🏐Cap. 8🏐

"El martirio de los baños" Así debería haberse llamado el momento en donde el entrenador le pasa a Joaco, un juego de shorts, camiseta y campera, pantalón largo y toalla (más bien de mano) y lo direcciona hacia la ducha ya que el castaño no había traído nada al no saber si podía entrenar ese mismo día. Y aquí se encuentra, envuelto en cuantiosa llovizna y entre una espesa neblina que no deja nada a la imaginación del argentino cuando tiene de frente, las ondulaciones del rubio de infarto.

¡Y maldita sea! Que la entrepierna cobra vida a lo culebra más rápido que un condenado rayo cuando el armador se enjabona mientras expide melodiosas sonrisas desde sus apetitosos labios.

—¿Disfrutando de las vistas?

Una voz no conocida hace eco entre sus lujuriosos pensamientos y lo trae a la realidad absoluta.

—¿Decías? —responde al extraño tratando de salir airoso del bochornoso episodio pero sin darse cuenta que a pesar de moverse hacia la pared, la sombra que se proyecta sobre la misma, delata su gran tamaño.

—Dicen que las mentiras tienen patas cortas... pero ésta, de corta no tiene nada —responde la misma persona.

Y en cuestión de segundos, los cachetes de Joaco se incendian a medida que su torso se quema porque entre los nervios y el querer taparse, aumentó la temperatura de la ducha sin darse cuenta.

—¡Maldición! —grita cuando el agua está mucho más que cálida y sale dándose la vuelta.

De inmediato, los silbidos vinieron en manada cuando le gritaron "al elefante celeste y blanco, ábranle paso" y él, solo pudo rescatar la mísera toalla y taparse sus nobles partes a medida que se retira a cambiarse entre risas.

—Parece que alguien está más que sorprendido con ese tamaño, cierra la boca que perderás tus babas —suelta Will (el punta suplente y mejor amigo del armador) a Eren, recibiendo un fuerte golpe de parte del mismo.

Joaco, llega al dormitorio alquilado luego de comer algo al paso y dándose cuenta de que cerraron su puerta, dejando sus pertenencias apiladas y ordenadas a un costado junto a un cartel en la puerta que dicta: "Fumigación, buscar nuevo cuarto. En recepción, se hará la devolución del depósito. Gracias".

—¿¡Gracias!? ¿En serio? Debería demandarlos en vez de entender la situación... ¡Con un carajo! ¿Y ahora, qué mierda hago? —grita el castaño sin entender del todo lo que sucede ya que se encuentra sobrepasado por la extensa jornada y el cansancio acumulado. Y si a eso, le agrega el hecho de que no conozca casi nada del lugar, no quiere ni pensar porque le dan ganas de estrangular a alguien con sus propias manos.

En medio de su aturdimiento, suena el teléfono iluminando la pantalla con el nombre de su más grande amor: Mami adorada♥️

—¡Mamita querida! ¿Qué hace mi flor más bella llamando a esta hora? ¿Todo bien? —pregunta Joaco luego de dejar salir un largo suspiro repleto de frustración y antes de que su perceptiva madre empiece con sus cuestionamientos.

Joaco, respira y controla su temple, no quiere ni puede dejarse llevar por la patética situación. Así que debe resolver lo que sea y de inmediato. Luego de finalizar la amena charla con su querida madre (sin decirle nada de lo que aconteció) baja directo a la recepción sin contar con la suerte de encontrar al dueño del lugar y dando con una mísera carta de devolución que le da la pobre empleada del lugar.

Los ojos del castaño, demasiados inflamados para su agrado, indican que debe buscar resguardo y dormirse en cualquier ubicación, si no llegara a conseguir habitación, eso está claro. Así que agradeciendo a la pobre muchacha sale con sus pocas pertenencias en una maleta y su mochila bien puesta mientras observa para todos lados.

La noche es maravillosa en la costera ciudad, aunque por ser día entre semana no hay demasiado movimiento alrededor, aún así, se permite respirar y disfrutar del hermoso cielo estrellado y el fresco olor a mar que repleta sus fosas nasales... Situación que a pesar de todo, le trae una inmensa paz.

De este modo se dedica a caminar hasta dar con un iluminado camino junto al mar.

Belleza de paisaje en donde las apaciguadas aguas rompen la orilla con una destreza infinita creando una bella melodía a medida que se sienta, cierra sus ojos, e imagina.... Imagina un porvenir menos tortuoso en donde la dicha sea bienvenida.

—¿Joaco? —cuestiona un joven a medida que aminora su trote nocturno y saca los cascos de sus oídos.

El argentino, al darse la vuelta, reconoce de inmediato al joven en cuestión. Es el mariscal de campo de su universidad. Aquel chico que conoció más temprano. Así que levantándose extiende su brazo a lo cual el mariscal, en vez de tomar su mano, lo arrastra desde sus hombros preguntando qué hace con su equipaje en la calle siendo tan tarde.

El punta, que no sabe bien como narrar el asunto de no tener donde pasar la noche, recuerda que su entrenador le dió su número para que lo llame ante cualquier urgencia. Así que explicando por arriba al curioso mariscal le indica que llamará a su entrenador a ver si puede darle una mano.

Enseguida, el sudoroso corredor lo corta diciendo: —No se diga más hermano, esta noche te quedas en nuestro cuarto. Mi quaterback tiene como 10 almohadas, así que una menos no hará la diferencia. A parte, debes estar cansado, o eso demuestra tu cara.

—Estoy exhausto, pero no quiero incomodar —dice de inmediato el punta tratando de contener un bosteza sin resultado.

—Hoy por ti, mañana por mí. Así que no hay drama. Deja que te ayude con el equipaje. Lo único malo es que mi cuarto está en el campus, así que espero que mi charla te mantenga lo suficientemente despierto porque no sé si podré cargar tu pesado culo sobre mi espalda.

De esta manera, entre risas y chistes malos con doble sentido, ambos deportistas se dirigen al campus universitario. Tardando algo más de una hora entre charla y charla pero felices de poder ayudarse, ya que el mariscal comprometió a Joaco para que mañana le explique lo que se debatió más temprano, en clases.

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