4. Alicia - "Separación" (Segunda parte)
Despierto en un cuarto completamente oscuro.
Me siento ligeramente mareada. No puedo ver nada, pero sé que estoy en una cama de colchón y sábanas finas. Poco a poco recobro la lucidez hasta recordar lo que pasó:
Thomas puso drogas en mi café.
Mis sentidos se ponen alerta. Me pesan un poco las piernas al intentar incorporarme, pero logro hacerlo. Tengo los pies descalzos; puedo sentir la suave alfombra con las plantas de mis pies. Definitivamente no me encuentro en una especie de prisión o algo parecido, aunque la aterradora oscuridad que envuelve el cuarto no me expresa nada positivo.
Camino y tanteo a mi alrededor hasta llegar a lo que aparentemente es una puerta. Intento abrirla, pero un sistema de identificación me lo impide.
—¿Nombre? —pregunta la voz femenina del sistema.
—Ali... Doménica —me corrijo. A pesar de que han pasado varios meses, me sigue costando adaptarme a mi nueva identidad.
—Nombre no registrado —anuncia el sistema—. Puerta bloqueada.
Pienso en golpear la puerta hasta que alguien venga y la abra, pero eso podría ser peor, así que busco otro modo de salir. Quizás hay una ventana en la habitación, solo que está cubierta.
En efecto, al tantear nuevamente las paredes, toco lo que al parecer es una ventana con cubierta metálica de seguridad. No cabe duda de que estoy en un lugar altamente protegido.
Mientras busco la forma de abrir la ventana, el sistema de identificación de la puerta emite un sonido que me sobresalta. La puerta se abre y una luz se enciende en las alturas, la cual ilumina toda la habitación.
Thomas ingresa en el cuarto.
Apenas mis ojos se acostumbran a la luz, recorro el lugar con la mirada para buscar algo con lo cual poder defenderme. La habitación es enorme y lujosa; tiene armarios de madera fina y real, una pantalla gigante en la pared situada frente a la cama y una pequeña puerta cerca de un rincón, la que seguramente da acceso a un baño.
Junto a la cama, cerca de mí, hay una mesita de noche que tiene una escultura metálica y abstracta sobre ella, la que perfectamente podría usar como arma. Me apresuro a tomarla y alzarla hacia Thomas con aire amenazante. Él levanta las manos en señal de rendición.
—Tranquila, Doménica —dice, nervioso—. No voy a hacerte daño.
¿Doménica? ¿Por qué me está llamando así y no por mi verdadero nombre? Solo me llama de tal forma cuando estamos con alguien más o cerca de micrófonos de vigilancia.
—¿Dónde estoy? —demando en tono mordaz.
—En mi departamento —responde. Me mira con preocupación.
—¿Tu departamento? —Frunzo el ceño—. ¿Desde cuándo tienes un departamento?
—Todos los futuros gobernadores tenemos uno —explica, y lo recuerdo. Carlos también tenía, y aseguraba que no lo usaba, pero resultó que lo frecuentaba en secreto con Caroline.
—¿Por qué me trajiste aquí? —pregunto, aún con la escultura en alto—. ¿¡Por qué me drogaste!?
Thomas me escruta con culpabilidad.
—Puedo explicarlo, Doménica, yo...
—¿Hay alguien más en este lugar? —inquiero, instantáneamente horrorizada—. ¿Has encerrado a alguna otra chica? —Me tiembla la voz al cuestionarlo.
—¿Qué? ¡No! —Thomas se atreve a dar unos cuantos pasos.
—¡No te acerques! —grito, furiosa.
—Doménica, tranquilízate —pide con las manos en alto, retrocediendo—. Y no, no hay otra chica aquí. Solo estamos tú, Wallace y yo.
—¿Wallace? ¿Quién rayos es Wallace?
—Soy yo, señorita Doménica —dice alguien desde el pasillo. Es un sujeto fornido y canoso de unos cuarenta y tantos años que ingresa en la habitación—. Estoy a su servicio.
—Es uno de mis guardaespaldas de mayor confianza —explica Thomas; todavía no baja las manos.
Resisto el impulso de decir: "Si es de suma confianza, ¿por qué me llamas Doménica frente a él?".
—Doménica, baja eso, por favor —implora Thomas, pero no obedezco.
—Dile que se vaya y lo bajaré. —Señalo a Wallace con la mirada.
—Wallace, lárgate —ordena Thomas al instante.
El sujeto inclina la cabeza a modo de despedida y se va. Thomas me sigue mirando con arrepentimiento, mientras que yo le envío toda mi ira a través de mis ojos.
