13. Alicia - "Un reencuentro y un adiós" (Tercera parte)

Carlos, Marjorie y William se fueron a la base en un aeromóvil que escondieron bajo la colina mucho antes de que yo llegara. Se ofrecieron a llevarme, pero preferí caminar. No es tanta la distancia desde la colina de los abetos a mi departamento en Libertad, y una caminata nocturna es justo lo que necesito para pensar cómo enfrentar a quien pronto tendré que decirle adiós: Thomas.

Las lágrimas caen por mi rostro en mi camino a casa. No es por miedo, sino por una auténtica tristeza. No había dimensionado todo el cariño que siento por Thomas. Él fue todo lo que tuve hasta antes de reencontrarme con Carlos. Mis ratos libres consistían en pasarlos a su lado, las pocas risas que emití en el último año fueron provocadas por él y la mayoría de los momentos en los que me sentí segura fueron en su compañía.

No sé qué será de mí sin su contención, pero no puedo seguir a su lado por mucho tiempo, porque mi lugar en la Cúpula ya no es de importancia. Si mantuve el puesto y la farsa de Doménica fue solo porque no quería separarme de Aaron. Ahora que existe un modo de recuperarlo, mis días como asistente de Thomas están contados.

La única opción que nos queda es que se convierta en un rebelde, pero sé que no quiere serlo. Lamentablemente, nuestra amistad llegará a su fin, porque prefiero eso a alimentar sus esperanzas de que volveremos a vernos cuando ambos sabremos que no pasará.

No lloraba de esta forma desde que me enteré de la supuesta muerte de Aaron. Me duele pensar que ya no estaré cerca de Thomas. Me duele pensar que extrañaré sus abrazos, sus sonrisas en días grises y sus bromas en momentos serios. Creí que no seríamos capaces de ser amigos después de que me traicionara hace poco más de un año, pero logré perdonarlo, así como él logró colarse en mi vida y volverse importante para mí.

Atravieso por completo la carretera que conecta Athenia y Libertad hasta adentrarme en la capital. Es casi la una de la madrugada; el toque de queda inició hace horas. Estoy acostumbrada a evadir a las patrullas protectoras, pero de igual modo soy precavida al hacer mi camino hacia el edificio de departamentos en el que vivo.

Una vez que llego a casa, lo primero que hago es encender la luz y mirar el suelo en busca de alguna otra nota: no hay nada. Tenía la absurda ilusión de que Max podría aparecer solo porque Carlos lo hizo. No nos quedará más que salir a buscarlo.

Voy por un vaso de agua y luego me desplomo sobre el sofá de la estancia. Acto seguido, saco mi teléfono móvil de un bolsillo y le envío un mensaje a Thomas.

"¿Estás despierto?" le pregunto.

"Tengo problemas para dormir" responde en cuestión de segundos. "¿Qué haces despierta?".

"Necesito hablar contigo. ¿Podemos vernos?".

"Sabes que siempre estaré disponible para ti" responde como confirmación.

No puedo evitar sentirme culpable. Thomas es demasiado bueno conmigo como para que yo lo abandone sin más. Ha cometido errores, pero no merece un golpe tan duro como aquel. Me repito una y otra vez que es necesario y que lo mejor para ambos será alejarnos. Tarde o temprano mi identidad será descubierta y su rol de futuro gobernador no servirá de nada; su destino sería tan fatal como el mío. Lo mejor será que aprenda a vivir sin mí.

"¿En tu departamento o en el mío?" inquiere ante mi falta de respuesta.

"El tuyo" decido. Será más cómodo para él.

"Te espero, guapa. Wallace irá por ti".

Le envío un "ok" y me dirijo al baño para intentar cubrir con maquillaje mi rostro hinchado y destruido. No quiero que Thomas se sienta peor viéndome de esta manera. Cuanto más fría y despiadada me muestre, más fácil será para él despreciarme por dejarlo. Puede que, si lo trato lo suficientemente mal esta noche, desista de su amor por mí y me olvide con rapidez.

