14. David - "Al fondo del abismo"
UN MES DESPUÉS
Una bala me roza la sien izquierda. Un centímetro más y mi vida habría llegado a su fin.
—¡Dispara a matar! —le exijo en voz alta a Ibrahim al notar que evita herir de muerte a nuestros enemigos—. ¡No tengas piedad!
Tal como muchas otras, es una mañana gris dominada por el pánico, la tensión y la hostilidad; emociones cotidianas para los habitantes de las ruinas.
—¡Son tan sobrevivientes como nosotros! —replica Ibrahim como si nada. Lo golpearía si no tuviera las manos ocupadas en mi arma—. ¡Solo están hambrientos!
—¡Tan hambrientos que no dudarán al matarnos para robar nuestra comida y llevarse a nuestra gente! —interviene Max, también disparando—. ¡Son ellos o nosotros!
Ibrahim cierra los ojos y maldice en silencio. Detesto que se volviera tan dócil en el último tiempo. Él asegura que ha madurado, pero yo no veo su cambio de tal forma. Para mí, su sensibilidad no es más que debilidad.
Las balas van y vienen sin cesar. La barricada hecha de escombros y chatarra nos protege, pero no resistirá para siempre. Los ladrones están cada vez más cerca del refugio que creíamos secreto hasta hoy. Es el tercero en lo que va del año, y el único que he podido llamar "hogar".
Puede que, si acabamos con el grupo de asaltantes que intenta atravesar el muro, el resto de su gente no se entere de nuestra ubicación. No obstante, no podemos correr el riesgo de quedarnos aquí. Tendremos que irnos de todas formas, pero matarlos nos dará algo de tiempo para preparar la nueva mudanza y pasar lo más desapercibidos que podamos.
A Ibrahim no le queda otra opción que disparar. Tal como dijo Max, son ellos o nosotros. Así ha sido desde que fuimos arrojados a lo que en el otro lado llaman el Viejo Arkos, mientras que nosotros las apodamos como "las tierras muertas".
Me levanto sobre la barricada y le disparo a la primera persona que veo. Es un hombre que lleva una metralleta en sus manos y una capucha que cubre todo su rostro a excepción de unos ojos cuyo color no alcanzo a distinguir. El sujeto es mucho más robusto que la mayoría de las personas que queda con vida en las tierras muertas; ha de robar una considerable cantidad de comida y suplementos a la semana, lo que lo mantiene fuerte y saludable. Es cuestión de ver sus brazos fornidos y sus ágiles movimientos para comprobarlo.
No merece vivir.
La mayoría de los habitantes de las tierras muertas roba para sí mismos o para sus bandas formadas por ladrones, violadores y asesinos. A diferencia de ellos, Ibrahim, Max, Ben y unos cuantos más de los nuestros buscamos recursos para alimentar a la pequeña comunidad de sobrevivientes que se ha convertido en mi familia desde hace meses. La llamamos "Renacer".
La destrucción de la mayor parte del país lo cambió todo. Libertad y las ciudades aledañas fueron rodeadas por pilares de seguridad capaces de detectar cualquier materia que los atraviese, ya sea humana o no. Cualquiera que ose pasar, así como Timmy, es aniquilado por drones inteligentes cargados con una potente munición capaz de desintegrar hasta el material más resistente.
Según nos han contacto los miembros de la comunidad, no hay modo de ser invisible ante los pilares o los drones. Se ha intentado todo, pero nada ha funcionado, ni siquiera atravesarlos bajo tierra mediante un túnel. Los pilares son tan sofisticados que incluso tienen la capacidad de detectar movimientos subterráneos. Ha pasado más de un año de intentos concluidos en muertes y fracasos.
De no ser por dichos pilares, ahora estaría del otro lado.
Estaría con él.
En cuanto a los pilares limítrofes del mar, estos han sido convertidos de tal forma que alteran los sistemas de cada aeronave o embarcación que intenta entrar o salir de nuestro país, excepto aquellas aprobadas por el gobierno como algunas aeronaves protectoras. Los habitantes de las tierras muertas y los civiles, en cambio, estamos completamente encerrados. Ni los constelacianos ni los eternos pueden ayudarnos.
Por eso hemos pasado los días entre ruinas, arreglándonoslas para sobrevivir con la poca comida no perecible que logramos encontrar y la escasa agua potable a la que tenemos acceso. Como ahora los alimentos son bienes casi inexistentes en las áreas destruidas, la gente se ha vuelto loca por conseguirlos. Cada día es una lucha por los limitados recursos que nos quedan, y existe una lucha aún mayor por obtener los recursos que envían desde el Nuevo Arkos.
