52

Me provocó

Y se lo merecen súper porque l@s veo activ@s❤️

Las dedicaciones del cap 53 se harán según la suma de los comments del 51 y 52

—¡Siguiente! —se escuchó al fondo, y la larga fila de personas, que ocupaba el amplio espacio aún restante entre nosotros y la caseta de atención, dio un paso al frente. Lucía y yo imitamos dicha acción, en silencio.

Según mis cálculos —y según la hora que marcaba mi teléfono—, llevábamos al menos cuarenta y cinco minutos esperando para pedir un taxi al final de aquella cola, que acababa en un pequeño puesto techado donde el único empleado que había a esas horas de la noche atendía a los que llegaban a la taquilla.

Como era de esperarse, no habíamos alcanzado la avioneta. Habíamos salido pitando al aeropuerto de Nausori, y una vez allí habíamos intentado convencer y, ante las continuas negativas, sobornar a todo el que creyéramos pudiera hacer despegar una avioneta que nos llevara a la isla de la que veníamos. Pero la respuesta siguió siendo no. Así que habíamos acabado ahí, en un gran estacionamiento aledaño al aeropuerto perteneciente a una pequeña compañía familiar de alquiler de lanchas, a la que también pertenecían los taxis de la zona. Nuestro plan de respaldo era que nos acercaran nuevamente al pueblo —estábamos suficientemente cansados como para caminar otra media hora más de regreso—, donde buscaríamos un hotel para quedarnos hasta el día siguiente.

Iba a tocarnos pasar el resto de la noche a solas —por mucho que las habitaciones fueran separadas, aún nos quedaba pedir el taxi y encontrar el hotel, y eso nos tomaría un rato largo—. Y lo irónico de todo, era que casi no nos habíamos dirigido la palabra desde que habíamos salido del local de comida venezolana, luego de haber estado toda la tarde hablando como dos comadres de cualquier tontería que nos pasara por la cabeza. Todo gracias a aquel mensaje tan incómodo y, por supuesto, a su autora, a la que en ese preciso instante no le tenía el mayor de los afectos.

No me malentiendas; Fiorella me caía muy bien. Era divertida, alocada y buena persona... hasta que interfería entre Lucía y yo, como increíblemente seguía logrando hacer a pesar de los años. Todavía recordaba aquel malentendido en torno a nuestro primer beso, aquel que me había costado un trozo de la mejilla, y el cual debíamos a la imprudente rubia. En el fondo, sabía que no era su intención ir creando caos por ahí, pero a veces parecía que lo disfrutara. Por eso, en determinados momentos, no era mi persona favorita. Y este era uno de ellos.

Quería decir algo, pero no sabía muy bien qué. Estaba profundamente avergonzado porque, aunque el mensaje no iba para mí, sabía que era mi culpa. Y si te preguntas por qué, pues...

Esa mañana, cuando había sido el penúltimo en despertarme —sospechosamente tarde, cabe acotar—, había ido directo a la cocina y me había topado con Michael y Fiorella a medio camino. Ellos habían insinuado algo respecto a que ni la fotógrafa venezolana ni yo hubiéramos aparecido en toda la mañana, y yo no había negado sus acusaciones. Por alguna jodidamente estúpida razón, me había parecido divertido que pensaran que habíamos tenido algo cuando no era así. Por las risas. Luego había recordado que la chica en cuestión, aparte de ser mi ex novia y para ese entonces mi amiga, tenía novio. Ahí me había dado cuenta de que había metido la pata. Hasta el subsuelo.

Tampoco es como que hubiera dicho nada malo, en realidad. Sin embargo, no refutar sus afirmaciones había sido suficiente para que Fiorella se sintiera con derecho a decirle algo así. Ahora, ¿qué iba a pensar Lu? ¿Que yo andaba divulgando falsedades por doquier? Debía de creer que me había convertido en uno de esos típicos machitos que cuentan sus intimidades —o se las inventan en mi caso— con el fin de quedar como unos campeones de pelo en pecho frente a los demás. O, peor: debía de creer que mi plan era acompañarla a la isla principal para quedarnos solas y de esa forma poder acorralarla para que se acostara conmigo. Debía de creer que yo la consideraba una cualquiera, capaz de hacer algo así teniendo pareja. Debía de creer que le tenía ese rencor guardado por lo que me había hecho cuando lo del mexicano, cuando la verdad era que, después de tanto tiempo, no quedaba en mí ni una pizca de aquel, pues sabía que aunque había sido un error garrafal de su parte, pertenecía al pasado, y ella no era así.

