20. Aaron - "Al fin eres mío" [Primera parte]

¡Hola! Lamento hacerlos esperar. Espero que estos dos nuevos capítulos de Renacidos compensen la demora :'D ¡Gracias por seguir aquí!

Por cierto, Prohibidos ha regresado a wattpad hasta diciembre. Si quieren releerlo, esta es su oportunidad. ¡Aprovechen antes de que sea tarde!

* * *

Las tierras muertas desde las alturas se ven más deprimentes de lo que esperaba. Los terrenos carecen de belleza, los tonos opacos predominan el paisaje y las únicas señales de vida que logro apreciar son algunos automóviles todoterreno de energía solar que persiguen cada uno de nuestros movimientos. Estos han sido garabateados con aerosol y, según me explicó uno de los protectores de la aeronave en la que estoy a bordo, son utilizados por las pandillas del Viejo Arkos para perseguir a las aeronaves de provisiones.

Aunque viven en condiciones precarias, sin acceso a la mayoría de los recursos básicos que tarde o temprano necesitarán, las pandillas han logrado establecer un nuevo mundo que dirigen a su antojo. Mi padre me dijo que tales grupos criminales han sido un tema de discusión en algunas reuniones de los gobernadores, pero como no tienen un armamento sofisticado y como aún es imposible para ellos el atravesar los pilares que separan el Viejo y el Nuevo Arkos, no deberíamos preocuparnos por ellos. Después de todo, hacen un buen trabajo sembrando el terror entre la gente de las tierras muertas para obligarlos a rogar la entrada hacia el lado de los buenos, así como espantan lo suficiente a los ciudadanos del Nuevo Arkos para que estos respeten las reglas y se comporten lo mejor que puedan con tal de no ser desterrados.

Sé que algún día las pandillas serán un dolor de cabeza para los líderes de Arkos, porque llegará el momento en el que se cansarán de luchar por nuestras migajas y buscarán el modo de invadir las tierras protegidas, pero por ahora hacen exactamente lo que esperamos de ellos y eso es lo importante.

Si bien comprendo la decisión de los gobernadores de eliminar las malas hierbas de nuestra comunidad, debo admitir que me duele contemplar la destrucción del que ha sido y probablemente será el único país en el que viviré por el resto de mi vida. El Sector G ya era deplorable antes de los bombardeos, pero ahora parece un cañón inhóspito y oscuro en el que ni siquiera las aves robóticas quieren aterrizar. El último sueño que tuve con David transcurría en ese lugar, y fue ahí donde pasé la mayor parte de mis veinte años. Me apena ver que ahora luce peor que antes.

No puedo evitar mirar con precisión cada espacio al alcance de mi vista por si logro ver a David. Es ridículo pensar que sería tan fácil como sobrevolar las tierras muertas para encontrarlo, pero aun así escudriño el paisaje como si en algún momento fuera a aparecer. ¿Qué sentiré cuando mis ojos se encuentren con los suyos después de tanto tiempo? ¿Me dominará el odio o experimentaré algo diferente?

Dejo de mirar los terrenos repletos de escombros al darme cuenta de que Maurice me observa con fijeza.

—¿Estás bien? —inquiere en voz baja para tener un poco de privacidad. Estamos rodeados de protectores que esperan cualquier señal de flaqueza o de debilidad de mi parte para faltarme el respeto.

—Sí, todo bien.

La verdad es que no lo estoy. Tengo miedo y no sé a qué le temo. David no podrá hacerme daño, ni siquiera tendrá la oportunidad de defenderse. No obstante, me muero de los nervios. Él ha sido partícipe de mis pesadillas durante años, supongo que es normal que sienta pánico de lo que sucederá una vez que lo encuentre... si es que lo encuentro.

El terror me hiela la sangre al pensar en la posibilidad de que nunca lo encontraré o que lo hallaré sin vida. Aunque me cueste, tengo que reconocer que me llevaré una decepción tremenda si descubro que ya está muerto. No puede estarlo. Si lo está, mi vida perderá el sentido y no sabré qué hacer. He soñado demasiado con vengarme y he fantaseado mucho con todo lo que le haré una vez que lo atrape como para quedarme con las ganas. No quiero quedarme con las ganas de nada, absolutamente nada.