Cada treinta días, una gigantesca aeronave negra proveniente de Libertad sobrevuela las tierras muertas y arroja cajas de provisiones atadas a paracaídas del tamaño adecuado para que aterricen sin problemas en la superficie. La intención tras las cajas no es proveer de unos cuantos recursos a los sobrevivientes que permanecen de este lado, sino que es hacernos pelear por sus migajas y recordarnos lo que nos perdemos al no elegir ser parte del Nuevo Arkos y vivir bajo sus reglas.
Porque sí, existe una forma de volver sin ser asesinado, pero esta conlleva a una "reeducación". O sea, nos harían lo mismo que hicieron con Aaron una vez que nos acerquemos al pilar específico fuera de Libertad y supliquemos atravesar.
De vez en cuando somos sobrevolados por aeronaves más pequeñas que las abastecedoras, las cuales arrojan volantes publicitarios sobre la reeducación y la oportunidad de vivir decentemente del otro lado si accedemos a convertirnos en un conejillo de Indias. Por si fuera poco, ahora hablan abiertamente sobre Newtopia y ofrecen la posibilidad de trasladarse a dicha nación. Es obvio que quieren acabar con Arkos de una vez por todas, pero su forma de hacerlo ha sido más inteligente de lo que esperaba.
Bombardearon la mitad del país, sin embargo, se aseguraron de dejar intactas las ciudades más importantes para el funcionamiento de la nación, y lo que destruyeron es ahora traído desde Newtopia en aeronaves que apenas se logran ver desde la superficie. Todo lo que era producido en las ciudades destruidas es importado desde el extranjero. A los gobernadores no ha de dolerles la pérdida de cierta parte del país porque, en vez de perder, han ganado. La gente ha vuelto a temerles y ahora la población rebelde y criminal se concentra lejos de su alcance.
Debo admitir que, a veces, sopeso la posibilidad de viajar al Nuevo Arkos, pararme frente al pilar indicado en el que son solicitados los ingresos y permitir que me borren la memoria. Sería la única forma de acabar con la silenciosa depresión que he sufrido durante un año, pero no puedo abandonar a mi nueva familia ni a mis amigos. Es por mi culpa que los míos acabaron aquí; lo mínimo que puedo hacer por ellos es protegerlos lo mejor que pueda, por eso no flaqueo al momento de disparar. Hace mucho perdí la consideración hacia las malas personas.
Ibrahim, en cambio, se ha vuelto alguien diferente. Ya no es el payaso insoportable que alguna vez odié: hoy es un individuo querido por casi todos los miembros de Renacer. Supongo que gran parte de su cambio se debe a su sólido —y tedioso— noviazgo con Boris, el chico que encontramos el mismo día que empezó nuestra lucha por la supervivencia.
A ese día le siguieron semanas muy complicadas. Pasábamos las noches dentro de los edificios que de milagro seguían intactos, pero apenas podíamos cerrar los ojos. No sabíamos cuándo podríamos acabar en manos de asaltantes que nos pegarían un tiro en la cabeza solo para robarnos algo tan insignificante como nuestros calcetines. Algunos de los criminales suelen perdonar la vida de sus víctimas si estos deciden unirse a sus bandas, pero la mayoría mata a sangre fría sin siquiera fijarse de quién es el que recibe la bala.
El primer mes fue un desafío colosal. No podíamos seguir yendo a los supermercados, porque estos se convirtieron en las dependencias de los delincuentes, y hasta los días de hoy lo son. Max, Ibrahim, Ben, Boris y yo tuvimos que buscar comida no perecible en casas destruidas y extraer agua en las zonas más apartadas de los ríos limpios, de modo que no fuésemos vistos por nadie.
Cierto día del segundo mes, mientras sacábamos agua de un río no contaminado, nos topamos con una banda criminal que nos ofreció formar parte de ellos. Tal como esperaba, nos dijeron que, de no aceptar, nos matarían sin remordimiento. Ni mis amigos ni yo sabíamos qué hacer. Estábamos desarmados y con el estómago vacío. En toda nuestra búsqueda en las casas destruidas e intactas, no logramos encontrar un arma cargada. Las pocas que hallamos no contaban con municiones.
El miedo era evidente. Los asaltantes esperaban una respuesta y, mientras tanto, nos apuntaban directamente en las cabezas. Contemplé el terror en el rostro de mis compañeros y no dudé en tomar una decisión: nos convertiríamos en delincuentes.
Cuando estuve a punto de manifestar mi decisión, el sonido de balas siendo disparadas nos obligó a agacharnos y, en cuestión de segundos, nuestros asaltantes fueron asesinados por Taurus, líder de lo que hoy es Renacer, quien iba acompañado de su hija y del novio de esta, todos armados y con una sorprendente habilidad para pasar desapercibidos. De no ser por Taurus, Camila y Chester, hoy sería un criminal forzado o estaría muerto.