—¿Puedes explicarme por qué rayos me drogaste? —demando apenas quedamos a solas.
—Baja eso, por favor —suplica. Dudo que pueda herirlo lo suficiente con algo como esto, pero está asustado de todos modos—. Bájalo y te lo explicaré.
Sostengo su mirada. Detesto ser tan buena como para pensar que sigue habiendo buenas intenciones tras aquellos ojos azules y profundos.
Decido bajar la escultura metálica. Thomas ingresa un poco más en el cuarto, y reprimo las ganas de volver a levantar mi arma improvisada.
—¿Y bien? ¿Por qué diablos echaste algo en mi café?
—Solo quería que descansaras —responde, y me echo a reír.
—Me estás tomando el pelo, ¿no? Dime la verdad.
—¡Te estoy diciendo la verdad! Lucías agotada, Alicia. Te pasaste más de un mes corriendo de arriba abajo en búsqueda de tu mejor amigo. Te merecías una larga noche de sueño.
—¿Larga? ¿Cuánto tiempo dormí?
—Más de diez horas —responde, y se me desboca el corazón—. Te juro que solo quería que te repusieras para enfrentar de mejor forma la muerte de...
—¡Diez horas! —exclamo, desbordándome de ira—. ¡Diez horas en las que no he sabido nada de Max, David, Ben e Ibrahim! ¿¡Qué mierda tienes en la cabeza!? ¿Crees que soy tan estúpida como para creer que solo querías que descansara?
Thomas agacha la mirada, como si admitiera que hay algo más allá de sus nobles intenciones.
—Alicia, yo...
—Dime la maldita verdad, Thomas —pido con tristeza. Estoy muy decepcionada.
Él exhala por la nariz. Una lágrima cae de su ojo derecho y sus manos comienzan a temblar.
—Quería que no lo salvaras en caso de que algo malo le pasara —dice, casi inaudiblemente.
—¿Qué? —Frunzo el ceño—. ¿Que no salvara a quién?
No alcanzo a escuchar lo que responde.
—¡No te oigo! ¡Habla claro!
—¡¡¡A Max!!! —grita, desesperado—. ¡¡¡No quería que salvaras a Max!!! ¡Te quiero solo para mí, Alicia, estoy malditamente enamorado de ti! ¡No quiero volver a saber de Max, él no merece a una mujer con tanto potencial como tú!
Siento que el mundo se rompe debajo de mis pies y que la amistad entre Thomas y yo se ha perdido en una montaña de basura.
Creí en él. Pensé que cambiaría, que podría ser diferente, que incluso alguien con sus errores y mala reputación merecía una oportunidad. Sin embargo, me equivoqué, y mucho. Él sigue siendo un egoísta que mira a las mujeres como un premio de un solo ganador.
No sé qué contestar. Siento rabia y tristeza al mismo nivel. No logro decidir entre insultarlo, golpearlo y gritarle lo enojada que estoy o emitir palabras profundas y dolorosas que podrían destruir su corazón.
Me inclino por lo último.
—Estás enfermo, Thomas. —Es inevitable que se me quiebre la voz—. Estás podrido, y ni siquiera alguien tan paciente como yo podría repararte. Confié en ti. Te di mi amistad cuando todo el mundo me advirtió que no lo hiciera, y tú me apuñalaste por la espalda. Más te vale que Max y los demás hayan logrado salir con vida de ese lugar, o te las verás conmigo.
—¡Perdóname, Alicia! —Se acerca corriendo, se arrodilla frente a mí y se pone a llorar como un niño arrepentido—. ¡Te juro que no sabía lo que estaba haciendo! Cuando dimensioné la magnitud de mis acciones, el somnífero ya había causado efecto sobre ti. —Habla con mucha rapidez—. Lo siento, Alicia, lo siento, lo siento mucho. Solo quería protegerte y tenerte solo para mí, yo...
—¡No soy un maldito trofeo! —Un par de lágrimas escapan de mis ojos—. ¡Soy tu... era tu amiga! —Me corrijo—. Y Max es uno de los hombres que más amo en el mundo. ¡No tienes derecho a alejarme de él! ¿Qué pasaría si murió y no pude ayudarlo? ¿Crees que me repondré de algo como eso? ¿Crees que podré perdonártelo o siquiera salir adelante?
Él solo llora sin cesar.
—Alicia, lo sien...