La aeronave se acerca a nuestro destino: Esperanza. He elegido ese lugar para comenzar la búsqueda de David porque la mayoría de mis sueños y de mis pesadillas con él transcurren ahí. Incluso en la supuesta regresión de Heinns apareció un recuerdo en donde me encontraba en el muelle de cristal con David y con otras personas que no conozco... o que no recuerdo.

No he dejado de pensar en la posibilidad de que mi memoria haya sido borrada. Lo dicho por Paul hace poco menos de una hora aumentó las dudas que surgieron dentro de mí tras la regresión. ¿Es posible que yo haya sido intervenido? Sí, lo es. Pasé años en el centro de reeducación, en donde sus mandatarios son capaces de manipular la mente de las personas de formas sorprendentes pero espeluznantes. Sé que sus intenciones son buenas, pues están formando el ejército apropiado para que dominemos el mundo, pero de todas formas hay momentos en los que cuestiono sus métodos. Nadie debería alterar las mentes ajenas de una manera tan extrema.

Pensar que la mía pudo haber sido intervenida me pone los pelos de punta. ¿Cómo podría saber si es verdad o no? Maurice asegura que nadie me ha borrado la memoria, y estoy seguro de que mi padre no me lo diría si se lo preguntara. En Heinns ya no puedo confiar, y dudo mucho que Doménica quiera ayudarme a descubrir la verdad.

Si Maurice miente, quiere decir que estoy solo.

—Maurice, ¿alguna vez me has mentido? —le pregunto en tono confidencial mientras unos protectores preparan el paracaídas de la última caja que será lanzada a la superficie.

—¿Por qué lo preguntas? —Maurice se pone nervioso, puedo notarlo—. ¿Otra vez con la desconfianza? Creí que te había convencido de que siempre he estado de tu lado, Aaron.

—Sí, sí, lo sé. —Agacho la mirada—. Solo quiero asegurarme.

—No, Aaron, nunca te he mentido —afirma Maurice. Suena sincero, pero no tengo cómo comprobar si lo es.

—Solo para que lo sepas, si algún día me fallas, lo pagarás con tu vida —amenazo entre dientes y con mis ojos clavados en los suyos—. ¿Entendiste?

Maurice traga saliva y asiente con temor. Mi forma de expresarlo no fue la correcta, lo que en realidad quería decirle es: "si algún día me fallas, lo habré perdido todo".

Creo que, a fin de cuentas, no puedo perder a Maurice. Lo necesito en mi vida... y lo quiero en ella. Nuestra relación es un error, uno que nos costaría muy caro, pero ya no quiero terminarla, así como tampoco quiero ser curado. Puedo vivir con este secreto por el resto de mi vida, ¿no? Mientras siga sintiendo algo por las mujeres, nadie se dará cuenta de nada. Maurice y yo podremos tener encuentros sexuales si somos cuidadosos. Después de todo, él ya los tiene conmigo sin que Catrina, la madre de su hijo, se entere al respecto.

Catrina es una mujer muy amable. Me sentiría mal por acostarme con Maurice de no ser porque ellos están separados. Ronan, el hijo de Maurice y de Catrina, tiene cinco años y es malcriado como nadie. Aun así, no merece tener un padre con un secreto tan grotesco como el de la enfermedad prohibida, pero no tiene por qué enterarse. Si Maurice y yo mantenemos la discreción, podremos pasar años teniendo relaciones.

¿Por qué pienso en un futuro con él? No me gusta. Bueno, sexualmente sí, pero románticamente no, aunque puede que acabe gustándome en el futuro. Quiero decir, ¿quién sabe? Él es la única persona que, aunque le haga daño, no me abandonaría. A pesar de ello, no es Maurice con quien quiero pasar la vida, tampoco Doménica. A ella la quiero como mi esposa porque es perfecta para acompañarme en mi camino hacia el poder. Es una mujer fantástica, pero sé que nunca podría amarla como se supone que nos enamoramos los humanos.

Solo hay una persona en el mundo a la que me gustaría amar con todas mis fuerzas... la misma a la que quiero matar.