Taurus nos ofreció unirnos a una comunidad formada por buenas personas que no buscaban aniquilar a otras con tal de sobrevivir. Los chicos y yo rechazamos la oferta al principio, pero el recién llegado acabó por convencernos cuando nos habló un poco más sobre Renacer.
Resulta que la mayoría de sus miembros eran familiares de rebeldes u opositores que no querían seguir viviendo entre las garras del gobierno de Arkos y las miles de leyes absurdas que imponen. Uno que otro sobreviviente es un exconvicto que fue juzgado injustamente, y hay varios que confesaron cometer delitos de los que ni ellos mismos se han perdonado, pero que querían empezar de nuevo y hacerlo mejor. Por desgracia, en el Nuevo Arkos no encontrarían una oportunidad de enmendarse, por lo que no tienen más remedio que pasar los días entre ruinas. Sin embargo, prefieren convivir junto a personas decentes que seguir en el camino equivocado.
Todos en Renacer tienen historias de vida diferentes e interesantes. Tal como Ben, Ibrahim, Boris y yo, hay personas que no quieren perder su identidad, por ello decidieron quedarse en las tierras muertas. Le he tomado un gran cariño a una pareja de enamoradas que me recuerda mucho a Kora e Isabel, y hay unos cuantos niños y ancianos que de vez en cuando me sacan una que otra sonrisa que por poco me demuestra que la vida no es tan miserable como suele parecer.
Desearía que su felicidad fuese contagiosa para siempre y salir del agujero negro en el que me he hallado desde que perdí a Aaron. Han pasado más de cuatrocientos días desde que me olvidó.
El recuerdo de la última vez que lo vi me atormenta con frecuencia en pesadillas. Aún visualizo su ceño fruncido y su mirada confundida al tenerme frente a él.
En la actualidad ha de ser un chico completamente opuesto al que amé. No debe tener ni la menor idea de quién era antes de la Cura. Lo único que me tranquiliza es que está a salvo y bien cuidado. Mientras permanezca del otro lado, nada malo le pasará, menos siendo el supuesto hijo de la peor de las escorias en el mundo, mejor conocida como Abraham Scott.
Mis recuerdos felices se desvanecen como el rocío tras la salida del sol. Me he esforzado en reprimirlos u olvidarlos para que no destruyan mi corazón con su nostalgia, pero hay momentos en los que renacen con tal fuerza que no puedo controlarlos. Es un alivio que las recaídas ya no sean tan frecuentes como antes.
No he contado cuántas noches he llorado desde que me separaron de la persona que amaba, pero sé que no he derramado lágrimas en mucho tiempo. Encerré los recuerdos cálidos bajo siete llaves y llené mi corazón de una espesa amargura que rápidamente me ha arrastrado hacia el fondo de un abismo cubierto de hielo.
Solía ser el tipo inocente que albergaba amor y entendimiento dentro de sí. Hoy no soy más que los vestigios de una persona que alguna vez creyó tenerlo todo.
Al menos puedo decir que las cosas no han sido tan terribles como esperaba. Perdí a mi familia, pero gané una nueva. Perdí a mi primer novio, pero gané otro. Perdí al segundo y, aunque las puertas del amor se han cerrado para siempre, he ganado una familia tan importante como las que alguna vez tuve. A pesar de que ya no demuestro mis sentimientos, no he podido evitar aprender a querer a cada persona con la que convivo en la actualidad, incluyendo a alguien tan inquietantemente fascinante como Ibrahim.
Él no tiene idea, pero significa más para mí de lo que alguna vez imaginé. Si bien ahora soy el sujeto frío cuyo corazón resguarda odio contra el mundo y contra la vida misma, he aprendido a quererlo sin condiciones y en todas sus facetas.
No obstante, extraño al imbécil que no vacilaba cuando se trataba de meterse en problemas o de defender a los suyos. El Ibrahim de hoy me recuerda mucho a Aaron, quien pasaba los días lamentándose por sus errores y decisiones. Son más parecidos de lo que pensaba; no me extraña que hayan establecido una curiosa conexión.
Quizá, si les hubiera dejado el camino libre, Aaron seguiría siendo el mismo de antes. Ibrahim no habría arriesgado su vida con algo tan sentimental como reencontrarse con una madre que lo entregó con las autoridades. No debería, pero guardo un gran rencor hacia ella y hacia mi padre. Nadie ha arruinado mi vida tanto como ellos. Ni siquiera Abraham Scott me ha dañado más que las personas que me trajeron a este mundo.