Maldita sea, siento asco de mí misma. ¿Realmente estoy dispuesta a romperle el corazón solo porque quiero que sufra menos con el tiempo? ¿Realmente quiero que me recuerde con rencor y no con el cariño que nos tenemos?

No. No puedo hacerle eso. No puedo hacer que sus últimos recuerdos sobre mí sean negativos. Tengo que despedirme de la mejor forma posible y así, con el tiempo, entenderá que solo quiero su bien.

Me concentro en arreglarme para dejar de lado mis inquietudes. El tiempo pasa volando cuando siento el timbre de mi puerta.

Voy a abrirla. Wallace, el guardaespaldas de confianza de Thomas, ya está aquí y ni siquiera alcancé a lucir decente.

—Buenas noches, señorita Doménica —saluda—. ¿Está lista?

—No —admito—. ¿Podrías esperar unos minutos? Puedes entrar si quieres.

—No se moleste, estaré afuera. —Hace una exagerada reverencia que me saca una sonrisa y se va de regreso al elevador.

Por mi parte, voy de vuelta a mi habitación y me acerco al armario. Si esta será mi última noche junto a Thomas, me aseguraré de verme bien. Necesito demostrar que me importa tanto como yo a él.

Me pongo un vestido color crema que me hace lucir elegante. No me gustan los vestidos, no después de lo sucedido aquella vez que usé un vestido rojo que cambió mi vida hace unos años, pero una noche especial amerita una tenida especial. Me pongo también un par de aretes que el mismo Thomas me regaló, además de un collar que Ariel, mi padre biológico, me obsequió durante mi corta estancia en Sudamérica. Me veo muy bonita y diferente para el que será un recuerdo triste y doloroso.

Demoro mucho en estar lista. Para cuando salgo del edificio y me aproximo al aeromóvil estacionado afuera, descubro que Wallace se ha quedado dormido sobre el asiento del piloto. No le preocupa ser visto por alguna patrulla protectora, pues tiene inmunidad al trabajar para Thomas. Se supone que yo también la tengo, pero una joven sola en medio de la noche levantaría más sospechas que un chófer de unos cuarenta y tantos años.

Toco la ventanilla de la puerta del copiloto para despertar a Wallace. Él se sobresalta y se apresura a salir para abrirme.

—No es necesario que salgas a abrirme la puerta —le digo.

Él me mira de pies a cabeza y alza las cejas.

—Se ve fantástica, señorita Do-doménica —adula, nervioso.

—Gracias, supongo. —Me río—. Vámonos; Thomas debe estar a punto de dormirse de tanto esperar.

—Oh, claro, claro, vamos. —Me echo a reír otra vez al ver lo rápido que se mueve.

Nos elevamos en las alturas de Libertad. Reprimo como puedo la tristeza. Cada metro recorrido me acerca más y más a la despedida de Thomas.

Llegamos tan rápido a su edificio que ni siquiera tengo tiempo de seguir pensando. Wallace aterriza en la azotea de la construcción, a la cual solo Thomas tiene acceso, pues es el propietario de todas las plantas superiores.

Una vez que bajamos del aeromóvil, Wallace y yo nos dirigimos a la puerta que conduce a la escalera de descenso. Hay un mecanismo de seguridad muy sofisticado, el cual se desactiva automáticamente al ver a quienes se hallan enfrente a través de cámaras. Tanto Wallace y yo fuimos registrados por Thomas como personas de confianza para el mecanismo.

Wallace y yo descendemos y nos acercamos a la puerta de entrada al departamento de Thomas. Soy yo quien toca el timbre, y en cosa de segundos la puerta es abierta.

Cuando me ve, Thomas muestra el mismo asombro que Wallace, solo que el suyo es acompañado de una sonrisa.

—Oh, Doménica... —musita, encandilado—. Te ves hermosa.

