10. Aaron - "El baúl de los recuerdos" (Tercera parte)

Despierto en un lugar completamente oscuro y silencioso. No siento frío ni calor; es como si me encontrara en medio de una tétrica y penumbrosa nada. No recuerdo cómo ni por qué acabé aquí. ¿Dónde estaba? ¿Cómo llegué? ¿Qué hacía antes de dormir?

Me froto los ojos en un ridículo intento de comprobar si no he quedado ciego. Al abrirlos nuevamente, vislumbro una esfera de luz ubicada no muy lejos de donde estoy parado. Decido ir hacia ella. Ni siquiera puedo ver mi propio cuerpo; camino con mucho cuidado. Podría encontrarme en el borde de un acantilado y no lo sabría debido a la densa oscuridad.

—¿Hola? —vocifero al caminar. Siento el estómago apretado a causa de los nervios—. ¿Alguien me escucha?

No recibo respuesta. Mis pasos no hacen sonido alguno. No oigo nada más que mi respiración.

Llego a la luz. Levanto una mano hacia ella para tocarla y ver qué sucede. Esta me quema como si de fuego se tratase, por lo que me alejo de inmediato.

—¡Mierda! —Me quejo. Agito mi mano para disipar el dolor.

Apenas toco la luz, muchas otras se encienden a mi alrededor, luego se extienden hasta convertirse en pantallas holográficas suspendidas en el aire.

Miro con precisión las pantallas y me doy cuenta de que muchas exhiben imágenes. Una de ellas se alza hacia lo más alto del lugar y se agranda hasta volverse inmensa. Una frase aparece en ella:

"ZONA DE RECUERDOS INACCESIBLES".

Recuerdo todo de golpe. Mis sueños indebidos con David. Mi visita al despacho de Heinns. El intento involuntario de asesinato a Tyler, hijo de mi psiquiatra. La regresión.

La regresión...

Mierda, estoy dentro de mi propio cerebro.

Pensarlo me emociona y me aterra al mismo tiempo. ¿Quién sabe qué clase de cosas horrorosas encontraré aquí? Puede que me tope con mis peores pesadillas y los recuerdos bloqueados del abuso que viví por parte de David. Lo que menos necesito es recordar en detalle todas las barbaridades que me hizo.

Una voz resuena desde alguna parte, sobresaltándome.

—Bienvenido a la zona más recóndita y secreta de tu cerebro, Aaron. —Reconozco la voz de Heinns. Se oye como si hablara a través de un micrófono—. Las pantallas que ves por aquí son aquellos recuerdos que se encuentran bloqueados en tu mente, cuyas fechas corresponden a no más de tres o cuatro años. Como dije antes, a medida que avances por la zona encontrarás recuerdos más antiguos o más recientes. Para elegir qué recuerdo ver solo debes acercarte a la pantalla que tenga la vista previa que más te llame la atención y tocarla. ¿Alguna pregunta?

—¿Por qué tengo recuerdos bloqueados? —inquiero, confundido—. ¿En qué me ayudará verlos? ¡Quiero olvidar la imagen falsa de David, no recordar mi pasado!

—Hurga en tus recuerdos y encontrarás las respuestas a tus preguntas —responde Heinns—. No me creerías si te las dijera; necesitas descubrirlas por ti mismo. Te deseo suerte.

—¡Espere, tengo más preguntas! —grito, pero no oigo nada más de su parte—. ¿Heinns? ¿¡Heinns? ¡¡¡Imbécil!!!

Resoplo, frustrado. No entiendo en qué mierda me ayudará ver recuerdos que olvidé.

Como sea, me dispongo a caminar por el lugar. Me acerco a la pantalla más cercana y examino la vista previa. Todo luce como si hubiera sido grabado con mis ojos.

Veo un pasillo. De pronto, David aparece a mi lado junto a otras personas que no reconozco.

Retrocedo por instinto. ¿Qué rayos es eso? ¿En qué momento de mi vida estuve con David en otro lugar que no fuese mi habitación de la infancia y el cuarto del hospital psiquiátrico? No hay forma de que lo que se aprecia en la vista previa sea un recuerdo...

¿O sí?

Vencido por la curiosidad, decido tocar la pantalla.

Todo se va a negro nuevamente.


* * *


Estoy caminando por un pasillo del refugio de Amanecer junto a Alicia, Max, William, Kora, Isabel, Ibrahim y David. Todos llevamos canastas en nuestras manos, y todos —menos William, como siempre— reímos a causa de una estúpida anécdota contada por Ibrahim, quien es especialista en quedar en ridículo.

—¿No puedes pasar más de un minuto sin avergonzarte a ti mismo? —le pregunto entre risas con toda la intención de molestarlo.

—Hay momentos en los que soy completamente serio —responde Ibrahim con una sonrisa pícara—. Ve a mi habitación a la medianoche y te lo demostraré.

—¡Alto ahí, idiota! —exige David, enojado—. ¡Te dije que no volvieras a coquetearle así!

No puedo evitar reír. David e Ibrahim se tratan como el perro y el gato. Ni porque haremos un importante viaje a Sudamérica en cuestión de días logran llevarse bien.

—¿Y qué si le coqueteo? —pregunta Ibrahim en tono desafiante—. A Aaron no le molesta, ¿o sí? —Me guiña un ojo.