Sin duda, Aaron habría vivido mucho mejor si hubiera elegido a Ibrahim.
Aunque me esfuerzo en no rememorar el pasado, de vez en cuando desempolvo el recuerdo de mi hermano. Es imposible que mis ojos no se llenen de lágrimas que no dejo salir cada vez que lo traigo de vuelta a mi mente. Estoy seguro de que piensa en mí la mayor parte del tiempo, y sé que haría lo que estuviera en sus manos para escapar de las garras de mis padres, pero prefiero que no lo intente. Venir en mi búsqueda le provocaría la muerte o le arruinaría la vida tal como a todos los que alguna vez amé.
Soy un arma radioactiva que mata a cualquier persona que se le acerca, y es por ello que ya no dejo que nadie entre lo suficiente en mi vida como para que sientan que son importantes para mí. Es absurdo, porque sigo sintiendo amor, pero lo oculto como si de un peligroso secreto se tratara. Es mejor así. No quiero que mi mala suerte afecte a nadie más. Ya he arruinado demasiadas vidas como para agregar otras a la lista.
Las balas que disparo en este momento van cargadas de odio. El sujeto fornido que he tenido en la mira deja a la vista parte de su cabeza al momento de contraatacar; lo suficiente como para atinarle. No pierdo la oportunidad. Le disparo justo en la frente sin fallo alguno. Él cae rendido en una muerte instantánea.
En el fondo de mi oscuro corazón siento lástima por él. No por quien es en la actualidad, sino por el niño que alguna vez fue, cuya vida debió ser tan miserable que lo obligó a convertirse en el criminal que hasta hoy eligió ser. Siento lástima por lo que pudo ser también; un padre de familia que hiciera el bien por los demás. Tal vez sí era un padre y un esposo, pero también un asesino despiadado. Al arrebatar su vida, he salvado las de muchas otras personas.
Los enemigos disparan con mayor furia que antes. Al parecer, he aniquilado a alguien importante para ellos. Los gritos de ira provenientes desde el otro lado de la barricada me demuestran que le he atinado a un pez gordo, y mi momentánea satisfacción es sustituida por la preocupación. Nuestras municiones se nos acabarán en cuestión de minutos, mientras que las suyas parecen no tener fin. No resistiremos por mucho.
Estoy a punto de pedirle a Raúl, uno de los miembros de Renacer que dispara a mi lado, que encienda una de nuestras bombas artesanales y la lance contra el enemigo, consciente de que el estallido podría llamar la atención de otros criminales a la distancia; pero me quedo callado al divisar una señal de salvación en el cielo: la aeronave de provisiones.
Esta no pasa desapercibida ante los enemigos. En cosa de segundos, uno de ellos anuncia la retirada. Les conviene ir en busca de las enormes cajas voladoras cargadas de comida, ropa y utensilios de primera mano en vez de seguir gastando munición en un puñado de sobrevivientes.
—¡Alto al fuego! —ordena Taurus. Todos obedecemos.
El grupo entero sudamos como si hubiéramos corrido por días. Mi corazón late como el de un colibrí. Exhalo con alivio, consciente de que los míos tienen aseguradas al menos unas horas más de vida.
—¿Están todos bien? —inquiere Taurus en voz alta, volteando la mirada de un lado a otro.
Al repetir su acción, me doy cuenta de que Max tiene una mano apoyada sobre su pecho. La miro atentamente y noto que la piel está cubierta de sangre.
Le han disparado.
—¡Max está herido! —anuncia Ibrahim. Ha notado lo mismo que yo.
Max cierra los ojos con fuerza y aprieta los dientes para intentar soportar el dolor que le produce la herida, la cual se halla un poco más arriba del corazón. Ya estaría muerto de no ser por la milagrosa diferencia de tan solo unos centímetros, pero fallecerá en cuestión de minutos si no recibe atención médica cuanto antes.
Mi mejor amigo se desploma, incapaz de soportar el dolor que lo ha sumido a la inconsciencia. Ibrahim alcanza a sostenerlo antes de que caiga fuera de la colina de escombros que da antesala a la barricada construida por los nuestros.
—¡Está herido! —insiste Ibrahim con la voz quebrada—. ¡Tenemos que ayudarlo!
—¡Calma! —Hago un gran esfuerzo por no dejar que el pánico se apodere de mí—. Debemos llevarlo con el doctor.
Taurus asiente y procedemos a cargar a Max hacia el refugio. Ben, nuestro amigo y otro de los miembros de Renacer que forman parte del escuadrón de defensa, saca la camilla de manos que escondimos bajo los restos de un muro de cemento. Dicha camilla fue encontrada por nuestro grupo de expedición en el que hace más de un año fue el hospital general de Nueva Madrid, base de nuestro nuevo refugio.