La aeronave finalmente sobrevuela Esperanza. Este no solo es nuestro destino, sino que es el lugar en el que los protectores arrojarán la última caja de provisiones. Ellos la lanzan hacia el patio trasero del ahora destruido hospital general. Mientras tanto, observo la ciudad y un extraño deje de nostalgia se extiende por mi pecho. Algo sobre Esperanza se siente especial, como si hubiera pasado días y días aquí. Estoy harto de sentir que hay cosas que no recuerdo, momentos que he olvidado, rostros cuyos nombres me son inciertos.

La aeronave desciende en un espacio abierto ubicado cerca de la que será mi vivienda en las próximas semanas: el municipio de Esmeralda, el que se mantuvo en pie tras los bombardeos. Aquí es donde Maurice, los protectores que se quedarán con nosotros y yo montaremos el equipo necesario para trabajar en la búsqueda de David. El plazo que disponemos es de solo dos semanas, será mejor que iniciemos hoy mismo. Si sobrepasamos dicha cantidad de tiempo, el Cuerpo de Protección podría descubrir que uno de sus escuadrones no se encuentra en un viaje de investigación. Esa es la excusa que nos mantendrá aquí por catorce días. Debemos retornar el día acordado o definitivamente tendremos problemas.

Mi padre no tiene idea de que estoy a bordo de esta aeronave, y será mejor que no se entere de mi ubicación. La única pista que dejé sobre mi escape fue una carta que le entregué a José, nuestro mayordomo. Él se la dará esta noche y, una vez que papá la lea, sabrá que me fui por medio mes, pero no el motivo. No quise decirle que partiría en busca de David, porque podría dudar sobre mi verdadera motivación tras la búsqueda, y no puedo arriesgarme a que descubra que siento algo más que odio por el monstruo de mis pesadillas. Le dije que necesitaba encontrarme a mí mismo antes de ser presentado oficialmente como su hijo. No debería sospechar, porque estoy nervioso por mi nombramiento como futuro gobernador, pero eso no me inquieta tanto como encontrar a David.

Es momento de bajar de la aeronave y de comenzar las que seguramente serán dos de las semanas más difíciles de mi vida. Los primeros en descender serán los protectores que se asegurarán de que no haya peligro en los alrededores, los veo sacar sus armas de sus cinturones y recargarlas.

Mi sorpresa es instantánea al ver que ellos apuntan sus armas hacia Maurice y hacia mí.

—¿Qué rayos hacen? —demando mientras saco mi propia pistola del cinturón.

—Será mejor que no intentes nada estúpido, Aaron —dice el piloto mientras aparece en la parte trasera de la aeronave. Al igual que los protectores, tiene su pistola en alto y la apunta hacia mí—. Somos mayoría.

No entiendo qué pasa, pero es evidente que Maurice y yo estamos en desventaja.

—¿Qué rayos haces, Hernán? —le pregunto tras apuntar mi pistola hacia su pecho.

—Lo que debí hacer desde que abordaste la aeronave: ponerte en tu lugar.

Un escalofrío me recorre. Maurice y yo podríamos ser asesinados y nadie se enteraría de nada. Me arrepiento de no haberle contado mis planes a nadie, ni siquiera a José. A él simplemente le dije que haría un viaje de dos semanas sin entrar en detalles.

—¿Vas a matarme? —le pregunto a Hernán, haciendo lo posible por no demostrar mi temor.

—Matarte sería hacerte un favor muy grande, y yo no le hago favores a nadie —espeta Hernán—. No, Aaron, no te mataré, tampoco a tu amigo. Simplemente dejaremos que se pudran en las tierras muertas y que las pandillas se encarguen de ustedes.

No puede hacernos esto, no cuando falta tan poco para la ceremonia que tanto he esperado.

—Mi padre me encontrará y te dará tu merecido —le advierto—. No descansará hasta hallarme.

—Ni siquiera sabe dónde estás. —Hernán se ríe. Me encantaría dispararle en plena cara.

—Escuchen —les digo a los protectores—: si alguno de ustedes le informa a mi padre lo que está sucediendo, le pediré que perdone sus crímenes y les daremos una muy buena recompensa. Les juro que garantizaré su seguridad.

Tanto Hernán como los protectores ríen ahora.

—Nuestra lealtad está con el piloto —espeta el protector al que golpeé—. No con un imbécil que nunca será gobernador.

Bien, ahora sí estoy aterrado.

