19. Aaron - "Hacia tierras hostiles"

Han pasado dos semanas desde que intimé con Maurice por primera vez. El tiempo ha transcurrido con lentitud, pero cada día me siento un poco más cerca de David. Dentro de nada saldré en su búsqueda y lo aniquilaré gracias a la cooperación del cómplice al que ya no puedo ver con los mismos ojos.

A pesar de la incomodidad que ha surgido entre nosotros, Maurice ha hecho un buen trabajo: ya nos consiguió un modo de abandonar el Nuevo Arkos sin levantar sospechas ni ser descubiertos. Ha decidido ir conmigo, el pobre está tan enamorado de mí que es capaz de hacer cualquier cosa con tal de contentarme, incluso fingir que le gusta cuando soy rudo con él al coger.

Puede que sí lo disfrute, porque está tan enfermo como yo, pero sé que su amor por mí es mayor que el deseo. Lo noto en sus ojos cada vez que me mira. No tiene idea de que para mí no es más que una fuente de placer y un facilitador de mi venganza.

Ya no puedo considerarlo un amigo, no después de las atrocidades que hemos hecho en la cama. Sin embargo, aunque nuestros encuentros sexuales ponen nuestras vidas en peligro, los necesito para alimentar al monstruo que llevo dentro y para mantener contento a mi mano derecha. Además, aunque me cueste aceptarlo, nada me produce más satisfacción que unos minutos de sexo violento junto a otro hombre.

Odio admitir que lo gozo, pero sé que se debe a la maldita enfermedad cuyos impulsos no puedo combatir hasta curarme y, a decir verdad, no quiero ser curado, al menos no antes de cumplir una de mis mayores metas.

En cuanto a Maurice, prometo darle fin a nuestros encuentros y a nuestra relación una vez que acabe con mi gran pesadilla, porque nunca seré capaz de sentirme a gusto con quien fue mi mejor amigo después de compartir un secreto tan grotesco como el de nuestra enfermedad. Por su bien y por el mío, tenemos que alejarnos.

Por desgracia, aún nos queda mucho por hacer juntos. Esta noche efectuaremos el primer paso de mi venganza: secuestraremos a Paul, el hermano menor de David.

Sé de la existencia del chico desde hace mucho tiempo. No fue difícil averiguarla, bastó con pagarle a la gente adecuada para investigar a David y así acceder a un expediente completo acerca de su familia. Resulta que él nació en Libertad. Pensé que sería una escoria proveniente de alguno de los asentamientos no registrados de Arkos, no esperaba que perteneciera a la ciudad en la que yo debí nacer.

¿Cómo fue que alguien criado en un ambiente privilegiado acabó convirtiéndose en un terrorista? ¿Por qué motivo traicionaría a sus líderes y buscaría asesinar y profanar a los futuros gobernadores? No se me ocurre nada excepto que se trata de un acto de maldad.

Es irónico que yo hable de maldad cuando esta corre más fuerte que nunca por mis venas. Puedo sentir su poder, es tan grande que en cualquier momento me hará estallar y me convertirá en un psicópata, pero eso dejó de importarme. Ser bueno no me hará olvidar a David, tampoco me ayudará a obtener el amor de Doménica. Fui bastante cariñoso con ella desde que nos conocimos y aun así me rechazó.

Logré recordar lo sucedido en su oficina días después, y la verdad es que me arrepiento de faltarle el respeto, pero no de haber estado a punto de acabar con Thomas. Ese malnacido me ha tocado las narices durante mucho tiempo. Cuando por fin mi padre me anuncie como su hijo y como futuro gobernador ante toda la nación, haré lo posible por liquidar a Thomas sin dejar rastros ni evidencias e intentaré enmendar las cosas con Doménica. La necesito a mi lado en mi camino hacia la Cúpula. Nadie excepto ella es digna de convertirse en la esposa de un líder.

Mi padre está tan ansioso como yo por mi ceremonia de nombramiento como futuro líder. No obstante, me ha advertido que los civiles no me darán el visto bueno al comienzo, pues crecí en el Sector G, lugar que han repudiado toda su vida. Papá dice que tengo que ganarme el amor y la confianza de la población, y es algo en lo que ya estamos trabajando. Haremos campañas que recurrirán a la lástima y otras en las que se remarcará que, como he sido parte de ambos mundos, tanto el de la pobreza como el de la riqueza, sabré cuáles son las necesidades de nuestra gente. Estoy empeñado en convertirme en el mejor mandatario que este país haya conocido, o al menos uno tan bueno como mi padre.