Con cuidado de no hacerle más daño, Raúl, Ben, Taurus y yo cargamos a Max hacia la camilla y tomamos los extremos de esta para bajarlo de la colina de escombros. El descenso se torna demasiado lento y complicado, puesto que debemos ser precavidos en cada paso con tal de no derrumbar la superficie.
El aire comúnmente pestilente de las tierras muertas se siente peor ahora que Max está herido. La extensa nube gris de ceniza aún visible en las alturas le da a la situación un toque melancólico y desgarrador. No sé qué sería de mí sin Max. Desde que lo conocí tras mi llegada a Amanecer, ha estado a mi lado en la mayoría de mis altibajos. Dudo ser capaz de continuar sin su compañía.
Logramos llegar al suelo. Ahora el problema será pasar junto a los cientos de montículos de escombros, basura y chatarra que forman una especie de laberinto fuera de la entrada al refugio de Renacer. Construimos la barricada lo más lejos posible del asentamiento subterráneo, de modo que los habitantes contaran con una escasa cantidad de minutos de ventaja para poder escapar tanto como puedan en caso de necesitarlo. Me arrepiento ahora de haberle sugerido tal idea a Taurus. De no ser por ello, Max sería asistido de inmediato. El refugio entero ha sido rodeado por barricadas que impiden el acceso al lugar. La única forma de entrar o salir sin resultar herido, detectado o demorando un siglo es a través de un túnel que conduce a la ribera del río que atraviesa Nueva Madrid, del cual sacamos el agua que luego limpiamos mediante un purificador situado dentro del refugio.
Desde ya me duele la idea de abandonar el que ha sido el mejor asentamiento de los que hemos tenido. Lo alzamos en lo que anteriormente fue el estacionamiento subterráneo de un edificio de departamentos de Nueva Madrid. Nuestro plan inicial era ocupar la zona subterránea de algún centro comercial, pero cambiamos de opinión al descubrir que la mayoría de los edificios más grandes de las ciudades se convirtieron en hábitat de criminales, así que optamos por el aparcamiento de un edificio no tan atractivo para el enemigo.
El camino entre los laberinticos escombros se vuelve eterno. Cada segundo que pasa es un segundo en el que podríamos perder a Max. El terror parece reflejarse en mi rostro, porque noto que Taurus me mira constantemente al cargar la camilla en dirección al asentamiento.
—Tranquilo, hombre —me dice con una sonrisa despreocupada pero forzada—. Ya verás que estará bien.
Por hoy, solo por hoy, dejo de lado la frialdad que tanto tiempo me ha acompañado y me permito lucir asustado como la mierda.
—Espero que tengas razón —susurro, tan frágil como hace años—. No quiero perder a Max.
Hago el mayor esfuerzo por no derramar una lágrima, pero se vuelve cada vez más difícil. Es demasiada la presión que he acumulado. Necesito liberarla de algún modo.
Ibrahim corre hacia la puerta metálica que da entrada al refugio subterráneo, asegurada por dentro con gruesos candados. La entrada hace un contraste demasiado visible entre los escombros y la basura que la rodean. Tal vez ese fue el motivo por el que los enemigos descubrieron su finalidad.
Ibrahim efectúa el toque secreto que logra que los guardias del interior abran la puerta antes de que lleguemos a ella. Parece que ha pasado un año cuando finalmente nos encontramos a solo un metro de distancia. Max está perdiendo mucha sangre; no hace falta ser médico para saber que no nos queda mucho tiempo.
Camila y Chester, quienes hacen guardia en la entrada, no dicen nada cuando ven lo sucedido. Ellos esperaban algún herido, y yo también, pero prefería que cayera cualquier persona en lugar de Max. Incluso habría soportado que Ibrahim recibiera una bala.
Me regaño a mí mismo por pensar de esa forma. No es cierto: habría preferido ser yo quien cayera en vez de cualquier otra persona. Imaginar la muerte de Ibrahim me produce el mismo temor que imaginar la de Max.
Bajamos con cuidado las escaleras que conducen hacia la entrada definitiva al refugio. Ahora más que nunca detesto nuestra seguridad excesiva y la ubicación de nuestro asentamiento. No podemos bajar corriendo, o nos arriesgaríamos a caer con todo y Max y provocarle un daño irreversible. Desearía al menos contar con un elevador, pero ya sería demasiado pedir. Ni siquiera tenemos electricidad suficiente para hacerlo funcionar.