—No me molesta —corrijo—: me repugna.

—No dirías lo mismo si estuviéramos desnudos en la misma cam...

—¡Ya cállate! —David le da un golpe en el brazo—. Recuerda que solo estoy enfermo, no muerto. Aún puedo darte una paliza.

Todos nos incomodamos tras oír sobre la enfermedad de David. Su dolencia me ha quitado el sueño durante semanas. Cada día que pasa siento más y más miedo de perderlo por culpa del Stevens.

Por suerte, nos salvamos de la incomodidad y la tristeza al llegar a nuestro destino: una de las cámaras virtuales del refugio.

—¿Listos para el viaje más emocionante de sus vidas? —pregunta Max, imitando a Edward de forma burlesca.

—¡Sí, capitán, estamos listos! —gritamos todos al unísono, parodiando aquellas caricaturas animadas preguerra que David tanto ama.

Max abre la puerta de la cámara. Dentro no hay más que oscuridad, la que pronto se convertirá en un paisaje tan real como irreal al mismo tiempo.

—Adelante, hermosa —le dice Max a Alicia cuando ella pasa junto a él.

—Qué galán —le dice mi amiga en tono muy sugerente. Me alegra verlos tan felices.

Todos acabamos entrando a la cámara. Una tenue luz se enciende en las alturas. Max se acerca a un mueble de cristal ubicado junto a la puerta, sobre el que se halla el control que enciende las pantallas y selecciona la simulación.

—Y bien, ¿dónde quieren ir? —inquiere Max en voz alta.

—¡Al México preguerra! —sugiere Kora, animada. Le fascina la cultura mexicana.

—¡Vamos a algún claro bajo las estrellas! —interviene Ibrahim, tan entusiasmado como Kora.

—¡Nooooo, yo quiero ir a algún castillo de la edad media! —vocifera Isabel—. Lo siento, bebé —le dice a Kora con una sonrisa.

—Déjense de tonterías, ¡vamos a la antigua Roma! —exige William, sorprendentemente participativo. Se ha vuelto un poco más dócil en las últimas semanas. No lo suficiente como para ser amigable, pero sí para no ser tan insoportable la mayor parte del tiempo.

—¿Qué hay de ti, preciosa? —le pregunta Max a Alicia—. ¿Adónde quieres ir?

—No tengo idea. —Se ríe—. Iré a dondequiera que vayan, como siempre.

—Awwww —decimos la mayoría entre risas.

—Dejemos que el enfermo decida —propone Ibrahim en ese tono irritante al que ya estoy acostumbrado, pero que me enerva de todas formas.

—¡No le digas así! —increpo, resistiendo el impulso de golpearlo.

—Déjalo, es un imbécil. —David pone un brazo sobre mis hombros y me besa una mejilla—. ¿Dónde quieres ir, amor?

Los colibríes robóticos de siempre se ponen a danzar dentro de mi estómago.

Pienso en un lugar y se lo susurro al oído:

—Vamos a un atardecer en el muelle de cristal de Esperanza.

David sonríe abiertamente. No podría elegir un mejor lugar que aquel en el que nos conocimos.

Mi amado le dice el lugar elegido a Max. Kora, Isabel, William e Ibrahim se quejan al respecto, pero no les queda más elección que aceptarlo.

—¿Un picnic en una de las ciudades más feas de Arkos? —Ibrahim arruga la nariz—. ¿Es en serio?

—¡Tú eres el feo! —espeto. Nadie me saca de quicio tanto como él—. ¡Cierra tu maldita boca si no quieres que te lance la canasta!

—Ven y cállame, guapo —contraataca Ibrahim con una sonrisa petulante—. ¡Está bien! —Alza las manos en señal de rendición ante mi mirada asesina—. Vamos a ese maldito muelle. —Pone los ojos en blanco.

Entre risas, Max escoge el lugar que tanto significa para Alicia, para él, para David y para mí.

De inmediato nos hallamos en el muelle de cristal en pleno atardecer. El viento artificial que proviene de los ventiladores de la cámara revuelve nuestros cabellos, y los simuladores de olor desprenden los mismos aromas de la costa de Esperanza. Todo se siente tan real como estar en la superficie.

—¡Extrañaba mucho este lugar! —dice David, más jubiloso que nunca. Casi no parece tener una enfermedad que lo está matando.

Él me toma la cara para darme un beso apretado.

—¡Puaj, consigan un cuarto, enfermos! —nos dice Ibrahim, y le señalo mi dedo corazón.

Nos sentamos en el muelle para abrir las canastas. Es tanta la tranquilidad del momento que siento ganas de llorar. Hace mucho que no sentía esta felicidad. Solo espero que se mantenga una vez que viajemos y lleguemos a Sudamérica.

Nos disponemos a comer. Me llevo un apetitoso sándwich de carne artificial a la boca. Por órdenes médicas, David solo puede comer embutidos especialmente preparados para él, pero eso no impide que tenga una enorme sonrisa en el rostro.

—¿Por qué tan feliz? —le pregunto en tono íntimo, muy cerca de su oído. Su rostro se ve tan bello como lo recordaba ante la luz de un ardiente atardecer.

—Porque estoy contigo —responde—. ¿Qué no es eso suficiente?

Me río y acerco mis labios a los suyos.

