5
Jungkook faltó el viernes a la universidad y durante el fin de semana siguió consumiendo lo que Jimin había comprado.
Encerrado en limbo de su casa, su mente quedó en blanco, soltaba risitas en el sofá individual de vez en cuando, a veces fijaba su vista en algún punto y acababa tan relajado mientras sentía que el departamento se volvía de humo.
A veces Jimin estaba y a veces no, Jimin no hacía lo mismo que él, solo se recostaba en el sofá más largo y admiraba el techo mientras tarareaba una canción familiar, al parecer no tenía otra cosa más que hacer aparte de atormentar al pelinegro con su inquietante presencia.
Después Jungkook sentía escuchar sus sollozos, pero al intentar comprobarlo Jimin se iba dando un portazo y él no podía ponerse de pie para alcanzarlo.
Se estaba quebrando lentamente y lo merecía.
El timbre sonó el día domingo durante la tarde cuando todavía estaba lloviendo.
Jungkook se alarmó, sus sentidos se activaron de golpe y corrió a pasos silencioso hasta Jimin solo para poner una mano sobre su boca. La acción le costó mucho cuando apenas podía controlar sus movimientos torpes.
—Si haces ruido estás muerto —le susurró al oído con voz ronca.
Jimin sonrió aún con la mano de Jungkook presionándole los labios.
El timbre volvió a sonar.
Jungkook estaba entrando en pánico mientras las ideas en su mente se agotaban, tenía casi una hora desde la última calada que dio al cigarro, por lo menos estaba un tanto consciente.
Jimin apartó su mano.
—Puedo abrir por ti —le sugirió en un susurro—, tal vez no es nadie importante, cielo.
Pero Jungkook sabía que la sugerencia era una burla más por parte del pelirrosa, así que negó con la cabeza.
—Lleva toda la hierba a la habitación y enciérrate ahí.
El timbre volvió a sonar acompañado de una voz tras la puerta.
—¡Jungkook! Sé que estás ahí, por favor, déjame hablar contigo.
Un escalofrío recorrió su cuerpo al escuchar esa voz, Jimin se puso de pie y obedeció las ordenes de Jungkook mientras le aventaba un beso en el aire y se metía a la habitación.
Por su lado, el más alto de ambos se acercó a la puerta y respondió sin abrir.
—¿A qué viniste, Seokjin?
—Te he traído unas cosas, déjame pasar...
Jungkook no podía no abrir la puerta, acarició el pomo suavemente y, tras largos segundos de reflexión donde en realidad no reflexionaba nada, abrió dejando ver el rostro conocido frente a él.
—Gracias por abrir... —la expresión suave del chico frente a él se tensó al sentir un aroma peculiar que le hizo incomodar—. ¿Puedo pasar?
—Hice mucho abriendo la puerta...
El tiempo se alargaba y la mirada de Jungkook viajaba del exterior a Seokjin.
Las macetas de la puerta frente a la suya mostraban plantas secas, ¿desde cuándo la mujer que vivía enfrente no las cuidaba?
Había un camino de hormigas bajando una pared casi despintada, ¿cuándo había empezado la plaga? ¡Oh, no! ¿Cuándo se cayó la pintura?
¿Y la lámpara fundida del pasillo?
¿Todo siempre había sido así de anticuado?
Se hizo a un lado inconscientemente y dejó que el chico entrara, aún con los nervios de que su nuevo secreto fuera descubierto.
El recién llegado cargaba con bolsas de plástico, la cuales dejó en la barra de la cocina y luego regresó al dueño de la casa para hablarle sobre la caja azul que sostenía entre las manos.
Seokjin ahora tenía el cabello oscuro, le sentaba bastante bien, había un rasguño en su mano y un lunar adornando su rostro, un lunar entre la mejilla y la nariz, no tan cercano al ojo... Claro, un lunar que siempre había estado ahí, qué más daba.
—Jungkook —llamó Seokjin—. ¿Entonces las quieres?
—¿Mmm?
—Creo que no me supe explicar... Mi hermano tenía una pared llena de fotos de ustedes, estábamos limpiando la habitación y pensamos tal vez debas de tenerlas ahora.
—No las quiero —respondió en un susurro.
—Pero seguro él hubiera querido que las conservaras, también quería preguntarte si recuerdas algo de cómo fue todo... la policía dijo que aún no dan con...-
—No recuerdo nada, Seokjin... no sé nada y tampoco quiero saber...
—Jungkook, por favor...
—Pierdes tu tiempo, si era todo puedes irte.
Y Seokjin tuvo que rendirse, por los menos hasta que el humo que cubría los recuerdos del contrario se dispersara.
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