Cuando logramos llegar a la segunda entrada, la cual ya ha sido abierta, siento que ha transcurrido una eternidad. No sé cómo he hecho para no perder la cabeza. Me felicito a mí mismo por al menos guardar la calma, pero el miedo es algo que no puedo mantener a raya. No obstante, hago lo posible por no reflejarlo cuando noto a las personas reunidas en torno a la entrada, las que rápidamente se agrupan en dos grupos separados a la distancia suficiente para que podamos pasar y llevar a Max a nuestra rústica ala médica. Ahora podemos correr, pero no lo hacemos tan rápido como me gustaría. El más mínimo movimiento inestable podría agravar la herida.
Los murmullos de pánico son inevitables entre los presentes. Que solo Max resultara herido es una hazaña digna de admirar, puesto que la última vez que fuimos atacados perdimos a más de cinco miembros. Sin embargo, la caída de Max no deja de causar tristeza. La comunidad se ha compenetrado de tal forma que siente el dolor ajeno como si fuera propio.
—¡A un lado! —grita Taurus mientras avanzamos por el refugio.
Construimos el asentamiento como si de una gran oficina se tratara. Tiene múltiples cuartos divididos de manera artesanal, ya sea con tablas, cartones o cualquier elemento que pudiera ser utilizado como pared. Algunos, como yo, dormimos en tiendas de campaña para disfrutar un poco de soledad y privacidad, pero la mayoría duerme de a dos o tres en las habitaciones contiguas.
Hay un estrecho camino entre cada hilera de cuartos, mientras que hay un pasillo mucho más ancho en medio del subterráneo. Este recorre el asentamiento de extremo a extremo, y es el camino que tomamos ahora, puesto que nos da más espacio y libertad para llevar a Max con fluidez. Nina y Óscar, los ayudantes del doctor, vienen corriendo hacia nosotros con una camilla de ruedas que nos facilitará el trabajo.
Ni siquiera nos molestamos en sacar a Max: lo dejamos con todo y camilla de manos sobre la de ruedas. Solo faltan unos cuantos metros para alcanzar el ala médica, pero cada segundo es vital. Hago una nota mental de sugerirle a Taurus y al doctor que instalemos la siguiente ala en una zona más cercana a la entrada de nuestro próximo refugio, si contamos con la suerte de forjar otro.
Llegamos. El ala médica es de las habitaciones más grandes y bien cuidadas del recinto, porque es una de las de mayor importancia. Las grandes enfermedades han sido erradicadas, pero no somos inmortales. Necesitamos contar con un lugar capaz de curar a quien lo necesite. Por desgracia, no está tan equipada como para resguardar la vida de una persona demasiado malherida, pero confío en que se logrará salvar a mi mejor amigo.
El hombre a cargo del ala médica, al que todos llamamos "doctor" a pesar de que sabemos que su nombre es Hunter, nos pide que dejemos a Max bajo las lámparas del cuarto. Estas son alimentadas mediante un panel solar situado en la superficie entre escombros que lo ocultan a simple vista. No es tan grande, pero no produce demasiada electricidad. Lo utilizamos solo para iluminar el área médica y hacer funcionar sus artefactos, además de darle energía a las escasas lámparas que iluminan los pasillos del subterráneo. Debido a que son pocas, nos vemos en la necesidad de recurrir a las velas, el fuego —cuyo humo sale por un sistema de ventilación que nos tomó un mes construir— o lámparas que dependan de baterías.
Una vez que Max es situado bajo las luces del cuarto, Hunter se apresura en pedirnos que salgamos y le permitamos a sus ayudantes y a él que hagan su trabajo. Como buen cabeza bruta que soy, me rehuso a salir de inmediato.
Ibrahim me toma de una mano.
—Por favor, David, salgamos de aquí —me ruega—. Solo estorbaremos.
Su agarre es sumamente incómodo, porque sé que Boris anda por ahí y, según me contaron, el pobre chico cree que hay algo más que amistad entre Ibrahim y yo. Por supuesto que es mentira, y es ridículo, pero que nos tomemos de la mano podría demostrar lo contrario. Sin embargo, no me alejo. Le permito llevarme fuera de la habitación a pesar de que quiero quedarme.
Apenas salimos, Ibrahim y yo nos encontramos con el ceño fruncido de su novio. Nos separamos al instante, él asustado y yo indiferente. No tengo tiempo ni cabeza para soportar los celos de un niñato inseguro. Ibrahim es mi amigo y puede reconfortarme todo lo que quiera. Lo necesito más que nunca.
Taurus cierra las extensas cortinas que sirven de puerta del ala médica, y en el fondo se lo agradezco. Ver cómo curan a Max, si es que logran hacerlo, me generará mucha más ansiedad que quedarme con la incertidumbre.
