1. David - "Promesas de amor y muerte"
La confusión podría llevarme a la locura.
Mil pensamientos acuden a mi mente tras las palabras de Abraham Scott, y cada uno es más aterrador que el anterior.
—¿Qué dijiste? —demando con furia y temor a la vez.
Tanto Abraham como Aaron exhiben sonrisas y miradas tenebrosas.
—Lo que oíste —responde Abraham con altanería—. Este es Aaron Scott, mi querido hijo y el próximo gobernador del nuevo Arkos. —Señala al chico que amo.
La ridiculez en sus palabras me pone a reír a carcajadas. En realidad, creo que me volví loco. Todo es demasiado absurdo para ser real.
Arkos fue destruido.
Max, Ben e Ibrahim están muertos.
Aaron fue trastornado al extremo de que se volvió irreconocible.
Y, ahora, Abraham Scott me lo ha presentado como su hijo y futuro gobernador de Arkos.
Ya no tengo duda de que esto no es real. Seguro es una clase de broma de mal gusto o la pesadilla más larga que tendré en la vida.
Las sonrisas de Abraham y Aaron desaparecen ante mis carcajadas. No dejo de reírme, y la verdad es que la situación no me causa ninguna gracia. Creo que reír es mi único mecanismo de defensa ante lo retorcidas que se tornaron las cosas.
—¿De qué te ríes? —pregunta Aaron en tono colérico. Me mira con tal frialdad que mi risa se detiene.
—Tú no eres un Scott —afirmo entre voz triste y determinada—. Eres Aaron Marshall.
Aaron mira a su supuesto padre con el ceño fruncido.
—No lo escuches, hijo. —Abraham le da palmaditas en la espalda—. Recuerda que él te arruinó la vida. No creas en ninguna de sus mentiras.
—¡No eres su hijo! —insisto a gritos—. ¡Eres Aaron Marshall, hijo de Iván Marshall y...!
Abraham se acerca a darme una fuerte bofetada que me obliga a callar.
—¡Cierra la boca, demente! —ladra, y me regresa la mordaza a la boca—. No lo escuches, hijo mío —le insiste a Aaron—. David está enfermo.
Aaron mira a Abraham con incertidumbre y cierto temor, pero sus emociones se transforman en odio al regresar sus hermosos ojos color miel a los míos.
Intento advertirle que está siendo engañado, pero la mordaza no me lo permite. Me pongo a llorar de ira, tristeza y frustración. Abraham Scott ha atrofiado el cerebro de mi novio y no puedo hacer nada contra ello. Me siento extremadamente inútil en este momento.
—Tú eres mi hijo —le insiste el gobernador a Aaron—. No escuches a nadie que intente hacerte creer lo contrario, ¿sí? —Toma la cara de Aaron entre sus manos y le da un cálido pero repugnante beso en la frente.
Aaron sonríe de lo más feliz. Se le ilumina la mirada al ver el rostro del hombre que dice ser su padre.
Reconozco esos ojos cuando los veo: son los de alguien que siente amor. Es la misma mirada afectuosa que él solía dedicarme antes de acabar en manos de las autoridades.
¿Qué rayos está pasando? ¿Por qué Aaron mira a Abraham Scott como si lo quisiera de toda la vida?
Tengo miedo. Las teorías que formulo en mi mente me están aterrando.
Gimo con toda mi fuerza y me sacudo lo mejor que puedo para intentar liberarme de la silla. Por mucha desventaja que tenga ahora, no puedo quedarme de brazos cruzados. Si moriré en cuestión de minutos, al menos me encargaré de resistirme y de demostrarle a Aaron que ni lo que sea que le hicieron a su mente acabará con el amor que siento por él.
—Deja de resistirte —ordena Abraham entre risas—. Estás perdido, David.
En vista de que no puedo moverme ni hablar, le envío al gobernador todo mi desprecio mediante la mirada. Nunca había sentido esta clase de odio. Lo detesto más de lo que podría detestar a cualquier otra persona en el mundo. Trato de expresarle con los ojos que, si bien me matará, no se deshará de mí tan fácilmente. Quiero que se grabe el recuerdo de mi mirada cargada de resentimiento y que esta lo persiga por el resto de sus días.
—Papá, ¿puedo matarlo ahora? —le pregunta Aaron a Abraham. Se oye como un niño juguetón que pide permiso para hacer una travesura.