—¡La que lo siente soy yo! —vocifero—. Ponte de pie y afronta tus errores como el hombre que se supone que eres. Te juro que si algo malo le pasó a Max, yo misma acabaré contigo. Me das asco, Thomas. Nunca podría fijarme en alguien tan enfermizo y repugnante como tú.
Toda la tristeza de su rostro es sustituida por ira.
—¡Estás destruyéndome y ni siquiera sabes si él está a salvo o no! —me grita, ahora de pie—. Y ¿qué mierda habrías hecho si hubieras estado despierta y supieras que Max está en peligro? ¿Habrías ido al edificio y acabado por ti misma con todos esos protectores armados? ¿Te habrías arriesgado a revelar tu identidad y poner en riesgo a todos los que quieres, incluyéndome?
—Yo no te quiero —espeto, pero miento—. Quería hacerlo, pero no vale la pena. ¿Sabes que es gracioso? Que ahora estás hablando de mí como si fuera una chica débil que no sabe valerse por sí misma y que se necesita ser sobreprotegida, pero hace minutos te atreviste a resaltar mi potencial. Qué ironía.
—¡Eres una maldita chica de diecinueve años! —reprende Thomas—. ¡No puedes acabar con todo el mundo por ti misma! Tus amigos y tu novio sabían a lo que se enfrentarían, Alicia. Todos sabíamos que no saldrían de ahí con vida. Lo supe todo el tiempo, y me lo callé. ¿Sabes qué? No espero que me perdones, porque yo no me perdonaré a mí mismo. Solo quiero que sepas que siempre he querido tu bien.
Me duele el corazón. Me duele por lo necia que fui y por el monstruo que siempre ha sido Thomas.
—No quieres mi bien —replico—: quieres el tuyo. Me quieres a tu lado y te aterra la posibilidad de perderme. No me proteges porque te preocupa mi integridad; me proteges porque temes perderme y me quieres solo para ti.
No resisto más escuchar su voz, así que busco mis zapatos con la mirada y los encuentro junto a la cama. Me los pongo lo más rápido que puedo, tomo mi teléfono móvil que se halla sobre un velador y salgo de la habitación.
Thomas me sigue y me suplica que conversemos, pero no me detengo. Una vez en la estancia, noto que nos hallamos a muchos metros de altura y que el departamento es más grande y lujoso de lo que esperaba.
Llego a la puerta principal. Me dispongo a abrir y salir, pero me detengo para decirle una última cosa a Thomas:
—Si Max murió, tú morirás con él.
Las lágrimas son la única respuesta que es capaz de darme.
Enciendo el teléfono en el exterior y marco el número de David, el de Max y el de los demás, pero nadie contesta. Como no obtengo respuesta de ninguno, decido ir a la base secreta de Eternidad. Ahí es donde han de estar si es que lograron salir con éxito del edificio secreto.
Mi trayecto hacia la base es dominado por la tristeza. Una única frase se repite en mi mente:
"Estoy enamorado de ti, Alicia".
Siento asco de Thomas. No está enamorado de mí porque, si lo estuviera, no me habría hecho algo como eso.
Sé que no podría hacer mucho por Max y los demás en caso de que estuvieran en peligro, pero al menos habría hecho el intento. Ahora, puede que estén muertos y yo no hice más que dormir, y ni siquiera fue mi decisión hacerlo.
Llego a la industria textil en la que se halla la base eterna. Los trabajadores me reciben con las sonrisas de siempre; bienvenidas muy opuestas a cómo me reciben los eternos de la zona subterránea.
Tomo el elevador. Este se detiene y abre sus puertas en el vestíbulo de entrada a la base, y al primero que veo es a Michael, quien viene corriendo hacia mí.
—¡Alicia! —exclama. Hay preocupación en su rostro y voz—. ¿Has sabido algo de los chicos?
Todas mis esperanzas de que Max pudiera estar aquí acaban de morir.
Michael me explica que ellos no han dado señales de vida desde que fueron al edificio. Es evidente que algo malo les pasó.
La señora Cervantes y el hermano de Max se acercan a Michael y a mí. Ambos se ven tan preocupados como nosotros.
—Alicia, dime que encontrarás a mi pequeño, por favor —ruega la señora Cervantes, a punto de llorar.
—Lo haré —prometo—. Le juro por mi vida que lo haré.
—Tienes que encontrarlo, Alicia —suplica Michael. Sé que no se refiere a Max—. Si algo malo le pasa, no podré resistir más. Ya he tenido suficiente con la muerte de mi abuela y... —No puede seguir hablando, porque se le ha quebrado la voz.
