Mi llegada a Riverdale fue devastadora y asfixiante, como una bomba atómica para mi corazón. Me sentía como un pez fuera del agua: con más inseguridades que pelo en la cabeza, sin amigos y completamente desorientada.

El único motivo por el que todavía tenía esperanzas de llegar a ser feliz algún día era mi madre, ya que ella era la única persona que me ayudaba a superar mis problemas, por estúpidos que fueran: la ansiedad que sufría, las sudaderas dos tallas mayores para ocultar mis autolesiones, mis desolados llantos nocturnos...

Todos y cada uno de aquellos demonios se desvanecían, como por arte de magia, con los abrazos queella me daba. Resulta increíble el mero hecho de que, con fuerte abrazo maternal, puedas ganar la batalla contra tus monstruos interiores, y que con la ayuda de un terapeuta excelente lo único que recibas sean complicaciones.

Yo sólo era una chica común de Alabama, y, nada más empezar el curso, me convertí en el mono de feria víctima de los abusos por parte de los chicos de clase. En el autobús escolar, en los largos pasillos del Riverdale High, en el vecindario, en el Pop's... En todos y cada uno de los rincones del pueblo era conocida como la "Myrtle la llorona". Decidieron apodarme así debido a mi similitud con el personaje de Harry Potter, ya que yo me pasaba gran parte del día llorando a moco tendido por los baños, debido a los insultos de los adolescentes.

Tuve que mudarme a Riverdale por el divorcio de mis padres. Mi padre, tras un largo y doloroso divorcio, se quedó con nuestra casa de Alabama, hecho que causó que mi madre y yo nos mudáramos a una humilde casa en Riverdale.

Mi padre era el hombre más detestable de Alabama. Él era el totalmente opuesto a mi madre: frío, calculador e incomprensivo. No solía mostrar interés por mi salud mental (la cual era bastante preocupante hace alrededor de dos años), por mis necesidades ni por mis notas académicas...Pero con tal de que suspendiera una o dos asignaturas, él se enfurecía y me decía lo típico de "no vales para nada..." Y, evidentemente, como Lizzy Scott es tan insegura e imbécil...se echaba a llorar. Eso no es lo peor: ese capullo integral, más conocido como mi padre, maltrataba a mi madre. No os asustéis, él nunca le pondría encima...porque las palabras hieren más que cuatro patadas en las costillas. Se pasaban noches enteras discutiendo, gritando y peleando, y no podéis haceros una ligera idea del dolor que me provocaba escuchar, desde mi aislante habitación, los llantos desgarradores de mi madre.

Cuando aún estaba en la escuela de enseñanza primaria solía escaparme las noches en las que mis padres discutían por la pequeña ventana de mi cuarto, y reunirme con Jughead en el parque abandonado, con la finalidad de quejarnos ne nuestos problemas ajenos. Jughead fue mi mejor amigo durante toda mi infancia, y, desgraciadamente, al finalizar el primer año de instituto, se mudó a otro pueblo.

Llegué a Riverdale en pleno agosto, y lo único en lo que podía pensar era en lo bueno que estaba ese chico pelirrojo: Archie Andrews.

Archie vive a una manzana de mi casa, y, por lo que pude descubrir, es hijo único y vive con su padre, tiene como vecina (y creo que algo más) a Betty Cooper, juega al fútbol americano en el equipo Riverdale Bulldogs y es muy popular.

En cambio yo...soy una quinceañera que dedica todo su tiempo libre a la escritura, porque, ya que no tengo vida amorosa...por lo menos inventármela y plasmarla en mis novelas.

Nunca me imaginé que mi vida fuera como sacada de una novela de amor juvenil, repleta de los característicos cotilleos adolescentes, desengaños amorosos y secretos.

A día de hoy todavía soy incapaz de expresar todo lo que he sentido durante este curso, recordando todas las malas jugadas que me han pasado y que, al fin y al cabo, no sería tan fuerte a estas alturas de mi vida de no ser por ellas.

Y así, veinticuatro años después, dejé atrás a aquella cutre adolescente infeliz adicta a las series y a las novelas y me convertí en una mujer fuerte, segura de sí y con el mejor marido del mundo.