23
Dedicaciones para
-jeaaanne
Vale_Night
yourlovinisbible
lulubookssra_
apvcalyptica
y davianaequis
❤️
Activ@s ¿o qlq?
Pulsé el botón lateral de mi teléfono y miré la hora una vez más. 22:30, marcaba. Hacía media hora que se suponía que íbamos a encontrarnos allí, pero, como de costumbre, ni rastro de ella.
Ten paciencia, me pedí a mí mismo. Ya llegará. Solté un suspiro, esperando estar en lo cierto.
En el fondo tengo que reconocer que me daba algo de impotencia ser siempre el webon al que dejaban plantado, pero había estado esperando esa noche con tantas ganas que poco me importaba. Esas últimas semanas había estado full ocupado con las vainas de la empresa y Lucía había estado absorta en sus mil trabajos... Necesitaba un escape del estrés cotidiano, y si iba a permitirme un descanso, si iba dedicarle tiempo —que no me sobraba en lo absoluto— a alguien, esa sería ella. No importaba cuánto más tuviera que esperar.
Además, verla dando vueltas de aquí pa' allá todos los días, sin parar, sin tomarse un segundo para respirar, me preocupaba que jode. Y coño, yo me la pasaba intentado acercarme a ella, insistiéndole en que le bajara dos y se olvidara por un momento de todos los peos en los que estaba metida, pero ya tenía una colección de collares que me hacía con las bolas que me paraba; lo bueno es que con un par más ya podría montar una tienda. Sin embargo, ese día, nuestro cumple-mes 18, era la oportunidad perfecta para hablar con Lu y convencerla de que se tomara un tiempo para sí misma. Michael me había dicho que estaban planeando un viaje a Fiji, Maldivas, o una vaina playosa de esas de gente con rial. Nada como Cata, papá. Pero bueno, el punto es que me gustaba la idea de que ella fuera pa' allá con sus amigos y se olvidara del mundo por un rato. Yo también quería, pues, pero como a mí nadie me había invitado y tampoco iba a ir de arrocero, que al menos fuera ella que bastante que se lo merecía.
Me encogí en la chaqueta de mi esmoquin, cubriéndome como pude del frío neoyorquino que la noche intensificaba. De pana que por mucho que pasara el tiempo yo no terminaba de acostumbrarme a esa vaina; llevaba ya casi tres años viviendo en Manhattan y todavía me sentía como maracucho en Mérida. Y si eso era en mayo que ya como que el termostato se relajaba un chin, no quieres ni imaginarte cómo sería en pleno diciembre. Hasta los mocos se te congelan.
Me le quedé viendo al ramo de flores que había estado haciéndome compañía, yaciendo a mi lado en aquel banco en el que llevaba ya bastante tiempo sentado. Estaba compuesto por dieciocho flores, cada una diferente para cada mes: una margarita por el primero, que fue todo tímido e inocente pues recién empezábamos a acostumbrarnos a la idea de estar juntos; un girasol porque, al menos como yo lo veo, es la evolución de esa margarita, pero más grande y alegre, para simbolizar cuando agarramos más confianza en lo que estábamos haciendo; una orquídea porque es kike la flor de la sensualidad y no explico más pues se sobreentiende lo que quiero decir; una rosa por el amor y la pasión del cuarto mes, que fue cuando comenzó esa típica etapa de luna de miel; una lila, que según el señor de la floristería representa el amor que crece; una malva por la calma y la tranquilidad de cuando le bajamos dos al queso; un tulipán, de tallo fuerte, hecho y derecho, de cuando comenzó la etapa más madura y sólida de nuestra relación... y así hasta la decimoctava flor, una nomeolvides, a ver si Lu captaba la indirecta. La vaina quedaba medio psicodélica con tantos colores y formas distintas, pero a mí me gustaba, y estaba seguro de que a ella también le gustaría.