—¿Acaso sabes los secretos del piloto al que le juras tu lealtad? —Recurro al último recurso—. ¿Sabes quién es su hijo?

—Lo sabemos, así como sabemos quién eres tú también —dice otro protector—. Los protectores somos más unidos de lo que crees. Los gobernadores nos han pisoteado durante mucho tiempo, pero no tienen idea de lo que se acerca...

—Suficiente, Sam —interrumpe Hernán, nervioso.

—¿Qué importa, señor? —Sam ríe—. Después de todo, este malparido y su noviecito se pudrirán aquí. Nunca serán capaces de volver a Libertad sin nuestra ayuda.

—Él no es mi novio —aclaro, hecho una furia—. Como sea, no pueden dejarnos aquí. Tarde o temprano la verdad será descubierta y pagarán por lo que hacen.

—Para cuando eso suceda, ustedes ya estarán muertos —dice Hernán—. Ahora lárguense de mi aeronave si no quieren que les volemos los sesos.

—Señor, ¿qué hay del muchacho que vino con nosotros? —pregunta el protector que golpeé.

Mierda. Tenía la esperanza de que se llevaran a Paul de regreso a Libertad. Llevarlo conmigo a un futuro incierto es un castigo que no merece. Sí, es hermano de la persona que más odio en el mundo, pero hacerlo pasar meses —o años, si es que logramos vivir tanto— en medio de las tierras muertas es demasiado. Planeaba usarlo como un imán para atraer a David y luego regresarlo a su hogar, no quería arruinarle la vida de esta forma.

—Pueden llevárselo. —Finjo indiferencia—. Ya no me importa.

Hernán sonríe. Ha adivinado que, en el fondo, me importa lo que pase con Paul.

—Sáquenlo de la habitación en la que está y arrójenlo con este par de inútiles —ordena Hernán.

Dos protectores lo obedecen. Traen a Paul en cuestión de segundos, el pobre me mira con cara de cordero degollado mientras es arrastrado hacia la salida de la aeronave. Dice algo bajo la mordaza que cubre su boca, pero no logro entenderlo.

—Lárguense de una vez por todas —nos dice el general a Maurice, a Paul y a mí.

Decido abandonar la aeronave solo porque no puedo morir ahora que he obtenido una revelación tan importante y tan peligrosa por parte del protector que habló de más: si estoy en lo correcto, el Cuerpo de Protección está preparando un alzamiento contra los gobernadores.

Necesito sobrevivir para entregarle esta información a mi padre, pero primero debo tratar de encontrar a David. Sin la ayuda de los protectores será más complicado de lo que esperaba, sin embargo, no puedo rendirme sin hacer el intento. De cualquier modo, puede que nunca regrese a Libertad. Si voy a morir, al menos lo haré intentando cumplir el propósito que me trajo a las tierras muertas.

—Vámonos, Maurice —le digo mientras agarro a Paul de un brazo. En mi otra mano mantengo en alto la pistola.

—Aaron, deberíamos... —Comienza a decir Maurice.

—Vámonos —insisto.

—¿Podemos al menos tomar nuestras cosas? —le pregunta Maurice a Hernán—. No quieren que este pobre chico se muera de hambre, ¿o sí? —Señala a Paul.

Hernán nos mira con los ojos entrecerrados. Lo mejor sería que yo expresara mi temor para ganar un poco de su piedad, pero no lo hago. Si voy a caer, será con dignidad.

—Está bien —dice Hernán luego de pensarlo—. Arrojen sus cosas afuera —les ordena a tres protectores y ellos obedecen a regañadientes.

Una vez que nuestras mochilas están afuera, Maurice y yo asentimos y nos disponemos a bajar, ambos agarrando a Paul de los brazos. Hago un gran esfuerzo por no temblar de miedo mientras descendemos la rampa metálica que nos conduce a la superficie. Sería tonto no sentir temor, porque me quedaré a solas con mi mejor amigo y el hermano de mi enemigo en medio de un lugar que no sé si me gustaría que estuviera desierto o no. Encontrar gente podría servirnos para regresar a Libertad y para hallar a David, pero también podría ponernos en un gran riesgo.

Maurice, Paul y yo llegamos a la superficie. Tanto Maurice como yo mantenemos nuestras armas apuntadas hacia el interior de la aeronave, donde los protectores y el general nos observan con sonrisas socarronas que me ponen furioso.