Lo abrazo para consolarlo y él llora sobre mi hombro. La señora Cervantes y Kevin se unen a nuestro abrazo.
Michael se ha sentido muy mal desde la muerte de su abuela durante las explosiones, por eso no participó de la misión de búsqueda de Aaron. De haber formado parte, probablemente estaría en peligro o muerto como los demás.
Detesto pensar que Max podría estarlo, pero debo resignarme a la posibilidad. Aun así, no descansaré hasta descubrir qué pasó con él.
—Los encontraré —prometo una vez más—. Así sea lo último que haga, los encontraré.
* * *
Golpeo la puerta con ira.
—¿Alicia? —inquiere Thomas al abrir, sorprendido por mi regreso—. ¿Vienes a hablar de...?
—Tú y yo vamos a ir a ese maldito edificio en este momento —ordeno en tono autoritario. Antes de que Thomas pueda replicar algo, añado—: Me importa una mierda el peligro, cuidar mi falsa identidad o que tengas problemas con tu maldito padre. Llevarme allá es lo mínimo que me debes.
—Alicia, no...
—Si no me llevas, iré sola —advierto—. ¿Qué prefieres, Thomas? ¿Caer conmigo o vivir con el peso de conciencia por el resto de tu vida?
Él mira de un lado a otro sin saber qué hacer.
—Iré contigo si me prometes algo —dice de repente.
—¿Es en serio? —Contengo las ganas de reír—. No estás en condiciones de pedirme nada.
—Por favor —ruega con ojos de cordero degollado.
Maldita sea, no puedo resistirme.
—Está bien —resoplo—. ¿Qué quieres?
—Prométeme que me perdonarás algún día —responde con la voz quebrada.
—Lo prometo —miento. Dudo poder hacerlo, pero no puedo perder más tiempo.
—Vámonos —dice Thomas con una sonrisa llena de esperanza.
Llegamos al edificio en cuestión de minutos. No traemos armas con nosotros, porque se supone que no vamos con intenciones de rescatar a nadie; solo es un recorrido por las instalaciones secretas para saber qué rayos sucede en ellas. No obstante, luzco horrenda. Ni siquiera me he dado un baño, y creo que no he comido en días.
Ingresamos por la parte frontal del edificio, en la que nos reciben protectores que le preguntan a Thomas el motivo de su visita. Ellos lucen muy sorprendidos. Se supone que Thomas no debería saber sobre la existencia de este lugar, cuyo propósito aún es desconocido para nosotros.
—¿Desde cuándo debo darles explicaciones a los malditos protectores? —increpa Thomas—. No me hagan perder la cabeza y explíquenme qué rayos está sucediendo en este lugar. Soy un futuro gobernador de la nación; no deberían esconderme nada.
—Pero señor, su padre se molestará y...
—¡Me importa una mierda mi padre! —grita Thomas. Mi sonrisa es inevitable—. Llámalo si quieres, me da igual. A ver si me explica por qué escondió la existencia y el propósito de este edificio. Pero, antes de que decidas llamarlo, haz de saber que acabaré contigo y con cualquier otro que intente meterse conmigo. Ahora ve, llama a quien te dé la gana.
El protector palidece y traga saliva.
—Le mostraré el lugar, señor —concede, asustado.
Siento ganas de reír. Ver a los protectores asustados es una de mis cosas favoritas en el mundo. Toda la vida los vi siendo intimidantes e imponentes. Me hace muy feliz que existan personas en el mundo que derrumben sus facetas autoritarias, incluso si esas personas pertenecen a la gobernación.
El protector nos señala el elevador y caminamos hacia él. Los demás protectores miran a Thomas con tensión, unos cuantos con miedo y los más osados con desprecio, pero Thomas no parece preocuparse al respecto.
Ingresamos al elevador y las puertas se cierran. El protector presiona el indicador del último piso hacia abajo y nos ponemos en marcha.
—¿Puedo preguntarle cómo se enteró de la existencia de este lugar, señor? —pregunta el sujeto con notorio temor. Incluso le tiemblan las manos.
—No —niega Thomas con sequedad—. No puedes.
El protector se limita a tragar saliva y seguir temblando. Thomas, por su parte, esboza una sonrisa triunfal.
Llegamos abajo y veo un extenso pasillo en donde todo es blanco. Hay puertas por doquier con ventanillas circulares en ellas. Thomas y yo nos acercamos a unas cuantas y quedamos horrorizados ante lo que vemos.
—¿Qué mierda es este lugar? —demanda Thomas, perplejo.