A él no le he hablado sobre Heinns. Siendo franco, he guardado lo de la regresión en secreto solo porque aún me siento culpable por lo que le hice a Tyler. Si no fuera por eso, el doctor ya estaría entre rejas. No he vuelto a visitarlo tras lo ocurrido en aquel cuarto oscuro, pero no planeo hacerlo. No permitiré que nada ni nadie altere mis recuerdos ni que me haga sentir compasión por David. Suficiente tengo con soñar de vez en cuando que él es una buena persona, cosa que no es y que nunca será.

Para mi suerte, mis sueños eróticos y románticos con él han disminuido en las últimas semanas. Descubrí que intimar con Maurice es una gran ayuda para evitar que sueñe tonterías, otra razón por la que no puedo alejarme de él por ahora. Maurice es de mayor utilidad de la que pensaba.

Como ya no tengo tantos sueños que involucran a David, mi odio por él ha alcanzado niveles que rozan la demencia. Cada segundo del día imagino que le causo el peor daño posible. No puedo esperar a tenerlo frente a mí para hacerlo pagar por todos los crímenes que ha cometido.

Desearía matarlo de inmediato, pero no puedo. Asesinarlo de una vez sería hacerle un regalo. Mi plan es torturarlo por semanas o quizá meses. Quiero que su vida se convierta en un infierno que se extenderá por tanto tiempo que él acabará muriendo de estrés, de inanición o de deshidratación. Quiero que sufra todo lo que yo sufrí, así como la pérdida de su familia, y para ello necesito al chico que en cuestión de minutos tendré en mis garras.

Me encuentro junto a Maurice dentro de un aeromóvil estacionado en un parque cercano a la casa en la que habita la familia de David. Es medianoche, horario perfecto para secuestrar a Paul sin que nadie se dé cuenta, ni siquiera sus padres.

Contacté al muchacho a través de la red social aprobada por el gobierno. Para mi suerte, él tenía una cuenta creada y justo estaba en línea cuando lo encontré. Le envié el siguiente mensaje:

''Si quieres encontrarte con tu hermano, ve a solas a la medianoche al parque cercano a tu casa. No le digas nada a nadie''.

Como el departamento de monitoreo de la Cúpula revisa constantemente cada texto enviado entre los usuarios de la red, tuve que borrar el mensaje apenas Paul lo leyó. No sé si se presentará en el parque. Cabe la posibilidad de que no quiera saber de su hermano, y no me extrañaría. No obstante, también es probable que sí le interese verlo y que mi plan dé resultado. Puede que Paul venga, que logre llevarlo fuera de Arkos, que encontremos a David y que mi vida sea un poco menos miserable de ahora en adelante.

Sí, puede que todo cambie.

—¿Estás seguro de que lo haremos? —me pregunta Maurice en voz baja desde el asiento del piloto. Yo estoy sentado en el del pasajero—. Esto no está bien, Aaron.

—No actúes como si fueras un santo —increpo en voz más alta que la suya—. Haces cosas peores en el centro de reeducación. ¿Crees que no me enteré de que intimas con los pacientes?

Su rostro palidece. Me mira con una mueca de terror que me haría reír si no estuviera tan nervioso.

—¿Có-cómo lo sa-sabes?

—No lo sabía. —Esbozo una sonrisa triunfal—. Tú acabas de confesármelo.

Maurice desvía la mirada. De no ser mi amigo y mi cómplice, haría que se pudra en prisión por relacionarse con gente que apenas recuerda su nombre, pero condenarlo sería hipócrita de mi parte, pues habría abusado del hijo de Heinns de no ser porque fui detenido a tiempo.

—Por favor, Aaron, no le digas a nadie —suplica Maurice, le tiembla el labio inferior.

—No diré nada si prometes que no volverás a hacerlo. —Mi tono es estricto—. No soy el indicado para hablar de lo que está bien y de lo que no, pero ¿sabes lo que se siente cuando alguien abusa de ti? —Me falla la voz al recordar lo que me hizo David y lo que le hice a Tyler—. ¿Sabes lo que sentirían esas personas si estuvieran conscientes de lo que les hacen? Y ¿qué si hubiera sido yo el que fuera abusado por uno de los enfermeros? ¿Seguirías creyendo que está bien?