Me arden las mejillas.

—Tenía ganas de arreglarme un poco —miento. La sonrisa de Thomas me destroza el corazón.

—Puedes ir a dormir, Wallace —le dice Thomas—. Estaremos bien.

Wallace se despide y se dirige al departamento de abajo, el que también le pertenece a Thomas y el que sus guardaespaldas utilizan para pernoctar cuando él duerme aquí y no en casa de sus padres, situada en Athenia. Es irónico pensar que Thomas y yo fuimos vecinos y nunca imaginamos que algún día nos volveríamos amigos. Ni siquiera cuando era la prometida de Carlos me acerqué a él para algo más que un saludo formal.

—¿No me invitarás a pasar? —le pregunto. Él sigue absorto en mi aspecto.

—Oh, claro, pasa, pasa. —Se rasca la cabeza—. Insisto, te ves hermosa. Debiste decirme que vendrías de esta forma, así me habría vestido bien.

Él viste unos jeans oscuros, una playera negra y zapatos comunes y corrientes. Me gusta cuando se pone prendas diferentes a los trajes extremadamente formales que utiliza en la Cúpula.

—Créeme, prefiero verte así —admito, un tanto avergonzada.

No sé qué me pasa esta noche. Siempre soy segura de mí misma cuando se trata de Thomas. No es la primera vez que me ve usando vestidos, así que mi nerviosismo no se debe a mi atuendo. ¿Es porque voy a separarme de él o hay algo más tras mi comportamiento?

Thomas y yo ingresamos y mi pesar regresa de golpe. Él no sabe lo que sé. Debería decírselo de una vez, pero no logro hablar. Me quedo mirándolo como si fuera a esfumarse de un segundo a otro, y mis ojos vuelven a cristalizarse por milésima vez a lo largo de la noche.

—¿Qué sucede, Alicia? —pregunta, llamándome por mi nombre real ahora que estamos solos y a salvo—. ¿Te pasa algo?

Me limito a abrazarlo.

—¿Estás bien? —Acaricia mi cabello para reconfortarme. Me enternece su preocupación, pero me duele al mismo tiempo—. ¿Hay algo de lo que deba enterarme?

—No estoy bien —admito, a punto de llorar—. Y no, no ha pasado nada —miento—. Ya sabes, lo que pasó con Aaron me dejó muy descolocada. —Lo cual es verdad, pero no mi mayor preocupación en este instante.

—Dímelo a mí —resopla Thomas sobre mi hombro. Su abrazo es cálido—. Intenté dormir antes de que me mensajearas, pero no pude hacerlo. No dejo de pensar que, de no haber sido porque estabas ahí, él me habría matado.

Un nuevo nivel de miedo florece en mis adentros. Me planteé la posibilidad de dejarlo atrás, pero no de que muriera. ¿Y si no podemos salvar a Aaron y él insiste en herir a Thomas? ¿Y si lo culpa de mi distanciamiento?

¿Y si lo mata?

—¿Por qué estás temblando? —pregunta Thomas. Ni siquiera me di cuenta de que comencé a tiritar—. Alicia, dime qué te pasa, por favor.

—Tengo miedo —respondo—. No quiero que nada malo te suceda.

Tengo mi frente sobre su hombro, por lo que no puedo ver su reacción. No obstante, sé que está sonriendo.

—No me pasará nada —promete—. Además, tengo a la mujer más fuerte del mundo como mi mano derecha. ¿Quién podría herirme?

No puedo evitar reír y que unas cuantas lágrimas escapen de mis ojos. Levanto la cabeza para mirarlo: su sonrisa infunde paz.

—Te quiero, Thomas —confieso por primera vez.

—Y yo te amo, Alicia. —Sostiene mi mirada.

Miro hacia el suelo, cada segundo más destruida. No le digo nada, solo vuelvo a abrazarlo. Desearía poder partirme en dos y que una parte de mí quiera a Thomas tanto como a Max.