No es por nada, pero me quedó brutal, me autofelicité, sonriendo de medio lado. Sabía lo mucho que significaban para ella ese tipo de detalles, a la vista simples pero con un trasfondo bastante más profundo de lo que aparentaba. Era como un secreto —que tu mirada y la mía un presentimiento— que solo nosotros dos conocíamos.
Es que...
No me vas a decir que no.
Aunque bueno. Mariquísimo, yo sé. Valencia en alto.
El repentino viento, que hizo que el ramo se moviera, alejándose hacia el borde del banco, me obligó a salir de mi ensimismamiento. Reaccioné lo más rápido que pude para intentar agarrar las flores y evitar que se cayeran y se ensuciaran, pero como andaba medio aweboniado no apliqué las enseñanzas de Julioprofe a tiempo y terminé dándome un beso con el piso. De paso que lo primero que chocó contra el cemento fue la nariz. Derechito pa' Botched.
Adolorido, conseguí darme la vuelta y recoger las flores —que habían acabado a mi lado, también haciéndose amigas del suelo—, para dejarlas sobre mi pecho y proceder a sobarme la nariz y el resto de la cara. —Siempre pajuo —mascullé para mis adentros. Tras quedarme unos segundos ahí tirado como la carajita del meme aquel, me levanté en un solo movimiento y proseguí a desarrugarme la ropa con una mano mientras sostenía el ramo con la otra.
Miré a mi alrededor, en parte con la intención de averiguar si alguien me había visto y así poder identificar el nivel de pena que había pasado, y en parte con la esperanza de encontrarme a una pequeña fotógrafa de pelo oscuro y ojos verdes corriendo en mi dirección. La primera misión fue un éxito, porque nada más se estaban riendo de mí dos chamos ahí equis en la esquina, a los que simplemente ignoré. La segunda misión, por otro lado, un fracaso, porque no había pista de Lucía por ninguna parte.
¿Sabes qué, marico?, pensé. Mucha caballerosidad y vaina, pero yo la voy a esperar adentro. Por lo menos para sentar el culo en una silla decente. Primero, porque se me están congelando las bolas aquí afuera. Y segundo, porque si no después nos quitan la reserva.
Y aunque me debatí un poco más sobre si entrar o no, queriendo darle cinco minutos más de chance pa' que llegara pero a la vez sabiendo que no lo haría, al menos aún, con el ramo en mano, me dirigí al restaurant.
El Pergola era mi restaurante favorito en todo Nueva York. Suena como a Perola, pero no, es Pergola. Siempre que tenía oportunidad iba pa' allá; era pana de los cocineros y todo. Por eso, y porque en todo el tiempo que llevábamos viviendo juntos nunca me había acompañado a comer ahí, Lucía lo había escogido para esa noche. Me había parecido fino de su parte que lo supiera y tuviera la intención de complacerme en eso, pues me hizo sentir que sí me prestaba atención de vez en cuando, o que al menos lo intentaba.
Como el Pergola siempre estaba full los viernes, habíamos tenido que pedir una reserva, así que hice mi cola y, cuando llegue a la entrada donde atendía un señor calvito que no conocía, pregunté por una mesa a nombre de Lucía Rodríguez.
El tipo primero me miró como raro, pues no me vio cara de Lucía, pero tras revisar el papel que resposaba sobre un atril delante de él y ver que se trataba de una mesa para dos, se le quitó. Lo siguiente que hizo fue chequear su reloj de bolsillo con toda la calma del mundo, y posteriormente decir: —Tenía apartado para las diez de la noche, y son las diez y cuarenta y cinco minutos. Lo siento, pero tras una ausencia de media hora se da por perdida la reserva y la mesa le es otorgada a otro cliente.
Yo estaba a punto de formarle su peo cuando agregó: —Sin embargo, hay sitios disponibles en la barra, así que si gusta puede pasar.
Me quedé pensando unos segundos, planteándomelo.
