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Dedicación de hoy para lulubookssra_ ❤️
Cada segundo que pasa estoy más enamorada de BLENDER ayúdenme
Los amo❣️
Me pisó.
Fue una tontería. Ni siquiera me dolió. Seguramente porque no era como que sus pies sostuvieran mucho peso; un metro sesenta no daba para mucho. Aún así, Lucía se echó hacia atrás apenas sintió mis dedos descalzos debajo de su pantufla, con una cara de vergüenza que superaba a todas las anteriores que había puesto desde que yo había descubierto su presencia en la habitación.
—Nawebona, perdón —dijo automáticamente, tapando su boca con ambas manos y mirándome con las cejas alzadas—. ¿Estás bien?
Me llevé el dorso de una mano a la frente en modo dramático, haciendo mi mejor cara de sufrido antes de decir, con un tono cargado de exageración: —¡Mi pie! ¿Cómo pudiste?
Su mirada de preocupación se convirtió en una mezcla entre divertido fastidio y alivio, al ver que estaba lo suficientemente bien como para burlarme de ella. Ladeó la cabeza con los brazos entrecruzados y los ojos entrecerrados, pero aunque intentó parecer molesta, no pudo evitar sonreír de medio lado. —Dame mi vaina —me exigió, casi que arrancándome el suéter de las manos mientras yo lo que hacía era reírme de ella.
Metió ambos brazos en las mangas de la prenda y la alzó sobre sí para introducir su cabeza. En eso, no pude no darme cuenta de que claramente no llevaba brasier, y que la camiseta debía de quedarle pequeña, pues se le subió un poco cuando levantó los brazos, dejando ver algo de su prieto estómago.
1 segundo después...
Cuando me pillé fijándome en esos detalles tan insignificantes, aparté la mirada, acusándome a mí mismo de irrespetuoso e impidiéndome seguir con ese tipo de análisis. Ya ni siquiera porque se tratara de mi ex —llegados a ese punto me daba lo mismo—, sino por el innegable hecho de que tenía pareja, y yo no tenía nada que hacer al respecto ni quería tener nada que ver con eso.
Entonces que volvíamos a hablarnos y a tener algo de confianza el uno en el otro, tenía que hacer a un lado esas ideas tontas, porque como se diera cuenta y empezara a sentirse incómoda, podía irle diciendo adiós a esa amistad. Y no quería hacerlo.
—¿Cuánto rato llevabas ahí? —le pregunté, cambiando de tema, haciendo un ademán con la cabeza hacia el lugar donde la había descubierto espiándome minutos antes.
—El suficiente para saber que lo que estabas tocando sonaba demasiado arrecho —respondió sin siquiera pensarlo mientras terminaba de ponerse el suéter, sacándose el cabello que había quedado atrapado debajo de este y dejándolo caer en toda su longitud sobre sus hombros.
Chasqueé la lengua, esbozando una sonrisa de labios cerrados cargada de ironía. No podía estar hablando en serio. —No hace falta que mientas —repliqué—. Sé muy bien que era una auténtica mierda.
Y lo decía con toda sinceridad, pero ella no parecía estar de acuerdo conmigo en lo absoluto. —¿Tú eres marico? ¿Cómo vas a decir eso? —Se hizo la ofendida, como si se lo estuviera diciendo a ella y no a mi propia canción. O, bueno, casi canción; aún le faltaban retoques. Muchos, diría yo—. Estaba arrechísima. Ojalá no te hubiera interrumpido. —Apretó los labios para luego relajarlos de repente y añadir:—. Aunque es verdad que no parece una canción de los 5Socorro.
—Tienes razón —acepté, y me apresuré en agregar a modo de aclaración:—. En eso. En lo demás insisto es que es bastante mala. Pero es la primera canción que escribo desde hace dos años, así que tampoco podía esperar mucho.
—Ya va, ya va... —Frunció sus cejas castañas oscuras con confusión—. ¿Dos años sin escribir?