—Te amo —susurro sobre su boca.

David se separa para mirarme. Me vuelvo a perder en aquellos iris pardos que me leen como si fuera un libro abierto; aquellos que he amado desde que los vi por primera vez; aquellos que nunca olvidaré.

—Nunca me amarás más de lo que yo te amo a ti —repone. Le encanta iniciar esta típica pelea en la que discutimos por quién ama más al otro.

—No inicies una guerra que no podrás ganar —espeto, falsamente molesto. Reprimo mi sonrisa lo mejor que puedo—. Mejor cómete tu embutido, se enfriará.

—Está bien, papi. —Pone voz de niño regañado, lo que me hace reír.

Ibrahim se pone a contar otra de sus anécdotas absurdas, y todos reímos esta vez, incluyendo a William. El viento es tan cálido y el momento tan pacífico que la vida parece muy plena en este momento, tal como cada vez que ingresamos a la cámara de realidad virtual.

—¿Y si cantamos una canción? —sugiere Kora luego de muchas risas e historias graciosas—. ¡Traje mi reproductor! Tengo muchas canciones increíbles.

Se inicia una nueva pelea por decidir qué canción deberíamos cantar, hasta que nos decidimos por el clásico "Imagine" de John Lennon.

La canción inicia y todos la cantamos a viva voz. Ibrahim pone esa exagerada voz de rockero de época preguerra que por poco nos obliga a dejar de cantar para reír como locos.

Mi canto es interrumpido cuando David toma mi mandíbula para mirarme a los ojos mientras los demás cantan. A pesar de su enfermedad, en su mirada solo contemplo paz, tal como ha de lucir la mía. No hay nada en el mundo que desee más que esto por el resto de mis días: felicidad, tranquilidad, amor. Pasar los días junto a mis amigos, junto a mi familia y junto al amor de mi vida hasta que la muerte acuda y nos lleve a un lugar mejor.

—Te amaré por siempre —proclama David con una sonrisa aún más grande que la mía.

—Te amaré por siempre. —Sentencio nuestro pacto con un beso apasionado.


* * *


Salgo del trance y regreso a la zona de recuerdos inaccesibles. Tengo el corazón agitado, la bilis atorada en la garganta y lágrimas en los ojos.

¿Por qué estoy llorando? ¿Qué rayos fue todo eso? ¿No se supone que este procedimiento me ayudaría a dejar de pensar en David como una buena persona? ¡Esto no ayuda en nada! ¡No hay modo de que haya sido algo real! Seguro no fue más que otra de mis tontas imaginaciones.

—¡¡¡Heinns!!! —grito, furioso—. ¡¡¡Responde, sé que estás ahí!!!

—¿Qué pasa, Aaron? —pregunta el psiquiatra desde la nada con toda la calma del mundo.

—¿¡Qué diablos acabo de ver!? ¡Se supone que esto me ayudaría, pero sigo imaginando estupideces!

—No son imaginaciones —replica el doctor—. Son recuerdos.

Reiría si la ira me lo permitiera.

—¡Imposible! —vocifero con toda la furia posible—. ¡Eso nunca fue real! —insisto, aunque no estoy seguro.

Rompo a llorar sin saber por qué. Hace mucho que no necesitaba tanto un abrazo como ahora. Me siento perdido en medio de un desierto hostil e inacabable.

—Todo lo que viste ahí fue real, Aaron —insiste Heinns—. Solo abre tu mente y sigue explorando, pronto encontrarás la verdad.

—¡No hay ninguna verdad! —Me duele la garganta por gritar tan fuerte—. ¡Sáqueme de aquí!

—Si realmente quisieras salir, las nanopartículas se habrían autodestruido y el procedimiento habría acabado —explica el psiquiatra con demasiada serenidad—. Ambos sabemos que quieres estar ahí.

Mierda, tiene razón. Quiero seguir explorando. Sé que nada de esto es real, pero una parte de mí insiste en creer que sí lo es, por lo que necesito comprobar que no es así.

—Solo sigue abriendo recuerdos —sugiere Heinns—. Tarde o temprano encontrarás aquel que liberará tu mente por completo y sacará todos los demás del baúl, pero cuidado; recordar todo de golpe puede resultar muy traumático y doloroso.

¿Qué podría ser más traumático que esto?

Decido ignorarlo. Me pongo a caminar en busca del siguiente recuerdo. Todas las vistas previas son peculiares e interesantes, pero hay una que me llama la atención por sobre las demás: aquella en donde aparece Carlos. Nunca he estado frente a él; no puede ser real.

O sí puede.

Sí puede y merezco una larga explicación de parte de mi padre.

Me acerco a la pantalla y la toco antes de que mi mente divague en más y más interrogantes.


* * *


Carlos, Alicia, Caroline y yo ascendemos la colina de los abetos hasta llegar al tronco caído en el que siempre nos sentamos. Es una noche fresca y silenciosa; hay más estrellas en el cielo que de costumbre. No deberíamos estar aquí, porque mañana tenemos un examen muy importante, pero no resistimos las ganas de darnos un descanso después de tanto estudio y presión.

Me siento sobre el tronco en medio de Alicia y Caroline. Carlos está de pie detrás de nosotros, contemplando el cielo estrellado y suspirando como si tuviera un gran peso sobre sus hombros, el cual no dudo que tiene.