También debía de creer que no la respetaba, ni a ella ni a Luisfer. Y eso me sacaba de quicio, pues por mucho que el susodicho nunca me hubiera caído bien, el que Lucía y yo ya no estuviéramos juntos no significaba que no le debiera respeto a su nueva relación, más aún siendo mi amiga. Yo jamás me entrometería.

A ver. Sí, es cierto que desde que nos habíamos vuelto a ver me había olvidado de aquello por momentos, y me había empezado a fijar en cosas en las que quizás no me debería fijar —como en lo increíblemente atractiva que me resultaba su personalidad, y eso por no hablar de su aspecto físico, que solo parecía mejorar con cada nuevo detalle que descubría cada vez que la miraba—. Lo había intentado millones de veces, pero no podía evitar pensar en ella de esa manera, con tal admiración. Sin embargo, el problema no era pensarlo, sino que ella se diera cuenta, y ese mensaje de Fiorella podía tener como consecuencia que Lucía acabara creyendo que me gustaba, cosa que no quería, aunque yo mismo estuviera empezando a creer que era así.

De repente, noté su mirada sobre mí, y me sentí como si hubiera sido atrapado haciendo algo malo, hasta que recordé que ella no podía leer mis pensamientos, y mientras fuera así, no tenía nada de qué avergonzarme. De momento.

Volteé para devolvérsela, pero rápidamente la apartó.

Piensa, me exigí, rebuscando en mi cabeza algo elocuente que decir para cortar esa tensión tan incómoda en la que estábamos sumidos. Miré a mi alrededor en busca de alguna sugerencia.

Pude ver que estacionamiento era grande, y lo parecía aún más estando casi del todo vacío como estaba a esas horas. Se hallaba rodeado de una cerca de alambre, que delimitaba, por un lado, con la carretera que teníamos a nuestras espaldas, y por otro, con un pequeño puerto donde se encontraban las lanchas, suspendidas sobre el mar de la costa de Nausori y amarradas a la madera mediante cuerdas.

Tras un largo rato de vagar por ahí analizando pequeños detalles, mis ojos se posaron sobre una hilera de kayaks que había encajados en una estructura metálica a orillas del puerto. Canté victoria.

—Qué raro que no dejen hacer kayak de noche —fue lo primero que me salió. Tampoco es que lo hubiera pensado mucho; estaba desesperado por acabar con esa incomodidad.

Lucía se me quedó viendo por lo que tan solo fueron un par de segundos —aunque pareció una eternidad—, como procesando la repentina ruptura del silencio. Hasta que por fin habló: —Seguro es porque no se ve un coño, y si viene un animal prehistórico a comerte no lo vas a ver hasta que estés en su estómago.

—Sí —seguí, moldeando el tema justo como había esperado que podría cuando vi aquellos pequeños botesitos—, pero en Chicago dejan que la gente haga kayak hasta las tantas, y el Lago Michigan no es que tenga agua cristalina. Con los desechos que le echan...

—Y tú sabiendo esa vaina igualito fuiste y me salpicaste toda, mamaguevo —me respondió con la actitud indignada que preveía de su parte cuando hice referencia a Chicago, y, por ende, a aquella vez que recorrimos la ciudad juntos y acabamos empapados a orillas del Navy Pier por mi culpa, al haber sido yo quien sugiriera lo de los kayaks, y también quien empezara la pelea de agua que nos había llevado a esa situación tan divertidamente bochornosa—. O sea que tragué pura agua posma gracias a ti. Webón. Con razón el malestar estomacal que me dio después.

Se hacía la ofendida, pero lo que estaba era riéndose recordando aquellas cosas. Yo me sentí satisfecho de haber conseguido mi objetivo.