—Esto no se quedará así —insisto en voz alta.

—Vámonos. —Hernán guarda su arma y les hace una señal a los protectores para que regresen la rampa a su lugar.

La aeronave acaba elevándose al menos un minuto después. Para entonces, tengo tanta rabia que siento ganas de llorar. No debería estar pasando por esto, no debería ser yo el que quedara atrapado en la miseria. Todo, como siempre, es culpa de David.

—¿Qué haremos ahora? —inquiere Maurice, afligido.

—Sobrevivir.

Miro hacia el cielo parcialmente despejado y exhalo con fuerza. Estoy aterrado, pero no puedo demostrarlo. Maurice no está preparado para enfrentar una situación como esta, mucho menos Paul.

—Lleva nuestras cosas —le ordeno a Maurice—. De Paul y de mantener el arma en alto me encargo yo.

Maurice toma nuestras mochilas y nos encaminamos hacia el municipio de Esperanza.

Mantengo mi pistola hacia el frente todo el tiempo. Paul no dice nada, solo llora y tiembla de miedo. Ha de pensar que voy a matarlo. La verdad es que sería lo mejor, porque le ahorraría el que podría ser un largo tiempo de sufrimiento, pero no tengo el coraje. Algo de humanidad me queda.

Las calles de Esperanza, para nuestra desgracia —o para nuestra suerte—, están desiertas. No se oye ruido alguno en los alrededores salvo el susurro del mar a la distancia y no se aprecia señal alguna de vida. No es que esperara que la hubiera, porque la mayoría de los sobrevivientes de las tierras muertas han levantado sus asentamientos lo más cerca posible del Nuevo Arkos. Los únicos que vienen por aquí son los miembros de las pandillas criminales que van detrás de las últimas cajas de provisiones.

El municipio se halla frente a la bahía, a solo unas calles del muelle de cristal en el que he soñado tantas veces con David. Tengo sentimientos encontrados al contemplar dicho muelle. Algo me ata a él, pero no logro averiguar qué. Estoy cansado de experimentar destellos del pasado y no saber de dónde provienen. Espero que, una vez que aniquile a David, las reminiscencias acaben para siempre.

La entrada al municipio está bloqueada por una cadena y por un grueso candado. Es como si quienes trabajaran aquí hubieran sabido lo que pasaría y se prepararan antes de tiempo para evacuar el lugar y para protegerlo de quienquiera que deseara entrar después de los bombardeos. No me extrañaría, es sabido que la mayoría de los funcionarios públicos tenían conocimiento de lo que pasaría. Se prepararon con antelación, algo que la mayoría de los habitantes de Arkos no pudieron hacer. No puedo dejar de pensar que fue injusto, pero no debería. Debo estar de acuerdo con cada una de las decisiones de la Cúpula, porque algún día seré yo quien las tome y quien las haga valer.

Hago que Paul retroceda y apunto hacia el candado con mi pistola. Aprieto el gatillo y la bala perfora el metal.

—¿Qué rayos haces? —increpa Maurice luego del estruendo provocado por la bala y por los objetos metálicos que cayeron al piso—. ¡Vas a delatar nuestra presencia!

—Tranquilo. —Me río, pero es una risa nerviosa—. Si hubiera alguien cerca, ya habría ido en busca de la caja que los protectores lanzaron en el hospital. Además, ¿no crees que ya se enteraron de que estamos aquí gracias a lo enorme que es la aeronave que nos trajo?

—Supongo que tienes razón. —Maurice resopla—. Aun así, debemos ser cuidadosos, Aaron. No quiero que te pase nada.

Debo admitir que me hace sentir bien que se preocupe por mí. Me alegra estar metido en esto junto a él.

Maurice, Paul y yo entramos al municipio. El paso del tiempo y la desolación son evidentes en los rincones al alcance de mi vista. Veo polvo por todas partes, el lugar huele muy mal y creo escuchar el murmullo de ratas en alguna parte, pero al menos el edificio está intacto. Será un buen refugio.