—Adoro este lugar —musita Alicia mientras contempla Libertad. Los aeromóviles vuelan de un lado a otro entre los edificios; lucen como luciérnagas robóticas en medio de un bosque de concreto.

Carlos abraza a mi amiga por detrás y deposita un beso en su cabeza. Caroline me mira como si esperara que yo hiciera lo mismo que Carlos, así que beso su mejilla por obligación, más no por voluntad propia.

—¿Cuánto rato estaremos aquí? —pregunta mi novia con el hastío que le caracteriza. Nada la complace—. Hace mucho frío; deberíamos ir al centro comercial. No entiendo su fascinación con venir a esta colina maloliente.

—Es el lugar más tranquilo y solitario cercano a Libertad —defiende Carlos con un deje de molestia—. Si no te gusta, puedes irte. Pídele a José que te lleve a casa.

—¿Me estás echando? —Caroline se oye exageradamente ofendida.

—Sí —espeta Carlos—. Tu presencia no es muy grata en este momento. Es más; no es grata en ningún momento.

—¡Dile algo, Aaron! —me exige Caroline al borde del colapso—. ¡Me está insultando!

Miro de un lado a otro sin saber qué hacer. Carlos es mi mejor amigo; no me gusta pelearme con él y, de cualquier modo, tiene razón. Lo pasamos mucho mejor aquí cuando venimos sin Caroline. Desearía tener el valor de romper con ella y dejar de jugar con sus sentimientos, pero no puedo. Soy tan cobarde como miserable.

—¿No le dirás nada? —inquiere mi novia, hecha una furia.

—Cariño, no armes una escena, ¿sí? —le ruego. Ya tenemos suficientes problemas como para hacer más.

—¡Eres increíble, Aaron Marshall! —me grita—. ¡Váyanse a la mierda! ¡Tú también, Alicia!

—¿Y yo qué hice? —pregunta mi amiga, casi riendo.

—¡Pues no me defiendes! ¡Son unos idiotas! —Caroline se pone de pie y baja la pendiente que nos trajo aquí. Va tan rápido que tarde o temprano se caerá y rodará hasta llegar a las faldas de la colina.

—Es insoportable —masculla Carlos cerca de mi oído, lo suficientemente cerca como para estremecerme—. No sé cómo la aguantas.

—Es mi novia, ¿no? —recuerdo, demasiado exhausto—. Voy tras ella.

—No te molestes, iré yo —ofrece Alicia—. Entre chicas nos entendemos mejor. —Me guiña un ojo.

Se va y me deja a solas con Carlos. Él se sienta junto a mí en el tronco; ambos contemplamos la ciudad en completo silencio por al menos dos minutos. De pronto, él suspira con tristeza, preocupándome.

—¿Estás bien? —le pregunto. Lo miro a la cara.

—No —admite, también mirándome. Mi estómago danza ante su mirada—. Tengo miedo, amigo.

—¿Miedo de qué? —inquiero, aunque es ridículo preguntarlo. Hay muchas razones para tener miedo en este país.

—Del futuro, por supuesto. —Resopla con gran pesar—. Sé que solo tenemos dieciséis años y que aún falta bastante para las reproducciones obligatorias, pero no quiero que llegue ese día. Nunca estaré preparado.

Abro los ojos de par en par. No está bien que Carlos diga algo como eso, al menos no siendo un futuro gobernador. Se supone que debería dar el ejemplo y no estar dudando y renegando de algo tan importante como la reproducción obligatoria.

—Creí que eras el más entusiasmado —admito, porque así lo creía.

—¿Cómo estar entusiasmado cuando la chica que será la madre de mis hijos ni siquiera me quiere? —Se le quiebra la voz.

—¿De qué hablas? —Frunzo el ceño, sorprendido—. Alicia está loca por ti.

"Y yo también" pienso, avergonzado. Espero que nunca lo sepa, pero hay días en los que siento ganas de hablarle de mis sentimientos. Sé que su reacción no sería favorable, sin embargo, el secreto late dentro de mí con tanta fuerza que necesito expulsarlo para siempre.

—Eres tan ingenuo, Aaron. —Carlos se ríe. Hay amargura y tristeza en su risa—. Es cosa de ver el rostro de mi novia para comprobar que no es feliz a mi lado y que probablemente nunca lo será.

—Carlos, solo tiene dieciséis años —le recuerdo—. No puedes pretender que esté completamente dispuesta a pasar la vida contigo siendo tan joven. Ya verás que aprenderá a amarte y que serán tan felices como se merecen.

Él esboza aquella sonrisa que tanto adoro observar, porque no es usual que la exhiba.

—Siempre sabes qué decir para subirme el ánimo. —Me sonríe—. Gracias, Aaron.

—Siempre estaré contigo —prometo en susurros y en un tono cariñoso que va más allá de la amistad.

Me avergüenzo y arrepiento de inmediato. Muchas veces he estado a punto de cruzar la línea y delatar mi enfermedad, si es que ya no lo he hecho.

Esperaba que Carlos se incomodara tanto como yo, pero no. En lugar de ello, él posa un brazo sobre mis hombros y me atrae hacia su cuerpo.

—Te quiero, Aaron —susurra, dejándome sin aliento.