Maurice me mira con el rostro lleno de remordimiento.

—No eres el único que tiene demonios internos —confiesa con pesar—. Yo también los tengo y no puedo controlarlos. Todo fue culpa de mi entrenamiento para convertirme en enfermero de ese maldito lugar... si no me hubiera sometido a ello, no me habría convertido en un monstruo.

Mi asombro es instantáneo.

—¿Por qué nunca me hablaste al respecto? —pregunto, ceñudo.

—No es fácil conversar sobre eso, Aaron. Además, no quería asustarte. Estabas siendo sometido a un tratamiento similar, por lo que temía que te espantaras si te hablaba de los efectos adversos como la ira desmedida, los episodios de violencia y las lagunas mentales. Por suerte, yo he aprendido a controlar mis impulsos, pero hay mucha gente que no.

—Como yo, por ejemplo —resoplo—. ¿Por qué mi padre y los demás gobernadores permiten que se laven cerebros de esa forma? —No debería cuestionar sus métodos, pero no puedo evitarlo—. ¿No se dan cuenta del mal que nos hacen?

—Ser despiadados es la única forma de ganar la guerra que se avecina —recuerda Maurice—. El odio, la ira y todo lo negativo nos hará vencer. Ser bondadosos nos convertirá en perdedores.

—Si piensas de esa forma, ¿por qué te arrepientes de las cosas que has hecho? —inquiero como una forma de consolarme a mí mismo—. ¿No deberías sentirte orgulloso de tu maldad?

Maurice sostiene mi mirada por varios segundos sin decir nada. Vacila una y otra vez, hasta que finalmente responde:

—Porque le hice daño a alguien de quien acabé enamorándome.

Sus ojos se llenan de lágrimas. ¿Acaso habla de mí? ¿Me hizo daño y yo no me enteré?

Estoy a punto de preguntarlo, pero me quedo callado al ver una sombra acercándose a la distancia en la entrada del parque. A juzgar por su altura, se trata de Paul.

Me concentro en prepararme para lo que he venido. Me ajusto los guantes de protector que usaba en mis entrenamientos de la academia, saco mi aturdidor eléctrico de la guantera del aeromóvil y me enlisto para ir en busca del chico. Él se sienta en una de las bancas del parque mientras mira de un lado a otro en busca de su hermano.

—Aún estás a tiempo de dar marcha atrás, Aaron —musita Maurice mientras yo abro la puerta con sigilo—. Es solo un muchacho inocente, no merece pagar por los errores de David.

—Mis abuelos y mi madre también eran inocentes —espeto—. Cualquiera que se relacione con David merece pagar por sus errores.

Maurice trata de decir algo más, pero abro la puerta del aeromóvil antes de escuchar algo que me incite a arrepentirme de lo que estoy a punto de hacer.

Me muevo con cautela para no alertar a Paul. Por suerte, él no ha oído la puerta del aeromóvil en movimiento ni el sonido de mis pasos, pues no se voltea en mi dirección. Está sentado de espaldas a mí, será muy fácil capturarlo.

Cada paso que doy aumenta mis ganas de retractarme, pero el remordimiento es vencido por el desprecio hacia el hermano de la persona que estoy a punto de secuestrar.

Una vez que llego hasta él, cubro su boca por detrás con una de mis manos enguantadas y con la otra acerco el aturdidor a su cuello. Paul intenta resistirse, pero mi fuerza es superior a la suya. Mientras cae dormido, sus ojos cargados de terror alcanzan a ver mi rostro y los abre todavía más, como si un destello de reconocimiento pasara por ellos, lo que es absurdo, porque este chico no tiene idea de quién soy...

¿O sí?

Como sea, ya está en mis manos.

Y con suerte, dentro de nada, la venganza dará inicio.

♾️

Por fortuna, transcurren solo un par de días hasta que al fin llega el momento de buscar a David.

Mi corazón martillea con locura. Me siento como un niño en una tienda de dulces prohibidos. Este puede ser el día en que me libere para siempre de mi mayor miedo y finalmente pueda avanzar hacia la vida de grandeza y de liderazgo que estoy destinado a ostentar.

