigo durante meses —dice—. Te conozco bien.

"Amigo". Una palabra que ahonda hasta lo profundo de mi corazón.

—No solo fuimos amigos —recrimino sin poder evitarlo.

—Pudimos serlo todo, pero me mandaste a la mierda. —Su voz cargada de rencor me parte en dos.

—William, ya sabes que lo siento mucho y que...

El sonido de las sirenas de emergencia me interrumpe. La bombilla del cuarto se tiñe de rojo, lo que, como siempre, indica el máximo nivel de alerta.

—Debemos ir a los refugios —indica William con decisión.

Asiento y salimos de mi cuarto sin vacilar. Los eternos de las habitaciones contiguas también salen al pasillo. No todos lucen soñolientos; muchos habían de estar despiertos. Hace meses que casi nadie logra dormir más de tres horas en las noches. Lo que sí veo en la mayoría de la gente es miedo, sobre todo en los niños, quienes aún no se adaptan a vivir en peligro bajo tierra. Estaban acostumbrados a pasar los días en libertad y felicidad en el extinto pueblo eterno de la superficie.

—¿Bombardeo otra vez? —le pregunto a William mientras avanzamos por el corredor, intentando no empujar a las personas que se mueven junto a nosotros.

—Es lo más probable —asiente William, tenso. Puede ocultar muy bien sus emociones, pero soy capaz de notar cuando tiene miedo.

Llegamos al final del corredor. Como en ocasiones anteriores, nos aseguramos de que todos salgan de sus cuartos antes de ir a los búnkeres de máxima seguridad. No es la primera vez que debemos evacuar hacia ellos; esta es la tercera amenaza en lo que va del año. Las tropas newtópicas continúan bombardeando nuestra superficie con el fin de amedrentarnos. Lo bueno de todo es que no han vuelto a infiltrarse bajo tierra, y si lo han hecho no han atacado como en dicha ocasión en la que William y yo nos besamos por primera vez.

Nunca se supo quiénes estuvieron detrás del atentado, pero tampoco hubo explosiones como aquellas. Supongo que tarde o temprano volverá a ocurrir y no podremos hacer nada para salvarnos. Al menos ahora la seguridad es mil veces superior a lo que era antes; es curioso que las autoridades no hayan descubierto el tráfico de Gerald ni que soy uno de sus "clientes".

La mayoría de los eternos de mi sección ha abandonado sus habitaciones y corrido hacia los elevadores de emergencia. William y yo revisamos las habitaciones una por una antes de buscar refugio. Lo hacemos lo más rápido que podemos; el tiempo es oro. En cualquier momento comenzará el ataque que nos puso en estado de emergencia.

—¿Ves a alguien? —le pregunto a William en voz alta mientras reviso una de las habitaciones?

—No —vocifera él desde otra habitación. Suena agitado; estamos moviéndonos a toda velocidad.

A poco de llegar al final del corredor de la sección, descubro que hay una puerta cerrada. La abro y encuentro a una niña acurrucada al fondo de su cama, abrazando sus piernas. No sé su nombre, pero sí el de su padre: es hija de Hugo Bernes, uno de los problemáticos de Eternidad. Él se mete en problemas constantemente y ha sido amenazado con ser desterrado en múltiples ocasiones.

—¿Papá? ¿Eres tú? —inquiere la pequeña, temerosa.

—No. —Me acerco a ella—. ¿Qué haces aquí? Deberías estar corriendo hacia los búnkeres.

—Mi papá me dice que no salga de noche —responde con inocencia—. Se fue hace horas y aún no regresa.

Me apena su situación. La pobre no merece un padre como Hugo; más bien, nadie merece un mal padre. Entiendo lo que sufre, porque yo tengo el peor de todos.

—Ven aquí, cariño. —Extiendo mis brazos hacia ella—. No está tu padre, pero me tienes a mí. Puedo cuidar de ti si lo necesitas. ¿Cuál es tu nombre?

Ella me mira con desconfianza y temor por varios segundos. Cuando finalmente intenta responderme, un estruendo acompañado de un temblor nos sobresalta. Claramente se trata de una bomba siendo detonada en la superficie.