Si le reclamaba al tipo no iba a conseguir nada, porque desde ahí donde estaba podía ver que el lugar estaba full. Me iban a mandar pa'l coño y a continuación o me quedaría afuera esperando, pasando frío parejo, o tendría que volver a la casa, perdiendo el único momento que iba a tener a solas con Lucía por lo que seguramente sería el resto del mes, cuidado y no del año.
Otra opción era irme a buscar otro restaurant, pero un viernes por la noche era coba que iba a conseguir uno en el que hubiera hueco sin tener reserva. Siempre podríamos marcarnos un AutoMac, pero siendo un día importante como ese, era medio chimbo.
Por otro lado, si aceptaba sentarme en la barra, donde sí habían asientos libres, podría tomar un puesto para mí y reservar otro para Lu, colocando las flores allí para que nadie más se sentara hasta que llegara la dueña de la rumba. De esa forma, aunque fuera más incómodo y menos romántico, al menos estaría con ella, y mientras tanto la esperaría en aquel calentito lugar, a salvo del congelador más grande del mundo que era Nueva York. Quisiera La Suiza tener un congelador así.
Así, acepté la oferta del tobogán de piojos y me llegué hasta la barra, sentándome en las altas sillas dispuestas a uno de sus lados y dejando el ramo sobre la que se encontraba vacía a mi lado. Total...
No tiene nada que ver, pero hablando claro hay un pueblo en Chile que se llama así. Y hay otros que naguara...
No te digo yo.
Bueno, eso fue "En pocas palabras: fundadores de pueblos que se fumaron una lumpia", con Luisfer Polito. Volvamos, Joaquín.
Restregándome los ojos, repentinamente consciente del cansancio que llevaba encima. Quise ignorarlo, porque si mis planes salían como esperaba y Lu se aparecía antes de que amaneciera, aún quedaría mucha noche por delante, y no podía dejar que el sueño me privara de disfrutarla.
Saqué el celular, abrí WhatsApp y, obviando los mensajes que tenía sin leer, me metí en el chat de Lucía.
Sonreí al ver el nombre con el que ella misma se había guardado la última vez que le había prestado mi teléfono:
El amor de mi vida
novia bellísima hermosa
perfecta ❤️😍🥰
Amor
21:30 enviado
Estoy allá en 15
21:30 enviado
Llamada perdida a las 21:46
Mira bruja
21:47 enviado
Dónde estás?
21:47 enviado
Llamada perdida a las 21:50
Llamada perdida a las 22:10
Lu
22:10 enviado
Te voy a estar esperando en el banquito que está frente al restaurant
22:10 enviado
Si no me ves busca una estatua blanca
22:10 enviado
Ese soy yo que me congelé
22:11 enviado
Nos quitaron la reserva
22:47 enviado
Pero había espacio en la barra
22:47 enviado
Sé que no es lo que teníamos pensado, pero bueno
22:47 enviado
Me haces falta, sabes?
22:48 enviado
Y estoy empezando a preocuparme
22:48 enviado
Así que por fa apenas puedas escríbeme
22:48 enviado
Así sea para saber que estás bien
22:48 enviado
Y si no cenamos juntos hoy ya habrá otra oportunidad
22:48 enviado
Te quiero, oíste?
22:48 enviado
Aunque seas más falsa que el coño
22:48 enviado
Mentira comeflower
22:49 enviado
Te amo
22:49 enviado
Al salir del trabajo había ido derechito pa' la casa a cambiarme y ponerme papi para la cena. Me había encontrado la casa sola, pero no me preocupé pues supuse que estaría cada uno haciendo lo suyo: Bárbara en la cafetería cubriendo sus turnos, Pepe jodiendo por ahí con Daniel, Lucía trabajando... Y yo conocía mi ganado, y sabía que Lucía no andaba pendiente del teléfono cuando trabajaba, así que temprano, al ver que no me contestaba las llamadas, había supuesto que alguna de las mil quinientas cosas que tenía que hacer se le habría alargado y estaría todavía en ello. Con eso en mente, me había ido de la casa para esperarla en el restaurante, tal como habíamos acordado que haríamos hacía unos días. Sabía que en cualquier momento me devolvería el ring para explicármelo todo, pedirme perdón un millón de veces por la tardanza y prometerme que me lo compensaría. Barajita repetida. Pero bueno, igualito que en el 2010 con aquel álbum de barajitas del mundial: nunca lo terminé de rellenar, pero bien que había gozado una bola y la mitad de la otra con esa vaina.