—Sí —admití, muy a mi pesar. No era algo de lo que me encantara hablar—. Nunca había tenido un bloqueo así, y quitármelo me ha estado costando lo que no te imaginas. Siempre me quedo hasta tarde intentando que me salga algo, pero nada. Hoy, sin embargo, me estaba saliendo del tirón...
—Hasta que llegué yo y te eché a perder la vaina —completó por mí, aunque no era eso lo que yo iba a decir. Otra vez parecía avergonzada, ignorando que yo lo estaba más.
La idea de que Lucía me viera componiendo nunca me había fascinado. Antes, porque siempre estaba intentando componer algo sobre ella y no me salía nada suficientemente bueno. Y en ese momento, porque me sentía completamente inseguro acerca de mi forma de escribir después de tanto tiempo sin poder hacerlo. Era como ser un novato otra vez, y no quería que ella, que en cierto modo sentía admiración hacia mí como músico, me viera en ese estado tan vulnerable.
—Pero, y ¿CALM? —inquirió, nuevamente confundida—. He visto los créditos y tú sales que jode.
No sabía qué tanto era "que jode", pero suponía que mucho.
—Eran canciones viejas o a medias que los chicos y los demás compositores completaban —le expliqué, encogiéndome de hombros—. Quiero decir —intenté clarificar la información que a duras penas estaba dándole—. Sí he escrito cosas, pero... O es la melodía lo que me falta, o la letra, o la estrofa, o el coro... Siempre es algo.
—La de ahorita ¿la lograste terminar? —Sus ojos verdes, iluminados por la luz que se colaba por el ventanal, brillaban de curiosidad—. Digo, antes de que fuera yo a interrumpirte...
Me hubiera gustado cambiar el tema, aunque yo mismo había hecho que acabara ahí para empezar, pero mirándola a la cara no pude no contestarle con la verdad. En fin, se trataba de Lucía; no es como que no pudiera bajar la guardia con ella. Por mucho que me costara, sabía que estaba en un lugar seguro. —Casi. Solo me faltaba una melodía para el coro, porque la que tengo no me convence, así que estaba repitiéndola desde el inicio a ver si se me ocurría algo mejor.
De repente, sentí el impulso de hacer algo de lo que sabía que iba a arrepentirme más tarde.
No estaba seguro de si era porque en cierta manera quería complacerla dado que se la veía bastante ilusionada hablando de aquello, o porque en el fondo yo necesitaba discutirlo con alguien que no fueran los chicos, y ella, así como cuando lo de Sierra, era la persona indicada en el lugar indicado. No sabía muy bien por cuál de esas razones, pero decidí preguntarle: —¿Quieres oírla?
—Ya fue —dijo automáticamente, abriendo los ojos como platos, acompañando ese gesto con una sonrisa que me decía claramente que estaba bromeando—. Ya cumplí todas las metas que tenía como fan de las cinco salsas. Ahora solo me falta arrancarles un pelo 'e bola a cada uno y clonarlos para tener mi propia banda en mi casa y que me canten cuando yo quiera.
Me hubiera asustado y todo si no conociera tan bien al personaje, cuyas peculiares bromas iban adquiriendo cada día más originalidad. Había tenido que viajar al otro lado del mundo para darme cuenta de lo mucho que las extrañaba.
—¿Eso es un sí? —cuestioné, mirándola con una sonrisa.
—Dalo por hecho dijo Víctor Drija.
***
—Y eso era más o menos lo que había pensado —concluí, una vez hube terminado de cantar aquel trozo de coro, en mi opinión algo flojo y sin un cambio especial respecto al pre-coro.
A ver. Seguro pensarás que la canción era malísima porque así es como estoy haciéndolo ver, pero en realidad me gustaba, aunque no lo admitiera, especialmente la letra.