Llevo a Paul hacia una de las oficinas que tiene la llave puesta en el cerrojo. Abro la puerta y lo arrastro al interior. La oficina tiene un sofá de cuero negro en un extremo, un escritorio junto a una ventana con las persianas abajo y unos cuantos muebles en el extremo opuesto al sofá. Paul opone resistencia mientras lo transporto, pero no demasiada. Debe estar consciente de que no hay lugar al que pueda escapar ni nadie que lo pueda salvar.

No debería encerrarlo, porque sé que no será tan estúpido como para intentar huir, pero prefiero retenerlo en vez de tenerlo por ahí haciendo preguntas o rogándome que lo lleve de regreso, porque no puedo hacerlo. Necesito que sienta que tengo el control de la situación, aunque lo cierto es que no tengo idea de lo que hago.

—Te quedarás aquí —le digo. Trato de sonar estricto, pero no lo logro—. Si necesitas usar un baño o si necesitas algo más, toca la puerta y vendré, ¿entendido?

Paul asiente, aún no deja de llorar.

Me parte el corazón.

Salgo de la oficina antes de arrepentirme de dejarlo en ella. Quiero gritar, golpear algo y luego dormir un siglo. Odio esto, odio ser un monstruo. En realidad, odio haberme convertido en uno. No debería ser así, debería ser una buena persona, pero no puedo. Nunca podré con tanto odio acumulado. ¿Quién me asegura que seré bueno una vez que mate a David y que deje mis malos recuerdos atrás? Quizá nunca seré feliz. Nunca seré el líder que esta nación necesita.

Apoyo mi cabeza contra la puerta de la oficina en la que encerré a Paul y me quedo unos segundos en esta posición. No sé qué hacer, ya no sé nada. Estoy más perdido que antes.

—¿Todo bien? —Escucho a mis espaldas.

Me doy la vuelta y veo a Maurice.

—No —admito con un nudo en la garganta.

—Ven aquí. —Él se aproxima y me extiende sus brazos.

En otro contexto rechazaría abrazarlo, pero ahora lo necesito, así que me acerco a él y nos envolvemos con fuerza.

Somos casi de la misma estatura, pero por alguna razón Maurice se siente mucho más pequeño que yo. Es casi irónico que intente protegerme y consolarme cuando sería yo quien lo salvaría y quien lo consolaría en caso de ser atacados. Él solo es un enfermero del que probablemente es el hospital más retorcido del mundo. Si hay alguien que necesita sentirse a salvo en este momento, es él, por lo que reprimo mi tormento lo mejor que puedo y finjo una sonrisa al romper nuestro abrazo.

—¿Mejor? —pregunta Maurice, también sonriendo.

—Mucho mejor. —Decido besarlo.

Aún siento un poco de repulsión cada vez que lo beso, pero ya no tanta como la primera vez. Es más, ahora se siente casi tan normal como besar a una chica, e incluso me genera placer. Tal vez se debe a que lo quiero mucho, porque sí, lo quiero. No del modo en el que él me quiere a mí, pero es cariño después de todo.

Maurice sonríe de par en par una vez que separo mi boca de la suya.

—Estaremos bien, ¿sí? —le digo—. Te lo prometo.

Él asiente. Nunca lo vi tan feliz como ahora.

—¿Sabes? Podría acostumbrarme a este Aaron —susurra, aún sonríe.

—¿A qué Aaron? —inquiero, ceñudo.

—Al Aaron tierno.

Lo tomo del cuello y lo empujo contra la pared situada junto a la puerta de la oficina en la que encerré a Paul.

—Vuelve a decir que soy tierno y lo lamentarás —le advierto, pero se me escapa una sonrisa que no logro reprimir.

—Tier...no —jadea Maurice con dificultad, sonriendo a pesar de que presiono su cuello con mis manos.

Me limito a reír y a liberarlo.

—Vamos, tenemos trabajo que hacer y que no puede esperar —digo, ahora serio, y la incomodidad se apodera de nosotros.

David siempre ha sido un tema que ha generado discordia entre nosotros, y supongo que lo seguirá siendo por mucho tiempo, más ahora que Maurice y yo hemos forjado una especie de relación amorosa de la que aún no sé cómo sentirme.

Espero que, algún día, el fantasma de David se convierta en un recuerdo amargo y yo por fin pueda avanzar en paz.