—¡Tranquila! —le digo a la niña al escrutar su espanto—. Te prometo que no pasará nada, pero debemos ir a los búnkeres. Ahí estaremos completamente a salvo. ¿Vamos?

Le extiendo mi mano y ella la examina. Acaba extendiéndome la suya cuando escuchamos un nuevo estruendo en las alturas.

La levanto en mis brazos y la cargo hacia el pasillo. Me encuentro con William afuera, quien me mira junto a la niña con una expresión que no logro descifrar.

—¿Hay alguien más por aquí? —le pregunto, haciendo lo posible por guardar la calma. La abstinencia también me produce una ansiedad que muchas veces acaba en ataques de pánico.

—Nadie —responde William—. Debemos irnos.

Le asiento y echamos a correr. Cargo a la niña lo mejor que puedo.

—Soy Marjorie —dice ella sobre mi oído mientras la cargo fuera del pasillo.

Sonrío sin que me vea.

—Yo soy Carlos —le digo en voz alta para hacerme oír sobre el barullo de la sirena de alerta.

Llegamos a los corredores situados en las paredes de roca de la ciudad subterránea. No quedan tantas personas aquí arriba; las evacuaciones siempre son rápidas y efectivas. No obstante, aún hay mucha gente en los elevadores. Nunca es fácil llegar a los búnkeres con rapidez.

William, Marjorie y yo nos internamos en uno de los elevadores. Hay al menos diez personas más en su interior. Dos están rezando, otros reflejan su miedo mordiendo sus uñas o tocando su cabello y la mayoría está en silencio. Las bombas siguen sonando en las alturas, mientras que la ciudad no deja de sacudirse, incluso si estamos a muchísimos metros de distancia de la superficie.

Casi por obra divina, llegamos a los búnkeres sin inconvenientes. Los guardias nos gritan que corramos hacia el fondo del pasillo de entrada antes de que las puertas se cierren. Por obligación de las autoridades eternas, las puertas metálicas de los búnkeres deben cerrarse veinte minutos después de que inicia el estado de emergencia. Si alguien no alcanza a llegar a los búnkeres, tendrá que enfrentarse al peligro de las secciones superiores.

—¿Faltan muchos? —me pregunta uno de los guardias.

—No tantos —respondo, agitado. Marjorie pesa más de lo que esperaba—. ¿Cuánto tiempo queda?

—Solo siete minutos —responde el guardia—. ¡Todos circulando, rápido, rápido! —vocifera a los presentes.

William y yo corremos otra vez y noto de soslayo que me está observando. Le dirijo una tierna mirada que contradice el temor que siento.

—¿Recuerdas cuando nos dimos nuestro primer beso? —inquiero entre jadeos—. Estábamos en una situación parecida.

Él no dice nada, pero puedo notar que está reprimiendo una sonrisa. Eso es suficiente para mí.

Llegamos al fondo del pasillo de entrada y nos adentramos en la primera sección de los búnkeres de máxima seguridad, en donde otros guardias nos ordenan acercarnos a un panel que registra a todos los eternos que han llegado a los refugios. Tanto Marjorie como William y yo tocamos la pantalla táctil que nos inscribe como refugiados.

Una vez que nos registramos, Marjorie me pide que la baje y se pone a merodear en los alrededores. La sección está llena de eternos; el indicador del panel de registro señala que ya hay más de quinientas personas en los búnkeres.

—¿Qué pasa, Marjorie? —le pregunto.

—Estoy buscando a papá —responde con más determinación de la que esperaba. Es curioso que no esté llorando ni tiritando de miedo como la mayoría de los niños eternos durante los ataques y estados de emergencia.

—Pequeña, hay más de quinientas personas aquí —le informa William. Suena muy tierno llamándola "pequeña"—. No lo encontrarás tan fácilmente.

—Podemos checar el panel de registro —sugiero y me acerco a dicho panel—. ¿Puede decirnos si Hugo Bernes ya llegó a los búnkeres? —le pido al guardia que controla el artefacto. Él busca el nombre en el registro.