—Sí, bueno —me preparé para lanzarle otra punta, sonriendo de forma involuntaria mientras hablaba—. Tú después casi me ahogaste en el jacuzzi cuando llegó Fiorella —Me crucé de brazos y alcé las cejas sin dejar de mirarla con reproche—, así que tampoco es que tengas mucho que reclamar.

—Bueno y a mí me encandilaron toda por tu culpa —replicó, imitando mi pose, en referencia a los paparazzis que nos alcanzaron llegando al hotel—. Quedé viendo doble.

Levanté la barbilla como la diva que era. —Quién te manda a salir conmigo.

—Quién te manda a invitarme —usó mi propia frase en mi contra, mirándome desde abajo con una ceja enarcada y una sonrisita de medio lado.

De repente fui consciente de lo bajita que era en comparación conmigo. A veces lo olvidaba, dado que su reducido tamaño no era proporcional a su gran personalidad.

Recuerdo haber pensado, cuando la conocí, en lo incómodo que sería besar a una chica así, para un mes más tarde encontrarme comprobando que era todo lo contrario. Encajábamos perfectamente, a pesar de la diferencia de altura, como si estuviéramos hechos a medida. Nunca había dejado de sorprenderme.

—Oye, Luke —habló al ver que yo no decía nada más, ignorando que la razón de mi silencio era el estar pensando en cosas en las que definitivamente no debía pensar.

Bajé mi mirada a sus ojos verdes, que se veían casi marrones por la escasez de luz. —Dime.

—Yo... —Bajó uno de sus brazos, manteniendo la mano contraria envuelta en este. Soltó un suspiro, cerrando los ojos un Segundo para luego volver a abrirlos, fijos en los míos—. Siento muchísimo lo del mensaje de Fiorella. No tienes idea la pena que me da. No quiero...

—No es tu culpa. —Fruncí el cejo. ¿Ella, avergonzada? Si había alguien que tuviera que sentirse así allí era yo—. Tú no puedes controlar al terror del llano —añadí, refiriéndome a Fiorella con uno de los tantos apodos que le tenían.

—Yo sé —Se acarició el brazo, desviando la mirada al suelo, como si le costara mantenerla enfocada en mí—, pero no quiero que pienses que yo... Ya sabes... Pasamos toda la tarde tan bien... No quiero que estemos como ahora. Eres mi amigo y... —Se encogió de hombros, volviendo a verme mientras se mordía el labio inferior con timidez—. Nunca haría algo que pusiera en peligro eso sabiendo que estás con Aleisha.

Ya va. ¿Qué?

—¿De qué estás hablando? —Arrugué la cara, más confundido imposible.

Ella rodó los ojos esbozando la sombra de una sonrisa, e hizo un gesto con la mano que no rodeaba su otro brazo al decir: —He visto sus fotos. —Luego, al acordarse, agregó:—. Y recuerda que nos vimos en Coachella.

—¿Cuando me estuviste stalkeando y me ghosteaste como si no me hubiera dado cuenta? —dejé lo de Aleisha aparcado para sacarle este otro tema, no pudiendo desperdiciar la oportunidad de hacer que se picara. Me lo había dejado en bandeja.

Si te preguntas de qué estaba hablando, era de aquella vez en Coachella, a principios de ese año, que nos habíamos encontrado por casualidad al chocarse Lucía y Aleisha cerca de un puesto de comida. En la noche, no había podido evitar meterme en su instagram por curiosidad, para averiguar qué había sido de su vida. Y, como era de esperarse tratándose de mí, se me había escapado un like. Luego había visto que, como si fuera obra del destino, a ella también se le había ido el corazón en una de mis fotos viejas, y había decidido escribirle pidiéndole sarcásticamente que dejara de acosarme, a lo que me había dejado en visto.

La morena se me quedó viendo por un segundo, cuestionándose si estaba hablando en serio, hasta que la pequeña sonrisa que intenté ocultar sin éxito le confirmó lo contrario, haciéndola esbozar una similar. —Verga, tenía demasiadas ganas de ponerte "cachicamo diciéndole a morrocoy conchúo" —confesó—. Pero coño, entiéndeme. Estaba con Luisfer; no iba a ponerme a hablar con mi ex así como así. Ese eres tú que no le tienes miedo a nada.