* * *

Las horas pasaron y el municipio ya se siente como una vivienda decente. Maurice y yo nos encargamos de ventilar el edificio, de limpiar los cuartos que usaremos, de cuidar de Paul y de montar nuestra habitación provisional en la oficina contigua a aquella en la que encerré al muchacho. Maurice descubrió que hay una cocina en el comedor, así que al menos no tendremos que sobrevivir a pura comida enlatada. El problema será conseguir agua; la única que disponemos está dentro de dos cantimploras que trajimos en las mochilas. Teníamos una gran reserva de agua potable en la aeronave, la cual hemos perdido.

Tendremos que apañárnoslas como sea para sobrevivir, pero no puedo quejarme. El municipio es mucho más cómodo de lo que esperaba. Al menos de la luz no tenemos que preocuparnos, porque el recinto cuenta con paneles solares en la azotea que nos proveen electricidad, pero Maurice y yo acordamos que no encenderíamos las luces al anochecer para no llamar la atención de nadie.

Falta solo un par de horas para que el sol se esconda y para que tengamos que pasar nuestra primera noche en las tierras muertas. Antes de que reine la oscuridad y me lance a dormir en la colchoneta inflable que traje en mi mochila, hay algo que debo hacer. Algo que me moría de ganas de realizar una vez que estuviera en Esperanza: visitar el muelle de cristal.

Termino de acomodar unas cuantas cajas de la oficina que Maurice y yo usaremos como central de mando y me dirijo a la cocina del municipio, en donde mi amigo —al que ya no sé si llamar así— tararea una canción preguerra mientras prepara la cena, la cual consiste en un guisado bastante simple. Él se ha puesto un delantal que seguro encontró aquí y casi parece una persona común y corriente que hace algo de comer en medio de una ciudad llena de vida.

—Qué bien cantas. —Me burlo. Él se sobresalta, pero acaba riendo.

—¡No me asustes así! —regaña entre risas—. ¿Y? ¿Qué tal se ve? —Señala el contenido de la olla.

—Muy bien, la verdad. Nada mal para tratarse de una comida tan básica —digo en tono de broma.

—Es lo único que encontré en el anaquel. —Maurice se encoge de hombros—. Ya verás que te encantará.

—Espero que sí —suspiro—. Por cierto, saldré a dar una vuelta.

—¿Una vuelta? —Maurice frunce el entrecejo—. Creí que empezaríamos la búsqueda mañana.

—Sí, sí, solo necesito un tiempo para pensar. —Me rasco la nuca.

—¿Quieres que vaya contigo? Puedo seguir cocinando más tarde.

—No, necesito hacer esto solo.

—Como sea. —Maurice regresa la mirada hacia la olla en la que prepara el guisado—. No te alejes demasiado.

—Está bien, papá. —Me río—. Cuida de Paul, por favor.

—Lo haré. —Maurice suena molesto, pero no le doy importancia. Ya lo arreglaremos más tarde.

Abandono la cocina, salgo del municipio y la luz del atardecer me acaricia el rostro. Es una suerte que en Esperanza el manto de ceniza que cubre las tierras muertas no sea tan espeso, o caminaría bajo un cielo triste y nublado que haría de mi paseo algo mucho más miserable. Y sí, miserable, porque así es como me siento. Puede que haya renunciado a una vida gloriosa por causa de alguien que no vale la pena. Sin embargo, aquí me tiene, desesperado por hallarlo. Definitivamente soy patético. Mi padre me golpearía hasta la muerte si supiera cómo he acabado por causa de una venganza que no me beneficia en lo absoluto.

Por dondequiera que camino mantengo mi pistola lista para ser usada. Sigo sin ver ni oír señales de vida, pero eso no quiere decir que no haya nadie cerca. Mientras avanzo por el balneario de Esperanza con destino al muelle de cristal, la nostalgia se vuelve más y más poderosa con cada paso que doy. No sé por qué me siento de esta forma, pero tampoco quiero descubrirlo. Solo quiero que este sentimiento de que vivo una vida que no me pertenece se extinga de una vez y que me permita seguir mi camino.

Luego de al menos cinco minutos, llego al maldito muelle de cristal que ha sido escenario de mis ensoñaciones por muchísimo tiempo. El sol anaranjado arde a la distancia, y, a pesar de que he estado solo una vez en este lugar —en compañía de mi madre cuando tenía siete años—, siento como si hubiera pasado una vida entera en el mismo muelle, siempre esperando algo que nunca vendrá o que jamás regresará.

