Para rimar como lo hago,
para escribir como escribo;
tengo que oír a mi pueblo,
a sus cantigas y ritmos,
y conocer sus poetas,
sus escritores y libros,
y transitar, con sus gentes,
por sus calles y sonidos,
por sus cantos de taberna
bajo el calor de sus vinos.

Para rimar como lo hago,
para escribir como escribo.

Tengo que oír a la tierra,
al mar, al bosque y al río.
Y navegar por sus aguas
en un pesquero chiquito,
y sentir sobre mi cara
madrugar el viento frío,
y oler aromas del bosque,
y escuchar ramas, y trinos, 
y el rumor de los regatos
que saltan sobre el vacío.

Para rimar como lo hago,
para escribir como escribo.

He de sentir como sienten
en el suelo en el que habito,
y he de sentir sus lamentos
por aquellos que se han ido
que se mezclan en el aire
con las risas de los niños.
Y sentir todo el dolor,
y sentir todo el alivio,
y la inocente alegría,
y ese mágico sentido
que mantiene en la memoria
a los muertos como vivos,
ese sentimiento trágico
de, sobre todo: morirnos.

Para rimar como lo hago,
para escribir como escribo.