—¿Él te revisa el teléfono? —inquirí, y quise abofetearme apenas dejé salir esas palabras de mi boca. Yo nunca lo había hecho. Solo esa vez que había descubierto ciertos vídeos incriminatorios en su galería, incitado por Calum, y me arrepentía como no te imaginas. Sin embargo, fuera como fuera, si Luisfer lo hacía, eso no era mi problema.

—No —contestó, con un tono cargado de ironía y algo que me pareció, tal vez, desilusión—. Nunca lo hizo, y dudo mucho que fuera a hacerlo ahora que no estamos juntos.

Alto ahí. ¿Qué...? ¿Lucía ya no...? ¿Cuándo? ¿Cómo? ¿Por qué yo no me había enterado?

—Espera. ¿Luisfer y tú... no están...? —balbuceé como pude. Estaba atónito—. ¿En serio?

Ella asintió lentamente, un poco confundida también. —Desde hace meses —admitió—. Pensé que sabías.

No, y no entendía cómo había pasado algo así por alto. Sí era cierto que con Mike habíamos acordado hacía muchísimo tiempo que él no me contaría nada respecto a la vida de la venezolana a menos que yo le preguntara, y claramente no le había preguntado por aquello ya que ni me lo imaginaba. Pensaba que estaban bien, en su mejor momento, o al menos lo había creído así hasta que Lucía se había presentado al viaje sin Luisfer. Ya desde entonces podía olerme algo extraño, pero no imaginaba que tanto como para que hubieran terminado.

¿Qué le habría hecho Luisfer? ¿La habría lastimado?

Lo sabía, me di la razón. Y era verdad: yo siempre lo había sabido, tanto que él llevaba una doble intención hacia la chica desde antes de ser más que amigos, como que acabaría haciéndole daño. O, bueno, no es que lo hubiera sabido en verdad, sino que había querido pensar que así sería para hacerme sentir mejor por no estar en su lugar. Ya el hecho de que hubiera acertado había sido más por casualidad que otra cosa.

—No tenía ni idea —reconocí, con la mente más revuelta que una serie de más de tres temporadas—. Lo siento, Lu —dije a modo de apoyo, más por buenos modales que porque realmente lo sintiera. En realidad sí lo hacía, pero no tanto porque hubieran terminado sino porque ella tuviera que sufrir al respecto. Una ruptura nunca era lo más alegre del mundo, o eso era lo que mi experiencia me decía.

Ella se me quedó viendo por unos instantes, analizando mi expresión. Luego se llevó las manos a la cintura y esbozó una sonrisa burlona. —Qué mentiroso. —Negó varias veces con la cabeza—. Claro que no lo sientes; Luisfer te cae malísimo.

No pude evitar reírme con nerviosismo porque, en parte, tenía razón. Esa chica era dura de engañar. Me conocía demasiado bien, a pesar de los años. —Claro que lo siento —desmentí sus afirmaciones—, solo que no por lo que tú crees: no es como que sepa lo que pasó, y tampoco espero que me lo cuentes si no quieres, pero siento que hayas tenido que probarlo para darte cuenta de que no era para ti.

Lo que había dicho, lo había dicho con toda la sinceridad del mundo. Ella pareció darse cuenta, pues aunque me analizó unos segundos con los ojos entrecerrados, como buscando rastros de mentira en mi mirada, acabó dejando caer sus manos a sus costados, relajando sus hombros y la expresión de su rostro.

—En realidad el que se dio cuenta de que no era para él fue Luisfer —me explicó, y aunque no se lo había pedido, verdaderamente quería saberlo. Tenía muchísima curiosidad sobre qué les había pasado—. Aunque viendo atrás, en el fondo siempre lo supo. Me lo advirtió, y ahora sé que tenía razón. —Apartó la mirada, volviendo a cruzarse de brazos y acariciarse los mismos como hacía cuando estaba nerviosa—. A veces me gustaría no haber insistido tanto, y así nos hubiéramos ahorrado este año y medio, pero... —continuó, gesticulando con las manos sin descruzarse los brazos—. Supongo que tenía que intentarlo. —Soltó un largo suspiro, y ahí sí volvió a fijar su mirada en la mía—. Pensé que sería el indicado. Tal vez porque, después de mucho tiempo, fue la única persona con la que pude olvidarme de ti.