—Lo siento, pero no —responde. Mira a Marjorie con tristeza, y ella agacha la mirada.

—Llegará, cariño. —Me agacho junto a ella y pongo una mano sobre su hombro izquierdo—. Ya verás que llegará.

Marjorie asiente sin ningún entusiasmo. Ambos sabemos que estoy mintiendo y que su padre no llegará.

Los minutos pasan y las bombas son cada vez más y más fuertes. Este, sin duda, ha sido el peor ataque de todos. El pánico se respira en el búnker: la mayoría de los presentes abraza a sus seres queridos como si estuvieran conscientes de que es su fin. El lugar no deja de temblar; tarde o temprano quedaremos atrapados si las aeronaves bombarderas no son destruidas.

A pesar del miedo que siente, Marjorie no deja de mirar hacia las puertas que serán cerradas en cuestión de segundos. Ya nadie ingresa por ellas; la mayor parte de los habitantes de la ciudad subterránea encontraron refugio.

—Lo siento, pequeña —le digo a Marjorie con mucha tristeza.

—Él llegará —afirma la niña, más para sí misma.

Cuando faltan apenas treinta segundos para el cierre de las puertas, dos personas aparecen cerca de la entrada: un hombre y una mujer embarazada. El hombre no es el padre de Marjorie, sino que es Ariel, papá de Alicia.

—¡Necesito ayuda por aquí! —vocifera, cansado—. ¡Está herida!

Algunos guardias ayudan a ingresar a la mujer e inmediatamente la llevan hacia la enfermería de los búnkeres. Me acerco a un preocupado Ariel, quien puedo adivinar está haciendo todo lo posible por no demostrar su pánico para no alarmar a la población eterna.

—¿Qué le pasó? —le pregunto en voz baja, señalando a la mujer embarazada.

—Se cayó por culpa de un temblor —responde Ariel en el mismo tono de voz—. Las cosas están muy feas allá arriba, Carlos. Este ataque es el definitivo. No tendremos más opción que mudarnos de la ciudad subterránea. —Pasa una mano por su cara y luego restriega sus ojos—. Por cierto, tengo buenas noticias para ti.

—¿De qué se tra...? —Me veo interrumpido al escuchar un fuerte golpe metálico.

—¡Puertas cerradas! —anuncia uno de los guardias eternos.

Mierda. Por la llegada de Ariel, olvidé que las puertas estaban a punto de cerrarse. Miro a Marjorie, quien está llorando en silencio y abrazándose a sí misma.

Me agacho junto a ella y limpio sus lágrimas con mis manos.

—No te preocupes —le digo con toda la dulzura posible—. Él estará bien.

Ella se limita a abrazarme con fuerza. Le devuelvo el abrazo con la misma presión y acaricio su cabello para intentar calmarla, pero me separo al sentir un temblor mayor que los anteriores. Es tan intenso que las luces del bunker comienzan a parpadear. Los gritos de pánico resuenan en el recinto; si el ataque no acaba pronto, se desatará el caos en este lugar.

—¿¡Por qué mierda no están contraatacando a esos malparidos!? —demanda un eterno a todo pulmón.

—¡Hagan algo, maldita sea! —le grita una mujer a Ariel, quien recientemente fue elegido como alcalde de Eternidad—. ¡Sálvennos!

—Estamos haciendo todo lo posible —vocifera Ariel con las manos en alto—. Guarden la calma, por favor. Les juro que nuestras tropas están combatiendo a los enemigos. No quería decírselos, pero hay demasiadas aeronaves newtópicas en la superficie. Este es el ataque más grande e importante de todos. —Los gritos de pánico vuelven a oírse—. ¡Tranquilos, por favor! Aquí estamos completamente a salvo, les prometo que...

—¿¡Y si no podemos salir!? —pregunta un joven en voz alta—. ¿Y si quedamos encerrados bajo los escombros?