Total que volví a guardar el teléfono en el bolsillo de mi pantalón, antes corroborando que lo tenía en modo ruidoso para así asegurarme de escucharlo si Lu llamaba. Luego, sin más, me dirigí al bartender, que se encontraba de espaldas a mí, y pedí, en inglés: —Un agua, por favor.
Yo pedí el agua por pedir algo y que no me fueran a botar por estar ahí mirando pa'l techo, pues, porque tampoco pensaba empezar a jalar caña hasta que llegara Lucía. Pero el bartender como que se ofendió, porque se dio la vuelta viéndome raro y preguntando con indignación: —¿Agua? ¿Cómo que agua?
Cuando le vi la cara, me encontré con que era Manuel, un chamo venezolano bien panita que trabajaba ocasionalmente en el restaurante y que ya conocía de las millones de veces que había ido pa' allá.
—Perdóname, pues —le respondí, esa vez en español, dándomela de alzaito—. Dame mejor un litro de vodka solo ahí entonces pues.
—Tenía que ser el valenciano marico, vale —me echó vaina, riéndose un chin mientras terminaba de servirle a tipo que estaba al lado mío, a quien le respondió con un movimiento de cabeza cuando este le agradeció.
—¿Por qué siempre se meten con Valencia? —me la quise dar de Pitufo Filósofo—. O sea es que... Si yo fuera marico no sería culpa de Valencia.
—Ah, ¿viste? —sonrió de medio lado a modo de burla, aunque estaba claro que yo lo había dicho jodiendo—. Yo sabía que estabas enclosetado, chamo —me señaló varias veces con un dedo, negando repetidas veces con la cabeza. Ahí mismo se puso a preparar otra bebida con el termo este metálico que usan de batidor. Ese carajo no paraba ni un segundo. Nada más de verlo me estresaba más.
—Ya quisieras tú —le devolví la joda, al tiempo en que Manuel vaciaba la bebida en un vaso de vidrio y la colocaba ante mí, como ofreciéndomela—. De paso que yo tengo novia —le dejé claro, agarrando el vaso y observándolo con determinación desde varios ángulos para intuir qué llevaba, misión que no logré completar—. ¿Qué tiene esta vaina, Manuel?
—Coño, a ver si algún la traes, porque mucho hablar de la novia pero no la he visto ni una sola vez. No será una de esas muñecas inflables, ¿verdad? —dijo mientras lavaba rápidamente su termo-batidor para seguir usándolo—. Ah, y es un Cape Codder.
—Vodka y jugo de arándanos —explicó al ver mi cara—. Tú tómate esa ñelda que mucho es poco.
Al que le hacen cócteles sin que lo pida ni nada. Me sentí como Arán de las Casas. Y lo digo por lo de...
...no por lo de que Sheryl tampoco me paraba. En mi caso la gemela perdida de Sheryl.
—Kike muñeca inflable, muchacho pendejo... —fruncí el cejo, analizando nuevamente el contenido del cóctel antes de darle el primer sorbo. Sabía raro, pero bien. Como a Emulsión de Scott: al principio no te convence pero quieres más. También pude comprobar que no estaba tan fuerte, así que podía seguir tomándomelo sin problema, porque de ahí a que llegara Lucía, el poco efecto que pudiera darme la bebida ya se me habría pasado—. Se supone que viene hoy —añadí respecto a lo de la novia—. Cumplimos dieciocho meses.