No es que no lo haya dicho antes, pero no solemos demostrar nuestro afecto. Me siento más feliz que nunca tras escuchar esas palabras saliendo de su boca.

—Yo también te quiero, Carlos.


* * *


Salgo del nuevo trance y regreso a la zona de recuerdos. Intento vomitar sobre el suelo tan oscuro como el cielo, pero no puedo.

Esto ya es demasiado para mí. ¿Mi medio hermano y yo siendo mejores amigos en otra vida? ¿Él gustándome? Es ridículo. Todo en este maldito lugar carece de sentido.

Debería terminar el procedimiento ahora mismo, pero la curiosidad sigue venciendo. Me urge saber qué otra estupidez encontraré por aquí. Me prometo a mí mismo no volver a pedirle ayuda a Heinns; necesito un nuevo psiquiatra.

Merodeo por la zona de recuerdos en busca de algo que llame mi atención. A decir verdad, todo a mi alrededor la llama. Hay vistas previas de lugares que nunca vi —o al menos creo no haber visto— y de personas que creo no conocer, pero miro una que me resulta curiosamente familiar. Veo a una mujer sosteniendo un pastel con velas encendidas, luego a un niño de ocho o nueve años y a un hombre de una edad similar a la de la mujer. No cabe duda de que es una familia, pero no la conozco. Mi familia solo consistía en mis abuelos, mi madre, el padre que nunca tuve el privilegio de conocer hasta hace un año y yo.

Me acerco a la vista previa. No sé por qué una parte de mí no quiere tocarla y entrar en ella. Es como si la voz de mi subconsciente me pidiera a gritos que no lo hiciera, porque algo muy malo sucederá si llego a abrir dicho "recuerdo".

El mal presentimiento es el que me da el valor para estirar mi mano, tocar la pantalla y entrar nuevamente en trance.


* * *


Es mi cumpleaños diecisiete.

Estoy en la estancia de mi casa junto a mi familia. Casi todo está oscuro; la única luz del lugar es provista por las velas encendidas. Mis padres han corrido las cortinas de modo que no se vea nada desde afuera, porque estamos comiendo un pastel con ingredientes prohibidos. Es mi padre quien cada cumpleaños compra dichos pasteles en el Sector G. No sé cómo es que sabe de su existencia ni quién se los vende; nunca ha querido responder mis preguntas sobre los asuntos prohibidos de la nación. Ya es bastante arriesgado que me enseñara a utilizar la red negra.

Debería ser un día feliz para mí, pero evidentemente no lo es. Cumplir diecisiete no solo significa que pronto me adentraré en la adultez, sino que me sitúa a solamente un año de las reproducciones obligatorias. Estoy angustiado, por poco aterrado; no obstante, pongo mi mejor sonrisa para mis padres y para Jacob, quienes celebran mi nuevo año cumplido con tal felicidad como si fuera propio.

Ellos cantan la típica canción de cumpleaños mientras mamá se me acerca con el pastel. Tengo a Jacob en mis brazos, quien canta tan fuerte que su voz retumba en mis oídos. El canto de mi padre es interrumpido por la risa.

Una vez que la canción termina, mis padres me piden que apague las velas, pero Jacob las apaga en mi lugar.

—¡Oye, yo debía apagarlas! —regaño entre risas.

—¡Debes dejar de hacer eso en cada cumpleaños, malcriado! —increpa papá, reprimiendo una sonrisa—. Ven aquí. —Toma a Jacob en sus brazos—. ¿No crees que ya eres muy grande como para estar en nuestros brazos?

—No. —Es todo lo que responde Jacob. Me alegra que siga siendo demasiado infantil para su edad. Tarde o temprano aprenderá sobre sexualidad y su infancia morirá.

—Ya es tiempo de crecer, Jacob —aconseja papá, un poco triste. Todo en lo que puedo pensar es "ojalá nunca crezca"—. Cariño, enciende las velas otra vez —le dice mi padre a mi madre.

Ella enciende las velas y todos retoman el canto. Papá se aleja lo suficiente para que Jacob no apague las velas esta vez.

—¡Pide un deseo! —ordena mi madre cuando la canción acaba.

Pienso en mil cosas que anhelo: felicidad, estabilidad, tranquilidad y todo aquello que actualmente no poseo o no siento, incluyendo el amor de pareja. No sé qué elegir.

Lo pienso bien y me doy cuenta de que ninguna de esas cosas será posible sin antes lograr la más importante: libertad. No seré feliz hasta tomar mis propias decisiones. No viviré en paz hasta saber que no hay ojos entre las sombras esperando cualquiera de mis errores para ponerme tras las rejas. No seré pleno hasta que pueda caminar por las calles sin preocuparme de que la gente me mire, tampoco hasta que pueda ser yo mismo sin que me atrapen los protectores por ello.

Pronuncio el anhelo en mi mente:

"Deseo ser libre".

Y apago las velas.

Papá baja a Jacob y ambos aplauden. Mamá deja el pastel en la mesa y se dispone a cortarlo, únicamente guiándose por la luz de otras velas encendidas en un extremo de la mesa. Cuando saca la primera rebanada de pastel, oímos el golpe de la puerta y todos nos sobresaltamos.