Ahora que tengo la posibilidad de detenerme sobre mis pies, rompo a llorar sin poder evitarlo. No me fijo demasiado en las personas que me rodean, pero sé que he provocado sorpresa en los presentes. Llorar es algo que no he hecho frente a mi nueva familia. Ni siquiera lloré cuando montamos un funeral improvisado para Aurelio, el hombre más longevo que hemos tenido entre nosotros, quien falleció al ser aplastado por un enorme trozo de concreto mientras hacíamos nuestro camino a este refugio. Esperé hasta que nos acomodamos en un edificio medio intacto en el que acampamos y me aseguré de que todos durmieran para llorar como correspondía.
Pasaron más de seis meses desde entonces. Llevo medio año en este lugar. Parece increíble que hayamos durado tanto sin ser descubiertos por criminales, y más increíble aún que no haya llorado en tanto tiempo. Ahora, no puedo detenerme.
Lloro desconsoladamente, y las piernas ni siquiera me responden como para huir. Estoy tan cansado física y mentalmente que ni siquiera tengo ánimos para evitar que la gente me vea derrumbarme.
Estoy a punto de caer al suelo debido al temblor de mis piernas, pero soy sostenido por alguien que ha envuelto sus brazos en mi cuerpo sin importar las consecuencias que nuestra cercanía podría provocar: Ibrahim.
Su abrazo logra intensificar mi llanto. Lo aferro con fuerza, desesperado por consuelo.
—Tranquilo, David —me susurra al oído—. No estarás solo.
Interpreto sus palabras como un "aunque Max muera, seguirás contando conmigo", y eso solo me hace sentir peor, porque él ya asume su muerte.
No me había dado cuenta de lo mucho que necesitaba un abrazo. Ibrahim y yo nos mantenemos unidos por al menos cinco minutos en los que lloro hasta quedar sin lágrimas.
Al recuperar la compostura, recuerdo que hay gente alrededor de nosotros. Taurus ya no sigue aquí, tampoco el escuadrón de defensa, pero sí hay varios miembros de la comunidad, entre ellos Boris, quien nos mira a Ibrahim y a mí con evidente molestia. Ni siquiera le afecta que Max esté al borde de la muerte. No sé en qué momento pudo agradarme.
—¿Qué no tienen nada mejor que hacer? —pregunto con desagrado a quienes siguen presentes a nuestro alrededor. Mi frialdad ha regresado—. ¡A trabajar, tenemos que movernos pronto!
Los fisgones obedecen y se alejan del ala médica. Ibrahim y Boris se quedan a mi lado y se nos une Sasha, miembro de Renacer a la que podría considerar una peculiar amiga. No es que seamos grandes amigos como tal, pero hemos tomado varias guardias juntos y tenemos un carácter parecido. Bueno, yo finjo tener uno. Ella es auténticamente fría, ruda y desagradable, o al menos lo es la mayor parte del tiempo. He descubierto que tiene un lado diferente —como cada ser humano—, pero sabe ocultarlo mucho mejor que yo. Por eso es que me agrada tanto.
—¿Cómo estás? —me pregunta, sonando menos agresiva que de costumbre. Casi podría decir que se oye preocupada—. Sé que Max está herido, pero no sé si a ti te hirieron o no.
La chica de piel morena y ojos penetrantes me recorre con la mirada como si quisiera cerciorarse de que no me falta ninguna parte.
—Estoy bien, Sasha —aseguro—. Solo estoy cansado. ¿Crees que podrías cubrirme mientras tomo una siesta? No quiero estar consciente para cuando Max... —No completo la frase por miedo a volver a llorar—. Quiero decir, necesito descansar antes de mudarnos.
Mi mención de una posible muerte de Max y de una mudanza genera pesar en los rostros de quienes siguen a mi lado.
—Claro. —Sasha se encoge de hombros, dejando atrás su repentina y casi imperceptible tristeza—. Creo que lo necesitas después de menudo llanto que has tenido. —Esboza una sonrisa burlona—. Casi inundas el refugio con tus lágrimas, bebito.
No me enfado, porque sé que solo intenta subirme el ánimo de la única manera que conoce, pero pongo los ojos en blanco de todas formas.
—No molestes, psicópata —espeto con rudeza y una sonrisa reprimida—. Trata de mantener tu culo a salvo mientras me tomo una merecida siesta. —Me alejo del ala médica.
—¿No te quedarás a ver si logran salvar a Max? —pregunta Ibrahim con algo de desilusión cuando avanzo unos cuantos pasos. Justo lo que no quería escuchar.
—Despiértenme si sobrevive —vocifero, sin voltearme y con una lágrima en la garganta—. Si no, déjenme dormir hasta el momento de partir.