Puedo asegurarte que nunca había sido tan sincero conmigo mismo como lo había sido componiendo esa canción. Habían pasado tantas cosas en los últimos diez años de mi vida, que durante más de la mitad de ellos casi no había podido procesarlas. Todo el rato era como vivir en un remolino de situaciones y emociones mezcladas, y eso me había afectado. Durante mucho tiempo no fui exactamente una buena persona. Hasta que me había dado cuenta de todo aquello y había logrado encontrarme a mí mismo, hacía tan solo un par de años atrás. Había cambiado para bien. O eso había creído hasta hacía unos meses, en que de la nada había reparado en que me estaba pasando lo mismo de nuevo. Y definitivamente no quería caer por ese agujero; no otra vez.
A lo que quiero llegar es a que me había desbocado a nivel lírico en esa canción y estaba bastante orgulloso. Sin embargo el ritmo... No era de mis favoritos. O tal vez era que no estaba acostumbrado a ese tipo de musicalidad tan... alternativa, diría yo. Ni siquiera sabía que podía escribir algo que no fuera pop-punk-rock.
—Mmm... —Lucía, que estaba sentada en uno de los dos sillones que había en la terraza de mi cabaña, donde nos habíamos instalado, se lo pensó unos segundos antes de contestar.
Yo, que me encontraba sentado en el sillón restante frente a ella, guitarra en mano, esperé nervioso su respuesta.
Estaba seguro de que iba a contestarme cualquier cosa. No porque no fuera sincera ni mucho menos, sino porque tenía claro que los conocimientos teóricos musicales de Lu no abundaban. Lo suyo era la fotografía, no la música.
—Creo que deberías cambiar ese "¿es así como siempre debió ser?" a un "¿es así como siempre va a ser?" por la cantidad de sílabas —empezó a decir, bastante segura de sus afirmaciones según parecía por la firmeza en su voz—. Además, según lo que me contaste la canción va de que sentías que esa sensación de que lo que estabas viviendo te superaba nunca se iba a acabar, así que creo que pega. Es como si lo estuvieras reviviendo.
La forma en que lo había dicho había sido increíblemente inteligente. Tanto, que me tomó por sorpresa. Repito: no porque ella no fuera inteligente —todo lo contrario—, sino porque no sabía que esa inteligencia se extendía al ámbito musical también. Estaba totalmente equivocado.
Yo tenía muy claro a qué se refería, pero, como me vio sorprendido, seguro pensó que no la había entendido, y por eso explicó, viéndose obligada a cantar para ello: —Atrapado en la locura. —Alzó la mirada hacia el cielo estrellado, como si no quisiera verme a los ojos mientras tarareaba—. Se apodera de mí. ¿Es así como siempre va a ser?
Y si la respuesta anterior no me la esperaba, esa muchísimo menos. No había desafinado en lo absoluto, y aunque su voz tampoco fuera la de una profesional, era muchísimo más melodiosa y dulce de lo que recordaba. Es que, en realidad, era todo lo contrario a cómo la recordaba: Lucía no cantaba nada bien, o, mejor dicho, cantaba de pena, o al menos eso tenía entendido. Incluso ese mismo día en el paseo en bicicleta había estado cantando El Pollito Pío con su hermana y con Fiorella de regreso a la cabaña, y aunque había dado muchísima risa, de haber ido a un concurso de canto no la hubieran dejado pasar ni siquiera a la audición. Así que, ¿de donde había salido esa voz?
—Coño, yo sé que no soy Ariana Grande —habló, sacándome de mi perplejidad, imaginando que por mi cabeza pasaban pensamientos opuestos a los que realmente estaban pasando—, pero tampoco es para que exageres. No es como que se vayan a romper los vidrios.
—¿Desde cuándo cantas así? —tuve que preguntarle, ignorando su falta de modestia. ¿Tenía acaso a Lucía Montana frente a mis ojos?—. Y ya sé qué vas a decir —agregué cuando abrió la boca con un destello burlón en su mirada y pude ver sus intenciones—, pero me refiero a así de bien.