—¿Quieres comer algo? —inquiere durante el abrazo.

La verdad es que muero de hambre. No he comido nada desde la mañana.

—Me vendría bien algo prohibido —susurro.

Él se separa y me mira con rostro sugerente.

—Me refiero a alimentos prohibidos. —Pongo los ojos en blanco y me río, dejando a un lado la melancolía.

—Si quieres comerme, solo tienes que admitirlo. —Enarca una ceja y esboza una sonrisa petulante—. Es broma. Tengo algo que te encantará.

Él me lleva a su cocina. Se asegura de cerrar bien la cortina de la ventana a pesar de que nos hallamos a muchos metros de altura. Se acerca a la nevera y saca un pastel de chocolate que luce muy apetitoso.

—Wooow. —Se me hace agua la boca—. ¿De dónde sacaste esta delicia? —Hablo en voz baja por costumbre. Estamos más seguros aquí que en cualquier otro lugar del Nuevo Arkos, pero no puedo evitar ser precavida.

—Un mago nunca revela sus secretos. —Thomas alza el mentón con la falsa arrogancia que tanto me encanta—. ¿Qué dices de comer pastel en otro continente?

—¿Qué? —Frunzo el ceño—. ¿De qué hablas?

Él saca algo de un bolsillo: una venda.

—¿Confías en mí? —inquiere con voz íntima.

—Claro que sí —respondo, un poco nerviosa—. ¿Qué pretendes?

—Solo quiero darte una sorpresa —dice como un niño entusiasmado—. ¿Me dejas vendarte los ojos? No iremos lejos.

Acepto solo porque esta es nuestra última noche juntos.

Thomas me pide que me dé la vuelta para ponerme la venda. Es inevitable sentir un cosquilleo en el estómago ante lo inusual de este momento.

—Te juro que, si esto acaba mal, voy a quebrar cada uno de tus huesos —amenazo.

—Tranquila, salvaje, te gustará. —Adivino que sonríe.

Me conduce a oscuras por su casa. Caminamos unos metros más allá de la cocina y escucho el abrir de una puerta.

—Entra —me pide.

—¿Planeas encerrarme o algo así? —pregunto, siempre desconfiada.

—No seas ridícula. —Se ríe—. Solo entra.

—Thomas, esto no me gusta nada. —Sueno asustada.

—Dijiste que confiabas en mí.

—Y es cierto, pero no me gustan las sorpresas.

—Como quieras, quítate la venda —dice, hastiado.

Lo hago. Al aclarar mi visión, me doy cuenta de que más allá de la puerta hay un suelo cubierto de césped y, en lo alto, un cielo plagado de estrellas con una hermosa aurora boreal de un montón de colores.

—¿Encerrarte? —se burla Thomas, ceñudo—. ¿En serio?

—¿Qué es esto? —inquiero, aunque sé la respuesta.

—Mandé a instalar una cámara de realidad virtual esta mañana —responde con una sonrisa—. Hace un tiempo me dijiste que extrañabas los cielos estrellados de Sudamérica, así que ordené uno especialmente para ti. No se compara con la belleza de aquellos que viste más allá de Arkos, pero es mejor que nada.

—Me encanta, Thomas. —Se me quiebra la voz—. Gracias.

Nuevamente acuden las ganas de llorar. Él es muy bueno para este mundo. Ante los ojos de los demás es una bestia despiadada, mientras que en los míos es un joven sensible y solitario que solo necesita un poco de amor. Realmente deseo que encuentre a una chica que le entregue todo lo que yo no puedo darle.

—Bueno, ¿entramos? —Señala el interior con una mano—. El efecto es mucho más realista si cerramos la puerta. —Se ríe.

Ingresamos en la habitación y nos transportamos a otro mundo. La brisa artificial es demasiado fresca, pero me da igual. Solamente quiero disfrutar las que serían mis últimas horas con quien se convirtió en una de las personas más importantes para mí en el último tiempo.