Me hallo en la parte trasera de una de las aeronaves de provisiones de Libertad, las únicas que tienen permitido abandonar el perímetro del Nuevo Arkos además de las aeronaves gubernamentales —a las que aún no puedo acceder, no hasta convertirme en gobernador—. Para mi suerte, Maurice se acostaba hace un tiempo con el hijo de Héctor, el piloto y protector al mando de esta aeronave, y no tuvimos que hacer más que chantajearlo con delatar el secreto de su primogénito con las autoridades y pagarle una generosa suma de dinero a la tripulación por su silencio y su lealtad.

Cada día me sorprendo y me aterro más y más por la cantidad de enfermos prohibidos que hay en el país. Algunos se encuentran tan cerca de mí que no puedo evitar pensar que tal vez nunca erradicaremos la enfermedad. Esta plaga nos perseguirá hasta el fin de los tiempos si no encontramos una solución definitiva, y yo estoy dispuesto a hallarla. Si quiero ganarme a la población, sé que lo haré al encontrar la cura total.

Además de mí, hay al menos siete protectores a mi alrededor en la parte trasera de la aeronave. Las cajas de provisiones ya están desperdigadas junto a la compuerta por la que serán lanzadas a la superficie; partiremos en cuestión de unos minutos hacia las tierras muertas. La aeronave regresará a Libertad, por lo que Maurice y yo tendremos que quedarnos junto a unos cuantos protectores en el exterior, pero no me importa. Tenemos el armamento necesario para acabar con David y con quien sea que lo acompañe. La verdad es que ya me da igual morir en el intento, al menos falleceré tratando de matarlo.

Echo una mirada a los protectores que se hallan al alcance de mi vista. La mayoría no me mira de vuelta, se supone que no deben. Solo son marionetas de los gobernadores. No les tengo respeto alguno, pero sí valoro su lealtad. Sin ellos, no solo nuestro país, sino que todo el mundo estaría dominado por los terroristas.

Uno de los protectores aparece en la sección y se me acerca.

—El piloto quiere verte —me dice, detecto rechazo en su voz y en su rostro.

Me pongo de pie y lo encaro.

—¿Disculpa? No te escuché —le digo.

El protector, que no ha de pasar de los veintitantos años, resopla con rabia y tensa la mandíbula.

—Te dije que el piloto quiere verte... —repite.

No alcanza a decir más antes de que le dé un puñetazo en la boca.

—¡El piloto quiere verlo, señor! —corrijo en voz alta—. ¡A mí me respetan, ratas asquerosas!

Aunque hacen lo posible por ocultarlo, el odio es evidente en la gente que me rodea. No me importa que me desprecien. Si no reafirmo mi autoridad frente a ellos, creerán que soy una persona débil, y eso es lo peor que le puede pasar a un gobernador. Mi padre me recalca todo el tiempo que debo hacer lo posible por que nadie subestime mi poder.

Además, los protectores poseen muchos beneficios que el resto de la población no recibe. Tienen privilegios vitalicios, obtienen sueldos mayores que los de un profesional y viven en casas tan lujosas como las de los funcionarios del gobierno. Les otorgamos demasiado como para que le falten el respeto a sus superiores.

El protector que golpeé me mira con furia. Respira como un perro agitado mientras la sangre cae desde su boca.

—¿Qué, vas a desafiarme? —le pregunto y me acerco a él hasta que nuestros rostros quedan muy cerca—. ¿Acaso quieres pelear?

Me doy cuenta de que el protector medita al respecto. No cambia su expresión de ira, pero se mantiene quieto mientras oprime los puños con fuerza.

—No —masculla al cabo de un rato.

—No, ¿qué? —Esbozo una sonrisa desafiante.

—No, señor. —Agacha la mirada.

Escruto a sus compañeros. La mayoría no me mira de vuelta, y los que sí lo hacen acaban desviando la mirada. El protector que he golpeado se mantiene en pie con los ojos clavados en el suelo. Tal vez ya tuvo demasiado con el puñetazo, pero ¿será suficiente para enseñarle una lección?

Decido que no.

—Besa mis zapatos —le exijo.

El protector levanta la mirada y frunce el ceño.

—¿Qué? —pregunta como si no creyera lo que oyó.

—Que beses mis malditos zapatos.