—Tenemos muchas salidas alternativas —dice Ariel, aliviando a la mayoría, incluyéndome—. Por favor, guarden la calma. Puede que destruyan nuestras dependencias, pero nunca nuestro espíritu rebelde. ¡Arriba Eternidad! —proclama. Nadie grita junto a él—. ¡Arriba Eternidad! —insiste, pero sigue habiendo silencio. Hay demasiado temor en el ambiente.

Al ver que nadie dice nada, decido gritar junto a él.

—¡Arriba Eternidad! —vocifero a todo pulmón. Todos me miran sorprendidos. Sé que nunca esperaron que alguien como yo simpatizara con rebeldes.

—¡Arriba Eternidad! —grita William, y le sonrío como agradecimiento.

—Arriba Eternidad —dice Marjorie en voz baja, pero es incentivo suficiente para que todos se nos unan.

—¡¡¡Arriba Eternidad!!! —gritamos todos al unísono—. ¡¡¡Arriba Eternidad!!! ¡¡¡Arriba Eternidad!!!

Gritamos hasta raspar nuestras gargantas. Puede que nunca me acepten como un rebelde más, pero amo Eternidad y sé que, mientras nuestros gritos sigan oyéndose, nunca acabarán con nosotros. La rebeldía vivirá por siempre así destruyan cada rincón de este planeta.


* * *


Los bombardeos acabaron hace al menos una hora. Tal como prometió Ariel, no nos pasó nada aquí abajo, pero estoy seguro de que la ciudad fue completamente destruida. Los impactos fueron tan potentes que bien pudieron derrumbar el techo de roca de la ciudad.

Marjorie duerme en una de las tantas colchonetas del búnker. Estoy recostado junto a ella; no quiso que la dejara sola. Está consciente de que su padre pudo morir en la ciudad, pero lo ha llevado mucho mejor de lo que esperaba. Es una niña sumamente fuerte y valiente.

William se recostó en una colchoneta situada junto a la nuestra. Él está durmiendo también; luce tan hermoso como lo recordaba. Extraño más que nunca pasar las noches a su lado y verlo dormir. Su rostro dormido y su respiración suave era el mejor ansiolítico de todos.

—Deja de mirarme —dice con los ojos cerrados, sobresaltándome.

—Maldita sea, me asustaste —susurro para no despertar a Marjorie—. Sabes que no puedo evitar mirarte.

Él abre los ojos y me observa con tristeza, luego desvía la mirada.

—Te extraño —admite, sin mirarme.

Quedo tan perplejo que no logro responderle de inmediato. William suele ser muy frío, y lo ha sido más desde que le pedí que se alejara de mí. No esperaba que admitiera que me extraña.

—Y yo a ti —musito—. Te extraño mucho, William. Demasiado.

Él sigue sin mirarme. Puedo ver que una lágrima cae por una de sus mejillas.

—¿Más de lo que extrañas a Alicia o a Elías? —Esta vez sí me mira.

Intento no reír, pero fallo.

—No seas ridículo —le digo con ternura—. Por supuesto que sí. Y a ti no solo te extraño, sino que también te necesito. —Le vuelvo a sonreír—. Ven aquí.

Él sonríe también y se pone de pie para acercar su colchoneta a la que comparto con Marjorie. Una vez que lo hace, se recuesta nuevamente.

—Acércate —ordeno, extendiendo mi brazo libre hacia él. El otro está debajo de Marjorie.

William se recuesta sobre mi pecho y lo abrazo con firmeza. Tengo a Marjorie de un lado y a él del otro; hace mucho que no me sentía tan acompañado como ahora.

—Te amo —susurra William en tono casi inaudible.

Su declaración me toma por sorpresa. No es la primera vez que me lo dice, pero se siente más importante ahora.

Tal vez es la situación de peligro en la que nos encontramos, o el hecho de que la abstinencia altera mi sentido común, pero esta vez sí logro reaccionar.

—Y yo a ti —confieso por primera vez.

Él levanta la cabeza y me mira con asombro. Nunca se lo dije, no porque no lo sintiera, sino porque no quería alimentar sus esperanzas. Ahora, en cambio, no puedo seguir mintiéndome a mí mismo ni reprimirme por temor a herirlo. Lo amo y lo necesito, y si él está dispuesto a quererme con todo y mis problemas, no puedo continuar cerrándole las puertas.