Pensé que mi terror no podría aumentar, pero la idea de Aaron acabando con mi vida me provee niveles de miedo que no creía posibles. El solo hecho de imaginarlo hiriéndome hasta la inconsciencia me pone a tiritar.
Abraham me escruta con una sonrisa macabra. Está claro que esta situación le resulta de lo más estimulante.
—Hazlo —asiente entre dientes.
Aaron esboza la misma clase de sonrisa macabra. Verlo así, cubierto de sangre, vistiendo nada más que unos pantalones ensangrentados y con una tétrica sonrisa en los labios es una imagen que inevitablemente guardaré en mi memoria por toda la eternidad.
Abraham Scott camina más allá de mi silla y rebusca algo a mis espaldas. Giro la cabeza y veo de soslayo que hay un largo mesón al fondo del cuarto, el cual no había visto hasta ahora.
—¿Con qué quieres matarlo, hijo? —inquiere el gobernador en voz alta. Se oye casual y juguetón—. ¿Quieres acelerar el proceso o extenderlo todo lo que se pueda?
Regreso la mirada al frente para ver a Aaron.
—Extenderlo —vocifera, todavía sonriendo.
No puedo dejar de temblar. Le gimo a mi amado para rogarle que no me haga daño, pero lo único que logro hacer es aumentar el tamaño de su sonrisa.
Él ladea la cabeza y se acerca a mí.
—Deja de llorar —exige, y su sonrisa desaparece al darme una bofetada.
Apenas siento dolor. Sigo llorando y suplicándole que reaccione y que se dé cuenta de lo que está sucediendo, pero ni todas las súplicas el mundo parecen surtir efecto en el nuevo Aaron.
—¡Deja de llorar, maldita sea! —Me da otra bofetada mucho más fuerte que la anterior—. ¡Asume las consecuencias de tus actos como un hombre, marica!
Lo único que hago es llorar y gemir con mayor intensidad, lo que claramente aumenta su enfado.
Ante mi renuencia a guardar la calma, el chico que amo me da una y otra bofetada hasta que casi pierdo el conocimiento.
—Ya basta, hijo. —Escucho que dice Abraham—. No querrás dejarlo inconsciente y que se pierda el espectáculo. —Se ríe.
Me trago la bilis que asciende por mi garganta. Me ahogaré de todos modos, porque mi boca está llena de sangre a causa de los golpes de Aaron. El fluido comienza a acumularse en la mordaza; tarde o temprano mi cavidad bucal se llenará con él y moriré.
Me enfrenté a la muerte en el pasado, pero nunca creí que moriría de una forma tan horrorosa como esta.
Como ya no puede seguir golpeándome, Aaron me aprieta la nariz con sus dedos y disfruta al verme sacudiéndome por aire. La habitación comienza a dar vueltas a mi alrededor. Apenas ha iniciado mi tortura y ya no soy capaz de soportarla por más tiempo.
Nunca pensé que diría esto, pero ruego que Aaron me mate de una vez por todas.
Una vez que me libera, inspiro con desesperación por la nariz para llenar mis pulmones de oxígeno. Las lágrimas apenas me permiten ver. Estoy mareado y físicamente adolorido, pero el dolor de mi corazón es superior a cualquier tortura.
Entorno la mirada para mirar los ojos del hombre que más he amado en la vida, mucho más de lo que amé a Michael. Solo veo gelidez, desprecio y diversión en la mirada de Aaron.
Ya no es el Aaron del que me enamoré. Aunque me salvara de esta, de nada serviría intentar recuperarlo o tratar de vivir sin él.
Lo he perdido para siempre, y me perdí a mí mismo también.
—Ten, hijo. —Abraham le entrega un filoso cuchillo a Aaron—. Diviértete.
Aaron se acerca lentamente a mí con el cuchillo en mano y la sonrisa más siniestra de todas.
Lloro y lloro sin cesar. Ya no intento resistirme, porque es inútil. Voy a morir en manos de Aaron con el mayor dolor posible.
Dedico unos cuantos pensamientos a mi hermano antes de morir. Lo dejaré solo con mis padres, pero es lo mejor. Lo único que hago con vida es ponerlo en peligro. Estará mucho mejor sin mí.