Finalmente, la expresión de enojo del protector se convierte en una afligida.

—Ya es suficiente —dice Maurice, apareciendo en la parte trasera de la aeronave. Ha salido de la cabina del piloto—. Aaron, te necesitan allá adentro.

Le dirijo una mirada asesina. Le he dicho mil veces que no me trate como un igual delante de la gente.

—Espero que hayas aprendido la lección —le susurro al protector. Sus labios no dejan de sangrar, la escasa soberbia que quedaba en su mirada ha desaparecido.

—Sí, señor. —Hace una pequeña reverencia. Ya no se atreve a mirarme a los ojos.

Me dirijo con aire petulante hacia la entrada del corredor que deriva a la cabina del piloto. Puedo palpar el odio en los protectores que evitan verme al caminar, así como también puedo sentir su miedo. Lo disfruto, la verdad. Ahora entiendo por qué mi padre ama tanto el poder: es tan adictivo como el placer sexual.

Ingreso en la cabina de Hernán, el piloto y el encargado de la aeronave. Tal como su tripulación, él me mira con un rechazo que no logra ocultar del todo. Es un hombre alto, fornido y de unos cuarenta y tantos años.

—¿Qué quieres? —le pregunto con desdén—. Ya deberíamos haber iniciado el viaje, ¿qué esperamos?

—¿Así es como le hablas a tus mayores? —Ya no se molesta en ocultar su disgusto—. Aún no es momento de partir, sabes que debemos esperar la aprobación del departamento aeronáutico.

—Sí, sí, lo sé. —Pongo los ojos en blanco—. Bueno, ¿me dirás qué quieres o me volverás a dar la lata con los detalles de la misión?

—Quiero que me digas con tus propias palabras por qué quieres hacer este viaje tan arriesgado.

—Maurice ya te explicó todo —le recuerdo, nervioso.

—Sí, me lo explicó, pero no me ha quedado claro por qué un futuro gobernador está dispuesto a arriesgar su carrera y su futuro por encontrar a un criminal que probablemente ya está muerto. —Hernán entrecierra la mirada—. Pareces un chico inteligente, Aaron, así que debes saber que el sujeto al que buscas ha de estar pudriéndose allá afuera o que quizá lleva meses fallecido.

—¿Qué insinúas? —Me acerco un poco más a él. Espero que retroceda con temor, pero no lo hace.

—¿Yo? Nada. —Sonríe como si fuera una conversación entre amigos—. Solo me parece curioso que arriesgues tanto por alguien que supuestamente odias. ¿No será que quieres encontrar a ese tal David por algo más que una venganza? Digo, si en realidad lo odiaras, dejarías que pase una vida de miseria en medio de las ruinas en vez de acortar su agonía, ¿no?

Lo peor de todo lo que dice es que tal vez tiene razón. Si realmente odiara a David, o si no me importara, seguiría mi camino y dejaría que el destino se encargase de darle su merecido. No obstante, aquí estoy, poniendo en riesgo mi futuro por alguien que afirmo despreciar con todas mis fuerzas.

Debo ser honesto conmigo mismo y admitir que no solo busco a David por una cuestión de venganza, sino que también porque una parte de mí está desesperada por verlo en la vida real y no solo a través de mis sueños. Pero Hernán no tiene por qué saberlo.

—Mis motivos no son de tu incumbencia —espeto—. Limítate a hacer lo que te ordeno o no será mi carrera la que se irá a la mierda.

Veo que Hernán reprime una risa.

—Tu amenaza me quedó clara días atrás —dice—. Y sí, puede que tengas el poder necesario y que sepas lo suficiente sobre mi hijo para arruinar nuestras vidas, pero ¿quién de nosotros perdería más si sus secretos fueran divulgados? ¿Un simple general del cuerpo de protección que ocultó la enfermedad de su hijo para protegerlo o el próximo líder del país?

Hago lo posible por no exhibir mi temor. Sin duda, yo perdería mucho más que él. No sé en qué momento creí que podría manipular a este hombre.

—¿Por qué me has seguido el juego? —inquiero lo más firme que puedo—. ¿Por qué no me has delatado con mi padre?

—Porque, aunque no lo creas, quiero ayudarte, Aaron. —Ya no sonríe—. Roh, mi hijo, también perdió a un hombre que amaba, y hasta los días de hoy sufre su pérdida.