—¿Por qué están obligando a estos hombres a ver esas cosas tan grotescas? —inquiero, decidida a intervenir.
—Yo podría responder esas preguntas —dice alguien desde el final del pasillo. Conozco esa voz demasiado bien.
Es Abraham Scott.
Él se acerca a nosotros con una sonrisa antipática. Sus pasos son tan firmes y altaneros como siempre.
—Hola, Thomas —saluda, irónico—. No te esperaba aquí.
—¿Qué es este lugar, gobernador? —pregunta Thomas con prepotencia.
—¿No me presentarás a tu amiga? —Abraham me examina de arriba abajo—. Muy bonita, por cierto.
Me estremezco instantáneamente. Abraham Scott siempre ha provocado un efecto vulnerable en mí.
—Es Doménica, mi secretaria —anuncia Thomas—. Y mi novia.
Abro los ojos de par en par. Él me guiña uno sin que Abraham se dé cuenta y de inmediato capto lo que está haciendo.
—Sí, su novia. —Fuerzo una sonrisa—. Por esa razón no nos ocultamos nada.
Thomas mira de un lado a otro con incomodidad, pero acaba esbozando una sonrisa tan falsa como la mía.
—No deberías entrometer a tu novia en asuntos privados del gobierno, ¿no crees? —Abraham se acerca a Thomas y le da palmaditas en la espalda—. No queremos que nada malo le pase, ¿o sí?
No hace falta preguntar para saber que se trata de una amenaza.
—No intente amedrentarme, gobernador, porque no lo conseguirá —espeta Thomas entre dientes—. Ahora explíqueme qué rayos es este lugar.
Abraham esboza una sonrisa macabra antes de responder.
—Esto es lo que llamo como Centro de Reeducación, o CDR. Aquí es donde traemos terroristas y los convertimos en bestias que lucharán por nosotros.
—¿Lucharán? —Thomas frunce el ceño—. ¿En qué batalla, si se puede saber?
Scott me mira fijamente antes de responder. Dudo que pueda reconocerme con mi nuevo aspecto, pero con él nunca se sabe.
—¿Es confiable esta jovencita? —le pregunta a Thomas.
—Por supuesto que lo es. Ella lo es todo para mí —afirma él, y no sé si está mintiendo.
Abraham alterna la mirada entre nosotros, tal vez decidiendo mentalmente entre confiar o no.
—Supongo que ya sabes la verdad sobre el mundo fuera de Arkos, ¿no? —le pregunta Scott a Thomas—. Digo, si sabes de la existencia de un edificio secreto cuya ubicación debería ser desconocida para los futuros gobernadores, seguro que sabes más secretos de la nación.
—Sé mucho más de lo que cree —asiente Thomas—. No intente ocultarme nada, Abraham, porque tarde o temprano acabaré enterándome.
Abraham entrecierra los ojos y acaba sonriendo.
—Estamos formando el ejército más despiadado que el mundo haya conocido —confiesa—. En este mismo edificio están naciendo las bestias más sanguinarias que podrían existir. Cada uno de los reclutas que se encuentran aquí nos ayudarán a hacernos con el poder de Constelación y las demás naciones ajenas a nuestro poderoso movimiento.
Intento tragarme el miedo, pero fallo.
Los rebeldes encerrados en este edificio se convertirán en soldados del gobierno arkano.
Creo que voy a colapsar de ira y temor.
—¿Papá? —Escucho de repente. Reconozco esa voz.
Aaron está aquí.
Está vivo.
Quiero correr a abrazarlo, pero Thomas me toma de los hombros para detenerme. Me mira con cara de advertencia y me doy cuenta del error que estuve a punto de cometer. Se supone que soy Doménica, no Alicia.
Ahora que vuelvo a mis cabales, me doy cuenta de que Aaron acaba de llamar "papá" a Abraham Scott.
—Papá, ¿dónde está David? —pregunta Aaron—. Me quedé dormido de repente y, cuando desperté, él ya no estaba en mi habitación. —Aaron nos mira a Thomas y a mí y pregunta—: ¿Quiénes son ellos?
Mi corazón se hace añicos.
Aaron no me reconoce. Él debería reconocer a Doménica.
Su desconocimiento me informa que fue curado.
—Son Thomas y su novia —anuncia Abraham. Se acerca a Aaron y lo rodea con un brazo—. Thomas es uno de los futuros gobernadores; en unos años más gobernarás junto a él.
Thomas está tan confundido como yo.