Esa última frase había hecho que se me pusieran los pelos de punta.

Si alguna vez —o mucha veces— había pensado que aquellos tres míseros meses que había durado lo nuestro no habían significado nada para ella, acababa de confirmarme que estaba errado.

Yo me había sentido justo así: la única persona capaz de quitarme a Lucía de la cabeza, había sido Aleisha, y esos últimos meses, desde que había vuelto a encontrar su cadenita escondida en el cajón junto a mi cama, había perdido dicha capacidad.

¿Por qué no nos habíamos llamado? ¿Por qué habíamos dejado que todo se fuera al traste si sentíamos lo mismo? ¿Por qué nos habíamos dejado sufrir por el otro cuando estábamos enamorados hasta tal punto? Podría haber sido todo tan diferente...

—Pero nada de esto te importa —añadió al ver que me quedaba en silencio, sumido en mis pensamientos—. Total. —Dejó caer los brazos y se encogió de hombros—. Tú estás que si con la tipa más perfecta del mundo...

—Lu —quise interrumpirla cuando dijo aquello, de repente entendiendo muchas cosas que no había captado hasta ese momento. Ahora todo tenía sentido.

—Y no me malentiendas —ignoró mi llamado, demasiado centrada en continuar lo que estaba diciendo—; en serio me alegro de que te hayas reencontrado a alguien como ella, que aparte de bellísima se ve que es súper pana. Es solo que...

—Lu... —volví a llamarla, obteniendo el mismo resultado de antes.

—Lo tuyo y lo de Luisfer hacen que me de cuenta de que definitivamente el problema soy yo, y...

—Lucía —insistí por tercera vez en un tono más alto y firme que antes. Ahí sí me hizo caso, dejando de ver a los lados y volviendo sus ojos a los míos al darse cuenta de que la estaba llamando—. Aleisha y yo lo dejamos hace meses.

Lucía:

Su cara era de impacto total, aunque también de confusión. Faltaba era la ruedita girando y la música de Wii sonando de fondo.

Tragué saliva y continué cuando tuve su atención. —Estábamos teniendo problemas desde mucho antes. Y la quiero, pero... —expliqué, más porque sentía que se lo debía al ella haberme brindado algo de información respecto a su ruptura con Luisfer, que porque realmente tuviera ganas de hablar de ello—. No es lo mismo que cuando éramos niños. Yo soy otra persona y ella también, muy diferentes, y no creo que del tipo que se complementa... —Hundí las cejas en confusión—. Pensé que Mike te había contado.

Ella se me quedó viendo con los ojos entornados. La estupefacción en su rostro me decía que no se lo esperaba en lo absoluto. Y tenía sentido: seguro había entre ella y Clifford un trato similar al mío con este último, lo cual le habría impedido enterarse de algo como aquello. Por eso había estado tan recatada esos días a mi lado. Sí, habíamos pasado tiempo juntos, a solas —tal vez más del que debíamos—, pero entre medias no se me había acercado más de lo necesario, como si tuviera una burbuja a mi alrededor que no quisiera romper. Y no lo hacía porque ella tuviera pareja, sino porque pensaba que yo la tenía. A mí me había pasado lo mismo.

De todas formas, el que estuviéramos equivocados no significaba que ahora las cosas fueran a ser diferentes entre nosotros. Lo nuestro seguía perteneciendo al pasado, y por muy atractiva que me resultara tanto física como espiritualmente, seguía tratándose de una gran amiga. Y no sabía hasta qué punto estaba dispuesto a poner eso en riesgo. No quería perderla otra vez.

Además, estaba Aleisha. La quería, muchísimo, y seguía siendo importante para mí. No la había superado, no del todo, y precisamente por eso había aceptado la invitación de Michael a Fiji. Quería hacerlo, eso sí, y he de decir que la presencia de Lucía estaba siendo de gran ayuda... Pero estaba confundido, y mientras más me acercaba a la venezolana más se ahondaba dicha confusión.