Tal vez debería decirle que sí amo a David para que sienta lástima por mí y así no perder su lealtad, pero no puedo. No lo amo. No podría.

—¿Alguien que amo? —resoplo con sorna—. Te equivocas, yo no amo a David. No se puede amar a alguien que odias.

—Claro que se puede. —Héctor ríe—. Amar y odiar a una persona al mismo tiempo es mucho más intenso y difícil de superar que solo amarla o que solo odiarla. No puedo decir que comprendo lo que sientes, porque nunca me ha pasado, pero sé que ha de ser un infierno. Honestamente, me das lástima. Quieres y desprecias tanto a ese chico que eres capaz de tirar tu vida a la basura por volver a verlo. No puedes negar que sientes algo más que rencor por él.

No sé qué decir. Yo mismo he comenzado a cuestionar mis sentimientos por la persona que ha invadido mi cabeza durante años. Creí que además de odio sentía atracción sexual por David, pero tal vez no es lo único que siento por él.

—Esta conversación se acaba ahora —espeto—. Haz tu trabajo, yo haré el mío y nadie saldrá perjudicado.

—Como quieras. —La sonrisa de Hernán reaparece—. Ah, una última cosa: ve a comprobar que el muchacho que has secuestrado está bien. No querrás que muera antes de encontrar a David, ¿o sí?

Lo cierto es que no. Supongo que aún me queda la bondad suficiente como para perdonar la vida de Paul. Quizás, a después de todo, él no merece pagar por los errores de su hermano.

Abandono la cabina del piloto y camino por el extenso corredor de la aeronave. Me detengo fuera de la compuerta del cuarto en el que se encuentra Paul. Apenas abro e ingreso en la pequeña recámara, el chico me mira con desesperación, se pone a gemir bajo la mordaza que lo silencia y se retuerce entre las cuerdas que lo retienen. Está sentado contra la pared, sus ojos se ven tan hinchados que temo que vaya a deshidratarse de tanto llorar.

Me aproximo al mueble del lado izquierdo del cuarto y tomo una botella de agua que dejé ahí para Paul. Me acerco a él con la botella en mano y me agacho para quitarle la mordaza.

—Por favor, no me mates —suplica entre sollozos apenas libero su boca. Suena sediento.

Destapo la botella y la acerco a sus labios.

—Bebe —le ordeno. Él obedece, pero no deja de llorar.

—¿Por qué haces esto? —pregunta apenas termina de beber—. ¿Qué te hice?

Algo en mi interior se estremece ante el hecho de que este chico de solo trece años crea que me ha hecho algo como para merecer que lo secuestre. La verdad es que es inocente, no tendría que estar aquí.

Aunque no debería, comienzo a arrepentirme de traerlo.

—No me has hecho nada —mascullo—. Tu hermano sí.

Paul abre los ojos de par en par ante la mención de David.

—¿Mi hermano está vivo? —pregunta, sus ojos brillan cargados de esperanza.

—No lo sé. —Por alguna razón, siento ganas de llorar—. Eso es lo que intento descubrir, por eso te llevo conmigo.

—No tienes que mantenerme encerrado —dice Paul—. Quiero ayudarte a encontrarlo aunque quieras hacerle daño.

—¿Cómo sabes que quiero hacerle daño?

—Bueno, que me mantengas amarrado y amordazado deja mucho que desear —dice Paul como si estuviera bromeando. Ya no llora.

Contengo las ganas de reír.

—Lo siento, pero no puedo liberarte. —Mi seriedad retorna—. Al menos no por ahora.

El chico agacha la mirada con una tristeza que me atraviesa el pecho.

—Como sea —susurra—. Pero ¿sabes? Mi hermano no es una mala persona. Lo que sea que te haya hecho, seguro puede enmendarlo. Te veías muy enamorado de él hace un tiempo, sé que encontrarás el modo de perdonarlo y de...

—¿Qué dijiste? —Hundo el entrecejo—. ¿Me has visto antes?

—Claro —responde Paul con normalidad—. Me reuní contigo y con David hace un año, pero mi mamá los delató y los protectores fueron por ustedes. ¿Ya lo olvidaste?

Mi impacto es tan inmenso que me quedo sin aire.

—Eso es imposible —aseguro—. Estás mintiendo.