Seguido de mi hermano, pienso en el Aaron que quedó en el pasado. Reproduzco su cálida risa en mi mente y dejo que el recuerdo de la felicidad que alguna vez experimentó conmigo me entregue un poco de fuerzas para soportar lo que se avecina.
—Adiós, enfermo —me dice Aaron mientras levanta el cuchillo para luego clavármelo.
Cierro los ojos con fuerza, pero los abro al escuchar quejidos de Aaron.
Abraham Scott ha agarrado a Aaron por detrás con una mano en su boca. Con la otra, entierra la aguja de una jeringa en el cuello de mi chico.
—Duerme, pequeño —susurra el gobernador en el oído de Aaron—. Cuando despiertes habrás olvidado esto.
Aaron intenta resistirse, pero sus movimientos son cada vez más inestables. Él acaba desplomándose sobre los brazos del hombre que afirma ser su padre.
Intento gritarle bajo la mordaza empapada de sangre. Prefiero mil veces que me hagan daño a mí a que se lo hagan a Aaron.
La puerta del cuarto se abre y dos protectores ingresan transportando una camilla. Abraham carga a Aaron con un brazo bajo su cuello y el otro bajo sus piernas. Es mucho más grande y fuerte que él; no me sorprende que lo levante sin tanto esfuerzo.
El gobernador recuesta a Aaron en la camilla cuando los protectores se aproximan lo suficiente. Me repugna el cariño con el que Abraham Scott mira al que solía ser mi novio. Es una mirada tan fraterna y enfermiza que me estremezco de pensar en la clase de afecto que podría estar sintiendo ese lunático por Aaron.
—Llévenlo a su habitación —ordena Abraham a los protectores. Su tono frío y autoritario contrasta con la sonrisa de su rostro.
—¿Qué hay de él? —Uno de los protectores me señala con la mirada.
—Déjenmelo a mí —se limita a responder el gobernador.
Los protectores se llevan a Aaron fuera del cuarto. Veo por última vez su rostro antes de que la puerta se cierre y quede a solas con Abraham.
—Te estarás preguntando qué fue lo que acaba de pasar, ¿no? —Scott emite otra de sus risas antipáticas.
Hago lo que puedo para no sucumbir a la inconsciencia. Los golpes de Aaron, la sangre acumulada en mi cavidad bucal, la asfixia y la presión de lo ocurrido me tienen al borde del desmayo.
Por suerte, Abraham se acerca a quitarme la mordaza. Escupo toda la sangre que puedo y toso con fuerza para recuperar el aliento.
—Eres... un... monstruo —jadeo. Me cuesta respirar.
—Lo soy, Wells —asiente—. Y voy a destruirte. Sin embargo, no será rápido.
—¿A qué... te refieres? —inquiero. Ya puedo hablar un poco mejor.
—Mi hijo te odia con todo su corazón, y...
—No es tu hijo —lo interrumpo. Todavía no puedo hablar con claridad—. Deja de decirlo.
—Él está seguro de que lo soy. Aaron me ama, David. A ti, en cambio, te odia. Mi hijo quiere...
—¡No es tu maldito hijo! —insisto, perdiendo los cabales.
—Sí que lo es. —Abraham ya no sonríe—. Y ni tú ni nadie podrá alejarme de él. Aaron me pertenece, David. Por nada del mundo permitiré que me lo arrebaten.
Siento asco de cómo habla de Aaron como si en verdad fuera su hijo o como si fuera de su propiedad. La demencia del gobernador es tal que se ha tragado sus propias mentiras.
—Tú eres quien está enfermo —le digo con furia—. Te convenciste a ti mismo de que eres su padre solo porque tu verdadero hijo te desprecia. Duele, ¿no? —Me río—. Te duele que Carlos se rehúse a ser como tú. Te duele que haya preferido aliarse a las personas que repudias y, sobre todo, te duele que se avergüence de sus raíces. Carlos te odia, Abraham, y esto que has hecho solo hará que te odie mucho más que ahora.
Noto gracias a su rostro enfurecido y ojos cristalizados que mis palabras han atravesado su casi inexistente corazón.
—¡No necesito el amor o el respeto de ese mocoso! —grita, hecho una furia—. ¡Tengo a Aaron! Él será el líder más temible que se haya conocido, y acabará conquistando el mundo. Será mi mayor orgullo y hará todo lo que Carlos nunca tuvo el valor de hacer.