Nos sentamos sobre el suelo en el centro de la habitación. Si bien el césped es sintético, este se siente muy real. El ambiente me recuerda mucho a Sudamérica. Sin duda, Thomas sabe cómo sorprenderme.

—¿Me dirás qué te sucede? —pregunta, buscando mis ojos esquivos.

—Estoy bien —insisto, cabizbaja—. Me siento un poco cansada, solo eso.

—Te conozco, Alicia. —Toma una de mis manos—. Sé que hay algo detrás de tu tristeza. Entiendo si no quieres decirme, pero sabes que puedes contar conmigo para lo que sea, ¿no?

—¿Comemos? —Evado su curiosidad—. Tengo mucha hambre.

Él se limita a sonreír y se pone de pie para ir en busca de la comida. En su espera, muerdo mi labio inferior con fuerza y cierro los ojos con la misma intensidad para espantar las ganas de derrumbarme. No quiero perderlo. De verdad que no.

Cuando Thomas regresa, finjo mi mejor sonrisa. Él trae una canasta en sus manos, la que está llena de aperitivos, incluyendo el pastel.

—Tenías todo planeado, ¿eh? —Emito una risa natural.

—Te he visto muy tensa últimamente —dice mientras se sienta—. Quería endulzarte la vida.

Quiero acercarme a él y abrazarlo con toda la fuerza que pueda. Nunca imaginé que me dolería tanto la idea de distanciarnos.

—Joder, Alicia, ¿me dirás qué demonios te pasa? —inquiere con frustración. Al parecer, la melancolía ha vuelto a ser evidente en mi mirada.

—Ya te dije que estoy bien...

—Y una mierda. —Se enseria—. Puedo leerte como un libro abierto, y sé que hay algo que no quieres decir. ¿De qué se trata? ¿Alguien te hizo daño? ¿Aaron intentó herirte? Porque si fue así, juro que lo mataré aunque haya sido tu mejor amigo, no permitiré que...

—¡Oye! No es eso —corto—. Y no te atrevas a herir a Aaron. Ya sabes que no es su culpa actuar de esa manera.

—Y tú sabes que no lo decía en serio. —Rueda los ojos—. Vamos, dime qué sucede. Sé que no estás bien y que no...

Antes de que pueda seguir, me dejo llevar por la locura y la necesidad de sentirlo cerca una última vez y llevo mis labios a los suyos.

Él se asombra tanto que se queda callado y no responde de inmediato a mi movimiento. Pasan varios segundos antes de que tome mi cuerpo entre sus manos y entregue la misma pasión que yo.

No debería besarlo, no antes de la despedida, pero no puedo controlarme. Después de todo, soy humana. Tengo derecho a cometer errores y a no pensar con la cabeza. Es un beso indebido y doloroso, pero la forma perfecta de sellar nuestro adiós.

Mi cuerpo responde al contacto de Thomas. En cosa de segundos, la temperatura de la cámara parece aumentar y el mundo reducirse a nada más que esta habitación. Mentiría si dijera que Thomas no besa bien, porque la verdad es que puede llevarte a otro planeta con solo rozar sus labios en los tuyos.

—Te amo, Alicia —repite una vez más sobre mis labios—. Siempre lo haré.

Me tritura el corazón otra vez, pero no lo suficiente como para detenerme.

Él me recuesta sobre el césped sintético. Sus manos empiezan a recorrer mi cuerpo sin que yo se lo pida, y no tengo intenciones de pararlo. El razonamiento me pide a gritos acabar esto, mientras que el dolor agradece la distracción, y no puedo negar que me está gustando mucho. Thomas, por su parte, está muy excitado, pero sé que hay más que placer en cada uno de sus movimientos. Él me besa y me acaricia como si yo fuera una delicada flor que no quiere estropear con su torpeza.