—¿Por qué mentiría? —Es Paul quien frunce el ceño esta vez—. ¿Qué ganaría con eso?

Tiene un punto. No gana nada mintiéndome, además, es poco probable que el muchacho se haya puesto de acuerdo con Heinns y con David para confundirme. Él ni siquiera sabe si su hermano sigue vivo.

¿Y si David no es quien creo que es? ¿Y si mi vida realmente es una mentira?

No, no puede ser. No quiero aceptarlo, pero son tantos los indicios que ya no sé qué creer.

Quiero preguntarle más a Paul, pero me detengo al escuchar los motores de la aeronave en funcionamiento.

—Debo irme —le digo sin saber qué sentir. Estoy más confundido que nunca.

—¿Puedes al menos dejar mi boca descubierta? —pregunta a modo de súplica.

—Lo lamento, pero no. —Decido—. No dejaré que digas más mentiras.

Regreso la mordaza a su lugar y me pongo de pie. Paul me mira con pesar mientras abro la puerta para dejarlo a solas, sus ojos vuelven a llenarse de lágrimas que me destrozan el corazón. Abandono el cuarto antes de que me arrepienta por completo de lo que hago y antes de preguntarle a qué se refería con eso de que me reuní con él hace un año.

Pienso en dónde estaba yo hace doce meses: me encontraba en el centro de reeducación. Llevaba años ahí, recuerdo todo lo que pasó antes de los días que han transcurrido hasta hoy. Es imposible que haya salido del centro y que no lo recuerde, así como es absurdo que haya acompañado a David a reunirse con su hermano. Sin duda, David se reunió con Paul y le pidió que me mintiera si algún día nos cruzábamos.

Por más que intento convencerme de que David está detrás de todas las mentiras que he oído últimamente, me cuesta creerlo. Algo estoy pasando por alto. Hay un espacio vacío en el rompecabezas de mi mente, un agujero que no logro llenar con nada.

Si existe alguien que podría dar una respuesta a mis confusiones, ese sin duda es Maurice. Hemos sido amigos por mucho tiempo, es obvio que sabría si mi cerebro fue sometido a algo como la Cura. Es ridículo pensarlo, porque si hubiera sido intervenido no sentiría atracción por los hombres ahora, pero quizá sufrí algún tipo de amnesia peculiar que me hizo olvidar solo algunos momentos de mi vida y no todos mis recuerdos.

Regreso a la parte trasera de la aeronave y descubro a Maurice curando la boca del protector que golpeé hace minutos.

—¿Qué rayos haces? —le pregunto, me acerco a él a zancadas.

Maurice no dice nada, ni siquiera me mira, solo continúa agachado junto al protector mientras limpia con un trozo de algodón la sangre de sus labios.

Hecho una furia, agarro a Maurice de un brazo y lo obligo a ponerse de pie, luego lo arrastro hacia el corredor principal para que tengamos un poco de privacidad. Él intenta resistirse, pero, como siempre, acaba sometiéndose ante mí.

Una vez que estamos solos en el corredor, lo empujo contra una de las paredes metálicas y acerco mi rostro al suyo hasta que nuestras narices se rozan.

—¿Qué está mal contigo? —le pregunto entre dientes.

Maurice me mira con rabia. No suele mirarme de esa manera.

—¿Qué está mal conmigo? —inquiere—. ¿Es en serio? ¡Yo debería preguntarte e...!

—Baja tu maldita voz. —Le cubro la boca—. Te he dicho mil veces que no me trates como uno más delante de la gente. Soy un futuro gobernador y debes respetarme.

Los ojos de Maurice se ponen a tiritar. Él se aparta de mi agarre y me mira con aprehensión.

—No me gusta la persona en la que te has convertido —me dice, esta vez en voz baja y vacilante—. ¿Dónde quedó el Aaron al que no le importaba el poder? Hasta hace unos meses eras un chico indefenso e inestable, ahora ni siquiera tú te reconoces.

—Ese Aaron del que hablas está muerto —increpo—. ¿Quieres que te recuerde por qué cambié?

—Ya lo sé —masculla Maurice—. Todo es por David, ¿no? David esto, David aquello... Si no te conociera, diría que sientes algo por esa bestia.

Que dos personas en un mismo día cuestionen mi desprecio por David deja claro que siento algo más que odio por él.