—Primero, que nada que ver, pues. En mi casa la artista es Bárbara —replicó, aún con esa expresión divertida en su rostro—. Y segundo, que de siempre, marico. Será que tú no te diste cuenta.
—A mí jamás me cantaste así —Alcé una ceja, cuestionando su afirmación—. Y además, El Pollito Pío de esta mañana, ¿qué?
—Coño, es que yo vivo pa' la joda. —Rodó los ojos con diversión—. No quiero ser cantante. Prefiero ser comediante.
Le reí el verso sin esfuerzo.
Ella se encogió de hombros con una sonrisa. Luego, añadió, en un tono un poquito más serio: —En verdad, desde chiquita nunca me ha hecho falta cantar bien, porque aunque lo intentara no habría forma de superar a mi hermana, y tampoco es que quiera hacerlo. —Apartó la mirada momentáneamente hacia el mar, para luego devolverla a mis ojos—. No te creas; a mí no es que me apasione, pero sí sé algo de música. Más por tener una hermana que vive para eso y por ser fan de todo lo que se mueva, que por práctica. El único instrumento que sé tocar es el triángulo.
—Pensaba que no tenías ni idea. Te he subestimado durante todo este tiempo y tú no me habías dicho nada al respecto. —Negué repetidas veces con la cabeza, dejando salir un suspiro—. Me siento como una mierda. Casi tan mierda como esta canción.
—Sí eres gafo —me reclamó con clara obstinación, aunque no había dejado de sonreír—. Prueba hacer lo que yo te dije. Ah, y cambia la vaina al final de cada frase tipo... Estoy en la vía de salida, perdiendo el sueño... —ejemplificó, cantando otra vez con esa voz hasta entonces desconocida para mí. De verdad que estaba impactado—. No me veas así. Deja tu show y dale —me ordenó, dándome un suave golpe en la pierna con uno de sus pies, que para aquel momento había descalzado por comodidad, dejando sus zapatos en el suelo de la terraza junto a su sillón.
—Ok —acepté, siendo yo quien rodara los ojos en esa oportunidad—. Entonces sería...
***
No sabía ni qué hora era cuando me desperté, pero por el aún oscuro cielo salpicado de estrellas —me parecía increíble cómo brillaban, pues, aunque no fuera tanto en sí, era mucho en comparación con el contaminado cielo de Los Ángeles—, podía asumir que el amanecer todavía estaba lejos.
Pensé que estaría en la cama de mi cabaña como el resto de noches que el insomnio había hecho de las suyas desde que estábamos en Fiji. Pero no. En su lugar, cuando abrí los ojos, me encontré con que seguía en la terraza, en la que hacía más frío del que había hecho cuando Lu y yo nos habíamos mudado de la sala para allá.
Hablando de la reina de Roma, ella también seguía allí, con los pies descalzos recogidos sobre el asiento y la cabeza recostada sobre uno de los brazos del sillón, en el que estaba incómodamente sentada y, con todo y eso, dormida. Yo, por otro lado, estaba tendido en toda mi longitud sobre mi respectivo sillón, casi cayéndome de este debido a mi altura, razón por la cual seguramente me había despertado. Mi guitarra —una de cuyas cuerdas se hallaba fuera del mango, rota—, mis lentes y mi libreta de composición improvisada, se hallaban sobre la mesita de la terraza.
No sabía en qué momento me había quedado dormido, pero sí recordaba que con Lucía nos habíamos olvidado de la música y nos habíamos puesto a hablar de cualquier tontería una vez romperse la cuerda, justo después de terminar Diamonds, la canción que había estado escribiendo, cuyo título había sacado la propia Lucía de uno de los versos del inicio. Se había quedado así porque, la verdad, me encantó desde el primer momento en que me dio la idea.
Me erguí sobre mi asiento, teniendo que parpadear varias veces para terminar de despertarme.