Mi corazón se agita al máximo. De inmediato mi madre apaga las velas restantes y mi padre cubre la boca de Jacob para que no emita ruido alguno. De ser un protector quien esté en la entrada, estaremos en graves problemas debido al pastel prohibido.

—Yo iré —susurra mi madre. A pesar de que apenas la oigo, puedo notar que está aterrada—. Lleven el pastel a mi cuarto y quédense ahí; algo inventaré.

Si bien no puedo ver nada, me doy cuenta de que todos asentimos. Jacob no se queja en ningún momento. Solo es un niño, pero no es tonto. Sabe el peligro al que nos exponemos haciendo cosas prohibidas.

Tomo mi propio pastel y camino junto a mi padre y Jacob hacia la habitación matrimonial de la casa. Lamentablemente, debido a la ausencia de luz, paso a chocar con un sofá y el pastel cae al suelo.

Las lágrimas se acumulan en mis ojos. Sé cuánto arriesgó mi padre por este pastel, y yo lo he arruinado por culpa del miedo.

—No te preocupes —susurra mi padre cuando llegamos a la habitación y le cuento lo que pasó—. Te conseguiré otro.

—No es necesario, papá —digo entre lágrimas. No solo lloro por lo que acaba de pasar, sino porque estoy harto de vivir con terror.

Intento decirle algo más a mi padre, pero hago un silencio sepulcral cuando escucho la puerta principal en movimiento. Por unos segundos, todo es silencio hasta que la puerta se cierra otra vez. Mi padre y yo nos miramos con tensión, y él nos pide a Jacob y a mí que nos quedemos aquí mientras va a ver qué sucede. Obedezco y me aproximo a mi hermano para abrazarlo y contenerlo. No deja de temblar.

Papá se va y regresa segundos después con una gran sonrisa.

—Aaron, tus amigos están aquí —anuncia.

Me pongo de pie y regreso a la estancia. La única luz es provista esta vez por la que viene desde la habitación de mis padres, y esta me permite ver a mi madre, a Alicia y a Carlos, quien trae un pastel en sus manos.

—Fui hace horas al G para comprarte algo muy especial —susurra mi mejor amigo con una gran sonrisa.

—Supongo que ya no tendremos que preocuparnos por el pastel que acabas de dejar caer y que por poco me costó la vida —bromea mi padre, revolviendo mi cabello.

Todos reímos.

—¡No saben cuánto me alegra verlos aquí! —exclamo en voz demasiado alta. Recibo miradas desaprobadoras de mis padres, las que no pasan inadvertidas por Carlos.

—No se asusten —nos dice—. Ya saben que los protectores me tienen tanto miedo como un niño a los fantasmas.

—¿Fantasmas? —pregunta Jacob, asustado, apareciendo en la estancia.

Todos volvemos a reír.

Carlos deja el pastel sobre la mesa y mamá procede a encenderlo. Alicia se acerca a darme un fuerte abrazo de felicitación, y Carlos hace lo mismo. Me siento muy feliz de tenerlos aquí en un día tan especial como este.

—¿Dónde está Caroline? —pregunta Alicia una vez que me separo de Carlos.

—Tenía cosas que hacer. —Me encojo de hombros—. Supongo que está organizándome una exagerada fiesta sorpresa o algo así.

Carlos pone los ojos en blanco, mientras que Alicia ríe.

—¡Ya está! —anuncia mi madre, levantando el pastel de la mesa—. ¡Cantemos otra vez! —Ya no habla tan bajo como antes. Irónicamente, estar en presencia de Carlos nos tranquiliza bastante, a pesar de que es un futuro gobernador. Todos sabemos que frecuenta el G y que consume sustancias prohibidas, pero hoy no es tema de conversación.

Mi madre se aproxima con el nuevo pastel. Los presentes me cantan con grandes sonrisas, y esta vez lloro solo de felicidad.

—Supongo que puedes pedir otro deseo, ¿no? —sugiere mi padre—. ¡Vamos, Aaron, que sean dos!

Asiento entre risas. Miro a mis seres queridos antes de pronunciar en mi mente el nuevo anhelo:

"Deseo que todos seamos libres".

Tras soplar las velas y recibir aplausos y más felicitaciones de los presentes, mamá se dispone a repartir los trozos del segundo pastel. Después, todo es risas, abrazos y alegría. Mantengo el temor de siempre a las reproducciones obligatorias, pero por unos minutos olvido el resto del mundo y me empeño en disfrutar junto a los que quiero.

De pronto, me quedo mirando fijamente a Carlos por más tiempo del que debería, y me doy cuenta de que mi padre ha reparado en ello. Él me mira con lo que parece preocupación. Se me forma un nudo en el estómago, porque su mirada dice mucho más de lo que creo. ¿Acaso se ha dado cuenta de mis sentimientos por mi mejor amigo? ¿Habrá notado que tengo la enfermedad prohibida?

Como si mi pánico no pudiera ser incrementado, él dice:

—Aaron, ¿podemos hablar unos minutos en privado?

Todos se giran a mirarlo. Soy el único tenso y asustado.

—Tranquilos, solo quiero dedicarle algunas palabras de hombre a hombre. —Papá sonríe y agita una mano para disminuir la importancia de su petición.

Alicia, Carlos, Jacob y mi madre continúan devorando los trozos del delicioso pastel prohibido que ya no tengo ánimos de seguir probando. Papá me hace una señal para que lo siga al jardín trasero de la casa, y es ahí donde vamos.