—¿Qué es todo esto, Abraham? —demanda Thomas—. ¿Por qué este chico lo está llamando "padre"?
—¿Dónde está David, papá? —insiste Aaron.
Abraham decide contestarle a mi mejor amigo.
—Hijo, David logró escapar fuera de Libertad —resopla—. Apenas me informaron que Ibrahim y él estaban en tu habitación, envié a un grupo de protectores a buscarlos, pero cuando llegaron tú estabas dormido y David e Ibrahim habían desaparecido. No preguntes cómo salieron del edificio, porque ni los protectores lo saben. Nuestras cámaras no lograron captar su escape; creemos que lograron alterarlas. Lo único que sabemos es que sus amigos y él lograron salir de la ciudad, o eso captaron las cámaras de vigilancia de las calles. Lo siento mucho.
Regreso a la vida. Max escapó. Al fin puedo respirar con normalidad.
Mi alivio se convierte en preocupación al notar el rencor en el rostro de Aaron. ¿Acaso odia a David, Max y los demás? ¿Por qué cree que Abraham es su padre? ¿Qué es todo esto? Son demasiadas preguntas sin respuestas.
—¡Tenemos que ir a buscarlo! —pide, desesperado—. ¡Tengo que matarlo!
¿Matarlo?
—Lo siento, hijo, pero ya no será posible —lamenta Abraham.
—¿Por qué? —pregunta Aaron con la voz quebrada. Está temblando de miedo. Me destruye saber que no puedo abrazarlo para contenerlo.
Abraham comprueba su reloj de muñeca y dice:
—Vengan conmigo. Ocurrirá en unos cuantos minutos.
* * *
Abraham nos ha traído a Aaron, Thomas y a mí a las llanuras situadas fuera de Libertad. Vinimos en un lujoso aeromóvil escoltado por aeronaves protectoras. Durante todo el camino he mirado a Aaron con la intención de que me recuerde, pero no lo hace. Me aferro a la posibilidad de que pudiera estar fingiendo y siguiéndole el juego a Abraham y sus mentiras.
—¿Qué hacemos aquí, papá? —pregunta Aaron una vez que nos hallamos en el exterior. Es un día gris y silencioso.
Estamos de pie en las llanuras. Observo Libertad a lo lejos: se ve tan majestuosa como siempre. Del otro lado, a la distancia, todo es destrucción.
—Ya lo verán —dice Abraham. Está mirando el cielo—. Llegarán en cualquier momento.
Minutos después de lo dicho, un sinfín de aeronaves más grandes que las que bombardearon la nación aparecen en el cielo. Estas traen enormes pilares negros colgando de cadenas, y todas rodean las llanuras limítrofes de Libertad.
—¿Qué está pasando, Abraham? —pregunta Thomas, impactado y asustado. Apenas me doy cuenta de que me toma la mano en señal de protección.
—Véanlo y compruébenlo por ustedes mismos —se limita a responder Abraham.
Las aeronaves comienzan a aterrizar cerca de los límites, por lo que nos vemos obligados a retroceder. Casi al mismo tiempo, estas comienzan a dejar los enormes pilares en el suelo hasta formar una línea de pilares alrededor de Libertad. Hay una distancia enorme entre cada pilar; apenas alcanzo a ver cuántos son, pero son los suficientes para inferir cuál es su finalidad.
—Esta es la razón por la que no podrás acabar con David, Aaron —dice Abraham—. La nación será dividida, y nadie ni nada podrá atravesar los pilares sin ser detectado y destruido en el intento.
No puede ser.
Me acaban de separar definitivamente de Max.
* * * * *
¡Hola, bellezas!
Lamento muchísimo la tardanza de este capítulo. Me tomé unos días de ausencia para ordenar mis ideas y obtener inspiración, y ya he vuelto más recargado que nunca (y con muchos capítulos en camino 7u7).
Tengo algunas preguntas para ustedes. Me sería de gran ayuda que las respondieran:
1. ¿Qué opinan de lo que va de Renacidos?
2. ¿Les ha gustado el inicio? ¿Creen que engancha lo suficiente como para seguir leyendo?
Gracias a quienes decidan responder <3
Por cierto, habrá una linda sorpresa en el próximo capítulo, y el nacimiento de un nuevo ship (y uno de mis favoritos de todos los tiempos).
¡PREPÁRENSEEEE!
Los quiere, y les agradece por su paciencia,
Matt.
Grupo de Facebook: Lectores de Matt.
Instagram: @matiasgonzalog.
¡Abrazos virtuales!
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