Camino hasta el borde del muelle y me siento. Apenas lo hago, las lágrimas se acumulan en mis ojos. Desconozco el motivo. Consciente de que tal vez no hay nadie excepto mis acompañantes en decenas de kilómetros, dejo que el llanto fluya fuera de mí como un intento desesperado por descargar el pesar que me quema por dentro. Siento que una parte de mí grita en mi interior, pero no puedo escuchar qué dice. Algo no está bien, ya no me cabe duda, pero aunque me esfuerzo en descubrir qué, no logro ver nada salvo retazos de recuerdos que no soy capaz de proyectar con claridad.

Lloro por al menos diez minutos. Cuando dejo de hacerlo, siento el pecho un poco menos oprimido. El cielo oscurece cada vez más, será mejor que vuelva.

Regreso al municipio. Maurice ya tiene lista la cena; comemos juntos en una de las tantas mesas del comedor. Es un cuarto demasiado grande para nosotros, y la verdad es que se siente un poco escalofriante. No sé si me aterra pensar que no hay nadie cerca o que pueda haber personas espiándonos entre el abrigo de la oscuridad. Ambas posibilidades son de temer.

Luego de cenar, llevo un vaso de la poca agua que nos queda y un plato de comida hacia la oficina en la que encerré a Paul, le quito la mordaza y las esposas con la llave que guardaba en el bolsillo desde el viaje en la aeronave y le permito comer sobre el escritorio de la que será su dormitorio de ahora en adelante.

—No intentes nada precipitado con ese tenedor, ¿eh? —le advierto—. Tengo muy buenos reflejos.

Él no dice nada. Creí que se largaría a parlotear apenas liberara su boca, pero no lo hace, ni siquiera me mira. Solo se sienta a comer con rapidez, casi atragantándose. Se moría de hambre. Me prometo alimentarlo más seguido de ahora en adelante, si es que obtenemos comida suficiente.

—Está bueno, ¿no? —le pregunto, apuntando a lo que queda del guisado—. Maurice es un gran cocinero.

Paul sigue sin decir nada, aún no se voltea a mirarme. Al menos ya no llora.

—¿Te has quedado sin voz por lo buena que está la comida o qué? —bromeo como un intento de hacerlo hablar. No puedo creer que trato de entablar una conversación con quien se supone es mi rehén—. ¿Ya no me pedirás que te deje ir?

Él finalmente me mira, pero desearía que no lo hubiera hecho, porque ahora solo hay desprecio en sus ojos.

—Eres una mala persona —dice.

Es todo lo que pronuncia antes de regresar la mirada hacia su plato para seguir comiendo.

—Tienes razón —admito con una pizca de tristeza—. Por cierto, puedes dormir en el sillón de la oficina —sugiero como si no fuera obvio—. Se ve que es cómodo. Te traeré una manta.

Espero a que Paul diga algo más, pero no lo hace. Está claro que las que dijo recién serán sus únicas palabras por hoy.

Voy a mi habitación provisoria y tomo una de mis mantas para llevársela a Paul. El muchacho ha terminado su comida y bebido por completo su vaso de agua, seguro tendrá ganas de orinar más tarde, así que le sugiero que puede usar como inodoro el basurero metálico que se halla en una esquina de la oficina, pero él se mantiene callado. Elijo rendirme, salir del cuarto, bloquear el cerrojo y dejarlo solo.

Maurice y yo nos recostamos en mi rudimentaria cama y cogemos como de costumbre. Hacemos el menor ruido posible, porque no queremos perturbar a Paul. Una vez que acabamos, mando a Maurice a su propia cama y espero a que se duerma. Al oír que su respiración se ralentiza, me visto, abandono el edificio y me dirijo de regreso al muelle de cristal para observar las estrellas.

Llego al muelle, me siento otra vez en el borde y miro hacia el firmamento. Las lágrimas vuelven a acumularse en mis ojos, pero no las dejo salir. En lugar de llorar, ruego a quien sea que escuche mis plegarias que me ayude a encontrar a David.

Tengo que acabar con él...

¿O debería perdonarle la vida?

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