Lo primero que pensé fue en despertarla a ella también para que se fuera a su habitación, donde estaría muchísimo más cómoda. Sin embargo, solo tuve que pensármelo dos veces para decidir que no iba a hacerlo: se veía tan apacible, que no me veía capaz de interrumpirle el sueño, más aún sabiendo que una de las razones por las que había ido a aquel viaje era porque en su vida cotidiana no descansaba nada.
Luego pensé en llevarla hasta su habitación yo mismo. En fin, no pesaba nada y para mí no era problema cargarla. Pero sabía que su cabaña no quedaba exactamente al lado, y seguro que en el camino se despertaba. Además, sería tenerla demasiado cerca demasiado tiempo, y no estaba dispuesto a correr ese riesgo, por el bien de mis propios pensamientos.
Al final, opté por dejarle mi cama; quedaba mucho más cerca de la terraza y, si tenía cuidado al cargarla, no tendría por qué despertarse. A mí no me importaba dormir en el sofá de la sala de mi cabaña, que tampoco era precisamente pequeño. Seguro que entraba; con los pies fuera, pero entraba. Así, al menos ella no estaría toda doblada en aquel sillón.
Me levanté de mi asiento y di el par de pasos que necesitaba para llegar al suyo. No fue tarea sencilla, pero logré encontrar la manera de sacarla de aquel reducido espacio de una forma no tan brusca, sujetándola con una mano bajo sus rodillas y un brazo rodeándole la espalda.
Ni siquiera quise bajar la mirada, pues sabía a lo que me atenía, y no quería que me diera un ataque de ternura teniendo ya que luchar con la atracción que estaba volviendo a sentir hacia ella, cosa que, al no poder simplemente apartarla y alejarme —no quería hacerlo—, me estaba costando más de la cuenta suprimir.
Quizás fue por eso —porque no estaba mirando—, o por el hecho de que seguía adormilado, que al pasar por la abertura del ventanal hacia el interior de la cabaña con la chica en brazos, golpeé su cabeza con el marco.
Había sonado fuerte y claro. Así que, cuando llevé mis ojos a su rostro, preso del pánico, imaginando que la habría despertado, sentí un gran alivio al comprobar que seguía sumida en un profundo sueño. Es cierto que hundió un poco las cejas y se revolvió un poco en mi pecho, supongo que como reflejo al sentir el golpe, pero no hizo ni el más mínimo amago de abrir los ojos, razón por la cual seguí mi camino hasta la cama.
Continuando con los esfuerzos que había puesto inicialmente en apartar la mirada, la coloqué lo mejor que pude sobre el colchón. Acerqué la cobija, que estaba toda hecha un desastre al otro lado de la cama, y la cubrí hasta el pecho con esta; sabía que no le gustaba estar tapada hasta el cuello. Sin embargo, lo más difícil fue acomodar su cabeza en la almohada, pues no hallé la manera de evitar sentirme levemente fascinado por sus facciones, y por cómo algunos mechones de pelo castaño le caían desordenados sobre la cara. Hice a un lado un par de ellos con delicadeza, y me sentí más tonto todavía al darme cuenta de que a ella, que estaba dormida, le importaba poco que el pelo le tapara la visión, que por supuesto no estaba en su pleno uso.
Es que tú definitivamente, me empezó a molestar mi subconsciente, al que mandé a callar. Era mejor que me fuera a dormir.
Y así hice, agarrando una de las varias almohadas que aún quedaban en la cama aparte de la que estaba usando Lu, y buscando la otra cobija que había sacado del armario horas atrás y dejado sobre uno de los sillones de la sala cuando fui a mostrarle la canción a la fotógrafa. Me extendí sobre el largo sofá —aunque no más largo que yo—, poniendo la almohada bajo mi cabeza y la cobija sobre mi cuerpo.
E intentando no pensar en las mil cosas que no quería pensar, me quedé dormido.
¿Qué más?
Largo, vale, no se pueden quejar
Sin más que añadir...
Los amo❤️
— Cami
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