Una vez afuera, mi mirada se dirige automáticamente al jardín trasero de la casa de Andrew, mi antiguo vecino, quien fue asesinado por protectores debido a que portaba la misma enfermedad que ahora me roba el sueño. Esta es la razón por la que no me gusta venir al jardín: siempre acabo recordando a Andrew y Ben, y mi temor a ser descubierto me pone a tiritar como loco.

—¿Estás bien? —inquiere mi padre al notar mi inquietud.

—Sí... no... no lo sé. —Me río forzosamente—. Es solo que, ya sabes, se acercan las reproducciones obligatorias y todo eso... —Miro de un lado a otro, nervioso.

Mi padre suspira y frota mi espalda. Ambos contemplamos lo poco que queda del sol entre las montañas antes del anochecer.

—No tienes nada que temer, hijo —consuela papá—. Siempre te protegeremos.

Mi terror a que haya notado mi enfermedad disminuye un poco, pero no lo suficiente como para no preguntar:

—¿Qué querías decirme, papá? —Lo miro a la cara.

Él sostiene mi mirada. Acabo desviando la mía, asustado de que esta me delate.

—Quería decirte que, sea lo que sea que pase de ahora en adelante, estaré muy orgulloso de ti, hijo. —Papá me abraza con fuerza—. Siempre podrás confiar en mí. Lo sabes, ¿no?

Mis ojos arden a causa de las lágrimas que quieren asomarse. Me limito a asentir y parpadear con fuerza para no romper en llanto.

—¿Tienes algo que decirme? —presiona mi padre. Sé que lo sabe, pero ninguno de los dos se atreve a hablar de ello en voz alta.

Me callo por varios segundos. Tengo certeza de que mi padre no sería capaz de hacer nada que pudiera hacerme daño, sin embargo, no quiero arriesgarme a confesarle lo que padezco y descubrir repulsión en su rostro.

—No, papá —respondo finalmente—. Todo está bien.

Él solo asiente y regresa la mirada hacia el horizonte. Ambos sabemos que hay mucho que decir, pero no sigue presionando. Al cabo de unos segundos de un incómodo silencio, él me da un beso en una sien y dice:

—Te amo, hijo.

Acabo llorando, pero ya no por miedo.

—Te amo, papá —respondo, sonriendo más que nunca.


* * *


Estoy de vuelta en la zona de recuerdos inaccesibles. Esta vez, el llanto es más que intenso y profundo. El dolor devora mis adentros, y siento estocadas en el corazón. No sé quiénes eran las personas que acabo de ver —excepto Carlos—, no obstante, contemplarlos me ha provocado una especie de vacío que está matándome, y una sensación de familiaridad que ni siquiera he experimentado con mi propio padre, Abraham Scott.

El dolor crece y crece. Estoy llorando a mares y gritando hasta no poder más. ¿Qué está pasando? ¿Qué son todos esos "recuerdos"? ¿Son absurdas imaginaciones o hay algo importante detrás de todos ellos?

No entiendo nada. ¿Es mi vida una mentira? ¿Acaso estoy loco y todo esto no es más que un largo sueño? ¿Acaso David me dejó en coma el día que mató a mi familia y desde entonces todo ha sido una eterna pesadilla? Ya no sé qué creer. El vacío de mis adentros no desaparece. Siento que algo me falta, algo que necesito recobrar.

—¿Cómo estás, Aaron? —Oigo de repente. Es Heinns. Suena triste.

—Yo... yo... —Apenas puedo hablar—. ¿Qué está pasando, doctor? —Estoy desesperado—. ¿Quiénes eran esas personas?

El doctor hace una pausa antes de contestar.

—Son tu verdadera familia —revela después de varios segundos.

No. No es cierto. Esto no es más que una mentira ideada por Heinns y su asistente. No sé qué quieren lograr, pero ya no formaré parte de tan vil jugarreta.

—¡¡¡Miente!!! —vocifero a los cuatro vientos, si es que los hay en este lugar—. ¡¡¡Mi familia está muerta, y lo único que me queda es mi padre, Abraham Scott!!! —Estoy llorando, temblando y sufriendo, porque no sé si mis palabras son del todo ciertas—. ¡¡¡Todo esto es falso!!!

—No lo es —replica Heinns—. Sigue abriendo recuerdos y te darás cuenta de que todo es real. Solo unos cuantos más y liberarás tu mente por completo.

—¡¡¡No!!! —El dolor es cada vez más grande—. ¡¡¡Quiero terminar esto ya!!! —Esta vez lo digo en serio—. ¡¡¡Quiero que acabe, quiero que acabe, quiero que acabe!!!

No entiendo por qué estoy sufriendo tanto si se supone que nada de lo que vi fue real. Creo que, en el fondo, sé que sí lo fue, y por ello estoy sintiéndome de esta forma. Soy incapaz de aceptar que mi vida ha sido un engaño.

Todo me da vueltas. Estoy cayendo en trance nuevamente, pero de algún modo sé que esta es la última vez. Casi puedo sentir cómo las nanopartículas se autodestruyen y me liberan de una de las experiencias más horrorosas y confusas de mi vida.