Sus labios descienden por mi cuello hasta llegar a mis senos. Cada beso es más suave pero ardiente que el anterior. Estoy a poco de rogarle que me haga suya, que deje un recuerdo en cada trozo de mi piel y que marque su nombre en mi corazón, y estoy tan extasiada que no pienso en nada más que en él.

Dejo atrás la pena y los predicamentos y me dispongo a quitarle la playera. Una vez que dejo su pecho al desnudo, lo recuesto sobre el césped y beso la piel de su torso hasta descender hacia el ombligo y, tras alcanzar su cinturón, me preparo para quitárselo.

—Espera, Ali —jadea—. No quiero ir tan rápido. Tenemos toda la noche.

—¿Qué? —También estoy jadeando—. Vamos, nunca quieres esperar.

—Y tú nunca quieres ir con tanta rapidez —replica, ceñudo.

Mi nerviosismo y mi falta de respuesta me delatan.

—Vas a decirme en este instante qué está pasando —exige Thomas, incorporándose.

—Ya te dije que no pasa nada —insisto en mentir.

Él se acerca y toma mi cara entre sus manos. Su mirada pasa de severa a dulce.

—Alicia, puedes contarme cualquier cosa que quieras. —Su voz es tranquilizadora—. No soy muy bueno resolviendo problemas, pero estoy aquí para lo que sea que suceda.

Soy incapaz de controlar las lágrimas. No puedo seguir con esto.

—Me voy —confieso entre sollozos.

—Por favor, no te vayas sin decirme qué te pasa.

—Me voy —insisto—. Me voy, Thomas. Iré en busca de Max y los demás en las zonas destruidas. —Ya no puedo dejar de hablar—. Finalmente existe la oportunidad de ir más allá de los límites del Nuevo Arkos, y voy a tomarla.

—¿De qué hablas? —El pánico es notorio en su rostro—. ¿De qué oportunidad hablas?

—Hace horas me reuní con rebeldes de Sudamérica que lograron entrar al país —cuento, sin mencionar que uno de ellos se trata de Carlos. No quiero arriesgarme a que Abraham se entere de que su verdadero hijo está aquí—. Saben cómo entrar y salir sin correr tanto peligro, y quieren llevarme con ellos.

—Eso es absurdo. —Thomas suena desesperado—. Sabes que es imposible ir al Viejo Arkos sin morir en el intento. —Sus ojos se cristalizan—. No puedes irte, Alicia. No sé qué será de mí. No puedes irte, por favor, no puedes irte, no puedes irte... —Se le quiebra la voz.

—Lo siento, pero sabes que haría cualquier cosa por recuperar a los demás. —Me duele decirlo.

—¿Qué hay de Aaron? —Su desesperación me está matando—. ¿Qué hay de tu familia? —Hace una pausa en la que se pone a llorar—. ¿Qué hay de mí?

Ambos estamos llorando ahora. Junto mi frente a la suya y llevo mis manos a su rostro para limpiar sus lágrimas.

—Perdóname, por favor —suplico—. Sabes que lo mejor será que no te involucres en esto. Mi familia estará bien; ni siquiera saben que sigo con vida. En cuanto a Aaron, no me he olvidado de él. También hay una forma de salvarlo, pero primero debo ir por David. Lo necesitamos aquí si queremos traer al Aaron de antes.

—¿Qué hay de mí? —insiste—. ¿No te importo? ¿No valgo nada para ti?

—Sí que me importas, pero mis amigos me necesitan. Tú estarás bien, Thomas. Ellos, probablemente, no lo están. Puedes seguir sin mí si te lo propones, ya verás que...

—¡No! —Su grito y llanto son desgarradores—. ¡No quiero estar sin ti, Alicia! ¿De qué me servirá vivir si no es contigo? ¿De qué servirá estar a salvo si no es a tu lado? —Acerca su rostro al mío y toma mis manos para suplicar—: Llévame contigo, Ali. Prometo no dar problemas y protegerte como nadie. Por favor, llévame contigo, llévame contigo, llévame contigo...