Reconozco que seguía buscándola aun siendo consciente de aquello, pero, en mi defensa, no es como que pudiera evitarlo, por mucho que tratara. Y tampoco quería. De cualquier manera, estaba feliz de ya no tener que ir con pie de plomo cada vez que estuviera a su lado.

—Conchale, Luke, yo... —Levantó levemente una mano como si fuera a tocarme, pero acabó por bajarla, sin quitarme sus ojos verdes, abiertos como platos, de encima—. Lo siento.

—Qué mentirosa —le devolví la broma de antes, enarcando las cejas con una sonrisa de lado que ella imitó rodando los ojos—. Claro que no lo sientes.

—Sí lo siento, gafo —replicó, meneando la cabeza suavemente como la diva que era—. Déjame decirte que esa es mi mejor amiga Aleisha que hasta nos damos like en... —empezaba a justificarse, cuando la voz de un hombre a detrás de nosotros la interrumpió.

—Les toca —dijo, en inglés, tocándole el hombro a Lucía, quien se sobresaltó de forma casi imperceptible y lo disimuló con el "ah, gracias" más tranquilo que le salió.

Mientras hablábamos, habíamos estado avanzando en la cola, y cuando miramos al frente nos encontramos con que, sin darnos cuenta, habíamos llegado a la caseta. Dimos un par de pasos hacia adelante hasta la taquilla, tras cuya ventana, abierta, nos esperaba pacientemente el dependiente.

—¿En qué los puedo ayudar? —nos preguntó.

—Queremos pedir un taxi al centro de Nausori —Lu respondió por los dos, mirándome a mí y luego al hombre.

—Tendrían que esperar a que regrese alguno. —Nos indicó con un gesto de cabeza la zona del estacionamiento donde otras personas ya se hallaban aguardando a que llegara su taxi. Nos habíamos sumido tanto en nuestra conversación que no nos habíamos fijado que la gente que había delante de nosotros en la fila había pasado a acumularse en ese área—. ¿Alguna dirección específica? O ¿solo el centro de Nausori?

—Si sabe dónde podemos encontrar un hotel para pasar la noche —intervine yo, inclinándome hacia la taquilla, que me quedaba algo baja en relación a mi altura, poniendo a la vez una mano sobre el mostrador.

—Sí, claro. —Asintió con la cabeza y se volvió hacia la computadora que tenía a un lado, escribiendo con ayuda del teclado algo en la pantalla, que no alcanzaba a ver desde ahí, pero que asumía estaría relacionado con lo del hotel—. ¿Un hotel en Nausori? —inquirió, ya por curiosidad personal, mientras recorría la pantalla con sus ojos marrones—. No es una zona muy turística.

—Es que estamos hospedándonos en una isla al este, pero se nos fue la hora y no pudimos alcanzar la avioneta a tiempo —expliqué por ambos, intercalando mi mirada entre Lucía y el dependiente—. Así que tenemos que quedarnos aquí hasta mañana.

El hombre se detuvo en seco, dejando de teclear para voltear nuevamente hacia nosotros y observarnos con el cejo fruncido. —Nuestras lanchas salen de noche también —nos explicó, haciendo un ademán hacia la parte de atrás del estacionamiento, en la que se encontraba el pequeño puerto repleto de barquitos de motor—. No es lo más común, pero puedo pedirles una de esas en lugar del taxi. Depende qué tan lejos quede la isla en la que se hospedan.

—Laucala —respondimos los dos al unísono con una rapidez impresionante.

Ni Lucía ni yo queríamos quedarnos allí aquella noche.

No es que me molestase seguir pasando tiempo con ella alejados de los demás, pero sabía que los hoteles que encontraríamos en esas condiciones no serían de cinco estrellas. Después de un día tan agotador, el solo pensar en la cama que estaba esperándome en Laucala era motivo suficiente para plantearme ir nadando hasta allí si pudiera.

—En ese caso —dijo, con una sonrisa de lado similar a la que nos dedicamos Lu y yo al ver que habíamos hablado al mismo tiempo—, esperen aquí que voy a llamar a mi compañera para que los lleve.

¿Vieron el trailer de Don't Worry Darling?

Tengo demasiadas ganas de verla

Recuerden que tenemos grupito de WhatsApp

Los amo❤️

— Cam

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