—Hará todo eso porque atrofiaste su mente —replico—. No te quiere ni te querrá de verdad; has lavado su cerebro para que lo haga. Eres patético, Abraham. Te viste obligado a intervenir la cabeza de un rebelde porque tu hijo no te quiere. ¡Me das pena, hijo de puta! ¡Vas a morir solo y sin amor!
Me río a todo volumen. Puedo saborear mi triunfo al contemplar la expresión furiosa pero humillada de Scott.
—¡Cierra tu puta boca! —Me da una bofetada que solo aumenta la intensidad de mi risa—. ¡Deja de provocarme, o me arrepentiré de dejarte vivir!
Me callo al oír lo que acaba de decir.
—¿Qué has dicho? —No puedo evitar que mi voz suene esperanzada.
—Se acabó la risita, ¿eh? —Abraham me escruta con diversión en la mirada, pero aún queda un rastro de ira en su voz—. Sí, David, te dejaré vivir. Por eso desmayé a Aaron.
—¿Por qué me dejarás vivir? —demando. Hago lo que puedo por ocultar el alivio que siento.
—Como te dije, mi hijo te odia. —Camina de un lado a otro con una sonrisa y las manos tras la espalda—. Pero el odio que siente por ti no es tan simple como parece: tiene muchos motivos de ser, y quiere vengarse por ellos. Matarte sería darle fin a ese odio y a su sed de venganza, por ello es que quiero que vivas. Necesito que mi hijo resguarde todo ese desprecio y que lo utilice de una forma que nos beneficie a ambos.
Ahí están otra vez las ganas de vomitar. Este hombre es más sádico y despiadado de lo que creía.
—Si vas a dejarme vivir por algo como eso, prefiero que me mates —espeto, sorprendido de mi coraje.
—No seré yo quien te mate —dice Abraham. Detiene sus pasos frente a mí y acerca su rostro al mío—. Será Aaron quien acabará contigo, pero no esta vez. Prepárate, Wells, porque tarde o temprano mi hijo te encontrará y su odio por fin será recompensado.
—Él no me matará —refuto, pero ni yo me lo creo—. No le he hecho ningún daño.
—Ya lo veremos. —Se dirige al mesón situado al fondo del cuarto—. Adiós, David. Veamos qué tal te sienta vivir entre ruinas. Espero que no hayas muerto de hambre para cuando Aaron llegue hasta ti. —Estalla en risas.
Abraham presiona un pañuelo mojado sobre mi boca y mi nariz. Intento resistirme a su agarre, pero la somnolencia vuelve inútiles mis esfuerzos.
Mientras caigo dormido, pienso en el chico que perdí. El que disipaba mis miedos con nada más que un beso; el que me hacía feliz con una simple sonrisa; el que con solo unas palabras le daba sentido a mi vida.
Voy a extrañarlo más de lo que es posible extrañar a una persona. Extrañaré sentir sus labios en los míos y recorrer su suave piel con mis manos. Extrañaré sus ocasionales rabietas y la forma en la que me asesinaba con la mirada cada vez que intentaba sacarlo de quicio solo para ver su ceño fruncido.
Lo amo demasiado, incluso más de lo que amo mi propia vida. Lo amo tanto que no podré salir adelante sin él.
Si Aaron quiere acabar conmigo, voy a permitir que lo haga.
* * * *
¡Holaaaaaaa!
Bienvenidos otra vez a RENACIDOS, la última parada del hermoso e intenso viaje que ha sido esta trilogía. No imaginan lo emocionado que estoy en este momento, tengo la piel erizada y el corazón a mil xD
Espero que les haya gustado el primer capítulo del libro. Este es solo el comienzo: se avecinan decenas de impactos, giros y sorpresas. Prepárense.
Por cierto, si pueden, dejen su voto y comentario pertinente. No se les caerán las manos por expresar sus opiniones del capítulo :u y, si les gusta esta trilogía tanto como a mí me gusta escribirla, seguramente querrán verla crecer. Dicho crecimiento no es posible sin la interacción de los lectores. De nosotros depende que esta trilogía llegue a más personas y crezca así la familia que hemos forjado desde Prohibidos.
Muchas gracias a todos por seguir aquí. Su apoyo es fundamental para mí.
¡Abrazos virtuales!
Los quiere, Matt.
Grupo de Facebook: Lectores de Matt.
Instagram: @matiasgonzalog
¡Nos vemos!
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