—No puedo. Los rebeldes nunca te aceptarían entre ellos, y tú tampoco quieres ser aceptado.

—¡Me volveré el rebelde más peligroso del mundo con tal de estar a tu lado! —Vuelve a tomar mi cara entre sus manos—. Por favor, Ali, déjame acompañarte. Haría de todo con tal de estar junto a ti.

No puedo prolongarlo más. Tiene que entender que lo mejor para él y para todos es que se mantenga alejado de los planes de Eternidad. Susan no permitiría que su exprometido formara parte de los rebeldes y, si fue capaz de lograr que yo dejara de ser bienvenida entre ellos, puede hacer mucho más. No quiero ni pensar en la idea de Thomas siendo herido por los propios rebeldes o por su padre si es que llega a ser atrapado.

—¡Basta, Thomas! —Alejo mi rostro de su agarre, dispuesta a herirlo como última opción—. ¡No puedes venir conmigo! ¿Qué no entiendes que nunca te amaré? ¿Acaso no te das cuenta de que nunca podrás reemplazar a Max? —Me odio a mí misma por decir esto, pero ya no tengo alternativa—. ¡Jamás amaría a alguien como tú!

Si una expresión facial pudiera matar, la suya sería capaz de aniquilar a todo el mundo. Nunca vi tanto dolor en los ojos de una persona.

—Sigues siendo una mala persona, Thomas. —Mi boca sabe agria—. Búscame cuando cambies.

Siento asco de mí misma. No hay forma de que esto sea bueno, pero ya no puedo dar marcha atrás.

Puedo jurar que él se siente mil veces peor de lo que yo me siento. Me ha querido y cuidado durante meses, mientras que yo solo lo he rechazado y ahora le he roto el corazón, quizá, de forma irreparable. Espero que algún día entienda que hago esto por su bien. Solo quiero su seguridad, algo que no tendrá huyendo conmigo.

En cuestión de segundos, su pesar se convierte en ira.

—Lárgate —exige entre dientes.

—Lo siento —susurro, destrozada.

—¡¡¡Lárgate!!! —Se pone de pie hecho una furia y me agarra de un brazo para levantarme—. ¡Vete al viejo Arkos, al fin del mundo o a la mierda! ¡No quiero volver a verte!

Sé que no lo dice en serio, pero me aterra pensar que sí.

Corro hacia la puerta y me detengo al escuchar un grito colérico a mis espaldas. Me giro y observo cómo Thomas se agacha junto a la canasta y destroza cada una de las cosas que puso en su interior, incluyendo el hermoso pastel de chocolate que ni siquiera probé.

—¡¡¡Vete!!! —insiste, poniéndose de pie—. ¡¡¡No vuelvas a aparecer en mi puta vida!!!

Salgo corriendo de la habitación por miedo a que venga por mí, y también por temor a arrepentirme de lo que estoy haciendo.

Este, por desgracia, es nuestro adiós.




* * *




No sé ustedes, pero yo no sé qué sentir ;-; me emocioné mucho escribiendo estos capítulos. Espero que los hayan disfrutado tanto como yo ❤

Les tengo una buena (y una triste) noticia: ya llegamos a la mitad de la historia. Lo crean o no, han leído más de 50.000 palabras de Renacidos :'D parece que fuera mucho menos, pero se debe a que los capítulos de esta novela son más largos que los de las anteriores. Ni se darán cuenta cuando el libro llegue a su fin :'c

PD: el próximo capítulo será narrado por David. Finalmente sabrán qué pasó con los que quedaron del otro lado. ¿Preparados?

¡Abrazos virtuales!

Ah, y por último (pero no menos importante :u) así es como se supone que luce la cámara de realidad virtual con el paisaje de la aurora boreal. ❤ Hermoso, ¿no creen?


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