—Con razón el ramo —comprendió, haciendo un movimiento de cabeza en dirección a las flores—. Buena táctica, ¿oíste? Tú como no sabías qué flor le gustaba le compraste todas las que había en la floristería.
—Sí eres webon —defendí mi vaina—. Tiene su historia. No lo vas a entender y tampoco te lo voy a explicar.
Suéltale.
—Ah, pues —comenzó a preparar el siguiente pedido, que por los ingredientes supuse que sería un daiquirí—. Por cierto, ¿qué más con los panas tuyos? Lepe, Yandiel y Bárbara eran, ¿no?
Me reí. —Marico, el único que pegaste fue el de Bárbara —le di otro pequeño sorbo al Cape Codder. Ya le estaba agarrando el gustico a la vaina—. El otro par de pajuos son Pepe y Daniel, y están bien. Todos ocupados como siempre. Menos Daniel, claro, porque ese nunca tiene nada que hac...
—¡Aalondra! —me interrumpió de repente, llevando su mirada a un punto detrás de mí al que dirigía el saludo que una de sus manos articulaba.
Voltée, girándome sobre mi silla, y pude comprobar que la recién llegada, como ya había imaginado al escuchar su nombre, era nada más y nada menos que nuestra vecina, Aalondra Machado. Ella era maquilladora, y estaba con la misma agencia de managers que Lucía, así que a veces había trabajos en los que le tocaba juntas. Cómo además daba la casualidad de que se había mudado al apartamento contiguo al nuestro, Lu ya nos la había presentado, e incluso en alguna oportunidad la habíamos invitado a la casa a cenar y a jugar Uno. La tipa era burda de pana.
Recuerdo aquella vez que nuestros vecinos pegaron un papel en el ascensor recolectando firmas para botar del edificio a los venezolanos del 4D, o sea nosotros. Cabe destacar que Daniel lo firmó. Total que como ellos pretendían sacarnos a lo arrecho, Aalondra agarró e imprimió otra hoja, que pegó encima de la anterior. En ella, decía que ahí todo el mundo hacía bulla, porque si no eran las mascotas eran los bebés y los niños chiquitos y así, y que si alguien pretendía que el edificio estuviera siempre en silencio total, entonces, o tenían que botar a Raimundo y todo el mundo, o ese alguien tenía que mudarse pa' allá lejos pa' las montañas donde nadie lo molestara. Después de eso más nunca nos volvieron a joder.
—¡Manu! —Aalondra le devolvió el saludo al bartender, teniendo que gritar un poco para escucharse entre el rumor de la gente.
Manu la llamó haciendo señas con las manos, a lo que ella se acercó a la barra. Se sentó en la silla que había libre junto al ramo de flores que aún reposaba a mi lado, sin notar mi presencia hasta que sus ojos se toparon con los míos. Me saludó con una sonrisa, aunque parecía un tanto confundida de verme allí. —¿Luisfer? ¿Tú por aquí?
—Sí —respondí, medio echando broma medio sarcásticamente—. Vine a comprar papel toilet, que en la casa se acabó.
—Y ¿de cuándo a acá ustedes se conocen? —preguntó Manuel mientras Aalondra me reía la gracia.
—Somos vecinos —respondimos al unísono.
—Por cierto, ¿qué tal Lucía? ¿Cómo está? —se acomodó en la alta silla, para luego dejar uno de sus brazos sobre la barra y posicionarse de tal forma que no le diera la espalda a Manuel.
—¿Viste, Manuel? Que Lucía si existe —le reproché al bartender, que hizo una mueca como burlándose de mí mientras limpiaba el termo—. Y Lu está bien. Full como siempre. De hecho, cumplimos dieciocho meses hoy, así que pensábamos comer aquí esta noche y bueno...