—¿Lo dices en serio? —pregunta él con la voz quebrada y ojos brillosos.

—Te amo, William —repito, sonriendo—. Discúlpame si intenté alejarte de mí, no debí... —Interrumpe mis palabras con un beso.

Solo el cielo sabe cuánto extrañé sentir sus labios en los míos. Sigo pensando que soy incapaz de amarlo como se merece, pero no puedo evitarlo por más tiempo. Él es la única persona que logra entregarme un poco de paz en este mundo lleno de caos.

—No quiero que vuelvas a apartarme de tu vida —dice él sobre mis labios. Su voz jadeante enciende cada uno de mis sentidos—. Te necesito, Carlos.

—No volveré a hacerlo —prometo, aunque no estoy 100% seguro de ello.

—Y por favor, no consumas más drogas —suplica—. No quiero perderte por una sobredosis o algo parecido, y no quiero que las dejes por mí, sino por ti. Tienes que aprender a vivir y a afrontar tus malos recuerdos sin ellas, ¿bueno?

Sostengo su mirada por mucho rato. No es algo que pueda prometer a la ligera, porque soy un adicto. Sin embargo, ahora tengo un nuevo motivo para intentar dejarlas: Marjorie. Si su padre murió, no puedo dejarla sola. Sé lo que se siente crecer sin amor paternal; no quiero que ella pase por lo mismo. Nunca seré un padre para ella, pero al menos puedo intentar ser el hermano mayor que nunca tuvo y que prometerá cuidarla como nadie.

—Está bien —le digo a William—. Dejaré las drogas, pero si tú me prometes algo.

—¿Qué cosa? —Él frunce el ceño.

—Prométeme que, si me llega a pasar algo, cuidarás de esta niña.

—Carlos, no hables como si fueras a morir —increpa—. El solo hecho de pensarlo me hace...

—Solo promételo. Prométeme que la cuidarás y que también te cuidarás a ti mismo si algo llega a pasarme. Promete que te alejarás de toda esta guerra y que buscarás un lugar seguro para Marjorie y para ti.

—Apenas conoces a esta niña. ¿Por qué te importa tanto?

—¿Puedes simplemente prometer lo que te pedí? —insisto.

Él sostiene mi mirada por largos segundos.

—Está bien —asiente—. Pero nunca permitiré que algo malo te pase.

Le sonrío y lo atraigo nuevamente a mí para besarlo.

—¿Carlos? —dice alguien cerca de nosotros, interrumpiendo nuestro beso. Es Ariel—. ¿Puedo hablar contigo?

—¿La cuidas? —le pregunto a William, y él asiente con una sonrisa.

Me levanto con cuidado para no despertar a Marjorie y sigo a Ariel hacia el pasillo que dirige a la segunda sección del búnker.

—¿Qué sucede, Ariel? —le pregunto una vez que quedamos a solas—. ¿Qué noticias tienes para mí?

Él mira a nuestro alrededor para asegurarse de que no haya nadie cerca que pueda escuchar nuestra conversación. Al comprobar que no hay posibilidad de que nos oigan, se acerca un poco más a mí y susurra:

—Ya puedes regresar a Arkos.




* * * * *


¡Muchísimas gracias por leer y por haber esperado tanto, queridos lectores! Espero que hayan disfrutado el capítulo <3

Prometo no tardar tanto para el siguiente. *cruza los dedos*

Por cierto, he creado mi cuenta de instagram como autor, en la que compartiré contenido exclusivo y haré anuncios muy importantes. Sigan la cuenta para ser los primeros en enterarse. Podrán encontrarla como @mattgarciabooks.

Por cierto x2, he publicado mi nueva novela LGBT llamada "Hola, Caín". Si gustan leerla, podrán encontrarla en mi perfil.

Millones de gracias por seguir aquí. Merecen el universo <3

¡Abrazos virtuales! —Matt.

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