A pesar de que no lo veo, puedo adivinar que Ibrahim está moviendo la cabeza como desaprobación. Sé que debería quedarme y esperar a saber qué pasará con Max, pero no puedo soportar más presión. Necesito alejarme de la gente unos minutos. La siesta no es más que una excusa, porque no seré capaz de dormir con mi mejor amigo al borde de la muerte, pero prefiero estar a solas en mi tienda de campaña en vez de deambular de un lado a otro fuera del ala médica aumentando mi dolor con el de los demás.
Casi puedo palpar en mis manos la decepción de Ibrahim. No sé por qué me importa tanto lo que piense de mí. ¿Por qué lo abracé de todas formas? Había más gente a mi alrededor. Hasta podría haber buscado consuelo en Taurus, quien se ha convertido en una suerte de padre para mí. Entonces, ¿por qué Ibrahim? No tengo idea. Supongo que se debe a que me recuerda mucho a Aaron, y lo que más deseo es un abrazo del hombre que no he sido capaz de olvidar.
A mi preocupación por Max se le suman los recuerdos de Aaron, como si mi propia mente me saboteara y no quisiera darme un respiro. Me inunda la melancolía mientras me desplazo por los pasillos del refugio. Paso junto al largo comedor, la improvisada escuela para los cinco niños del refugio y por decenas de habitaciones en las que sus moradores guardan las pocas pertenencias que nuestra vida de fugitivos les permite poseer. Se supone que la destrucción sería un beneficio para ellos, pero solo ha sido peor. Siguen viviendo entre el peligro.
Quizá se debe al karma. Todos los que estamos aquí tenemos algo por lo que pagar. Nadie está excento de errores, solo los niños, quienes son víctimas de los errores de sus padres.
Llego a la zona más aislada del subterráneo, lugar donde suelo dejar mi tienda de campaña. Ingreso en ella y me desplomo sobre los cartones y el saco de dormir que utilizo como cama. No he dormido cómodamente desde hace mucho tiempo. Dormir sobre el suelo me ha provocado dolores de espalda permanentes, pero estos no son nada comparados con el dolor que siento en la mente y en el corazón. Me siento tan exhausto en todos los sentidos que perfectamente podría dormir un par de horas aunque Max esté tan cerca de la muerte y nuestra comunidad tan cerca del peligro.
Me entrego al cansancio y caigo dormido. Apenas he iniciado otro maravilloso pero doloroso sueño con Aaron cuando oigo que alguien llama mi nombre con tal urgencia que me quita el sueño. No sé si agradecer o no la interrupción.
—¡David! —grita alguien desde la entrada a la tienda. Es Ibrahim—. ¡Tienes que levantarte!
—¿Qué rayos pasa? —pregunto, malhumorado y alarmado. Me aterra que venga a informarme que Max ha fallecido.
—¡Alguien ha atravesado la barricada! —informa Ibrahim, aliviándome y preocupándome al mismo tiempo.
La ira se esparce dentro de mí. Sin duda, ese alguien tiene que ver con las personas que hirieron a Max.
—¿Solo uno? —le pregunto a Ibrahim mientras tomo un arma que suelo dejar en un rincón de la tienda. La somnolencia desaparece.
—Solo uno. —Ibrahim me dirige una mirada cargada de inquietud—. Ten cuidado, por favor.
Le asiento y me dirijo hacia la salida en zancadas furiosas. Taurus intenta detenerme antes de salir.
—Solo es una persona por ahora —me dice—, pero podrían ser más. Esperemos a ver cuántas aparecen y luego vemos qué...
Ni siquiera termino de escucharlo antes de pasar en medio de cada persona que intenta detenerme. La furia se ha convertido en fuego y este quema cada una de mis células. Necesito vengar la inminente muerte de Max.
—¡Quítense! —les exijo a todos los que bloquean mi camino hacia el exterior al final de las escaleras. Al ver que no se mueven, les apunto con mi arma. Ellos miran a mis espaldas, quizá buscando aprobación de Taurus, y se apartan al obtenerla.
Salgo fuera del refugio con el corazón ardiendo como lava. No pienso en nada racional en este momento, ni siquiera en que podría morir exponiéndome de esta forma. La rabia me domina.
Atravieso los laberintos de escombros con el arma en alto mientras miro en todas direcciones en busca de mi nueva víctima mortal. No me demoro tanto en llegar hasta ella, o más bien, hasta él. Es solo un muchacho sucio y desnutrido que me recuerda a Boris cuando lo encontramos, con la diferencia de que este es menor.
Estoy a punto de dispararle, pero me detengo al notar que su rostro luce extrañamente familiar.
—Hazlo —me pide con rudeza—. Ya estoy muerto por dentro.
Su voz me lo confirma: es Jacob, el hermano menor de Aaron.
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