—Qué fino vale. Y, ¿cuándo viene? —inquirió con curiosidad—. Que yo estoy por aquí de paso, pero mientras no me saquen me puedo esperar para saludarla.
En ese momento me fijé en que iba vestida como demasiado sencilla para la ocasión. Tenía sentido.
—Cuando sepa te digo —respondí con seguridad. Fruncí el cejo, extrañado, al ser de repente consciente de que no tenía ni idea qué vínculo compartían el bartender y la chica—. ¿Ustedes dos qué es lo que es? ¿De dónde se conocen?
—Manuel es mi primo —explicó, echándole un vistazo rápido que el chamo aquel le devolvió, y durante el cual pude notar el parecido: la piel oscura, los ojos claros, las mismas cejas... Tenían más pinta de hermanos que de primos—. Acabo de llegar de un encargo en Milán y lo primero que quería hacer al volver a Nueva York era visitarlo. Además, es la excusa perfecta para venir a mi restaurant favorito y que me den bebidas gratis.
—Gratis no, webona. Las pago yo —replicó el aludido—. Pero esta vez te pagas tú tu vaina por andar hablando paja —como en declaración de lo antes dicho, colocó frente a la chica el mojito que acababa de preparar.
Aalondra le sacó la lengua, pero aceptó la bebida. Luego se giró hacia mí. —Y tú ¿qué más? ¿El trabajo? ¿La vida? ¿Cómo te va?
—Súper bien, ¿oíste? Gracias a Dios —sonreí, dándole otro sorbo al Cape Codder—. La empresa fino, la vida también. De hecho, hoy me ofrecieron un puesto temporal en Miami de director de operaciones para supervisar una vaina ahí de un centro que quiere montar mi jefe para la llegada de mercancías.
—Coño, brutal —me felicitó, levantando su cóctel como diciendo "salud" antes de tomar el primer trago—. ¿Cuándo te vas? —preguntó, arrugando la cara en respuesta al sabor aparentemente fuerte del mojito.
—No me voy —admití, ante lo que me miró confundida—. Aquí tengo un buen puesto también —expliqué—, y aunque encargarme de lo de allá por un tiempo seguro haría que me ascendieran, eso de irme por dos meses como que no sé...
De vaina y veo a Lucía ahorita y eso ya es un peo, imagínate yéndome a la otra punta del país por ocho semanas, completé en mi cabeza, pero no me atreví a decirlo en voz alta. Los altibajos que pudiera tener nuestra relación no eran problema de nadie más que nosotros. Por eso yo no andaba hablando de esas cosas por ahí.
—Te entiendo —asintió con la cabeza, esbozando una sonrisa comprensiva de labios cerrados—. Igual piénsatelo bien. Es una buena oportunidad, y no todos los días se presentan. Además, estoy segura de que Lu y todos estarán contentos por ti si te animas a hacerlo.
¿Ves? Yo te dije que era panita.
—Gracias —le dije, imitando su sonrisa, De todas formas no quería hablar de eso—. Y tu trabajo, por lo que escucho... Más excelente que bien, ¿no?
—Qué si no —pareció emocionarse, como si le hubiera sacado su tema de conversación favorito—. Resulta que hace unos días me llamaron de...
Y así comenzó una charla bastante fluida, que pasó de cosas del trabajo a planes futuros, pasando por temas súper random como mascotas, colores favoritos y la independencia del Zulia.
Fue bueno hablar con Aalondra y con Manuel; ella era tremenda chama, comprensiva y fácil de tratar, y él panita y jodedor. Me sentía súper de pinga con ellos. Sin embargo, hubiera preferido tener ese tipo de conversación —en la que no hay silencios incómodos, en la que se entienden perfectamente y en la que sientes que llegas a conocer verdaderamente a la otra persona, y no necesariamente en un sentido romántico ni nada así— con Lucía, quien se suponía que era mi mejor amiga, no solo mi novia, aunque a veces no parecía ninguna de las dos. No sabía en qué punto las habíamos perdido, pero según mis recuerdos todas nuestras charlas antes solían ser así.