—No siento nada por David además de desprecio —afirmo.

—Ambos sabemos que mientes —acusa Maurice.

Sostengo su mirada por varios segundos sin decir nada.

—Y si en realidad sintiera algo más por él, ¿qué importa? —pregunto finalmente—. ¿Cambia en algo el hecho de que quiero asesinarlo?

—Cambia muchas cosas. No olvides que él te arruinó la vida, Aaron.

—¿Realmente lo hizo? —No puedo creer que lo estoy preguntando—. ¿Realmente es el monstruo que por mucho tiempo he creído o en realidad es inocente?

Maurice amplía los ojos al máximo y abre la boca para complementar su expresión de pasmo.

—¿De qué hablas? —inquiere, nervioso.

—Tú dime. Tal vez sabes exactamente de qué estoy hablando.

—No sé qué insinúas, pero no me gusta nada. —Maurice traga saliva—. ¿Acaso me acusas de algo? ¿A mí, que te he sido leal desde el comienzo? ¿Crees que sería capaz de mentirte o de hacerte daño? —Las lágrimas refulgen en sus ojos—. Lo he dejado todo por ti, Aaron. Estoy dispuesto a renunciar a una vida entera por ayudarte en una maldita venganza que no tiene ni pies ni cabeza, ¿y aun así desconfías de mí? ¿Crees que merezco que me trates como una basura?

No me había puesto a pensar en lo egoísta que he sido con Maurice. Sí, puede que le tenga una retorcida mezcla de cariño y de rechazo, pero no merece mi desconfianza. Sé que si el mundo entero se pusiera en mi contra, él sería el único que no me abandonaría. Incluso mi padre me daría la espalda, pero Maurice nunca lo haría.

—¿No dirás nada? —pregunta con algo de prepotencia—. ¿Así que desde ahora solo desconfiarás de mí y...?

Lo callo con un beso. Este no es uno cuya intención es obtener placer sexual, sino que lo siento como un premio a su devoción. Siendo honesto, ya no sé si quiero perderlo. Aunque seamos curados, necesito su amistad y su lealtad. Dudo poder ser un buen líder si no lo tengo junto a mí.

—¿Y eso? —pregunta cuando separo mis labios de los suyos. Está perplejo.

Me encojo de hombros.

—Tienes razón —admito al cabo de un rato—. Has arriesgado mucho por mí, no mereces que desconfíe de ti. Lo siento, ¿bien?

Él se limita a sonreír y me abraza con fuerza. No sé qué sentir. Debería apartarme y mantener nuestra relación netamente profesional y sexual, pero la verdad es que no quiero romper el abrazo.

—Te amo —susurra en mi oído con voz temblorosa.

"Ya lo sabía", quisiera responder, pero no lo hago.

—Gracias por todo —digo en su lugar. Oigo un suspiro de desilusión de su parte, pero se esfuerza por sonreír una vez que me separo de él—. Ah, y una cosa: si vuelves a acercarte a ese protector, le romperé la cara.

Maurice me mira con picardía.

—¿Acaso estás celoso?

—Tú eres mío. —Le recuerdo—. Que no se te olvide.

Al contrario de enojarse por lo posesivo que soné, Maurice sonríe de par en par.

—Solo tuyo —asiente—. ¿Qué tal si vamos a una de las recámaras a... tú sabes?

No puedo evitar sonreír.

—Vamos.

Nos dirigimos a un cuarto solitario a entregarnos al placer salvaje que nos caracteriza.

Y, mientras cogemos, imagino que es David quien se encuentra frente a mí. No puedo creer que, si todo sale bien, en solo días volveré a verlo y algunas de mis fantasías más enfermizas se harán realidad. 




♾️



Qué lindo es actualizar seguido esta novela JAJAJ había olvidado cómo se sentía ;-;

Espero que les haya gustado el capítulo. Aún quedan dos más desde la perspectiva de Aaron. Sé que son muchos, pero necesitan adentrarse en la mente del nuevo Aaron antes de finalizar la historia. Prometo actualizar la próxima semana ❤

No tienen idea de lo que se viene. Quedan muchas sorpresas en Renacidos, ya lo verán.

Ah, por cierto, tengo una buena noticia sobre Prohibidos. Espero poder dárselas pronto :'D

¡Nos vemos, lectores!

Los quiere,

Matt.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top