Todo se va a negro. Cuando abro los ojos, noto que estoy de regreso en la camilla situada en la habitación a la que me trajo Heinns. La supuesta regresión ha finalizado.

Me pongo de pie tan rápido que caigo de rodillas al suelo y vomito hasta vaciar mi estómago. Tengo el corazón latiendo a toda máquina, el cuerpo tan inestable como la dinamita y miles y miles de preguntas yendo de un lado a otro en mi cerebro.

Siento el impulso de gritar, llorar y romper todo lo que esté a mi alcance. Me invade una mezcla insoportable de tristeza y dolor, y me arrastro lo más lejos que puedo de la camilla en la que ocurrió la regresión.

—Tranquilo, Aaron. —Heinns se acerca a mí—. Todo está bien.

—¡¡¡Nada lo está!!! —grito, fuera de mis cabales—. ¿¡Qué mierda fue todo eso!? ¿¡Por qué me siento de esta forma!?

—¿Qué sientes? —inquiere el psiquiatra. Su naturalidad frente a lo sucedido me saca de quicio.

—¡Usted sabe qué siento! —El dolor no para de crecer—. Es... no lo sé, un vacío en el pecho, algo que me falta, algo que duele... —Mi llanto se intensifica—. ¡Nunca debí someterme a esto!

—Aaron, solo estás comenzando a recordar. —Heinns suena lastimero y determinado al mismo tiempo—. Por favor, sigamos adelante con el procedimiento. Estás a punto de abrir tu mente en su totalidad y de...

—¡¡¡No!!! —Me pongo de pie tan rápido que por poco me caigo—. ¡Me largo de aquí! ¡Mi padre se enterará de las barbaridades que ocurren en este lugar!

—¿Qué barbaridades? —El psiquiatra se oye firme, pero detecto miedo en su voz—. Todo lo que viste es real. Nada es una mentira.

—¡¡¡Cállese!!! —Me acerco a él en aire amenazante, sin embargo, su asistente me detiene.

Intento golpear al chico, pero me siento muy débil. Con suerte puedo mantenerme de pie. Rendido, decido irme de una jodida vez por todas.

—¡No crea que esto quedará así! —Amenazo a Heinns—. ¡Olvídese de que seguirá siendo psiquiatra después de esto, malnacido! ¡Me encargaré de que acabe limpiando pisos con la lengua!

—Haz lo que quieras, Aaron. —Él resopla con cansancio—. ¿Sabes? Siento lástima por ti. Tarde o temprano te darás cuenta de que tu vida entera es una mentira, y volverás arrastrándote a mí pidiendo ayuda para soportar el dolor de la verdad. Buena suerte con ello.

Aprieto mis puños con tal fuerza que podría quebrarme los huesos. Decido irme antes de hacer algo de lo que pudiera arrepentirme.

Abro la puerta, salgo hacia el pasillo y corro sin detenerme. Alcanzo el elevador y, apenas las puertas se abren, me desplomo contra una pared del interior. Me duele el pecho; me falta el aire. Todo se sintió demasiado real como para no serlo. Sigo sin saber quiénes eran las personas que aparecieron en ese sueño, esas imaginaciones o lo que sea que haya sido lo que vi, pero sé que, en el fondo de mi corazón, quería a esas personas como a nadie.

Tengo miedo. Estoy temblando solo porque temo que, tal como dice Heinns, mi vida ha sido una mentira, y no necesito indagar lo suficiente para saber quién es el responsable: mi padre.

Apenas me doy cuenta de que salgo del edificio de psiquiatría y me pierdo en las calles de Libertad. Si los arkanos supieran de mi existencia, les sorprendería ver al hijo del máximo gobernador de Arkos corriendo despavoridamente de un lado a otro, pero nada me importa en este momento. Necesito buscar ayuda y consuelo.

Pienso en la única persona que podría calmar el dolor y la angustia que siento. La única que podría hacerme olvidar a David y matar aquellos pensamientos que me torturan cada noche desde que lo conocí.

Corro y corro hasta llegar al edificio en donde trabaja quien podría ser mi salvación. Ni siquiera pido permiso al entrar; los guardias ya me conocen. Tampoco le digo nada al sujeto del elevador cuando ingreso en el cubículo, menos a la recepcionista de la planta en la que me bajo. Estoy tan desesperado que ni siquiera puedo hablar ni pensar con claridad; el mundo entero me da vueltas. Lo único que quiero es encontrar refugio y unos minutos de paz.

Veo a la persona que estoy buscando. La única persona que podría acabar con mi enfermedad. Aquella que me ha gustado desde que la conocí:

Doménica.


* * *


Qué capítulo :') no sé ustedes, pero yo he amado cada palabra. Demoré mucho en escribirlo porque, si bien he tenido poco tiempo últimamente, quería que fuera muy especial, y creo que así fue. <3

Volviendo al capítulo, ¿recuerdan que una vez les dije que todo podría pasar en la trilogía, incluso que Aaron terminara haciendo cosas sucias con Alicia? Pues hoy es muy posible :v para que vean que no miento JAJAJAJ SE VIENE DE TOOOODO.

Gracias a quienes decidan seguir por aquí. Los llevo a todos en el corazón <3 espero que nos volvamos a ver muy prontito.

Con amors (así con s),

Matt.

Abrazos de reencuentro jsjdk <3

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top