Justo cuando me encontré a mí mismo extrañándolas, extrañándola a ella, fue que caí nuevamente en el contexto espacio-temporal y dirigí mi vista al reloj que decoraba una de las paredes del lugar en busca de la hora. Las 0:07 ponía.
En principio me sorprendió fue que hubieran pasado dos horas desde que había llegado al restaurant, cuando daba la sensación de que hubieran pasado días. El tiempo se me había hecho eterno. Luego, cuando caí, saqué el celular de mi bolsillo nuevamente. Esperaba encontrarme con unas cuantas llamadas perdidas, además de aproximadamente unos mil mensajes en los que Lucía me contaba apenada el por qué estaría tardándose tanto en llegar, o al menos el por qué no podría ir. Pero no. Nada. Ni un solo mensaje suyo, ni una sola llamada. Encima seguía apareciendo un solo check a lo que yo le había escrito antes por WhatsApp, lo que significaba que a ella no le había llegado.
Y ahí fue cuando empecé a preocuparme.
Con Aalondra mirándome raro pues la había dejado hablando con la pared, agarré y llamé a Bárbara. Le hice señas a los primos para que me disculparan un momento, y cuando asintieron me fui pa'l baño, lejos de la bulla del lugar, para poder hablar con calma y que escuchara bien. Tras varios repiques, Mayor Monograma me atendió.
—Cuñado, ¿qué más...?
—Barb —la interrumpí intentando no ser demasiado brusco—. ¿Lucía está contigo?
—¿Conmigo? —cuestionó—. ¿No estaba contigo, pues?
—No ha llegado —le expliqué, gesticulando con las manos aún sabiendo que ni podía verme—. Tampoco me avisó que venía tarde. Los mensajes no le llegan. ¿A ti no te ha escrito?
—Verga, marico —hizo un ruidito como de cagazón, apretando los dientes—. Yo tengo como dos horas que llegué a la casa y no la he visto. Aquí estoy con Pepe y Daniel que estamos viendo una serie. Déjame preguntarle a ellos a ver.
Mientras daba vueltas pa' acá y pa' allá en el baño, escuché a lo lejos, a través del auricular, un ¿qué pasa?, la consiguiente respuesta de Bárbara y una doble negación.
—No —confirmó mis sospechas—. Es raro, porque ella será caída de la mata pero no irresponsable: siempre que no llega, avisa —hizo una breve pausa, pensando—. ¿No estará con Fiorella?
—Fiorella no contesta —dijo detrás Daniel—. Yo estuve ladillándola a ver si quería venir a ver Somos Tú y Yo con nosotros. Ni llamadas ni mensajes.
—Vamos a salir a buscarla —propuso Pepe.
—Miren —hablé yo, intentando mantener la calma a pesar de la preocupación—. Vamos a hacer una vaina: que Bárbara y Daniel salgan a buscar a Lucía y que Pepe se quede en el apartamento por si regresa. Yo me vine al restaurante a pie porque queda súper cerca de la casa, así que Daniel, tú agarra mi carro y Bárbara que se vaya en el suyo. Uno dele la vuelta a la manzana hacia el Central Park y el otro hacia Union Square. Mientras tanto, que Pepe avise por el grupo a ver si Lucía o Fiorella lo leen, y yo me devuelvo a la casa a ver si me la encuentro en el camino.
Ese era el plan, y lo seguimos. Salí del baño y me despedí rápidamente de Aalondra y Manuel. Me fui tan apurado que se me quedó el ramo en la barra, y ya cuando me di cuenta estaba más cerca de la casa que del restaurant, por lo que no me devolví a buscarlo.
Corriendo por la acera mientras buscaba a Lucía con la mirada repartida entre las dos aceras, me sentí increíblemente culpable. Había estado toda la noche pensando mal de ella, creyendo que me había dejado plantado otra vez cuando la verdad al parecer era otra.
¿Qué le habría pasado? ¿Estaría bien? Si no era así, no soportaría saber que podría haberla buscado mucho antes y no lo había hecho por pajuo.
Aparté las preocupaciones como pude, concentrándome en identificarla en alguna de las miles de personas que cruzaban las calles de Nueva York. Sin embargo, no lo conseguí, y llegué a nuestro edificio con las manos vacías.
Con una mínima esperanza de encontrarla en el apartamento, y sabiendo que me tardaría menos subiendo por mi cuenta que llamando a Pepe para averiguarlo, atravesé el lobby metiéndole el turbo y pisé el botón del ascensor. Una vez arriba, abrí la puerta como pude con las manos temblorosas y entré, cerrando detrás de mí.
—¡Lucía! —llamé, dando vueltas por la sala y cocina—. ¡Lucía!
No vi a Lucía, pero como tampoco vi a Pepe, quien se suponía debía de estar ahí, decidí llegarme al segundo piso, imaginando que podrían estar los dos arriba. La perrita de Lucía, Nena, salió a saludarme, ladrándome con emoción. Dada la seriedad de la situación, me vi obligado a ignorarla y seguir con la búsqueda.
—¡Lucía! —seguí tratando, subiendo las escaleras que ni Usain Bolt—. ¡Lucía!
Todas las habitaciones estaban cerradas, así que fui abriendo una por una, decepcionándome cada vez que no la hallaba detrás, hasta que llegué a la suya. Iba a repetir lo mismo que con las anteriores habitaciones, planteándome ya salir a tocarle la puerta a los vecinos y preguntarles...
...cuando mis ojos se toparon con un objeto brillante que yacía en la cama.
Me acerqué por curiosidad, y apenas tomarlo en mano supe qué era: el collar que Luke Hemmings le había regalado hacía ya varios años, ese que Lucía había perdido mucho antes de que lo nuestro siquiera empezara.
Me senté en el borde de la cama, observando detenidamente el dije unido a la cadena plateada. Estaba intacta, como si el tiempo no hubiera pasado y siguiera perteneciendo a esa chica inocente de tan solo diecinueve años que solía ser mi mejor amiga.
¿Será que...?, un atisbo de desconfianza cruzó mi mente, que quiso a primeras pensar lo peor. Claro que no, me impedí continuar cuando me di cuenta de lo que estaba haciendo. Ella jamás haría eso. Además, si ni siquiera tenía tiempo para sí misma, menos iba a tener para un amante. Jamás.
Al analizar el resto del cuarto y ver el desorden que en este reinaba, entendí de qué iba todo aquello. Seguramente acabaría de encontrarla por casualidad, y por alguna razón que desconocía habría tenido que salir corriendo de la casa y la habría dejado ahí junto al corotero al no tener tiempo de guardar nada. ¿Pero qué razón podría ser...?
Mike, vino a mi cabeza, de repente. Tal vez estaba con él. Era lo único que se me ocurría.
Así, sin dudarlo ni un segundo, agarré mi celular, busqué su contacto y lo llamé.
Este capítulo es el más largo que he hecho, creo, pero no lo corté porque sentía que quedaba mucho mejor en uno solo
Así que espero que les guste, y que luego me cuenten: ¿qué opinan de Luisfer?
Por cierto, ¿han escuchado el álbum de Luke?
Yo todavía no, pero llevo los singles (incluida Bebé Pitufo) y todos me encantan
Ese chamo es demasiado uff
No tiene nada que ver pero les recomiendo que vean Cruel Summer. La serie es súper mega brutal, y es con Olivia Holt y Froy Gutiérrez
Fan
Y bueno, nada
Los amo❤️
— Cami
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top